Lilian llegó después. Karen y yo apenas acabamos de salir de la ducha y
de hacer el amor un par de veces mientras nos bañábamos. Estamos en la sala de estar, conversando no sé qué cosa. El hecho es que Lilian llegó y traía consigo suficiente licor como para emborracharse una semana entera. Se quitó los zapatos en la entrada y, simulando no vernos, pasó de largo a la cocina. La oímos colocar las botellas en la nevera, lavar vasos en el fregadero, verter líquido en las copas... Luego encendió la radio e inundo de música el apartamento. Yo me sentía cansado. La pegada de no haber dormido dos noches enteras me estaba pasando doble factura. Me senté en el sofá que estaba al costado de una ventana abierta con las cortinas levantadas. Karen estaba de pie, ojeando -sin demasiado interés- el libro de poemas que yo le había llevado. Le aburría estás cosas del arte. Eso lo supe después. Lilian dijo algo y Karen entró en la cocina con el libro de poemas en la mano. Yo seguí sentado sobre mi cansancio, escuchando las canciones de salsa que pasaban en la radio. No era mi género favorito, pero tampoco me aburría. Menudas punzadas en el bajo vientre estaban a punto de mandarme al baño. Me quemaban la planta de los pies, mis ojos lagrimeaban y bostezaba constantemente. Después de algunos minutos de espera aparecieron las dos, Karen y Lilian. Karen traía dos grandes copas con vino tinto. Lilian tenía su copa y la botella con lo poco que restaba del licor. Karen me entregó mi copa, Lilian dejó la botella en la mesita y cambió su copa de la mano derecha a la izquierda. Acto seguido empezó el aburrido protocolo de las presentaciones: __Él es Will__ dijo Karen a Lilian__. Y ella es Lilian __me dijo a mí. Lilian y yo nos saludamos con un beso en la mejilla y un breve rose de manos. Su piel olía bien, a flores frescas. __He oído hablar de ti, me dijo. __ ¿Y eso es bueno?, dije. __No del todo, pero sentía curiosidad por conocerte. No contesté. Miré a Karen y nos miraba. __Y he leído algunos versos tuyos __agregó Lilian. __Eso está mejor __dije, sólo por no decir nada. __Bueno, bueno… __intervino Karen___. Después habrá tiempo para que ustedes dos se conozcan__. Ahora es momento de brindar. Mi garganta está hecha una hoguera __sentenció. __Si __dijo Lilian__. Brindemos. Las dos levantaron sus copas al mismo tiempo. Yo las imité. Levanté mi copa. __ Por qué brindamos__ dije. __Por la luna que está hermosa__ dijo Karen. __Y por la amistad__ dijo Lilian. __Salud!... Por la luna y por la amistad__, dije. __Salud!__ dijo Karen. __Salud!__ repitió Lilian. En los siguientes minutos no sucedió gran cosa. Terminamos nuestras copas y empezamos la segunda ronda, luego la tercera, después la cuarta, y así sucesivamente. Karen contó la historia de cómo y dónde nos conocimos, nuestra primera cita en el cine que fue un fiasco, nuestra primera discusión, etc... Lilian se mantuvo siempre atenta. De rato en rato hacía una que otra pregunta para engancharse mejor en la historia. Parecía interesada en saber más de lo que debía. Y vaya, Karen no tenía reparo en contar detalles embarazosos de nuestra relación que arrancaban sonoras carcajadas en nuestra oyente. El vino la estaba soltado la lengua y suavizando los huesos de todo el cuerpo. Habíamos bebido tres botellas de vino, y yo también empezaba a sentirme mareado. Levanté mi copa y eché un trago al seco. Me sentía mejor que al inicio, más relajado y suelto de huesos. El alcohol estaba haciendo su trabajo en mis intestinos. Las punzadas del bajo vientre habían desaparecido junto con el sueño. Karen y Lilian seguían hablando de algo relacionado con exámenes trimestrales de la universidad. Se habían olvidado de mí. De todos modos me aburría esa clase de pláticas. Entonces me levanté y entré en el baño sin que mis acompañantes se dieran cuenta: me lavé la cara, me miré en el espejo que estaba justo encima del lavamanos; mis ojos seguían rojos como siempre, mi nariz pequeña estaba intacta, mis labios mustios…; me acomodé el peinado con raya al costado, luego di una meada… Jalé de la cadena y no cayó el agua, volví a jalar, tampoco hubo respuesta. Tuve que ir hasta la cocina para traer un cubo de agua del cilindro. Lilian estaba ahí, detrás de la puerta. Se había quitado la ropa con la que llegó. Ahora llevaba puesto una sola prenda de arriaba abajo; una especie de vestido que le queda un poco corto y le hacía lucir sus muslos blancos. Se estaba refrescando la cara y el cuello con un pañito húmedo. Su cabello era hermoso, de un color plateado con graves hondas en las puntas. Siempre he sentido una extraña fascinación por el cabello de una mujer. Podía pasarme horas y horas contemplándolos sin aburrirme. Es mi debilidad y mi delirio. Sospecho que Lilian lo sabía, y por eso, cuando me sintió llegar, rápidamente se acomodó los cabellos sobre el hombro izquierdo, se secó la cara y volteo a mirarme, con una mano jugueteando en su larga cabellera que descendía sobre su pecho, como una cascada de agua limpia. __Me estabas espiando__ dijo. __No, no es mi estilo. __Um… Y mirarme las piernas es tu estilo? __Ah, oh…! Lo siento. De verdad, lo siento. __No lo sientas. Me gusta que me mires. __Las piernas? __Lo que quieras. Hubo un silencio prolongado. Yo no supe que decir. Tampoco Lilian parecía segura de cómo actuar. Seguía jugando con su cabello, envolviendo y desenvolviendo mechón por mechón. Luego se acercó al repostero. Sus caderas se movían al ritmo de las pulsaciones de mi sangre. Parecía más alta que Karen, y más guapa. Su cintura era delgada, su espalda estrecha y sus hombros firmes… Jaló un vaso, se sirvió agua helada y lo bebió de una sola alzada. Seguí con la mirada pegada a sus piernas. Y no solo para complacerme, sino también para complacerla a ella. Parecía disfrutar sentirse admirada. Toda mujer le gusta sentirse admirada. Y Lilian no era una excepción. Se había cambiado de ropa para pavonearse y lucir su figura muy bien formada. __Eres un tío libidinoso__, dijo, acercándose. __Tienes unas piernas jodidamente estupendas. __Y además descarado? __Sólo cuando algo me interesa. __Mis piernas te interesan? Se escuchó la voz de Karen, llamándome desde la sala. Parecía ebria, y eso me tranquilizó un poco. Lilian, en cambio, ni siquiera se inmutó, más por el contrario, se había parado en la puerta, cerrándome el paso con su cuerpo. “No sabe beber. A estas alturas, es probable que no recuerde ni su nombre”, dijo con una risita sarcástica en su rostro que le dejaban lucir sus dientes blanquecinos muy bien alineados.