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Flexibilidad Psicológica en adolescentes con dificultades de regulación emocional

Liliana Carolina Romero Flórez


Ensayo aspirante a Maestría en Psicología clínica - Profundización

Bogotá D.C. 27 octubre de 2018


Flexibilidad Psicológica en adolescentes con dificultades emocional

La adolescencia es considerada una etapa que se caracteriza por estar comprendida entre la

pubertad y adultez (Berk, 2004, citado por Padilla & Jiménez, 2014), en la que se presentan una

serie de transformaciones físicas, psicológicas y sociales que dan lugar a nuevas experiencias

emocionales, más intensas y extremas (Gilbert, 2012 citado por Navarro, Vera, Cebolla & Baños,

2018); por lo que, teniendo en cuenta estos cambios se evidencia que es un período en el que se

presentan diversas problemáticas de salud mental (Berk, 2004, citado por Padilla & Jiménez,

2014). A partir de este planteamiento, se han realizado múltiples estudios en el ámbito infanto-

juvenil con fenómenos sociales relacionados a las dificultades en la regulación de las emociones

y el impacto que esta problemática tiene en diversas áreas como social, familiar, y personal; los

estudios se han dirigido hacía el consumo de sustancias (García-Sancho, Salguero & Fernández,

2016), conductas antisociales (Jiménez & López, 2011), conductas de agresividad (Villanueva,

Cruz, Eslava & Valdivia-Salas, 2008), relaciones interpersonales (Cobos, Flujas & Gómez,

2017), suicidio, y trastorno límite de personalidad (Corchero, Balés, Olivia & Puig, 2012),

inteligencia emocional en contexto académico (Aritzeta, Balluerka, Gorostiaga, Alonso-Arbiol,

Haranburu, & Gartzia, 2016), desempeño deportivo (Salazar & Ballesteros, 2015), maltrato

infantil y su repercusión en la adolescencia (Lemos, 2003), entre otros. Teniendo en cuenta las

investigaciones realizadas se puede evidenciar que las mayores dificultades en las cuales los

adolescentes expresan dificultades se tratan de síntomas que reflejan algún tipo de experiencia

relacionada con el sufrimiento (Padilla & Jiménez, 2014).

Según Hayes et al, (1999) citado por Salazar & Ballesteros (2015) el sufrimiento hace parte

del ser humano y de su experiencia de vida, ya que se relaciona directamente con emociones
adaptativas como miedo o ira. Este sufrimiento se ha enmarcado verbalmente a través de

procesos lingüísticos como un polo opuesto al concepto de bienestar; en donde, se considera el

sufrimiento como una enfermedad, o debilidad, mientras que dicho bienestar es equivalente a

salud mental, o normalidad. Luciano (1999) afirma que este sufrimiento surge de acuerdo con la

forma en que las personas reaccionan ante determinados eventos negativos; para lo cual es

importante el afrontamiento y aceptación de estos; ya que, si por el contrario se configura un

patrón de evitación de dicho sufrimiento o malestar experimentado, generalmente este patrón

suele incurrir en un alto costo para las personas, con poco beneficio a largo plazo. Como Wilson

& Luciano (2014) mencionan “la evitación del sufrimiento como el único objetivo en la vida es

una elección restrictiva que puede resultar destructiva” (p. 38).

Este afrontamiento inadecuado del sufrimiento está estrechamente relacionado con las

habilidades de regulación emocional que poseen las personas, en la cual ha habido un cambio en

la perspectiva de cómo se concibe la regulación emocional pasando de la conceptualización que

hace énfasis en el control de la experiencia y expresión emocional, junto con la reducción del

arousal emocional (Marino, Silva, Luna & Mesas, 2014); dando paso luego al abordaje de las

emociones desde la perspectiva de que la regulación de las emociones no es sinónimo de control

emocional, por lo que no involucra la disminución del afecto negativo (Cole, Michel & Teti,

1994, citado por Gratz & Roemer, 2004). Hasta llegar a el abordaje de estas desde la

funcionalidad de las emociones; la cual consisten en que se presentan efectos paradójicos y

desreguladores a partir de los intentos de controlar la experiencia emocional y su expresión

(Garner & Spearse, 2000; Zeman & Garber, 1996 citado por Gratz & Roemer, 2004);

caracterizándose porque, aunque se quiera eliminar dicha experiencia el resultado es que por el

contrario se incrementa en mayor medida. Así mismo Hayes, Wilson, Gifford, Follete & Strosahi
(1996) mencionan que dichos esfuerzos por eliminar, y/o evitar los eventos privados no

deseados, es decir aquellos eventos que producen malestar o sufrimiento (recuerdos, sensaciones,

predisposiciones corporales, pensamientos), los cuales tengan función aversiva para la persona,

tienen como consecuencia el incremento en la probabilidad de desarrollar trastornos

psicológicos.

