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JARAMIJÓ: EL HISTÓRICO “ALAJUELA”, 6 DE DICIEMBRE DE 1884

Este buque fue mercante, comprado en Corinto en la suma de 30.000 pesos por intermedio del
ilustre periodista ecuatoriano señor Federico Proaño.

El “Alajuela” fue armado en guerra y disponía de un cañón en la cubierta, una ametralladora en el


castillo de proa y 2 culebrinas de bronce.

Conducía 1.000 fusiles, 500.000 cartuchos y algunos cajones de machetes de 24 pulgadas bien
afilados. Este armamento fue comprado en los Estados Unidos.

Cuando el buque entró a aguas ecuatorianas el Gral. Alfaro le cambió el nombre, llamándose
“Pichincha” en memoria de la gloriosa batalla librada por el Mariscal Sucre en la cumbre del
histórico Pichincha, el coloso de los Andes.

Siguiendo el nombre más invocado del “Alajuela”, su tripulación constaba solo de 72 patriotas
que lucharon en esa batalla y que la Patria en este día recuerda sus nombres con veneración, ellos
fueron:

Tripulantes del vapor “Alajuela”, en arrogante desafío hacia la muerte se lanzaron al mar en el
combate naval de Jaramijó (6 de diciembre de 1884) al mando del General Eloy Alfaro.

COMANDANTE: Andrés Marín García


Maquinista: James F. Power.
Contramaestre: Domingo Trejos.
Piloto: Segundo Pinto.
Mayordomo: Manuel Quito.
Fogoneros: Aurelio Ferrín, Felipe Rojas y N. Villacís.
Mayores: Jacinto Santillán, Federico Vengoechea y Guillermo Molina.

CAPITANES:
Flavio E. Alfaro, Valois Loor, Leónidas Plaza Gutiérrez, Aparicio Dueñas, Dr. Fidel Andrade,
Baltazar Caravedo, Agustín María Solórzano, Juan Jacinto Carrasco, Juan Álvarez, Flavio Palacios
García, Genaro F. García, Ramón Osejos, Roberto J. García y Gabriel Garrido.

TENIENTES:
José Félix Torres, Reinaldo Zevallos, José Corinto Erazo, Heriberto Santa Cruz, Segundo Macías,
Leandro Otoya, Adriano Herrera y Alejandro Campaña.

SUBTENIENTES:
Delfín Recalde, Polidoro Santana y Miguel Ángel Ortega.

SARGENTOS:

Manuel Flores, Francisco Navarrete, José Mariscal, Manuel Alcívar, Romualdo Pacheco, Emiliano
Zambrano, Samuel Centeno, José Ramón Echeverría, Juan J. Caicedo, Marcos Quintero, José
Angulo F. y Jacinto Véliz.
SOLDADOS Y MARINEROS:
Domingo Erazo, Domingo Urquiz, Nicolás Pisco, Marcos Quinteros, Anselmo Vera, Mariano
Solórzano, Polo Chila, Juan José Vásquez, Francisco Domínguez, Salomón Ortiz, Manuel
Manzaba, Antonio Naranjo, Policarpo Montaño, Pedro Vivares, Mariano Véliz, Nemesio
Mendoza, Valentín Bermúdez, Querubín Domínguez, Juan Mero, Francisco Guzmán, José María
González, Daniel Rodríguez, Juan Martínez y Francisco Camairán.

El 2 de diciembre de 1884 Alfaro en Bahía de Caráquez se dedicó a tripular el vapor “Pichincha”


(antiguo “Alajuela”) completando su tripulación con 32 voluntarios y actuando como jefes el
coronel Luis Vargas Torres, jefe de Estado Mayor; Andrés Marín García, comandante del buque;
teniente Domingo Trejos, contramaestre; Ing. James F. Power, maquinista; mayor Sepúlveda,
tenientes: Ángel Campaña y Heriberto Santa Cruz, subteniente Delfín Recalde (los tres últimos
encargados del cañón); comandante Castelló, capitán Flavio E. Alfaro y el soldado Santana (éste
y Flavio estaban encargados de la ametralladora); capitán Ignacio Fierro, Valois Loor y soldado
Antonio Naranjo, mayor Federico Vengoechea, capitanes: Ramón Osejos, Flavio Palacios García,
Baltazar Caravedo y Leonidas Plaza Gutiérrez. Al mismo tiempo llegaba a Cayo la flota de guerra
Caamaño.

