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de las mujeres
Luisa Muraro
Traducción de N\a Milagros
Rivera Garretas
N u e stra c u ltu ra e stá
atravesada, desde la Edad
Media hasta nuestros días, por
un filón de oro, por un
verdadero tesoro. Son los
textos de la mística femenina
o, como la autora prefiere
decir, de la teología en lengua
materna, porque "mística" y
“místico" se han convertido en
etiquetas que corren el riesgo
de aislar entre especialistas
palabras y experiencias que
pueden estar en nuestra mente
como el pan en la mesa:
preciosas y corrientes.
Pr ó l o g o , p o r M a r í a - M i l a g r o s R i v e r a G a r r o t a s ................................................ 5
P r e m i s a .................................................................................................................................................... 13
I n t r o d u c c ió n ..................................................................................................................................... 19
La fr a g ilid a d d e l o s i n i c i o s ................................................................................................... 59
La in t e l ig e n c ia d el a m o r ......................................................................................................... 121
P e n u r ia y p a s a j e ................................................................................................................................ 143
La m e d ia c ió n v i v i e n t e ................................................................................................................. 171
B i b l i o g r a f í a ........................................................................................................................................ 205
Ín d ic e o n o m á s t i c o .......................................................................................................................... 217
La experiencia corporal de Dios como práctica política
Mana-Milagros Rivera Garretas
'•La cita final es de Ida Travi, L'aspetto órale della poesía, Verona, Ante-
rem Edizioni, 2000, p. 11.
Premisa
2E/ espejo d e las alm as sim ples, cap. 28 (Marguerite Porete. Le m iro u e r
des sim ples am es, ed. de Romana Guarnieri; Margaretae Porete, S p ec u lu m
sim p liciu m a n im a ru m , ed. y estudio de P. Verdeyen, Brepols, Turnoult, 1986,
“Corpus Christianorum Continuatio Mediaevalis”, LXIX; Margherita Porete,
Lo specchio delle a n im e sem p lici, trad. it. de Giovanna Fozzer, introducción
histórica de Romana Guarnieri, com entario de Marco Vannini, con texto en
francés m edio y versión italiana del siglo XIV en apéndice, Ciniselío Balsa
mo, Edizioni San Paolo, 1994; Margarita Porete, E l espejo de las alm as s im
ples, trad. de Blanca Garí, 2a ed. corregida, Madrid, Siruela, 2005; Ia ed. Bar
celona, Icaria, 1995. Cito el libro de Margarita -título, número de capítulo y
línea-, con traducción mía, siguiendo la edición del Corpus Christianorum
Continuatio Mediaevalis.
trucción del mundo físico, por otra, pudiendo una y otra
deshacerse para pasar o, más bien, recuperar las cualida
des propias de la experiencia más elemental, que no es la
experiencia de un Yo, porque también el Yo es un com
puesto que se forma y se puede deshacer.3
Esta singular teoría materialista a mí me parece menos
agobiante que tantas teorías espiritualistas o idealistas, más
cercana que estas al sentido de una búsqueda libre de lo
absoluto. Absoluto, absoíutus, es un adjetivo y significa,
literalmente, suelto, desligado, corredizo, libre (absuelto).
La teoría del filósofo-científico lleva así a pensar la realidad
como una confección de la que somos, al mismo tiempo,
autores, producto y prisioneros, y nos permite pensar que
es posible deshacerla, como se hace con un tejido de
punto, tirando del hilo.
Pero cuidado. La fórmula “búsqueda de lo absoluto” no
es mas que un modo de hablar para decir algo que, en las
escritoras en las que me baso, suele haber ocurrido ya: ha
ocurrido ya que ellas han sido encontradas. Se trata de
saberlo, de tomar conciencia de ello.
Para esto sirve el movimiento que deshace el tejido de
este nuestro estar en el mundo para liberar sus potenciales
de ser y de gozar, y no para encontrar lo absoluto. Lo abso
luto no es literalmente nada que podamos concebir ni a lo
que podamos aspirar. Lo absoluto interviene, sin duda,
pero no como un objeto de investigación, sobre todo por
que en una investigación de este tipo, si así queremos lla
marla, se deshace también el investigador, para rehacerse,
y no una vez sino muchas.
*Ibid.. p . 11, 15 6 .
3/ 6 / d . D. 129.
Pues lo humano lo han definido hombres -en nuestra
cultura, legisladores, sacerdotes y filósofos- con el crite
rio, quizá una necesidad simbólica, de marcar la diferen
cia de las bestias y de hacerse marcar la suya, la humana,
por alguna divinidad. Hablan de una llamada a ser que al
hombre le viene de Dios y le vuelve finito: le de-fine, pre
cisamente. Escriben que la delimitación de lo humano
sería “la operación esencial de lo divino, de la cual reci
be el hombre la medida fundamental de su estar en el
mundo.”4
Para una mujer es distinto, para una mujer las defini
ciones de lo humano no valen o, si valen, son imposicio
nes de origen humano (masculino) y son limitadoras.
Fuera de las medidas humanas, una mujer no se deshu
maniza, no se vuelve ni bestia ni superhombre, sigue sien
do de su especie y de su sexo. Sigue siendo ella..., no, cam
bia ella también: fuera de las medidas humanas, una mujer
se convierte en una mujer a la que le puede pasar de todo.
También Dios.
Después de descubrirlo, tardé bastante tiempo en
darme cuenta de que esta era una idea antigua y familiar:
¿acaso no le pasó Dios a María de Nazaret según el evan
gelio? No solo: en la escena de la Anunciación, con la que
el arte nos ha familiarizado pero que. si se piensa, es extra
ña y misteriosa ¿no asistimos acaso a la desaparición de la
medida de lo humano? La escena, que pende entre los
abismos del infierno y del cielo, se desarrolla entre dos no-
hombres (una mujer y un ángel), y cuando haría falta un
hombre (“¿Cómo es esto posible, si yo no conozco varón?”
exclama ella), resulta que Dios se entromete (“A Dios nada
es imposible”, responde el ángel).
’ lbid.. p. 131.
9Ibid., p. 130. [Com pleto la trad. castellana. N. de la T.].
,úMechtild von Magdeburg, La luce fíuente della Divinitá, IV, 12. trad. it.
de Paola Schulze Belíi, Florencia. Giunti, 1991, p. 164.
no lo sabían usar. O quizá lo descubramos dentro de unos
minutos. Entonces, dentro de unos siglos (o de unos minu
tos) se dirá: ¡pensar que Dios estaba siempre ahí, y noso
tros viviendo tan escasos de ser, por no saberlo usar!
