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Las pruebas que aparecen en este informe nos obligan una vez más a
actuar por la realización plena de los derechos de los niños, niñas y
adolescentes, y por garantizar entornos protectores en su vida
cotidiana. Para ello, es necesario romper con los patrones socio-
culturales y creencias que toleran la violencia. Todos podemos hacer
algo para poner fin a la violencia, comenzando por hacer visible lo
invisible.
En el país se reportaron 3 300 denuncias por violencia sexual. De ellas, 1 623 ocurrieron
en el sistema educativo y 1 677 fuera. Las cifras van desde enero del 2014 a mayo del
2018. Lo confirma María Fernanda Porras, subsecretaria para la Innovación Educativa.
Ella reconoce que hay un subregistro. “No todos denuncian. Hay amenazas y miedo”.
Del total de casos de abuso sexual, solo el 15% se denuncia y apenas el 5,3% alcanza
una sanción, según Unicef.
Susana Alvarado: “Las víctimas de
abuso sexual no solo necesitan una
reparación psicológica sino una social y
legal”
La psicóloga chilena ha trabajado con sobrevivientes de abuso sexual
cometidos por sacerdotes en Chile. Desde su experiencia explica por qué a la
sociedad le cuesta tanto creerles a las víctimas, y cómo son los procesos de
reparación de quienes han atravesado estos episodios de violencia.
Las áreas que se afectan cuando hay abuso sexual son múltiples. La más
evidente tiene que ver con el desarrollo de la sexualidad, no entendido como
orientación sexual o identidad sexual, sino con la posibilidad de experimentar
la sexualidad como algo sano, normal, placentero. La gran mayoría de las
víctimas reportan que su sexualidad se ve alterada, hablan de que lo ven como
algo pecaminoso —si está ligado a lo religioso— o incluso se sienten
culpables de sentir placer.
Otro aspecto que suele alterarse en las víctimas de abuso sexual (sobre todo
cuando se da una relación de confianza, como lo que ustedes investigaron) es
que se altera muchísimo la capacidad de confiar en otros. Ahí ocurre hacia dos
lados: nos encontramos con víctimas que desconfían de todo el mundo
entonces son incapaces de construir relaciones de confianza, terminan muy
solos en la vida, o nos encontramos con víctimas que confían en todo el
mundo y no tienen la capacidad de discriminar quién es confiable y quién no.
Ellos terminan entrando en relaciones donde repiten patrones de abuso, de
violencia y en donde son traicionados muy fácilmente. Lo que sucede es que
como no pueden confiar en su propio cuerpo, como están desconectados, las
alertas que normalmente se nos prenden a todos seres humanos cuando otro
nos traspasa un límite, muchas veces a ellos no se les prenden. Entonces no se
dan cuenta que otro está traspasando el límite porque hay una alteración en
ese sentido.
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Por ejemplo, por muchos años se habló de que el abuso sexual sólo ocurría en
sectores de pobreza. Y eso no es verdad sino que es transversal a todos los
niveles socioeconómicos. Por un lado está la imposibilidad de creer que esto
es parte de mi realidad, por otro lado la gran mayoría de casos de se dan por
personas que son de la confianza no solo de la víctima sino de su entorno.
Por otra parte cuando una víctima cuenta es un terremoto, es una bomba
atómica tirada a su núcleo familiar, a la iglesia en la que participa, a su
entorno y frente al terremoto lo que queremos hacer los seres humanos es
volver al equilibrio, volver a la homeostasis que llamamos los psicólogos. Así
empezamos, quizás no tan directamente, a presionar a la víctima para que se
desdiga. Entonces lo que suele ocurrir es que las víctimas se retractan y
cuando lo hacen, eso se lo creemos enseguida. No les creímos cuando dijeron
que les había pasado el abuso, pero cuando dicen “no mira en realidad me
equivoqué” eso lo creemos en dos segundos porque es lo que necesitamos
para volver a nuestro equilibrio y seguir funcionando como si nada pasara.
Si bien hay víctimas que son muy resilientes y pueden salir adelante por sus
propios recursos ese no es el contexto ideal. Si la víctima habló va a depender
qué pase en cuanto a credibilidad y reparación. No es solo una reparación
psicológica sino también social y legal. Es una reparación que implica que
como sociedad podamos decir “esto no debe ocurrir nunca” y que lo
hablemos, y que haya también memoria histórica. Eso es lo único que
posibilita que no siga ocurriendo. A veces tendemos a decir “bueno mejor no
hablemos porque genera más dolor” y la verdad es que las víctimas necesitan
que se hable y se reconozca.
¿Cómo se podría explicar ese largo tiempo que tardan
las víctimas en hablar?
Es una de las variables del abuso sexual. Esta dinámica tiene algo que Barudy,
que es uno de los autores más clásicos de abuso sexual, describe como la ley
del silencio. Una de las cosas que hace el agresor con la víctima es instalar
que esto no es algo que se pueda hablar y lo instala no necesariamente con
amenaza física, que sería la que uno más fácilmente podía pensar “si lo
cuentas te mato”, sino con una amenaza muy velada. En los casos que ustedes
publicaron, este sacerdote les decía que si ellos contaban el sacrificio no iba a
ser válido, como que aquello por lo que habían ofrecido esta dinámica no iba a
llegar a Dios. Si yo me someto a eso es porque necesito mucho alcanzar esto
otro, por tanto voy a guardar silencio, además me lo está diciendo alguien que
tiene poder y en quien yo creo.
