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EMIR RODRIGUEZ MONEGAL

NARRADORES
DE ESTA
AME RICA

Ensayo

EDITORIAL ALFA
MONTEVIDEO
NARRADORES
DE ESTA
AME RICA

12

COLECCION CARABELA
Dirigida por Benito Milla
EMIR
RODRIGUEZ MONEGAL

NARRADORES
DE ESTA AMERICA
ENSAYOS

ALFA
ÍNDICE
Pl'.lgs.

Prólogo ..... .. ..... .... . . . .......... .. . ... . . ... . 9


Un panorama . . . ........ . .. ........ . ... . , ... ... . 11
J{
Mariano Azuela y la novela de la r evolución me-
xicana .... . ...... . .. . . . ... . .... ............. . 21 ?
Azuela inédito ........................... ... ... . 35
Horacio Quiroga. Vida y creación ............. . 39
Los veinticinco años de "Doña Bárbara" . ...... . 51 1
Imagen de Manuel Rojas ..... .. .. . .. . ... ... ... . 57 /
Gonzi\lez Vera, narra dor . .... .... .. . . . ..... .... . 65 ,/
"Adán Buenosayres". Una novela infernal ..... . 73 /
Jorge Luis Borges y la litera tura fantástica . . . s1 /
El mundo uruguayo de Enrique Amorim 97
José Lins do Rego en la novela brasileña 121
Marta Brunet en la ficción y en la realidad .... . 139
Dos novelas de Alejo Carpentier . .. . .... .... ... . 147
Juan Carlos Onetti y la novela rioplatense . .... . 155
Una o dos historias de amor. "Los adioses " de
J . O. Onetti ........ ... . . ........... ·. ....... . 173
" El as tillero " . F ragmento de un mundo propio .. . 183
Un montevideano y sus "Montevideanos" ... ... . 189 S(

Queda hecho el depósito que marca la ley


© Editorial Alfa. Ciudadela 1389. Montevideo
Printed in Spain
t'

PRÓLOGO

Un interés constante por la novela y el cuento, por


sus autores, por sus problemas, ha mm·cado muy fuerte-
mente mis lecturas y mis escritos. Tal interés se ha tra-
aucido en incontables trabajos crlticos que recogen una
ea;periencia literaria de más de dos décadas. En algún
momento consideré la posibilidad de ordenar el vasto
material en un grueso volumen q1te asumiera (asi sea
ea;teriormente) Zas proporciones de tratado. Oreo que has-
ta llegué a animciar su publicación inmediata. Otros que-
haceres más urgentes me obligaron a abandonar el pro-
yecto, de lo qtie ahora me felicito. Porque es realmente
imposible pretender trazar hoy un panorama de la na-

l
rrati,;a contemporánea.
Cada año revela nuevos valores o trae a la reconsi-
deracióit crítica 1;alores injustamente olvidados o sosla-
yados. Cada año hunde en la indiferencia a muchos que
parecieron atendibles en su momento. Me ha parecido,
~- por eso, más razonable y modesto ordenar en varios volú-
menes in<lependientes aqttellos trabajos ntás personales
sobre Za narrativa contemporánea. El primero, necesaria-
mente, tenía que ser sobre los escritores que están más
cerca de mi experiencia. De ahí que abttnden los riopla-
tenses y hasta chilenos, mitchos de los cuales conozco
personalmente, y seaii escasos los de otras latitttdes.
Aunque son evidentes hasta para mi las diferencias
retóricas entre novela y cuento, he preferido pasarlas por
alto al recoger algunos ensayos sobre narradores hispano-
americanos. Por encima de esas initY atendibles diferen-
cias (sobre las qtte he escrito, largo, en otra parte) está
el hecho de que muchos narradores de esta América prac-
tican el cuento y la novela en forma simultánea. Pres-
cindir de sus cuentos en una consideración critica, sería
francamente absurdo. ¿Cómo estudiar a Manuel Rojas,

9
¡-'V

por ejemplo, o a Mariano Azuela, sin tener en cuenta toda
su prod11cción narratwar Otros escritores, ea:clusivamen-
te cuentistas como Borges, o sólo creadores cuando es-
crU1en cuentos, como Horacio Quiroga, han logrado sin
embargo formar un orbe narrativo de tal coherencia y
hondura que desde muchos puntos de vista equivale al
de 1m novelista. Son creadores de un mimdo de idéntica
persuasión poética.
No he recogido aqiií todo lo que t engo escrito y pu- UN PANORAMA
blicado en varios pe1'iódicos literarios de América. Oreo
que no todo merece la perduración, así sea limitada, del
libro. Por eso faltan notas sobre escritores que me im-
I
portan - como Ricardo Giiiraldes, Miguel Angel Astu-
r-ias, Francisco Espinola, Ernesto Sábato, Felisberto Her-
nández, Julio Oortá:rnr, Juan Rulfo, Carlos MarUnez Mo- LA FALSA OPOSICION
reno, David Vi1ías - que no se encontraban todavía en
su punto de sazón cuando escribí sobre enos, o a los que Ciertos estudiosos de la narrativa hispanoamericana
dediqiié notas excesivamente breves 11 hasta superficia- han tendido a establecer una falsa oposición entre la
les. Quedarán para ot1·a serie, si la hay. narrativa de corte regionalista - que concede primada
De los ensayos que incluyo sólo uno (el primero) tiene al vasto escenario geográfico, que explota el color local y
carácter panorámico. Aunqiie redactado en 1952, creo es costumbrista, que moviliza los principales problemas
que conserva su vigencia. Podría haber actualizado al- (morales, sociales, políticos, étnicos) de cada zona ame-
gunos ejemplos pero no me pareció necesa1·io. Lo que ricana -y la narrativa universal o cosmopolita (como
importa aUi es el punto de vista y éste no ha variado la llamarfan los modernistas) es decir la que transcurre
aunque pudiera ilustrarse hoy con otros nombres y tUu- en Quito o en Sao Paulo pero que igual hubiera podido
Zo~. Los demás trabajos oscilo-n entre Za nota bibliográ- ocurrir en Orán o en Copenhague; es decir, la que pres-
f ·i ca más o menos analitica - el estudio de Los adioses, cinde, o posterga, la geografía, que diluye o ignora lo
de Juan Oar·los Onetti, podría señalo-r el máximo y las típico, que aspira a plantear cuestiones de vigencia uni-
dos notas sobre novelas de Alejo Oarpentier el mínimo - versal humana. Algunos críticos de América han tendido
y el ensayo que pretende abarco-r a un creador e·n su a enfrentar ambos tipos de narrativa. Han creído descu-
totalidad. Los trabajos sobre Azuela, sobre Quiroga, so- brir una dicotomia típicamente americana: el regionalis-
bre Borges, sobre Lins do Rego, tienen esa modesta pre- mo o el arraigo, el cosmopolitismo o la evasión ; han pro-
tensión. No me d·isculpo por la variedad de las técnicas cedido así con el propósito - no siempre confesado, no
criticas empleadas ni por Za falta de unidad formal de siempre lúcido - de exaltar el regionalismo. Y sin em-
esta colección. Son inherentes a esta índole de libros y bargo es ésta una falsa dicotomía, u na manera de sos-
pueden constitttir para el lector imaginativo un inte- layar el verdadero problema. La única actitud posible es
rés más. reconocer que el artista americano no puede estar obli-
E. R.M. gado a confinarse en lo local, en lo típico. Si lo hace, si
prefiere hacerlo asi, que sea por la propia tendencia de
su visión del mundo o por la naturaleza fntima de su
.. arte ; porque se siente capaz de expresar · en términos
fuertes y originales el paisaje natural y humano en que
aparece inscrito. Pero no debe haber (no puede haber)
fórmulas ni consignas que fuercen su libertad creadora.
En realidad, el problema de la narrativa hispano-

10 11
americana debe ser considerado descle un ángulo más drama de dos desiguales protagonist as: la naturaleza
estrictamente literario. Y en vez de inventar esa falsa omnipotente, omnipresente, y el hombre desgarrado o
oposici6n entre regionalismo y universalismo, correspon- aniquilado por ella. El mismo Quiroga supo enfocar tam-
de examinar las formas particulares que asumen en Amé- bi~n el problema a escala humana ; ahí están Los aes-
rica hisplinica las dos grandes tendencias que actual- terraaos para certificar su visi6n penetrante y esencial.
mente ocupan el terreno de la narración : la r ealista y la Pero, en general, el narrador regionalista puso el
fantástica. A.qui se plantea una verdadera disyuntiva acento también en lo social y en lo político. Orientó la
como se verá. novela o el cuento hacia la crónica del pasado inmedia-
to: la revoluci6n mejicana como en La sombra aei cait·
dillo (1929) de Martín Luis Guzmán, o el alza.miento pue-
blerino como en Todos iban desorientaaos (1951) del ve-
II nezolano Antonio A.rraiz; buscó expr esar un conflicto
moral o religioso como en El Cristo de espaldas (1951)
REALISMO RillGIONA.LI STA. del colombiano Eduardo Caballero Calderón; o derivó a
la denuncia del abuso, de la injusticia social, como l a
Si se aceptan como igualmente legitimas para el ar- explotaci6n de los yerbatales en El río oscuro (1943) del
tista hispanoamericano la fórmula regionalista y la f6r- argentino Alfredo Varela, o la esclavitud del indio en
mula univers al, puecle señalarse que es dentro del rea- Raza de bronce (1919) del boliviano Alcides A.rguedas.
lismo regionalista donde se han producido las obras de Es decir : el novelista hispanoamericano ya super6 la
más vasta proyecci6n americana (y aún extranjera), etapa del inventario o registro del mundo. Qui so que su
aquéllas que estlin en la memoria de todos. y que suelen obra fuera testimonio de su tiempo y de su mundo; fue
ser invocadas como par adigmas narrativos. Desde Los (es) regionalista pero no a la manera de Thomas Hardy
de abajo (1916) del mexicano Mariano A.zuela, hasta B Z o de un Iván Turguenev. Lo es a la maner a de los no-
mundo es ancho y ajeno (1941) del peruano Ciro Alegría; velistas de la revoluci6n rusa o de los norteamericanos
desde La vorágine (1924) del colombiano José Eustaquio que trazaron el proceso del capitalismo.
Rivera, hasta Las lanzas coloradas (1931) del venezolano Esta intención testimonial o documental, esa volun-
Arturo Uslar Pietri, pasando por a lgunos cllisicos como tad de participar con la :ficci6n en el vasto mundo real
Los desterrados (1926) del uruguayo Horacio Quiroga, explica el enorme lastre extr aliterario que arrastra~
EZ águila y la serpiente (1928) del mexicano Martín Luis muchas de sus ficciones. Pocas veces consigue escapar el
Guzmán, Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo narrador a las tentaciones de lo sociol6gico o lo polftico ;
Gallegos, Sombras sobre Za tierra (1933) del uruguayo pocas veces consigue alzar su creaci6n al plano puramen-
Francisco Espínola, o Pedra Bonita (1938) del brasilefio te literario. De aquí tanta obra que, pese a cierta re-
José Lins do Rego. percusión interesada o novelera, no alcanza la categoría
No es casual que la producción realista sea tan nu- de creaci6n. Piénsese en la crudeza elemental, en la vio-
merosa y calificada. No es· casual porque el hombre ame- lencia de alegato, que tienen Huas,ipun170 (1934) del ecua-
ricano vive directamente vincula do a la tierra y al pai- toriano Jorge Icaza, o Oacau (1933) del brasileño Jorge
saj e, porque América ofrece las füciles t entaciones de su Amado. Estas obras podrán tener •alor (si lo tienen)
enorme y variada natur aleza, de su abundante pintores- para el historiador politico, para el soci6logo, pero s~
quismo, a todo el que se acerque a expresar la con curio- torpe o nula elaboración literar ia las coloca al margen
sidad o con amor. Esto no significa que el narrador his- de toda consideración critica.
panoamericano desemboque siempre en paisajista. O di- La tendencia estilística de este realismo regionalista
cho de otro modo : el paisaje que el narrador hispano- ha sido sintetizada por Mar io Beneditti en un estudio
americano muestra es un paisaje con hombres, un pai- sobre Los temas del novelista hispcinoamericano. Según
saje en el que el hombre también cuenta. Pocos siguie- él dice Bl novelista no se preocupa exageradamente aez es-
ron el primer planteo elemental de Hor acio Quiroga, ese tilo. Prefiere que su obra se consoliae por su importancia

12 13

,
humana antes que por su refinada 1irdimbre literaria. gran virtud (la gran hazaña) de Gi.iiraldes consistió en
'.l'iene demasiado que decir del personaje, del ambiente, convertir sus - limitaciones de narrador en virtudes· en
de la reacción que prepa1·a, de ws hechos en si, como usarlas como fundamento de una creación estillstica 'que
para abdicar su r'itmo ágii, desordenado, imprei;isto, o le permitió saltar los límites del realismo regionalista e
detenerse a depurarlo. (Cf. Núnwro, Año 2, N. 0 10-11, intentar una evasión duradera en busca de un tiempo
Montevideo, septiembre-diciembre 1950). Es claro que, a perdido. Lo demás (los asombros de la crítica ante la
veces, esa misma prisa, esa despreocupación, esconden gran creación de Don Segundo, ante la potencia narra-
una incapacidad creadora, una impotencia para narrar tiva de Güiraldes) es propaganda, es el deseo convertido
cabalmente. en hecho.
Otros fueron más lejos que Güiraldes en su intento
de trascender el realismo regionalista. Es curioso que
haya sido un español quien marcó la ruta : Don Ramón
III María del Valle Inclán (como le gustaba llamarse) con
su Tirano Banderas (1926, el mismo año de Los deste-
SUPERACION DEL REALISMO rrados y de Don Segundo). En manos de Valle Inclán,
el realismo sufre una deformación caricaturesca, de es-
No todos aceptaron, sin embargo, esta vfa del realis- tirpe barroca, que desquicia no solamente el lenguaje y
mo regionalista. Muchos intentaron superar ambos tér- altera el trazo de la narración (el estilo, en fin) sino que

l
minos. Quizá la más famosa de esas empresas sea la impone una especial cosmovisión e instaura un mundo de
del argentino Ricardo Güiraldes en Don Segimdo Som- garabato. No hay ftnimo documental ni propósito denun-
bra (1926). Si a primera vista puede incorporarse esta ciatorio en esta obra; la vida de un dictador de una
novela al movimiento arriba apuntado, cuando se la republiqueta hispanoamericana es únicamente el pretexto
considera con más espacio se advierte su inequívoca para una composición personal, un ejercicio de digi-
raiz elegíaca, su profundo diseño lírico. Güiraldes (mejor tación.
reconocerlo de una vez) no era un gran narrador. Tuvo Veinte años después de Tirano Bandeiras publicó el
en grado mayor la condición de paisajista o de poeta guatemalteco :Miguel Asturias El Señor Presidente, re-
lírico o de estudioso de emociones elusivas. Careció de dactado (según declara el autor) entre 1932 y 1942, pero
ese don de contar, de esa capacidad mágica de alzar la publicado por vez primera recién en 1946. Con mayor
anécdota y el personaje en un solo golpe creador. Su rigor documental y-quizá- menos inventiva de deta-
gran y famosa novelá. casi no existe como tal. No hay lle, prolongaba Asturias esa visión caricaturesca y amar-
suceso, no hay personajes. O apenas si hay uno : el re- . ga del novelista gallego. Pero, por su propósito critico,
lator reducido a la sensibilidad que repasa y evoca, que por su voluntad de denuncia o sátira, Asturias apuntaba
comenta, exagera y revive. Don Segundo - ese nombre- mucho más lejos, y debajo de su ornamentada estructura
que ha provocado tantas sospechosas efusiones - no exis- era posible advertir la pasión que comprometfa su pa-
te. Es decir, existe en su lugar un paisano borroso que labra. Asturias no ha continuado esta línea. Después
el autor empuja a lo largo de la obra en un abuso de del ambiguo intermedio de Hombres de maíz (1949) ha
autoridad creadora, un personaje que es inferior a la vuelto al realismo regionalista con una trilogía de carác-
expectación· que crea, que jamás justifica su aureola, que ter político-social de la que ha publicado basta ahora
defrauda siempre. No se revela al lec tor; vaga como una sólo el primer volumen, Viento fuerte (1950).
imagen, como un nombre vacío. Güiraldes es impotente Una forma más compleja de la superación de algu-
para hacerlo vivir y actuar. nas limitaciones regionalistas ha sido intentada por
Y, sin embargo, el libro vive. Vive porque detrás de Mario de Andrade, poeta modernista brasileño, en su
la apócrifa estructura narrativa, hay una auténtica nos- Macunaima (1928). En esta peculiar novela reelabora
talgia, una evocación sentida, una experiencia humana Andrade con gracia incesante elementos folklóricos que
que el artista sabe preservar en toda su calidez. La provienen de todas las zonas de su vasto y caótico pats.

15

,
la de un F ranz Kafka en Alemania, un Grabam Greene fantásticos ; el realismo es una invención del siglo XIX).
en Inglaterra, un Sartre o Camus en Francia. Es decir, L"oS" cuento de '"Borges - ensayados equ1vocamente en
con la de quienes han pretendido comunicar en una di- Historia universal de la infamia, 1935, madurados ya en
mensión más profunda que la del realismo, la angustia El J ardin de senderos que se bifurcan, 1942, en Ficciones,
del hombre contemporáneo. Si Sábato no alcanza la 1944, en El aleph, 1949, en La muerte v za brii.jula, 1951
patética fuerza de sus modelos y su arte refinado o bru- - describen un universo imaginado e interpolado en la
tal, consigue documentar en cambio una actitud qu~ es realidad por una sociedad secreta de eruditos. (T lon,
también posible en nuestro medio. Uqbar, Orbis Tertius), una biblioteca total cuyos infini-
Otro novelista argentino ha intentado apresar en una tos anaqueles contienen todos los libros posibles Y aún
obra de monstruosas proporciones el a lma multiforme de algunos imposibles (La Bibliot eca de Babel), una lotería
la gran ciudad. Me refiero a Adán Bttenosayres (1948) de universal que acaba por regir al mundo, que sustituye
Leopoldo Marechal. Pero su reconocida servidumbre con con ventajas a la divinidad (La Loteria de B abilonia),
respecto a otro ilustre esfuerzo (el U'(¡ysses, 1922, de una raza de inmortales que llega a r educirse voluntaria-
James J oyce), su estructura paródica y vulga r , su con- mente a la animalidad (El inmortal), un punto de la
dición de impertinente y deforme burla literaria, impi- tierra desde el que pueden contemplarse simultáneamen-
den que sea considerada de otra manera que como una te todos los otros puntos (El aleP"h) . lÁ qué seguir ? Sus
extensa extravagancia. Otro intento fallido (aunque por asombr osas ficciones no toleran una reducción tan radi-
más nobles motivos) es la Eurídice (1947) de J osé Lins cal. Más importante pa rece indicar que todas estas fábu-
do Rego. En esta novela abandonó Rego el r egionalismo las no son, en última instancia, míts que metáforas de
que le había inspira do tan valiosas obras y centró su la realidad, y que el universo o los sorprendentes casos
intriga en un Río ·de Janeiro lateral y todavia conta- que inventa Jorge Luis Borges proceden de la misma
minado de regionalismo (el protagonista es un estudian- fuente en que se nutren los re alistas. Su ar te consiste
te del interior que vive en una pensión de la rúa Catete en trasponer en clave fantástica o a lucinatoria, aunque
en la época de la dictadura de Vargas) . Desorientándose sin deponer el rigor y la lucidez, su experiencia de un
en el terreno del psicoanálisis, Rego no consiguió expre- mundo rioplatense con su cosmopolitismo de aluvión. Sus
sar ni el a lma torturada del protagonista ni ese mundo ficciones son máscaras o cifra de una r ealidad cotidiana
cosmopolita de la gran capital brasileña. que angustiaba al creador con su falta de heroísmo, con
su mediocridad, obligándolo a transcenderla en prosa no
indigna de un admirador de Quevedo y de Unamuno.
V En esta actitud es donde Borges se aparta quizá m!l.s
radicalmente del grupo de escritores que lo rodea (el de
LITERATURA FANTASTICA la revista Sur) y que para muchos críticos, con error o
exceso, son meros discipulos. La chilena María Luisa
Las novelas de Mallea, de Onetti y de Sábato tras- Bomt1al (que había publicado La iíztimci niebla en 1933,
cienden a l mero realismo por ahondar - en lo moral, antes que cualquier ficción de Borges) , los a rgentinos
en lo social , en lo psicológico - los problemas del hom- Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y José Bianco -
bre y del ciudadano. Pero no rompen con el realismo. para citar sólo a cuatro - están mlis cerca de H enry
Hay, sin embargo, toda una corriente en la narrativa James o de Julien Green en su manejo del tema fantás-
hispanoamericana contemporánea que se aparta abierta- tico que del mismo Borges. Les falta esa tensión ajedre-
mente de él. El nombre más destacado es el del argen- cística, ese no depuesto rigor intelectual, esa capacidad
tino Jorge Luis Borges. de juego metafísico, esa ela boración fría de lo poético,
En una conferencia sobre el tema reivindicó Borges que están permanentemente presentes en Borges. y les
para la literatura fantástica los prestigios de la t radi- sobr a la inclinación a lo inexplicable, o la explotación de
ción y de la venerable antigüedad. (En efecto, y segün la niebla y de la voluntaria a mbigüedad. No es que re-
él mismo indicó, los primeros relatos del hombre son chacen la influencia de Borges (y uno de ellos es algo

18
más que un discípulo, es su colaborador en apócrifas
historias), sino que, temperamentalmente, estéticamen-
te, reaccionan de otra manera. Al repasar sus mejores
producciones - La amortajada (1938) de María Luisa
Bombal, La Invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy
Casares, Sombras suele vestir (1944) de José Bianco, El
impostor (1948) relato de Silvina Ocampo - pronto se
advierte el sesgo personal, el enfoque nuevo o renovado.
No faltan, es claro, en este grupo de narradores las
indicaciones regionales. Aunque Borges pueble s us rela- MARIANO AZUELA Y LA NOVELA
tos de nombres escandinavos u orientales, asoma bajo la DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
elaborada y (casi siempre) apócrifa erudición, el enfo-
que ríoplatense: la insaciable avidez cultural, la nostal-
gia de un tiempo de violencia y crimen (de un tiempo
en que ocurría algo) , el color y el paisaje porteño y aún En 1916 se publicó en El Paso, Texas, una novela que
uruguayo que tantos días repetidos de observación y ex- se titulaba Los de abajo. Sólo en 1925 - al ser impresa
periencia han preservado en la retina de este creador por tercera vez por el diario El Universo, de México -
memorioso. En Bianco, en María Luisa Bombal, en Sil- la obra empieza a ser conocida, a difundir el nombre de
vina Ocampo, no suele manifestarse ese deliberado exo- su autor (Mariano Azuela) por el ancho campo de la
tismo borgiano. Ellos se instalan ~n lo nacional (paisaje, publicidad. Una sola novela, abriéndose paso trabajosa-
nombres, circunstancias locales) pero de inmediato lo mente a través de casi una década, consiguió imponer
superan al introducir un dato de la fantasía, interpolar ese nombre y generar una pequeña mitología literaria.
un fantasma, una sobreviviente. De cualquier punto de Lectores apresurados descubrieron que Los de abajo era
vista que se les considere, expresan simultáneamente la la novela de la Revolución Mexicana : la novela de los
nostalgia de lo viejo (hay toda una sociedad oligárquica caudillos bárbaros, del pueblo en armas, de la lucha ar-
que ellos documentan y que cada día se borra más) y la diente. No faltó crítico que la calificara de "poema épico
presencia avasallante de lo nuevo, la insaciable curiosi- en prosa". Pocos leyeron entonces - pocos leen aún hoy
dad que los hace moverse entre realidades que son sim- - la otra novela que también existe en Los de abajo: la
bolos, entre objetos que signillcan algo más en una di- que denuncia un movimiento, la que testimonia una desi-
mensión mágica, con figuras que consiguen evadirse del lusión. Esa otra novela - casi parece ocioso decirlo -
tiempo y del espacio. es la que realmente importa a las letras hispanoame-
ricanas.
VI La muerte de Mariano Azuela, y la perspectiva que
facilita sobre su obra (forzosamente concluida), incita
CONCLUSION a un examen más ajustado y preciso de su tarea como
testigo y juez de la Revolución Mexicana, como funda-
No es posible resolver aquí el pleito subyacentemente dor de la novela (ficción y documento) de esa Revolución.
instaurado entre realismo y literatura fantástica. Quizá
lo único que corresponda hacer por ahora sea felicitarse
de que sean posibles tantas formas narrativas ; de que
actualmente el creador hispanoamericano pueda escoger
en tan vastos campos ; de que no falten ni el brio ni la
ambición, ni - siquiera - el antagonismo. Todo parece
ser buena señal.
(1952)

