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No es mucho lo que se sabe sobre la historia del derecho en Antioquia. Los pocos
trabajos existentes dan cuenta sobre todo de los principales abogados a partir de la
segunda mitad del siglo pasado, pero no existen estudios sobre la evolución del sistema
normativo, sobre los principios y corrientes ideológicas que han orientado la formación y
el pensamiento legal, sobre el sentido social y económico de normas tan ligadas a la vida
real de la región como el Código Minero, la legislación local sobre baldíos, o las normas
de policía. A pesar de las listas de abogados notables poco se sabe sobre la historia de la
profesión, el papel de los abogados en la historia regional, las formas habituales de su
práctica, las redes de poder en las que se inscribe o el status económico y social que
generaba. Y todavía menos se sabe de la relación entre el derecho y la realidad social:
cuáles eran los delitos más frecuentes y cómo fueron enfrentados por el sistema político y
judicial, qué formas ha adoptado la delincuencia, cómo ha funcionado el sistema
carcelario, qué eficacia ha tenido el sistema de penas y castigos, qué rituales han
acompañado su aplicación. Las páginas que siguen se resignan a destacar algunos aspectos
menos desconocidos de un tema que merecería más amplios estudios.
El derecho en la Colonia.
Durante la época colonial, las normas legales vigentes en Antioquia fueron las del derecho
tradicional español, contenido en “Las Siete Partidas”, “El Fuero Juzgo”, las “Leyes de
Toro” y las diversas codificaciones españolas, así como en la legislación de indias,
expedida concretamente para América. Hasta el siglo XVIII pocos antioqueños se
formaron como abogados, por lo que durante buena parte de la Colonia la aplicación de
la ley estuvo en manos de funcionarios sin preparación formal, con excepción de algunos
gobernadores y de sus asesores. En efecto, los jueces de primera instancia eran los
alcaldes ordinarios, personas que raras veces tenían formación jurídica.
Sin embargo, durante los últimos años de la época colonial, probablemente a causa del
desarrollo de la actividad comercial y minera, fueron frecuentes los antioqueños que
viajaron a Bogotá a cursar estudios, y a no eclesiásticos, sino jurídicos. Pero todavía en el
censo de 1778 figuraban en Medellín solo 5 abogados, frente a 49 graduados en estudios
religiosos. Desde 1773 comienzan a aparecer en los diversos procesos actuados en la
ciudad de Antioquia abogados que habían hecho sus estudios sobre todo en el Colegio de
San Bartolomé, como Ignacio Uribe y los hermanos José Antonio y José Joaquín Gómez.
Los alcaldes, al menos en Santa Fe de Antioquia, se apoyaban para dictar sentencias en
causas criminales en los asesores jurídicos y a partir de 1795, en los dictámenes de
teniente de gobernador asesor. Entre los alcaldes de Antioquia con título de abogados
estuvieron José Antonio Gómez Londoño, Manuel Martínez y José Antonio Pardo,
miembros de importantes familias de comerciantes de la región.
Entre los asesores los más activos fueron Lorenzo Benítez, Ignacio Uribe y José Joaquín
Gómez, y entre los tenientes de gobernador figuraron Pantaleón Arango y Antonio Viana.
A pesar del aumento en el número de abogados, parece que hubiera sido muy frecuente la
actuación de tinterillos o "papelistas", como Luis María Fernández, de Antioquia, quien
después de haber sido platero "se dedicó y metió a papelista, haciendo escritos a unos y a
otros. fomentando de este modo discordias, aun entre parientes y aun estando en la
misma cárcel los ha estado haciendo"'.
Las normas civiles coloniales de mayor importancia para el desarrollo local fueron las que
regularon la actividad minera, discutidas en el capítulo correspondiente de este libro1, y las
relativas a la adjudicación de tierras del patrimonio real. En el terreno penal, la sociedad
colonial no fue muy conflictiva, y los procesos de la época registran ante todo peleas y
pendencias entre vecinos, disputas por asuntos de preeminencia, honra y difamación,
hurtos y robos menores, etc. Los hechos de sangre son ante todo resultado de riñas, el
homicidio es raro y mucho más el asesinato. Los castigos aplicados parecen responder
más que a la idea de una aplicación rígida de una tabla de penas al esfuerzo por usar el
castigo como un mecanismo ejemplificante, para lograr acostumbrar a una población
relativamente dispersa y algo indisciplinada a respetar a las autoridades y a vivir de
acuerdo con los patrones morales y sociales de la élite. En este esfuerzo, no parece que
hubiera sido necesario apelar a medidas muy drásticas y teatrales, pues la aplicación de la
pena de muerte, por ejemplo, fue muy poco frecuente.
