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Artesanos del perdón,

la reconciliación y la paz
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA
Carrera 58 No. 80 - 87 - PBX:(57-1) 4 37 55 40
Bogotá D.C. - Colombia

ISBN: 978-958-663-043-6

Conferencia Episcopal de Colombia


Departamento de Liturgia, 2016
Bogotá, D.C., Colombia

Impreso por:
Pictograma Creativos S.A.S.
Tel: 300 0881 / 82
Bogotá D.C.

Hecho el depósito legal.


Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial, aun para folletos u hojas para el uso
de los fieles.
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

Contenido

Icono del Buen Samaritano_________________________________ 5


Presentación_____________________________________________ 7

«Felices los constructores de paz» (Mt 5,9)____________________ 9


La misericordia de Dios y la misericordia del hombre 11
El amor misericordioso de Dios en el conflicto colombiano 12
Las víctimas y los victimarios ante el amor misericordioso de Dios 12

1. La reconciliación es misión de la Iglesia___________________ 15

2. Icono: el Buen Samaritano (Lc 10, 25-37)___________________ 19


2.1 Reconocer: los rostros de la violencia 20
Distintas caras de un mismo rompecabezas 21
Raíces de la violencia 21
2.2 Discernir 23
Actitudes opuestas ante los rostros de la violencia 23
Actitudes positivas ante los rostros de la violencia 24
2.3 Ser testigos del evangelio de la misericordia 25

3. El camino que nos espera_______________________________ 29

4. Reconciliarnos con la naturaleza_________________________ 31

5. María icono de paz y reconciliación_______________________ 33

3
6. Criterios pastorales y compromisos de la Iglesia ____________ 35

7. Líneas de acción y compromisos de la Iglesia ______________ 37

8. Conclusión. __________________________________________ 39
La reconciliación es la creación de un nuevo ser humano 39

9. Anexos ____________________________________________ 43

1. Desarrollo temático de las líneas de acción ________________ 43


1. Crear o fortalecer las Vicarías episcopales de reconciliación 43
2. Crear observatorios de realidad 44
1. Educar para el perdón, la reconciliación y la paz 44
El efecto de almacenar las heridas 45
¿Qué no es el perdón? 46
2. Estándares para una cátedra de la paz 48
3. Generar procesos de comunicación para el perdón,
la reconciliación y la paz. 49
4. Posibilitar espacios para la dignificación de las víctimas 50

Justicia restaurativa 50
Acompañamiento a las víctimas y a los victimarios 53
5. Desarrollar procesos de paz desde los territorios 57

2. Ponencia: «Colombia es capaz de misericordia» ____________ 60


La misericordia de Dios y la misericordia del hombre 61
El amor misericordioso de Dios en el conflicto colombiano 64
Las víctimas y los victimarios ante el amor misericordioso de Dios 68

Conclusión ____________________________________________ 78

Oración por la paz de Colombia____________________________ 79

4
Icono del Buen Samaritano

E l icono (del griego eikon, «imagen») es un signo de la


presencia de Dios, y la forma más sencilla e inmedia-
ta de reconocimiento eclesial de que disponen los pueblos.
El icono permite el acceso a lo trascendente a través de los
ojos, porque son como alegorías con un lenguaje especial que
combina la imagen y el símbolo.

Los colores actúan como atributos. El color oro, luz, el


centro de la vida divina; como fondo del icono representa la
atmosfera divina para significar que la realidad humana está
sumergida en el misterio de la divinidad. El azul indica sabi-
duría y realeza, junto con el rojo cinabrio testimonian las dos
naturalezas de Cristo, hombre y Dios y el desprendimiento de
su realeza para ser signo de servicio y entrega, el rojo proyecta
el fuego del Verbo Divino (amor, sacrificio, Flp 2,5-8).

El color blanco es reflejo de la luz. Sus trazos subrayan los


retratos para significar iluminación interior, es el color que se
aplica a la túnica de Cristo en la resurrección, la Transfiguración
y en sus descensos a los infiernos y también para la túnica del
hombre, que en la parábola del Buen Samaritano, es reconocido
como víctima y a quien le es devuelta su dignidad de persona.

5
El caballo es símbolo de nobleza. Quien va a caballo se sabe
superior, pero esa superioridad nunca debe ser manifestada
ni ostentosa, y es por ello que se exige humildad al caballero,
para que siendo más fuerte sea benévolo con los derrotados,
siendo más poderoso sea caritativo con los humildes.

El verde de la naturaleza es la Nueva creación que brota de


una experiencia de regeneración espiritual fruto del camino
de perdón, reconciliación y paz, (2 Cor 5,17).

La aldea, reflejada en el fondo del Icono, es el simbolis-


mo de todas las comunidades que han sufrido la dureza del
conflicto y que esperan el anuncio alegre del Evangelio de la
Misericordia que les habilite para el perdón, la reconciliaciòn
y la paz.

6
Presentación

A rtesanos de la paz. Con este nombre se ha querido


titular o llamar todo un gran esfuerzo de la Conferen-
cia Episcopal y de la Iglesia católica en Colombia, para dar su
aporte al logro de la paz en el país. Evidentemente a nosotros
los obispos nos interesa la paz en diversos niveles, en primer
lugar, la paz del corazón, un corazón en paz es un corazón que
tiene a Dios en su interior, un corazón en paz es un corazón
que ha sido capaz de perdonar, que es capaz de reconciliarse
también con quienes ha tenido alguna dificultad.

En segundo lugar, nos preocupa la paz del hogar. Colom-


bia y algunas regiones, más que otras, tienen niveles altos de
violencia intrafamiliar, por ello, necesitamos que la familia se
manifieste como lo que es verdaderamente: un templo, una
iglesia doméstica.

En tercer lugar, nos preocupa la paz de Colombia. Nece-


sitamos aportar uniéndonos a tantos que buscan la paz, de
todas las condiciones, religiones y edades. Asimismo, a través
de nuestras parroquias, de nuestras predicaciones y de los
movimientos que hay en la Iglesia. De esta manera, estamos
seguros que podremos dar un aporte a la paz del país.

7
Todos anhelamos la paz aquí en Colombia, los caminos a
veces son diferentes, unos ven un camino y otros ven otro,
pero el objetivo final es la paz, y como la paz es don y ta-
rea, hemos de trabajar por ella y hemos de pedírsela a Dios,
porque es Él quien transforma los corazones; de corazones de
piedra a corazones llenos de misericordia, llenos de paz.

Que el Señor bendiga a Colombia, a la Iglesia católica en el


país y a todos aquellos que se esfuerzan por aportar al logro
maravilloso de la paz.

Monseñor Luis Augusto Castro


Arzobispo de Tunja
Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia

8
«Felices los constructores
de paz» (Mt 5,9)

E n la Palabra de Dios se «escucha varias veces la palabra


“paz”. Palabra profética por excelencia. Paz es el sueño
de Dios, es el proyecto de Dios para la humanidad, para la histo-
ria, con toda la creación. Y es un proyecto que encuentra siem-
pre oposición por parte del hombre y por parte del maligno.
También en nuestro tiempo, el deseo de paz y el compromiso
por construirla contrastan con el hecho de que en el mundo
existen numerosos conflictos armados. Es una especie de terce-
ra guerra mundial combatida «por partes»; y, en el contexto de
la comunicación global, se percibe un clima de guerra.

Hay quien este clima lo quiere crear y fomentar deliberada-


mente, en particular los que buscan la confrontación entre las
distintas culturas y civilizaciones, y también cuantos especulan
con las guerras para vender armas. Pero la guerra significa
niños, mujeres y ancianos en campos de refugiados; significa
desplazamientos forzados; significa casas, calles, fábricas des-
truidas; significa, sobre todo, vidas truncadas… Hoy, se eleva
una vez más el grito del pueblo de Dios y de todos los hombres
y mujeres de buena voluntad: ¡Nunca más la guerra!

Dentro de este clima de guerra, como un rayo de sol que


atraviesa las nubes, resuena la palabra de Jesús en el Evangelio:

9
“Bienaventurados los constructores de paz” (Mt 5,9). Es una
llamada siempre actual, que vale para todas las generaciones.
No dice: “Bienaventurados los predicadores de paz”: todos son
capaces de proclamarla, incluso de forma hipócrita o aun en-
gañosa. No. Dice: “Bienaventurados los constructores de paz”,
es decir, los que la hacen. Hacer la paz es un trabajo artesanal:
requiere pasión, paciencia, experiencia, tesón. Bienaventu-
rados quienes siembran paz con sus acciones cotidianas, con
actitudes y gestos de servicio, de fraternidad, de diálogo, de
misericordia. Estos, sí, “serán llamados hijos de Dios”, porque
Dios siembra paz, siempre, en todas partes; en la plenitud de
los tiempos ha sembrado en el mundo a su Hijo para que tu-
viésemos paz. Hacer la paz es un trabajo que se realiza cada
día, paso a paso, sin cansarse jamás.

Y ¿cómo se hace, cómo se construye la paz? Nos lo recuerda


el profeta Isaías: “La obra de la justicia será la paz” (32,17).
“Opus iustitiae pax”. La paz es obra de la justicia. Tampoco
aquí retrata una justicia declamada, teorizada, planificada…
sino una justicia practicada, vivida. Y el Nuevo Testamento nos
enseña que el pleno cumplimiento de la justicia es amar al pró-
jimo como a sí mismo (cf. Mt 22,39; Rm 13,9). Cuando nosotros
seguimos, con la gracia de Dios, este mandamiento, ¡cómo
cambian las cosas! ¡Porque cambiamos nosotros! Esa persona,
ese pueblo, que vemos como enemigo, en realidad tiene mi
mismo rostro, mi mismo corazón, mi misma alma. Tenemos
el mismo Padre en el cielo. Entonces, la verdadera justicia es
hacer a esa persona, a ese pueblo, lo que me gustaría que me
hiciesen a mí, a mi pueblo (cf. Mt 7,12).

San Pablo indica las actitudes necesarias para la paz: “Reves-


tíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedum-
bre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando
alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado:
haced vosotros lo mismo” (Col 3, 12-13).

10
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

Estas son las actitudes para ser “artesanos” de paz en lo co-


tidiano, allí donde vivimos. Pero no nos engañemos creyendo
que esto depende sólo de nosotros. Caeríamos en un mora-
lismo ilusorio. La paz es don de Dios, no en sentido mágico,
sino porque Él, con su Espíritu, puede imprimir estas actitudes
en nuestros corazones y en nuestra carne, y hacer de nosotros
verdaderos instrumentos de su paz. Y, profundizando más
todavía, el Apóstol dice que la paz es don de Dios porque es
fruto de su reconciliación con nosotros. Sólo si se deja reconci-
liar con Dios, el hombre puede llegar a ser constructor de paz»
(Papa Francisco, Sarajevo, Junio 6 de 2015).

La misericordia de Dios y la misericordia del hombre1

Ser creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) significa


que el ser humano lleva en su ser una capacidad innata, ina-
lienable, que lo hace capaz de entrar en relación con el mismo
Dios. La relación a la que está llamado el ser humano con su
creador es una relación de amor.

A partir del momento del pecado del hombre y de sus con-


secuencias nefastas, el amor de Dios se hace misericordia. Es
decir, es un amor que nace del corazón de Dios que asume la
miseria de su creatura amada; que se compadece de ella; que
repara su culpa; sana sus heridas y perdona sus pecados; es un
amor que busca la rehabilitación, la transformación, la vivifica-
ción de la creatura rebelde pero amada; es un amor salvador.

Unidos al Señor en su muerte y resurrección por la fe, re-


cibimos también la capacidad de amar, no sólo recuperamos
nuestra inicial capacidad de entrar en relación de amor con
Dios y con los demás, sino que nuestro amor se hace también

1 Cfr. Ponencia: «Colombia es capaz de Misericordia». Cardenal Rubén Salazar Gómez, 2014 (Anexo I)

11
el mismo amor de Cristo y adquiere los rasgos de su amor mi-
sericordioso (Flp 2,5). En Cristo, somos capaces de misericordia.

El amor misericordioso de Dios en el conflicto colombiano

La afirmación contundente, Dios nos ama con amor mise-


ricordioso y nos hace capaces de amarnos los unos a los otros
con ese mismo amor, parece ser desmentida por la realidad
que hemos vivido y que vivimos actualmente en nuestra Patria.

Dios nos ha hecho libres y porque respeta profundamente


nuestra libertad, Él quiere que aceptemos también libremente
su amor misericordioso. Él tampoco nos obliga a abrir nuestro
corazón a su amor para recibir su misericordia. Él quiere que
hagamos un proceso a fondo de apertura a Él, a su designio
de salvación, a su amor. Él ofrece, y a nosotros nos correspon-
de decidir si recibimos o no esa dádiva de amor.

Las víctimas y los victimarios ante el amor misericordioso


de Dios

Para abordar el tema de la misericordia desde las víctimas,


debemos mirar a Cristo como víctima, ya que en él Dios qui-
so hacerse víctima para que todos los martirizados pudieran
descubrir el sentido profundo de su dolor y pudieran transfor-
marlo con la fuerza de la resurrección.

La misericordia en la víctima se llama perdón, y el perdón


sana en primer lugar a quien lo otorga; lo libera de las ata-
duras a las que condena el sufrimiento sin sentido; le quita al
victimario el poder de conservar encadenada sicológicamente
a su víctima; y, sobre todo, le entrega a Dios, con humildad, la
suerte del opresor.

12
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

Si el hombre es capaz de Dios, el hombre es capaz de amor.


Y si es capaz de amor, es capaz de misericordia que en la vícti-
ma adquiere el precioso nombre de perdón. Mirando a Cristo,
uniéndome profundamente a Él, puedo como víctima donar
mi dolor. Es decir, ofrecerlo, como Cristo lo ofreció por la sal-
vación del mundo, incluso por mis verdugos.

