Vous êtes sur la page 1sur 4

Universalidad del Hecho Religioso

Los hombres esperan de todas las religiones la respuesta a los misterios de la


vida humana.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
La huella de Dios en el corazón del hombre le lleva a buscarle, a adorarle y a
amarle.
Los hombres esperan de todas las religiones la respuesta a los misteriosos
problemas de la humana condición, que, como siempre, también hoy perturban
lo más íntimo de sus corazones: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y la
finalidad de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué es el pecado? ¿Cuál es el origen
y cuál la finalidad del dolor? ¿Cuál es el camino para llegar a la verdadera
felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?
Finalmente, ¿cuál es el misterio último e inefable que rodea nuestra existencia,
de dónde venimos y a dónde nos dirigimos? (Vaticano II, NA, 1)
Por la Biblia sabemos que el hombre, creado por Dios, tuvo con su Creador,
desde el principio, una relación personal.
El pecado original de los primeros padres y los pecados de sus descendientes
hicieron que en bastantes grupos humanos se perdiera buena parte del
contenido religioso primitivo y se deformara la noción de Dios y de sus relaciones
con el hombre.
Por eso, al investigar la religión en los pueblos primitivos, nos encontramos con
formas imperfectas de religiosidad que podrían llevar a la falsa idea de que las
religiones más perfectas son el fruto de un proceso evolutivo de menos a más.
Los estudios históricos más recientes rechazan plenamente la idea de que la
religión es algo explicable como fruto de una evolución a partir de una época de
no religión. Aseguran que el hecho de la religión se basa en una cierta actitud
del hombre respecto a su propia existencia, que consiste en que se sabe y se
siente dependiente de un poder que es dueño del destino humano. Pero la
religión no consiste en una fe en ciertos fenómenos de poder, no es una
veneración de los espíritus, sino una fe en Dios.
En el terreno de la pura historia, hay indicios de actividad religiosa desde los
orígenes de la humanidad. Este es un hecho admitido por todos los historiadores.
También ha demostrado la historia de las religiones que el tener religión es un
hecho absolutamente universal. Todos los pueblos que han existido han tenido
religión. La razón de este hecho tan decisivo es que el hombre es religioso por
su propia naturaleza. La huella de Dios en el corazón del hombre le lleva a
buscarle, a adorarle y a amarle.
En la Prehistoria, concretamente en el Paleolítico, las pinturas rupestres, las
estatuillas femeninas (que representan a la Tierra, diosa madre), los restos
funerarios, etc., indican claramente la preocupación del hombre por el problema
del más allá y la presencia en su vida de acciones rituales para establecer
relaciones con el Ser Supremo, fuente de toda bondad. Y esto, aunque los
hombres tuvieran que ocuparse de luchar esforzadamente con el medio que les
rodeaba, para sobrevivir.
Aunque los signos de actividad religiosa prehistórica están mezclados con
elementos animistas (creencia de que todo lo material está lleno de espíritus),
fetichistas o mágicos (atribución de propiedades sobrenaturales a ciertos objetos
y acciones), contienen elementos de auténtica religiosidad.
En la Antigüedad, las manifestaciones religiosas suelen tener un carácter
nacional (cada pueblo tiene su dios) y se caracterizan por creer que hay varios
dioses (politeísmo), error del que siempre estará protegido el pueblo de Israel.
También ha demostrado la historia de las religiones que el monoteísmo (hay un
solo Dios) es anterior al politeísmo. De hecho, el politeísmo surge cuando la
religión monoteísta se degrada.
Desde el siglo VI antes de Cristo aparecen las religiones de gran difusión. En el
Oriente, hinduismo y budismo, que no creen en un Dios personal.
Ya desde los más remotos tiempos hasta nuestros días, en los diversos pueblos,
se encuentra cierta percepción de la misteriosa fuerza que se halla presente en
el curso de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces
hasta un reconocimiento de la Suprema Divinidad, e incluso del Padre. Esta
percepción y este conocimiento infunden un íntimo sentir religioso en toda su
vida. Las religiones, íntimamente ligadas con el progreso de la cultura, tratan de
responder a dichas cuestiones mediante nociones más refinadas y con un
lenguaje más elaborado. Así, en el hinduismo, los hombres escudriñan el
misterio divino, y lo expresan con una fecundidad inagotable de mitos y con los
penetrantes esfuerzos de la filosofía: así buscan liberarse de las angustias de
nuestra humana condición, ya por especiales formas de vida ascética, ya por la
profunda meditación, ya refugiándose en Dios con amor confiado. En el budismo,
según sus variadas formas, se reconoce -la radical insuficiencia de este mundo