En la noche del 3 hasta la mañana del 4 de diciembre de 1884 se presentó en Bahía el vapor
“SANTA LUCIA” o “NUEVE DE JULIO” que pensaba sorprender al “PICHINCHA”, pero fue
repelido a cañonazos. Las familias de Bahía, temiendo un bombardeo de la nave gobiernista,
abandonaron el puerto.

El coronel Centeno quedó a cargo de la plaza de Bahía con treinta hombres, mientras el
“PICHINCHA” salió a recorrer la costa hasta Manta, de donde regresó a Bahía el día 4, saliendo
otra vez el 5 en persecución del “HUACHO”, que andaba con sus máquinas en mal estado.

Dice sobre esto el Dr. Wilfrido Loor:


“Con las dificultades que son de suponer en una República como la nuestra, en donde por vivir al
día se ve la utilidad de las cosas en el preciso momento en que se las necesita, puso Caamaño en
estado de combate dos buques grandes que montaban cañones y tres pequeños que no los montaban
y aquellos eran el “9 de Julio” y el “Huacho”; éstos, el “Sucre”, quitado a los revolucionarios, el
“Victoria” y el “Manabí”. El auto inicial decía así:

La escuadra a órdenes de Reinaldo Flores, que desempeñaba interinamente la Comandancia de


Distrito durante la ausencia de Darquea, salió de Guayaquil el 30 de noviembre a las 18H00.

El buque “9 de Julio” armado por el Gobierno de Chile que compró Veintimilla en 1882, venía a
la vanguardia de la escuadra y hacía de nave capitana. Lo seguía el “Huacho”, que tiempo atrás
fue de la compañía de Vapores del Pacífico.

El “9 de Julio”, al mando del comandante Nicolás Bayona y con 300 hombres a bordo entre la
tripulación y gente de guerra, andaba hasta 13 millas con presión de 36 libras y venía armado de
una ametralladora, tres cañoncitos revólveres y seis cañones de a 24; dos por banda, a cada lado
del puente, uno giratorio o colisa a popa y otro en las mismas condiciones a proa. Alfaro dice que
los cuatro cañones del puente eran “Parrot” de a 30.
El “Huacho” montaba dos cañones, el uno a babor y a estribor el otro, Alfaro pone tres. Traía para
desembarcar en Manabí y hacer la campaña en tierra 520 hombres fuera de la tripulación y venía
al mando del teniente coronel Froilán Muñoz y del práctico capitán Manuel Reina; aquel chileno,
que peleó en el 1883 en el asalto a Machala en donde obtuvo el grado de Sargento Mayor. El buque
andaba de tres a cuatro millas por hora, cuando andaba, pues tenía la maquinaria en malas
condiciones.

Los tres vaporcitos auxiliares carecían de guarnición, se esperaba, en caso de necesidad, proveerlos
de ella en el tránsito.

2 de diciembre. A las cuatro de la mañana, terminadas las reparaciones del vaporcito quitado en
Bahía a los revolucionarios, siguió el “9 de Julio” rumbo al suroeste y navegando seis millas por
hora dio alcance al “Huacho”, que apenas si navegaba tres. Ordenó Flores que éste fuera junto a
la costa con los tres vaporcitos auxiliares, y él con el suyo tomando altura dirigióse a Ballenita
para conocer el estado de las operaciones militares y recibir órdenes en Santa Elena, unida ya a
Guayaquil por telégrafo. Llegó allí a las diez de la noche.

3 de diciembre. A las tres de la madrugada recibió Flores la grata noticia del triunfo del Gobierno
en Portoviejo. Una hora más tarde alzó ancla y a las doce del día estaba en Cayo, donde un posta
con comunicaciones de Guedes y del Doctor Camilo Andrade le confirmaron la noticia de Santa
Elena. Con la idea de desembarcar en Bahía la gente de abordo poniéndola a órdenes del General
Modesto Burbano, para coger al caudillo revolucionario a dos fuegos, en Charapotó, por delante
y por detrás; siguió al norte y estuvo en Manta a las diez de la noche en donde se informó por las
autoridades del paradero del “Alajuela”.