Si queremos la paz, es necesario que la justicia adquiera


principalmente los rasgos de la justicia restauradora; que la
justicia no caiga en el «summum jus, summa injuria», sino que
se abra a contemplar otras posibilidades de reparación que
permitan que el castigo se convierta en instrumento de cons-
trucción de la paz.

13
1. La reconciliación es misión
de la Iglesia

L a Iglesia es ante todo una comunidad memoria. No


incurre en el olvido propiciado por los poderosos res-
pecto a los vulnerables y los pobres: olvidar sus sufrimientos,
borrar sus memorias de lo que se les ha hecho, actuar como si
nunca se haya cometido una mala acción. La Iglesia como co-
munidad memoria crea los espacios seguros en que se puede
hablar alto de las memorias, y empezar el difícil y largo pro-
ceso de superar la legítima ira que, si se deja sofocada, puede
envenenar todas las posibilidades de futuro. En espacios segu-
ros, la confianza que ha sido disuelta, la dignidad que ha sido
negada y arrebatada, tienen posibilidades de renacer. Una
comunidad memoria cuida también de la memoria frente a las
mentiras distorsionadoras que sirven los intereses del malvado
a expensas de la víctima.

La Iglesia es ante todo una memoria de esperanza. Vivir en


la memoria de lo que Cristo ha vivido — sufrimiento y muer-
te, pero no olvidado sino elevado por Dios — es la fuente de
nuestra esperanza (Rm 5,5). La esperanza nos permite man-
tener viva la visión de un mundo reconciliado, arraigado en
la memoria de lo que Dios ha hecho en Jesucristo. Pablo lo
expresa bien cuando escribe a los Corintios:

15
Pero llevamos este tesoro en vasos de barro, para que
aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de
Dios y que no viene de nosotros. Atribulados en todo, mas
no aplastados; perplejos, mas no desesperados; persegui-
dos, mas no abandonados: derribados, mas no aniquilados;
llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el
morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestro cuerpo (2 Cor 4:7,10).

Encarnar el ministerio de la reconciliación es propio de la


misión de la Iglesia que sana y cura. «Es verdad: ¡cuántos heri-
dos hay! ¡Cuánta gente necesita que sus heridas sean curadas!
Ésta es la misión de la Iglesia: curar las heridas del corazón,
abrir puertas, liberar, decir que Dios es bueno, que Dios per-
dona todo, que Dios es Padre, que Dios es tierno, que Dios nos
espera siempre» (Papa Francisco 2 de mayo de 2015).

En consecuencia:

• La reconciliación es central a la vocación cristiana y es


fundamental en la misión de la Iglesia en el mundo.
• El ministerio de reconciliación con Dios, y de unos con
otros, no conoce fronteras.
• En la cruz todas las palabras y acciones se revelan como
expresión de la reconciliación final llevada a cabo por el
Señor crucificado y resucitado, que hace nueva la obra
de la creación cuando todas las relaciones sean justas en
Dios (2 Cor 5,16-20; Ef 2,16).
• Las profundas heridas de la violencia requieren que la
Iglesia en Colombia, como «hospital de campaña», defi-
na unas líneas comunes de acción pastoral que nos con-
duzcan a consolidar una «cultura de paz».

16
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

• ¡Sanar los corazones afligidos y vendar sus heridas! (cfr.


Salmo 147), será el aporte insustituible de la Iglesia cató-
lica a la paz en Colombia.
• La Iglesia está llamada a ser solidaria con aquellos que
sufren, con esto contribuimos a restablecer las relaciones
que han sido rotas. El perdón nos lleva al corazón de la
reconciliación que Dios quiere de nosotros.

17
2. Icono: el Buen Samaritano
(Lc 10, 25-37)

S e desarrollará esta propuesta de perdón, reconciliación


y paz a partir de la imagen y enseñanzas del Buen Sa-
maritano, el cual revela la actitud de diversos miembros de
la sociedad. En este relato sobresale la presencia compasiva y
misericordiosa del Señor en la persona del Buen Samaritano,
que se preocupa y se desgasta por todos sin medida y desin-
teresadamente, para construir una auténtica civilización del
perdón y el amor.

En la Parábola del Buen Samaritano, Jesucristo plantea un


camino de sanación a través de una «espiritualidad de paz y
comunión». Para ser sanados se requiere:

Reconocer: comprender el dolor que causan las heridas


que aquejan a nuestro pueblo y que pueden ser sanadas por
la gracia de Dios y el servicio de la Iglesia.

Discernir: cuáles son los principios que deben guiar


nuestra acción de sanación para responder adecuadamente a
los desafíos que la realidad nos presenta.

Ser testigos del evangelio de la misericordia: asumiendo


el generoso compromiso de ser discípulos misioneros del Señor.

19
2.1 Reconocer: los rostros de la violencia

«Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en una


emboscada de bandidos que lo despojaron y después de apa-
learlo lo dejaron medio muerto (…)» (Lc 10, 30).

Al lado de la violencia visible hay dos menos visibles:

• Violencia estructural:
–– Pobreza extrema e inequidad profunda.
–– Ausencia de garantías para el ejercicio de la ciuda-
danía.
–– Ausencia de condiciones para el desarrollo humano
integral.

• Violencia cultural:
–– La sociedad colombiana ha interiorizado la violencia
y ha permanecido indiferente frente al sufrimiento
de un porcentaje tan alto de víctimas.
–– Una cultura que ha legitimado la violencia y que ha
hecho que no exista un compromiso efectivo con las
víctimas de las atrocidades y se empeña en cerrar las
alternativas para la conversión de los victimarios.
–– Algunos símbolos y discursos han desarrollado una
ideología cuyo resultado ha sido impedir que se le-
vanten voces críticas frente a la violencia directa o
a la violencia estructural o que se puedan expresar
quienes proponen una sociedad acorde con los valo-
res del Evangelio.

• Violencia digital: bullying, acoso, sexting, entendido


como costumbre cada vez más extendida entre los adul-

20
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

tos jóvenes de enviar mensajes o fotografías sexualmen-


te explícitas mediante los teléfonos móviles.

Distintas caras de un mismo rompecabezas

–– La violencia de los grupos alzados en armas que lu-


chan abiertamente contra el Estado desde diversas
ideologías o motivaciones.
–– El desplazamiento forzado.
–– La violencia contra las mujeres.
–– El sistema educativo, el cual ha jugado un rol impor-
tante sea en la construcción de la paz o en la perpe-
tuación de la violencia cultural.
–– La corrupción, que se catapulta como una de las for-
mas de violencia social más agresivas que afectan la
paz y el desarrollo de manera directa.

La historia del país ha estado atravesada por distintas for-


mas de violencia, vinculadas en una porción significativa a la
confrontación entre grupos armados por el control territorial
y poblacional. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la
violencia muestra otro rostro menos mediático, pero igual de
preocupante: el mapa de la violencia general abarca distintos
escenarios que se mueven entre la violencia interpersonal e
intrafamiliar, hasta una red con múltiples caras que se entrela-
zan y retroalimentan.

Raíces de la violencia

Raíces espirituales. La violencia tiene su origen más pro-


fundo cuando el hombre se aparta de Dios, cuando el corazón

21
humano busca sus fines lejos de Dios hiriendo, abusando, do-
minando, destruyendo y ultrajando.

Raíces en la subjetividad. La agresividad irracional se


manifiesta en intolerancia y el desconocimiento de la digni-
dad humana propia o ajena. Las micro-violencias están en la
raíz de las violencias mayores.

Raíces objetivas. La condiciones de exclusión, discrimi-


nación y marginación personal y grupal e incluso regional
crean condiciones de frustración y truncan los planes de vida
personales y grupales.

Ausencia de pensamiento crítico. Medios que exaltan


actitudes y comportamientos que representan modelos de re-
laciones no pacíficas. Este sistema cumple la tarea de legitimar
la violencia.

La ausencia del Estado. No hay presencia de este con


servicios y una forma creíble de tramitar los conflictos. Un apa-
rato de justicia débil y corrupto fomenta el deseo de tomar
venganza por mano propia.

Raíces estructurales. En el conjunto de valores y normas


se insertan factores generadores de violencia por la negación
de las necesidades humanas.

El mal uso de la libertad y el alejamiento de Dios producen


en el hombre una cuádruple ruptura:

• El hombre vive la ruptura con Dios, expresada en el mie-


do y el alejamiento;
• vive también la ruptura consigo mismo, que se manifies-
ta en la rebelión y en los desequilibrios producidos al
interior del hombre;

22
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

• se origina la ruptura con los otros seres humanos, la que


se hace visible en las nuevas relaciones de conflicto; y por
último,
• se da la ruptura con la creación; el universo visible se
hace para el hombre extraño y hostil (Gn 3,17.19).
La salvación ofrecida por Dios y realizada por su Hijo, apa-
rece como acción de reconciliación que sana estas rupturas
(C.I.C. 399, 400).

2.2 Discernir

«Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y,


al verlo, se desvió y pasó de largo. De igual modo, un Levita
que pasaba por aquel sitio, al verlo, se desvió y pasó de largo
(…)» (Lc 10, 31-32). Este camino se llamaba «el camino de la
sangre». Son 27 kilómetros, que más que un espacio físico que
divide dos poblaciones, representa dos actitudes opuestas:

Los que pasan de largo, y los que interrumpen su camino


para ocuparse de las víctimas. Estos últimos se hacen respon-
sables del dolor y lo asumen como propio.

Actitudes opuestas ante los rostros de la violencia

• La indiferencia: Las relaciones humanas caen en una red


cada vez más rígida, anónima, lejana, extraña, incapaz
de identificar rostros, en su lugar sólo hay cálculos, mon-
tos, cuantías.
• La desconfianza: Cualquier cercanía con «el otro», es
percibido como amenaza o invasión; nace así la tenden-
cia a encerrarnos en nosotros mismos, a desconfiar de

23
los demás, a rechazar consciente o inconscientemente la
apertura y la disponibilidad.
• Escapismo: surge la tendencia a delegar en otros las
propias responsabilidades. La negativa a asumir nuestra
propia misión rompe drásticamente la comunión con los
hermanos y nos niega el acceso a aquellos que Cristo ha
llamado dichosos (Mt 5, 3-12).

Actitudes positivas ante los rostros de la violencia

«Pero un Samaritano que iba de viaje, al llegar junto al él y


verlo, tuvo compasión (…)» (Lc. 10, 33).

• Solidaridad
Es necesaria una actitud de solidaridad, alimentada por
una visión clara y una práctica generosa de la comunión y de
la pertenencia eclesial. Así mismo es necesario crecer en una
relación de la vida y la fe de la Iglesia con la realidad social
y política del país, para incidir en la sociedad con la luz y la
fuerza del Evangelio.

La pasión por la reconciliación y la paz, están estrechamente


unidas a la pasión por la verdad, el encuentro y la fraternidad.
El Samaritano sintió que se conmovieron sus entrañas, se trata
de una experiencia intensa, que le abrió los ojos para recono-
cer al otro, para hacerse prójimo. Dios despierta en nosotros
entrañas de misericordia y nos ayuda a reconocer los caminos
escondidos por los cuales se abren ante nosotros el perdón, la
reconciliación y la paz.

• Fraternidad
Sobre el fondo del amor a Dios se funda el amor al prójimo,
(1 Jn 4,20), bajo una clave antropológica: cada persona es mi

24
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

hermano, ello le da plenitud a la dimensión cristológica de


los discípulos misioneros llamados a amarse como Cristo los
ha amado y hace visible de una manera especial la dimensión
eclesiológica del amor de los discípulos en la comunidad, que
se hace profecía en un mundo lleno de odio y violencia.

Así, la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu y su aconte-


cer en el ser humano por la aceptación libre de Él se convierte
en el fundamento de la comunión y fraternidad universal.

• Perdón
Jesús enseñó a sus discípulos el perdón, y quiso que su Igle-
sia fuera signo e instrumento de su designio de reconciliación,
haciéndola sacramento «de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano» (LG, 1). En virtud de esta
misión, el ministerio apostólico es «ministerio de la reconci-
liación» (cfr. 2 Co 5, 18-20), y todo bautizado debe sentirse
«ministro de la reconciliación», ya que, reconciliado con Dios y
con los hermanos, está llamado a construir la paz con la fuerza
de la verdad, la justicia y el amor.

2.3 Ser testigos del evangelio de la misericordia

«El Samaritano, acercándose, vendó sus heridas, echando


en ellas aceite y vino; luego lo montó sobre su propia cabal-
gadura, lo llevó a una posada y cuidó de él (…)» (Lc 10, 34).
«La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la
Iglesia (…) la credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino
del amor misericordioso y compasivo» (MV 10).

El texto nos ofrece las siguientes acciones concretas:

«Se acerca»: acercarnos a las víctimas y a los victimarios


implica disposición a escucrharlos, creatividad para tomarlos

25
de la mano y ayudarlos a pasar de su condición de víctimas a
la de sobrevivientes y de su realidad de victimarios a repara-
dores del sufrimiento de sus víctimas, de forma adecuada a las
diferentes circunstancias de cada una de ellas. No podemos
olvidar que la reconciliación genera y alimenta sentimientos
de generosidad y compasión, que deben tener un lugar en las
diferentes orillas, para romper con el espiral de la violencia y
alcanzar la reconstrucción de las relaciones personales.

La vivencia de la reconciliación nos aleja de la indiferencia,


no hay razones para sentirnos excluidos del dolor que los con-
flictos dejan en la vida de las personas, de las comunidades y
de la sociedad. En la propuesta de la parábola, amar significa,
cortar distancias, favorecer el encuentro. La sociedad frente
a la realidad de las víctimas debe salir de si e ir al encuentro
de quienes han sufrido las consecuencias de la injusticia social
y deben experimentar los mejores momentos de la profecía
de Oseas «Mi corazón se agita dentro de mí, se estremece de
compasión» (11,8).

«Vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino (…)» (Lc.


