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EL QUIJOTE DEL SODRE: LA OTRA MIRADA

Gabriel M. Olivares

"El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha" surge, en


principio, como una sátira hacia los Libros de Caballerías. Si
bien contiene, como toda obra maestra, varios planos
superpuestos de lectura, el propósito más inmediato de
Cervantes fue el de divertir a sus lectores.
No obstante, y sobre todo a partir de la segunda parte de la
obra, el entretenimiento se va contaminando poco a poco de
las fantasías del Don Quijote. Podría decirse que el tozudo
realismo del escudero, la figura que se identifica con la visión
terrenal del lector, va perdiendo fuerza para aproximarse cada
vez más a las alucinaciones quiméricas de su amo. Esa
dicotomía entre el mundo real y el imaginario, que representan
los dos protagonistas, está siempre presente. Y como lectores,
no podemos evitar que nuestra mirada coincida con la de
Sancho Panza. Contemplamos a Don Quijote desde una óptica
pegada al suelo.
Sin embargo, en el "Don Quijote del Plata", la versión
coreográfica y musical que nos ofrece el Ballet Nacional Sodre
de Uruguay, se nos presenta otra forma de mirar la obra: a
medida que se van sucediendo las escenas, perfectamente
imbricadas en la música -o viceversa- se nos van abriendo los
ojos al mundo feérico del hidalgo.
La lucha con los molinos de viento, encarnados por unos
bailarines cuyos movimientos y vestuario resultan
decididamente acertados, o el sueño de Don Quijote, con esas
figuras veladas que evolucionan sinuosa e hipnóticamente para
acentuar el sentido de lo onírico y lo maravilloso que tiñe el
escenario.
Ya la propia concepción del ballet, crear un Quijote que nada
tenga que ver con el de Petipa-Minkus, es un feliz reto que
huye del fácil y recurrente versionado del clásico,para
abordarlo con una nueva inspiración. Igor Yebra la encontró en
la figura de Arturo E. Xalambri, un gran erudito que llegó a
reunir en Montevideo una de las mayores colecciones de libros
de Cervantes del mundo; desde su lecho de muerte, el
apasionado cervantino, a través de las lecturas de su hija, va
reviviendo escenas del Quijote hasta llegar a compartir con el
personaje su mismo destino.
Blanca Li, coreógrafa de estilo contemporáneo, ha sabido
mantener su sello personal en una creación de ballet neoclásico.
La narrativa coreográfica es ágil, imaginativa, y presenta los
toques lúdicos que la caracterizan.
Resulta muy interesante el tratamiento escenográfico,
compuesto por elementos sencillos pero a la vez muy
definitorios de la trama, adornándola sin ostentación y con
buen gusto.
En cuanto a la música, la orquestación realizada por la Orquesta
Sinfónica del Sodre sobre partituras de Telemann, Debussy,
Koechlin, Ravel, Glinka, Saint-Saëns, Chabrier, Rimsky-Korsakov
y Glazunov, todas de tema español, no solo resulta
francamente acertada, sino que nos llama la atención sobre un
hecho: el profundo interés que sobre los grandes compositores
despertaron siempre España y nuestra música.
Nos encontramos con una compañía de formato mediano en lo
que se refiere al número de componentes, pero todos forman
un equipo de solvencia técnica que en la escena de las bodas de
Camacho queda sobradamente demostrada.
La acertada dirección de Igor Yebra, se posiciona de forma
ascendente con cada nueva producción que nos ofrece.
Siempre hay algo nuevo que descubrir para el espectador, que
acudirá fiel a la próxima cita.

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