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Alcanzar una producción sustentable obliga a que las economías innoven

La provincia de Tungurahua, en Ecuador, actualmente tiene una densidad poblacional de 175


habitantes por kilómetro cuadrado, tres veces más que el promedio mundial de 50 personas.

Una mayor demanda genera presiones en los ecosistemas con la consiguiente pérdida de
cobertura vegetal natural y de fertilidad del suelo debido a la producción agropecuaria.

Los páramos que abastecen de agua son los más afectados. Para reducir el impacto en el 2008
se creó el Fondo de Páramo Tungurahua y Lucha Contra la Pobreza (FMPLPT), un fideicomiso
mercantil y administración, en el que participan ocho instituciones como movimientos indígenas
provinciales, gobiernos seccionales y varias empresas públicas que anualmente contribuyen
voluntariamente con recursos económicos ($ 570.000).

El 60% del dinero recibido por año se acumula y se invierte para generar rentabilidad que es
utilizada para proyectos sustentables que protejan los páramos tungurahuenses. Fue la forma
innovadora que implicó el financiamiento de nuevas alternativas en la región.}
Con un fondo con el fin de proteger el ambiente se financian investigaciones, como una sobre
el agua, en Tungurahua (Cortesía)

“En la parte alta donde están los páramos viven indígenas y campesinos que sacrifican su
desarrollo para que los que viven en las partes bajas tengan agua en cantidad y calidad
suficiente. El fondo contribuye para que la gente de la parte alta desarrolle alternativas
productivas amigables con el ambiente que les permitan mejorar sus ingresos económicos y
sean guardianes del páramo”, dice Óscar Rojas, secretario técnico del FMPLPT.

Las comunidades que se asientan en los páramos firman acuerdos para conservar estos
ecosistemas y a cambio reciben la financiación para varios proyectos. Ya se crearon 17
microempresas comunitarias y se financiaron estudios sobre calidad y cantidad de agua.
“Tenemos una empresa que produce helados de mora; otra que produce productos lácteos en
la comunidad de Chibuleo”.

En cambio, hace 20 años, el ingenio de azúcar Valdez empezó los estudios e implementó
progresivamente un control biológico para plagas en 14.000 hectáreas de caña ubicadas en el
cantón Milagro, Guayas.

“Antes teníamos que utilizar un plaguicida para cada plaga que se presentaba, esto generaba
costos elevados, luego las plagas se volvían resistentes y afectábamos al medioambiente y a la
salud de nuestros trabajadores”, dice Verónica de La Parra, coordinadora de Responsabilidad
Social de Valdez.

El sistema de control consiste en usar ciertas especies de aves e insectos para el control de las
plagas. Valdez tiene un “controlador biológico” para cada plaga (30) identificada.

Por ejemplo, las golondrinas se encargan de erradicar al saltahojas (insecto), las garzas se comen
a las ratas y la mariquita (insecto) se encarga de matar al pulgón (insecto). Cuando se dejó de
aplicar los plaguicidas varias especies que se habían marchado volvieron. “La cadena trófica se
recuperó, es decir, logramos que otra vez sea un ecosistema”, señala.
El ingenio azucarero Valdez, en Guayas, aplica control biológico de plagas para no afectar el
ambiente con la utilización de químicos. Emplean aves e insectos (Cortesía)

Desde el año pasado el ingenio emprendió un registro de las especies de aves que hacen su
hábitat en los cultivos de caña. Hasta el momento hay 127 tipos de pájaros identificados, dos de
ellos se encuentran en peligro de extinción. Han observado tigrillos, guantas, nutrias, zarigüeyas,
entre otros animales.

Este control significó un ahorro de entre $ 0,70 y $ 1 por hectárea en cada incidencia de plaga .
“Dividimos nuestros cultivos por canteros que puede que tengan desde 10 hasta 110 hectáreas.
Hay veces que al mismo cantero le pueden caer al mismo tiempo diferentes tipos de plagas”.