Lo que ella sabe es que podemos intentarlo con la vio
lencia. La leche de la vaca -dice- la cogemos y, si la vaca
no se deja, recurrimos a la violencia. También con Dios nos
podemos abrir camino mediante la violencia, añade. Por
lo demás, también él lo hace a veces, cuanto tiene una
necesidad especial de alguien.
Que también lo haga Dios -añado y o - no es una justifi
cación; aquí no hace falta ninguna justificación porque esta
mos en un pasadizo en el que hay necesidad de violencia y
la justicia no serviría a este propósito. ¿Qué propósito? No
lo sé con exactitud, pero podría ser este: llegar a ser en rela
ción con lo otro, no imaginar buena educación, reciproci
dad y derechos sino aprender a usarlo, y disponerse a amar.
Cerca del comienzo, como nos encontramos aquí
siguiendo la pasión de G.H.. está más o menos todo pero
sin orden o, mejor, puesto en un orden insólito, que mi for
mación filosófica no me habría permitido reconocer sin la
ayuda de uno de los hombres mejor dotados para pensar
manteniéndose cerca del comienzo.
Este autor sostiene que aprender a usar al otro (que no es
explotarlo ni consumirlo) significa acceder a su realidad y
poder disfrutarla como un recurso independiente de mí. Y
que en este pasaje, elemental pero no obvio, hay violencia y
nace amor. Y que en todo amor real hay fantasía de destruc
ción, del mismo modo que toda creatividad nace del amor.11
" “De este m odo se crea un mundo de realidad compartida, que el sujeto
puede usar, y que puede reportarle (feed-back) al sujeto una sustancia distin-
ta-de-m f (Donald W. Winnicott, Luso di un oggetto e Ientrare in rapporto
attraverso identificazioni. en Id., Gioco e realtá, Roma. Armando. 1974, pp.
151-164), (Realidíid y juego, trad. de Floreal Mazía, Barcelona, Gedisa, 1971).
Una constelación parecida de ausencia de justicia, vio
lencia inevitable, avidez, amor y necesidad la encontramos
en Hadewijch de Amberes, también ella una escritora
beguina del siglo XIII, como Margarita y Matilde. En su len
gua, un dialecto flamenco, el amor es un nombre femeni
no, la Minne, y en su teología el amor es Dios. La Minne
-dice Hadewijch- es injusta y prepotente, pero es inútil
acusarla, porque su fuerza es grande mientras que el dere
cho de la víctima es pequeño (“M ijn recht es cleine, haer
cracht es groot").'1 Es mejor responderle con violencia,
porque entonces cede:
"Hans Urs von Balthasar. Sorelle nello spiríto. Teresa di Lisieux e Elisa-
betta di Digione. Milán, Jaca Book, 1991, 3a ed., p. 185.
aiTeresa de Lisieux. Storía di un'anima. cit.. d. 200.
acepta sentarse a su mesa y comer “el pan de la prueba
hasta el día que quieras” pidiendo “que me introduzcas en
tu reino luminoso”.2'2
84Kurt Ruh, Storía della mística occidentale, II, Mistica fem m inile e mis-
tica francescana delle origini. trad. de Giuliana Cavallo-Guzzo y Cesare De
Marchi, Milán, Vita e Pensiero, 2002, pp. 280-282, (orig. Geschichte des
abendlandischen Mystik, 4 tomos, Munich, C. H. Beck, 1990-1999); en otro
lugar, Kurt Ruh asocia el infierno de los Siete nombres del amor de Hade
wijch con la ajenidad de Dios de Matilde, proponiendo la explicación del
seguimiento de Cristo (p. 193).
La fragilidad de los inicios
,5“Mon cueur cuidoit jadis tousdis vivre d’amour par desirer de bonne
voulenté. Or maintenant sont ces deux choses [latín: ista tría ] en m oy fine-
es, qui m ’ont fait hors de m on enffance yssir”. “La se mostra le Pays de Fran-
chise" (Marguerite Porete, L e m iro u e r..., cit., 131, 133-135-132, 3).
l6Aberlardo, S toría d e líe m ié disgrazie. Lette re d ’a m o re d i A b e la rd o e
Eloísa, trad. it.f introd.. y notas de Federico Roncoroni, Milán, Garzanti, I
Grandi Libri, 1974, 121, ( Cartas d e A b e la rd o y Heloisa. H istoria ca lam itatu m ,
trad. de C. Peri-Rossi, Palma de Mallorca, Olañeta, 1982, p. 124).
,7S trofische G ed ich ten VI (Hadewijch, P oém es des Béguines, cit. p. 72);
(trads. algo distintas en E l le n g u a je d e l deseo, cit., p. 70, y en Flores d e F lan -
De su lenguaje no hay palabras excluidas. En el lugar
que todavía no es lugar, en el tiempo que todavía no es
tiempo, se admiten todas las palabras que salgan al encuen
tro de la experiencia que intenta significarse, tanto las de la
vida cotidiana como las de la poesía cortés, de los textos
sagrados o de los filósofos antiguos, según la cultura de cada»
una. En el lugar en el que se encuentran, como en un rega
zo llameante, palabras y experiencias libres de cualquier
orden preconstituido, el Dios de la tradición se funde y reco-
mienza a ser. De ahí la importancia de la escritura en lengua
materna, la lengua que aprendemos para venir al mundo y
hacer que el mundo venga a nosotros, lengua que es matriz
simbólica de la nueva “criatura”, escritura “sagrada” de una
verdadera y propia revelación femenina de Dios. Que no le
quita validez a la otra sino que ofrece un nuevo inicio,
mucho más cercano a los inicios, con una radicalidad y una
despreocupación que lo acogen todo y se lo quitan todo de
en medio: todo lo que pueda estorbar, incluida la fe. inclui
do el amor, por más paradójico que resulte.18
Es muy cierto que las mujeres se toman -nos tomamos-
con Dios una libertad que los hombres ni se imaginan. Hay
estudiosos de historia de la mística que lo saben y casi lo
dicen.19
Teología fabulosa
7Véase el erudito rom ano Marco Terencio Varrón, citado y com entado
por Agustín. La ciudad de Dios, VI, 5-6; Varrón hablaba de una teología míti
ca, que Agustín prefiere llamar fabulosa. De una “teología fabulosa" em pecé
a hablar por mi cuenta, ignorando a Varrón y este fragmento de De civitate
Dei, en un librito. Le rose e la verit¿), de la Piccola Biblioteca Millelire, edita
do con otros (entre ellos uno de Romana Guamieri. Am iche m ié beghine)
por Adriana M oltedo en Ruah. II fem m inile di Dio, Roma, Stampa Alternati
va, 1997.