10, 34): los elementos del aceite, el trigo y el vino, son los
alimentos esenciales con que Dios sacia a su pueblo fiel (Dt
11,14). El aceite aparece como una bendición divina (Dt 7,13) y
su abundancia es signo de salvación y de felicidad escatológica
(Os 2,24); el aceite es también un ungüento que perfuma el
cuerpo (Amos 6,6), fortifica los miembros (Ex 16,9) y suaviza las
llagas (Is 1,6); finalmente es fuente de luz, (Ex 27,20; Mt 25,3-8).

En consecuencia, el aceite es símbolo del amor, de la amis-


tad y de la dicha de la unión fraternal (Sal 133,2), es símbolo
de alegría. La acción de curar las heridas de la víctima en el
contexto espiritual y material, indistintamente de su origen,
es decirle yo soy instrumento de la inmensa y paternal caridad
con la que Dios te ama.

26
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

La víctima y el victimario por caminos distintos deben llegar


a un puerto común: Jesucristo «príncipe de paz» (Flp 2,14) y
alimentados con el Pan de la Eucaristía (Juan 6,35) ser cons-
tructores de una sociedad reconciliada capaz de vivir en paz.
Curar las heridas de las víctimas hoy, es una oportunidad para
actualizar el memorial del sacrificio de Cristo que es fuente de
salvación y de gozo eterno (1 Cor 11,25).

«Lo montó sobre su propia cabalgadura (…)» (Lc. 10, 34):


amar es ofrecer nuestro propio puesto, saliendo de nuestra
comodidad, y ponerse en el lugar del otro; asumir la posición
del que sirve. La ayuda al hermano implica cederle nuestro
lugar, esto indica un compromiso de fondo: amar es saber
ofrecer nuestro propio puesto, saliendo de nuestra comodi-
dad, y ponerse en el lugar del otro. Es así como uno se hace
prójimo: con hechos concretos, no sólo con palabras. Se trata
de «hechos» que le duelen al que los hace. Llevarlo en su ca-
balgadura significa que lo acompañó en el momento y previó
el después hasta que la víctima se redime y vive la experiencia
de ser reconocido en su ser y dignidad. Jesús dice claramente
que en la práctica del mandato del amor lo que importa es el
«hacer»: «Haz tú lo mismo». Este «hacer» es la «práctica de la
misericordia» (10,36).

27
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

3. El camino que nos espera

« Lo trasladó a una posada (…)» (Lc 10, 34): la acción


evangelizadora exige intervenciones diversificadas y
sólidamente articuladas. Este es el fundamento de la pastoral
social de la Iglesia, encarnar el sentimiento compasivo, la mi-
sericordia entrañable que la ha de llevar a correr el riesgo y a
asumir las consecuencias del acompañamiento; por encima de
cualquier consideración de seguridad personal está la necesi-
dad del sufriente, del ultrajado, del que padece, de la víctima,
incluso del victimario que por sus acciones equivocadas suscita
sentimientos de venganza y pone en peligro su propia vida.

«Cuida de él y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuel-


ta» (Lc 10, 35): los procesos de Nueva Evangelización que se
adelantan en las Iglesias particulares, deben despertar en los
fieles el verdadero sentido de ser prójimo, de dejarse mover
por entrañas de misericordia y hacerse responsables del otro.
El misionero de la reconciliación que sale al encuentro es quien
asume su situación, quien está dispuesto a pagarlo todo, a
asumir todo el costo de su compasión y de su misericordia.

En este contexto se entronca la espiritualidad del perdón,


la reconciliación y la paz, aspecto fundamental de la espiritua-
lidad de comunión.

29
• La coyuntura política, social y cultural del país, es un mo-
mento privilegiado para fortalecer los valores cristianos
y anunciar la salvación de cada uno de los colombianos.
• Debemos comprometernos en la generación de una cul-
tura de la vida, la dignidad, la justicia, el encuentro y el
perdón como elementos indispensables para reconstruir
el entramado social y político del país.
• La reconstrucción del entramado social exige una pers-
pectiva ética. La ética del valor de la vida, la ética de la
inclusión, la ética del respeto a la dignidad de cada per-
sona, la ética en las estructuras organizacionales, la ética
de la misericordia y del perdón.
• Reconocer en el otro una voz que necesita ser escucha-
da; si parto de que el otro es enemigo, difícilmente voy a
establecer con él canales de diálogo y mucho menos de
comunión.
• La cultura del encuentro, del diálogo, de la oración por
quien nos causa mal, el perdón, el vencer el mal con la
fuerza del bien es el camino para la paz.
• Proyectar una pastoral diocesana donde la familia cris-
tiana pueda vivir la alegría de ser santuario de la vida,
de tal manera que de ella brote la paz para toda la fami-
lia humana, (S.S. Juan Pablo II, mensaje para la jornada
mundial de la paz de 1994).

30
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

4. Reconciliarnos con la
naturaleza

T rabajar en la construcción de un mundo reconciliado y


en paz, es pensar también en la importancia que tiene
la naturaleza, poder considerarla como parte de nuestra vida.
En esa línea, el papa Francisco en la encíclica Laudato Si, nos
invita a reflexionar sobre la relación del hombre con la natu-
raleza, pues no es suficiente con ser simplemente administra-
dores, sino que es necesario tener una proximidad hacia ella,
cuidándola y protegiéndola: «Nuestra casa común es también
como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y
como una madre bella que nos acoge entre sus brazos» (Lau-
dato Si, No. 1).

Frente al deterioro de la casa común, es importante recono-


cer, que hemos crecido pesando que éramos sus propietarios
y dominadores, autorizados para hacer con ella lo que que-
ramos, pero cada vez nos damos cuenta que ella necesita de
cuidado, de lo contrario las próximas generaciones, no podrán
gozar de ese regalo maravilloso dado por el creador.

El cristiano está llamado a trabajar por un desarrollo inte-


gral, amigable con el medio ambiente, a cambiar sus estilos de
vida, de producción y de consumo, con el fin de no contribuir
en la destrucción del mundo y del calentamiento global.

31
Por eso, frente a esta problemática, el cristiano debe ser
consciente de la realidad en donde vive y poder adquirir unos
compromisos que contribuyan al cuidado del medio ambiente
o de la casa común2:

1. Una conversión ecológica: la espiritualidad dejada por


San Francisco de Asís, ya que para tener una sana re-
lación con lo creado, es importante la conversión inte-
gra de la persona, una buena relación con Dios, con los
otros, consigo misma y con la naturaleza.
2. Llamados a vivir el gozo y la paz: la alegría del evangelio
debe llevar al cristiano a tener calidad de vida y bienestar
para todos, pues los recursos han sido dados para todos.
3. El amor civil y político: el cristiano está llamado a cuidar
de la naturaleza con un estilo de vida propio, capaz de
convivir con los otros en comunión, en donde tenga la
capacidad de vivir con gozo en el amor de Dios.
4. Los signos sacramentales y el descanso celebrativo: de
esta manera, los sacramentos son un modo privilegia-
do de como la naturaleza es asumida por Dios y lleva al
hombre a vivir los sobrenatural.

2 Papa Francisco. Carta encíclica Laudato Si, Sobre el cuidado de la creación. Capítulo VI.
Vaticano 2015.

32
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

5. María icono de paz y


reconciliación

M aría por excelencia ha sido quien de manera privilegia-


da, a lo largo de su existencia, pudo comprender en
lo profundo de su corazón la presencia misericordiosa del Dios
hecho hombre, quien por medio de acciones y palabras daba fe
a muchos que estaban sumidos en la desesperanza y el dolor.

María portó consigo a quien es la fuente de la misericordia,


el perdón y la paz, de ahí que sea considerada imagen de la
Iglesia creyente y discípula. En María podemos contemplar
también a quienes han sido víctimas de la violencia en todas
sus formas, porque Ella padeció la persecución, el escarnio pú-
blico y los sufrimientos proporcionados a Cristo sin perder su
confianza en Dios, ni cultivar odios en su corazón. Asimismo, es
sobreviviente porque a pesar del dolor que le causaron tantas
injusticias, Ella supo levantarse con el Hijo para enseñarnos lo
que significa el camino del perdón, la reconciliación y el amor.

A propósito de esta imagen de la Madre de Dios, testigo


de la misericordia, recordamos que «al pie de la cruz, María
junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras
de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo
ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde
puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la

33
misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a
todos sin excluir a ninguno» (Misericordiae Vultus, 24).

Mostrar a María como modelo de perdón en medio de


nuestra patria golpeada por todo tipo de actos de injusticia,
dolor y barbarie a causa del egoísmo y el odio, puede ser de
gran ayuda para que cada colombiano aprehenda a desarmar
el corazón, busque nuevos caminos que favorezcan la fraterni-
dad, la reconciliación y la paz, deje atrás los rencores y deseos
de venganza y así posibilite alcanzar del mismo Señor, la uni-
dad interior y la armonía exterior.

Por ello, es oportuno en este proceso de reconstrucción


nacional, suscitar desde el icono de la Virgen de la piedad, la
imagen del perdón y de la paz que anime y sostenga de ma-
nera especial a las víctimas de los diversos conflictos internos
que ha vivido el país.

34
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

6. Criterios pastorales y
compromisos de la Iglesia

1.
L a pastoral para el perdón, la paz y la reconciliación es
parte integrante y prioritaria de la acción evangeli-
zadora de la Iglesia en Colombia. Requiere, por tanto, de
agentes, estructuras y medios adecuados para favorecer
su integración en la pastoral de conjunto de las jurisdic-
ciones eclesiásticas y en los proyectos de reconciliación y
paz desarrollados por las autoridades civiles (a nivel na-
cional y local), por la comunidad internacional, la acade-
mia y las diversas organizaciones de la sociedad civil.
2. La pastoral para el perdón, la paz y la reconciliación ha
de partir de un análisis serio y objetivo de la realidad na-
cional y local -de las causas estructurales de la violencia y
de sus diversas manifestaciones- con el fin de responder,
progresiva, integral y eficazmente, a los desafíos que di-
cha realidad presenta hoy a la Iglesia y a la sociedad.
3. Desde la perspectiva pastoral es imposible pensar la paz
desligada de las regiones, así nos lo enseña el libro del
Génesis con la historia de Caín y Abel, una historia de
violencia pero sobre todo una historia de cómo la paz es
una construcción permanente en cada región, una his-
toria que simboliza las luchas de apropiación de la tierra
y de sus bienes, del reconocimiento y la transformación

35
de la realidad. Construir la paz desde los territorios, sig-
nifica hacerlo desde las relaciones cotidianas con la na-
turaleza, con la comunidad a la que se pertenece, con
las demás comunidades y con la organización política y
comunitaria que regula las relaciones sociales. La cultura
y la espiritualidad de un pueblo, ligadas a su forma de vi-
vir y de pertenecer o apropiarse de un territorio, marcan
la forma como se transforman en él los conflictos.
4. Es necesario incorporar, en la formación y en el acompa-
ñamiento de los agentes pastorales y de los fieles laicos,
una mayor atención al análisis de las realidades políticas
y sociales de su entorno cultural, económico, político y
social, favoreciendo el sentido de responsabilidad, parti-
cipación y compromiso de los bautizados en la construc-
ción de la justicia y de la paz evitando una fe espiritualis-
ta y desencarnada. El renovado estudio y divulgación de
la Doctrina Social de la Iglesia adquiere, en ese contexto,
una particular urgencia.
5. Frente a la «anticultura de la violencia», la Iglesia en Co-
lombia ha de favorecer una cultura del perdón, la paz y
la reconciliación impulsando la asimilación de comporta-
mientos, convicciones y actitudes de paz, diálogo, respe-
to y fraternidad. Es necesario priorizar, en ese contexto,
la pastoral familiar, la pastoral educativa y de la comu-
nicación, como ámbitos privilegiados de formación en
valores éticos y morales.
6. La sanación de las heridas que la violencia ha dejado en
el corazón de los colombianos es tarea prioritaria para la
Iglesia en Colombia. Es por ello necesario favorecer un
mayor acompañamiento a las víctimas y a los agentes de
la violencia para que puedan recuperar su dignidad herida.
Privilegiar la experiencia sacramental del perdón y la recon-
ciliación, así como las palabras y los gestos de fraternidad.

36
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

7. Líneas de acción y
compromisos de la Iglesia

1.
C rear o fortalecer las Vicarías episcopales de reconci-
liación en cada una de las jurisdicciones eclesiásticas
con el fin de impulsar la pastoral de la reconciliación y
la paz en las iglesias locales. La Vicaría es un llamado
profético que convoca a los cristianos a lanzar iniciativas
compartidas para la construcción de una sociedad recon-
ciliada, en paz, incluyente y con justicia social.
2. Crear observatorios de realidad, en la Conferencia Epis-
copal y en las provincias eclesiásticas, con el fin de hacer
seguimiento a las diversas manifestaciones de violencia,
elaborar un diagnóstico de las causas y proponer accio-
nes pastorales que contribuyan a una integral solución.
3. Educar para el perdón, la reconciliación y la paz. Elaborar
insumos y favorecer espacios formativos para los presbi-
terios, la vida consagrada y para los fieles laicos sobre
temas relacionados con la realidad política, económica,
cultural y social del país, con especial énfasis en los de-
rechos humanos, la democracia participativa, la pastoral
del perdón, la reconciliación y la paz, desde la perspec-
tiva del Magisterio y de la Doctrina Social de la Iglesia.
4. Elaborar estándares de educación para la paz, el perdón
y la reconciliación con criterios pedagógicos y diferencia-

37
les, dirigidos a escuelas, colegios y universidades, cáte-
dra de la paz.
5. Generar procesos y espacios de comunicación para el
perdón, la reconciliación y la paz. Elaborar insumos de
formación en nuevos procesos comunicacionales que
favorezcan un lenguaje de paz, perdón y reconciliación
en los medios de comunicación eclesiales y comunitarios
(escritos, radio, televisión y TIC).
6. Posibilitar espacios para la dignificación de las víctimas.
Potenciar los espacios para el acompañamiento y la dig-
nificación de las víctimas y de los victimarios a través de
la escucha de sus experiencias, acciones simbólicas e im-
plicación ciudadana en los procesos de reparación inte-
gral y de reintegración a la vida civil.
7. Desarrollar procesos de paz desde las regiones. Favore-
cer, a nivel regional y local, espacios de encuentro y de
diálogo de la Iglesia, la sociedad civil y las autoridades
políticas, para generar acciones articuladas de perdón,
reconciliación y paz.