4 de diciembre. A las tres y cuarto de la mañana el “9 de Julio” estaba en Bahía, pero Alfaro la
ocupaba ya.

Del “9 de Julio” despacharon dos botes, el uno con el sargento mayor Fernando Pareja para
reconocer la goleta alemana cargadora de tagua “Berta”, tomada por el buque enemigo “San
Jacinto” y el otro para inspeccionar si en el interior de la rada estaba el “Alajuela”; cumplió el
mayor Pareja la comisión llevando a presencia de Flores al capitán del “Berta” que disipó dudas,
pero los que iban en el otro bote se vieron en la imposibilidad de verificar la inspección, porque
Alfaro a vista del “9 de Julio”, no obstante no reconocerlo, como por los botes y por la falta de
luces en la oscuridad de la madrugada lo juzgara el enemigo, ordenó al capitán Fierro dispararle
cinco cañonazos con la culebrina del cerrito de “El Centinela”, acompañándolos de nutrido fuego
de fusilería, orden que fue inmediatamente cumplida. El “9 de Julio” no recibió daño alguno
material, mas como no podía penetrar a la rada ni aún con la alta marea, por no haber calado para
él, y como por otra parte las balas no permitían tampoco entrar a los botes, Flores quedó con la
curiosidad de ver al “Alajuela” con sus ojos o con los ojos de los suyos.”

El Doctor Loor relata así la acción de Jaramijó:


“El 5 de diciembre entraron a bordo los últimos combatientes del “Alajuela”. Al buque y a la tropa
se les arregló así a popa y barbeta (sin parapeto los tiradores) un cañón de hierro de a 20 sobre 4
ruedas de madera, al manejo del Teniente José Félix Torres; a proa una culebrina de a 12, sistema
antiguo a cargo del Teniente Santa Cruz. Seis trincheras dejaban la embarcación asegurada contra
abordaje: tres a babor, la una a proa al mando del capitán Fidel Andrade con diez hombres, las dos
a popa con el mayor Molina y el capitán Genaro García al frente de ellas; tres a estribor, la de la
parte delantera a cargo del mayor Santillán y a las dos de atrás al mando de los capitanes Osejos y
Carrasco, con el mismo número de hombres y la misma colocación de las del lado izquierdo.

En el entrepuente o piso interior, para disparar por las claraboyas y subir con rapidez a cubierta,
una compañía volante a órdenes del capitán Flavio Alfaro, a quien se le dio especialmente el cargo
de botafuego de la culebrina de babor, pero que a su vez obedecía al colombiano Mayor
Vengoechea que cuidaba del otro costado. Sacos de carbón y planchas de hierro protegían la
maquinaria y la casilla del timón, la primera a cargo de Power y el segundo de Marín auxiliado
por tres prácticos. Las armas eran rifles Remington y machetes Collins de combate de menos de
un metro de largo”.

Flores viene de Manta a oscuras en su buque a cerrar la salida del “Alajuela”. Cuando llega a Bahía
son las 7 y 15 p.m., hora y cuarto de pleamar que la aprovecha Alfaro para salir de la rada. En el
“9 de Julio” el práctico don Lorenzo Chalén inspeccionaba el horizonte subido sobre el palo de
trinquete y nada ve. No obstante, tras las barcas cargadoras de tagua pasa el “Alajuela” junto a la
orilla, con un farolito encendido en el fondo que no da ni el más débil resplandor de luz hacia
afuera. La lobreguez de la noche hace invisibles los dos buques para los encontrados adversarios.
La bravura del mar, la dirección del viento y el furioso romper de las olas en el bajo pedregoso y
en la costa, no deja oír el ruido de la maquinaria ni el cortar de las aguas por la hélice. Ha avanzado
ya el “Alajuela”. Son cerca de las nueve de la noche, tres horas de vaciante. El canal no ha de tener
ya bastante agua para que pase Alfaro, piensa Flores, en tanto mantiene la nave sin ancla sobre la
máquina. El enemigo está dentro de la rada. Hay que partir. Enciende dos faroles blancos en los
palos de trinquete y mayor, señal convenida en la noche del 30 de noviembre en Puna, y parte a
Manta a prestar apoyo al desembarco de las tropas si el “Huacho” está ya allí o para remolcarlo si
no lo está. Cuando ha andado ya algo, Marín desde el “Alajuela” divisa las luces y le comunica a
Alfaro en Bahía, no ve al “Alajuela” por la oscuridad ni oye el ruido de la máquina (silenciosa y
perfecta para la época) a causa de la agitación del mar.