familias y de sus invitados. Y en este pasar de una recrea
ción a otra, no entregaron su secreto, no dejaron de cus
todiar su plus de significado alegórico: continuaron prote
giéndolo del tiempo caduco -el que pasa y lo anula todo-
en vista del tiempo absoluto de un nuevo inicio.8
Es el lenguaje (y, con el lenguaje, la conciencia de sí y
la memoria) la causa de este deshojarse el tiempo en dos,
con lo que de ello se deriva, que es una especie de extre
mismo de la experiencia humana, por una parte devorada
por el devenir y, por otra, testiga de lo inmutable, lo uno
reforzando lo otro, al límite de la esquizofrenia, si no fuese
por la acción benéfica de las palabras. He aquí un ejemplo
de una cosa que funciona tanto de veneno como de fár
maco, de manera que vemos que el lenguaje es la enfer
medad (la mente dividida en dos) y el remedio (la mente
que se apacigua).
En la verdad que dicen los cuentos de hadas y la poe
sía, los dos tiempos, el que nos acongoja con sus plazos y
el de la posibilidad de salvación para todo lo que existe,
vemos que no se separan. Es verdad que el segundo toma,
con frecuencia, la forma gramatical del pretérito o del
futuro, pero es un presente, presencia de un saber y sen
tir... ¿qué? Que no pertenecemos enteramente al mundo
de las relaciones de fuerza bajo la ley del más fuerte: nos lo
dice el poder que tienen de cautivarnos los cuentos de
hadas y la poesía.
Ciertamente, el tiempo absoluto del nuevo inicio tiene
las características de un tiempo último con respecto a lo
que pasa, pero no viene después, está siempre ahí apre
miando secretamente y, de vez en cuando, irrumpe. En los
sEn esta distinción sigo, muy libremente, a Thomas S. Eliot en sus refle
xiones sobre el sentido histórico que es a la vez sentido de lo temporal y de
lo intemporal (// bosco sacro. S aggi sulla poesía e la critica, trad. it. de Vitto-
rio Di Giuro y Alfredo Obertello, Milán. Bompiani, 1985, p. 69).
cuentos de hadas, esta presencia secreta es indicada por la
magia y celebrada con el final feliz. En la historia humana y
en nuestras existencias, su irrupción, a menudo anunciada
y a pesar de ello siempre sorprendente, es indicada por la
capacidad de absolvere, o sea, de desatar los vínculos del
pasado para dar paso al tiempo -en este sentido absoluto,
ab-solutus- de un nuevo inicio: experiencia de libertad
cuya forma más simple se da en la experiencia de lectura...
la forma más simple y perfecta, apetece añadir cuando nos
encontramos ante ciertas imágenes de la Anunciación en
las que María es representada como una mujer leyendo,
íntimamente prendada y casi sorprendida, no se entiende si
del libro o del ángel, aunque quizá no se Ies pueda separar.
No se trata de una ruptura revolucionaria como las que
conocemos (o, mejor, como las que nos imaginamos)
según la historia política o la historia de la ciencia, en las
que lo nuevo hace declinar lo viejo. El salto de ser que se
realiza con el nuevo inicio no sustituye el antes con el des
pués; en un nuevo inicio, lo que ya estaba se afina del todo
y del todo se salva. Cómo es esto posible se explica consi
derando que estamos en el orden de lo simbólico, el de los
cuerpos hablados y hablantes, que tiene una, dos, tres..., n
dimensiones, y no hace falta destruir para hacer sitio a lo
otro, sino más bien abrir una dimensión nueva de ser que
acoja el pasado según otro sentido, un sentido inaudito
(nunca oído antes) se dice también, con una palabra que
alude al papel que tiene la escucha.9
10No perdida del todo, sostiene Michela Pereira al final de su fascinante his
toria de la alquimia, refiriéndose al pensamiento de mujeres del siglo XX (Arca
na sapienza. L'alchimia dalle origini a Jung, Roma, Carocci, 2001, pp. 281-291).
"Reconstruí este episodio, con ocido por los especialistas desde princi
pios del siglo XX. en La Signora del gioco. Episodi della caccia alie streghe.
Milán, Feltrinelli, 1976, pp. 147-155 (reed. La Signora d el gioco. La caccia alie
streghe interprétala dalle sue vittime, Milán, La Tartaruga, 2006).
Empieza así la caza de brujas, con la muerte de estas
dos mujeres a las que nadie llama todavía brujas. La sen
tencia del 1390 las llama relapsas, recaídas en la herejía,
porque las dos ya habían sido sentenciadas seis años antes
por otro inquisidor y condenadas a una penitencia por los
mismos "errores”.
Hablar de errores y de herejía, como hicieron los inqui
sidores, era totalmente erróneo, también desde su punto
de vista, como mostraré. Los dos inquisidores se equivoca
ron al hablar y al juzgar porque no entendieron. De esta
manera, siguiendo la vía de un derecho impío, por el plano
inclinado de la estupidez, dieron paso a un espantoso
desorden simbólico a través del cual, sin embargo, tomó
forma la Europa moderna.
Las dos desdichadas se llamaban Sibila y Pierina, las
dos estaban casadas y quizá practicaban la adivinación y la
medicina, es decir, eran adivinas y médicas. Fueron proce
sadas por separado, según era costumbre entonces, pero
se intuye que eran colegas y quizá amigas. Sus confesiones
nos descubren que vivían en una cultura religiosa muy
próxima, en el tiempo y en el espacio, a la de los frailes
inquisidores y, al mismo tiempo, profundamente distinta,
no obstante lo cual seguía todavía viva.
Las dos contaron que pertenecían a una especie de
sociedad secreta, formada por mujeres, hombres y anima
les, una pareja por especie, excluidos los burros. Los
miembros de la sociedad podían estar vivos o muertos.
Pierina contó que ella entró a los dieciséis años, para ocu
par el puesto de una tía llamada Inesita que, "si no, no
podía morir”: así dice nuestra fuente, aludiendo a una dis
posición hacia la muerte que ahora nos sorprende, una
disposición más reposada que la nuestra, y vinculada tal
vez a un sentido muy interiorizado del equilibrio demo
gráfico, hoy perdido.