Frente a las dificultades de regulación emocional, es relevante mencionar algunos factores que

pueden influir en la aparición de estas, en las cuales se encuentran, la vulnerabilidad emocional,

la cual se refiere a una predisposición biológica, o de temperamento, en donde un individuo nace

con una sensibilidad emocional más alta que las demás personas. De igual forma, se encuentra

como otro factor que influye en el desarrollo de las dificultades de regulación emocional un

ambiente invalidante, en donde se presenta una tendencia a negar o responder de forma

impredecible e inapropiadamente a la experiencia privada del niño, específicamente experiencias

emocionales, sensaciones físicas y pensamientos, teniendo como expectativa que el niño debe ser

capaz de controlar la expresión de sus emociones, y no deben expresar emociones “negativas”

(Van Dijk, 2013).

Por último, desde la perspectiva en la cual se abordará la regulación emocional en este ensayo

y en adición a la conceptualización de esta por parte de Hayes, Wilson, Gifford, Follete &

Strosahi (1996), la regulación emocional tiene que ver como lo mencionan Navarro, Vera,

Cebolla & Baños (2018) con “la habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las

propias emociones” (p.9). Por lo que, comportamientos orientados a la modificación de estados

emocionales, pueden resultar inefectivos, así como, sentar la base para diversos trastornos

mentales.
Teniendo en cuenta los planteamientos anteriores, y antes de comenzar el abordaje de las

dificultades de regulación emocional en adolescentes; es relevante mencionar que en el análisis

del comportamiento existen dos filosofías importantes, las cuales son, el mecanicismo-

asociacionista, y el contextualismo-funcional (Hayes, 1993, citado por Hayes & Quiñones,

2005). El mecanicismo percibe “el mundo como un montaje de componentes, relaciones y

fuerzas preexistentes y reales, e intentan modelar el mundo con teorías científicas que son

evaluadas con base en su capacidad para predecir su correspondencia con el mundo” (Hayes &

Quiñones, 2005, p. 278); dentro de la psicología se pueden identificar en esta filosofía, la teoría

estímulo-respuesta, así como la teoría del procesamiento de información. No obstante, el

contextualismo funcional “asume un mundo, pero cree que todos los organismos, incluyendo a

los científicos, interactúan directamente en y con éste” (p. 278). Lo cual quiere decir que dicha

percepción del mundo está influida en su mayoría por la relación e interacción que el organismo

tiene con el mundo que lo rodea. Cuando se habla del comportamiento desde una perspectiva

contextualista, se puede decir que se tienen en cuenta aquellas conductas de forma holística, en el

que los diferentes tipos de operantes hacen parte de un contexto histórico, y situacional. En el

cual, una operante hace referencia a patrones comportamentales históricos y funcionales de

organismo interactuando con el mundo; de igual forma, lo que hace definitoria a una operante es

“la demostración exitosa de su operación como una clase de respuesta sensible a las

contingencias de reforzamiento” (Hayes & Quiñones, 2005, p. 280).

Por lo que dentro del contextualismo funcional, se encuentran teorías conocidas como el

conductismo radical de Skinner, así como la Teoría de Marcos Relacionales, propuesta por

Steven Hayes, en donde introduce el concepto de marco relacional, el cual está relacionado con

diferentes tipos de aprendizaje relacional (Hayes, Barnes-Holmes & Roche, 2001). Wilson &
Luciano (2014) definen el concepto de marco relacional como “un modo de responder relacional

aplicable arbitrariamente que muestra las cualidades definidas de vínculo mutuo, vínculo

combinatorio y transformación de funciones” (p.57). Así mismo mencionan que el marco

relacional “proviene o se forma a partir de una historia de contingencias dadas a varios ejemplos

que da luz a una operante relacional queda bajo un tipo particular de control contextual” (p.57).

Este concepto sienta la base para una terapia llamada Terapia de Aceptación y Compromiso la

cual se basa en la teoría de marcos relacionales para trabajar un concepto que han incluido en la

misma, llamado evitación experiencial, que está estrechamente relacionado con el concepto de

sufrimiento mencionando con anterioridad al inicio del ensayo. A través de la Terapia de

Aceptación y Compromiso se han trabajado diversas problemáticas con niños y adolescentes

como, conductas de agresividad, como se puede evidenciar en la investigación de Ruiz & Perete

(2015), el cual tuvo como resultado el moldeamiento de:

La flexibilidad psicológica a través de un entrenamiento en múltiples ejemplos en

el cual al niño se le pidió enmarcar relacionalmente sus experiencias a través de

relaciones deícticas y jerárquicas y transformar sus funciones discriminativas

relacionándolas con reglas que progresivamente especifican consecuencias

positivas, a largo plazo y simbólicas por no actuar fusionado con sus experiencias

privadas (p. 9).

