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CONTENIDO
Prefacio
1. La tradición platónica
La tradición árabe
La tradición bizantina
La tradición latina
PREFACIO
Como el programa que aquí esbozamos ha sido aceptado por la Academia Británica, el
Corpus Platonicum será publicado bajo su auspicio y el de la Union Acadèmique
Internationale, con la asistencia del Iunstituto Warburg de Londres, el cual, bajo su
fundador y actual director, Aby Warburg, siempre ha financiado las investigaciones sobre
platonismo.
Tengo el placer de agradecerle a todos quienes han dado su generoso respaldo: en primer
lugar, el presidente de la Academia Británica, sir David Ross, y al director del Instituto
Warburg, doctor F. Saxl, cuyo aliciente e interés hicieron posible emprender la
preparación del Corpus Platonicum; la Society for the Protection of Science and Learning
y la fundación Rockefeller, por permitirme llevar adelante mis investigaciones; el doctor
L. Bertalot, el profesor E. Franceschini, el doctor O. Kurz, el señor E.A. van Moe y
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La versión final se entregó a una imprenta alemana para ser publicada en el verano de
1939. Pero debido a los preparativos militares que tenían lugar en ese país, la edición se
vio demorada y el estallido de las hostilidades la detuvo por completo. De modo que el
presente ensayo debió ser impreso en Inglaterra.
Septiembre de 1939.
La edición inglesa de la presente obra está agotada desde hace un tiempo. Siguiendo las
instrucciones del Instituto Warburg, la edición impresa en Alemania, que fue recuperada
después de la guerra, es la que se publica ahora, sin modificaciones. Incluir los resultados
de las investigaciones llevadas a cabo desde la primera publicación requeriría de una
edición muy ampliada. De modo que, a ese respecto, remito al lector a mi Plato's
Parmenides in the Middle Ages and the Renaissance [“El Parménides de Platón en la
Edad Media y el Renacimiento”], Mediaeval and Renaissance Studies, Londres, 1943; a
mis informes anuales sobre el Corpus Platonicum (Proceedings of the British Academy
[Actas de la Academia Británica], Londres, 1942-1950 y a los informes anuales del
Instituto Warburg, Universidad de Londres, (1945-50). El descubrimiento de un
manuscrito del siglo trece proveniente de la biblioteca de Gérard D'Abbeville, parte de
una obra antigua sobre los escritos de Platón que da un sumario de cada uno de sus libros
fue brevemente anunciado en el informe anual de la Academia Británica 1948-9, pág. 8.
La referencia al manuscrito de París, BN lat. 16581 (infra, pág. 29), debe ser corregida.
Ese manuscrito contiene el Fedón latino, pero no el Menón. Una lista de los manuscritos
de este último aparece ahora en el Corpus Platonicum Medii Aevi, Plato Latinus Vol. I,
Londres, 1940. La importancia de De la naturaleza del hombre, de Nemesio, como vía
de transmisión de las doctrinas neoplatónicas es cada vez más evidente. Godofredo de
Viterbo recogió sus cuatro primeros capítulos en su Pantheon, sin mencionar al autor, y
los escolásticos del siglo XIII obtuvieron su información acerca del Fedón y de las
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LA TRADICIÓN PLATÓNICA
Pero a medida que sabemos más acerca de las relaciones e interacciones que determinaron
el desarrollo de la vida cultural medieval vemos con más claridad los diversos eslabones
que enlazan los estudios platónicos de distintas épocas y lugares.
LA TRADICIÓN LATINA
Sin embargo, la tradición platónica latina deriva hasta cierto punto de las traducciones de
las obras mismas de Platón y de las citas de estas que se encuentran en escritos clásicos
y patrísticos. Pero el concepto medieval de Platón sólo depende parcialmente de estas
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fuentes primarias. Al parecer, se basa más bien en un cuerpo tradicional indirecto, tanto
pagano como cristiano.
Las principales fuentes de la antigüedad pagana mediante las que los escritores
medievales podían conocer las doctrinas de Platón son, ante todo, las referencias a Platón
en los escritos de Cicerón, ciertos pasajes en las cartas de Séneca, en particular los que
tratan sobre las ideas en la quincuagésimo octava y la sexagésimo quinta, las referencias
al pasar que hace en otros escritos, las informaciones que figuran en Noches gálicas de
Aulo Gelio, en la compilación de hechos y dichos memorables que hizo Valerio Máximo,
las obras de Apuleyo llamadas De Platone et eius dogmate y De Deo Socratis, las
referencias que figuran en la Saturnalia de Macrobio, y, sobre todo, en el Comentario de
este a Somnium Scipionis, donde se compara la filosofía de Platón con la de Cicerón, y
que fue copiada y comentado una y otra vez, en particular durante los siglos once y doce.
Entre los escritores cristianos, pueden considerarse como fuentes a todos aquellos que, a
partir de Justino el Mártir, pretendieron incorporar al pagano Platón a la doctrina
christiana, en la creencia de que había conocido y usado las Escrituras. Ambrosio, por
ejemplo, habla de él como lo hacían los alejandrinos, afirmando que había sido instruido
por [el profeta] Jeremías y que era seguidor del “judío Pitágoras”.