93
u Ibid., p. 151 .
tribunal; por eso no se lo habían dicho nunca al cura en
confesión, aparte de que “la Señora no quiere que vaya
mos por ahí hablando de estas cosas”.
AI acabar de leer su testimonio, ante el revelarse de ese
mundo extraño y suave, en el alba de la Europa moderna,
a una le queda un estupor agrandado por una incertidum-
bre: de lo mucho que contaron las dos imputadas, no
logramos discernir qué es lo que hay que tomar como real,
qué es lo que es cuento, qué es lo que es sueño, qué es
qué... Querríamos poderlo trocear y darle a cada pedazo
su referente concreto. Renunciamos porque los mejores
historiadores nos advierten de que es precisamente esto lo
que fue puesto en cuestión con la crisis de la brujería en
Europa, es decir, el confín entre lo que se considera reali
dad externa y lo que debe ser considerado sueño, imagi
nación, deseo..., confín que fue cambiando en el lento
aunque traumático transcurso de la modernidad.15
Está bien, pero podemos dar un paso más y renunciar
también a nuestro conocimiento de lo que seguiría, para
ver, en las palabras de Pierina y Sibila, un documento de la
teología fabulosa. Pido, en otras palabras, que le otorgue
mos a su testimonio esa verdad que le reconocemos a la
poesía y, en general, a los textos en los que prevalece la
función poética, como los cuentos de hadas: la verdad que
suelta las palabras de los referentes fijos, para que se pue
dan referir al mundo sin tener que someterse a los límites
establecidos entre dentro y fuera, entre sueño y realidad,
entre lo imposible y lo real.14
l3JuIio Caro Baroja, Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza. 1966, p. 85.
" “El predom inio de la función poética sobre la referencial no anula el
referente, pero lo vuelve ambiguo... Esto es evidente en los preámbulos de
los cuentos de hadas de diversos pueblos" (Román Jakobson. Lingüistica e
poética, en Saggi di íinguistica generale, al cuidado de Luigi Heilmann,
Milán, Feltrinelli. 1963. p. 209); (Ensayos de lingüística generaf, trad. de Josep
M. Pujol y Jem Cabanes. Barcelona, Seix Barral. 1981).
Es aquí donde surgen las grandes líneas de un cuadro
más grande, que muestra una secular obra mediadora, con
tinuada y transmitida -podemos suponer- de madre a hija.
Las dos mujeres no eran unas simples portadoras de una cul
tura arcaica que sobrevivía a nivel popular: lo que ellas rela
tan puede ser visto como una práctica de mediación todavía
viva, entre la cultura más antigua y tradicional y la “nueva”
cultura triunfante, entre la religión de las hadas y la religión
cristiana, mediación alcanzada con una dosificación muy
fina de las respectivas partes (a la Señora de la religión his
tóricamente vencida le toca un solo día a la semana) y un
alternarse regularmente la vida diurna y la nocturna, regu
lándolo todo de modo que no cree confusión pero permita,
no obstante, algunos puntos de contacto y de intercambio.
Llama verdaderamente la atención que la mediación no
produjera una mezcla confusa, y tendiera más bien a man
tener las cosas bien diferenciadas, pero dejando pasar den
tro de la sociedad cristiana elementos de la cultura “pagana”,
como los conocimientos médicos y adivinatorios, como el
sentido de un necesario equilibrio entre la vida y la muerte,
entre necesidades y recursos. Y aún llama más la atención
que la obra de mediación llegara a templar el carácter
patriarcal de la nueva religión con la figura de una divinidad
femenina sabia y benéfica de daba lustre a la presencia de las
mujeres y a sus valores, en primerísimo lugar el cuidado del
interior doméstico.
Todo esto, es evidente que no tenía nada que ver con la
herejía.
Pero los dos frailes inquisidores no entendieron. O
sería más correcto decir que cada vez entendían menos,
porque, además de ignorar por completo el punto de vista
de las imputadas, ellos, con una rapidez impresionante,
empezaron a perder su punto de vista, el de la doctrina
cristiana. El primero de los dos, fray Ruggero da Casate,
entendió poco; el segundo, fray Beltramino de Cernuscu-
Ilo, menos todavía. Para el primero, las mujeres eran cul
pables de creer en las cosas que contaban; el segundo,
estrambóticamente, creyó que eran cosas reales y Ies con
denó por haberlas hecho.15
El primero se mantuvo, pues, en cierto modo dentro del
horizonte de la doctrina cristiana: “Omnia per ipsum facta
sunt" recitaba un antiguo documento eclesiástico sobre las
artes mágicas, citando el Evangelio de Juan, para afirmar
que Dios era el origen de lo real y custodio del principio de
realidad, debiendo ser considerado irreal y mero engaño
diabólico todo lo que no fuera a acabar en él. El segundo
inquisidor ya no: olvidando la victoria divina sobre Satanás
-y anticipando las teorías del celebrado Malleus Malefica-
rum, un manifiesto-manual de la caza de brujas-, él se
dedicó a escuchar y a razonar como si todo estuviera per
dido, como si nada se salvara del poder de Satanás, como
si no existiese otra cosa que este mundo de las relaciones
de fuerza, todo un engranaje inmenso del que él, con su
poder de juzgar y condenar, era una ruedecilla (o quién
sabe si, en su mente, una rueda importantísima).
Cada vez que, leyendo un cuento de hadas, me
encuentro con frases como esta: “... y en castigo la mala
madrastra fue atada a la pira y convertida en cenizas”, me
quedo sin voz. Ya no es, para mí, un cuento de hadas, es
historia. Podría titularla: “Historia de dos hechiceras que
madas en una plaza del centro histórico de Milán”. Pongo
aquí una palabra, hechicera, que tal vez sea de la misma
raíz que hada, y que solo más tarde ha tomado un sentido
'"Julián of Norwich. A book oíShowings. cit., II, p. 299 (Libro delle rive-
lazioni, cit., cap. 5, p. 109; Juliana de Norwich, Libro de visiones y revelacio
nes, cit., p. 47, algo distinta).