mutable y se enseña un camino por el cual los hombres, con devota confianza,
pueden ya adquirir un estado de liberación perfecta, ya -mediante su propio
esfuerzo o con un auxilio sobrehumano- llegar definitivamente a la suprema
iluminación. En igual forma todas cuantas religiones existen en el mundo se
esfuerzan por resolver la inquietud del corazón humano por los más varios
métodos, esto es, proponiendo caminos, es decir, doctrinas y normas de vida así
como ritos sagrados.
La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que sea santo y verdadero en dichas
religiones. Con sincero respeto considera aquellas maneras de vivir y de obrar,
así como sus preceptos y doctrinas que, aun siendo tan diferentes en muchos
puntos de lo que ella propone y defiende, sin embargo, a veces, reflejan un rayo
de aquella Verdad que a todos los hombres ilumina. Pero ella anuncia y está
obligada a anunciar incesantemente a Cristo que es camino, verdad y vida (Io.
14, 6), en el que los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en el
que Dios reconcilió consigo a todas las cosas. (NA, 2)
Un caso de religión completamente aparte es la de Israel. Se trata de la religión
revelada por Dios y comienza con la llamada a Abrahán, más de 1800 años antes
de Cristo. Los otros momentos más relevantes son Moisés, hacia el siglo XIII,
David diez siglos antes de Jesucristo y el regreso del cautiverio de Babilonia
unos cinco siglos antes de Cristo.
Investigando plenamente el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio
recuerda el lazo que une espiritualmente al pueblo del Nuevo Testamento con la
estirpe de Abrahán.
En efecto, la Iglesia de Cristo reconoce que las primicias de su fe y de su elección
ya se encuentran, según el misterio divino de la salvación, en los patriarcas,
Moisés y los profetas. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abrahán según
la fe, están incluidos en la vocación de este Patriarca y que la salvación de la
Iglesia se halla prefigurada místicamente en el éxodo, del pueblo elegido, de la
tierra de la esclavitud. Por ello la Iglesia no puede olvidar que ella ha recibido la
Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con el que Dios,
en su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza; y que ella se
alimenta con la raíz del buen olivo, en el que se han injertado -los ramos del olivo
silvestre, que son los gentiles. Cree, en efecto, la Iglesia que Cristo, nuestra Paz,
ha reconciliado a judíos y gentiles y que, por su Cruz y en sí mismo, de los dos,
él ha hecho uno solo.
También tiene la Iglesia siempre ante sus ojos las palabras del apóstol Pablo
sobre sus hermanos de raza a quienes pertenecen la adopción filial, la gloria, las
alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los Padres y de quienes procede
Cristo, según la carne (Rom. 9, 4-5), el hijo de María Virgen. Recuerda también
que los Apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo
judío, así como un gran número de los primeros discípulos que anunciaron al
mundo el Evangelio de Cristo. (NA, 4)
El cristianismo no permite comparación con cualquier tipo de religión, porque se
trata de la venida al mundo del mismo Hijo de Dios.
Dios, para establecer la paz o comunión con Él y armonizar la sociedad fraterna
entre los hombres, pecadores, decretó entrar en la historia humana de un modo
nuevo y definitivo enviando a su Hijo en nuestra carne, para arrancar por su
medio a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás (cf. Col. 1, 13; Act.
10, 38) y reconciliar al mundo consigo en Él (cf. 2 Cor. 5, 19) A Él pues, por quien
también fue hecho el mundo, lo constituyó heredero de todo a fin de instaurarlo
todo en Él (cf. Eb. 1, 10) (AG, 3)
Siete siglos después del comienzo de la era cristiana surgirán el islam, fundado
por Mahoma que ha sido y es otra de las religiones de gran difusión.
La Iglesia mira con estima a los musulmanes, puesto que adoran al único Dios,
viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la
tierra, que se ha revelado a los hombres, a cuyos decretos, aunque estén
ocultos, tratan de someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abrahán,
a quien la fe islámica se refiere de buen grado. Aunque no le reconozcan como
Dios, veneran a Jesús como Profeta; honran a su Madre virginal, María, y, a
veces, hasta la invocan con piedad. También esperan el día del juicio, en el que
Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por todo ello en gran estima
tienen a la vida moral y tributan culto a Dios, principalmente con la oración, las
limosnas y el ayuno. (NA, 3)
Bibliografía
Cases, E. (fecha). Universalidad del Hecho Religioso. Lugar de publicación: Catholic.net.
Recuperado de http://es.catholic.net/op/articulos/14124/universalidad-del-hecho-
religioso.html#modal

Vous aimerez peut-être aussi