De igual forma, se ha trabajado las interacciones problemáticas entre padre e hijos con niños

quienes presentan comportamientos asociados a la ansiedad, en la cual se ha obtenido como

resultado el trabajo exitoso en la reducción de la evitación experiencia y fusión cognitiva de los

padres, al mismo tiempo en que estos logran contactar con aquello que es más valioso para ellos,

que en determinados casos es el tipo relación que tienen con sus hijos. Lo cual los lleva a tener
un cambio comportamental, ejerciendo impacto positivo en los comportamientos de ansiedad de

los niños (Raftery-Helmer, Moore, Coyne & Reed, 2016). También, se ha trabajado la Terapia de

Aceptación y Compromiso como terapia grupal en adolescentes los cuales habían obtenido

rangos de evitación experiencial y fusión cognitiva a los eventos privados, relacionada como

previamente se mencionó con las dificultades de regulación emocional, medida a través del

Cuestionario de Evitación y Fusión para Jóvenes (AFQ-Y; Avoidance and Fusion Questionnaire

for Youth; de Valdivia-Salas et al., 2016, citado por Cobos, Flujas & Gómez, 2017).

El sufrimiento psicológico, el cual como se mencionó anteriormente está estrechamente

ligado con aquellas dificultades en regular las emociones propias, y en los comportamientos que

se llevan a cabo como control de las mismas, promoviendo la evitación de las mismas, dan como

resultado, como lo llaman en la Terapia de Aceptación y Compromiso, al trastorno de evitación

experiencial el cual se caracteriza por un comportamiento el cual guía a la persona para alterar o

buscar cambiar eventos privados (recuerdos, emociones, sensaciones, pensamientos, etc.) en

tanto los entiende como barrera para poder llevar a cabo la vida que desea vivir; sin embargo:

Una persona atrapada en este patrón recurrente de evitación estaría inmersa en un

círculo vicioso en el que, ante la presencia de malestar o angustia o cualquier otra

función verbal aversiva, se produce la necesidad de aplacar tal función, para lo

cual hará lo que considera correcto de acuerdo con su historia (por ejemplo,

intentar controlar sus eventos privados) (Wilson & Luciano, 2014, p.74).

Teniendo como resultado, el incremento de dichos eventos, y generando paradójicamente los

resultados que deseaba evitar. Por lo que desde la Terapia de Aceptación y Compromiso se

promueve el trabajo con la flexibilidad psicológica; Villanueva, Cruz, Eslava & Valdivia-Salas,

(2018) refieren que es:


La habilidad de notar los eventos privados (pensamientos, emociones, recuerdos,

etc.) al tiempo que la persona se deja guiar en sus decisiones y acciones por lo que

le importa a largo plazo. Esto es, en lugar de cambiar la tendencia (a veces

inevitable) a la ira, la vergüenza, la rabia, la envidia, los celos, y otras emociones

presentes en el comportamiento agresivo, los programas de entrenamiento de la

flexibilidad psicológica se proponen enseñar a la persona a actuar de acuerdo con

direcciones de valor personal sin dejarse arrastrar por sus eventos privado”.

(p.115).

Teniendo en cuenta todo lo anterior, y abordando la importancia del enfoque conductual para

la eficacia en la psicología clínica, Echeburúa & Corral (2001) argumentan que, en los últimos

años se ha considerado relevante realizar un estudio riguroso para evaluar la eficacia de las

terapias psicológicas, en donde la coherencia entre la teoría y la práctica se ha debilitado,

arriesgando la utilidad de la intervención terapéutica, ya que se ha brindado especial énfasis en el

carácter tecnológico de las terapias, minimizando el papel de la teoría. Por lo que “la evidencia

experimental se ha referido especialmente a la comprobación de la eficacia de las técnicas

terapéuticas, pero no así a la verificación de los principios teóricos en que supuestamente se

basan” (Echeburúa, 1998, citado por Echeburúa & Corral, 2001, p. 184). El trabajo en esta área

desde la Terapia de Aceptación y Compromiso ha estado fundamentado en los resultados y

evidencia teórica y empírica que sustenta su efectividad. Así mismo, las dificultades de

regulación emocional tienen un impacto en el desarrollo de habilidades interpersonales de los

adolescentes, y la prevención de las diferentes problemáticas que se mencionaron al inicio del

ensayo, los cuales no sólo tienen un impacto en el área personal e individual del ser humano,

sino también culturalmente influyen en el desarrollo de perpetuar problemáticas sociales. En


adición el análisis de la conducta se centra en “conductas manifiestas con relevancia social (por

ejemplo: tirar basuras, educación cívica, habilidades de padres y madres) o importancia clínica

(control de la ira, cuidado de los mayores)” (Martín & Pear, 1995, p.8), la adecuada

identificación de todos los factores y características mencionadas es sumamente relevante ya que

tiene de por medio impacto social y clínico en las personas.

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