El mismo Juan del Corral, al término de su segundo período dictatorial, propuso otra
importante medida, la "libertad de vientres", mediante la cual los hijos que nacieran, a
partir de entonces, a los esclavos alcanzarían la libertad al cumplir los 16 años. Esta
medida, aprobada el 20 de abril de 1814 por la legislatura antioqueña, fue diseñada por el
abogado José Félix de Restrepo, siguiendo el modelo de Chile, que había tomado una
medida similar en 1811; con ella se avanzaba en el desarrollo de una noción de ciudadanía
liberal, basada en el concepto de la igualdad jurídica de todos los habitantes de la
provincia.
La Constitución de 1812 fue reemplazada el 10 de julio de 1815 por una nueva carta, algo
menos prolija que la anterior, y que, a diferencia de ésta, expresaba que la provincia de
Antioquia era parte de la República de la Nueva Granada; cambiaba el Congreso de dos
cámaras a una, modificaba el nombre del jefe del Ejecutivo de presidente a gobernador,
prohibía que hubiera más de un eclesiástico en la legislatura, reducida a cinco miembros -y
de ella no podrían hacer parte "jamás los curas ni regulares"-, ampliaba el derecho al voto
al eliminar los requisitos de renta de la Constitución de 1811, etc. Sin embargo, esta
Constitución tuvo solo una breve vigencia, pues a partir de 1816 las autoridades
republicanas fueron reemplazadas nuevamente por agentes del gobierno español.
La nueva legislación.
La nueva legislación, al menos hasta 1856, fue de alcance nacional, dado el régimen
centralista adoptado por la república. En muchos casos se trató de normas específicas,
orientadas a desarrollar algunos principios establecidos en las constituciones, pero ya en
1837 se expidió el primer código de tipo general al aprobarse un nuevo Código Penal,
inspirado en el ejemplo francés, el cual estuvo vigente hasta 1863, cuando el gobierno
liberal del Estado adoptó el Código Penal de Cundinamarca, expedido en 1858; en 1867,
año de gran actividad legislativa local, la legislatura antioqueña expidió un código penal
propio, redactado por Ramón Martínez Benítez, Fabriciano Escobar, Eladio Moreno y
Benicio Ramírez, el cual rigió hasta la época de la Regeneración En desarrollo de este
código se crearon las colonias penales, como la de Patiburrú. En un esfuerzo por imponer
una moralidad exigente y una ética de trabajo a la población antioqueña, se desterraron a
esta colonia a vagos, prostitutas y otros tipos de maleantes, con la idea de buscar su
3
Jorge Orlando Melo, “Progreso y guerras civiles: entre 1829 y 1852”,
http://www.jorgeorlandomelo.com/progreso_guerras.htm, Luis Javier Ortiz, “Antioquia bajo el
federalismo” y “Antioquia bajo la regeneraciòn”, en Historia de Antioquia, Jorge Orlando Melo (Director),
Bogotá, 1988, pp. 101-116, 117-126 y 127-142.
regeneración mediante el trabajo. En casi todos los códigos penales y de policía, además, y
a pesar de que las constituciones habían eliminado el "trabajo forzado", se usó el "trabajo
en obras públicas" como uno de los castigos más frecuentes; además, se trató de perseguir
enérgicamente la "vagancia", con normas un poco imprecisas que fueron aplicadas
arbitrariamente para expulsar a la población que se juzgaba indeseable.
La dureza de las normas no evitó que Antioquia fuera en la segunda mitad del siglo XIX
la zona del país con el más alto grado de violencia: en efecto, las estadísticas penales de la
época, analizadas por Miguel Martínez, muestran que el número de homicidios y
asesinatos en la región era muy superior al de cualquier otro Estado. Lo mismo ocurría
con los delitos violentos contra la libertad sexual, como violaciones y estupros. Por el
contrario, los delitos contra la propiedad eran relativamente escasos, lo mismo que las
infracciones menos violentas de las leyes que castigaban la "inmoralidad", como el
concubinato, el adulterio, etc. La criminalidad violenta parece haberse concentrado en
buena parte en las zonas mineras y en las áreas de colonización reciente, donde la
presencia del Estado era muy limitada, donde se reunían individuos más levantiscos y
aventureros, y donde el esfuerzo de generación de una actitud de obediencia a la ley y a las
convenciones sociales y religiosas estaba aún en niveles muy incipientes.