}9Ibid., II, p. 407 (Libro delle rívelazioni, cit., cap. 27, pp. 165-166; Juliana
de Norwich, Libro de visiones y revelaciones, cit., p. 94).
tro ser cuerpo viviente, carne sensible- que se pierde y se
dispersa, exponiéndonos al sufrimiento y a la desespera
ción. Para ello -prosigue Juliana- nuestro Dios altísimo se
escondió, “muy humildemente, muy dulcemente, en las
entrañas de la Virgen” y ahí “se atavió y preparó”: se revis
tió de carne humana y se preparó ¿para qué? para “prestar
él mismo en nuestra pobre carne el servicio y el oficio de
la maternidad”.80 Es nuestra segunda creación, un naci
miento auténtico: el de Cristo gestado y traído al mundo
por María, nacimiento literal, y el nuestro, alegórico, por
que somos constantemente acogidos, gestados y genera
dos en él, nuestra verdadera madre, de la que no nos sepa
raremos nunca.21
Todo se sitúa en el presente: es el presente alegórico del
nuevo inicio, cuya posibilidad -enseña Juliana- llevamos
impresa dentro con el recuerdo del amor que nos trajo al
mundo. Está en el presente -añado- también el futuro de
la “última palabra", que Juliana le hace decir tres veces a su
Señor, so hom eíy and so curteyse (tan bueno, cercano, afa
ble, generoso): “Todo acabará bien”.
*'Ibid.. pp. 594-595 (Libro delíe rivelazioni, cit., cap. 60, p. 256; Libro de
visiones y revelaciones, p. 176).
,J1Ibid.. p. 580 (Libro delle rivelazioni, cap. 57, p. 249; Libro de visiones y
revelaciones, p. 169).
~ 103»
Desencadenar lo imposible
"Volveré sobre este tema en la primera parte deí último capítulo, “La
mediación viviente".
presentes, invisibles pero empeñados en una lucha que los
hombres en el poder no tenían armas para ganar.
Las paradojas no son una especialidad de los místicos y
de los poetas; están también en el lenguaje común y cientí
fico o lo estarían si nos atreviéramos a pensar hasta el fondo
lo que sabemos, hasta sus lógicas consecuencias, precisa
mente así, porque nuestra llamada lógica no raramente se
detiene antes. En suma, os pido que no creáis que hay un
lenguaje del arte y de la mística separado del corriente y del
científico, y que al menos dejéis abierta la puerta al pensa
miento de que la verdad no consiste en muchas verdades
separadas e incomunicadas entre sí, aunque no la conozca
mos: o más bien, precisamente por ello.
La inteligencia del am or
sLudger Thier o.f.m. - Abele Calufetti o.f.m., I I lib ro della beata A n g ela
da Foligno, Grottaferrata (Rom ae), Editiones Collegii S. Bonaventura Ad Cla
ras Aquas, 1985, p. 354. Giovanni Pozzi ha hecho una traducción italiana
(parcial) comentada del libro-, Angela da Foligno, Illib r o d e ll’esperienza, cit.;
sobre los problemas históricos y filológicos que plantean el personaje y el
libro de Ángela: Giulia Barone - Jacques Dalarun, eds., A n g éle d e Foligno. Le
dossier, École frangaise de Rome, 1999.
Pero antes, dos palabras sobre ese título un poco raro,
que traducido dice “Séptimo paso suplementario".
El fraile franciscano que interroga, escucha y escribe
las palabras de Ángela, analfabeta y dialectófona, tradu
ciéndolas al latín -u n mal latín- y ajustándolas a su mane
ra y aún así ganándose nuestro reconocimiento, este hom
bre desbordaba confianza y admiración hacia aquella
mujer tan favorecida por el cielo, pero, como todos, tam
bién él tenia ideas suyas de las que no podía prescindir,
entre las cuales estaba que a Dios se llega por una escalera
de creciente perfección, peldaño a peldaño. Era una idea
antigua y venerable, que se remonta a los orígenes del cris
tianismo y aun antes. (Se la encontrará también Teresa de
Lisieux, que le dará la espalda con el invento del ascensor:
soy incapaz de subir esa escalera -se dijo-, pero ahora hay
ascensores, igual que, desde siempre, han existido las
madres que levantan del suelo a los niños, por eso yo me
haré pequeña y Dios me levantará, como hace un ascensor
o como una madre).6
Con el esquema de la escalera en la cabeza, el confi
dente y escribano de Ángela organiza, mejor o peor, lo que
ella le va confiando. Más mal que bien, en verdad, y él
mismo advierte de vez en cuando que, quizá, la escalera no
lo es verdaderamente, pero tanto da, le sirve, y así resuelve
con diversos expedientes, entre los que está la adición de
siete peldaños suplementarios a los veinte ya delineados.
Escribe así el fraile que Ángela le dijo que una vez su
alma fue levantada en alto (eíevata) y que allí vio a Dios
con una claridad, belleza y plenitud que nunca había visto.
Pero “allí no vi amor y entonces yo perdí el amor que lle
vaba y fui hecha no amor”.
?Ludger Thier o.f.m. - Abeíe Calufetti o.f.m.. II libro della beata Angela
da Foligno, cit., p. 302.
oo 129 °°
6Ibid., pp. 300-302; Angela da Foligno. IIlib r o d e ll’e sperienza, ed. de G io
vanni Pozzi, cit., pp. 152-153, que traduce "solo de Dios”; véase también Lud-
ger Thier o.f.m., Abele Calufetti o.f.m., I I lib ro della beata A ng ela da Foligno,
cit., p. 382, Angela da Foligno. I I lib ro de líes p erien za, p. 205.
oo 1 3 1 oo
*Ludger Thier o.f.m. - Abele Calufetti o.f.m., I I libro della beata Angela
da Foligno, cit., p. 358; la traducción italiana es de Giovanni Pozzi ( II libro
dell'esperienza, cit., p. 193).
» 132 »
" Ludger Thier o.f.m. - Abele Calufetti o.f.m., I I libro della beata Angela
da Foligno. cit., p. 358; Angela da Foligno, IIlib r o delíesperienza. cit., p. 195,
que no he seguido exactamente porque la traducción que propone, dem a
siado “libre", no traduce intelligo.
,aMargherita Porete, Lo specchio delle anim e semplici, cit., 11, 150-156.
- 134 -
En el conocimiento desnudo
grande es sin duda
lo que la mente concibe pero es igual a nada si se considera
la carencia.
Hay que sumergirse
en esta carencia
de forma que cuanto se haga sea bueno.
Pues todo lo demás
es demasiado pequeño.15
"M echtild von Magdeburg, La luce fluente della Divinitá, cit., pp. 54-55;
(mi cursiva).