Las víctimas suelen sentirse muy culpables por haber aceptado participar,
porque en la mayoría de los casos de abuso no nos encontramos con agresores
que le ponen una pistola en la cabeza. Eso ocurre, pero es el menor porcentaje
de los casos. Son agresores que seducen, que convencen y que hacen creer que
la víctima está participando libremente, entonces las víctimas se sienten
culpables y se sienten avergonzadas y los agresores se encargan de remarcar
eso. Muchas veces en los casos de abuso sexual uno se encuentra que los
mandan a confesarse después del abuso y les dicen “tú me hiciste pecar”. Eso
en Chile lo hemos visto en el caso de Karadima, en el caso de los Maristas.
Entonces si me tengo que confesar evidentemente el pecador soy yo, cómo
voy a hablar de esto si ese hombre pecó por mi culpa.
Y además les dicen algo que como sociedad les confirmamos “si tú hablas no
te van a creer” porque efectivamente cuando hacen algún intento de hablar o
lo insinúan, normalmente no les creen. Y es algo muy difícil y doloroso de
contar. Yo trabajo con víctimas cotidianamente y a las que han sufrido abuso
les duele aunque lo estén hablando muchos años después. Cuando lo hablan,
generalmente las primeras veces lo reviven, es volver a pasar por ahí,
evidentemente es algo que toma mucho tiempo hablar. Es cierto que como
sociedad les decimos “por qué no hablaste antes, por qué no lo contaste antes”
y eso es una nueva victimización porque es poner la responsabilidad en quien
no la tenía. Las víctimas no son responsables, no es su deber hablarlo, es
deber del agresor no haber actuado, no haber agredido y es responsabilidad, de
los que se denominan terceros (que somos todos los que de alguna forma
podemos mirar todo esto) de no haber sospechado o no haber protegido.
¿Cuál es el rol que juega el entorno, no solo el
inmediato sino también la sociedad en general sobre el
abuso? ¿Qué ayuda a que este contexto sea posible y
que hace que sea tan difícil para las víctimas
denunciar?
Creer que esto no pasa y que es un tema tabú es lo que facilita que ocurra el
abuso. Las estructuras de poder muy rígidas, sociedades muy machistas, muy
patriarcales o donde los niños no tengan derecho a voz también lo facilitan. El
tema de la obediencia ciega que esperamos que tengan los niños (“lo haces y
lo haces porque yo soy tu mamá”) no funciona porque cuando les enseñamos
eso es muy fácil que después obedezcan a cualquier adulto. También fallamos
en cómo entendemos confiar en otro. En general entendemos confiar como
confiar ciegamente, muchas veces se propone incluso desde la psicología
dinámicas como que te vendan los ojos y otro te lleva, y la verdad es que
confiar no es eso. Hay un concepto de confianza lúcida y tiene que ver con:
“ok yo confío en ti, pero confío viéndote, a partir de la diferencia, confío a
partir de aquello que me permite saber que tú eres confiable”. A los niños no
les enseñamos eso porque los adultos tampoco lo sabemos entonces nos
tiramos al vacío y no vemos las señales de alerta.
Por otra parte eso mismo les pasa a los adultos, confían ciegamente en estas
personas que tienen poder. Debemos aprender a reconocer las señales. Hay
víctimas adultas que dicen “yo me di cuenta de que esto que me había pasado
era abuso cuando escuché el relato de otra víctima en un programa” porque
como no formamos, no prevenimos, las víctimas no saben qué es adecuado y
desde allí no tienen cómo develar, no tienen cómo contarlo y tampoco les
enseñamos a los adultos en qué fijarse, a estar atentos para ver si a su hijo,
sobrino o primo le está pasando algo que debería preocuparnos.
Todos estos factores hacen que realmente sea muy complejo, y los niños
terminan quedando muy solos y nosotros como sociedad en lugar de
protegerlos, generamos casi un caldo de cultivo para que se den estos abusos.
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Son niños con carencias afectivas de diversos tipos que buscan afecto en los
agresores, con poca capacidad de reconocer a los agresores, con poca
capacidad de reconocer sus emociones. Son extremadamente obedientes que
no saben reconocer sus propios límites. No sé cómo es en Ecuador, pero en
Chile hasta hoy lamentablemente es común saludar a todos de beso en la
mejilla y a los niños se los obliga a saludar así a pesar de que no quieran, eso
lo único que enseña es a transgredir mi propio límite. Yo cuando era chica me
acuerdo que tenía un tío que tenía una barba y me cargaba y la barba picaba.
Mi madre fue lo suficientemente atinada como para no obligarme. Pero a la
gran mayoría de niños sí los obligan. Entonces se va instalando el que tengo
que traspasar mis límites para complacer a los adultos y eso los va volviendo
más vulnerables.
Ahí se explica un poco mensajes que hemos recibido,
por ejemplo, a través de redes sociales de quienes
comentan “Pero yo estuve muy cerca del sacerdote
Intriago y a mí no me pasó nada. ¿Cómo así a ellos sí y
a mí no?”.
Claro, absolutamente. Los agresores son muy hábiles en saber a quiénes sí y a
quiénes no porque hacen un tanteo. Si a la primera que es muy sutil el niño
rápidamente se retira no van a seguir probando. Pero si no pasa, entonces no
lo va a detectar como abuso y ahí sí va a seguir intentando. Los agresores no
abusan de todas las personas con las que tienen contacto. Yo hice la primera
comunión con el Tato, un sacerdote que abusó de muchas niñas en Chile y
uno de los pocos que ha estado preso porque dejó embarazada a una y había
prueba de ADN. Era muy fácil que fuera preso. Pero yo hice la primera
comunión con él a los 10 años y no tengo ningún recuerdo de que él haya
traspasado algún límite.
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Quizá en casos como este que han sido abusados varios chicos, ya se han
agrupado varios de ellos. Incluso sé que hubo una reunión en la que estuvieron
otras personas abusadas por un sacerdote en otra ciudad y han hecho como un
grupo.
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