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La infancia en el siglo XXI

Mirtha Benítez ∗

Pensar acerca de la infancia desde el discurso del psicoanálisis, es una cuestión


nuevamente necesaria en esta época. Es un significante que concierne a cada analista
ejerza su práctica con niños o no.
La infancia no posee una lectura única y univoca. Es abordada desde diferentes
discursos. La ciencia en sus diferentes campos de incidencia se encarga de definirla y
operar a través de sus exponentes: la medicina y sus avances, la pediatría, la
psicopedagogía, la antropología, la psicología, el derecho, las teorías del mercado y sus
clasificaciones, el marketing y las consecuencias que ello tiene sobre la vida de las
personas y del niño en esta época en particular.
Lo que denominamos infancia en el siglo XXI, puede desprenderse de la manera
de hablar de los sujetos en esta época, del particular modo de hablar del "niño", de la
literatura, de la literatura infantil, de las fábulas y mitos construidos. Podemos encontrar
también alguna orientación en el tipo de juguetes, en los juegos con objetos reales y
virtuales, en las películas y sus guiones, en la programación televisiva, en las leyes del
mercado y en cualquier otro recurso del tipo de lazo social imperante en una
determinada época.
Los historiadores que se han abocado a los avatares que ha sufrido el concepto
de infancia en la historia –Philippe Ariès, Lloyd de Mause, Buenaventura Delgado,
entre otros- a pesar de sus diferencias, han coincidido en la tensión ineludible al que
estuvo sometido el abordaje del concepto desde tiempos remotos. En el pensamiento de
Platón, de Aristóteles, de San Agustín ya estaba presente la contienda entre aquellos
partidarios de defender los intereses de la familia y aquellos que privilegiaban los
intereses de la sociedad -o su representante, el Estado. De ello derivaba una diferencia
en el tratamiento que se proporcionaba al "niño" en cada época.
Las investigaciones históricas sobre la cultura occidental demuestran que el
infanticidio, así como también lo que para nosotros es el “maltrato infantil” era
relativamente bien tolerado hasta fines del siglo XVII, aún el niño convivía con los
otros integrantes de la sociedad. El siglo XVIII inaugura un cambio en la concepción de
la infancia que va de la mano de una valorización de las funciones de la educación, de la
familia como protectora, de la promoción de la medicina doméstica para la burguesía.
Son las necesidades propias del desarrollo capitalista con la industrialización de la
mano, las que van a dar explicación de estas profundas modificaciones de la familia
moderna que cambiará el concepto de infancia. A partir del siglo XIX, la familia, la
escuela o en su defecto los hospicios, quedan a cargo de proteger a los niños de
tentaciones y malas influencias que podrían generar posibles “delincuentes potenciales”.
En el siglo XX, el discurso de la ciencia médica y la ciencia jurídica responden a la
problemática emergente. Surgen las primeras sociedades de protección a la infancia y
sobrevienen la legalización de los “Derechos del niño”. La primera mitad del siglo
pasado se caracteriza por una creciente preocupación por el bienestar infantil. Las
figuras del padre y la madre toman un carácter fundamental en cuanto a la


Psicoanalista, miembro de “freudianas”, Institución de Psicoanálisis.

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La infancia en el siglo XXI
Mirtha Benítez ∗

responsabilidad sobre el futuro y la crianza de sus hijos. Los padres deben responder a
las demandas de sus hijos en pos de su futuro bienestar.
El concepto de infancia en una determinada época es producto de un entretejido
de variables intervinientes de lecturas y abordajes desde distintos discursos.
A partir del compromiso que los analistas tenemos, al estar concernidos por la
época que nos toca vivir y de las consultas que recibimos, hacemos lectura acerca del
concepto de infancia en este siglo, el cual queda enmarcado en un contexto discursivo
en el que el predominio de ciertos términos, van marcando el rumbo de la lectura del
significante "infancia".
La “infancia” lejos está de ser para el psicoanálisis la referencia a una etapa,
puede definirse como lo que retorna de la impronta que nos ha dejado cierta cadencia,
ritmo particular de la lengua practicada por esos seres hablantes que nos han constituido
y que nos marcan con su modo particular de hablar. Es común la referencia a la infancia
como “lo perdido”, los recuerdos borrosos o claros pero siempre encubridores de “eso”
perdido.
Lo que es nombrado como “infancia” deviene en “lo infantil”, testimonio de ese
nodal descubrimiento freudiano: la sexualidad infantil, que regresa en esos vagos
recuerdos de infancia como hilachas, retoños de algún olor, color, gusto, afecto, que nos
ha dejado un modo de satisfacción propio que nos acompaña durante el trayecto de la
vida, habitando nuestros síntomas.
Cuando hablamos de “niño”, cada discurso se encarga de definirlo. El niño para
el psicoanálisis ha sido definido de múltiples maneras, pero siempre sobre el eje que,
tiene una sexualidad y es “objeto” de la sexualidad de los padres. Recordemos la
definición freudiana del niño como “juguete erótico de los padres”, un objeto-nos dice
Lacan- que se reviste de una “función oracular” de lo reprimido de los padres.
En el siglo XXI, el niño resulta un objeto de la pasión por la clasificación,
pasión por el estudio de este objeto que es el “niño”, el “niño” como condensador de
goces, según el discurso del que se trate. Derivas de la pasión hacia el enaltecimiento
del objeto “niño” o hacia la explotación del “niño”, apresado en las leyes del mercado
globalizado, obsceno, consumista en exceso, que excluye al sujeto deseante, no
encontrando éste, a quién dirigirse. Allí entra en juego “lo que no anda”.
El ser hablante necesita una referencia simbólica, necesita hablarle a Otro,
necesita a quién dirigirse. Como siempre y en el mejor de los casos, apela a sus recursos
de ser hablante, lo hace con sus padecimientos, con su cuerpo, con sus síntomas. Si ello,
se articula en una demanda a un analista, se abrirá la posibilidad de que el psicoanálisis
como discurso descomplete esos universos discursivos del saber positivo y pueda
aportar otros argumentos de lectura y sobre todo, una forma lógica de escuchar y de
operar sobre el discurso de quién pida hablar de “lo que no anda”.


Psicoanalista, miembro de “freudianas”, Institución de Psicoanálisis.

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