38
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

8. Conclusión.

La reconciliación es la creación de un nuevo ser humano

« Porque Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pue-


blos en uno solo, derribando el muro de enemistad que
los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus
mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos
un solo hombre nuevo en su propia persona, restableciendo
la paz» (Ef 2,14-15).

Las transformaciones pasan por la manera como vemos y


aceptamos a quienes han participado en los diferentes conflic-
tos y a quienes han sufrido las atrocidades.

La reconciliación es un proceso que requiere tiempo y que


se da a lo largo de una serie de transformaciones en todos los
niveles.

Una primera transformación profunda es «purificar la me-


moria», descargar de odio y deseo de venganza el recuerdo
de la historia para hacer que esa memoria cumpla un papel
positivo y proactivo en la construcción de la nueva sociedad.
La reconciliación exige esfuerzos para aprender a lidiar con el
pasado y con los sentimientos negativos en una forma cons-
tructiva y no destructiva.

39
Por otro lado, en este mismo nivel la reconciliación pasa por
el arrepentimiento y la petición de perdón por parte de quienes
han cometido violencia o atrocidades y su compromiso de que
esos hechos no se repetirán. Pedir y ofrecer el perdón son parte
de la dinámica que lleva a un cambio profundo en las relaciones
entre víctimas y agresores y de esta manera es una dinámica
que crea un nuevo ser humano en ambas orillas del conflicto.
Nos volvemos nueva creatura en la medida en que recuperamos
la dignidad y reconocemos la de los demás sin distinciones.

En una segunda transformación están «los cambios en la


forma como resolvemos nuestras diferencias». Se trata de
crear una mentalidad y una cultura del diálogo, del encuentro
y de la palabra capaz de restaurar las relaciones, de esta ma-
nera nos convertimos en «embajadores» de la reconciliación
(2 Cor. 5, 18b).

En tercer lugar, para llevar a cabo el proyecto de la reconcilia-


ción se requieren «cambios en las relaciones familiares y comu-
nitarias» desde las cuales se reconstruya el tejido de relaciones
en la verdad, el respeto y el amor. La reconciliación se construye
«desde abajo», desde las transformaciones cotidianas, desde el
encuentro personal con quienes son cercanos pero sobre todo
con quienes consideramos lejanos. La familia está llamada a ser
«escuela de paz» y la comunidad cercana a ser el terreno en el
cual se ejerce la participación y se transforman los conflictos.

En cuarto lugar, la transformación a la que llama la reconcilia-


ción es fundamentalmente «transformación de los conflictos»,
para que no degeneren en violencia sino que sean la ocasión
para ejercer el diálogo, el reconocimiento y la acción colectiva
que construye sociedad. Esta perspectiva anima la construcción
de la «casa común», a asumir una forma de ver nuestra relación
con la creación que no sea destructiva, una relación con los de-
más grupos y comunidades en términos de fraternidad.

40
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

Hay una quinta forma de transformación que es fundamen-


tal, se trata de la «restauración de los derechos humanos, el
fortalecimiento de la participación en la vida de la democra-
cia, la construcción de un modelo de sociedad mayormente
fundamentado en la justicia y en el reconocimiento de la
dignidad humana». En este contexto la justicia juega un pa-
pel muy importante cuando se enfoca en la restitución de la
dignidad de quienes han sufrido las atrocidades, una justicia
en función de la creación de un nuevo tipo de ser humano. La
reparación es un paso muy importante para garantizar que se
dan las condiciones, para que pueda surgir un nuevo ser hu-
mano después de los conflictos y al lado de esto hay un factor
cultural muy significativo que es el propiciar el que haya otras
formas de narrar la historia, los acontecimientos, en la que se
reconozca el sufrimiento y el proceso que ha dado origen a
estas transformaciones.

La reconciliación conduce, como se ha dicho, a un proceso


de creación de un nuevo tipo de ser humano en medio de
cambios personales, relacionales, estructurales y culturales.

Trabajar por el perdón, la reconciliación y ser artesanos


de la paz, tiene un profundo sentido transformador, es cola-
boración en la obra de Dios que crea una nueva humanidad
reconciliada y en paz; y permite construir una paz sostenible
en un marco de garantía y respeto por los derechos de todos.

Ser artesanos del perdón, la reconciliación y la paz es


proclamar que «solamente el respeto por la vida puede ser
la base y la garantía de los bienes esenciales y más preciados
de la sociedad, como la democracia y la paz. No puede haber
democracia verdadera sin el reconocimiento de la dignidad de
cada persona y sin el respeto de sus derechos. Tampoco puede
haber paz verdadera a menos que la vida sea promovida y de-
fendida» (Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium vitae, 101).

41
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

9. Anexos

1. Desarrollo temático de las líneas de acción

1. Crear o fortalecer las Vicarías episcopales de reconciliación

L a Vicaría para la Reconciliación es la Iglesia y concre-


tamente la Iglesia particular, que desde el mandato
Divino, busca acompañar y sanar las heridas «con aceite y
vino» de todos los actores del conflicto social y armado, a la
vez que los compromete a la reconstrucción del tejido social,
para alcanzar la paz verdadera.

Es un espacio institucional de las jurisdicciones para el tra-


bajo pastoral por el perdón, la reconciliación, la reparación, la
convivencia y la paz.

Es también una Red Social que busca hacer del perdón y la


reconciliación un proceso de rectificación que llegue a cada
individuo, a la familia, al ambiente educativo, a las esferas
públicas y en general al universo de la sociedad.

En síntesis, la vicaría para la reconciliación es la Iglesia que


se abre y sale al encuentro para que el mundo encuentre en
ella un espacio y un llamado permanente del Señor al diálogo,
al perdón, la reconciliación y la paz3.

3 Cfr. Arquidiócesis de Cali.

43
2. Crear observatorios de realidad

En la Conferencia Episcopal y en las provincias eclesiásticas,


con el fin de hacer seguimiento a las diversas manifestaciones
de violencia, elaborar un diagnóstico de las causas y proponer
acciones pastorales que contribuyan a una integral solución.
Aquí tiene un espacio privilegiado los ámbitos académicos
para desarrollar este proceso.

1. Educar para el perdón, la reconciliación y la paz

Son muchos los factores que pueden favorecer el restable-


cimiento de la paz, salvaguardando las exigencias de la justi-
cia y de la dignidad humana. Pero no podrá emprenderse un
proceso exitoso de reconciliación y de paz si no madura en los
hombres una actitud sincera de perdón. Sin este perdón, las
heridas de la violencia continuarán sangrando, alimentando
en las generaciones futuras un hastío sin fin, que es fuente
de venganza y de mayor violencia. El perdón, ofrecido y acep-
tado, es premisa indispensable para caminar hacia una paz
auténtica y estable.

El perdón, ciertamente, no surge en el hombre de manera


espontánea y natural. Perdonar sinceramente, en ocasiones
puede resultar incluso heroico. El dolor por la pérdida de un
hijo, de un hermano, de los propios padres o de la familia
entera por causa de la guerra, del terrorismo o de acciones
criminales, puede llevar a una indiferencia total hacia el otro.
Aquellos que se han quedado sin nada porque han sido des-
pojados de la tierra y de sus bienes, los desplazados y cuantos
han soportado el ultraje de la violencia, no pueden dejar de
sentir la tentación del odio y de la venganza. La experiencia
liberadora del perdón, aunque llena de dificultades, puede

44
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

ser vivida también por un corazón herido, gracias al poder


curativo del amor, que tiene su primer origen en Dios-Amor.

El perdón es una decisión personal, libre y de la voluntad,


cuyo objetivo es renunciar a la venganza y querer, a pesar de
todo, lo mejor para el otro. Es algo independiente del senti-
miento; se puede perdonar aun cuando uno no lo «sienta».
El perdón no está subordinado a nada, ni depende de que el
otro cumpla ciertos requisitos. Se perdona porque simplemen-
te se quiere hacer.

Tomando la decisión libre y personal de perdonar sin im-


portar las circunstancias, la ofensa, el daño o la persona que
lo causó, es un primer paso para poder perdonar.

La acción de perdonar implica mínimamente tres momen-


tos: primero, reconocer y contar el dolor-caos que ha ocasio-
nado la ofensa y la rabia-rencor subsiguiente; segundo, tomar
la decisión de perdonar totalmente, independiente de si el
ofensor pide o no el perdón. El perdón es un don moral y
no requiere el arrepentimiento del ofensor. La tercera fase es
comprender al ofensor y pasar de la retaliación a la compasión.

Se realiza así un acto de liberación y de crecimiento huma-


no y espiritual sin medida colaborando conscientemente con
la permanente creación divina de seres humanos nuevos.

El efecto de almacenar las heridas

Si uno se acostumbra a callarlo todo, tal vez pueda gozar


durante un tiempo de una aparente paz; pero pagará final-
mente un precio muy alto por ella, pues renuncia a la libertad
de ser él mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo
más profundo de su corazón, detrás de una muralla gruesa,
que levanta para protegerse y ni siquiera se da cuenta de su

45
falta de autenticidad. Es normal que una injusticia nos duela
y deje una herida. Si no queremos verla, no podemos sanarla.
Entonces estamos permanentemente huyendo de la propia
intimidad, es decir, de nosotros mismos y el dolor nos carcome
lenta e irremediablemente.

Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, perma-


nece largo tiempo como una experiencia traumática y puede
ser la causa de heridas perdurables. Un dolor oculto puede
conducir, en ciertos casos, a que una persona se vuelva agria,
obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, o que rechace la
amistad. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la
clave para conseguir la paz interior.

¿Qué no es el perdón?

En este camino de perdonar y de sanar el corazón, para


abrir campo a la reconciliación y la paz, es oportuno re-
conocer lo que no es el perdón, para evitar frustraciones o
equivocaciones:

1. Creer que cuando uno perdona, le hace un favor a su


enemigo.
2. Creer que perdonar significa justificar.
3. Creer que el perdón implica olvidar.
4. Creer que perdonar significa volver necesariamente las
cosas a como estaban antes del enojo.
5. Creer que para perdonar a alguien tengo que esperar a
que él se arrepienta y me pida perdón.
Una educación para la paz se debe construir teniendo como
base la certeza que el amor divino es la base de la reconci-
liación a la que todos somos llamados: «Es Él quien perdona

46
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

todas tus culpas, quien cura todas tus heridas; quien redime tu
vida desde la tumba, quien te corona con amor y compasión…
Él no nos trata según nuestros pecados ni nos hace pagar por
nuestra falta» (Salmo 102, 3-4.10).

Asimismo, esta necesidad de educar para el perdón, la re-


conciliación y la paz brota también del devenir humano, del
incesante proceso evolutivo de la humanidad. Cada cambio de
la historia y surgimiento de nuevos modelos sociales o cultura-
les han de llevar a recordar al ser humano, de cualquier clase
o condición, a permanecer fiel a los derechos fundamentales
de la sociedad (GS 82), independientemente de las nuevas
propuestas que puedan aparecer en el marco histórico.

Hoy más que nuca se requiere que las nuevas generaciones


aprendan en todos los contextos de su desarrollo, la disciplina
del orden que tutela el bien común y el ideal de la paz. Así
lo recordaba el mensaje del beato Pablo VI, en la VIII jornada
por la paz: «Debemos empeñarnos con todas nuestras fuerzas
a preparar una época en que, por acuerdo de las naciones,
pueda prohibirse absolutamente cualquier tipo de recurso a
la guerra... la paz ha de nacer de la mutua confianza de los
pueblos y no debe ser impuesta a las naciones por el terror de
las armas».

De la misma manera, san Agustín, invitaba en sus escritos,


que no bastaba en la construcción y educación de la humani-
dad, asociar a los hombres entre sí la identidad de naturaleza,
sino que se hace necesario enseñarles a hablar un mismo len-
guaje, es decir, a comprenderse, a poseer una cultura común,
a compartir los mismos sentimientos; de lo contrario, «el
hombre preferirá encontrarse con su perro antes que con un
hombre extraño» (cfr. De Civitate Dei, XIX, VII; PL 41, 634).

En consecuencia, se encomienda al Departamento de


Educación y Cultura, elaborar los estándares de una cátedra

47
cristiana para el perdón, la reconciliación y la paz; es una ne-
cesidad y urgencia en nuestro país, para favorecer un clima de
verdadera transformación social que posibilite el respeto por
el otro, la construcción de una antropología cristiana y una
espiritualidad creyente del perdón y la reconciliación. Para tal
fin se proponen los siguientes ejes temáticos entorno a los
diversos mensajes de los Papas a propósito de las Jornadas de
Oración por la paz.