Se entendía que en las palabras mismas de estos versos, cuya solemne belleza es
particularmente impresionante, se veía la yuxtaposición de las fórmulas platónicas con la
palabra de Dios, y que el resultado de ese sutil entramado era una nueva concepción, ni
platónica ni verdaderamente cristiana: la de un Dios personal, “calma y reposo” de los
piadosos, que formaba el mundo a su propia imagen y semejanza, no por necesidad, sino
en virtud de la Idea de lo Bueno que le es inherente.
de Juan Colet, demuestran claramente el lugar de privilegio que ocuparon durante la Edad
Media.
Como se sabe, las obras de Dioniso se basan, sobre todo, en Proclo. Pero en última
instancia, la raíz de su doctrina de la “teología mística” debe buscarse en el Parménides
de Platón, o, mejor dicho, a la tendencia que se le atribuye a ese diálogo en los escritos
de Plotino, Siriano y Proclo. Al examinar los loci classici en que Dioniso establece la via
negationes en Teología Mística y en Los Nombres Divinos, notamos que contienen
alusiones casi literales al final de la primera hipótesis del Parménides (OJO AÚN MÁS
TEXTO GRIEGO). Así, la sublime obra maestra de la dialéctica platónica se convierte,
paradójicamente, en punto de partida de una desarrollo que lleva a la concepción de los
místicos medievales, y de los que vinieron después de ellos, de Dios como “desierto
silencioso”. Por otra parte, durante el desarrollo de la teología negativa, ésta enfatizó la
imposibilidad de formarse conceptos racionales de lo divino y de alcanzar a Dios
mediante la razón pura, lo que llevó a que, en la esfera del pensamiento religioso --en
particular en la interpretación que hace Cusano del concepto de docta ignorantia-- se
recurriese a un método análogo al que emplearía la filosofía crítica siglos más tarde.
A lo largo de la Edad Media, esta tradición indirecta se vio enriquecida en forma gradual
por la creciente difusión de traducciones de obras de la antigüedad pagana griega,
comenzando por las de las obras de Aristóteles. Los escolásticos del siglo trece
recurrieron al tesoro de informaciones que encontraron en ellas, aunque por lo general
solo las emplearon para refutar al maestro de Aristóteles. Así y todo, las versiones latinas
de una serie de obras neoplatónicas, en especial las de Proclo, que comenzaron a ser
disponibles a partir de la época de santo Tomás, contribuyeron a que Platón fuese
evaluado en forma positiva. A este respecto, tiene particular importancia la traducción
del comentario que Proclo hace del Parménides, que incluye el final de esa obra, perdido
en los manuscritos originales griegos. Es precisamente esta sección del séptimo libro la
que tuvo influencia sobre el concepto del maestro Eckhart de negatio negationis y las
ulteriores especulaciones surgidas de éste. Además, esta obra hizo que, a partir de
aproximadamente 1280, los filósofos se familiarizaran con el Parménides mismo, hasta
entonces sólo conocido a través de referencias al pasar contenidas en obras de Aulo Gelio
y en Calcidio. Pero como la obra de Proclo, y también la versión latina del texto en ella
incluido, solo llegaban al final de la primera hipótesis, esos filósofos la interpretaron
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A partir del siglo nueve, los dos principales exponentes de las ramas cristianas latina y
griega de esta tradición indirecta, Agustín y Dionisio Areopagita, se combinan para
formar lo que se podría denominar la transformación cristiana del neoplatonismo, cuya
influencia se percibe durante toda la Edad Media, al punto de que, incluso en santo
Tomás, es lo suficientemente intensa como para servir de contrapeso a su estricto
aristotelismo. Este dato, así como la fuerte influencia de corrientes paganas y árabes,
llevó a los historiadores modernos, a creer que el platonismo medieval no era, en el fondo,
más que un forma de neoplatonismo, y que Plotino y Aristóteles fueron los verdaderos
maestros del medioevo.
Pero este es un punto de vista unilateral y engañoso, pues no toma en cuenta dos hechos.
En primer lugar, la tradición indirecta, aunque mayoritariamente neoplatónica, no lo es
en forma exclusiva. Algunos de sus componentes, por ejemplo los escritos de los
capadocios, transmiten ideas pertenecientes a una etapa mucho más temprana del
desarrollo del platonismo. Incluso, en lo que se suele llamar el neoplatonismo de Agustín,
hay elementos que se remontan, a través de Ambrosio y del Orígenes latino, a la filosofía
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alejandrina temprana, a la interpretación que Filón hace del platonismo y, vía Apuleyo, a
la escuela platónica media. Pero el ejemplo más notable de la supervivencia de una fase
más antigua del platonismo se encuentra en el comentario del Timeo que escribió
Calcidio. Esta exposición, exegésis canónica de un texto platónico, ampliamente
difundida desde los tiempos de Eriugena, reproduce en forma latina la esencia de una
exégesis griega que surge de una filosofía que, aunque en muchos aspectos conduce al
neoplatonismo, en otros es muy distinta de éste. Además, lo que se refleja en la
interpretación medieval de la cosmología platónica no es el simbolismo especulativo de
Plotino, sino la busca por parte de Posidonio y sus seguidores de una estructura armónica
del universo visible, que se encuadra en una concepción helenística del mundo.