20 21
principalmente económicos, y dentro de lo económico, pre-
ponderantemente agrarios (2). Pronto fue superado por
las fuerzas que habia excitado. Dos de sus caudillos
(Orozco, Zapata) se alzaron contra él. En 1913, uno de
sus generales, Victoriano Huerta, lo destituyó, lo hizo
prisionero, lo mandó asesinar. Se cerraba as1 la primera
1 etapa de la Revolución.
Abatido don Porfirio, asesinado Madero, habria de
sucederse una lucha por el poder en que - contra
RODRÍGUEZ (exaltflndose y de pie) : Mire, Lara Huerta pero también entre ellos mismos - lucharon Ca-
Rojas, soy maderista ahora, porque el maderis- rranza, Obregón, Zapata y Pancho Villa. El asesinato
mo es l a revolución todavía y toda revolución de Zapata, la derrota de las fuerzas de Villa (que se
impUca siempre y en todas partes, el anhelo de habla visto obligado a evolucionar bacía la derecha) per-
j usticia que todo hombre medianamente equ.ili- mitió inaugurar la pacificaci6n del pais. Después de
brado lleva consigo en la mente. Que el made- 1917 hubo crímenes y violencias pero la Revolución Me-
r ·ismo triunfe en la forma aplastante d e un uo- xicana se habia impuesto y entraba en una etapa de or-
bierno y habré dejado de serlo. Porque el gobier- ganización (y también de transformación) en que asen-
no nunca es ni ha sido sino la injusticia regla- taría muchas conquistas legítimas aunque disimularía
m entada que todo bribón lleva en el alma. - mucho atropello.
MARIANO AZUELA: Del Llano Hermanos, S. en 0 . Sin ese cuadro a la vista no es posible comprender la
(1938) . trayectoria poUtica y novelistica de Mariano Azuela.
Cuando estalla la Revolución, Azuela (nacido en 1873)
El 20 de noviembre de 1~10 - y como coronación no ya era un hombre formado. En sus tiempos de estu-
programada de los festejos del Centenario de la Inde- diante había militado en el antiporfirismo y habfa es-
pendencia con que Porfirio Díaz creyó rubricar la solidez crito tres novelas que, en las huellas del materialismo
de su dictadura - se estrenó la Revolución Mexicana. de un Zola, denunciaban la corrupci6n de la burguesía
Treinta y seis años mlis tarde ha escrito uno de sus ml\s mexicana durante la dictadura. La Revolución lo con-
lúcidos comentaristas: "Para nosotros la Rernlución quistó con el programa y la figura de Madero. Fue ma-
Mexicana ( ... ) tuvo su origen en el hambre del pueblo; derista y llegó a jefe polftico de Lagos de Moreno, su
hambre de justicia, hambre de pan, hambre de tierras y ciudad natal. El asesinato de Madero, la lucha por el
hambre de libertad" (1). El inspirador del movimiento poder entre los distintos caudillos militares, lo lanzan
revolucionario era Francisco I. Madero, terrateniente y nuevamente a la acción. Esta vez, Azuela sigue a Villa
político, que habrfa de merecer el nombre de ap6stol, pero como médico militar y con Villa está cuando sus tropas
a quien entonces los porfiristas llamaban sólo "El loco". son derrotadas y corren a refugiarse en E l Paso. Esta
Su locura inflamó a los descontentos y levantó al pueblo. segunda experiencia liquida sus relaciones polfticas con
Sin fuerzas disciplinadas, Madero triunf6 inmediatamen- la Revolución. Ya entonces Azuela ha recorrido bastante
te por la persuasión de la justicia. Pero cometi6 el error mundo para saber qué es un ideal convertido en sangre,
- se ha escrito - de confundir las raíces del mal mexi- qué es un revolucionario cuando alcanza el poder, qué
cano; no se dio cuenta de que los m!is serios problemas son las masas cuando se imponen. llln Los de abaj o, su
no eran de carácter político, sino sociales y económicos, sexta novela, condensa esa experiencia cuidadosamente
madurada Y apunta una nueva toma de posición. De
ahora en adelante, Azuela dividirá su actividad püblica
(1) J'estís Silva Herzog: Un ensavo sobre la Revolución
Mea:icana, México, Cuadernos .Americanos, 1946, plig. 21. -Pue-
de consultarse también del mismo autor: Meditaciones sobre
México. J!)11sayos y notas, México, Cuadernos .Americanos, 1948. (2) Silva Herzog, Ob. cit., plig. 30.

22 23
;
entre el ejerc1c10 de la medicina en los barrios pobres y
la composición de novelas y biografías noveladas. Como
escritor, serll el testigo y el critico de esa Revolución Me-
xicana que vio formarse, que alentó y que supo juzgar, II
desde el principio, con . independencia. Una larga serie
de libros - entre los que se cuenta una poco afortunada
incursión en el teatro - va marcando, hasta su muerte, - ¡Hermano campesino, acabaste con el hacen-
su testimonio y su proceso (3). daao ,· ahor-a te falta acabar con el líder! - MA-
La Revolución habría de despertar otros testigos, RIANO AzUELA: San Gabriel de Valaivias (1938).

otros novelistas. De los que ya han alcanzado fama -


Martín Luis Guzmán (nacido en 1887) , Gregorio López En un trabajo reciente, Francisco Monterde indica al-
y Fuentes (del 95), Rafael Felipe Muñoz (del 99) y Mau- gunos períodos en la obra de Mariano Azuela (4). Pro-
ricio Magdaleno (del 906) - ninguno tuvo la ventaja ini- longando las indicaciones del crítico mexicano - a quien
cial de Azuela : el estar formado antes de la Revolución. Azuela dedicó su 'l'eatro con vieja deuda de gratitud -
Pertenecientes a una generación inmediata a la de Azue- se podrían apuntar algunas etapas, no necesariamente
la (que es coetáneo de Reyles y de Rodó, de Lugones ininterrumpidas. La primera corresponde al "Portlrismo"
y de Payró), estos novelistas fueron envueltos por ella. y corre de 1907 (fecha de María Luisa) hasta el estallido
Ninguno pudo tener bastante perspectiva para enjuiciar- de la Revolución, en cuyas vísperas publicó Azuela Mala
la en los términos en que - ya en 1916 - lo hizo Azuela. Yerba (1909). La segunda abarcaría la "crónica revolu-
El tiempo les ha permitido rectificar algunas impacien- cionaria" y podrfa escindirse en dos: maderista (con dos
cias o deslumbramientos juveniles, y del conjunto de su novelas: Anclrés Pérez, maderista, 1911, y tfüi amor,
producción emergen libros que como El águila y la ser- 1912) y villista (con dos novelas; Los de abajo, 1916, y
piente (1928) y La sombra ael cauaillo (1929) de Martín Los caciques, 1917). Una tercera etapa de "enjuiciamien-
Luis Guzmán o como El inai<> (1935) de Gregorio López to del nuevo régimen" presenta dos ciclos distintos : el
y Fuentes, o como La tierra granae (1948) de Mauricio costumbrista (de Las moscas, 1918 , a Las tribulaciones
Magdaleno, iluminan aspectos profundos de la Revolu- de una familia decente, 1919) y el estridentista, en que
ción y consiguen una madura expresión literaria. Pero lo literario pasa a primer plano (de La ll!alhora, 1923,
lo que ahora interesa destacar en un primer cotejo con a La luciérnaga, 1925, aunque publicada sólo en 1932).
Azuela es la nitidez del juicio, la percepción rápida y La cuarta y última etapa también presenta subdivisio-
fuerte, que caracterizan la obra precursora de este últi- nes: un paréntesis dramá.tico (Teatro, 1938) separa dos
mo. Los matices podrán (y deberán) ser discutidos luego, grupos de factura semejante pero distinta temlltica: las
pero la objetividad integradora de Azuela ya está ple- biografías noveladas (desde Ped1·0 M oreno, el insurgente,
namente indicada en Los ele abajo. Ese es su mérito, esa 1935, hasta El paare D. Agttstín Rivera, 1942) y las no-
su gran oportunidad. Conviene examinar asimismo algu- velas de sátira social y política (desde Jj)l camarada
nas de sus más notorias limitaciones. Pantoja, 1937, hasta Nueva burguesía, 1941). Quedan

)
fuera del cuadro algunas novelas últimas (como La mar-
chanta, 1944, o La mttjer domada, 1946), meramente
costumbristas.
Míis interesante que esta minuciosa distribución cro-
nológica - que parecería aludir a una vida entera en-
tregada a la concepción literaria, cuando en realidad
(3) Cf. Art uro Torres Rioseco : La novela de la tierra, en
~tenea.. Afio XVI. Tomo LVI. N. 0 167, Universidad de Concep-
c16n, mayo de 1939. En las píigs. 189-190 hay una breve bio-
graffa de Azuel a, a quien Torres Rloseco conoció personalmente. (4) Francisc<! Monterde: La etapa de hermetisna.o, en la
Es el estudio ml!.s completo que conozco sobre el novelista me- obra del Dr. Manano Á.2'uela, en Ouader·nos Americanos, Año XI
xicano. N. 0 3, México, mayo-junio 1952, píigs. 286-88. '

24 25
Azuela fue también (y quizá sobre todo) un médico - ; ideologia que se forma borrosamente, trata de descubrir
más ajustada a la verdadera linea de esta carrera pa- lo mexicano auténtico, lo que iba a fructificar en el
rece ser la ordenación temática. Sus crónicas de la Re- gran momento de la Revolución. En este sentido, Lozada
volución abarcan los aspectos básicos de la misma. Al es ejemplar . Como los caudillos de 1910, a los que anti-
proyectarlas sobre la historia mexicana se pueden ali- cipa, supo erigirse en ley y supo encontrar quiénes lo
near como una suerte de "Episodios Nacionales", escri- secundaron en sus violencias y en sus geniales arrebatos.
tos por un testigo, doblado a veces de un historiador ; es- Es esa condición de Precursor la que suscita el a pós-
critos con violencia y con escarnio de panfietista que no trofe caliente de Azuela, la que desata la cólera y la
busca el efecto poético o la evocación arqueológica sino pasión con que mira esas figuritas ya inmovilizadas por
la conmoción moral, el sobresalto ideológico. la historia en oscuras páginas. De aqui que la biografía
Desde este punto de vista, y olvidando un poco la objetiva ceda casi siempre ante el panfleto; de aqui que
cronología de la composición, el ciclo de la Revolución Azuela empiece escribiendo: "El Sino del Señor de Na-
Mexicana se abriría con Pedro Moreno, el insurgente, yarit se va a cumplir. La tensión de su cerebro alcanzó
biografia novelada de u'.n caudillo de las guerras de la su máximum: ya no le satisface el haber dado Za felici-
Independencia. En ese caudillo está el germen de la lu- dad a los indios de sti territorio; sus anhelos de liberta-
cha revolucionaria de un siglo más tarde. Azuela lo dor abarcan a todo el país", para seguir, en otro tono,
muestra enmarcado en una sociedad colonial que ago- con otra tensión: "Pero .¡quién fue el asesino bandolero
niza ; lo muestra proyectándolo sobre una masa (el in- que no se creyó siempre con una misión superior, citando
dio) que es siempr e arrastrada, que actúa ignorante de la fortuna lo hizo escalar el poder f ¿Quién fue aquel
su destino. Pedro Moreno es el patriota verdadero. De que no se creyó árbitro d e la felicidad para repartirla
él dirá Azuela : "No vino en busca de ganancias a río a l os hombres?". Por estas biografias noveladas circula
revuelto, sino que brinda generosamente sti vida sin que la misma fuerza de denuncia que el lector hal;lrá encon-
amengiie su firmeza la lección constante de la historia, trado en sus cr ónicas contemporáneas. Para Azuela la
de que se1·á la canalla de logreros qtte hoy esconde la historia es espacio - otro espacio de su México - y no
cara, la que se presentará en los m omentos de Za victo- tiempo.
ria a reclamarlo todo: gloria, poder y dinero". Esta fra- Sus tres primeras novelas - Maria Luisa, Los fraca-
se da el tono del personaje y el de estas combativas evo- sados, Mala Yerba- dan el tono y el ambiente del Por-
caciones históricas con las que Azuela fustiga el pre- firismo. La vida estudiantil en la Guadalajara del siglo
sente. pásado; la corrupción burocrática en un pueblito llamado
La obra se di vide en dos partes de valor desigual. La Alamos (nombre tras el que se adivina Lagos de More-
primera no consigue realizar completamente el cuadro no) ; el despotismo de los caciques y la incompetencia de
de la sociedad colonial; la caracterización es excesiva- la justicia rural; esos son los temas y los escenarios.
mente rápida, el estilo nervioso y sin rigor. La segunda Las intrigas son mínimas y derivan de una tradición sen-
parte, con el largo sitio de Santa Maria de los Lagos, timental no muy depurada. El enfoque es naturalista,
levanta al libro a la categoría de crónica épica, ya que la ejecución descuidada. Sirven como testimonio de un
no de poema épico. período pero muestran un Azuela que no ha encontrado
Dos biografías y un cuento en forma de monólogo - su verdadera vocación de cronista y que se inclina ha-
recogidos los tres en Precursores, 1935 - dibujan a gran- cia un público popular.
des rasgos la transición hacia el Porfirismo. El amito y Con Andrés Pérez, maderista, se abre el ciclo de no-
Manuel Lozacla son dos bandoleros de la mitad del si- velas de la Revolución. Aunque en algunas de ellas la
glo xrx que Azuela e:xtrae de los documentos que acu- acción revolucionaria no sea más que un telón de fondo
mularon en su contra sus enemigos. El tratamiento es o una circunstancia casi anecdótica de sus personajes, en
novelesco y descuida el aspecto puramente histórico. todas se siente su presencia, la tensión que provoca, la
Para Azuela, estos hombres son precursores. A través de muda de hábitos y de valores que ha promovido. Predo-
sus fechorías, a través de sus crímenes, a través de una mina en estas novelas - con excepción de Los d e abajo

26 27

,.
- un enfoque periodístico, una redacción superficial. título mismo alude, pluralmente, a los hombres que ini-
Cada una de ellas interesa por plantear un aspecto del ciaron la Revolución, a los de abajo; pero apunta tam-
vasto cuadro de la Revolución y sus primeras consecuen- bién a la situación anecdótica que sirve para abrir y
cias, pero como creaciones no merecen mayor an!1lisis. cerrar la novela. Del mismo modo, es una imagen sinte-
Son crónica, son prosa de circunstancias. tizadora la que utiliza Demetrio parn contestar a su
En Los de abajo la Revolución alcanza temprana- mujer que quiere retenerlo, que no acaba de comprender:
mente, su cifra. La historia que cuenta Azuela es li- "-¡Por qué pelean ya, Demetriof
neal: Demetrio Macías es perseguido por un delito co- "Demetr io, las cejas muy juntas, toma distraído una
mún y se lanza a la rebelión; su genio instintivo de cau- piedrecita y la arroja al fondo del cañón. Se mantiene
dillo le hace centro de hombres, lo improvisa en estra- pensativo viendo ez desfiZadero y dice:
tega y, pronto, en general. Triunfa y a su lado triunfan "-Mira esa piedra cómo ya no se para ... "
los de abajo, los que (como él) no saben de reivindica- Esa capacidad de síntesis, esa fuerza visual, dan el
ciones pero sí de anhelar una existencia menos dura y tono de la obra. A.z uela rehuye lo folletinesco, lo vulgar-
menos miserable ; sí de vender caras sus vidas y de go- mente patético. En sus pfiginas hay violencia y hay melo-
zar de mujeres, del saqueo y de la bebida. Junto a los drama pero no hay r egodeo en las situaciones que lo
caudillos improvisados aparecen los "ciirros ", esos que suscitan. De aqui el limpio impacto que su lectura siem-
uno de los personajes define : "son como la humedad, por pre produce, su buena desnudez, su fuerza intacta.
dondeqiiiera se filtran. Por las curros se ha perdido Los de abajo no es, sin embargo, una gran creación
el fruto de las revoluciones". literaria. Su mérito mayor consiste en omitir el discurso
Junto a Demetrio Macias aparece Luis Cervantes. engolado, en saltearse lo meramente colorista, en decir
Es el intelectual revolucionario que encuentra lindas la situación y no en vestirla de palabras o retórica:
frases para convertir en caudillo al bandido, para ope- Pero eso no alcanza para convertirla en una gran nove-
rar la iniciación mitológica. Pero es también el que oficia la, y menos en una épica de la Revolución. En las fron-
de celestina de la mujer que lo ama y viene a entregár- teras entre novela y documento, entre arte y testimonio,
sele, el que se enriquece con la Revolución. Por eso la Los de abajo sigue siendo una obra importante, un pro-
novela habrá de concluir con una doble imagen : mientras ducto típico de esta literatura hispanoamericana que
Cervantes recoge los frutos de sus robos y de su repe- obedece más a las realidades de todos los días que a los
tida humillación, Demetrio es arrastrado por una polí- preceptos de la buena retórica.
tica que no entiende, es derrotado, es cazado como un Otras novelas - desde Los caciques hasta FJZ cama-
animal. A través de esa simple historia entra en la no- rada Pantoja, desde DomitiZo quier e ser diputado basta
vela todo el pueblo revolucionario : las mujeres tiernas Nueva burguesia - completan el cuadr o revolucionario
o bravías, los hombres canallas y honrados. Entra la con la denuncia enconada de la sociedad que emergió de
revolución que para ese pueblo es, sucesivamente, pan- la Revolución : el caudillo y sus pistoleros convertidos
tano en vez de florida pradera, hurac!\n que a rrastra al en la nueva ley; la farsa de la reforma agraria que sólo
hombre como miserable hoja seca, y terrible ocasión de sirve (segün Azuela) para sustituir los viejos terrate-
ejercer los dos instintos más ciegos de la raza : el robo nientes por otros nuevos; la burocracia invasora e in-
y la muerte. (Las imlígenes, los conceptos, son de Azue- competente puesta al servicio de la maquinaria electoral ;
la). Ese vasto y breve fresco revolucionario aparece sin- los partidos de izquierda en los que proliferan los seudo
tetizado en violentas imágenes. La arquitectura del re- intelectuales ; la nueva burguesía que va devorando poco
lato es simple; el lenguaje exacto y sabroso ; el estilo a poco las conquistas de la Revolución. En esta etapa
(casi siempre) sobrio. se inscriben las obras más amargas y agrias de Azuela,
Todo el mérito de la obra radica en su visión des- las obras que entre tanto sarcasmo de detalle arrastran
nuda, en su capacidad de síntesis. Azuela no necesita una gran incomprensión general. Porque después de apar-
forzar las tintas. No busca el alegato palabrero; busca tarse de las fuerzas revolucionarias, Azuela sólo supo
la imagen que ilumina, la metáfora reveladora. Ya el registrar los elementos negativos; sólo quiso levantar

28 29
- nerviosa, implacablemente - el balance de errores y neista no deja de anticipar - en las letras hispánicas,
crímenes. Su actitud fue más reaccionaria que revolu- sin duda - el que habría de usar Camilo .José Cela ·e n
cionaria. De aqui que sólo consiguiera expresar el mo- otro libro de odio : L a colmena (1951). Lo que fa lta aqui,
mento del combate y no la hora del recuento y de la o sobra en Cela, es la procacidad, la insistencia en lo
reconstrucción. sexual, en la exposición de otras lacras más llamativas.
A esta etapa pertenece una de sus mejores novelas, A pesar de todo, Azuela consigue superar su fanatismo
San Gabriel de Valdivias en la que se enjuician los re- reaccionario, su visión mezquina del México moderno.
sultados inmediatos de la reforma agraria. En una co- La sinceridad de su denuncia, la entereza de su actitud
munidad rural se desarrolla una historia de violencias negativa, confirman el dicho (de González de Mendoza)
y despojos, de atropellos y crímenes, que culminan con de que le " dolía" México, como le dolía España al céle-
una nueva rebelión. Ahora el enemigo es el líder, el nuevo bre vasco. E se dolor, esa llaga que no pudo cerrarse ex-
terrateniente, el ex-revolucionario. A través de una pro- plican aunque no justifican la acritud, la pasión, el enco-
sa ágil, traza Azuela su proceso con la misma lucidez, no, con que quedó retratado México en su vasta gale-
con la misma pasión, con que estudió la hora de la Inde- ría (5).
pendencia, el momento de los precursores del siglo xrx,
el alzamiento de 1910. Pero el enfoque se hace cada vez
mlís pesimista, la escritura parece cada vez más conmo- III
vida y asqueada por la denuncia. En Regina Landa (es-
crita poco después) la exasperación y la violencia verbal RODRÍGUEZ (amargado) : No diga nada, Elena.
llegan al colmo. Azuela desprecia toda posibilidad de El maderismo fue un santo anhelo de justicia,
crear personajes y decir un conflicto auténtico. Al opo- y si yo no hiibiese sido maderista por i d eas,
ner la pureza de la protagonista a una burocracia co- hasta por estética lo hubiera sido .. . - MARIANO
rrompida no consigue salvarse del folletín, de la facili- AZUELA: Del Llano Hm·manos, S. en O. (1938).
dad sentimental. Un público, cada vez más grueso, pa-
rece poseerlo. Y los mismos excesos de la denuncia aca- No fue, estrictamente hablando, un gran creador. Fue
ban por anular una sátira que, saltando por encima del un testigo y un moralista. Llegó a la literatura por el
momento meldcano, parece destinada a rechazar una so- camino de la experiencia política - entendiendo por po-
fisticación general, una nueva sensibilidad que el escri- lítica no sólo la que se practica en la vida pública -.
tor ya no comprende. Quiso decir lo que eran los hombres de su México y culí-
Una de sus últimas novelas, Nueva burgitesia, consi- les los males a los que estaban expuestos ; levantó el
gue apuntar mlís alto. Una casa de vecindad sirve de inventario de su época y talllbién se proyectó - por los
punto de partida para una sucesión de episodios en los documentos - hacia el pasado para así poder iluminar
que se estudia la constitución de esa clase que la Revo- mejor el presente, ese presente suyo que amó y odió con
lución arrojó sobre las ciudades. El sarcasmo es crudo entereza. Pero no hizo (tal vez ni quiso hacer) faena de
y no perdona nada. Una frase permite resumir el en- literato, de novelista creador. De lo más perdurable de
foque de Azuela: "Hormigueaba la multUud haraposa y su experiencia extrajo L os de abajo y alguna otra obra
famélica, acarreada de los estados de México, Hidalgo, que acompañará su nombre en la inmortalidad de ma-
Tlamcala y Morelos, a falta de concurrentes de la capi- nuales, de historias literarias. Fue ante todo y sobre todo
tal. Eran las mismas bestias de carga al servicio del en- el cronista de la Revolu ción Mexicana.
comendero español después de la Conquista, las mismas Por eso mismo, parece oportuno, a ntes de concluir
que hoy obedecen al líder, al sargento o al pres·idente
municipal". Entre tanta alma corrompida - o simple-
mente animal - como la que circula por estas páginas, (5) Cf. J. M . González de Mendoza: Mariano A zuela V lo
entre tanto miserable, Azuela desliza alguna :figura au- me:i>ioano, en Cuadernos Americanos, Año XI, N.• 3, México,
mayo-junio 1952, págs, 282-85 . .Su punto de vista d ifiere del
téntica, algún alma patética. Su procedimiento simulta- expuesto en este trabajo.