2. Estándares para una cátedra de la paz

• La persona corazón de la paz (S.S Benedicto XVI, XL jor-


nada mundial de la paz, 2007)
• Educar para la paz (S.S. San Juan Pablo II, XII jornada
mundial de la paz, 1979)
• La reconciliación camino hacia la paz (S.S. Beato pablo
VI, VIII jornada mundial de la paz, 1975)
• De la familia nace la paz de la familia humana (S.S. San
Juan Pablo II, XVII jornada mundial de la paz, 1994)
• La mujer educadora para la paz (S.S. San Juan Pablo II,
XVIII jornada mundial de la paz, 1995)
• La paz nace de un corazón nuevo (S.S. San Juan Pablo II,
XXXVII jornada mundial de la paz, 2004)
• Paz con Dios creador, paz con toda la creación (S.S. San
Juan Pablo II, XXIII jornada mundial de la paz, 1990; S.S.
Francisco, Encíclica Laudato Si, 2015)
• Desarrollo y solidaridad: Dos claves para la paz (S.S. San
Juan Pablo II, XX jornada mundial de la paz, 1987)
• Paz y cultura del encuentro (S.S. Benedicto XVI y S.S. Fran-
cisco, mensaje al XVI Congreso Internacional organizado

48
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

por la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger, Pontificia


Universidad Bolivariana de Medellín, Colombia, 2014)

• Paz y vivencia de la fraternidad (S.S. Francisco, XLVII jor-


nada mundial de la paz, 2014)

3. Generar procesos de comunicación para el perdón, la re-


conciliación y la paz.

Estamos frente a millones de personas víctimas de la vio-


lencia que se han llenado de odio, resentimiento y frustración
frente a sus victimarios. Algunas de estas personas aún no
manifiestan un propósito real de perdonar. Por el contrario,
conservan en su corazón sentimientos y deseos de venganza;
otras quieren perdonar, pero no saben cómo hacerlo. ¿Cómo
ayudarles a iniciar un camino para llegar al perdón? ¿Cómo
enseñarles a usar un lenguaje menos agresivo y más propositi-
vo que favorezca aclimatar un ambiente de paz?

A pesar de que algunos medios de comunicación, se han


hecho presentes con programas, y productos de multimedia
para internalizar en los colombianos la importancia de crear
una cultura de paz, se requiere de más esfuerzos por parte de
quienes están al frente de los medios de comunicación, a fin
de crear una cultura de paz, concebida en su triple finalidad:
informar, formar y transformar.

Es el momento de apostarle al lenguaje de la reconciliación


y de la paz y en este campo un comunicador católico, debe res-
ponder al llamado que Dios le hace a ser instrumento de paz. De
su corazón deben brotar palabras llenas de vida y de esperanza.

Para superar el conflicto se necesita también, que desde los


medios de comunicación, se creen espacios de encuentro para

49
que las víctimas, los victimarios y el Estado, asuman desde
la verdad, la justicia y la reparación, el lenguaje del perdón,
de la reconciliación y de la paz. Los efectos de la violencia se
pueden contrarrestar cuando los comunicadores, a través de
los medios, generan procesos comunicativos con los cuales las
personas adquieren el poder de dialogar para tomar decisio-
nes sobre el futuro de la comunidad.

Ante este reto de ayudar a construir escenarios de paz,


reconciliación y convivencia, la Iglesia Católica, quiere forta-
lecer las capacidades de los comunicadores católicos, con el
fin de empoderarlos de un leguaje de perdón, reconciliación y
convivencia que favorezca la interacción y la creación de am-
bientes de paz en sus comunidades. Se trata de incidir con la
pedagogía de Jesús: elegir a unos pocos para llegar a todos.
Elegir a los comunicadores católicos para llegar a todos los
comunicadores del país.

En consecuencia, se propone que a través de los medios de


comunicación de la Iglesia, se fortalezcan las jornadas por la
paz, posicionando símbolos que aporten al diálogo entre todo
tipo de personas.

4. Posibilitar espacios para la dignificación de las víctimas

Justicia restaurativa

En el mensaje a los pueblos de América, los obispos del


Consejo Episcopal Latinoamericano, afirman que «La justicia
(…) es un derecho de todos los hombres, conferido por el mis-
mo Dios. Está insertada en la esencia misma del mensaje evan-
gélico» (Puebla, n. 8). Sin embargo, trabajar por ella requiere
confirmar la necesidad del hombre para buscar de manera
permanente la misericordia de Dios. La justicia divina «opera

50
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

bajo el bálsamo del abandono, es como la mano amorosa que


detiene las hemorragias del alma, cierra nuestras heridas y
acaricia nuestras cicatrices»4. La justicia humana debe adquirir
rasgos de justicia restaurativa.

La justicia restaurativa tiene como propósito alcanzar la


misericordia de Dios, recomponer la relación de los hombres
con su proyecto divino y hacer efectiva el amor misericordioso
hacia los hermanos; a través de la restauración de los daños
causados en las víctimas, los victimarios y las comunidades.

Monseñor Luis Augusto Castro, Presidente de la Conferen-


cia Episcopal de Colombia en su libro Deja de Correr (2005)
nos convoca a entender que «La justicia restaurativa enfatiza
la humanidad tanto del ofensor como de la víctima. Este énfa-
sis entraña dar más peso a las conexiones sociales y mejora la
comunicación entre los victimarios y las víctimas, y estrecha o
robustece los lazos de la comunidad. Todo esto es más primor-
dial que el castigo».

La reconciliación «no elimina las exigencias de la repara-


ción, que es propia de la justicia». La sociedad debe aplicar
la justicia para restablecer el orden de los derechos humanos
que han sido violados. La reconciliación induce a la justicia a
orientar la pena a la restauración de las relaciones. Pero nunca
deben ignorarse las consecuencias que se pueden derivar del
olvido de la justicia. La reconciliación es incompatible con la
injusticia; no puede significar impunidad. En su vertiente repa-
radora plantea la cuestión acerca del tratamiento de quienes
han violado derechos humanos elementales. En este sentido,
también el fin de la justicia es una sociedad reconciliada. Para
ello, la justicia debe ser moderada por la misericordia.

4 Ponencia: «Colombia es capaz de Misericordia». Cardenal Rubén Salazar Gómez, 2014 (Anexo I)

51
Los fines de la justicia restaurativa busca que las víctimas se
muevan más allá de la ira y de la incapacidad; que los ofen-
sores se reintegren a la sociedad y que la comunidad permita
el reconocimiento público de lo sucedido a fin de facilitar la
reparación integral.

La justicia restaurativa es la forma de abordar periodos de


transición desde la guerra hacia la paz y la reconciliación. La jus-
ticia, es un valor humano que adquiere contenidos con forme a
los antecedentes culturales, sociales y políticos de las sociedades.
De ahí la importancia de tener como referente el llamado a en-
tender la justicia como el derecho de los hombres dado por Dios.

La justicia, sin embargo, por sí misma no puede ser entendi-


da como una revancha o como otra forma de hacer la guerra.
Es por el contrario, una forma de edificar la comunidad. En un
país en conflicto la justicia puede ser el elemento que permita
hacer el tránsito entre un pasado violento y un país reconcilia-
do y en paz.

Vista la reconciliación como una meta y como un proceso se


debe hacer referencia a algunos elementos que contribuyan a
implementarla:

• Acciones de pastoral social y caritativa que contribuyan a


la construcción de la paz.
• Identificar el daño causado por el conflicto en la vida de
las víctimas y en los victimarios.
• Incidencia articulada en espacios de participación para la
reparación y la reintegración integrales.
• Promover acciones simbólicas de reparación y reconcilia-
ción en las regiones.
• Vincular a los victimarios en los procesos de reparación
y reconciliación.

52
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

• Ayudar a sanar las heridas impresas en los victimarios.


• Incluir en los planes pastorales acciones de escucha y
acompañamiento a las víctimas.
• Desarrollar iniciativas de paz que apoyadas en la solida-
ridad apunten a la sostenibilidad.
• Crear espacios seguros para las víctimas.
• Generar proyectos de prevención del reclutamiento for-
zado de menores, la prevención de accidentes con minas
antipersona, la activación de rutas de atención de des-
apariciones forzadas, el desplazamiento, la amenaza, la
re-victimización.

Acompañamiento a las víctimas y a los victimarios5

La teología bíblica, enseña que la misericordia divina es inson-


dable. Es el misterio del amor de Dios que como seres humanos
no alcanzamos a comprender, pero que por su gracia podemos
recibir para prodigarlo en abundancia. «Sean misericordiosos
como yo soy misericordioso» (Lc 6,36). Dios la ofrece por igual
a víctimas y a victimarios, a todo hombre cansado, adolorido...
«Vengan a mí ustedes los que están cansados y agobiados y yo
los aliviaré» (Mateo 11, 28). Para comprender cómo Dios derra-
ma su misericordia a todos, tenemos que mirar a Cristo, el Hijo
de Dios, que asumió nuestra condición humana para iluminarla
y transformarla con la fuerza de su muerte y resurrección.

El camino que deben recorrer la víctima y el victimario no


es el mismo. La meta es la misma: recibir la misericordia del
Señor y convertirse en instrumentos de misericordia, pero el
punto de partida es diferente, diametralmente opuesto.

5 Ibíd.

53
Para abordar el tema de la misericordia desde las víctimas,
debemos mirar a Cristo como víctima, ya que en él, Dios quiso
hacerse víctima para que todas las víctimas pudieran descubrir
el sentido profundo de su dolor y pudieran transformarlo con
la fuerza de la resurrección.

¿Cómo vivió Cristo su condición de víctima? Él aceptó ple-


namente el dolor. El Señor no rehusó el dolor. Él no trató de
escaparse del dolor, de evitarlo. Los evangelios sinópticos nos
relatan cómo el Señor a partir de un cierto momento de su
ministerio, empezó a enseñar a sus discípulos que Él debía ser
entregado en manos de los pecadores, padecer todo tipo de
injurias y tormentos y ser crucificado (Mt 16,21ss). Así expresa-
ba el Señor su plena aceptación del dolor.

El Señor miró de frente el dolor y sintió toda la repugnancia


y la angustia hasta la muerte que causa el dolor. Los evange-
lios nos relatan la intensa oración del Señor en el Huerto de
los Olivos ante la inminencia de la pasión, (Mt 26, 36-46). El
Señor tuvo que vencer el rechazo, el dolor, la muerte y apren-
der a aceptarlo y a hacerlo suyo, (Hb 5, 7s).

Al aceptar el dolor, Cristo toma sobre sí todo el dolor de la hu-


manidad y consigo lo ofrece al Padre. La carta a los Hebreos nos
introduce en ese misterio insondable: al ofrecerse a sí mismo en
la cruz, Cristo ha ofrecido el sacrificio perfecto y definitivo por
el cual somos salvados. «La sangre de Cristo, que por el Espíritu
eterno se ofreció a sí mismo a Dios como nuestra conciencia de
las obras muertas que conducen a la muerte initivo por el cual
somos salvados. Cristo es la ve partida esíctima perfecta, puri-
ficará nuestra conciencia de las obras muertas que conducen a
la muerte para que podamos dar culto al Dios vivo» (Hb 9,14)
y al hacerlo suyo y ofrecerlo al Padre por la humanidad, Cristo
llenó su corazón de amor hacia los que causaban el dolor, los
perdonó y se ofreció por todos, también por ellos.

54
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

¿Qué dice el Señor a la víctima, qué nos dice a todos noso-


tros? San Pedro en su primera carta nos enseña: «Cristo sufrió
por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus hue-
llas» (1 Pd 2,21). Al contemplar al Señor como víctima apren-
demos el itinerario que hay que recorrer para que la fuerza de
la resurrección del Señor inunde nuestro propio dolor, trans-
forme nuestra condición de víctima en una realidad positiva
que contribuye a la salvación del mundo.

En esto se encuentra el paso necesario para el cambio de sen-


tido. Yo soy capaz verdaderamente de perdonar a una persona
cuando lo veo con otros ojos. No cuando lo veo con los ojos de
victimario, sino cuando lo veo con los ojos de un hermano mío
que también merece amor, ya que en Cristo ha sido redimido, en
Cristo ha sido transformado por el amor de Dios. Y por lo tanto
empiezo a mirar al victimario con los mismos ojos de Cristo que
amó a sus enemigos, que oró por sus enemigos, «Padre perdó-
nalos porque no saben lo que hacen», (Lc 23,34). Cristo, en nin-
gún momento, tomó actitud de venganza, ni trató de destruir al
enemigo, sino que por el contrario, se ofreció a sí mismo por él.

Cristo murió perdonando y ofreciéndose a sí mismo en la


cruz, no fue sólo para darnos buen ejemplo, sino para que con la
efusión del Espíritu Santo en su resurrección, recibamos la fuerza
de hacer lo que Él mismo hizo, más allá de las fuerzas humanas.

La misericordia en la víctima se llama perdón, y el perdón


sana en primer lugar a quien lo otorga; lo libera de las ata-
duras a las que condena el sufrimiento sin sentido; le quita al
victimario el poder de conservar encadenada sicológicamente
a su víctima; y, sobre todo, le entrega a Dios, con humildad, la
suerte del opresor.

Se proponen las siguientes acciones a favor de la construc-


ción de esta experiencia de acompañamiento y transforma-
ción en las víctimas y los victimarios:

55
Acompañar la rehabilitación de víctimas, victimarios y co-
munidades, que permite la sanación y el perdón.

Acompañar los procesos de resiliencia para la reconstruc-


ción de los proyectos de vida individuales y comunitarios afec-
tados por la violencia.

• Crear espacios de escucha y sanación frente a las violen-


cias de orden intrafamiliar.
• Acompañar los ejercicios de reconocimiento de la dig-
nidad, con base en los testimonios de amor, perdón y
reconciliación.
• Impulsar diálogos pastorales para la reconciliación y la paz
con las fuerzas militares y sus familias, también con los ex-
combatientes y con todos los sectores de la sociedad.
• Desarrollar una pedagogía para paz que favorezca la de-
fensa y respeto por la vida; la promoción de la educación
de calidad; la construcción de personas pacíficas y se re-
salte el valor de la memoria para no repetir los hechos
de barbarie y olvidar a las víctimas.

5. Desarrollar procesos de paz desde los territorios

La paz está estrechamente relacionada con la forma como


se vive la participación y los derechos de los ciudadanos y los
pueblos en las regiones. El conflicto y la violencia destruyen
la unidad que se basa en la historia, la cultura y la identidad.
Hablar de paz implica reconstruir la relación que permite a las
personas identificar la región como la casa común en la cual
pueden habitar en forma estable, en la cual hacen la historia
y reciben las tradiciones, y donde construyen una relación con
la tierra que les da el sustento diario y que les permite habitar
en forma estable.