En segundo lugar, y lo que es aún más importante, este punto de vista deja de lado la
tradición directa, que, a través de traducciones, hizo posible que al menos algunos de los
diálogos de Platón fuesen leídos sin necesidad de la intermediación de sus comentaristas.
Así, desde aproximadamente 1156, estuvieron disponibles las versiones (posteriormente
revisadas) que hizo Henrico Aristipo de Menón y Fedón completos. Esas obras tuvieron
una circulación más amplia de lo que el comparativamente pequeño número de
ejemplares sobrevivientes pueda hacer suponer. El Fedón y, en menor grado, el Menón,
fueron leídos por Roger Bacon y por los escolásticos parisinos, que, desde 1271 tuvieron
a su disposición un manuscrito del primero de estos diálogos en la biblioteca de la
Sorbona. En torno al 1300, los citan el juez paduano Jeremías de Montagnone, el
franciscano Juan de Gales, en Oxford, y Henry Bates de Malines. Posteriormente, lo
hacen el dominico Bertoldo de Moosburg y Ricardo de Bury, canciller de Eduardo III.
También aparecen extractos en distintas recopilaciones de ejemplos y dichos. Petrarca y
Coluccio Salutati los conocieron, así como el enciclopedista Domenico di Bandino, de
Florencia. En 1412, había un ejemplar en la colección de Amplonio, en Erfurt.
Sin embargo, la importancia de esas dos obras no puede ser comparada con la del Timeo.
Este diálogo o, mejor dicho, su primera parte, fue estudiado y citado durante toda la Edad
Media, y prácticamente todas las bibliotecas medievales importantes tuvieron ejemplares
de la versión de Calcidio, así como también, a veces, alguna copia del fragmento
traducido por Cicerón. Aunque estos hechos son bien conocidos, pareciera que su
importancia en la historia de las ideas no hubiese sido suficientemente comprendida por
los historiadores. El Timeo, con su intento de síntesis de la justificación religiosa
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teleológica del mundo, fue durante toda la Edad Media el punto de partida y guía de los
primeros intentos tentativos de cosmología científica. Este diálogo y la exposición de
Calcidio que lo acompaña en muchos de los manuscritos, dieron origen a una extensa
literatura de comentarios, que, en general, han sido pasados por alto, a pesar de su gran
valor para la historia de los orígenes del pensamiento científico.
El anhelo de una explicación más racional del universo encontró expresión en los intentos
de armonizar las narrativas platónica y mosaica e interpretar el relato bíblico de Genésis
a la luz de las categorías y conceptos científicos griegos, que se habían convertido en
parte del pensamiento occidental, a través, sobre todo, del Timeo latino y su comentador.
Estas tendencias culminaron, en el siglo XII, con la escuela de Chartres, que ejerció una
profunda influencia sobre los maestros de las artes de París en el siglo siguiente. El Timeo
se enseñó en esa facultad con explicaciones extraídas del comentario de Guillermo de
Conches, hasta que, aproximadamente en 1255, fue reemplazado en el programa oficial
de estudios por el corpus aristótelico. Aún así, figura ocasionalmente en manuscritos de
la universidad de fecha más tardía.
La influencia de los maestros de Chartres estuvo latente durante dos siglos antes de
revivir en las doctrinas de Nicolás de Cusa, que fue quien contribuyó, quizás más que
ningún otro pensador individual, a la formación de la llamada cosmología moderna. La
conexión entre ese filósofo renacentista, llamado “il grande platonista” por sus
contemporáneos, y los platonistas del siglo XII es un notable ejemplo de la continuidad
de la tradición platónica. A través del Cusano, algunas de sus doctrinas llegaron a
Copérnico, como lo demuestran sus notas al margen en su ejemplar del Liber de Intellectu
de Bovillo. Los adherentes a la Nova scientia (la “ciencia nueva”), al escoger a Platón
como adalid en su lucha contra el aristotelismo, recogían la posta de una tradición
platónica que nunca se perdió del todo en el mundo latino.
Pero más allá de su valor para el desarrollo de la ciencia, el Timeo y la literatura a la que
dio origen preservaron --durante los siglos en los que en la doctrina aceptada de la Iglesia
prevaleció una actitud de desprecio por el mundo visible-- el recuerdo de la apreciación
helénica de la belleza racional del universo. Lo que atrajo a los filósofos del Renacimiento
e influyó profundamente sobre su manera de concebir la cosmología fue precisamente
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esa contemplación del universo, que glorifica al cosmos con su fusión de elementos
racional-matemáticos, estéticos y religiosos.