¡¡o 31
este examen, el repaso de aquella zona de su obra que Virginia Woolf era no sólo estilo sino profunda investi-
se compromete más deliberadamente con las letras la gación en almas y en vivencias, en Azuela parecfa torpe
que pertenece a su período estridentista. ' ejercido lingüístico. Sus personajes de dos dimensiones
La M ailwra es el más acabado ejemplo de esta etapa no resistían el tratamiento intenso, la inquisición preten-
que coincide - cronológica, estéticamente - con el así dida.mente rigurosa. Por otra parte, el a buso del mexi-
llamado "movimiento estridentista" que capitaneaba ha- canismo volvía mlis impracticable una prosa en la que,
cia 1920 el poeta Manuel Maples Arce. Simultáneo de como restos de una distinta actitud literaria. (más autén-
esa efervescencia de "ismos" de la vanguardia europea, tica) sobrenadaban periodos folletinescos, frases irredi-
a la zaga de Dada y del Futurismo, también México tuvo mibles (7).
su ultrafsmo - tal vez más efímero aunque no menos El fracaso de La Malhora es aleccionador. Aliviado
alborotador que el español o el rioplatense. Aunque Ma- después de sus propósitos esteticistas, Azuela pudo vol-
riano Azuela no integró la plana de estridentistas (per- ver a. lo que era su mundo : la crónica realista, el escorzo
tenecfa, por otra parte, a una generación anterior), de- satfrico, el testimonio y la denuncia. Eln esa zona de l a
riv6 ocasionalmente hacia ellos en un intento de apuntar literatura se encuentra su lugar ; allí ha de permanecer
su creación hacia la minoría literaria. Ell experimento como un escritor valioso, como un testigo insustituible.
demoró poco y el propio Azuela habría de desechar casi Una vez más parece necesario referirse a los otros
toda la obra del período, habría de publicar una versión novelistas de la Revolución Mexicana. Azuela se aparta
menos hermética de La luciérnaga, habría de volver a de ellos no sólo por la naturaleza de su testimonio
su verdadero limbito y a su verdadero público. De todos (como se ha visto) ; se aparta también por la índole lite-
modos ahí está La Malhora para documentar su ensayo raria del mismo. En los mejores autores - en Martfn
estridentista en un momento en que la literatura parecía Luis Guzmán, en López y Fuentes, en Rafael Núñez, en
entregada a los goces del laboratorio (6). Magdaleno - hay, por encima del contenido testimonial,
Esta novela cuenta la destrucción de una prostituta, un esfuerzo consciente de elaboración narrativa. Sus
una brumosa venganza, varios crímenes. La historia, obras son documentos pero son, también, creaciones. Es
que se desarrolla en los barrios bajos de México, es fo- ejemplar en este sentido un libro como El águila y la
lletín y lo único que hoy puede interesar es el trata- serpiente. Allí Guzmán cuenta - con exactitud de nom-
miento deliberadamente literario. Ya se sabe que hacia bres propios y de fechas - lo que vio durante la Revo-
1930 Valéry Larbaud la reputaba como superior a cuan- lución y, sin embargo, la obra parece novela. Es novela
to babia escrito su autor (Los de abajo incluidos). La por la recreación a que han sido sometidos los materia-
fecha de esta elección justifica el error. En 1930 una les - elaboración narrativa, no imaginativa, aclaro - ;
novelita experimental pudo parecer superior a un testi- es novela por la intensidad y tono de la narración. Y lo
monio político. Hoy, La Malhora tiene el mérito, invo- que se dice de El águila y la serpiente podria decirse
luntario, de documentar una actitud y un periodo lite- también de Las Memorias de Pancho Villa del mismo
rarios. Como creaci6n estilística se propone destruir el Guzmán. Historia y novela son aquí inseparables porque
fundamento lógico del lenguaje y substituirlo por uno los hechos reales están dados con Ja fuerza y la verdad
puramente afectivo. Con técnica expresionista, con abu- de una creación novelesca y es esto lo que - en última
so del mon6logo interior, Azuela revela una tragedia su- instancia - debe determinar literariamente su naturale-
burbana sin misterio; la elaboración formal acentlia (o
denuncia) la pobreza del material. Lo que en Joyce o en
(7) Sin prop6sito de examen estilfstico copio algunas : "lli:I;-
traña obsesión, anhelo impreciso, necesidad inconsciente quizás
de un toq1te de luz viva ... " (pllg. 9) ; "El mismo brillo "'etálico
(6) Ct. Germlin List Arzub!de : El movimiento estridentista del agua en el asfalto parecía esclerótica de agonizante" (pági -
Jalapa, Ediciones de Hot·izonte, 1927. En este curioso ensayo' na 10); "En la esquina obsc·1tra discutieron ampliamente el
redactado por uno de los participantes del movimiento se expo: caso. Buef!O. Porque sus abistnos se miraron y entraron e11 con-
nen sus propósitos y se demuestran (involnntar!ament~) sus li- junción" (pllg. 26). Cito por la primera edición : Mexico, Im-
mitaciones. prenta 11 Encuadernación de Roaendo Terrazas, 1923, 72 pp.

32

Narradores de esta América. - 3


,.
za. Que hayan sucedido o no en la caótica realidad, es
asunto secundario.
Con la luminosa excepción de Los de abajo, Mariano
Azuela no consiguió alcanzar esa felicidad narrativa.
De aqui la aparente paradoja con que conviene cerrar
este examen. Azuela, el fundador de la novela de la
Revolución Mexicana, el más famoso de sus cultores, el
que con su nombre parece representar esa tendencia
es (tal vez) el menos dotado novelfsticamente. Es el qu~ AZUELA INÉDITO
está mlis cerca del material primario, del hecho efímero
y crudo y no de la materia imperecedera del arte.

(1952) Para muchos lectores hispanoamericanos, Mariano


Azuela es - únicamente - el autor de Los de abajo
(1916), una de las mejores, si no la mejor, de las nove-
las de la Revolución Mexicana. Sin embargo, a su muer-
te (en 1952), Azuela había publicado aproximadamente
veinticinco títulos, entre novelas, cuentos, biografías no-
veladas y piezas de teatro. Y aunque ninguna de sus
otras obras alcanza la categoría de Los de abajo - esa
sabia mezcla de documentos y narración literaria in-
tensa, esa visión objetiva y penetrante de una importan-
te hora revolucionaria-, es indudable que el conjunto
de sus libros constituye una de las más interesantes su-
mas de las letras contemporáneas de América. Su obra
se ha aumentado recientemente de dos novelas que an-
tes de morir babia dejado preparadas : La maldición y
Esa sangre.
El tema de la primera novela - los provincianos que
vienen a la capital y tratan de abrirse camino a todo
precio en ella - no es nuevo en Azuela. Ya se habían
visto en Regina Landa (1939) y en Nueva burguesía
(1941), algunas variantes del mismo; ya había antici-
pado el novelista en esos titulos su visión amarga y satí-
rica de la nueva sociedad mexicana que se forma a par-
tir de la Revolución, cuando la orgía de sangre ha cesado
y las clases más pobres tratan confusamente de alcan-
zar si no el poder, los beneficios materiales del mismo.
Pero en esta última obra, la visión de A.zuela se vuelve
(si cabe) m!í.s caricaturesca, más agria. La historia de
Emilia y de sus dos hijos (Magdalena, Rodulfo), su as-
censo en la dura ciudad a través de la coima ("la mor-
dida", dicen en México), y de la complacencia y hasta
la prostitución, la lenta entrega a una corruptela y un
apetito que devora todo, hasta que los mlis tiernos (o
primarios) afectos se evaporan, ese descenso paulatino
en los círculos infernales, está contado por .Azuela sin viene á reclamar sus tierras. Toda la novela consiste en
piedad para los personajes y sin piedad para el lector. el retrato del personaje (y de su hermana, la dura y
Su escritura es rápida y elíptica. Azuela no tiene nada hombruna beata Refugito) ; ambos personajes aparecen
de esa morosa complacencia modernista (a pesar de que contrastados violentamente con el México posrevolucio-
por el año de su nacimiento, 1873, está más cerca de un nario. Andrade viene con la tabla de valores de antes
Enrique Larreta, por ejemplo, que de Jorge Icaza) y su del alzamiento y se encuentra con que nadie lo recuerda
mismo estilo contribuye a aumentar más la tensión sa- y si lo recuerdan es para echarle en cara sus crímenes
tírica del relato. Porque Azuela parece escribir con odio y su anterior prepotencia.
hacia esa clase que la revolución liberó de su servidum- Julián Andrade es un ser despreciable. Cuando era el
bre agrícola o pueblerina pero no preparó para la vida amo sólo hab1a sabido tiranizar, violentar, matar. De ahí
moderna ; esa clase a la que se dio voto y hasta tierras que la visión negra de Azuela resulte ahora proyectada
pero a la que no se dio educación política y social que en las dos direcciones del relato. Hacia el presente, con
le permitiera usar el voto y trabajar las tierrai;i con pers- sus cohechos, el machismo desenfrenado y criminal del
pectiva comunal. Una clase que en definitiva fue la que charro, la constante beodez de todos y también hacia el
pagó con su sangre la revolución para que los beneficios pasado, en la historia (reconstruida por fragmentos) de
inmediatos los cosecharan los demagogos. los Andrade y los Ramírez, historia sin otro sentido que
Es curioso que este escritor, de los primeros en unirse el atropello y la furia pasional. El juicio agrio que pasa
a l movimiento revolucionario (fue médico de las fuerzas .Azuela sobre el presente se proyecta también hacia el
de Pancho Villa), a partir del triunfo de la revolución pasado. Se comprende mejor entonces que no es por una
se haya ido separando cada vez míis de la misma. Azuela imposible nostalgia del paraíso porfirista que Azuela
ya era en 1910 un hombre demasiado formado como para censura el México de hoy, que no es por refugiarse en
que los nuevos avatares revolucionarios le resultaran una visión como la de muchos escritores sureños de Es-
aceptables. En sus primeras novelas expresó lo que la tados Unidos (las hermosas casas aristocrflticas, el pe-
revolución tenía de hermoso como movimiento popular netrante olor a magnolias, los esclavos convenientemente
espontáneo (Lo s de abajo, por ejemplo), pero dijo tam- amaestrados para proveer el musical coro) que Azuela
bién, y esto ya se advierte en el personaje del licenciado censura la realidad. Es por otra cosa.
Cervantes en la famosa novela, lo que la revolución tenia Azuela no es un reaccionario : es un moralista. Y es
de caldo de cultivo de demagogos. Y a partir del momen- por eso que no tolera la imperfección del mundo. No la
to en que la lucha se estabiliza y empieza a buscarse tolera porque también él creyó (hacia 1910) que la san-
ciegamente el orden (aún a costa de negociados e injus- gre derramada en los campos y la muerte de los de
ticias) , Azuela vuelve la espalda a la revolución y se arriba, eran vías directas para la soluci6n de todas las
convierte en cronista de sus defectos. En ese sentido, injusticias, para el reino de la felicidad sobre la tierra,
La maldición es tal vez su novela más cruda y más eficaz para imponer (al fin) el respeto de unos hombres por otros.
también. Porque el relato está escrito con notable brío y Y lo que vio .Azuela, lo que vio el moralista, fue una
pujanza y aunque termina abruptamente (casi podrfa corrupción sustituida por otra, una violencia de arriba
pensarse que la novela ha quedado inconclusa) su misma sustituida por la violencia de los de abajo (vueltos ahora
suspensión contribuye al efecto de violencia que busca los de arriba). Vio eso y sólo vio eso. No vio que la
el narrador por este y otros medios. revolución babia hecho, y hace, entre tanta obra mala,
Distinto es el caso de Esa sangre. AqtlI se contrasta obra buena. Por no haberlo comprendido nunca, sus no-
el tema de lo viejo y lo nuevo en la historia de Julilin velas (a partir de Los de abajo, y cada vez en forma má.s
Andrade, latifundista que estuvo unido (por cautela) a cruda), se han convertido en la mfis nítida denuncia de
los villistas y que al abandonarlos en una situación ,pe- la realidad moral que yace bajo y sobre la gran realiza-
liaguda, acaba refugiíindose en la Argentina; veinte ción revolucionaria de México. La sinceridad de su de-
años después, hecho una ruina física y moral, Andrade nuncia es lo ünico que salva, en definitiva, a Azuela.
Esa entereza de su actitud negativa que confirma lo di-
36
87
cho por González de Mendoza : le d.olia México, como le
dolia España al célebre vasco. Ese dolor, esa llaga que
no pudo cerrarse ni con la muerte, explican aunque no
justifican la acritud, la pasión, el encono, con que queda
retratado México en esa vasta galerta de la que estas
dos novelas póstumas son el agrio final.

(1956)
HORACIO QUIROGA. VIDA Y CREACIÓN

La experiencia modernista

Quiroga habla nacido en Salto, en 1878 (diciembre


31), en las postrimerías de esa generaci6n del 900 que
impuso el Modernismo en nuestro país. Desde los pri-
meros esbozos que recoge un cuaderno de composiciones
juveniles, copiados con rara caligrafía y rebuscados tra-
zos (las tildes de las t, los acentos, parecen lágrimas de
tinta) hasta las composiciones con que se presenta al
público de su nativa Salto, en una Revista estridente-
mente juvenil, su iniciación literaria muestra claramente
el efecto que en un adolescente romántico ejerce la lite-
ratur a importada de París por Rubén Darío, Leopoldo
Lugones y sus epígonos. Para Quiroga, el poeta argen-
tino es el primer maestro. Su Oda a la desnudez, de ar-
diente y rebuscado erotismo, le revela todo un mundo
poético. Luego ávidas lecturas (Edgar Allan Poe, sobre
todo) lo ponen en la pista de un decadentismo que hacia
juego con su tendencia ligeramente esquizofrénica, con
su hipersensibilidad natural, con su hastfo de muchacho
rico hundido en una pequeña ciudad del litoral imper-
meable (creí.a) al arte.
La prueba de fuego para toda esa literatura mal in-
tegrada en la vida es el viaje a París en 1900 : viaje del
que queda un Diario que publiqué por vez primera el
1950. Alli se ve a Quiroga (el Quiroga de antes de Misio-
nes), alli se ve a Horacio soñando con la conquista de la
gran ciudad, de la capital del mundo, recibiendo en cam-
bio -revés tras revés que si no matan de inmediato la
ilusión, la someten a dura prueba. Pero si en París,
Quiroga pudo aflorar (y llorar) la tierra natal, de vuelta
en Montevideo, olvidado del hambre y las humillaciones
pas!ldas, en medio de los amigos que escuchan boquia-

38 39
biertos las lacónicas historias que condesciende a esbo- cía y desorden, la chambonada del que se estrena, y el
zar el viajero, renace el decadentismo. modernismo de El crimen del otro ya indica una primera
Funda con amigos el Consistorio del Gay Saber, ce- maduración. Lo que no pudo ver entonces Rodó (tampoco
nAculo bohemio y escandaloso; en 1900 gana un segundo lo veía su autor) es que el libro señalaba la culminación
premio en el Concurso de Cuentos organizado por La y clausura de una etapa. Ya Quiroga empezaba a descu-
.AJborada (Rodó y Viana eran jurados) ; luego recoge sus brir, literariamente, el mundo real en que estaba inmer-
versos, sus poemas en prosa, sus delicuescentes relatos, so, no menos fantAstico o fatal que el otro.
en un volumen: Los arrecifes de coral, cuyo contenido A medida que descubrla la realidad y se sumergía
y cuya portada (una mujer ojerosa y semivestida, ané- gozosa y paulatinamente en ella, dejaba caer algunas
mica a la luz de una vela) caen como piedra en el char- obras con las que liquida su deuda con el Modernismo :
co de Ja inquietud burguesa del Montevideo de 1901. El r ese largo cuento, de origen autobiográfico como ha con-
decadente triunfa. Paris vuelve a ser el sueño. Enton- firmado Leopoldo Lugones, que se titula Los persegui-
ces, accidentalmente, Quiroga mata a Federico Ferran- dos y la novela Historia de un amor turbio (1908), mAs
do, su mejor amigo. El sueño es sustituido por la sór- autobiogrlifica aún ya que el protagonista (y no el tes-
dida realidad de una cArcel, de un juicio, de la vuelta tigo) es el propio Quiroga apenas disfrazado. Y hasta
a un mundo sin Ferrando. Quiroga no aguanta y va a en un libro como Ouentos <le amor, de lociira y de muerte,
refugiarse en brazos de una hermana mayor que vive, en que dominan los relatos misioneros, es posible encon-
casada, en Buenos Aires. Abandona el Uruguay para trar algunos en que se perfecciona, hasta sus más suti-
siempre. les efectos, la técnica del cuento poeiano. Tal vez el me-
Pero no cierra su etapa modernista. Esta herida ci- jor sea El almohadón de pluma (publicado por vez pri-
catriza superficialmente. como otras. Cuando escribe, y mera en julio 13 de 1907), en que la extraña muerte por
aunque ya ha visitado el Chaco y ha tenido sus primeras consunción de una joven desposada tiene como origen
experiencias de colono tropical, cuando toma la pluma o un monstruoso insecto escondido entre las plumas. El
el lápiz, Quiroga sigue explorando sus nervios doloridos marco de la historia (una casa lujosa y hostil, un am-
y a tlor de piel, sigue transcribiendo las alucinaciones biente de otoño) asi como la fría e inhumana objetividad
ele Poe (algunos cuentos son mera réplica del norteame- del narrador, indican bien a las claras el parnasianismo
ricano), Quiroga Si!,'lle estudiando y reproduciendo Jos exasperado que es el mejor sello del modernista. Pero
efectos, ingeniosos en el original pero al cabo mecAni- ya el libro revela otro Quiroga.
cos, del maestro Maupassant. Quiroga vive una experien-
cia por un lado, aunque por otro (por el de la creación) ( -
continúa atado al decadentismo. Su segundo volumen, Descubrimiento del mtmdo y de sí mismo
El crimen del otro, es modernista todavia.
Es cierto que el joven consigue disimular mejor la La invención de Misiones es gradual. Hay una prime-
historia, que ya domina el horror y no necesita (como ra visita como fotógrafo de la expedición a las ruinas
en los crudísimos relatos de la Revista del Salto) nom- jesuíticas y que sirve para deslumbrar al joven. Misio-
brar lo repugnante para hacérselo sentir al lector. Pero nes (la selva, la vida dura, la amenaza de muerte como
todavia su cantera es la literatura leída, la huella deja- compañero constante) es el reverso de Parfs y por eso
da por otros escritores en él, y no el trabajo fascinante mismo, tan atractivo para este hombre en perpetuo esta-
de la realidad. A Rodó le gustó el nuevo libro, y se lo do de tensión. Quiroga decide volver y vuelve en una
dice a Quiroga en una carta (cuyo borrador es de abril primera intentona que lo lleva al Chaco, como indus-
9 de 1904) en la que hay una delicada censura para el l ,
trial más o menos fracasado. Este ensayo no es mAs que
primer libro. Rodó que era estéticamente modernista aun- el error necesario para ajustar mejor la puntería. Com-
que tuviera tantos r eparos éticos para la actitud deca- pra tierras en San Ignacio y se instala como colono
dente que ostentaba esta tendencia, acierta : porque el ~n 1910.
·modernismo de Los arrecifes <le coral era pura estriden· El descubrimiePtQ !iterarlo de Misiones tarda un poco


más y se produce en varias etapas. Uno de los primeros Pero hacia 1912, cuando empieza a escribir sus cuentos
y mejores cuentos de ambiente rural, es La insolación de monte, allá en San Ignacio, lejos de toda actividad li-
(marzo 7 de 1908). Ocurre todavía en el Chaco; Quiroga teraria, y solo, la historia era distinta. Quiroga hollaba
está demasiado cerca del descubrimiento y la fascinación caminos nuevos y rio sabí a. De ahi que la confidencia a
para poder incorporar la realidad entera del mundo en José Maria Delgado tenga tanto valor. Pudo seguir la
que \•ive. El Chaco está presente no sólo en ese magnifi- ruta ya conocida del Modernismo; pudo continuar escri-
co cuento de alucinación y misterio (los perros ven al biendo cuentos basados en otros cuentos (Borges resumió
amo convertido en la Muerte, un día antes de que aquél un día su oposición generacional a Quiroga en esta frase
caiga fulminado por la insolación) ; también está pre- lapidaria e injusta : "Escribió los cuentos que ya habian
sente en algunos de sus tensos relatos de entonces: en escrito Poe o Kipling"). Pero la realidad se le metía por
Los cazadores de ratas (octubre 24 de 1908) en que se los ojos y tocaba dentro de él una materia suya descono-
dramatiza otra superstición campesina: la de que las cida. Misiones era descubierta pero al mismo tiempo Mi-
víboras vuelven para vengarse al sitio en que se ha ma- siones lo descubría, lo revelaba. Entonces Quiroga es-
tado a su pareja ; y en .l!Jl monte negro (junio 6 de 1908) cribe y publica A la deriva (junio 7 de 1912), Ei aiambre
que a pocos años de distancia, cuenta un episodio de sus de púa (agosto 23 de 1912), Los inmigrantes (diciembre
luchas con l a naturaleza chaqueña y mezcla sabiamente 6 de 1912), Yagiiai (diciembre 26 de 19·1 3), Los mensií
el humor a la épica. (abril 3 de 1914), Una bofetada (enero 28 de 1916), La
Pero Misiones empieza a dominar ya hacia 1912 cuan- gama ciega (junio 9 de 1916), Un peón (enero 14 de 1918),
do Quiroga ha instalado su hogar (la mujer, los hijos junto con otros tal vez menos logrados. En todos ellos
que llegan), y el mundo que lo rodea se va colando de a se ve y se siente la naturaleza de Misiones, sus hombres
poco en su literatura. Son sus cuentos de monte, como él y sus problemas.
los llama en carta a José María Delgado (junio 8 de La visión es toda via externa. Aunque el narrador ha
1917), esos cuentos que manda a Buenos Aires y sin sa- alcanzado una habilidad enorme, aunque cuenta exacta-
ber cómo serían recibidos : "Cuando he escrito esta tanda m ente lo que quiere y como quiere, la creaci6n, de mag-
de aventuras, de vida intensa, vivia allá V pasaron dos nífica objetividad, es limitada. Porque el narrador está
años antes de conocer la más mínima impresión sobre notoriamente ausente de ella : es un testigo, a veces has-
ellos. Dos años sin saber si una cosa que uno escribe ta un personaje secundario del relato, pero no está él
gusta o no, no tienen nada de corto. Lo que me interesa- entero, con sus angustias y su horrible sentido de la fa-
ba saber, sobre todo, es si se respiraba vida en eso; y no talidad personal. Reconoce y muestra el destino que se
podía saber una palabra (. .. ) De modo que aún des- desploma sobre los otros, pero cuando es él el implicado,
pués de ocho años de lidia, za menor impresión que se me la historia adquiere un leve tono humorístico como pa-
comunica sobre eso, me hace un efecto inesperado: tan saba en Ei monte negro o como pasa en esta otra esplén-
acostumbrado estoy a escribir para mÁ solo. Esto tiene dida revel ación autobiográfica que es Nuestro primer ci-
sus desventajas, pero tiene, en cambio, esta ventaja co- garro (enero 24 de 1913), con su rica evocación de la
losal: que uno hace realmente lo que siente, sin influen- infancia salteña.
cia de Juan o Pedro, a quienes agradar. Sé tamMén que En esta segund a etapa de su obra creadora, cuando
para muy muchos, lo que hacia antes (ctientos de efecto, ya ha descubierto Misiones y ha empezado a incorporar
tipo ".l!Jl almohadón") g1istaba más que las historias a su territorio al mundo literario, Quiroga todavía cierra
puño limpio, tipo " .M eningitis", o los de monte. Un buen demasiado las líneas de comunicación que van de lo hon-
día me he convencido de que eZ efecto no deja de ser efec- do de su alma y experiencia a la superficie de la reali-
to (salvo cuando la historia lo pide) v qiie es bastante dad en que vi ve. Estos cuentos están escritos (en San
más dificil meter tm final que el lector ha adivinado ya: Ignacio, y m!ls tarde, desde 1915, en Buenos Aires) por
tal como lo observas 1·especto de "Meningitis". un hombre que ha quedado viudo a los pocos años de
La carta da la perspectiva de 1917, cuando Quiroga casado, viudo con dos hijos pequeños, viudo por el horri-
recoge en un volumen grueso, sus relatos de tres lustros. ble suicidio de su mujer. Quiroga entierra este hecho