81Jacques Lacan, IISeminario XX. Ancora (1972-73), Turín, Einaudi, 1983, p. 74.
oo 140 °°
“ Ludger Thier o.f.m. - A b e le C alu fetti o.f.m ., I I lib ro della beata A ng ela
da Foligno, cit., p. 360.
a5De “m aravillosa carnalidad de la vida divin a” habla Cristina Cam po,
Sensi s o p ra n n a tu ra íi, en G li im p e rd o n a b ili, Milán, Adelphi, 1987, p. 234;
sobre las mujeres medievales, véase C aroline Walker Bynum, H o ly Feast
a n d H o ly Fast. cit.; Ead., F r a g m e n ta ro n a n d R e d e m p tio n . Essays on G e n -
d e r a n d the H u m a n B o d y in M e d ie v a l R e lig ió n , Nueva York, Zone Books,
1992.
que es relacional, fluida, repartida sin romperse, trascen
dente pero no separada de la naturaleza humana, invisible
pero presente, habla, pues, el lenguaje de la relación crea
dora de ser, del ser que se abre a lo otro, del amor que
libera, transforma, hace nacer a nueva vida. Y vuelve así
decible una experiencia del ser que el resto de la doctrina
cristiana, demasiado influida por la metafísica griega, igno
ra.24 La llamo experiencia femenina -sin considerarla
exclusiva de las mujeres, siendo lo propio de la experiencia
femenina el no excluir a lo otro- porque desvela un senti
do del ser que es también siempre un poder ser otra cosa,
sin separación, como es en la relación de una mujer con su
madre o con su poder ser madre. Es cierto que el privilegio
de nacer del mismo sexo que la madre es exclusivo de las
mujeres, pero su significado, o sea la potencia simbólica
del amor femenino a la madre, esto está destinado, igual
que todo bien de naturaleza simbólica, a quien se dedique
a conquistarlo, sin que cuenten las condiciones dadas al
comienzo.85
El poder ser que no se alimenta de la voluntad de
potencia sino del amar, es como el corazón del ser, en el
sentido que significa su generosa disponibilidad a mante
nerse fiel a sus promesas y a olvidar sus pretensiones, con
el corolario, tan asombroso como evidente, de que este
“corazón del ser” está todo bajo el signo de la contingen
cia, de la fragilidad y de la posibilidad de equivocarse, sin
‘^ Ludger Thier o.f.m. - Abele Calufetti o.f.m., I I lib ro della beata A ng ela
da Foíigno, cit., p. 340; Angela da Foligno, I I lib ro deíl'esperienza, cit., p. 180.
'■"Hadewijch, Lettere, cit., p. 139.
Penuria y Pasaje
1S im posio, 20ID (Platón, S im posio, introd., trad. it., notas y aparato crí
tico de Giovanni Peale, Milán, Rusconi, 1993, cuya traducción sigo libre
mente). [Dice la traducción castellana de Luis Gil: "me ocuparé del discurso
sobre el amor, que un día escuché a una mujer de Mantinea, Diótima, que
no solo era sabia en estas cuestiones sino en otras muchas; tanto es así que,
por haber hecho antaño, con anterioridad a la peste, un sacrificio los ate
nienses, aplazó por diez años la epidemia" (Platón. E l banquete, F edó n y
Fedro, Barcelona, Labor, 1975, 76-77). (N. de la T.)].
*Ibid.. 201D, 5.
bre de una ciencia que no existe en nuestras enciclope
dias, para la cual, traduciendo muy literalmente, los intér
pretes escriben “las cosas del am or”. Se podría traducir,
todavía más literalmente, “la erótica”, que suena precisa
mente como el nombre de las ciencias que acabo de
nombrar. Pero, aparte de que "la erótica ” no se encuentra
entre nuestras ciencias (como saben los adolescentes
dados al estudio, los cuales, durante siglos, la han busca
do en vano en los libros), hay que tener en cuenta que la
raíz de esta palabra ha cambiado de significado y ya no se
refiere al amor sino al placer sexual. Lo cual, en nuestra
lengua y en nuestros cuerpos, son dos cosas muy cerca
nas y muy distantes entre sí: cómo, por qué y cuánto, es
algo que yo no he conocido nunca a nadie que me lo
supiese explicar verdaderamente. Diótima sí que habría
sabido.
Pero ¿qué es lo que sé de ella? No puedo decir que fue
una profesora de erótica, porque no se entendería lo que
quiere decir. Ni, en rigor, que haya sido la maestra de
Sócrates, porque dicen que nunca existió. Lo sostiene la
gran mayoría de los estudiosos (no todos). Piensan que
Platón se la inventó para sus propios fines. Una parte de los
especialistas no quiere siquiera ocuparse de la cuestión,
porque la considera “ociosa", es decir, indigna de su aten
ción. A mí, en cambio, me interesa, porque a medio cami
no entre la existencia histórica documentada y la inexis
tencia, en medio de fechas inciertas, de profesiones sin
nombre, de leyendas oscuras, hay muchas mujeres que me
interesan (una es mi madre).
Aprovecharse de la ausencia
para estar en otro lugar.
Para traer luz, en el sentido de: hacerla pasar.
De los otros (los apóstoles) para estar allí (María Magdalena)
y ver a Cristo resucitado.
Por no saber nada de representaciones
y saber de la presencia.
Y quedarse embarazadas a los sesenta años (las Madres de Mayo).
Para estar de otro modo
sin necesidad de durar
más parecido al de Dios
el Dios de las beguinas
que va y viene, lejos-cerca.
Aprovecharse
para que no te encuentren,
no responder a la llamada
e irse de vacaciones,
aguzar el oído
hasta oír andar a los gorriones sobre las hojas secas.
Y atravesar los muros,
el muro de la visibilidad,
deshacer la malla, liberar la voz,
escuchar el silencio del cuerpo,
aprender las palabras que no ocupan su lugar,
hablar de Dido
y encontrarse con Guillerma de Bohemia,
también yo
res sin excluir a los hombres- para acercar ese texto maravi
lloso a otro que él no conoce, pero al que puede abrirse y,
quizá, estaba desde siempre abierto a escondidas-, a una
experiencia de mujeres. Aprovechémonos para entender un
poco, para entender otra cosa (en mi dialecto se diría: pan
por polenta), para descubrir que hay otra cosa y saber que
no está ni fuera ni dentro ni debajo ni encima, está allí donde
nace y renace el significado de las palabras, en la necesidad
de comer que se convierte en necesidad de escuchar. Apro
vechémonos como se hace con un jersey roto -sabéis, cuan
do se rompe un jersey y se empieza a tirar del hilo roto- para
deshacer el hipertexto de Platón, liberar sus voces, escuchar
la pluralidad de sus significados ocultos.