El buque de gobierno con su mayor andar deja atrás al buque revolucionario. Va de fuga cree
Alfaro, y lo persigue; más cuando lo ha perdido de vista reflexiona: “si fuera de huída habría
apagado los faroles y los lleva encendidos; no, no nos ha visto, ni es posible que huya hallándose
en mejores condiciones que nosotros.”

Alfaro, que no ignora el fracasado intento de desembarcar tropas en Jaramijó, entra a esta
ensenada, sea para examinar la costa, sea por el conocimiento que por el espionaje tiene de la
situación del adversario. Marín, con vista de lince, es el primero que en la oscuridad de la noche
ve al “Huacho” con las luces apagadas. Don Eloy ordena dirigir la proa contra él y que se le dirijan
al timón los primeros cañonazos, porque buque sin timón, dice, es caballo sin rienda. Don Manuel
Reina, práctico del “Huacho”, ve venir al “Alajuela”, advierte el peligro al comandante Don
Froilán Muñoz y le insinúa toque zafarrancho para poner la tropa en estado de resistir un posible
ataque. Don Froilán pide los anteojos, examina el océano y convencido de que tiene al frente al “9
de Julio” que lo viene a remolcar, ordena alisten una espía o cabo y que se alcen las anclas. En
tanto dispone las cosas para el logro de su inocente conjetura, motivada porque ve venir el buque
de Manta, y duermen a pierna suelta tropa y tripulación; llega el “Alajuela” y se acerca al toque
de diana. ¿Quién vive? la Patria, ¿Qué cuerpo? el nuestro. Haga alto nuestro.

El “Alajuela”, que iba de frente contra el “Huacho”, probablemente por una maniobra de Marín se
desvía, pasa rozándole la proa. Domingo Trejos tira el anclote a la cubierta del estribor del
“Huacho”, éste se estremece, retrocede el “Alajuela” detenido en su impulsión hacia adelante y
quedan unidos a la proa y separados a popa de cinco a seis metros, según el movimiento de las
olas. Rápidamente un individuo del “Alajuela” amarra arcia con arcia, esto es los cabos del palo
de un trinquete del buque con los cabos del palo trinquete del otro.

Son las doce de la noche. A popa del “Alajuela” disparan un cañonazo con tal mala suerte que
rompe las cureñas.

El primer vaporcito que llegó al lugar del combate, hora y media después del encuentro del
“Huacho” con el “Alajuela”, fue el “Sucre”. Parece que andaba recorriendo el mar después de
haber dejado a Burbano en Manta. Era molestosísimo, daba vueltas rápidas alrededor del
“Alajuela” le disparaba en volandas un cañoncito y se mantenía luego a considerable distancia, de
miedo a la ametralladora del buque revolucionario que procuraba hacer blanco de él.

En estas circunstancias llegó el “9 de Julio” a las dos de la mañana, según nuestros cálculos, y se
puso a dar vueltas alrededor del “Alajuela”, sin duda por ver la mejor forma de atacarlo. En su
primer ímpetu se le acerca a unas seis varas, según parece, resuelto a abordarlo. Pero el “Alajuela”
le pone la proa con el fin de abordarlo también.

Gritos de “muera Reinaldo Flores”, “mastuerzo”, “cobarde”, “aquí está Alfaro”, resuenan en el
buque revolucionario y a ellos responden los contendores con “piratas”, “asesinos” y “viva el
Gobierno”.

A la primera embestida del “Alajuela”, el “9 de Julio”, le disparó la artillería de estribor y a


consecuencia murió Rafael Recalde, de los alfaristas, con una granizada de proyectiles en el pecho
y fue herido el timonel Marín.