42 43
en lo mfis secreto de sí mismo, continúa viviendo y es- a la vez, que las metáforas del ultraísmo (sucursal de los
cribiendo, pero cerr ado en lo mfis intimo, registrando i smos europeos) podían usa rse para contar una hi s toria
implacable el t raba jo de la fatalidad sobre los otros y rural. Las asperez~ s estilí;>ticas de Quiroga, sus tipos
esa honda culpa incom¡ciente que los hace víctimas ante crudos Y nada poetizados, parecieron la negación de un
una sabiduría más penetrante que la de la inteligencia. arte que se quería (a toda costa) puro. Quiroga fue con-
Los libros de esa época - Cuentos de amor, de locura denado sin ser leído. •
y de muerte (1917), Cuentos de la selva para los niños Esto que ocurría en el nivel de la literatura ele élite
(1918), FJZ salvaje (1920), Anaconda (1921) - recogen la estaba desmentido por el éxito en otro plano. Quirog~
enorme cosecha, en un desorden deliberado. Quiroga mez- era editado y reeditado: en Madrid, la poder osa Espasa
cla los cuentos de monte con los restos de su experien- Calpe lo incluía en u na colección de narradores junto a
cia modernist a y las nuevas invenciones literarias. Cada .Julien Brenda, Giraudoux, Proust y T homas Hardy (tam-
volumen es heterogéneo y produce la impresión (que él bién estaba, ¡ ay l Arturo Cancela) ; la revista de biblio-
buscaba a la zaga de Mérimée) de mostrar cuentos de grafía Babel (órgano de la editorial del mismo nombre
muchos colores. Pero en la impresión del lector se im- que publicaba sus obras) le dedicaba un número extraor-
ponen los relatos misioneros, esos que revelan a Quiro- dinario en que se recogen los jui cios más laudat orios a
ga a un vasto público y lo revelan, paulatinamente, a que pueda aspirar el delicado ego ele un poeta.
sí mismo. E ra la apoteosis en vida, y complementariamente el
comienzo de la declin ación. P ara Quiroga era otra c~sa.
Esa serie de relatos que culminan con el volumen ma-
La verdadera creación gistral de Los desterrados encierra su obra más honda
de narrador: el momento en que la fría objetividad del
El tercer periodo, el verdaderamente creador, ocurre comienzo, aprendida en Maupassant , ensayada a la vera
hacia 1918 y se extiende con intermitencias cada vez más de Kipling, da paso a una visión más profunda y no por
pronunciadas hasta 1930. Quiroga no ha vuelto a Misio- ello menos objetiva. E l artist a entra dentro de la obra.
nes si no es en breve estancia ; está radicado en Buenos Esto no signific a que sustituya a la obr a. Significa que
Afres y participa activamente de la vida literaria. Im- el relato ocupa ahora no sólo la retina (esa cámara foto -
pone su figura taciturna, su soledad en compañia ; es un grlí.fica de que habl a el irónico Christopher I sher wood\
maestro y en torno suyo se agrupan otros maestros y los sino las capas mfis escondidas y per sonales de la indi-
jóvenes. Poco durará este esplendor porqu e ya hacia vidualidad creadora. Desde allí crea ahora Quiroga.
1925 se produce el estallido de una nueva experiencia ge- Ya no est fi en Misiones, o est á poco en Misiones.
neracional. Con Martín Fierro como órgano publicitario, P ero desde esa honda asimilación ele Misiones que en-
con Ricardo Güiraldes como figura central, con Macedo- cuentra en sí mismo, escribe. E n un tomo en que se mez-
nio Fernández, como prócer heterodoxo, el grupo que cla la vivacidad de la observación directa con la pequeña
capitanean Evar Méndez y J orge Luis Borges, llega a distancia del recuerd o cuent a la historia de Van-Houten
transformar el cuadro. Dentro de cierto nivel literario (diciembre 1919), la de llll hombre muerto (junio 27 de
estos jóvenes no existen : ese nivel de las revistas de gran 1920), la de La cámara oscura (diciembre 3 de 1920), en
circulación en que Quiroga es reconocido ; pero en otro que su propia angust ia ante la muerte de un ser querido
nivel, que irá creciendo paulatinamente, los jóvenes pre- aparece sutilmente t ranspuesta, la de llll techo de in-
paran el juicio del mañana. Ese juicio es adverso a cienso (febrero 5 de 1922), en que el sesgo humor ístico
Quiroga. permite liberar mejor su esfuerzo sobr ehumano al tra-
En 1925 se publica Los desterrados, el mejor libro, tar de cumplir, en medio de la selva, y simultáneamente,
el más homogéneo de Quiroga. Pero el mismo año se pu- las f unciones de Juez de Paz y carpintero, la de Los
blica también Don Segundo Sombra y los jóvenes de en-
destiladores de naranja (noviembre 15 de 1923), la de
tonces lo proclaman el libro máximo : la prueba de que
Los precursores (abril 14 de 1929) que contiene el mejor ,
la literatura argentina podía ser gauchesca y literaria
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el mfls sano testimonio sobre la cuestión social en Mi-
l
sobre la sensibilidad del lector, esa perfección técnica
siones. no hace sino acentuar la fuerza de comunicación del
En todos estos relatos, mur.hos de los cuales van a sentimiento. Con ellos logra Quiroga su máxima expre-
integrar Los desterraclos, Quiroga desarrolla una forma sión creadora. Ya no importa que luego fracase, una vez
especial de la ternura: esa que no necesita del sentimen- más, como novelista en Pasado amor o que todavia se
talismo para existir, que puede prescindir de la mentira sobreviva en algunos cuentos fantásticos, curiosamente
y de las buenas intenciones; la ternura del que sabe qué anticuados (como si regresara a los orígenes) que reco-
cosa frágil es el hombre pero que sabe también qué he- ge en Más allá, de 1935. El desierto, ]J)l hijo, marcan
roico es en su locura y qué sufrido en su dolor, en su una culminación, su culminación.
genial inconsciencia. Por eso sus cuentos contienen algo
más que la crónica de un ambiente y sus tipos, son algo
más que historias trágicas, o cómicas, de un mundo ex- La vida ya demasiado vivida
traño. Son profundas inmersiones en la realidad huma-
na hechas por un hombre qu e ha aprendido a liberar en Le quedaban unos años, pocos, de vida. Demasiado
sí mismo lo trflgico y hasta lo horrible. sensible a la atmósfera literaria para no comprender
En ningün lado mejor que en E l desierto (enero 4 de que los jóvenes iban por otros rumbos, que su palabra
1923) y en EJZ hijo (enero 15 de 1928) ha alcanzado Qui- (en la Argentina, por lo menos) ya no era escuchada,
roga ese dificilísimo equilibrio entre la narración y la demasiado verdadero como para 110 reconocer que se le
confesión que constituye su míts sazonada obra. Alli el iban secando las fuentes del arte, Quiroga abandona de
hombre que nunca quiso hablar del suicidio de su pri- a poco la creación. En sus ültimos cuentos se siente el
mera esposa, ese hombre dur o e impenetrable, se entrega cr eciente empuje autobiogrlí:tl.co, lo que les presta la con-
al lector en el recuento de sus alucinaciones de padre. dición equívoca de memorias. Articulos y notas que es-
Los relatos están escr itos muchos años después del su- cribe cada vez con mayor abundancia a partir de 1922,
ceso (o sueño) que los originó, cuando ya sus hijos son vierten la experiencia acumulada por este hombre en tan-
grandes y empiezan a separarse naturalmente de su dura tos años de dolor y escasa alegría. De tanto en tanto
y tierna tu tela. Pero es en esa distancia (la emoción re- publica textos (como La serpiente de cascabel, noviembr e
cogida en la tranquilidad de que hablaba, y tan bien, 27 de 1931) en que es dificil trazar la linea de separación
Wordsworth), es en esa mu erte de la emoción, como el entre la ficción y el relato verídico. Aunque escribe
mismo Quiroga aconsejaba, donde reside la clave del sen- algunos cuentos más, Quiroga ya está de espaldas al arte.
timiento que transmiten ambos relatos. A los amigos que lo incitan a crear, que le piden no
Son esencialmente autobiográficos, lo que significa que se abandone, que quieren sacarle algunos cuentos mlís,
no lo son en su anécdota. Quiroga no murió y dejó aban- les escribe para defender su posición crepuscular: "Usted
donados en la selva a sus hijos pequeños como Suberca- "sabe (le dice a Julio El. Payró, abril 4 de 1935) que yo
seaux, el protagonista de El desierto; tampoco Darío "sería capaz, de quererlo, de compaginwr relatos como
Quiroga murió a l cruzar, con una escopeta en la mano, "algunos de los que he esm·ito, 190 y tantos. No es, pues,
un traicionero alambrado, como ocurre en En hijo. Pero "decadencia intelectuaZ ni pérdida de familtad lo que me
si estos cuentos nos revelan anécdotas imaginarias, no "enrmt dece. No; es l a vioZencia primitiva de hacer, cons-
son imaginarios los sentimientos que encierran: ese amor " truir, mejorar y adornar mi habitat lo que se ha im-
paternal y esa ternu ra sin flaccideces que constituyen el "puesto al cultivo artístico - ¡ay! - un poco artificial.
centro mismo de la person alidad del hirsuto y solitario " H emos dado - he dado - mucho y demasiado a la tac-
que fue Quiroga. " tura de cuentos y demás. Hay en el hombre muchas
Y la misma perfección de ambos relatos, su cuidadosa "otras actividades que merecen capital atención. Para
preparación del efecto final, a través de un juego calcu- "mí, mi 't>ida actual ( ... ) Hay además tina cándida cruel-
lado de anticipaciones y desvíos, en que el fatal desen- "dad en exigir de un escritor lo que él no quiere o no
lace es acercado y alejado h asta que se vuelca abrumador "puede dar. ¡Oree usted que la obra de Poe n-0 es totaZ,

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"id. la de Maupassant, a fiesar de la temprana muerte "rificarse de desengaños. Borrar Zas heces de la vida
"de ambosf ¿Y .el silencio, en plena juventud y éxito, de "ya demasiado vívida, infantilizarse de nuevo; más to-
"Rossin·i ? ¿Cómo y por qué exigir másf No existe en "davia : r etornar al no ser primitivo, antes de Za gesta-
"arte más que el hecho consumado. Tal las obras de los "ción y de toda existencia: todo esto es lo que nos ofre-
"tres precitado&. ¿Con qué derecho exigiremos quién sabe " ce la muerte con su descanso sin pesadillas. ¿Y si rea-
"qué torturas sin nombre de quien murió o caUó so pre- " parecemos en un fosfato, en un brote, im el haz de un
"texto de que pudo haber escrito todavia un verso para " prismar Tanto mejor, entonces. Pero el asunto capital
"nuestro regocijo? Me refiero a los que cumplieron su 1 "es la certeza, la seguridad incontrastable de que hay
"obra: tal Heine a los 24 años. Podía haber desapare- "un talismán para eZ mucho vitvi1· o el mucho sufrir o la
"cido en ese instante - ¿no cree ustecU - sin que el "constante desespe1·anza. Y él es el infinitamente dttlce
"arte ttwiera que llorar. Morir y callar a tiempo es en "descanso del s1ie1io a que llamamos muerte."
"aquella actividad im don del cielo." Por eso, cuando tuvo que abandonar su casa de San
Quiroga vuelve a encerrarse en si mismo, pero de Ignacio, esa casa sobre la meseta a la que babia dedi-
qué distinta manera que antes cuando era la imposibili- cado las mejores horas de sus últimos años, que babia
dad de expresarse, de expresar los fondos de su alma, rodeado de palmeras y babia levantado con sus manos,
lo que lo envolvta en huraño silencio. Ahora calla para cuando debió dejar ese habitat elegido por una fuerza
el mundo pero para los amigos, en una correspondencia interior mli.s poderosa que la que le hizo nacer en Salto,
que cuenta entre lo mr1s notable que ha escrito, va libe- cuando debió bajar a Buenos Aires para ser sometido a
rando sus confidencias ; calla y al mismo tiempo se en- una operaci6n de la que sólo podía quedar remendado,
trega. En tanto que las desilusiones lo cercan, que siente sin esperanza de cura, Quiroga sali6 del Hospital un
crecer una incompatibilidad de caracteres que lo aleja día (febrero 18 de 1937) hizo l a ronda de las dos o tres
de sus hijos y descubre el fracaso de su segundo mat1"i- casas amigas, vio a la hija que tanto quería y que le
monio ; en tanto que la enfermedad se cierra sobre su sobrevivió pocos años ; entró a una farmacia a comprar
vida y sus ilusiones, Quiroga va entregando en cartas cianuro y regres6 en la noche a su cuarto de enfermo.
que son testamento, la última visi6n, la más madura A la mañana siguiente, ya lo encontraron muerto.
aunque ya fuera del arte.
En una carta que escribe a Ezequiel Martinez Es- (1957)
trada en abril 29 de 1936, encara el tema de su aban-
dono de la literatura y también de la preparaci6n para
un abandono aún mayor: "Hablemos ahora de la muer- NOTA. - En un trabajo titulado Objetividad de Ho-
"te. Yo fui o me sentia creador en mi juventud y ma- racio Quiroga ("Número", 6-7-8, Montevideo, enero-julio
"durez, al puiito de temer exclusivamente a la mtterte, 1950) intenté una ordenaci6n de la obra de Quiroga so-
"si prematura. Quería hacer mi obra. Los afectos de fa- bre la base de su curso biogrli.fico y de la cronología de
"milia no fiaban la cuarta parte de aquella ansia. Sa11ia su obra en volúmenes. Allí señalé la existencia de cuatro
"y sé que para el porvenir de una mujer o itna criatura, períodos, de limites retoca bles. El primero, 1897/1904,
"la existencia del marido o padre no es indispensable. comprende su iniciación literaria, su aprendizaje del Mo-
"No hay qttién no salga del paso s·i su destino es ese. dernismo, sus estridencias decadentistas, su oscilación
"El único que no sale del paso es el creador cuando la expresiva entre verso y prosa; culmina y concluye con
"muerte lo siega verde. Cuando consideré que hab·ía dos obras ; Los arrecifes de coral (1901, con poemas y
"cumplido mi obra- es decir, que había dado ya de mí algunos relatos), Fll crimen deZ otro (1904, relatos). El
"todo lo más fuerte - comencé a ver la muerte de otro segundo, 1904/ 1917, lo muestra en doble estudio minu-
"modo. Algunos dolores, ingratitudes, desengaños, acen- cioso : del li.mbito misionero, de la técnica narrativa, al
"'tuaron esa visión. Y hoy no temo a la muerte, amigo, tiempo que recoge muchos de los textos del período an-
"f)orque ella significa descanso. Tbat is tbe question. terior y se cierra con su libro mli.s rico y heterogéneo :
"Esveranza d e olvidar dolores, aplacar ingratitudes, pu- Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917, con una

48 49

Narradores de esta América. - 4


segunda edición, idéntica, en 1918) . El tercero, 1917/
1926, presenta un Quiroga magistra l y sereno, dueño de
su plenitud, y encuentra su cifra en el libro más equi-
librado y auténtico: Los desterrados (1926). El último
periodo, 1926/ 1937, r egistra su segundo fracaso como no-
velista con Pasado amor (1929), su progresivo abandono
del arte, su sabio renunciamiento en vispera de la muer-
te. La publicación de Más allá, en 1935, con relatos desi-
guales y, en su casi totalidad, del tercer período, no LOS VEINTICINCO AÑOS
modifica para nada el cuadro.
DE "DO~A BÁRBARA"
Esta ordenación terminaba con una a dvert encia que
transcribo textualmente: "Un estudio cronológico de
sus cuentos que partiera de la primera publicación en
periódicos, permitiria, sin duda, una clasificación más UNA NOVELA Y UNA LEYENDA AMERICANAS
fina y sensible". Esta tarea no habia sido realizada en-
tonces y sólo en 1955 se ha dado el primer paso en ese En septiembre de 1929, un jurado de escritores es-
sentido. En un trabajo publicado en México por la Nite- pañoles integrado por Gómez de Baquero, Ramón Pérez
va Revista de Filología Hispánica (Año IX, N. 0 4), la de Ayala, José Maria Salaverria, Enrique Diez Canedo,
investigadora a rgentina Emma Susana Speratti P iñero Gabriel Mi ró, Pedro Sainz Rodríguez y Ricardo Baeza
ordena por vez primera los cuentos de Quiroga de acuer- proclamó a D01ia Bárbara (publicada ese mismo año por
do a s u publicación original en r evistas y periódicos. Araluce en Bar celona ) "la mejor novela del mes" . Una
Aunque su tarea no es definitiva (la autora modesta- consagración tan (aparentemente) efimera, fue, sin em-
mente la tit ula Hacia la cronología de Horacio Quiro- bargo, el espaldarazo que necesitaba el nombre de Ró-
ga), ya permite una mejor ordenación de la secuencia mulo Gallegos (45 años, venezolano, dos novelas anterio-
creadora, una clasificación más fina y sensible, como se res) para cubrir todo el mundo de habla española. Por-
pedía. que lo que importaba no era la distinción " del mes"; lo
Lo que primero se advierte es que los cuatro perío- que importaba era el jurado y era la resonancia. Ricardo
dos arriba indicados por mi, se ma ntienen, aunque se Baeza escribió poco después en El Sol de Madrid (ene-
deba modificar algo su s limites (como ya se preveía en ro 14 de 1930) : "El señor Gallegos es el primer gran no-
el trabajo de 1950). La iniciación modernista de Quiroga "velíst a que nos da Suramérica y ha escrito una ae las
deja su huella hasta 1907 o 1908, por lo menos. En cuan- "mejores novelas que hoy por hoy cuenta el idioma.
to a los periodos segundo, tercero y cuarto, existen '"Doña Bárbara' es una obra absol utamente de norma
como tales y su caracterización es acertada en princi- " clásica y por mi parte la veo ya integ1·ada en el tiempo
pio. Lo que debe modificarse (a la luz de la <>rdenación "a las novelas clásicas d el idi oma " . Desde entonces mu-
cronológica de los cuentos) es el límite temporal. 1917 es chos otros han repetido su juicio, han multiplicado el
una fecha que ahora nada dice, como tampoco nada dice elogio, han practicado la a labanza del no velista vene·
el 1926 de Los desterrados. De ahí que me haya parecido zolano.
11til, con la cronología a la vis ta, intentar ahora una
nueva ordenación de los cuentos de Quiroga, de su vida •• *
y creación.
Las ediciones de Do1ia Bárbara se multiplicaron. A.de-
más de las m uchas que a utorizó el a utor, apar ecieron las
piratescas. Algunas de ellas, realizadas en Montevideo.
(Hay una anécdota, que corr e impresa y a u torizada por
el propio autor: cu ando el representante de Gallegos se

50
1 51

1
presentó ante él, solicitando el pago de los derechos, lo hombre, Lorenzo Barquero -y lo abandona a la bebida,
ech6 con cajas destempladas, recordlí.ndole que su edi- con "uDa hija de ambos que ella no ha reconocido. Esta
ci6n había contribuido a la mayor difusi6n del nove- hija, Marisela, se enamora de Santos Luzardo y después
lista. Sin hablarle, por pudor tal vez, de la mayor difu- de mucha peripecia, lo conquista, sanamente. Hay un
si6n de su propia cuenta bancaria.) La mlí.s popular de yankee, Mister Danger, que simboliza la penetraci6n
las ediciones actuales de Doña Bárbara (la de Austral, nórdica y que en las ilusiones de Gallegos (1929) es tam-
Jilspasa Oalpe Argentina, Buenos Aires) anda ya por su bién derrotado y abandona la sabana . .Hay un mayor-
décimoquinta tirada. Y a este éxito de lectura hay que domo venal amante de Doña Bárbara ; hay un asesino
sumar el ditirambo de la crítica acentuada recientemente a sueldo. Hay una historia anterior de Doña Bárbara,
por la resonancia politica que la carrera de Gallegos, con violación y todo. Hay el marco de peones, con sus
interrumpida por la dictadura militar de su patria, ha cantos y su s leyendas. Hay las faenas del campo Y el
prestado al novelista. Los veinticinco años de la obra folklore y la música. (Muchos de estos motivos pasarían
han dado pretexto en todas partes y entre nosotros, a a enriquecer posteriores libros de Gallegos.) .
discursos y conferencias, exhibiciones oratorias y polí- Todos estos elementos esUin en la novela, ocupan si-
ticas. Es posible creer que Doña Bárbara esté ya en edad tio, reclaman la atenci6n. Pero no se integran en un
de soportar el examen critico. cuadro homogéneo y coherente. El recurso narrativo de
Gallegos es hilvanarlos, uno tras otro, esperando que aca-
• ** ben por soldarse. Y se sueldan. Pero siguen sin integrar
la unidad. Para armarlos hay que recurrir a la incohe-
La novela cuenta el combate singular entre Doña Bár- rencia, a los diftlogos más vacíos del radioteatro, a los
bara y Santos Luzardo. Doña Bárbara representa el as- golpes de efecto gratuitos. Hay que dilatar el enfrenta-
pecto salvaje de la Ley del Llano: la agresión armada, miento decisivo de Doña Blí.rbara y de Santos Luzardo,
el soborno a la justicia, la fuerza brutal y la astucia posterglí.ndolo sin necesidad, hasta que lo que apuntaba
imponiéndose al derecho. También representa las fuerzas al comienzo como un gran combate singular se resuelva
oscuras de la naturaleza, la brujerfa y la superstición en pequeños incidentes que empequeñecen el tema Y des-
que la alimenta, el poder fatal y fatalizador del sexo dibujan a los personajes. El aliento épico existe entre
que embrutece. Santos Luzardo llega -de la capital, li- lineas y salta, incontenible, en algunos pasajes, per~ n?
cenciado en Derecho, y deseoso de imponer a la inmensa da tono ni ritmo a la narraci6n que va cayendo de mc1-
sabana una ley que sea orden, que mire al futuro, que dente melodramlí.tico en incidente melodramlí.tico hasta
construya civilización frente a la barbarie. Hay dos com- embotar su filo, hasta gastarse.
bates : el individual, entre Doña Blí.rbara que desea a
Santos y lo quiere como no supo querer a nadie desde .. * •
su ultrajada adolescencia ; el simb6lico, en que la fuerza
salvaj e de la tierra y de la naturaleza tropical van des- No hay una gran novela en Doña Bárbara porque
gastando el afán civilizador y despiertan en la sangre apenas hay una novela que merezca ese nombre. Hay
de Santos la violencia y el crimen. Pero Doña Bárbara una narración primitiva, formada de elementos dispa-
pierde ambos combates y se hunde en el pantano, en lo res. E l lector atento podrli relevar, es claro, notas de
elemental primero, en el caos del que surgiera. paisaje bien indicadas; podrá apuntar trozos de bravu-
Ese es el tema de la obra. Comprimido así, es tema ra, narraciones adecuadas. Pero ese mismo lector podrá
de épica o de narración violenta, sin pausas, sin respiro, indicar también la flojedad de casi todas las escenas
sin nada que mitigue su crudeza. Contado por R6mulo clave (el enfrentamiento de Doña Bárbara Y Santos Lu-
Gallegos en una novela de 300 páginas es otra cosa. zardo siempre amaga algo grande y se resuelve en na-
Ante todo, hay incidentes complementarios, que no cabe da) , la hinchaz6n del estilo pretendidamen~e poético, el
llamar secundarios porque ocupan demasiado el primer melodrama invadiendo las figuras de Mar1sela, de Lo-
plano novelesco: Doña Bárbara destruye antes a otro renzo Barquero, del mismo Santos Luzardo.
52
Sólo se salva el contenido simbólico, sólo se salva guayo están vistos por un hombre culto, por un lector
Doña Bárbara como personaje mítico, no como ente no- de Maupassant y de Kipling y de Poe y de Axel Munthe.
velesco. Porque lo que ha sabido hacer Gallegos es des- sr. Pero están vistos por quien convivió con ellos no una
cubrir una mitologia, intuir su naturaleza y esbozar al- semana sino muchas semanas de muchos años, y supo
gunos perfiles. Pero no ha sabido explotarla. Para hacer- descascarar el fruto hasta alcanzar lo que, tan justa-
lo le falta el arte novelesco, el gran arte de narrar en mente llamaba Ezequiel MarUnez Estrada "la amarga
profundidad, despreciando los accidentes, utilizándolos almendra fundamental: el hombre''. .
sólo en cuanto tales. Con excepción de Doña Bárbara, de algún paisaje,

