Vous êtes sur la page 1sur 2

EL RÍO DE LOS MUERTOS

María Isabel Espinosa y la dignidad de la poesía

La historia que te voy a contar, verídica como los ojos que ahora leen
esto, describe el rechazo o la falta de compromiso –que, en su cinismo, las
mismas políticas en el poder han fomentado–, dejando claro que, en un futuro
no muy lejano –sumado a la guerra que se trae contra el narcotráfico–, estaremos
también contando muertos como si fuesen peces que vomita el mar.

El escritor Chris Abani, haciendo una autocrítica ante la situación


africana, solía repetirse constantemente que “la guerra y las perversiones que la
acompañan no me han hecho más valiente, sino sólo más insensible”. Ahí que
la poesía nos aleje de la comodidad anestesiada y nos plante en el ojo de lo
visible.

María Isabel Espinosa, sentada a la sombra de un árbol, escribe poemas


a los cadáveres que pasan por el río de su casa.

Cobijada por la penumbra y asistida por la misericordia del verso, ve a


los bultos flotar en la corriente del Cauca: cuerpos mutilados, comidos por la
radiación de los días, hinchados por el desprecio de la metralla.

El río Cauca, de Guayabito en Cartago-Valle, es un torrente de agua


contaminada por cadáveres de civiles y bestias, por guerrilleros masacrados y
soldados “caídos en el cumplimiento de sus deber”, que recorre cerca de 180
poblados y lleva a cuestas, como fosa común y como tumba bogante, la cruenta
historia de horror y violencia en Colombia.

María Isabel, de contar flores hermosas en su extenso jardín, pasó a la


suma terrible de la desgracia y la tristeza: «Eran días en que bajaban 5 ó 7,
entonces yo decía “esto puede ser común, pero normal no”, común todo lo que
usted quiera, pero normal no es».

Hay cuerpos que sólo dan la fecha de su tortura y ejecución por la


gordura de los gusanos que los devoran.

Para María Isabel, la Poeta de los Muertos, el silencio tomó la palabra y


se pudo leer su canto como un destino.
Sin tener quién les escribiera, “los victimarios esperaban borrar sus
rastros y que quedaran impunes sus atrocidades”, pero la pluma de María Isabel
aviva la memoria e impide el olvido.

Los cuerpos no son sus parientes o cercanos, no conoce sus procedencias,


ni sus nombres; tampoco los llora como una madre, esposa, hermana o hija
desolada.

Nada de eso, la poeta les escribe versos hermosos por pura humanidad.

“A alguien le debe competer sacar esos muertos cuando bajaban –dice


con la voz rota por el estremecimiento–. No lo hacen. Entonces yo decidí
sacarlos con mi tinta y mi papel. Y de alguna forma cuando los veía bajar les
daba un último adiós, oraba a Dios por ellos”.

De alguna forma nos hemos convertido en un país tan devastado como


Colombia, sólo nos falta identificar cuál es nuestro “río de la muerte”: el de
sangre, fuego y pólvora, que corre aullando por las calles, o sencillamente el
que, en nuestra placidez, todos nos negamos mirar: aquel que divide fronteras.

raelart@hotmail.com

Vous aimerez peut-être aussi