Alfaro proyectó a su reemplazo primero con la persona del Mayor Vengoechea y luego con la de
Domingo Trejos. En una segunda embestida un segundo cañonazo del “9 de Julio” destrozó una
vaca del “Alajuela” destinada a la matanza, y dejó para siempre cadáver al ya herido timonel
Marín. Al tercer disparo reventó el cañón del “9 de Julio” por haberle puesto carga doble. El ruido
horroroso de la explosión y veinte bajas que hizo, produjeron el desorden que es de suponer en los
pocos defensores del gobierno que quedaban reducidos a 40. Las tropas gobiernistas del “Huacho”
no pueden entrar en cuenta porque los alfaristas apoderados de cubierta las tienen encerradas en el
entrepuente.

El combate sigue reñido y viendo Alfaro perdida la acción, incendia su buque antes de que el
enemigo lo tome. En el “9 de Julio” están asustados, temen que la hoguera del “Alajuela” sea una
lámpara de gran poder que arrastre en pos de sí al buque gobiernista para llevarlo a una catástrofe
segura.
No son palabras nuestras son de Flores que las pone en boca de Bayona, añadiendo como excusa,
para no perseguir al caudillo revolucionario, la falta de lanchas y de hombres, el mayor calado de
su barco sobre el adversario y la necesidad de atender en primer término a los heridos. ¿Y por qué
con sus cañones no acababa Flores con Alfaro, que con la claridad de las llamas está de blanco
excelente a sus balas?, es por la distancia en que se halla con su buque y por la agitación del mar
en último día de aguaje.

En el “Alajuela” Trejos es timonel sólo de nombre; quien lleva la caña del timón es el práctico
Segundo Pinto. Alfaro llama a Juan Álvarez y le ordena decir a Pinto que ponga proa a Crucita.
Álvarez, que tiene veinte años y a quien la muerte no le es novia sino parca, tergiversa la orden y
manda rumbo a tierra, con el aplauso de la tripulación que grita también “a tierra Pinto a tierra”.
Pinto obedece, Alfaro ordena sacar los colchones de los camarotes, rociarlos de kerosene y prender
fuego para que el buque arda por varios costados, “volamos, volamos”. Una verdadera algarabía
se desarrolla a bordo. Unos se arrojan al agua y llegan a nado a la playa; entre ellos está Flavio
Palacios. Otros se disputan el único bote que tiene el “Alajuela”; en la lucha por éste y al bajarlo,
cae al agua José Mariscal, a quien la hélice lo coge con sus aletas y le rompe las piernas.

El “Alajuela” llega a tierra. Son las cuatro y media de la mañana. En el punto donde encalla debe
haber vado, porque el buque solo cala siete pies, pero la hélice que sigue girando y el fuerte oleaje
forman en los primeros momentos una poza en la que un hombre de pie en el fondo le pasaría el
agua encima de la cabeza. Pinto por orden de Trejos, echa los cabos hacia fuera para que los
hombres salten por ellos. Unos aprovechan, otros se arrojan desde cubierta o por los portales a
nado, y los que no saben nadar improvisan salvavidas con esa habilidad que se tiene en los
momentos de peligro, cuando se trata de poner en salvo al número uno. Algunos de los prisioneros
mueren ahogados, Alfaro no quiere salir del “Alajuela”, a veces intenta suicidarse, a veces se siente
con deseos que la misma llama que acaba con el buque acabe con él.

Como Alfaro ignoraba el arte de nadar hubo necesidad de prepararle un salvavidas. Había en el
buque una pipa mantequera que se utilizaba para el servicio de agua dulce. Plaza, Andrade y Trejos
amarraron en ella a Alfaro; pusieron la pipa en el mar y ataron a ella un cabo cuya punta arrojaron
a la playa para que desde allí tirase Flavio Palacios. En el apuro llamó en su ayuda a Agustín
Solórzano y a Flavio Alfaro y entre los tres trajeron a la playa al caudillo sin conocimiento, a
medio ahogarse. Power fue el último en abandonar el “Alajuela”.

En este día y el siguiente se vieron en la playa muchos cadáveres arrojados por el mar desde
Jaramijó a la punta de Charapotó.

A las cinco de la mañana el “9 de Julio” tomó al “Huacho” que iba al sur al garete, arrastrado por
la corriente, y fue con él a Manta en donde se estableció el hospital de sangre.

En 1935 los restos del “Alajuela” podían ser vistos en Balsamaragua, muy arriba de la playa por
la marea alta, a 80 cuadras de Crucita al norte y a más de 2 leguas de Jaramijó al sur”.

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