Durante la primera mitad del siglo no se logró expedir un código civil que reemplazara la
legislación española. En 1857, creado ya el Estado de Antioquia, una comisión de la
legislatura, de la que hicieron parte José M. Martínez Pardo, Pedro Justo Berrío,
Hermenegildo Botero y Pedro Antonio Restrepo Escobar, elaboró un proyecto basado en
código que había redactado don Andrés Bello para la República de Chile, y que a su vez
seguía muy de cerca al código civil francés. El proyecto no alcanzó a ser aprobado, y en
1863 el Estado de Antioquia decidió adoptar el Código Civil de Cundinamarca, también
tomado del de Bello, así como los códigos Penal (1858), Comercial (1859), Militar (1858)
y de Policía (1859) del mismo Estado, haciendo en todos los casos algunas modificaciones
menores. Una de las más notables en asuntos civiles tuvo que ver con el matrimonio,
pues aunque las normas chilenas solo reconocían el matrimonio católico, el código
antioqueño permitía el matrimonio civil. En 1864, triunfante la rebelión conservadora de
Pedro Justo Berrío, se modificó la norma anterior para determinar que solo serían válidos
los matrimonios cuando se celebraran de acuerdo con los cánones o normas de la
respectiva religión de los contrayentes. De este modo, se prohibía indirectamente el
matrimonio civil para todos los católicos. Esta norma llevó a varios conflictos con el
gobierno nacional y, luego de que se adoptara un código civil para toda la nación en 1873,
fue declarada inconstitucional por la Corte Federal en 1874. La legislatura antioqueña, en
1875, volvió a expedir la misma norma, la que fue a su vez derogada por el Senado de
plenipotenciarios en el año siguiente. Después de 1877, bajo un gobierno liberal en el
Estado, volvió a modificarse la legislación matrimonial, al establecerse que el matrimonio
civil sería el único válido, lo que estuvo en vigencia hasta 1885. Restablecida la república
centralista y unitaria, se adoptó en 1887 el Código Civil del país con base en el ya
mencionado de Cundinamarca, pero en asuntos matrimoniales se adoptaron las normas
expedidas por las legislaturas conservadoras de Antioquia.
La profesión de abogado, durante la segunda mitad del siglo pasado, fue aumentando en
importancia y prestigio, y los más importantes políticos de la época hicieron parte de ella.
Muchos antioqueños encontraban cierto placer en pleitear y pleitear: la vida, por ejemplo,
del millonario Coriolano Amador está llena de conflictos judiciales por sus minas y
propiedades. En el siglo XX el papel de los abogados siguió creciendo, al añadirse a su
función tradicional dentro del sistema judicial y político la de asesoría a las empresas y
corporaciones que empezaban a hacer parte del paisaje social antioqueño. La formación,
que hasta 1936 se realizaba solamente en la Universidad de Antioquia, se fue ampliando,
al crearse en ese año la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana, con
orientación religiosa y conservadora, enfrentada al liberalismo de la universidad pública.
Luego surgiría la Universidad de Medellín, de orientación liberal y positivista, y en la
década de los años 60 la Universidad Autónoma Latinoamericana.
Como tratadistas se destacaron en la primera mitad del siglo XX Alfredo Cock Arango,
autor de varios textos de derecho internacional; Antonio José Uribe; Miguel Moreno
Jaramillo, conocido por el Tratado sobre Sociedades; Francisco de Paula Pérez,
constitucionalista y estudioso del derecho administrativo, quien escribió Derecho
constitucional colombiano (1952); Jesús María Yepes, autor de El panamericanismo y el derecho
internacional (1930); y Eudoro González, autor de varios tratados de derecho civil. La
filosofía del derecho ha tenido exponentes destacados en Félix Betancur, autor de Apuntes
para una filosofía del derecho (1938); Cayetano Betancur, con su Ensayo de una filosofía del
Derecho (1937) y la Introducción a la Ciencia del Derecho (1953); y Abel Naranjo Villegas, del
cual es también la Filosofía del Derecho (1947 y 1959). Otros juristas notables fueron
Libardo López, Juan E. Martínez, Esteban Jaramillo y Luis Isaza Gaviria. Durante los
años 30 fueron miembros de la Corte Suprema Eduardo Zuleta Ángel, Miguel Moreno
Jaramillo y Eleuterio Sema.