Valdez también implementó un laboratorio de experimentaciones agrícolas, donde


entomólogos especializados crían y reproducen especies ‘benéficas’: “Nosotros vamos al cultivo,
cortamos una hoja que esté contaminada, sacamos el insecto plaga, lo identificamos y
reproducimos el insecto benéfico. Tenemos una mosca especial que la reproducimos, esta
parasita las larvas del insecto plaga, crece y lo mata”.

Estas moscas atraen a aves más pequeñas que a su vez hacen que lleguen serpientes. Además,
posee un sistema de riego que reutiliza el agua usada en la producción de la azúcar. Con el
mismo líquido (rico en minerales) que la fábrica desecha se riegan cultivos.

También adquirió cosechadoras mecanizadas que evitan la necesidad de quemar y permiten


“cosechar en verde”.

Las iniciativas de Tungurahua y Guayas son finalistas de los Premios Latinoamérica Verde 2019.
Los sembríos de pitahaya han incorporado los laterales de las llantas para facilitar cosecha y
reducir pérdidas en Manabí (Cortesía)

La investigación para una producción más eficiente y rentable es fundamental para aplicar ideas
nuevas en el sector agropecuario. La conexión de las empresas de diversos campos es parte de
la sinergia para caminar hacia una economía más innovadora.

Es lo que ocurrió con una que procesa las llantas recicladas e investiga los usos que pueden darse
como parte de una economía circular que reutiliza los recursos.

Fernando Prado, gerente de la empresa Rubberaction, dice que lo esencial es “darle un uso final
al neumático y transformarlo en una nueva materia prima, ya que es un desecho especial de
muy difícil descomposición, pero no tiene ninguna incidencia de contaminación por toxicidad,
por ello se puede utilizar en parques infantiles, en grano puro en las canchas de césped sintético,
por ejemplo”.

El neumático llega a la planta de reciclaje en Quito, en la que se corta, tritura y muele para
separar los componentes. El acero va a las siderúrgicas, la fibra textil se usa como
coprocesamiento de energía en los hornos cementeros y el caucho para incorporarlo en
parques, canchas, asfalto, pero hay más funciones.

“Apoyamos ocho tesis de investigación para comprobar la utilización de cualquier elemento del
neumático reciclado. En una que hizo la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil se
determinó un mejoramiento del 22 % en la sustentación de la tierra para evitar deslizamientos
con la mezcla de chips de llanta con el suelo arcilloso”, asegura Prado.

La investigación dio paso a otros usos como la construcción de bloques y un impermeabilizante


a base del polvo del neumático usado que se aplica en los techos, cuya venta empezará este
mes.

Además, en la capital ya se usan partes de las llantas usadas en los diseños de las sillas, mesas,
juegos como parte de la rehabilitación de más de treinta parques abandonados, dice Prado.

Los laterales de las llantas se separan y se utilizan como base para sostener las hojas pesadas de
las plantas de pitahaya, cuyo tronco crece de forma vertical. Con ello se evita que el fruto roce
el suelo o se dañe por el peso de la hoja.
Los pedazos de llanta sujetados en estacas de madera guían el crecimiento de la planta y facilitan
la cosecha. Más de 85 mil unidades se entregaron para la siembra de pitahaya en las provincias
de Manabí y Guayas, dice Prado.

Desde hace una semana se hacen pruebas para aplicar esta misma técnica en los viñedos de la
región Sierra.

La normativa ambiental ecuatoriana contempla como principio la aplicación de la mejor


tecnología disponible y ejecutar buenas prácticas ambientales.

Este escenario permitiría que los productores incorporen en sus procesos tecnologías o sistemas
innovadores que propendan a la reducción de impactos ambientales especialmente en la matriz
agua, suelo y aire, asegura María Fernanda Calderón, docente de la Facultad de Ciencias de la
Vida de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol).

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