..... de alguna copla, lo que muestra Gallegos en su novela


es la corteza, variada, pintoresca, grandilocuente, colo-
rida, mera superficie.
JJa critica de la primera hora, y mucha de la mal
informada de hoy, sigue alabando en Doña Bárbara la •••
familiaridad de Gallegos con el Llano, con la sabana
venezolana que es la pampa de aquellos pagos. Un ar- Hay quienes aseguran que en una literatura en for-
tículo de John E. Englekirk ha despejado esta leyenda. mación como la hispanoamericana no cabe ser muy exi-
Antes de escribir Doíia Bárbara, Gallegos visitó el Llano gente; que el crítico debe atenerse a los patrones que la
durante ocho días. Es cierto que se beneficio de la amis- misma literatura de América ofrece y no andar suspi-
tad de Antonio José Torrealba Oste, verdadera enciclo- rando tras los modelos europeos y norteamericanos. Tal
pedia local que aparece en el libro bajo los rasgos del vez sea cierto. Por eso, no es prudente comparar a Ga-
peón Antonio ; es cierto que en esos ocho días aprendió llegos con sus coet&neos de Francia o Inglaterra, de
todo lo que tenía que aprender de los trabajos y los días Italia o Rusia. Basta compararlo con quienes fueron sus
del Llano, anotó coplas y ficho leyendas, recogió (de los contemporáneos del Nuevo Mundo : con Quiroga (como
labios mismos de quienes la habían visto) la figura de se ha hecho), con R eyles, con Mariano Azuela, con Mar-
la hombruna Doña Bárbara de carne y hueso que fue tín Luis Guzm&n. La comparación - que desde aquí se
Francisca Vfü¡¡quez. encarece al lector atento - servirá para compr ender has-
Su extraordinario poder de asimilaciOn, su imagina- ta qué punto padece la literatura hispanoamericana de
ción vivisima, le permitieron escribir en Bologna (adon- una inflación de valores.
de había llevado a su mujer, enferma) la versión defini- (1954)
tiva de su novela de los Llanos, que había comenzado por
lla mar La coronela hasta que descubrió el nombre - fe·
licísimo - que la inmortalizaria. Ocho días en los Llanos NOTA. - Un articulo de Arturo Torres Ríoseco, pu-
no es mucho, aunque es bastante. Pero esos ocho días blicado en la revista Atenea (Concepción, Chile, Año
explican el asombro con que Gallegos registra la épica XVI, N.• 169, julio de 1939) y luego reproducido en
de una actividad que alguien, auténticamente familiari- libro, cuenta la fortuna española de Doña Bárbara y se
zado, no hubiera hinchado tanto. (En el mismo error cae suma al coro de alabanzas; el trabajo de Elnglekirk, fa-
Ricardo Güiraldes con su épica de reseros, según ha vorable también al novelista, fue publicado en Hispania
apuntado con acierto Borges.) (New York, agosto 1948) y, en versión española, más
A pesar del cuidado con que escribe Gallegos, hay una corta, en Número (Montevideo, Año 3, N.• 13-14, marzo.
visión turistica, muy visible e incómoda en su novela. junio de 1951).
Cada episodio está pintado con demasiada atención al
color local, a lo pintoresco, a lo típico. Se pierde lo esen-
cial humano. Gallegos incurre en esa particularización
empobrecedora en que jam&s cayó (por ejemplo) Horacio
Quiroga. Los tipos misioneros de los cuentos del uru-

ó5
IMAGEN DE MANUEL ROJAS

No conocí a Horacio Quiroga. P ero conozco sus libros


y he estudiado su vida, conozco a muchos que lo cono-
cieron, a quienes fueron sus intimos, a quienes compar-
tieron con él penas y días felices. Y me he formado una
imagen interior de H or acio Quiroga, una imagen recom-
puesta de anécdotas sucesi vas y de páginas hondamente
escritas, de retratos (innumerables retratos, instantáneas,
poses deliberadas, grupos, primeros planos que aislan) ,
de cartas escritas desde muy hondo del dolor y de cuen-
tos escritos en conquistada objetividad, un a imagen he-
cha de intuición y de testimonios. Es la imagen de un
hombre cabal, entero hasta en sus flaquezas, entero en

~ su demonismo.
Una imagen semejante - bloque granítico sin falla,
cor aza de algo profundo y tierno - ofrece Manuel Rojas.
Alto, altísimo, corpulento y macizo, con la tez curtida y
\ .la cabeza cubierta de canas, y una sonrisa (cuando son-
ríe) que conserva intacta frescura. Callado y hundido
en si mismo, pero no melancólico, ni r esentido, ni adoles-
cente. Y cuando habla - con cierta brusquedad delibe-
rada, con visi ble pero atenuada impaciencia - es para
descortezar la vaguedad o la torpeza de lo que se con-
v.ersa, para alcanzar de un golpe lo que estli debajo,
si hay algo.
Inaccesible en su fuerza solitaria, pero no orgulloso,
no envanecido, Manuel Rojas está ahf, evitando la flicil
comunicación sociable, eludiendo la vulgaridad de la
convivencia ciudadana, reser vándose para las tres o cua -
tro palabras que importan, el amistoso (de veras) apre-
tón de manos, la entera mirada del compañero. En un
ambiente (el general suramericano) en que la flicil cor-
tesía, la camaraderia epidérmica y hasta sospechosa. la
Simpatía prodigada indiscriminadamente son costumbre

57
j
y ley, Manuel Rojas va contra la corriente: calla, se va de pasión y sensibilidad (no de palabras prestigiosas)
sin despedirse, se hace escaso, se reserva. Pero quienes con que redondea su obra, autobiográfica en lo perma-
marchan con él (dos o tres escogidos y probados) saben nente.
que no _hay compañero más cabal. Uno de los personajes del libro aprende un dia que
un ladrón es también un hombre. " Termin ó por darse
• ** "ouenta" (dice el narrador) "a pesar de todas las dife-
"rencias, de qite eran hombres, todos hombres, que apar-
Aunque venia escribiendo desde antes de 1929 (ese "te de sii profesión, eran semejantes a los deni ás, a los
año fue premiado El delincuente) la fama grande no "policías, a los jefes, a los abogados, a los empleados,
llegó hasta Manuel Rojas sino muy recientemente. Fue "a los gendarmes, a los trabajadores, a todos los que él
su novela Hijo de ladrón (1951) la que mostr ó dentro y "conocía y a los que habria poiJ;ido conocer". Ese descu-
fuera de Chile la estatura de narrador de este argentino brimiento modifica a tal punto su vida que de policia
de padres chilenos. Para Chile habría bastado (y tal vez que era se hace cómplice de ladrones, encubridor de sus
sobrado) una novela anterior, Lanchas en la bahía (1932) azarosos trabajos. También aprende la misma lección
en que se volcó su eX]Jeriencia de Valparaíso, su sensi- Aniceto Hevia, narrador de la historia e hijo de ladrón.
bilidad poética alertísima para la visión verdadera y en- A través de aventuras que lo llevan de Buenos Aires a
trañable del gran puerto del Pacífico y de sus habitan- Chile, Aniceto comprende que los ladrones son seres hu-
tes miis humildes. Pero Lanchas en la bahía pasó inad- manos y que su nocturno oficio es una profesión.
vertida fuera de Chile. Tal vez la perjudicó lo que cons- Pero no hay ningún alarde exist encialista en el des-
tituye su mayor mérito: la simplicidad buscada de su cubrimiento. Hay, apenas, un deseo de llegar a i dentifi-
trama, sus seres sin problemática trascendente (para carse con la humanidad en sus gentes más miserables y
usar una formulación de moda) ; la pureza de su estilo necesitadas de apoyo. Hay una pasión por escarbar en
sin terrorismos ni arabescos; la ausencia de todo regio- el hombre (como el mismo Rojas escribe), por sacar a
nalismo colorín, de füdo indigenismo de exportación, de luz lo esencial humano. De ahí que su novela no pueda
toda rebeldía deletreada en el comité. La novela siguió confundirse con esos alegatos panfl.etarios en favor de
inédita para los grandes descubridores y cartógrafos de nna zona desposeída de la humanidad y se vincule en
nuestra literatura hispanoamericana. Ni siquiera la re- cambio hondamente con la gran literatura rusa de los
gistró el totalizador Pedro Henríquez Ureña en sus Co- humildes. Su cometido es mostrar al hombre, no ejercer
rrientes literarias en la América Hispánica (1945 y 1949). una dialéctica partidista. O a lo sumo, ejercerla en el
sentido de una mayor comprensión, de una vi sión más
•• * cierta.
Los vaivenes de una existencia amenazada en su mis-
La obra de Manuel Rojas (que es de 1896 y pertenece ma base dan pretexto a la interminable procesión de per-
a la misma generación que su amigo, González Vera) sonajes que desfila por las piiginas de Hijo de ladrón.
no traspasó verdaderamente las fronteras de Chile hasta Cada uno con su historia a cuestas, llega al libro para
Hijo de ladrón. Sus poemas, sus volúmenes de cuentos, contarla y descargarse ; cada uno sabe qué es el mundo,
sus otras novelas, debieron esperar - publicados, pero aunque sólo conozca una parte de él, cada uno vuelca
como si estuvieran inéditos - hasta la difusión de la su experiencia y se va. De la suma de ellas, y de alguna
obra grande. Hijo de ladrón ocupa un lugar singular en que le ocurre al protagonista, éste va extrayendo una
las letras hispanoamericanas. Ante todo, porque su autor visión del mundo que si no es optimista, jamiis excluye
intenta pr esentar all1 un mundo descuidado hasta enton- el calor humano. No hay ferocidad ni amargura, aunque
ces por la literatura hispanoamericana: el mundo del podría haberlas. Hay una aceptación de lo malo y de lo
pequeño delincuente, el proletario del crimen. También bueno, con clara conciencia de lo que los separa, y con
resulta singular por el amor sin blanduras con que el una fuerte adhesión al Bien. Cuando Aniceto Hevia en-
autor envuelvé a sus criaturas humildes y por la poesia cuentra al filósofo y ª Oristián, y se une a ellos en la

59
habitante golpeado, por aplicar (externamente) las for-
humilde tarea de recoger desechos de metal en una pla- mulaciones ideológicas de Europa - naturalismo o mar-
ya descubre algo más que un medio pasajero de vida. xismo - a la realidad novísima del ser americano en su
Edcuentra amigos, encuentra al hombre concreto e indi- paisaje. Pocos, muy pocos, habían advertido que de ese
vidual. Y está salvado. Está salvado aunque haya su- r elevamiento colorido sólo podría surgir la novela del
frido siempre por ser hijo de ladrón; está salvado aun- exotismo y de los bazares de ociosos, no la novela de
que sus pulmones hayan sido alcanzados por la enfer- nuestra realidad.
medad. Lo que en él ha quedado a salvo es la fe en el Contra esa actitud superficial y fácil y europea (oh,
hombre. manes de Atala) se alzaron unos pocos; se alzó siempre
La novela no está desarrollada en forma lineal. Por Manuel Rojas. No le interesó - o sólo le interesó en
el contrario, el autor parte de una experien cia penúltima momentos de extravío, en algún cuento inmemorable-
del protagonista (la libertad después de la injusta pri- la peculiaridad anecdótica que tanto fascina al folklo-
sión) para evocar, sin demasiado orden, sin mayor rigor rista barato. Vio que habia que empezar por descubrir
cronológico, los años que la precedieron. Del fondo del al hombre americano, mostrar su verdadera actitud ante
pasado, y a medida que se descorre el presen:e, van su~­ el mundo, las formas de su sensibilidad más intima,
giendo el hogar, la madre y el padre, los primeros ami- para entretenerse luego en dibujar su ropería Y su anec-
gos, las primeras muertes familiares, la soledad Y el dotario o sus (con palabras de Américo Castro) "pecu-
desamparo, la lucha por la vida. El tono jamás se eleva liaridades lingiiísticas".
a lo patético; jamás pierde de vista la verdadera emo- Hijo de ladrón fue una tentativa en este sentido,
ción, que es pudorosa y reticente. No hay melodrama. como lo había sido casi veinte años antes Lanchas en
Hay una mediocre y desdichada existencia, contada paso za bahía. Una tentativa para mostrar desde dentro al
a paso y sin ahuecar la voz. Hay, también, una salvación hombre austral de América, en su verdadera dimensión
final que se niega a convertirse en Mensaje. tierna y solitaria, en su mansedumbre y en su sobriedad,
Esta objetividad, esta insistencia en lo esencial pro- en su enorme reserva de pasión y sufrimiento, en su es-
fundo, son los mejores méritos de una obra excelente. toicismo ante la Naturaleza y la opresión. De esta ma-
Rojas consigue en esta novela hacer verdadero el con- nera, las particularidades regionales del habla o del
flicto y el personaje a fuerza de honestidad y de rigor vestuario no alcanzaban más categoda que la de acci-
estilístico. Y en los raros momentos en que el tono se dentes, rasgos pero no rafees. El regionalismo, enten-
hace más lírico, la tensión que adquiere entonces el re- dido y practicado asi, se incorpora al arte.
lato, parece justificarse por la limpieza con que se logra
cada efect o. En esta novela, Rojas supera cierta incli- •• *
nación sentimental que estropeaba algunos cuentos si-
milares de Hombres deZ Sttr (1926) y EZ ILelincuente Uno de los pocos que habían precedido a Manuel Ro-
(1929) para dominar del todo la sustancia narrativa Y jas en esta vía, uno de los que vio con absoluta nitidez
expresar, entera, una visión creadora personal. Hijo de que ésta era la única solución estética del r egionalismo,
ladrón enriquece las letras de América. la superación de su faz documental, fue (precisamente)
Horacio Quiroga. Todo está dicho en sus apuntes de es·
••• tética del cuento. Y en particular, en una frase de su
artículo sobre la (mala) traducción castellana de El
Con su novela, Manuel Rojas realizaba la hazaña de ombú de Hudson. Se refiere Quiroga a la "jerga" o ha-
hundirse en el territorio americano por la única vía se- bla regional y escribe: "Citando un escritor de ambiente
gura: el hombre. Porque el regionalismo (que en Chile "recurre a eZla, nace de inmediato Za sospecha de que se
también llaman oriollismo) había parecido siempre de- "trata de disimular la pobreza deZ verdadero sentimien-
masiado obsedido por mostrar (externamente) la ecua- " to regional de dichos relatos, porque Za dominante psi-
ción· hombre-paisaje, por establecer (externamente) la ,, cologia de un tipo Za da su modo de proceder o de pen-
proporción entre la naturaleza colosal y el mint1sculo
61
60
"sar, pe1·0 no la lengua que usa ( .. .) La jerga sostenido "el c1iento, considerado específicamente y en compara-
"desde el principio al fin de un relato, lo desvanece en "ción con los ott-os géneros Utercwios, resulte un género
"pesada monotonía. No todo en tales l enguas es caracte- "inferior a la novela, por supuesto, e inferior también
"riBtico. Antes bien, en la expresión de cuatro o cinco "a Za narración".
"giros locales 11 específicos, en alguna torsión de la sin- La visión de Rojas es limitada y, seguramente in-
"taa;is, en una forma verbal peregrina, es donde el es- justa. No es ahora el momento de decidir si el c~ento
"critor de b1ien gusto encuentra color suficiente para es inferior a la novela (o el poema lírico al épico, o el
"matizar con ellos, cuando convenga 11 a tiempo, la l en- ensayo al tratado). Lo que interesa es subrayar esa con-
" gua normal en que todo puede expresarse". Lo que aquí cepción de la sorpresa fl.n al como truco, esa ausencia de
dice Quiroga del uso de la jerga puede extenderse a la toda concepción de lo trágico en Manuel Rojas. Por su
óptica entera del narrador regionalista. parte, Quiroga veía con más amplitud la naturaleza del
Seguramente que Manuel Rojas suscribiría estas pa- cuento, como se advierte en sus indicaciones sobre la di-
labras : por lo menos, las ha suscrito en la práctica. ferencia de tensión emocional en el cuento y en la no-
No hay en sus relatos jerga. Tal afirmación (y lo que vela; en su advertencia de que "1ma escena trunca, un
ella implica) no significa que se pretenda presentar aho- "incidente, una simple sUttación sentimental, moral o
ra a Rojas como un mero continuador de la obra em- "espiritual, poseen elementos de sobra para realizar con
prendida por Quiroga a comienzos de siglo. Está en su "e llos un cuento" ; en su insistencia en la necesidad de
línea (que es, por otra parte, la línea del precursor soltura, de energía y de brevedad.
Hudson), pero a esta línea aporta Rojas una concepción Pero no interesa oponer ahora a Quiroga y a Rojas
personal, y una personal idiosincrasia narrativa, hasta como te6ricos del cuento, sino mostrar en qué difieren
una aguda heterodoxia. En uno de sus estimulantes y como creadores. Falta en Manuel Rojas esa dimensión
discutibles trabajos críticos se puede alcanzar (y pal- trágica de algunos cuentos de Quiroga. Su arte hunde
par) la rafa de su discrepancia con Quiroga. Se titula las raíces en el hombre, en el hombre mismo, y es el
El cuento 11 la narración, y fue publicado en Babel suceder del hombre (y no la anécdota de ese suceder) lo
(N. 19, Santiago, enero-febrero 1944).
0
que vale para él. De aquí su definición de novela : "Es
Lo que separa fundamentalmente a ambos creadores "un conjunto de nan·aciones que giran alrededor de un
es la concepción de lo narrativo. Quiroga era un cuen- "tema central, tema que desci·iben, exponeii o estudian,
tista nato, un hombre de la raza (literaria) de Poe, de "acercándose poco a poco a s1i núcleo v, finalmente,
Maupassant, de Kipling. Su mundo se ordenaba gene- "penetrándolo". Nada de ordenación dramática; su arte
ralmente en anécdota, anécdota que él desarrollaba ha- es puramente narrativo. Es un arte que exige las vastas
cia adentro y no en superficie, apoyándose fuertemente (y no limitadas) proporciones de la novela. De aquí que
en el hombre pero sin descuidar el acontecimiento, la parezca mfts notable cuanto menos preocupado se mues-
sorpresa del destino (que revela del todo el carácter). tra por el desenlace, la sorpresa fi nal inevitable; es de-
La sustancia de su arte es, por eso, trligica. Sus mismas cir, cuando deja fluir (y vivir) a su antojo la na-
limitaciones para componer exitosamente una novela o rración.
para concebir siquiera la verdadera naturaleza novelís- Por eso, Hijo de ladrón ha sido concebida como una
tica, acentúan este carácter de cuentista nato . tetralogía. Una segunda parte, contará. la formación in-
Para Manuel Rojas, en cambio, la esencia del cuento telectual del joven protagonista ; la tercera, s u actividad
es un truco, una trampa (son sus palabras). "Todo ver- política en los afios fermentales de 1920 (también des-
"dadero ciiento contiene una fórmula que está destinada criptos por Gonz!ilez Vera en Cuando era muchacho) ;
"a sorprender al l ector y esa fórmula consiste en pre- la cuarta, en curso de redacción, su educación sentimen-
"sentarle los hechos de manera que al final r esulte lo tal. Esta ancha y sólida estructura permitirá, sin duda,
"que él menos se esperaba". Y más adelante agrega: la mayor expansión de un arte narrativo que se encuen-
"Pero el truco no es ni ha sido nunca artístico; es algo tra ahora en plena madurez.
"mecánico, más que mecánico, artificioso, V de aM que (1954)

62 63
GONZÁLEZ VERA, NARRADOR

Cuando se concedió en 1950 el Premio Nacional de


Literatura a González Vera, fueron muchos los que se
preguntaron en Chile de dónde babia sacado tal nom-
bre (y hombre) el jurado. Entre los que plantearon la
pregunta - desde la prensa, en cartas abiertas, en ar-
tículos de insulto premeditado - habla muchos colegas
del autor premiado, muchos críticos que no vacilaban en
postergarlo ante valores que, según ellos, eran mucho
mli.s escritores ; había, es claro, muchos autocandidatos
impacientes. Gonzlílez Vera no tomó demasiado a pecho
sus objeciones, aunque por razones de discreción social
debió dar de baja a algunos de ellos en la lista de ami-
gos. Aún hoy, al reconocer en la multitud que llena dia-
riamente Ahumada o Huérfanos la cara de uno de esos
ex, su primer impulso es sonreír y preparar el saludo -
hasta que la memoria viene a poner las cosas en su
sitio y exigir la cara de piedra, inescrutable, que se ofre-
ce a los nuevos extrafios. En cierto sentido, la pregunta
de unos y la indignacl6n de otros tenía algún fundamen-
to (así fuera la ignorancia). En 1950 Gonzli.lez Vera era
únicamente el autor de dos libritos: Vidas mínimas
(dos nouveUes, 1923) y Estampas de una aldea, .álhué
(1929) agotados ya por la usura del tiempo mli.s que
por la avidez de los lectores, olvidados y hasta sepulta-
dos por la masa ae nuevos 1:scrltos con que 1nfa-tigables
escribas locales aumentan las faenas de los críticos lite-
rarios. Es cierto que para los entendidos era también
autor de los divertidos y nostálgicos capítulos de un
libro de memorias que la revista Babel - que dirigía
Enrique Espinoza y en cuyo consejo asesor figuraba Gon-
zález Vera-estaba publicando hace algún tiempo; tam-
bién era autor, en la misma revista trimestral, de al-
gunos cuentos y relatos de indiscutible originalidad. Para

65

Narradores de esta América. - 5


la mayoría que sólo sabe de grandes volúmenes y del de la revista Selva Lírica, corresponsal de un diario de
halago de la prensa, González Vera había muerto para provincia (que no le pagaba), empleado en la clfnica de
la vida literaria desde 1929, es decir: hacía unos vein- los Ferrocarriles del Estado y director-fundador de La
te años. Pluma, revista de literatura y, como todas, efimera.
El lector común, el escritor común, sólo cuentan la González Vera estuvo vinculado a los movimientos estu-
obra cuantitativamente. Y cuantitativamente, González diantiles del año 1920 (los evoca en los capitulos más
Vera (a pesar de haber nacido en 1897), parecía un vividos del libro) y cuando se iniciaron las persecucio-
novel, un recienvenido al mundo de las letras. Pero esta nes, debió huir a Valdivia. Al r egresar a Santiago, cola-
vez el jurado (integrado por un critico tan fino como bora en la revista Claridad, órgano de la F ederación de
Ernesto Montenegro) babia sabido distinguir la nueva Estudiantes de Chile.
producción de González Vera y había visto en las pági- Esta primera parte fermenta! de la vida de Gonzfilez
nas de la madurez de este escritor - tan sobrio en la Vera es la que pretexta los capítulos de su libro de me-
administración de su talento - un auténtico Premio Na- morias, aunque el escritor no se cure mucho de cronolo-
cional. La publicación en 1951 de Cuando era muchacho gias ni de minucias bibliográficas. Escribe como el que
restableció un poco la balanza hacia la reclamada can- evoca, no como un erudito. Sin embargo, el trazado es
tidad y dio, a posterior!, razón al jurado. También pro- nítido y fuerte. Una infanci a en el pueblo, una adoles-
movió un movimiento de relectura (y lectura, en mu- cencia de estudios y trabajos variados (aunque sin lle-
chos casos) de la obra de González Vera. Hoy, su nom- gar a la picaresca), una juventud en que el ejercicio
bre es de obligatoria mención en cualquier examen de literario alternaba con la vocación libertaria tal como se
la prosa chilena y americana de este medio siglo. la vivia en los románticos primeros afios del siglo. A tra-
vés del relato llano que esconde cuidadosamente sus
*** pretensiones literarias, va acercando González Vera a su
lector a un mundo de personajes vivos, de costumbres
No abundan las memorias ni las autobiografías en las que conservan el sabor que les ha preservado el tiempo,
letras hispanoamericanas. Por eso mismo, una obra como de anécdota reciente pero ya prestigiada por el recuer-
Cuando era m1ichacho - aunque sin las pretensiones de do. Y como este narrador no es ningún vanidoso, como
documento histórico exhaustivo -viene a cumplir una sabe retroceder a ültimo plano cuando asi lo exige la
función descuidada y necesarísima : la de ilustrar so- circunstancia, la obra adquiere un peso de objetividad,
bre nuestro pasado inmediato. Lo que Gonz!ílez Vera de verdad dicha sin artificios, que encarece su valor
quiere contar son sus recuerdos del mundo chileno de documental Los ambientes estudiantiles y políticos de
las dos primeras décadas del siglo. Nacido en 1897 en principios de siglo parecen descriptos sin hipérbole; el
El Monte y en un hogar humilde, José Santos Gonzlílez lector siente no sólo el entusiasmo y la retórica incons-
Vera (tal es su nombre completo) se crió en contacto di- ciente con que estos anarquistas desafiaban una burgue-
recto con la naturaleza y en una sociedad sencilla cuyo sia pacata y reaccionaria, sino su misma fe ingenua, su
encanto ha sabido recoger en estas páginas. En 1908, la mismo aire inequívoco de redentor es del mundo, de re-
f11mifü1 se traslada a Santiago y el nifio conoce el des- formadores de cuajo, de teóricos entusiastas.
lumbramiento de la gran ciudad y, luego, el estudio se- Y no sólo los ambientes estudiantiles. También evoca
cundario en el Liceo Santiago. No concluye, sin embargo, magistralmente Gonzfilez Vera la literatura de la época.
sus estudios. Cierta natural indisciplina, cierta tenden- En sus páginas desfilan los creadores y los plumíferos,
cia incurablemente autodidacta, lo arrastran a la calle los que dejaron bien alto su nombre y los que se malo-
en que ejerce los oficios mlís dispares e increíbles, hasta graron o se desvanecieron en el anónimo. Y todos pre-
descubrir, emergente y segura, la vocación liter aria. El sentados con r espeto a su valor humano, aunque el lite-
muchacho es aprendiz de pintor, aprendiz de anticuario, rario baya sido efímero, haya sido imaginario. Eln su
mozo de sastrería, empleado en una casa de remates, evocación encontrará el lector a Manuel Rojas dirigiendo
agente de suscripciones y (también) vendedor callejero un teatro de aficionados; al grupo de los Diez que pre-