No estoy pensando que podemos llegar a las palabras
“auténticas” de la maestra de Sócrates, ni pretendo llegar
así más cerca de la verdad, pues ¿es que hay alguien que
pueda presumir de acercarse a ella? Pero ocurre que a
veces oímos palabras y que son verdad. Quizá por ello,
-quién sabe- cuando llegó su turno de hacerle un elogio al
amor, Sócrates optó por relatar las palabras de otro que,
encima, era otra: quiso volver a oír y hacer oír el eco de la
primera vez.
n¡bid„ 204C.
"lbid.. 199A.
« 160 °°
El amor vive
de mi reiterado morir
lo sé muy bien
“ Ibid.. 205.
"Véase antes, cap. 1, “No sé a qué llamo Dios”.
y saberlo
aligera mi padecer.
Dolor y alegría,
pena y dulzura,
escondo a los extranjeros los secretos de mi corazón.
Profundamente
estoy segura de esto,
que el amor con amor se paga.'*
'“ Margherita Porete. Lo specchio delle anim e semplici, cit., 30. 26.
Klbid„ 30. 42-31,21.
31¡bid.. 31. 22-53.
OO 1 6 7 00
'Ibid.. 25 a 35.
- 179
bIbid.. 32 a 25.
deber, aquí lo más necesario de todo solo puede llegar gra
tuitamente.
Un filósofo de nuestros tiempos, en una página que he
citado ya, en la que llega muy cerca de un pensamiento de
la relación materna, escribe: “Es el poder del amor la fuer
za que hace que algo pueda ser. Este poder es lo posible
propiamente dicho, eso cuya esencia está en el amor. El
ser es la fuerza tácita del poder que ama”, y luego explica
que cuando habla de “tácita fuerza de lo posible” no
entiende lo posible según una representación abstracta ni
entiende su poder como la característica de un determina
do hacer (el poder del tribunal que condena, por ejemplo),
entiende “el ser mismo que, amando, puede sobre el pen
samiento y, por tanto, sobre la esencia del hombre. Poder
algo significa aquí conservarlo en su esencia, mantenerlo
en su elemento”. Pero -sigue diciendo- bajo el dominio de
la lógica, lo posible y lo real los pensamos ya uno separa
do del otro, opuestos entre sí y, por tanto, incapaces de
vivificarse recíprocamente.7
Si pensamos en lo real por sí solo, desmaterializado de
su posible, si lo miramos solos, sin intercambio con los
demás, no lo vemos de verdad. Vemos impotencia y prepo
tencia, propia y ajena, más o menos revestidas de alguna
forma democrática. Lo real de las personas que dan mues
tra de sano realismo es una apariencia que cubre las impo
siciones de los poderosos y las abdicaciones de los demás.
Pero algunos dicen: tu idea de que lo real encuentra su
auténtico posible, ese “poder” que le ha hecho ser y que
puede transformarlo, quizá haya sido verdad antaño, antes
del dominio de la técnica. Dicen: hoy no se les puede sacar
de su separación abstracta para reunidos en nuestra mira
9‘‘Inde duae pariter, visu mirabile, palmae / surgunt: ex illis altera m aior
erat, / et gravibus ramis totum protexerat orbem, / contigeratque sua siderea
summa coma" (Ovidio, Fasti, III, 31-34).
» 183»
“sin nada entre medio”, por usar sus palabras-, pero de esta
práctica, hay que añadir, ellas obtienen una ciencia sin
contenidos, una felicidad no apropiable, un amor sin obje
to, una libertad sin derechos, una potencia sin poder.
¿Y qué ganancia es esta? ¿Para qué sirve semejante
práctica? Ellas sostienen que una ganancia más grande no
se da. En cuanto a nosotros, respondo que nos sirve para
aprender una cosa importantísima para la ciencia y la
política: la mediación viviente. De esto hablaba antes, a pro
pósito de mantener unidos, dentro de sí, en la mente, en la
mirada, en el sentir mismo, lo real y su (im)posible.
Pero ¿qué quiere decir “en la práctica”? Para entender
qué es la mediación viviente, lo mejor es practicarla, sobre
todo porque este es, en mi opinión, el significado irreduc
tible de la práctica: asegurar la mediación viviente.
Si no. pensad (es una especie de experimento mental) en
todas las verdades que no podemos conocer a causa de las
ciencias, en toda la justicia que es negada para garantizar el
derecho, en toda la libertad que el orden social vuelve
impracticable, en toda la belleza que los cánones estéticos
vuelven invisible, en todo el amor obstaculizado por la ley
moral, en todos los placeres que los progresos de la técnica
nos hacen perder. Vuestra mente puede quedarse cautiva
del espectáculo de la justicia inicua, de la crueldad de la
moral, del autoritarismo de la ciencia, etc., y perderse en la
desesperación, o puede intentar modificar la realidad con
los medios que esta prevé y con la consecuencia de dar
vueltas en redondo. Pero puede, en cambio, dirigirse direc
tamente a lo verdadero, a lo bello, al amor, a la libertad, al
placer, con la certidumbre de que en algún sitio se encuen
tra lo que falta, o sea, en nuestro interior, al menos como
deseo, y, por qué no, dentro de los demás, aunque ignorado
a causa del sistema de mediaciones, y tenerlo presente sin
negar el resto que cuenta y pesa, para que también eso
oo 189 °°
'*Ead., Lettere 1942-1943, cit., pp. 118-119 [El corazón pensante de los
barracones, cit.. p. 129, trad. algo distinta (N. e la T.)].
,J0“Y en estas mismas palabras vi un profundo y maravilloso misterio
escondido en Dios, que se nos desvelará y se nos dará a conocer en el cielo.
En ese entendimiento veremos realmente la causa por la que se permitió
que el pecado viniera a este mundo, y en esa visión nos regocijaremos para
siempre” (Juliana de Norwich, Libro de visiones y revelaciones, cit., p. 95).
dieron cuenta de que el dominio depende, de modo esen
cial y decisivo, de la aquisciencia de los dominados.
¿Cómo dar a entender esta propuesta? ¿Esta verdad
sobre el mundo y esta posibilidad de desencadenar las
potencialidades del ser, retenidas dentro de la realidad
definida por las mediaciones que se imponen histórica
mente? Ellas dos se hicieron teólogas con este fin y llaman
“Dios” al punto de disolución de la pretendida totalidad y
de la falsa estabilidad, y de la posibilidad de Dios hacen el
punto de equilibrio inestable de lo real.