56
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

El territorio está profundamente relacionado con la manera


de entender la vida. En ese conjunto de relaciones, la paz se
hace posible en una manera de afrontar los riesgos y amena-
zas sin necesidad de generar destrucción y muerte. Por ello es
central el construir paz desde las territorios, es decir, desde las
relaciones cotidianas con la naturaleza, con la comunidad a la
que se pertenece, con las demás comunidades y con la organi-
zación política y comunitaria que regula las relaciones sociales.

La cultura y la espiritualidad de un pueblo, ligadas a su for-


ma de vivir y de pertenecer o apropiarse de un territorio mar-
can la forma como se transforman los conflictos. El territorio
desde el primer momento en que se habita plantea sucesivos
conflictos y retos, uno de ellos es la lucha por la tierra y su pro-
piedad o apropiación, pero ese no es el único conflicto, existen
múltiples expresiones de conflictos que surgen de las formas
de relaciones comunitarias, del acceso al agua, a las rutas que
cruzan y permiten el transporte, a las transformaciones o al-
teraciones que se dan en la producción de bienes y servicios.
Por esos conflictos siempre existentes, la paz es un proyecto
de largo aliento, vigente permanentemente, que no se agota
con la solución de un tipo de conflicto político o económico.
La paz es una realidad en construcción constante. Es difícil
señalar un único período de la historia como de construcción
de paz, porque el éxito o no de esa construcción permanente,
marca desde el inicio la posibilidad de cohabitar y de convivir
en una región. Es mucho lo que se puede aprender de la larga
historia de construcción de paz que se ha hecho en medio de
conflictos a veces muy sangrientos y crueles.

Al acercarse de esta manera a los territorios duramente


golpeados por la confrontación armada, es necesario iden-
tificar y reconocer las diversas y muy ricas formas como allí
se han transformado los conflictos. Esto hace que la lectura
de la vida de un territorio, de un colectivo humano o de una

57
comunidad, no pueda ser hecha solamente bajo la óptica de
la violencia ejercida o sufrida, de alguna forma en ella se ha
hecho presente la fuerza transformadora y se ha manifestado
el don del Espíritu que da la paz. Desconocer esa historia y las
acciones del Espíritu Santo en las comunidades, destruye la
posibilidad de comprender la complejidad de un territorio que
ha sido escenario de esfuerzos enormes por construir paz más
allá de los conflictos y de la violencia.

Los territorios han sido, en muchos casos, apropiados por


medio de la violencia; pero hay que reconocer que lo que per-
mite hablar e identificar las regiones, es la paz y no la agre-
sividad y la destrucción. La salida de una época de conflicto
armado exige una mirada sobre la historia de los territorios
y un enfoque de construir paz desde las experiencias vividas.

La afirmación de las comunidades ancestrales o campesinas


en las distintas territorios durante los períodos de mayor vio-
lencia y sus formas de permanencia a pesar de las amenazas y
de los hechos de muerte, señalan un camino de esperanza en
la sociedad en justicia y paz que se debe abrir paso.

Una forma democrática de organización y de participación


social y comunitaria es el mecanismo ideal para que se pueda
cimentar la paz a largo plazo. Se trata de hacer la paz posible
desde el reconocimiento del aporte que todos los pobladores
y cada uno de ellos puede hacer para convertirlo realmente
en la «casa común», en el lugar que permite desarrollar las
capacidades y las potencialidades de cada ser humano.

Desde la perspectiva pastoral es imposible pensar la paz


desligada del territorio, así nos lo enseña el libro del Génesis
con la historia de Caín y Abel, una historia de violencia pero
sobre todo una historia de cómo la paz es una construcción
permanente en cada región, una historia que simboliza las

58
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

luchas de apropiación de la tierra y de sus bienes, de esfuerzo


por el reconocimiento y por transformar la realidad.

En consecuencia se ha de ayudar a que las comunidades


elaboren proyectos propios de perdón, reconciliación y paz en
su propia región.

• Jornadas de Perdón: acercamiento al sacramento de la


reconciliación. Impulsar y ambientar la petición públi-
ca de perdón por parte de los ofensores y de los otros
actores de la sociedad que tienen algún tipo de res-
ponsabilidad, -por acción u omisión-, en los hechos de
violencia; sanar las heridas que dejó el conflicto a nivel
individual y comunitario.

• Homilías y catequesis: facilitar las condiciones para la


reconciliación y la paz desde las Sagradas Escrituras, el
Magisterio, la Doctrina Social de la Iglesia y las experien-
cias de sacerdotes, religiosas y religiosos, comunidades
de fieles y hombres de buena voluntad para transmitir
las enseñanzas de paz.

• Jornadas de oración: impulsar jornadas de oración en las


familias y las comunidades.

• Aprovechar los iconos de reconciliación como la de santa


Laura Montoya.

• Creación de una vicaría para la paz y la reconciliación.

• Conformación de espacios de diálogo que articulen con


la sociedad civil y las instituciones, políticas públicas de
paz y reconciliación.

• Inclusión de las acciones de la pastoral del perdón, la re-


conciliación y la paz en el marco de los planes diocesanos
de pastoral.

59
2. Ponencia: «Colombia es capaz de misericordia».

Cardenal, Rubén Salazar Gómez. Congreso mun-


dial de la misericordia. Bogotá, 2014.

Agradezco al Señor que haya puesto sus ojos sobre el sufri-


miento extremo que hemos padecido los colombianos y que
haya abrazado con misericordia nuestras heridas aún abiertas,
al elegirnos como anfitriones del III Congreso Apostólico Mun-
dial de la Misericordia. Éste es para nosotros un signo que nos
trae un mensaje de esperanza y nos dice que nuestro sufrimien-
to no ha sido inútil, no ha sido en vano, que ese caudal inmenso
del dolor que nos ha desgarrado por décadas de conflicto y que
ha dejado seis millones y medio de seres humanos victimizados,
por obra de su gracia será la semilla que fructifique en resurrec-
ción. Sí. Un dolor redentor como semilla de reconciliación. Un
rayo de luz que se posa sobre nuestra nación.

En esta ponencia, trataré de reflexionar sobre cómo Colom-


bia –hoy más que nunca- tiene que ser capaz de misericordia.
Invoco la luz del Espíritu Santo para que estas reflexiones nos
permitan comprender el misterio de la misericordia y cómo los
colombianos tenemos, movidos por la gracia del Señor, que
llenar nuestros corazones de misericordia. Colombia es capaz
de misericordia.

La misericordia de Dios y la misericordia del hombre

Mis reflexiones parten de una afirmación simple: el ser hu-


mano es capaz de Dios, como lo enseña el Catecismo de la Igle-
sia Católica (Primer Capítulo de la Primera Sección de la Prime-
ra Parte). Si el ser humano es capaz de Dios, el ser humano es
capaz de amor y su corazón es también capaz de misericordia.

60
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

El ser humano es capaz de Dios porque ha sido creado a


imagen y semejanza de Dios. La creación del hombre es una
expresión increíble del amor de Dios. Siempre resonarán estas
palabras de Dios para comprender al ser humano: «Hagamos
al ser humano a nuestra imagen, según nuestra semejanza…
Y creó Dios al ser humano a su imagen: a imagen de Dios lo
creó, varón y mujer lo creó. Y Dios lo bendijo…» (Gn 1, 26ss).
Ser creado a imagen y semejanza de Dios significa que el ser
humano lleva en su ser una capacidad innata, inalienable, que
lo hace capaz de entrar en relación con el mismo Dios. En un
cierto sentido, es creado «igual» a Dios porque, a diferencia
de todos los demás seres creados, puede entrar en relación
con el Creador.

La relación a la que está llamado el ser humano con su


creador es una relación de amor. Sin embargo, el ser humano
se descubre a sí mismo incapaz de ese amor que significa suje-
ción, donación, entrega generosa. El hombre quiere en cambio
«ser como Dios» (Gn 3, 5). No está dispuesto a seguir el camino
que el Señor le propone sino que quiere una liberación total;
quiere ser él mismo quien decida sobre el bien y el mal, «cono-
cedor del bien y del mal» como afirma el tentador en el texto
del Génesis. Y el ser humano, a lo largo de los siglos, ha segui-
do ese camino: el camino de la desobediencia, de la rebelión,
del construirse a sí mismo y de construir el mundo a espalda de
Dios, «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiera.

Esta conducta humana engendra en seguida una terrible


realidad: el hombre puede hacerse victimario del hombre,
el hombre puede ser víctima del hombre. Es la realidad que
constatamos con horror todos los días en nuestra patria y en
el mundo entero.

Pero, aunque el hombre rechaza a Dios, Dios no lo abando-


na. Ya en el relato del capítulo 3 del Génesis se abre la luz de la

61
esperanza sobre el destino del hombre. Dios cuida de él. Dios
seguirá amándolo con amor siempre fiel.

A partir del momento del pecado del hombre y de sus con-


secuencias nefastas, el amor de Dios se hace misericordia. Es
decir, es un amor que nace del corazón de Dios que asume la
miseria de su creatura amada; que se compadece de ella; que
repara su culpa; sana sus heridas y perdona sus pecados; es un
amor que busca la rehabilitación, la transformación, la vivifica-
ción de la creatura rebelde pero amada; es un amor salvador.

Las palabras del Señor a Moisés revelan esta realidad pro-


funda del amor misericordioso de Dios: «¡He visto la opresión
de mi pueblo, he oído el clamor que le arrancan sus opresores,
y conozco sus angustias! Voy a bajar para liberarlo del poder
de los opresores» (Ex 3,7s). La epopeya del éxodo, la conduc-
ción amorosa a lo largo del desierto, la alianza en el Sinaí,
el don de la tierra prometida… toda la historia fundante del
pueblo elegido es una historia del amor de un Dios que ama
con amor que libera, que sana, que perdona, que vivifica.

Los jueces, los reyes, los profetas, los sabios mostraron al


pueblo elegido ese rostro misericordioso de Dios: el Dios que
escucha, que se inclina sobre su pueblo, que ama más allá de
la rebelión del pueblo, más allá de la incapacidad de amor de
un pueblo testarudo, ciego, empecinado.

«“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único,


para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga
vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para conde-
narlo sino para salvarlo por medio de él» (Jn 3, l6s). Estas pa-
labras del evangelio de san Juan nos permiten comprender
cómo ese amor misericordioso de Dios llegó a su plenitud
con la encarnación de Cristo. El amor llevó a Dios a querer
asumir plenamente la condición del amado, el ser humano.
Tertuliano expresaba esta realidad al afirmar: «Caro cardo

62
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

salutis» (la encarnación es el eje de la salvación). Al asumir


nuestra carne en su Hijo Jesucristo, Dios asumió nuestra con-
dición humana menos en el pecado para que toda nuestra
realidad humana fuera transformada, al ser liberada del
pecado y de la muerte.

Nosotros, los cristianos, los discípulos misioneros del Señor


Jesús, afirmamos con san Juan en su primera carta: «Nosotros
hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene…
Nosotros debemos amarnos porque él nos amó primero» (1Jn
4,16.19). Nosotros sabemos que, unidos al Señor en su muerte
y su resurrección por la fe -cuyos signos eficaces son los sacra-
mentos (bautismo, penitencia, eucaristía)-, recibimos también
la capacidad de amar, no sólo recuperamos nuestra inicial
capacidad de entrar en relación de amor con Dios y con los
demás, sino que nuestro amor se hace también el mismo amor
de Cristo y adquiere los rasgos de su amor misericordioso. En
Cristo, somos capaces de misericordia.

Pero, ¿Qué pasa con los que no conocen a Cristo o lo


rechazan en su vida? Hay una realidad misteriosa que el
Concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium et
spes (No. 22) expresó al afirmar que «el Hijo de Dios con su
encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre».
Y añade: «Esto (es decir, todo el misterio de la salvación
por la muerte y la resurrección de Cristo) vale no solamente
para los cristianos sino también para todos los hombres de
buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de manera
invisible… En consecuencia, debemos creer que el Espíritu
Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en forma de solo
Dios conocida, se asocien a este misterio pascual». Sí, todo
hombre, creyente o no, cristiano o no, miembro de la Iglesia
o no, en Cristo, encarnado, muerto y resucitado, ha recibido
y recibe la capacidad de amar con el mismo amor de Cristo,
es decir, se hace capaz de misericordia.

63
Esta realidad profunda es la que nosotros creemos y afir-
mamos. Colombia es capaz de misericordia; en ella todos y
cada uno de los seres humanos somos capaces de misericordia
porque el Hijo de Dios con su muerte y resurrección nos ha
arrancado del pecado y de la muerte y nos ha dado la posibili-
dad de amar, con amor que asume la miseria del amado.

El amor misericordioso de Dios en el conflicto


colombiano

La afirmación contundente a la que hemos llegado (Dios


nos ama con amor misericordioso y nos hace capaces de
amarnos los unos a los otros con ese mismo amor) parece ser
desmentida por la realidad que hemos vivido y que vivimos
actualmente en nuestra Patria.