6G 67

,
sidía señorialmente el recién fallecido Pedro Prado ; a Marcel Proust, autor al que González Vera tard6 en acos-
los Hübner, a D. José Toribio Medina, erudito y casi tumbrarse pero al que acab6 haciendo justicia. No hay
dir1a bibliófago; a Pablo Neruda en sus varios avatares: aqui orquestaci6n o (si se prefiere otra metáfora) es-
el muchachito medio aindiado e incontenible poeta, de tructuración. Es libro escdto sin plan, guiado su autor
Temuco; la voz, s6lo la voz, que después de escuchada únicamente por la tenue · llnea cronológica. Es libro,
una vez parece surgir siempre con sus tonos apagados y también, para ser leido sin prisas, para saborear en su
blandos cuando se leen sus versos ; el joven triunfante medio tono, en su prosa llana y sin artificio, en la feli-
que impone su poesía entre los noveles, que se rodea de cidad con la que, ocasionalmente, se fija para siempre un
una cohorte en la que también sobresale Alberto R. Gi- hecho, un retrato, una buena frase, una anécdota.
ménez (para quien Neruda habría de componer su gran
elegia) ; y finalmente el audaz poeta que se embarca para •••
el Oriente, para un pésimo consulado en una posesi6n ho-
landesa, como si supiera que de alli traería la renovaci6n González Vera sigue siendo, sin embargo, casi un des-
total de Resi<Lencia en la tierra. Y también, es claro, conocido en otros medios literarios del Continente. Cuan-
Gabriela Mistral, a la que González Vera evoca en el do publiqué en Marcha una reseña de su libro de me-
Liceo cuando se niega a recibir a un impertinente que se morias (abril 22 de 1952) muchos lectores uruguayos
atrevió con su poesía, y de la que también recuerda un vieron su nombre por primera vez, por vez primera su-
paseo en auto con Jorge Hübner. pieron de este escritor que es coetáneo de nuestros Oribe
No sólo importa su memoria de personajes ilustres y Sábat Ercasty, de Juana de Ibarbourou y Fernán Sil-
hoy; también dibuja González Vera, con igual precisi6n va Valdés. González Vera era, o parecía ser, un r aro.
y cariño, a quienes no dejaron nombre, a quienes s6lo . Lo mismo podr:!a haberse dicho de él en México o en
supieron vivir su vida, curiosos o vulgares, pero únicos Buenos Aires, en Oaracas o en Lima.
como todo hombre. La simpatía con que González Vera Su arte, sin embargo, está lej os de toda exquisitez
repasa un dicho o una anécdota o una figura no excluye, deliberada, de todo cultivado enrarecimiento. Es un arte
sin duda, la perspectiva delicadamente irónica que le de la inmediatez y de la sintesis, de la sol iedad más
facilita la distancia. Pero este memorialista no se ha cortés. González Vera parece haber padecido mucho
propuesto obra de dispensador de justicia p6stuma Y como lector y quiere ahorrar al suyo toda flaccidez, todo
por eso todos tienen cuerpo en su evocaci6n y hasta sus relleno. Al reeditar hoy sus dos primeras obras no olvida
enemigos parecen verdaderos. advertir que son ediciones nuevamente corregidas y
A instancias de unos amigos compuso González Vera disminuidas. No hay aquí s6lo un rasgo de humorismo.
su libro de memorias. En unas palabras liminares, que (Ya se hablará de esto). Hay también un verdadero
titula Origen, cuenta la historia del libro. "Había pu- pudor de decir con veinte palabras lo que cabe en una,
" blicado en Babel dos o tres relatos, v el doctor Udo de multiplicar las letras y fatigar las prensas.
"Rukser creyó que eran partes de un libro. Me dejé ga- Al hablar de sus propias ambiciones literarias, no
"nar poi· su creencia. Casi a la vez Enrique Espinoza deja de señalar González Vera su insatisfacci6n. Sabe de
"me expresó que trabándolos con otros de esa indoZe, cuánta materia superflua o meramente circunstancial
"podria salir algo. Y como continuara en esa prédica está hecho el arte. Y él sólo busca lo perdurable. Cuando
"tina vez por semana, resolví acatarlo y no sacar del relee sus obras (y la tardía popularidad lo ha obligado
"error al primero". Estas mismas palabras explican el a este examen de si mismo), siente que hay frases - una
desarrollo por yuxtaposición de capítulos que presenta el o dos - que están bien, que no traicionan, que merecen
libro a una mirada aún superficial. No ha tratado Gon- conservarse. El! resto habrfa que dejarlo caer (para usar
zlilez Vera de dramatizar su vida o sus recuerdos. Cada una palabra fa vorita de su amigo y editor Espinoza).
episodio, cada persona, encuentran su sitio, es decir, el Sin embargo, también sabe González Vera que un texto
sitio que les da la evocaci6n. En este sentido, nada más no está hecho sólo de momentos felices. Esas mismas
distinto de la calculada, de la estudiada evocación de frases de sostén o apoyo deben cumplir su parte con

68 69
mesura ; preparan el terreno para la fórmula conden- en 1935) González Vera maneja los hilos de pequeñas
sadora, para el giro exacto. Oualquier página de Gon- empresas individuales que acaban por integrarse en una
zález Vera puede ilustrar esa condición de prosista reti- empresa colectiva de trascendencia. Un joven chileno se
cente pero no seco, esa cualidad de elipsis intencionada. traslada a Estados Unidos a estudiar (digamos) electro-
Queda en pie un problema. ¿Cómo un hombre que tecnia y la Comisión le facilita contactos o le consigue
escribe tan poco, que durante tantos años pareció guardar el dólar a una cotización más conveniente; un joven
silencio, pudo convertirse en estilista, es decir. en maes- brasileño viene becado a Chile a estudiar leyes, y la
tro de la técnica? La respuesta habría que buscarla en Comisión le r esuelve el problema del alojamiento. En
la naturaleza misma del estilo : es un estilo escrito que alguna difundida enciclopedia se asegura que el 80 %
habla, que tiene la sobria inflexión (aunque no las va- de la población chilena es negra (elijo un ejemplo límite)
cilaciones) de la palabra dicha oralmente. Sin escribir, y la Comisión envía a los editores un informe en que se
sin tocar un lápiz o una pluma, González Vera está documenta la e:i;:istencia y or igen de cada uno de los es-
constantemente redactando, ensayando sus temas, con- casos negros (no llegan al millar) que hay en el país.
tando y recontando sus cuentos, corrigiendo sus borra- Algún atareado critico literario traza un panorama de
dores orales, h asta alcanzar la perfecta precipitación. la novela en América y omite (digamos) a Blest Gana
Sólo hace falta luego transcribir, poner en letras, lo y a Baldomero Lillo, a Manuel Rojas y a Marta Brunet,
que está ya perfecto en sonidos. y la Comisión le hace llegar, con un atento saludo, las
Su conversación es su ejercicio, su taller. obras que despejan su feliz ignorancia.
Esa condici6n oral de sus escritos se revela en algu- Toda esta actividad la cumple González Vera con la
nos rasgos perdurables. Ante todo (y empezando por lo conciencia exacta de sus limitaciones y de sus virtudes,
más externo) en la presencia de un relator, un vo al como gesto necesario. La cumple sin el empaque oratorio
través del que se comunica la aventura y se reflexiona de los profesionales del Americanismo. La cumple con
sobre ella: autor, espectador y (a veces) protagonista. una bien administrada dosis de humorismo. Porque el
En segundo lugar, y ya en forma más honda, en las in- centro de su personalidad (literaria y humana) es el
flexiones de la frase. Cuando se lee a González Vera hay humor. Un hum(._ que lejos de aislarlo de las realida-
que advertir los énfasis, tan :finamente pedaleados, que des, lo ·a cerca más a ellas, lo une a ellas en forma m!ls
van pautando la lectura: una frase redonda que inte- penetrante, le permite calar la superficie y alcanzar r!l-
rrumpe el curso sobrio, informativo, del relato sirve para pidamente el centro.
denunciar ese énfasis irónico, esa guiñada en la voz, El humorismo de González Vera está penetrado de
del que cuenta. También el vocabulario - en su mezcla simpatia y de cordialidad. Jamás el ridículo de la si-
del término preciso, literario, con el oportuno coloquia- tuación convierte en objeto al personaje, jamás sirve
lismo - denuncia esa modulación hablada del estilo. de muro de aislamiento, jamás hostiliza. El humor res-
tablece la circulaci6n de la sangre y hace de todos,
••• hombres. Por eso rechaza lo que pueda haber en él de
mec~nic o, de fórmula infalible para hacer saltar la risa.
El hombre que crea esta prosa limpia y sin ornato Busca en cambio la fisura por la que es posible colarse
trivial es como la voz que habla desde ella : simplicidad hasta lo hondo de cada ser.
y emoci6n sostenida, cortesía apenas atemperada por el Se ha dicho (y lo ha dicho un critico muy valioso
humor o por una ironfa nada punzante, madurez. El como Alone) que González Vera es frío, que redacta su
centro de su actitud vital parece ser la modestia. No la sentimiento y no se da. En cierto sentido, es verdad. Su
timidez sino la modestia ; es decir : la conciencia clara cordialidad, su humorismo, son máscaras de una timidez
de que cuanto el hombre puede realizar es pequeño e auténtica, de una reserva necesaria. Pero no debe verse
importante. Y también (es claro) la necesidad de cum- en esta distancia insensibilidad o indiferencia. Hay una
plir con su cuota de r ealización personal. Desde su tra- necesidad de preservar ciertas zonas del alma, de no
bajo en la Comisión de Cooperaci6n Intelectual (iniciado abaratarlas con el uso. Y también una capacidad de su-

70 7l
frir, de ser herido y quedar expuesto que parece m!'is
evidente en los relatos iniciales, de Vidas mínimas. El
humor sería entonces la clave: una reserva y, a la vez,
un acceso. Quienes superen la barrera alcanzarán al
hombre entero.
Para su arte mismo tiene González Vera esa mirada
compasiva e irónica. Tratando de definir su ambición
- en coloquio llano y sin ningún empaque profesional,
el cigarrillo en la mano derecha y en los ojos un destello
de inteligencia - dice un día González Vera la fórmula "ADÁN BUENOSAYRES ".
que lo encierra todo (o casi) : "Escribo por si acaso". UNA NOVELA INFERNAL
Por si se logra asir una vez la belleza y la verdad. Más
profunda que la autoburla es la sinceridad de las pala-
bras apoyadas en esa mirada vigilante, abierta y com-
pasiva pero honda también, que revela una ambición Al reseñar esta novela de Leopoldo Marechal, el
nada vulgar. crítico Eduardo González Lanuza acercó esta valiosa
(1954) anécdota : "Hace ya años - muchos más de los que yo
"quisiera - me encontré cierta tarde con el poeta Leo-
"poldo Marechal, autor de v ersos admirables, en la re-
"dacción del periódico donde él trabajaba, y en conversa-
"ción casi de nttina entre compañeros de oficio, le pre-
"gitnté cuál era la labor d iar ia que tenia entre manos.
"Sacándose la pipa d e la boca y con el tono más natural
·~ "del mundo, me respondió sin vacilar:
"-E sto11 escr·ibi endo tina novela genial."
1 Esta declaración de Marechal no sólo comunica su
propósito más íntimo - y también más publicitado -
sino que facilita un importante punto de vista para en-
1
focar su extensa obra. Porque ¿de qué otra manera con-
cebirla sino como un deliberado intento de genialidad
narra ti va? ¿Cómo conciliar de otro modo su ostentosa
suciedad y el tono angélico de su tesis, el desmesurado
volumen de sus páginas y la constante reiteración de
motivos ya frecuentados por las obras maestras de la
literatur a occidental? Sólo la intención de escribir una
obra genial - o también: sólo el propósito de imitar
algunas obras geniales - puede justificar la creación de
este monstruo de la novelística, de este exceso, que se
llama Adán Buenosayres.

72 • 73
poeta : la incomprensión, el anonimato, la genialidad
decretada en vagas mesas de café, los inéditos cuader-
nos yaciendo en algún cajón de la mesa. Algunos rasgos
m!is particulares permiten precisar su figura : Adtí.n abo-
1 mina del placer carnal (aunque no pudo sustraerse cierta
vez a la lubricidad de una sirvienta) ; a ma sin éxito,
como el joven Alighieri, a una muchacha desdeñosa y
El poeta y la ciudad altiva; practica una fe ortodoxa y una tenaz erudición
tomista que no lo abandona ni en los peores momentos
La muerte de Adfin Bu enosayres - joven poeta ar- de embriaguez. Es, en suma, poeta, joven, católico, to-
gentino florecido en la primera posguerra - pretexta mista y enamorado.
esta narración. Uno de sus amigos, el transparente Pese a los notorios esfuerzos del autor esta figura no
L. M., decide publicar su obra inédita (dos libros en logra mayor nitidez ; aparece, es cierto, diferenciada en
prosa) y concibe como prólogo a la misma una sem- sus rasgos principales, pero sin que ello alcance a vita-
blanza del a utor, que de alguna manera ilumine su lizarla : a lo sumo, le permite destacarse sobre el con-
creación y la sitúe en su momento. En cinco libros tra- junto abigarrado y borroso de comparsas.
za L. M. dos días de la existencia de lAdán Buenosayres, El mundo que circunda a Adán se pr esenta ca6tico y
y de esa narración - tan reducida en el tiempo como cosmopolita. El poeta asiste desde su despertar a la
dilatada en las pfiginas de la obra - h a de surgir la babel de lenguas y apetitos, a las contrarias intenciones
verdadera efigie del poeta malogrado, "tel qu'en Zui de los hombres, a la sordidez univer sal. Pero él prosigue
méme enfin Z' éternité l e change" (para recordar otro su destino, anónimo o señalado por la multitud, pala-
lugar común litera rio). El resto del libro está ocupado deando sus versos o lucubmndo su estética, inundado el
por la transcripción de la obra que dejó el joven. corazón de amor a los semejantes. (Nada de esto se
Cuar enta y ocho horas facilitan el acceso a la inti- justifica en la obra; nada de esto se vive. El autor
midad de Ad!in, desde el momento (inicial) en que des- se limita a decretarlo). Las amistades de Adán, sus co-
pierta en una cama de pensión hasta el momento (final} legas, no constituyen un grupo homogéneo, aunque se
en que se acuesta por segunda vez, en esa misma cama. caracterizan por ejercer el mismo ingenio sucio y por
Entre estos dos actos inevitables, Adán vive pequefías afectar un verbal desprecio hacia toda vulgaridad (in-
aventuras cotidianas, de las que el azar y la memoria
rescatan algunas: Adán presencia, curioso, el despertar
del barrio en la mañana; Adán conversa con su vecino,
.
-
cluso la propia). Adán circula entre ellos incontaminado
y ajeno, y cuando los enfrenta realmente, es para adoctri-
narlos (como en el libro IV, cap. I) sobre la esencia de
el imbañable filósofo Samuel Tessler ; Adfin asiste a una la poesfa, sin que su prédica pueda afectarlos, sin que se
r eunión en casa de una joven a la que ama en enconado logre comunicación alguna. En realidad, no se mueven
silencio; Adán r ecorre con algunos amigos los afantas- en el mismo plano ; se yuxtaponen sin tocarse.
mados suburbios de la ciudad ; Ad!in padece un velorio o Y, sin embargo, este mundo fragmentar io y caótico,
discute sobre la esencia de la poesía en la italianizante tiene para Marechal tanto atractivo como el mismo pro-
glorieta Oiro; Adfin espera su turno en un burdel y re- tagonista. Por eso dedica gran parte de la obra a la
gresa, ebrio y a altas horas de la mafíana, a su pensión. pintura minuciosa del ambiente, al lamentable releva-
El día siguiente parece menos atar eado (o, por lo menos, miento de su folklore, al puntual inventario de su cba-
cabe en un solo capitulo) : Adán r epasa su aventura co- tura y de su indecencia. Desfilan por sus páginas todas
tidiana, da clase a los niños de una escuela y tiene un las clases, todos los oficios, los distintos niveles mentales,
misterioso encuentro con un pordiosero. Con estas p!igi- la comün procacidad. La enumeración que emprende Ma-
nas se completa el dibujo de su figura y de su cir cuns- recbal nunca es indiferente; la anécdota siempre contiene
tancia. intención, ya que el autor no quiere recoger indistinta-
Adán Buenosayres no escapa al destino de todo joven mente todo eco, toda voz de la ciudad. Busca, en verdad,

75

;
que todo eco, que toda voz, queden expresados. Busca los tuvo tan en cuenta que toda su obra trasunta una
la esencia de la ciudad, su entraña y s u ritmo. Y tras vasta cultura humanistica y en sus pliginas coha bitan
todo ese pintoresco desfile, tras la inagota ble y agota- episodios recortados en H omero junto a pasajes de sóli-
dora teoría de imágenes, el lector puede percibir un da doctrina aristotélica. Aunque también pueden adver-
único anhelo, una única ambición : cürar en un signo tirse pasajes inspirados por l as letras univer sales de to-
ese cosmos. dos los tiempos ; tal libro depende, también, de Los
No lo consigue. Con la misma facilidad con que se le 8uefios, de Quevedo; tal aparición fantasmal o a lcohóli-
borraba la imagen del protagonista, la verdadera y ca, surge de las páginas de Una ea:cursión a los i ndios
definitiva faz de la ciudad se le desvanece, su stituido ranqueles, de Mansilla.
sin ventaja el auténtico rostro por millares de incone- Para subrayar mlis la universalidad de su espíritu,
xas instantáneas, efigies aparenciales y transitorias. así como para dar en toda plenitud la medida de su am-
bición, Leopoldo Marechal diagramó su novela según el
modelo - tantas veces ilustre - del Ulises joyceano. Y
II así como aquel ciudadano dublinés trasladó a su fábula,
con ejemplar discreción, los simbolos y motivos que en-
Un doblaje literario contró en la Odisea, este porteño pretendió trasladar
símbolos y motivos del Ulises a su Adán B uenosayres.
Ya se ba indicado que el autor pretendió que su obra Esto resulta más notorio si se advier te que Marechal no
fuera no sólo la expresión de una existencia individual se conformó con trasponer a un r egistro personal las inci-
única, sino que constituyera cifra y paradigma de un taciones que su antecedent e inmediato le ofreciera, crean-
destino poético y de un cosmos. Tal propósito r esulta do (como Joyce con Homero) un cosmos propio. El autor
eviden te desde el mismo título. Adán Buenosayres no es quiso repetfr las formas más visibles de la gran novela,
un nombre fabricado por el azar o el sueño. Es (como lo y pretendió imitar lo inimitable : sus ilimitados recur-
señalara González Lanuza) la cabal expresión de lo sos técnicos, la audacia de sus enfoques, su madurez.
Universal, la Certidumbre, la Unidad, lo Absoluto - en Marechal no advirtió que lo que parecía estridencia en
una palabra : todo lo que el nombre Adán sintetiza - Ulises no era mero juego narrativo, sino que obedecía
opuesto a lo Particular, la Apariencia. la Diversidad, lo al intento - desesperado y profundo - de cercar la reali-
Relativo, que encierra el apellido Buenosayres. Y la dad desde todos sus ángulos para agotar su significado y
aventura que corre el protagonista por las pobladas calles su escandalosa riqueza. Y Marechal repitió sin ningún
de la ciudad es también símbolo de la aventura del Hom- sentido los riesgosos enfoques e hi zo sonar a hueco lo
bre en el :)fundo. Por eso cada episodio se proyecta en que era, en Joyce, forma plena de contenido. Una dife-
una dol.Jle pantalla: en una, refleja el hecho individual rencia de calidad humana y literaria, una inferior condi-
y anecdótico ; en al otra, se perfila su contenido esen- ción para el ma nejo de tan complejos materiales, convir-
cial. Y por eso, también, la novela lleva dentro de si tieron la copia o transcripción en desdichada parodia.
misma su alegoría, y cuando el lector recorre junto a Cualquiera que se moleste en cotejar, por ejemplo, el epi-
Ad!l.n Buenosayres, los circulos infernales de Oacodel- sodio del burdel en Ulises (monstruosa Wa lpurgisnacht
phia descubre que esta ciudad subterránea es mera tras- de ejecución deslumbrante) con la sórdida y pedestre
posición onfrica (o literaria) de l a ciudad real. versión que ofrece Marechal, percibirá en seguida la
Para llevar a cabo dignamente esa empresa de alien· parodia. En Joyce, esta escena es la culminación del li-
to sólo era posible (ha pensado Marechal) recurrir a las bro; allí confluyen todos los temas. y gracias al delirio
proporciones de la Epopeya. Adán Buenosayres debía alcohólico, los personajes desnudan el alma y proyectan
concebirse como una Odisea, o una Eneida, o una Divi- o transfieren objetivamente s us alucinaciones, sus frus-
na Oomedia. Lo que traducido a términos contemporáneos trados deseos, sus angustias. En Marecbal el episodio
significa: un Ulises. Esto no quiere decir que Marechal sirve sólo para satirizar a unos pobres idiotas o para
haya descuidado los precedentes clásicos. En realidad, subrayar, en el peor estilo de los novelistas españoles del

76 77
naturalismo, la condición carnal del hombre. También cado. Y en cuanto a las inmundicias con que cubre casi
puede cotejarse, en un plano menor, la chispeante entre- todas las páginas de su novela, sólo repiten, con pueril
vista de Stephen Dedalus con Buck Mulligan en el pri- fruición, las m{ts fatigadas del idioma, esas que decoran
mer capítulo de Ulises con la chabacana interpretación las letrinas del orbe hispánico (Amado Alonso enseña que
del mismo tema a cargo de los desvanecidos Adán Bue- para el pueblo español las palabrotas son meras inter-
nosayres y Samuel Tessler. En Joyce, este primer dil'tlogo, jecciones). Para destacar mejor la casi inmaculada pu-
complejo por el entrecruzamiento de temas que el lector reza de su protagonista, la potencia de su verbo y la
aún no distingue, permite revelar, simultímeamente, el fuerza de su inspiración, rebaja Marechal, sistemática-
superficial cinismo y la radical angustia y frustración de mente, a todos los seres con los que con vive Adán. Y aun-
Stephen, obsesionado a lo largo de toda la obra - de toda que lo hace contemporl'i.neo del movimiento Martínfie-
su vida - por la muerte de la madre ; en Marechal, el rrista - aquel que capitaneó Ricardo Güiraldes - no es
diá.logo sir ve para plantear el insustancial problema para inscribirlo en un momento noble y vigoroso de las
amoroso del poeta. Hay otras coincidencias. Destaco al- letras argentinas, sino para macular su memoria, para
gunas, sin entrar en detalles. En el primer capítulo, . atacar en la figura de uno de sus principales represen-
Adím se interroga con el mismo sistema de preguntas y tantes (Jorge Luis Borges), a todo el grupo. De nada
respuestas que patentara Leopold Bloom en el pen"dlti- valen entonces estas hipócritas palabras de la dedica-
mo capitulo del Ulises. En el libro II, capítulo 1, Mare- toria : "A mis camaradas "Martinfierristas" vivQS y
chal describe escenas callejeras utilizando el mismo re- "muertos, cada uno de los cuales bien pudo ser un héroe
curso narrativo de simultaneidad en el tiempo que "de esta limpia y entusiasmada historia."
J oyce perfeccionara en el capítulo X de su novela. En Pero no sólo los intelectuales cumplen esta función de
el capitulo II del libro V, Adán da clase a sus discipulos contraste. La ortodoxia del protagonista parece desta-
en un episodio cuyas rafees están en el capítulo II de carse mejor al ser proyectada por el autor contra la
Ulises. En todos los casos, Marechal reproduce la técnica figura, sucia y obscena, del judio. Y aunque el anti-
o la situación. Jamá.s el espiritu. semitismo que se desprende de esta novela no es de la
estirpe criminal del de Adolf Hitler, no parece por ello
menos venenoso.
III