Ambas forman parte de la descendencia de la teología
en lengua materna que se forma y vuelve a formar en
torno a un acontecimiento tocante y misterioso, el de una
mujer que se queda embarazada de Dios y lo trae al
mundo. Vivieron, notoriamente, en una situación histórica
de trágica aurora y decidieron vivirla en condiciones
extremas. Hay también algo extremo en las condiciones en
que vivió y pensó Thérése Martin cuando, privada de la fe,
se precipitó en un mundo de tinieblas pero siguió fiel al
amor elegido. Este extremo, que escapa a la mirada de la
mayoría, a pesar de su proximidad con la condición huma
na más común, se refleja en la figura que ella elige: María
de Nazaret que pierde al niño Jesús durante la peregrina
ción a Jerusalén (Lucas 2,41-50). No, por tanto, el misterio
del ser naciente sino el otro, más grande y terrible, de su
pérdida: “Alors c’est bien I’exil dans toute sa rigueur!” escri
be en una poesía potente de dolor y de fuerza, Porque te
amo, oh María, en la que la referencia a la madre divina
cede de vez en cuando ante el peso de su prueba personal,
como en las palabras citadas: “¡Entonces es de verdad el
exilio en todo su rigor”!21
*¡bid. pp. 166-167; Maestro Eckhart, El fruto de la nada, cit., pp. 45-46; la
cursiva es mía.
En su intento de llegar a la diferencia de Dios según
una experiencia femenina, el maestro se sirve de su cien
cia escolástica, pero hay que ver cómo: se sirve de ella
para hacer una escalera y mostrar que no llega a la cima.
Los comentaristas se esfuerzan en fabricar también el últi
mo peldaño y buscan referencias aquí y allá. Pero lo que se
trasluce en palabras del maestro -en esas palabras, con esa
fuerza, en ese contexto- sentimos que es, principalmente,
su propia experiencia de proximidad a la búsqueda feme
nina de Dios. Volverse mujer sería equivocado tomarlo por
una vaga metáfora y no ver ahí la alegoría que se apoya,
para lanzarse a lo alto, en la verdad literal. Por eso -por
este signo de una torsión encarnada e histórica- he prefe
rido el texto de Ecfehart a otro más antiguo y escrito por
una mujer: el peso de las mediaciones construidas él lo
resiente más que ella y precisamente por ello consigue que
hoy le entendamos mejor que a ella, cuya osadía nos hace
retroceder preguntándonos: ¿pero es realmente esto lo
que quiere decir?
La mujer es Hadewijch. En dos cartas sucesivas, con la
seguridad de un timonel que sabe cuándo hay que romper
las amarras, ella ordena a su destinataria que deje todas las
obras buenas para entrar “en la esencia una y simple del
Amor” y ahí reposar, disfrutar, estar de vacaciones. Orden
paradójica pero verdadera, que la que escribe afirma que
ha recibido de Dios y cuyo sentido ha entendido por reve
lación divina: el amor es injusto, no se ocupa de los demás,
lo absorbe todo en sí, se lo traga todo, no se fía de la bon
dad, no tiene compasión de las miserias humanas, se
ocupa y goza solo de él, sí. pero Dios, en su esencia una y
simple, no es mas que este disfrute de amor.26 No sé qué
comparaciones imaginar para que no se nos escape que
pueda tener lugar algo otro. Una de las presentes dijo: pero
entonces, si lo esencial comienza así y si es así (porque,
según empieza, así es lo esencial), o sea, sin nada que esté
en nuestro poder, no hace falta que hablemos tanto de
Dios, bastará con estar ahí y amar, sin hacer mucho bulto.
Sí, cierto.
-2 0 5 »
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Dante. Alighieri: 50, 75, 119, 180, 184, 200. 207, 209.
Dapelo, Luigi: 209.
De Marchi, Cesare: 57, 79, 216.
De Monticelli, Roberta: 69, 172, 209.
Descartes, René: 60, 120.
Di Giuro, Vittorio: 89, 210.
Dicfeinson, Emily: 6, 7, 213.
Dionisio Areopagita-. 127.
Diótima: 143, 145, 146, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 155,
157, 159, 162.
Diótima, comunidad filosófica: 16, 147, 209.
Dominijanni, Ida: 65, 72, 209, 210.
Duoda: 8. 192, 214, 215.
Hadewijch de Amberes: 6, 47, 48, 53, 56, 57. 77, 78. 79, 113,
123, 124, 132, 133, 134, 137, 138, 142, 143, 164, 165, 166, 193,
197, 199, 210, 211, 213, 217.
Hadewijich II, beguina anónima: 134, 199.
Hegel, Friedrich G.W.: 112, 113, 211, 213.
Heidegger, Martin: 72, 180, 211.
Heilmann, Luigi: 94, 212.
Heloisa, v. Eloísa: 78, 207.
Hillesum, Etty: 184, 186, 187, 188, 189, 192, 193, 201, 203,
211, 217.
Hyppolite, Jean: 112. 211.
Schopenhauer: 120.
Scattola, Merio: 150, 214.
Schulze Belli, Paola: 45, 122, 213.
Secco, Marchisio: 86.
Segura Graíño, Cristina: 16,
Sibila, adivina: 92, 93. 95, 98, 99.
Sócrates: 32. 144. 145, 146, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 155,
156, 157, 159, 161, 164, 166.
Sosio, Libero: 25, 213.
Spinoza. Baruch de: 59. 185. 187. 215, 216.
Stein, Edith: 11.
Stella, Rosetta: 16, 216.
Sturlese, Loris: 44, 216.
Swart, Loet: 79, 211.
Szasz, Thomas S.: 25, 213.
« 225 >»
1. Un cuarto propio
Virginia Woolf
2. La hermana, la extranjera
Audre Lorde
3. Artes de lo posible
Adrienne Rich
5. El voto femenino y yo
Clara Campoamor
Lo que nuestras madres
p la n ta ro n , n o so tra s lo
c o s e c h a m o s . P la n ta ro n
libertades, sueños, desmanes,
q u ejas, lo nuevo, lo por
venir... Les dijeron que no
crecería, pero plantaron. Las
llamaron locas, pero plantaron.
Y como lo plantado tenía fuerte
raíz (por lo que algunos las
llamaron radicales), todo llegó
a nosotras. La cosecha de nuestras
madres es una colección de
textos que recoge el origen,
amoroso y guerrero, de nuestro
sentido libre de ser mujeres
puesto en palabras. De ella
obtenemos frutos y semillas
que volveremos a plantar.