¿Dónde se manifiesta el amor misericordioso de Dios en los


innumerables actos de violencia que ha producido más de seis
millones y medio de víctimas en Colombia? Para abordar este
tema verdaderamente acuciante para nosotros los colombia-
nos, quiero recordar cómo el Papa Francisco, al inicio de la
cuaresma de este año, preguntó a los sacerdotes de la Diócesis
de Roma: «¿Tenemos el valor para luchar con Dios por nuestro
pueblo? ¿Discutimos con el Señor como lo hizo Moisés?» Sí.
Como pastor de un rebaño atenazado por la injusticia y la vio-
lencia, muchas veces he «discutido» con el Señor, muchas ve-
ces me he quejado por el aparente abandono en que el Señor
parece habernos dejado, como si se hubiera tapado los ojos y
los oídos para no ver ni escuchar el clamor de las innumerables
víctimas causadas por los conflictos que vivimos en Colombia;
muchas veces he lanzado al Señor interrogantes sin aparente
respuesta; muchas veces he sentido la desesperación de las
víctimas que pierden la esperanza…

64
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

Me sitúo en Bojayá. La guerrilla y los paramilitares atacan


con cilindros de gas convertidos en bomba la iglesia, donde
se han refugiado decenas de familias con sus niños. El ruido
ensordecedor es el preludio de cuerpos destrozados que se-
gundos antes se aferraban con desesperación a la vida. ¿Dónde
estaba Dios que no protegió los cuerpos frágiles, ni siquiera de
los pequeñitos? ¿Por qué Dios no tuvo compasión de quienes
corrieron aterrorizados a su iglesia buscando misericordia? ¿Por
qué no tuvo misericordia del párroco Antún Ramos, que vio
volar en pedazos los cuerpos de 12 de los 15 integrantes de su
grupo que prestaba auxilio a los 400 refugiados en la iglesia?

Voy a otra escena: soldados y policías con la mirada perdida


más allá de las jaulas de alambre, dentro de las que transcurrie-
ron secuestrados sus días y sus noches. Algunos hasta 14 años.
Las cadenas que colgaban de sus cuellos fueron más ligeras que
sus lágrimas. La oscuridad interior llegó a ser más oscura que la
ausencia de la luz del sol. ¿Por qué aún hoy el dolor permanece
congelado en el alma de quienes no han podido concluir sus
duelos? ¿Por qué se permitió que la dignidad humana fuera
conculcada, pisoteada, aprisionada en jaulas inhumanas?

Machuca, 1998. Un grupo guerrillero dinamita el oleoduc-


to que atraviesa el pequeño poblado, el fuego se propaga
incontrolable y mueren incinerados 89 seres humanos, entre
niños, jóvenes y adultos. ¿Por qué el Señor dejó viva a María
Cecilia Mosquera para que viera morir incinerados a su mari-
do y a sus tres hijos?

El país se ha sobrecogido de horror al descubrir aquella


infamia inaudita que hemos llamado «falsos positivos». Se ne-
cesitaba mostrar resultados… había que encontrar cadáveres
que pasaran por guerrilleros muertos en combate… había que
mostrar que se era eficaz en una guerra que se ganaba poco
a poco a base de estadísticas horribles de dados de baja…

65
¿Dónde estaba el Señor cuando una inconsolable madre re-
cibe el cuerpo inerme de su hijo discapacitado mental, con el
inri de haber muerto como un subversivo en combate?

Él estaba en la cruz. Sí. Crucificado. Sufriendo en el desga-


rro de su propia carne el dolor de quienes se refugiaron en la
iglesia de Bojayá; al lado de las madres y esposas que como su
madre la Virgen María esperaban volver a abrazar el cuerpo
helado de sus hijos, como Mery Moreno, madre del subinten-
dente de la policía Álvaro Moreno a quién esperó, al pie de la
cruz, durante 11 años, 9 meses y 29 días, mientras pasaba una
y mil veces las cuentas del rosario. El Señor estuvo en Machuca
abrazando el corazón de María Cecilia, que no ha dejado de
latir para amarlo, ni un sólo día de su vida. El Señor estuvo en
la dulzura con la que Pastora Mira curó las heridas del asesino
de su propio hijo; estuvo de rodillas al lado de María Teresa de
Mendieta, incendiando su corazón de esperanza. Sí. El Señor
ha estado a nuestro lado en los momentos de mayor deses-
peración preguntando «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» (Mc 15,34).

Sí, el Señor estuvo y está presente gracias precisamente a


la encarnación de Cristo. En Él, en Su Hijo eterno, Dios, movi-
do por su amor misericordioso, quiere compartir plenamente
nuestra condición humana y asumir en carne propia todo el
sufrimiento humano, consecuencia del pecado. Es misterio. Es
locura. Lo dice san Pablo: «Al que no cometió pecado, Dios lo
hizo por nosotros reo de pecado, para que, gracias a él, no-
sotros nos transformemos en salvación de Dios» (2 Cor 5, 21).

El Padre, en su infinito amor a la humanidad, quiere car-


gar sobre Cristo toda la realidad del pecado del hombre,
para poder destruir el pecado y la muerte y dar al hombre la
posibilidad de vivir una vida nueva, de resucitar con Él. Con
las palabras de la carta a los Hebreos: «No es Cristo un sumo

66
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas,


sino que ha sido probado en todo como nosotros excepto en
el pecado» (Hb 4,15).

Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿No sería una mues-


tra más clara de amor el que Dios nos ahorrara tanto sufrimien-
to, tanta angustia que a veces llega hasta la desesperación?

Para responder, recurro a San Agustín: «Dios que te creó


sin ti, no te puede salvar sin ti». Dios, porque nos ama inmen-
samente, dio al ser humano el libre albedrío, el tesoro de la
libertad. El amor de Dios respeta la libertad; el amor no es
coercitivo; el amor no invade el reino de la responsabilidad
de la otra persona, el amor permite, precisamente porque es
amor, que la otra persona sea plenamente responsable de sus
actos. Dios prefiere asumir Él mismo el sufrimiento causado
por una libertad desenfrenada que llega a la injusticia y a la
violencia a coartar la libertad humana.

Pero, precisamente porque nos ha hecho libres y porque


respeta profundamente nuestra libertad, Dios quiere que
aceptemos también libremente su amor misericordioso. Él
tampoco nos obliga a abrir nuestro corazón a su amor para
recibir su misericordia. Él quiere que hagamos un proceso a
fondo de apertura a Él, a su designio de salvación, a su amor.
Él ofrece, a nosotros nos toca decidir si recibimos o no esa
dádiva de amor.

En su último libro «Memoria e identidad», san Juan Pablo


II nos enseña que la misericordia de Dios es lo único que pone
límite a la maldad del hombre. Si Dios no estuviera perma-
nentemente derramando su misericordia sobre la humanidad,
quién sabe a dónde llegaríamos en nuestra maldad. Por esto,
abrirse a la misericordia de Dios, recibirla en el corazón, es
ayudar al Señor a que su misericordia frene la maldad del
mundo y éste pueda ser mejor.

67
Las víctimas y los victimarios ante el amor
misericordioso de Dios

La misericordia divina es insondable. Es el misterio del amor


de Dios que como seres humanos no alcanzamos a compren-
der, pero que por su gracia podemos recibir para, a nuestra
vez, prodigarlo en abundancia. «Sean misericordiosos como
yo soy misericordioso» (Lc 6,36). Como en la hermosa parábola
del hijo pródigo (Lc 15, 11-32) -que más bien debe llamarse la
parábola del padre misericordioso- Dios nos espera a todos
para colmarnos de su misericordia y, al mismo tiempo, para
hacernos instrumentos de su misericordia para con los demás.

Dios la ofrece por igual a víctimas y a victimarios, a todo


hombre cansado, adolorido.... «Vengan a mí ustedes los que
están cansados y agobiados y yo los aliviaré» (Mateo 11, 28).
Para comprender cómo Dios derrama su misericordia a todos
tenemos que mirar a Cristo, el Hijo de Dios, que asumió nues-
tra condición humana para iluminarla y transformarla con la
fuerza de su muerte y resurrección.

El camino que deben recorrer la víctima y el victimario no


es el mismo. La meta es la misma: recibir la misericordia del
Señor y convertirse en instrumentos de misericordia, pero el
punto de partida es diferente, diametralmente opuesto.

Para abordar el tema de la misericordia desde las víctimas,


debemos mirar a Cristo como víctima, ya que en él Dios quiso
hacerse víctima para que todas las víctimas pudieran descubrir
el sentido profundo de su dolor y pudieran transformarlo con
la fuerza de la resurrección.

¿Cómo vivió Cristo su condición de víctima? Él aceptó ple-


namente el dolor. El Señor no rehusó el dolor. Él no trató de
escaparse del dolor, de evitarlo. No. Los evangelios sinópticos

68
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

nos relatan cómo el Señor a partir de un cierto momento de


su ministerio, empezó a enseñar a sus discípulos que Él debía
ser entregado en manos de los pecadores, padecer todo tipo
de injurias y tormentos y ser crucificado (Cfr. Mt 16,21ss y pa-
ralelos). Así expresaba el Señor su plena aceptación del dolor.

El Señor miró de frente el dolor y sintió toda la repugnancia


y la angustia hasta la muerte que causa el dolor. Los evange-
lios nos relatan la intensa oración del Señor en el Huerto de
los Olivos ante la inminencia de la pasión. (Cfr. Mt 26, 36-46).
«Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz de amargura,
pero no se haga como yo quiero sino como quieres tú» (Mt
26, 39). El Señor tuvo que vencer el rechazo espontáneo, ínsito
en la naturaleza humana, del dolor y de la muerte y aprender
a aceptarlo y a hacerlo suyo. Este proceso que se realizó en el
corazón del Señor lo describe la carta a los hebreos con estas
palabras: «El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal
presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas al
que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a
su actitud reverente; y precisamente porque era Hijo aprendió
sufriendo a obedecer» (Hb 5, 7s).

Al aceptar el dolor, Cristo toma sobre sí todo el dolor de la hu-


manidad y consigo lo ofrece al Padre. La carta a los hebreos nos
introduce en ese misterio insondable: al ofrecerse a sí mismo en
la cruz, Cristo ha ofrecido el sacrificio perfecto y definitivo por
el cual somos salvados. «La sangre de Cristo, que por el Espíritu
eterno se ofreció a sí mismo a Dios como v nuestra conciencia
de las obras muertas que conducen a la muerte initivo por el
cual somos salvados. Cristo es la ve partida esíctima perfecta,
purificará nuestra conciencia de las obras muertas que condu-
cen a la muerte para que podamos dar culto al Dios vivo» (Hb
9,14). Y, al hacerlo suyo y ofrecerlo al Padre por la humanidad,
Cristo llenó su corazón de amor hacia los que causaban el dolor,
los perdonó y se ofreció por todos, también por ellos.

69
¿Qué dice el Señor a la víctima, qué nos dice a todos noso-
tros? San Pedro en su primera carta nos dice: «Cristo suf rió por
ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas» (1
Pd 2,21). Al contemplar al Señor como víctima aprendemos el
itinerario que hay que recorrer para que la fuerza de la resu-
rrección del Señor inunde nuestro propio dolor, transforme
nuestra condición de víctima en una realidad positiva que
contribuye a la salvación del mundo.

Mirémoslo claramente: Ahí está el paso necesario para el


cambio de sentido. Yo soy capaz verdaderamente de perdonar
a una persona cuando lo veo con otros ojos. No cuando lo veo
con los ojos de victimario, sino cuando lo veo con los ojos de
un hermano mío que también merece amor, ya que en Cristo
ha sido redimido, en Cristo ha sido transformado por el amor
de Dios. Y por lo tanto empiezo a mirar al victimario con los
mismos ojos de Cristo que amó a sus enemigos, que oró por
sus enemigos. «Padre perdónalos porque no saben lo que ha-
cen» (Lc 23,34). Cristo, en ningún momento, tomó actitud de
venganza, en ningún momento trató de destruir al enemigo,
sino que por el contrario se ofreció a sí mismo por él.

Pero, con razón, con la razón humana, las víctimas presen-


tes en este auditorio me podrían interpelar diciendo: «Es que
nosotros no somos como Cristo, no somos tan buenos como
Él. Hemos pasado por estadios de ira, de dolor, de inmensa
tristeza, desesperanza y soledad, ¿Y ahora nos piden que
perdonemos, como Cristo, a unos victimarios que no están
arrepentidos y no tienen propósito de enmienda?».

Sí. A la luz de la razón humana, el perdón no tiene explica-


ción ni sentido. Pero hay una realidad más honda que nunca
podemos olvidar: si Cristo murió perdonando y ofreciéndose a
sí mismo en la cruz, no fue sólo para darnos buen ejemplo sino
para que con la efusión del Espíritu Santo en su resurrección

70
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

recibamos la fuerza de hacer lo que Él mismo hizo, más allá de


las fuerzas humanas.

La misericordia en la víctima se llama perdón, y el perdón


sana en primer lugar a quien lo otorga; lo libera de las ata-
duras a las que condena el sufrimiento sin sentido; le quita al
victimario el poder de conservar encadenada sicológicamente
a su víctima; y, sobre todo, le entrega a Dios, con humildad,
la suerte del opresor. La confianza en la justicia divina opera
como el bálsamo del abandono, es como la mano amorosa
que detiene las hemorragias del alma, cierra nuestras heridas
y acaricia nuestras cicatrices.

Y podrían insistir: «Cristo fue capaz, pero yo no soy capaz».


Y retorno al principio de mi intervención para reiterar: Si el
hombre es capaz de Dios, el hombre es capaz de amor. Y si
es capaz de amor, es capaz de misericordia que en la víctima
adquiere el precioso nombre de perdón. Mirando a Cristo,
uniéndome profundamente a Él, puedo como víctima donar
mi dolor. Es decir, ofrecerlo, como Cristo lo ofreció por la sal-
vación del mundo, incluso por mis verdugos. Como canta el
himno que Pablo nos trae en la carta a los filipenses: «Cristo
se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se
hizo un hombre cualquiera. Y en su condición de hombre se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
una muerte de cruz» (Flp 2,7s). Cristo se hizo obediente por el
desobediente que es el ser humano, que somos cada uno de
nosotros y al ofrecer al Padre su dolor por el desobediente,
hace que el amor y la misericordia de Dios manifestada en su
muerte y resurrección llegue al desobediente y éste se haga
capaz de tener sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Sin embargo, todavía surge la pregunta: ¿Por qué perdo-


nar a quienes no han pedido perdón? La mayoría de ellos ni
siquiera reconocen su crimen. ¿Por qué ser misericordioso con

71
los carceleros que se robaron el don preciado de la libertad
y tuvieron a soldados y policías enjaulados, como en campos
de concentración? ¿Por los que se han negado a pedir perdón
y no han mostrado arrepentimiento por sus actos atroces? A
la luz del amor misericordioso de Dios, descubrimos que son
ellos quienes más allá de su soberbia están más heridos; los
que tienen más sed de Dios, aunque no lo conozcan, aunque
aún no sepan que también son sus hijos; los que más necesita-
dos están de su misericordia divina y de alcanzarla por medio
de nuestra oración de intercesión, de la donación de nuestro
dolor y de nuestro perdón. Una vez más oímos la voz del Señor
en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
y nosotros nos preguntamos: ¿Aunque no pidan perdón? Sí.
Aunque no pidan perdón.