El caos propio IV
Pero si el poeta argentino no tuvo escrúpulos de ori- Infierno criollo
ginalidad en cuanto a la forma de su novela y saqueó
impunemente a Joyce, tuvo, en cambio, gran cuidado de No sólo Leopoldo Marechal se preocupó de fijar la
no reproducir el mismo universo de aquella obra. Joyce figura y la circunstancia de Adán Buenosayres. El mis-
hab1a querido ofrecer un cuadro total del mundo dubli- mo personaje lo había intentado en sus dos obras inédi-
nés tal como lo recuperaba la memoria paciente del exi- tas. En El cuaderno de tapas azules había querido ex-
lio, y hab1a logrado superar el realismo epidérmico con presar, junto a imágenes de inconexa evocación infantil,
la visión profunda y estructural de ese cosmos, y con la el tamaño y la naturaleza de su amor imposible, y había
ejecución magistral de todas las piezas de su rompeca- intentado r eproducir (en términos locales) aquella pasión
bezas. Marechal quiere proponer un enfoque múltiple impar que viviera Dante y que est!í para siempre pre-
de Buenos Aires, en el que domina una cosmovisión (la servada en La vita miova. Pero Adán carecía de genio
católica ortodoxa) y en la que se liquida - lo mlis su- poético y la pintura de su pasión muere en las pala-
ciamente posible - toda otra actitud vital. Pero no logra bras. El Viaje a la oscura ciudad de Oacodelphia es, en
ninguna de las dos cosas, ya que su visión es plana, sólo cambio, mucho más revelador. Ha reseñado alli el joven
percibe lo pintoresco y jamlis logra integrar un signifi- poeta una incursión por el infierno, inspirada, sin duda,

78 79
en precedentes literarios tan conocidos como La Diivina
Oomedia o los Sueños, de Quevedo. Todos los persona-
jes y todos los sucesos que poblaron las primeras 470
páginas de la novela, reaparecen a hora bajo vestidura
simbólica, despojados de los atributos accesorios con que
arriba enmascaraban su verdadera faz, reducidos a un
único perfil. (En la ciudad visible fueron egoístas o con-
cupiscentes o venales ; aqui, en Cacodelphia, son metáfo-
ras del Egoísmo, de la Concupiscencia, de la Venalidad) . JORGE LUIS BORGES Y LA LITERATURA
Guiado por el astrólogo Schultze, apócrifo creador de
este vasto caos subterráneo, Adán recorre sus círculos o FANTÁSTICA
cámaras y asiste con ejemplar constancia - casi diria :
complacido - al espectáculo de un mundo en total des-
composición. Sin embargo, la impresión que en el lector 1
puede provocar el espectlículo es de r echazo y asco. Un
asco visceral ; no profundo y metafísico como la náusea EL NARRADOR
de los e:dstencialistas, sino el asco que suscita lo bajo,
lo sucio, lo miserable. Desvarío laborioso y empobrecedor el de com-
Este infierno criollo, soñado o delirado por Adán, ca- poner vastos Zibros; el de ea:pla11ar en quinientas
rece de salida. No se equilibra (como en Dante) con otros páginas una idea cuya perfecta ea:posic-i6n oral
dos mundos; Purgatorio y Para íso. No se salva (como cabe en pocos minutos.
en Quevedo) por el mayor genio verbal, por la inteligen- (El jardín de senderos qtrn se bifurcan, 1941)
cia más creadora de la literatura española. Reducido a
si mismo, caricatura de un grosero mundo visible, sólo
puede ofrecer, con impávida monotonía, sus llagas, sus Timideces y audacias
inmundicias, la renovada exposición de su miseria moral.
El anlílisis de este Viaje no favorece al escritor Al presentar en 1954 la segunda edición de Historia
Buenosayres. Basta advertir que fu e capaz de redactar universal de la infamia escribe Borges que estas ficciones
250 páginas de odio para reconocer que no era (como "son el irresponsable ;uego de un timido que no se animó
quiere Marechal) un alma angélica, un poeta seráfico. "a escribir cu·entos y que se distrajo en falsear y tergi·
Era un mediocre, un reprimido, un orgulloso satánico. "versar (sin ;ustificaci6n estética, alguna vez) ajenas
(¿Qué auténtico creyente puede atreverse a crear un "historias". En efecto, las primeras narraciones de Bor-
infierno tan sórdido y asqueante sólo para albergar a ges no declararán su condición de tales. Preferirán disi-
sus contemporáneos?) Falso católico, falso poeta, falso mularse como historias verdaderas, apenas poetizadas
hombre, Adán Buenosayres acaba por desnudarse total- por el estilo, o (en variante todavfa más tímida) como
mente, no en la versión de azucaradfl hagiografia de su p!iginas de prosa perdidas en los libros de critica. Así,
amigo Leopoldo Marechal, sino en las lamentables, odio- su primer relato: Hombres pelearon de ambiente orillero
sas, páginas de este Viaje. y que prefigura Bl hombre de Za esquina. r osada, 1935, se
Una última palabra. El lector puede creer que Adán publica junto a Sentirse en muerte (ensayo que registra
Buenosayres no existió, que es sólo metlí.fora de Leopol- una intuición metañsica perdurable) y bajo el rótulo
do Marechal y que toda la novela es autobiografía poéti- común: Dos esquinas. Su primera narración fantástica,
ca. Lo dicho más arriba queda igualmente en pie. Habria El acercamiento a Almotásim figura en Historia de la
que efectuar apenas una transferencia del personaj e al eternidad., 1936, como nota bibliogrlíflca del inexistente
autor. libro del inexistente Mir Bahadur Alí.
(1949) Borges prefirió intercalar en las páginas de Sur al-

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Narradores de esta América. - 6 ,


/

gunos cuentos (.EJa:amen de Za obra de Herbert Quain, por ~!li!. Ellos son: la obra de arte dentro de la misma
ejemplo) que asumian el carácter de nota necrológica de obra.. la contaminación de la realidad 12,Qr el sueño, el
algún desconocido escritor. El procedimiento es llevado viaje en el tiempo, el doble.
al absurdo en Pierre Menara, autor del Quijote que fue · El procedimiento de ·l aOi)ra dentro de la obra está ya
fichado eruditamente por algún omnívoro cervantista. en el Quijote (como apunta Borges) : en la segunda parte
Lo paradójico es que la timidez de Borges no se los personajes han leido el Quij ote de 1605 ; está también
extendía sino a la presentación ambigua o equivoca de en HamZet: los cómicos representan ante la corte una
los cuentos. Los relatos mismos revelaban una imagina- tragedia que tiene gran semejanza con la de H amlet.
ción ilimitada que se complace en inventar con abun- Pero es posible rastrearlo antes del Barroco. En la
dancia y originalidad. Porque lo primero que sorprende Eneida (libro I) el héroe troyano contempla en Cartago
al lector de Borges es la cualidad de invención inago- µnas pinturas en las que se muestra la destrucción de
table de sus ficc iones. Baste considerar el primer volu- Troya, de la que acaba de escapar, y se reconoce " me~
men : JJ)Z jarclin de senderos que se bifurcan, 1941. Se cZado entre los prí ncipes aqueos". Y antes, en la IZíada,
reúnen allf ocho narraciones en que se postula sucesiva- modelo de Virgilio, Helena borda en el canto III un doble
mente; un universo absolutamente coherente inventado manto de púrpura cuyo tema es el mismo del poema : el
por sabios y descubierto accidentalmente por el autor combate de troyanos y aqueos por la posesión de Helena.
gracias a un amigo (Bioy Casares) y al tomo de una En estos ejemplos (y en otros que Borges propone o pue-
enciclopedia apócrifa ; la reseña bibliogrl'lfica de una den proponerse complementariamente) se advierte que la
obra hindú (apócrifa, también) en que se cuenta el pere- misma obra literaria postula la realidad de su ficción al
grinaje de un individuo en busca de otro (Dios tal vez) introducirse como realidad en el mundo que sus perso-
cuyo reflejo maravilloso reconoce en los seres más mise- najes habitan.
rables o indignos ; el propósito de reescribir el Quijote Borges no ha descuidado el empleo de este procedi-
intentado por un poeta francés post-simbolista; un hom- miento. Pero no se ha limitado a trasladarlo tal como
bre que sueña a otro y logra interpolarlo en la realidad lo ofrecia la tradición literaria de occidente : lo ha inver-
para descubrir, tardíamente, que él también es imagen tido. En vez de testimoniar la realidad de su cuento
de un sueño ; una lotería que sustituye al Estado o se por la presencia dentro de él de la misma obra de arte,
confunde con él y que es cifra del caos y la arbitrarie- ha introducido en sus relatos más inauditos la realidad
dad del mundo; una nota necrológica sobre un escritor contemporánea del lector. Asi, por ejemplo, para evitar
inglé!t (inexistente) en que se resumen algunos argu- toda discusión sobre la existencia de una enciclopedia
mentos de sus libros, de naturaleza fantástica todos ; que permite acceder a TUiii, Uqbar, Orbis T ertiu s, Bor-
una Biblioteca total que es también cifra del universo, ges compromete a su amigo Bioy Casares en el descu-
caótico y lilcido ; una trama policial que exige para su brimiento (empieza por atribuirle una frase suya) y lue-
perfección no sólo un chino, un sinólogo inglés y un te- go transcribe las opiniones, también apócrifas, de Carlos
naz policía, sino (además) un laberinto que es un libro, Mastronardi, Ezequiel Martinez Estrada, Pierre Drieu
r.Ja timidez tampoco se manifiesta en los recursos na- la Rochelle. Alfonso Reyes, Xul Solar, Emique Amorim,
rrativos. Néstor Ibarra. En otra variante de este recurso, utiliza
a éstos u otros amigos como personajes (incidentales, es
claro) de sus ficciones: Pedro Leandro Ipuche y Ber-
Los procedimientos de la narración fantástica nardo Haedo en Ftmes el m emorioso; Patricio Gannon
y yo, en La otra muerte. Una tercera variante le permite
Al examinar la literatura fantástica en una confe·- decretar que la ficción ya ha sido escrita por otro (tam-
rencia dictada en Montevideo en 1949, encuentra Bor- bién Cervantes previó este recurso al inventar a Cide
ges cuatro grandes procedimientos que se presentan des- Hamete Benengeli) . En vez de crear el cuento, se limita
de los primeros tiempos y que permiten al creador de&- a comentarlo bajo la humilde apariencia de reseña bi-
-----
truir no sólo el realismo de la fiéción sino la misma rea-
~~-
bliográfica o la más grave de necrológica. Ya se ha visto

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"al siglo xv1n. La causa es posterior al efecto, el motivo
que asi compone El acercamiento a illmotásim, E xamen "del viaje es 1ina de las consemiencias del viaje."
ae Za obra de Herbert QuCllin y Pierre M enara, autor del Borges ha utilizado también la fantasia temporal.
Quijote. En todos los casos un pedazo inefutable de la Por ejemplo en El milagro secreto el tiempo real queda
realidad aparece injertado en la ficci6n, aparece las- suspendido mientras fluye un afio mental para el prota-
trándola de realidad.
El procedimiento de introducir imágenes del sueño
que alteran la realidad ha sido explotado por el folklore
\ gonista (a quien apuntan los fusiles del pelotón de eje-
cuci6n) ; en Funes, la memoria estratifica el tiempo ;
ni uno sólo de sus segundos se pierde, todos quedan re-
de todos los pueblos; tamfüen, magIBtralmente, por Cole- gistrados en la inhumana vigilia del memorioso; El in-
ridge, en una nota que el propio Borges cita y traduce mortai (que el autor ha calificado de "Bosquejo de ética
asi: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sue1ío, para inmortales") estl!. señalando desde el titulo una
"11 le dieran una flor como prueba de que había estado curiosa derrota del tiempo que es también derrota de la
"ahi, y si al despertar encontrara esa flor en su mano .•. noción de personalidad. Dejé para el final el mlis audaz,
"entonces ¡quéf". En uno de sus cuentos de más minu- aunque no (tal vez) el de más feliz ejecuci6n: La otra
ciosa elaboración, Las ruinas circulares, Borges juega muerte en que la voluntad de un hombre opera un mi-
con el impreciso límite entre la realidad y el suefío : un lagro, le permite remontar la corriente del tiempo Y
asceta o místico de la India decide sofíar un hombre e alterar una cobardía pasada, que padeció durante toda
interpolarlo en la realidad. Después de muchas vigilias la vida, con un acto de arrojo.
y de algunas horas dedicadas al sueño, consigue crearlo. El último procedimiento codificado por Borges, el de
Un solo signo podrá delatar la condici6n irreal del fan- los dobles, abunda en antecedentes ilustres. En su confe-
tasma : será inmune al fuego. Mlis tarde un incendio rencia recuerda dos : uno de los cuentos de Edgar Allan
amenaza la vida del soñador. Quiere huir, atraviesa Poe que se titula WiZliam WiZson; una narraci6n de
el fuego: "con alivio, con humillación, con terror (escribe Henry James, The Jolly Oorner, que presenta la sugestiva
"Borges), comprendió que él también era una aparien- variante de referirse a un doble que habita no otro tiem-
"cia, que ot1·0 estaba soñándolo." po real sino un tiempo posible, que es un fantasma,
La flor de Coleridge, combinada con otro recurso - el en fin.
viaje en el Tiempo - ha engendrado otras ficciones fa- Este procedimiento cuenta con la pre.dileccl6n de ~o:-
mosas que el mismo Borges apunta. Así, por ejemplo, ges. Hay tres cuentos que lo ensayan, siempre con s1gm- 1
en The Time Machine, de H. G. Wells, el protagonista ficativas invenciones. En Tres versiones de Judas se
viaja hacia el porvenir y trae una flor marchita. Borges
comenta: "Más increíble que una flor celestial o que Za
.., sustituyen rápidamente las teorías sobr? la traición
hasta concluir con la más fascinante : Dios no se en-
l
"flor de un sueño, es la flor futura, la contradictoria flor carnó en Cristo, el perfecto, sino en Judas, el traidor. ¡
"cuyos átomos ahora ocupan otros lugares y no se com- En realidad, más que una blasfemia o una herejía ba~
"binaron aún." Henry James, que conocía el texto de rroca (que tendría su antecedente en el Bíathanatos, de
Wells, propone una versi6n más fantlistica en The Sense John Donne), lo que Borges propone es la identifi-
of the Past, novela que no lleg6 a concluir pero cuyo caci6n final de Judas y Cristo, de cada::liiifobre con
argumento total es conocido : un retrato que data del todo hombre. El procedimiento aparece explicito en Ez\
siglo xv11r representa misteriosamente al protagonista, tema del traidor y del héroe en que el jefe de una cons-
que fascinado por la tela logra trasladarse a la fecha en piraci6n resuelve traicionar a sus c6mplices ; éstos se
que fue pintada y consigue que el pintor, toml!.ndolo enteran y deciden eliminarlo, pero de manera que la
como modelo, comience la obra. "James orea así (dice causa no se debilite. Para ello, le obligan a jugar el
"Borges) un incomparable "regressus ad infinitum", ya papel de víctima, de héroe, en un atentado simulado que
servirá para encubrir el suicidio verdadero. En Los
"que su héroe, Ralph Pendrel, se traslada al siglo XVIII
teólogos, deliciosa recreaci6n arqueológica, insiste en el
"porque lo fascina ttn viejo retrato, pero ese retrato
procedimiento : después de largas y vanas r efutaciones,
"reqwiere, para eanstiir, que Pendre! se haya trasladado
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un teólogo logra la completa destrucción (por el fuego) rías, a pesar ~star expuesta con detalles de la más
I de un rival famoso. Al morir, descubre que para Dios,
para la mirada ilimitada de Dios, ambos son la misma
penosa o trivial materialidad.
Del mismo modo pueden reducirse las ficciones de Bor-
persona. En cualquiera de los tres ejemplos, Borges ha ges a constantes temas humanos. Asi, por ejemplo, Pierre
preferido imaginar no dos personas idénticas sino dos Menara, autor del Quijote y La busca de Averroes, La
per sonas aparentemente opuestas aunque en realidad biblioteca de Babel y El milagro secreto, La escritura
complementarias. En algún caso (el segundo) ni siquier a aet Dios, demuestran, de muy variada manera, la vani-
es necesario que haya dos personas; bastan distintos dad de todo esfuerzo creador, la locura de la erudición,
enfoques de la misma. Otro cuento, La forma de Za es- de la crítica literaria, de la filosofía del arte. El tema
pada, especula con el cambio de enfoque y muestra la del traidor 11 del héroe, Tres ve1·siones de Judas, Los
\ despreciable delación de un hombre contada por él mis- teólogos, ejemplifican la imposibilidad de un deslinde
~o como si él fuera la víctima y no el delator. total entre el Bien y el Mal. La biblioteca de Babel, La
loterla de Babilonia, La escritur a del Dios, El Aleph
presentan variantes del azar que rige este mundo caóti-
Metáforas de Za realidad co, en tanto que Et muerto (en que a un hombre lo dejan
triunfar y ser prepotente y creerse a lguien porque ya
Quizá el erro1· más grueso que puede cometer un lec- lo tienen condenado de antemano) ofrece una reducción
tor de Borges es el de suponer que sus ficciones se ago- del tema a escala del destino individual. Examen de ta
tan después de examinados sus procedimientos. Es decir: obra de Herbert Quain, El jardín de senderos que se
que son únicamente construcciones artificiosas sin nin- biftircan, La miterte y la brtijula, La casa de Asterión,
gún contenido. El mismo Borges se ha encargado de tole- proponen una imag1m del universo y del destino humano
( que se confunde, por su bifurcaci6n, por su simetría, con
rar y basta fomentar esa injusticia. Algunas veces ha
seiíalado que son juegos de la inteligencia y ta escritura, la de un hombre encerrado en la pesadilla de un labe-
"artificios", como si sólo fueran eso. Sin embargo, su rinto.
autor no puedei@O!J!!: (basta lo ha declara do pública- En el centro de estas ficciones hay un mensaje - nihi-
!;llente) que la literatura fántástica se vale de ficciones lista - que no es difícil formular : el mundo cohereme
no para evadirse de la realidad, como creen sus Uciles quecreemos vivir, gol.Jernado por la razón y fijado por
detractores, síño para expresar una v1s16n más hoñda el esfuerzo creador en perdurahles categorías morales
ae la reahdad.-Toda esa literatura está destinada más e intelectuales no es real. Es una invención de hombres
aofrecj!r metáforas de la realidad, por las que el escri- (artistas y teólogos, filósofos y visionarios) que se super-
tor quiere t rascender la superficie indiferente o casual, pone a la realidad absurda, caótica, del mismo modo que
que evadirse a un territorio impune. De aquí que no la caprichosa creación de TlOn (obra de sabios también)
cualqui'e r ficción irresponsable pueda valer ; de aquí que se superpone a esta realidad legislada que todOS110-
la literatura fanttistic¡¡. requiera más lucidez y rigor, ñamos.- im-mundo, el real no el aparencia!, ha sido crea-
mrts auténtica exigencia creadora, que la mera copia 'de do-por dioses subalternos y abuncla en incongruencias, en
la realidad que (ésta sí ) p1i.ede. permitirse abundar en ilñperfecciones, en sinsentido. ..
incoherencias, en arbitrariedades, en el tedio.
El mismo Borges acerca dos ejemplos: 1'he Invisible
Man, de H. G. Wells y Der Prozess, de Franz Kafka. Las ficciones realistas
Ambas obras (apunta en su conferencia de 1949) plantean
el mismo tema: la soledad del hombre, su incomunicabili- Es claro que toda una zona de las ficciones de Borges
dad última, pero utilizan distintos procedimientos narra- afecta la apariencia del realismo. Y el mismo autor ha
tivos. Una, es una fantasía científica, col].tada en térmi- permitido que uno de sus relatos, Emma Zunz fuera
nos de minucioso realismo; la otra, es una pesadilla que anunciado en Swr como "cuento realista". ¿Acaso no
conserva su irrealidad, su angustia, sus leyes arbitra- rigen en estos relatos las mismas normas narrativas?,

86 87
'1
podría preguntarse el lector. ¿Es distinta la vlslOn del · no acaba de convencerse e intenta un gesto como p ar a
mundo que ellos revelan? Consideremos el caso de Emma devolverlos al sueño a l que sin duda pertenecen, como
Zunz. para despojarlos de realid~ por medio de un conjuro ;
Borges cuenta alli la historia (sugerida por Cecilia entonces muere. ¿Será necesario aclarar que para este
Ingenieros) de una joven que para vengar la muerte de hombre que estuvo viviendo durante meses, la pesadilla
su padre, resuelve hacerse violar por un marinero des-
conocido para poder echar la culpa de ese acto al hombre
J de la muerte r epentina y multiplicada en horas de es-
pera, la muerte misma no es sino una variante, la úl-
de quien desea vengarse y tener así una excusa por tima tal vez, de la pesadilla circular ?
haberlo matado. El cuento es realista en más de un Si se compara esta historieta de Bor ges con una an-
sentido, como se ve. Pero, ¿en qué consiste el realismo terior y levemente similar de Ernest Hemingway (The
de Emma ZunzY No indudablemente en su desagrada- Killers es el titulo original), se puede apreciar mejor la
ble peripecia, ni en el estilo neutro en que la comunica naturaleza no realista del enfoque borgiano. Heming-
Borges. Su realismo consiste en que ningún detalle (por way se mantiene deliberadamente en la superficie del
rebuscado o casual que par ezca) viola ninguna de las r elato y a través de ella, permite a la intuición del lec-
leyes aceptadas del mundo real. No hay nada que sea tor el acceso a la angustia del hombre acorralado qu~
fantástico en su planteo o en sus términos: todo es de espera, en lúcida impotencia, a los matones que han de
una burocrática realidad, aún en sus sordideces. Y sin ultimarlo. Borges se instala en cambio (sin monólogo
embargo, la realidad profunda que postula el relato es interior, siñanlilis1s proushano) en la conciencia del
de la misma esencia de los cuentos fantásticos: es una hómbre e el horror de la muerte real
realidad pesadillesca, deformada por el. estado anormal nQ_ es peor (ni mejor) que el de las mil muertes su ri-
en que se encuentra la protagonista, y que se revela, súbi- das en la espera ; verifica (ya en otro plano que ahora
tamente, en el último pli.rrafo del cuento : "La historia i~resa más) gue no hay casi manera de distingw
"(que cuen ta Emma Zunz a la policía) era increí ble, la muerte real de esas muertes previas, sus borradores
"en efecto, pero se imp1iso a todos, porq1ie sustancial- confusos, que la imaginación facilitó. La r ealidad s6-
"mente era cierta. Verdadero era el tono de Emma lida, aparencia!, aparece d e~trufda por su nnrada y
"Zunz, verdad ero el pudor, verdadero el odio. Verda- muestra su incoherencia, su ·desgarrada faz de pesa-.
"dero también era el u ltr aje que habia padecido; sólo j!lla.
"eran falsas Zas circunstancias, Za hora y uno o .dos
"nombres propios."
Basta este último párrafo (en que el ultraje come-
tido por un hombre puede ser pagado, sin alteraciOn
de la verdad sustancial, por otro), basta este párrafo
ambiguo y luminoso para destruir la aparente coheren-
cia del mundo que postula Emma Zunz, para convertir
el relato rea1iSfa en fan°Ustico. De la misma esti;pe
fantástica de lós cuentos de El jardín de send eros qiie
se bifurcan.
Más evidente es el caso de otro cuento que Borges
ha vinculado por su estilo a Emma Zunz. Se titula La
espera y es más reciente. Allí, un hombre (contraban-
dista, se adivina) se esconde de sus compañeros a los
que sin duda ha delatado ; día tras día, noche tras no-
ch e, imagina el momento en que aquéllos lo descubren,
entran en su cuarto y lo balean sin previo aviso. Cuan-
do llegan realmente, el hombre está acostado y los mira;