A la luz de la lógica humana este misterio resulta indes-


cifrable. Y duele, duele mucho, se necesita coraje y heroís-
mo, para hacernos dóciles a la lógica de su amor, dóciles
para experimentar la gracia de perdonar con su perdón
que sana. ¿Y la justicia? ¿La divina? En las manos de Dios.
¿Y entonces la misericordia implica renuncia a la justicia?
No es renuncia; es desprendimiento, abandono y confianza
plena en Él, en su justicia, que más que el castigo busca la
sanación, la rehabilitación, la transformación, la vivificación
del culpable. La misericordia es la más perfecta expresión
de la justicia divina.

¿Y la justicia humana? ¿Será la impunidad la expresión de


la misericordia? Mucho se discute entre nosotros esta encru-
cijada. Pero estoy convencido de que si queremos la paz, es
necesario que la justicia adquiera principalmente los rasgos
de la justicia restauradora; que la justicia no caiga en el «sum-
mum jus, summa injuria», sino que se abra a contemplar otras
posibilidades de reparación que permita que el castigo se con-
vierta en instrumento de construcción de la paz.

72
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

San Juan Pablo II, en carta dirigida a Alí Agca, su agresor,


quién le disparó el 13 de mayo de 1982 y quien hasta hoy no ha
pedido perdón, le dijo: «Es importante que ni siquiera un epi-
sodio como el del trece de mayo sea capaz de abrir un abismo
entre dos personas, de crear un silencio que significa la ruptura
de la comunicación. Cristo, la palabra encarnada, nos ha ense-
ñado palabras sobre esta verdad que no deja nunca de producir
el contacto entre la gente, a pesar de la distancia que puedan
provocar eventos que a veces ponen a unos contra otros».

San Juan Pablo II fue también una víctima, testigo sufriente


de las atrocidades de los nazis y de los comunistas, y nos mos-
tró cómo una víctima puede tomar su dolor y transformarlo.
Como lo describe el cardenal Walter Kasper, en su libro La
Misericordia, «el testimonio de su sufrimiento fue una homilía
más elocuente que las muchas homilías que pronunció y los
numerosos documentos de su largo pontificado».

Comprendemos así que las víctimas están llamadas a algo


activo, no simplemente pasivo. No es la actitud del que sufre
aplastado por el sufrimiento, del que sufre rebelándose con-
tra el sufrimiento, sino precisamente del que sufre tomando el
sufrimiento en sus manos y ofreciéndolo por el que le hizo el
daño, por aquel que le causó el dolor, para que el otro pueda
encontrar el amor y la misericordia de Dios.

¿Y por dónde empezar? Dejando a un lado las consideracio-


nes humanas, de rodillas implorar a Cristo, el Señor, la gracia de
perdonar con su perdón, de donarse con su donación, de mirar
con su mirada de amor y de confiar con su confianza: «Padre en
tus manos encomiendo mi Espíritu» (Lc 23,46). Y, entonces, po-
der exclamar: «Padre en tus manos encomiendo a Colombia».

La inmensa mayoría de las víctimas en Colombia tienen vo-


cación de perdón y reconciliación; han caminado con Cristo en
la periferia del dolor, la soledad, y también de la esperanza.

73
Pero cuando escucho a algunas de ellas decir, por ejemplo: «Yo
no soy capaz de perdonar al asesino de mi hijo», «No perdo-
no al que me dejó discapacitado por una mina» pido a Dios
que nos enseñe cómo su hijo Jesucristo tomó sobre sí todo
el dolor, todo el sufrimiento, toda la injusticia y perdonó a
sus victimarios, para que Dios nos pudiera dar por medio de
Cristo el perdón y la capacidad de perdonar. Por eso insistimos
en pedirle a Él, que nos haga capaces de perdonar; que nos
haga capaces de justicia rehabilitadora; que nos haga capaces
de reconciliación. Esto significa la toma de conciencia de que
nuestro corazón es un corazón débil, es un corazón frágil, es
un corazón egoísta, es un corazón mezquino que necesita
del corazón de Dios, para poder perdonar, para recibir y dar
misericordia. De ahí la necesidad de que el proceso de acerca-
miento entre víctimas y victimarios que se está realizando en
estos días en La Habana esté soportado por nuestra oración…

Y levantemos nuestros ojos también a la Virgen María.


Ella, al pie de la cruz de su Hijo condenado injustamente (cfr.
Jn 19, 25ss), recibe del Señor la tarea de ser la madre de la
nueva humanidad, la humanidad que, unida al Señor, es ca-
paz de misericordia. Ella nos enseña la misericordia, ella nos
enseña a perdonar, nos enseña a transformar nuestro dolor
en entrega generosa.

¿Y qué les dice el Señor hoy a los victimarios? «No necesi-


tan médico los sanos, sino los enfermos. Entiendan bien qué
significa: ‘misericordia quiero y no sacrificios’, porque yo no
he venido a llamar a los justos sino a los pecadores» (Mt
9,12). Todo el Evangelio, que es el Evangelio de la misericor-
dia, invita a todos a acercase al Señor que es perdón y mise-
ricordia. El Señor hoy les dice a los victimarios colombianos
que ellos también tienen redención. Pero, para alcanzarla,
ellos también deben vivir un itinerario: ¿Por dónde debe
empezar el victimario?

74
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

El primer paso para ellos es reconocer que todos son objeto


del amor y de la misericordia del Señor; que aun aquellos que
han cometido los pecados más abominables tienen acceso a la
misericordia. ¿Aun los que pusieron los cilindros bomba en la
iglesia de Bojayá? Sí. ¿Y los que tuvieron cautivos y esclavizados
a otros seres humanos, hasta por 14 años? Sí. Y los que dispara-
ron contra 11 indefensos diputados, después de haberlos teni-
do cautivos durante más de 10 años? También para ellos habrá
misericordia. ¿Y para los que volaron el oleoducto de Machuca
donde murieron incinerados 89 seres humanos? ¿También para
los que asesinaron discapacitados en Soacha y los hicieron pasar
por guerrilleros? ¿Para los que masacraron poblaciones enteras?
Sí, sí y sí, la oferta de Dios es ilimitada en su generosidad. Pero
requiere el consentimiento de la persona, el sí a ese Dios de
amor y de misericordia, y éste empieza por un entrar dentro de
sí mismos para reconocerse en sus heridas, en su miseria, en su
sed de Dios. El victimario, precisamente, para pasar de victima-
rio a digno de misericordia, tiene que hacer un proceso interior,
un proceso del corazón que lo lleve a encontrar la libertad en la
verdad porque su mente, su voluntad y su corazón están obnu-
bilados. Y esto no es fácil. Lo evidenciamos en la dificultad que
tienen hoy los guerrilleros en aceptar que son victimarios.
Yo les digo hoy a los militantes de las FARC y el ELN, a los
miembros de las autodefensas, a los narcotraficantes, pero tam-
bién a los agentes del estado y a todas las personas que de una
u otra forma contribuyeron a que el conflicto armado se hiciera
cada vez más una guerra sucia, que hagan ese proceso de des-
cubrir la verdad acerca de sí mismos; que no sigan encubriendo
sus crímenes con la mentira; que sean capaces de descubrir la
realidad del crimen, la realidad de la falta cometida. En todo
proceso de conversión se parte siempre del principio de que se
tiene que reconocer la realidad y la naturaleza del pecado. El
primer paso es el examen de conciencia. Que ellos sean capaces
de dejar a un lado todas las mentiras que se han dicho a lo largo

75
de todos estos años de conflicto y, por lo tanto, que poco a poco
puedan descubrir toda la verdad. Y a la luz de esa verdad sean
capaces de darse cuenta de la enormidad del crimen cometido y
el daño causado a la dignidad de otros seres humanos.

Y, al tomar conciencia de su pecado, muestren arrepenti-


miento; puedan darse cuenta de que han causado un daño,
que han cometido un crimen y se arrepientan de haberlo co-
metido. Y al arrepentirse pidan perdón. Y prometan no volver
a hacerlo y se comprometan en procesos de reparación del
daño causado. Sin este proceso –que se vive en el sacramento
de la confesión por el cual se hacen objeto de la misericordia
de Dios- no hay conversión posible.

Les hago un llamado a la conversión y oro por ellos para


que se encuentren con la libertad y la verdad que yace en
lo profundo de sus corazones de hijos de Dios. Miles de ellos
nacieron en hogares católicos y tienen a sus padres de rodillas,
intercediendo por ellos, implorando su regreso. Dios tiene sed
de su asentimiento y tendrá compasión, como lo prometió a
Sor Faustina, en el «Diálogo con el alma pecadora»: «Mi mise-
ricordia es más grande que tu miseria y la del mundo entero.
¿Quién ha medido mi bondad? Por ti bajé del cielo a la tierra,
por ti me dejé clavar en la cruz, por ti permití que mi sagra-
do corazón fuera abierto por una lanza, y abrí la fuente de
la misericordia para ti. Ven y toma las gracias de esta fuente
con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré un cora-
zón arrepentido, tu miseria se ha hundido en el abismo de
mi misericordia. ¿Por qué habrías de disputar conmigo sobre
tu miseria? Hazme el favor, dame todas tus penas y toda tu
miseria y yo te colmaré de los tesoros de mis gracias».

Teresa de Jesús, en su Libro de la Vida -que originalmente


ella tituló: De las Misericordias de Dios- nos conduce, a través
de algunas de sus frases, a intuir la dimensión de este misterio

76
Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz

de amor, al que ella llegó no por la vía del intelecto sino por
la vía de la experiencia:

12.5 158 «Tiempo vendrá, Señor, donde haya de darse a


entender vuestra justicia, y si es igual de la misericordia».

8.3 154 «Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida


maldad».

284.2 177 «No hay que temer, sino esperar en su misericor-


dia que ha de descubrir la verdad de todo».

Y la contemplación de la misericordia divina la conduce a


ella -hoy santa y doctora de la Iglesia- a mirarse en primer
lugar a sí misma, a reconocerse en su pequeñez de pecadora,
necesitada de su misericordia:

38.7 33. «La misericordia de Dios me pone seguridad, que,


pues me ha sacado de tantos pecados, no querrá dejarme de
su mano para que me pierda».

4.9. 115 «Bendita sea tanta misericordia, y con razón serán


malditos los que no quisieren aprovecharse de ella y perdieran
a este Señor».

Conclusión

Después de este recorrido, comprendemos que para


que seamos capaces de recibir y prodigar su misericordia
debemos empezar por reconocernos en nuestra miseria, en
nuestro pecado, en nuestro dolor, en nuestra impotencia, en
nuestra fragilidad y desorientación. Nada, absolutamente
nada podemos sin Él. Las palabras de Jesús a santa Faustina,
resuenan hoy para Colombia: «Hija mía. No me has ofrecido
lo que realmente es tuyo. Hija, dame tu miseria porque es tu
propiedad exclusiva».

77
Todo nuestro sufrimiento, pasado, presente y futuro lo do-
namos hoy a los pies de la cruz, lo unimos al sufrimiento de
Cristo, que es el mismo sufrimiento de Dios con nosotros y por
nosotros, para que Dios lo tome, lo acepte como ofrenda y los
transforme en fuerza redentora y salvífica, haciéndolo amor-
misericordia. No es el sufrimiento el que nos redime sino el
amor. Un sufrimiento que ofrecemos hoy por aquellos que nos
han causado tanto dolor, los que han derramado la sangre de
sus hermanos, para que Él los transforme y tenga piedad de
sus corazones de piedra y de nuestros corazones, endurecidos
por décadas de violencia.

78
Oración por la paz
de Colombia

P adre, Tú eres un océano de paz y nos regalas por medio


de tu Hijo Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo
este don, y lo siembras en nuestro corazón por medio de la
conversión y la reconciliación.

Tú nos confías la paz a nuestra responsabilidad, convirtién-


donos en artesanos de la paz, para construirla con «pasión,
paciencia, experiencia y tesón».

Tú quieres que nuestras familias sean escuelas de paz donde


te escuchemos, acojamos y te sigamos mejor y, así germinen
palabras y gestos de perdón, escucha, diálogo, ternura, amor
y reconciliación. Que los niños y jóvenes se conviertan en pro-
tagonistas de un futuro de paz.

Acompáñanos en las responsabilidades que tenemos en


nuestra vida social, política, económica, cultural y eclesial. Haz
que difundamos el respeto por la vida, las personas y la crea-
ción; que seamos solidarios, fraternos, justos y trabajadores
del bien común.

Acoge en tu casa a quienes murieron víctimas de la guerra


fratricida, mueve el corazón de los actores violentos para que
vuelvan a Ti y sean también ellos constructores comprometi-
dos de la paz. Fortalece a las víctimas en su dignidad y otórga-
les valentía para ofrecer el perdón.

Que María Reina de la paz, nos ayude a desarmar el cora-


zón, a vivir la justicia, el perdón, la reconciliación y la paz, para
que nazca en Colombia la civilización del amor. Amén.

79
Este documento fue impreso en la ciudad de Bogotá,
en los talleres de Pictograma Creativos en el mes de septiembre de 2015.

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