88 89

,.
porteño. Se detiene a contemplar una tapia rosada. "Me
"quedé mirando 'esa sencillez (escribe). Pensé, con se-
u "giwidad, en voz alta: Esto es lo rnismo de hace treinta
"años... Conjeturé esa fecha: época reciente en otros
LA COSMOVISION "pais es. pero va r emota en este cambiadizo lado del
... mi misterio y wia esperanza: la et ernidad. "mundo. Tal vez r;antalia un pájaro y sentí por él un
(El Idioma de los Argentinos, 1928) "carUio chico, d e tamar1o de pájctro; pero lo más se-
"guro es que en ese yci vertiginoso silencio no hubo más
El Tiempo y el Mundo "ruido qtie el también intempo1·al de los grillos. El fá-
"cil pensamiento. 'Estoy en mil ochocientos y tantos'
No es posible considerar el nihilismo como la última "dejó de ser un.as ctiantas aproximativas palabras u se
etapa de esta obra. El universo que muestran sus fic- "profundizó en real'idad. No crei, no, haber remontado
ciones no es, en verdad, caótico ; este escritor que las "las presimtivas aguas del Tiempo: más bien me sos-
crea no es, en verdad, nihilista. La visión caótica Y " peché poseedor del sentido reticente o ausente de la
nihilista se refiere únicamente al mundo de las a arl~ "inconcebible palabra 'eternidad'. Sólo después alcancé
éias. Pero si el lector es capaz de trascender la corteza "a definir esa imag·inación. La escribo ahora así: Esa
de-estas ficciones y alcanzar la grave r ealidad subya- "pura representación de h echos homogéneos - noche en
cente, se puede descubrir otra perspectiva. Para ello, "serenidad, parecita limpida, olor provinciano de la
es posible guiarse por las revelaciones contenidas en "madreselva, barro f11ndamental - no es meramente
Nueva refittación del Tiempo, 1947, librito en que resu- "idéntica a la que hubo en esa esqu·ina hace tantos años;
me Borges su rníts perdurable inquisición metafisica. Alli "es, s·in parecidos ni r epeticiones, la misma. El tiem-
escribe: "Berkeley negó que hubiera un objeto detrás "po, si podemos intttir esa identidad, es una delusión:
" de las impre8iones ele los sentidos; Hume, qiie 1Mtbiera "la indiferencia e inseparabilidad de un momento d e su
"un sujeto detrás de la percepción de los cambios. Aquél "aparente ayer y otro de sii aparente hoy, basta para
"habia negado la materia, éste negó el espíritu; aq1iél "des·integrarZo."
"n o había querido que agregáramos a la sucesión de Un idealismo que lleva sus aspiraciones más lejos
"impresiones la noción metafísica de materia, éste no que Berkeley y Hume y (tal vez) Schopenhauer, tal es
"quiso que agt·egáramos a la sucesión de estados m en- la cosmovisión que encierran las ficciones de Borges, la
"tales la noción metafísica de un yo." obra entera de este creador impar. A esta luz, todo
Prolongado entonces a estos negadores del espacio cambia. El tema del doble adquiere nuevo significado.
y del yo, Borges niega el tiempo, y afirma : "Fuera de No se trata ya de un doble porque todos los hombres
"cada percepción (actual o conjetural) no existe Za ma- son el mismo hombre y hay un solo hombre. (En la fan-
" t e1•ia; fu era de cada estado mental, no existe el espi- tasía arqueológica que se titula El inmortal se desplie·
"ritu; tampoco el tiempo exist ida fuera de cada íns- ga con almndancia de detalles y felicidad de estilo el
"tante presente." O como escribe Schopenhauer en pa- tema). Y los juegos con el tiempo presentan otro sen-
labras que el mismo Borges cita: "Nadie ha vivido eti tido. Incluso algunas de esas ficciones que muestran
"el pasado, nad'ie vivirá en el fiituro; el presente es Za a Borges o a sus creaturas, habitados por revelaciones
"forma de toda vida, es una posesión qite ningtín mal y éx tasis (por ejemplo, El testigo en el volumen D os
"puede arrebatarl e." fan ta sías memorables escrito en colaboración con Bioy
Esta convicción metafísica, que Borges razona y com- Casares ; o EZ Zahir y JJJl Aleph, en el volumen homó-
parte. no es sólo producto de una especulación. El mis- nimo) se r evelan como metáforas. patéticas o burlescas,
mo libro permite conocer una experiencia en que Bor- de aquella intuición fun damental de la eternidad del
ges (creyó vi vir) la eternidad. Aparece contada en el presente, de la abolición del Tiempo, que golpeó a Bor-
fragmento titulado Sentirse en mue1·te (hacia 1928). ges una noche de 1928 en una calle del subu rbio por-
Borges recorre, solitario y feliz, la noche del suburbio teño.

90 111
"cibimos tres copas en una mesa; Funes todos los vás-
"t agos Y racimos y tratos que comprende una parra.
t

III "Sa bía l as formas de las mtbes australes y del ama-


"necer del treinta de abrU de mil ochocientos ochenta
EL HOMBRE "y dos y podía compararl as en el rec'lterdo con las vetas
"de un libro en pasta española qite sólo había mirado
Negar Za sitcesión temporal, negar el yo, " una vez y con las lineas de la espuma que un remo
negar el imi verso astronómico, son desespera- "levantó en el Río Negro la víspera de la acción de
ciones apat·ent es y consuelos secretos . Nuestro "Quebracho."
destino (a diferencia del infierno de Sweden- El mundo que contempla Funes (y que estas citas
borg y deZ infierno de Za mitología tibetana) tratan de evocar en el recuerdo del lector), ese mundo
no es espantoso por irreal; es espantoso por- en que nada es olvidado, en que todo es presente, no
que es irreversible y de Me1-ro. ]J)Z tiempo es Za es esencialiñente distinto al que contempla cotidiana-
sustancia de que estoy hecho. ]J)Z tiempo es mente su cr eador. A.penas si está amplificado por la
un ria que me arrebata, pero yo soy el ria; literatura, por el estilo. Una memoria prodigiosa le
es un tigre que me destroza, pe1·0 yo soy el permite también a Borges fijar para siempre las cir-
tigre; es un fitego que me consume, pero yo cunstancias de cada instante ; una repetición o mono-
soy el fuego. El mundo, desgraciadamerite, es tonía de su vida diaria, le permite rectificar en el de-
real; yo, desgraciadamente, soy Borges. talle la misma acción, cotidianamente ejecutada. E l in-
(Nueva Refutación del T iempo, 1947) somnio que acosaba a Funes, le facilita la lenta elabo-
ración de sus ficciones. Largas, interminables noches,
preceden a cada una de sus obr as y las dejan marca-
El memorioso das para siempre con sus intervalos de pesadilla o de
¿A. qué se debe esa duplicidad de las ficciones de éxtasis. En sus cu entos abundan esas señales inequí-
Borges, ese oscilar entre la concepción francamente fan- vocas de la lucidez alucinatoria del insomnio, esa exas-
tástica y la apariencia del realismo? E l fundamen to es- peración intuitiva, ese aumento cruel de las percepcio-
tá, ya se ha visto, en la peculiar cosmovisión del escri- nes, unidas (es clar o) a las ocasionales distracciones
tor. Pero esa "weltanschauung" (para usar la palabra a los lapsos de inconsciencia que el mismo insomni¿
técnica) depende estrechamente de las circunstancias aliment a, esos lapsos en que las cosas más nítidas sue-
concretas de este ser Borges. Para los que se sientan len confundirse y los límites borrarse súbitamente.
repugnados por la explicación de raiz metafísica arriba Todos los cuentos a bundan en estas señales. En La
expuesta, se puede intentar una segunda (ps icológica) forma de la espada, al confesarse John Vincent Moon,
que no sólo no la desmiente sino que la confirma. El punto suele equivocar los términos ("Antes o después" dice
de partida lo ofrece uno ele sus cuentos, que Borges ha "orillamo s el ciego paredón de una fábrica o un' cuar-
calificado cierta vez del mejor. tel" ) y acaba por reconocer que los nueve días que pasó
En Funes, el memorioso, ha trazado una suerte de ocultándose de sus enemigos en la enorme quinta del
autobiografía espiritual. El cuento presenta a un mu- general Berkeley (¿o del obispo?, hace conjeturar al
chacho de Fray Bentos que a consecuencia de una caída lector Borges), esos nueve días pesadillescos por el
de caballo queda tullido. El accidente tiene otra conse- miedo, forman uno solo en el recuerdo.
cuencia : "Al caer, escribe Borges, perdió el conocimien- En La muerte 11 la brújula, el detective Eric LOnn-
" to; cuando lo reco bró, el presente era casi intolerable rot recorre una vieja quinta. " P or antecomedores 11 ga-
" de tan rico y tan nít ido, y también las memorias más "Zerías salió a patios igitales y r epetidas veces al mis-
"antiguas y más triviales." Más adelante detalla el " mo patio. Subió por esca leras polvorientas a antecá-
relator (el mismo Borges) : " Nosotros de un vistazo, per- "maras circulares; i nfi nitamente se multiplicó en espe-
" jos opuestos ; se cansó de abrir o entreabrir ventanas
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,.
"que le revelaban, afuera, el mismo desolado jardín
"desde varias alturas y varios ángulos; adentro, mue-
" bles con fmidas amarillas y armias embaladas en tar- Unidad central de la obra
"latán". Es decir: Eric LOnnrot se sumerge en una
quinta que es un mundo de pesadilla, go!Jernado por No es posible (no es tampoco necesario) explicar a
las trampas de una simetría onírica. Proust sólo por el asma, a Herrera y Rcissig sólo por
Y no son éstas las únicas señales que muestran la la taquicardia, a Borges sólo 1101' el insomnio. Aquí no
identidad de los sueños o vigilias del creado1· con los se esboza una explicación única. Sólo se pretende con-
de personajes o circunstancias de sus ficciones. A tra- firmar, con algún detalle estilístico, una intuición in-
vés de todos los cuentos (sean fantlisticos o pretendida- vasora : la de una visible identidad entre el mundo de
mente realistas) algunos elementos muestran esa identi- las ficciones y el mundo que habita i·ealmente su inven-
dad de visión. Se trata de imligenes que no sólo hechi- tor; la intuición de que la r ealidad es para Borges pe-
zan a los personajes; hechizan también al autor. Los sadillesca, de que sus ficciones (fanUí.sticas o realistas)
losanges amarillos que evoca Emma Zunz (estaban en son verdaderas en el sentido ele que copian una reali-
la quinta de Lanús que su padre poseía y que les rema- dad alucinada : la de su autor. Con lo que se vuelve a
taron cuando la quie!Jra) reaparecen ante el hombre la "weltanschauung" ya esbozada.
que espera como esos "desvaídos rombos ele la pintu-
Esta intuición también puede razonarse. Un cuida-
t·ería y ferretería " del barrio en que se ha refugiado.
doso examen de la obra de Borges permite demostrar
Esos losanges vuelven coloridos, y se instalan en la
pared de otra pintureria junto a la que se descubre el fücilmente que, como Funes, él se sintió alguna vez,
"solitar·i o y lúcido espectador de ttn m1mao multifor-
cad!iver, apuñalado, de Daniel Simón Azevedo en La
muerte y la bní.ju la, A través de todo este cuento, en "me, instantá1ieo y casi intolerablenum te preciso 11 ; que
los arlequines enmascarados que se llevan (que fingen no sólo habla John Vincent Moon cu ando asegur a: "Lo
llevar) a Gryphius borracho o herido de muerte; en "que hace un hom bre es como si lo hicieran todos los
la ventana del mirador en que LOnnrot enfrenta la so- "hombres. Por eso no es inj1isto qite una aesobediencia
lución del misterio, el tema de l os losanges es símbolo "en un jardín contam·ine al género humano; por eso
o metáfora de la secreta simetría de la historia poli- "no es injusto que la crucifixión de 1tn solo judío baste
cial. Esos losanges vienen, sin duda, del fondo de la "para salvai·lo. Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy
historia personal de Borges, de su infancia en la quin- "los otros, cualquier hombre es todos los hombres. Sha-
ta de Adrogué, poblado de corredores pesadillescos que "kespeare es de algun modo el miserable John Vincent
se reflejan en abominables espejos. "Moon"; que las mismas palabras con que Yu Tsun
¿ Habrlí que agregar también otras coincidencias es- expresa su perplejidad ante el laberinto inventado por
tilísticas entre los cuentos que sugier en (o documentan) su antepasado (" .ilJe sentí... percib·idor abstracto del
una intuición compartida honda, recurrentemente por "mu ndo") habfan sido usadas antes por su inventor
el autor? El narrador de El hombre ele la esq1tina ro- para comunicar la súbita intuición de la eternidad; que
saela al ver el coraje de Francisco Real, el guapo del
uno de los argumentos utilizados por Jaromir Hladik en
otro barrio que viene a desafiar, se siente anonadado y
su Vindicación de la Eternidad ("no es fofinita la cifra
expresa : "Y o hubiera q1ierido estar de una vez en el
"de las posibles experiencias tlel hombre Y ... basta una
"día siguiente, yo me quería salir de esa noche". Quin- 11
sola 'repetición' para demostrar que el tiempo es una
ce años después, al contar cómo Emma Zunz reacciona
"falacia") ya había sido empleado, antes de El milagro
ante la noticia de la muerte de su pa dre, repite Borges:
"Bu primera impresión fue de malestar en el 'tientre secreto, por Borges en Nueva 1·eftttaci6n del Tiempo.
11
y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, ¿Para qué continuar? La trama de las intuiciones de
"de frío, de temor; luego, q1¿i.so ya estar en el día si- Borges y la trama de sus ficciones son una y la misma
"ouiente." cosa. Debajo de las metáforas narrativas (que suelen

94 95
llamarse cuentos) se esconde una concepción idealista de
la Realidad, una metafísica hondamente enraizada en
las experiencias del hombre. Por eso. este hombre Bor-
ges (este creador) es también John Vincent Moon el
traidor, es también Eric Lonnrot el detective, es tam-
bién Irineo Funes, el memorioso.
(1955)

EL MUNDO URUGUAYO
DE ENRIQUE AMORIM

PRIMERA PARTE

Como Quiroga antes que él, Amorim no es sólo un


escritor uruguayo; es un escritor riopla tense. Es decir:
un creador que ha vivido y producido en ambas már-
genes del Plata y del Uruguay, y que ha r efl ejado en
sus novelas el mundo d·e las dos gr a ndes ciudades flu-
viales recostadas contra sus abiertos, vastos campos.
Por eso es posible r econocer en su obra una separación
natural de mundo y temas. De un lado quedarían las
novelas que tratan del Uruguay y se concentran casi
exclusivamente en Salto y sus tierras (aunque a lgunas
pocas se ocupen también de otro mundo muy distinto,
el de Punta del Este) ; del lado opuesto quedarían las
novelas que tratan de la Argentina y sus problemas,
de su capital varias veces millonaria, del convulsionado
mundo político y social de las últimas décadas.
La separación es, como todas, convencional, por que
no hay tanta diferencia esencial entre ambas márgenes
del P lata, aunque sí la hay en los accidentes de su his-
toria, en el espíritu de sus habitantes y hasta en las
tradiciones que las guían oscuramente. Por eso, porque
las novelas de Enrique Amorim se sitúan en esa zona
de los conflictos humanos en que importan las diferen-
cias de entonación y de planteo de cada problema, he
preferido concentr arme para este estudio en las nove-
las uruguayas. Son , por otra parte, las más logradas
estética y humanamente hablando.

96 !J7

Narradores de esta Américn. - 7


Entre 1934 Y 1935 (fechas limites de este periodo) han
pasado cosas tan terribles en el mundo que el escritor
Perspectiva cronológica no ha podido sustraerse a su influencia.
En el pequeño universo uruguayo, es Ja época de
Diez novelas, escritas en un lapso de treinta y cinco la dictadur a, del persistente acomodo preelectoral de
años, permiten reconocer el mundo novelesco uruguayo la política de coparticipación entre los partidos t;adi-
de Enrique Amorim. Son : Tangarupá, de 1925 ; La ca- cionales entendida en el nivel menos idealista. En el
rreta, de 1932; EZ paisano AguiZar, de 1934; El caballo gran mundo platense y americano, es la hora de las
y su sombra, de 1941 ; La luna se hiro con agua, de dictaduras militares que preparan inevitablemente el
1944 ; La victoria no viene soZa, de 1952 ; Todo puede ascenso de Perón y de esa revolución social (má.s que
suceder, de 1955; Oorral abierto, de 1956; Los monta- política) que ha transformado radicalmente a la Argen-
races, de 1957, y La desembocad;ura, de 1958. Dejo de tina. MAs grave aún: esos años son los que ven el
lado Jj]va Burgos, publicada póstumamente en 1960, por meteórico destino europeo de Adolf Hitler, que arrastr a
ser una obra notoriamente inconclusa y malograda. en su triunfo y caida a Mussolini; son los años que
Las diez novelas se ordenan naturalmente en tres Francia e Inglaterra pasan a ser potencias de segundo
períodos que corresponden a importantes cambios de orden, junto con Alemania, Japón e Italia; son los afios
rumbo en la vida y en la obra de este narrador salteño en que se define la guerra fría entre Estados Unidos y
que habfa nacido en 1900. Las tres primeras novelas Rusia, los años que ven el lento ascenso de las nacio-
- Tangantpá, La carreta, El paisano Agiiilar - , refle- nes asiáticas, el despertar de Africa. En esos años em-
jan sobre todo la experiencia primera de la tierra, su pieza el largo cautiverio de España que tanto afectó a
hechizo sobre los hombres, su fuerza salvaje y casi estas naciones de la América hispánica.
mágica. En ellas aparece la tierra con sus mitos y le- Amorim no pudo permanecer indiferente a esas dos
yendas, aún vivos en cada hombre, con su lento pero décadas que conmueven radicalmente al mundo. No co-
firme trabajo sobre cada una de sus creaturas. Allí rresponde estudiar a qui su reacción person al - tan in-
Amorim, un escritor que se descubre a sí mismo, va teresante - sino lo que ella significó para su creación
volcando lo que aprende en su infancia y juventud, va novelesca. Dos cosas resultaron claras en seguida. Ante
convirtiendo en palabra y ficción una experiencia hu- todo, ésta: Amorim no iba a dejar de ser el n arr ador
mana. Estas novelas son autobiogr!lficas no en el sen- que era para convertir se en mero propagandista de una
tido literal de que cuenten hechos ocurridos realmente causa, por gr ande que ésta fuera para él. En segundo
al autor (lo que tal vez sea en parte cierto y en defini- lugar, esas mismas experiencias terribles necesitaban
tiva tenga muy poca importancia) ; son autobiográ.ficas algunos años para ser asimiladas, para que se hundie-
en el sentido mfls profundo de que a través de sus fic- ran en lo profundo del narrador y desde alU suscitaran
ciones y de sus relatos, Amorim da y crea (como en una nueva visión creadora. Por eso, a l comienzo de este
clave) su experiencia personill del mundo: la visión de periodo de veinte años parece no haberse alterado la
cosas y seres, de la naturaleza, del hombre, del destino. visión del mundo familiar uruguayo ; por eso, muchos
Las cuatro novelas siguientes - El caballo v sit som- han creido (y hasta escrito) que FJZ caballo y su sombra
bra, La Zuna se hizo con agua, La victoria no viene se integra en el mismo ciclo que El vaisano AguiZar.
sola, Todo puede suceder - escritas después de un in- Pero entre el 1934 en que E nrique Amorim escribe esta
tervalo de algunos años, y con hiatos de tiempo, ya liltima novela y el 1941 en que publica la primera, ha
muestran al narrador volviendo sobre su mismo mundo corrido mucha agua. No advertirlo es incurrir en un
familiar y campesino pero con una mirada tan distinta grave error.
que parece otro hombre. Los primeros libros reflejaban
una exaltación lírica que tiene sus r aices en la infan-
cia. En estas novelas posteriores, la mirada del autor
refleja, a la vez, un desengaño y una tenaz esperanza.

!l8 9!l

;
las patriarcales o paternalistas a una realidad que es
ya industrial, que es ya proletaria, que es ya siglo
Una nueva visión veinte. En la liltima etapa de este periodo, y con una
valentia casi linica en nuestra literatura, Amorim pone
En EL paisano Aguilar el campo está visto desde el al descubierto el cuerpo de nuestra realidad social y
nivel del patrón. Esto no significa que Amorim sea (co- política y llama a las cosas por sus nombres, sus feos
mo Reyles) un señor y escritor feudal ml1s o menos e incómodos nombres.
disimulado. No. El patrón de Amorim es un individuo No es necesario participar de sus creencias políticas
enraizado y conquistado por la tierra, un hombre tierno para advertir la sinceridad de la denuncia. Tampoco
y humano, idealista aunque sin gazmoñeria, que se une es necesario aplaudir el acierto de sus creaciones nove-
a la naturaleza por el doble lazo del trabajo y el amor. lescas. La paradoja de estas tres novelas es que resul-
Pero ya en EZ caballo y su sombra, el tema campesino tan fallidas como creaciones, que su intención novelesca
aparece con una nueva perspectiva, que si bien no ex- no ha conseguido realizarse, que cuentan miis como en-
cluye radicalmente la anterior, la completa desde un sayos y pruebas en que el novelista empieza a descu-
ángulo nuevo. Ahora hay también un énfoque social. brir una nueva forma de narrar, que como logros. En
Amorim opone el estanciero con el chacarero, al criollo realidad, operan la transición hacia el último periodo
viejo con el inmigrante recién llegado. Pero ahora no en que Amorim consigue sí expresar su denuncia en
se trata del inmigrante español o italiano que ya había términos que son a la vez alucinados y profundos.
mostrado Florencio Sl1nchez en La Gringa, sino del cen- Este último periodo está cubierto por tres grandes
troeuropeo que h·ae otra cosa que distintas tradiciones novelas : Oorrai abierto, Los montaraces, La desenibo-
y una lengua no latina. En los nue1·os inmigrantes de cadura. Las tres fueron escritQ.S después que su autor
este siglo, llegan los fermentos de esa conmoción social fue atacado por un mal que habría de destruirlo. Aci-
que está sacudiendo al mundo en forma cada vez cateado por la enfermedad, por la conciencia lúcida de
más urgente desde 1848. La perspectiva del narrador su muerte, Enrique Amorim creó estas novelas en dura
se escinde : por un lado queda el mundo incontaminado lucha con la vida que se le escapaba. Un esfuerzo so-
del paisano Aguilar, mundo hecho de tradiciones loca- brehumano de voluntad presidió la composición de estos
les, de lenta prosapia criolla; por el otro, el mundo libros y en ellos se puede advertir a veces alguna huella
europeo que golpea ahora desde dentro mismo de nues- patética. Pero la misma conciencia de estar robando
tra tierra. Ese elemento contrapuntístico interior ha horas a la muerte, dio a Enrique Amorim la fuerza
entrado en la novela de Amorim y quedará allí para sobrehumana de redondear con estas tres novelas su
siempre. La transformación prepara el terreno para la mundo narrativo, de poner con ellas término a una
tercera etapa. obra que abarca treinta años de cr eación. En sus últi-
Las tres últimas novelas de este período intermedio, mos libros, la madurez poética del narrador de los pri-
escritas entre 1944 y 1955, ya muestran el tema social meros se une profundamente a la visión l)Olítica y so-
y político como dominante. Por otra parte, son novelas cial del luchador para producir creaciones que pueden
m!l.s ciudadanas que campesinas, aunque en ellas apa- ser levantadas como ejemplo de realismo poético. En
rezca ocasionalmente el campo. Son las novelas del pro- ellas, Amorim desdeña utilizar las fórmulas de los in-
letariado y de los pobres que viven en pueblos de ratas; genuos narradores del realismo socialista, esa mec!'Lnica
son las novelas de los ricos ociosos y criminales en exposición de soluciones que sólo convencen a los corre-
Punta del Este; del conflicto social y hasta político ligionarios, para expresar en forma cada vez más libre
planteado en los términos más agrios y violentos; las y creadora una visión profundamente personal y huma-
novelas de un mundo que ha perdido la inocencia, pero na del mundo uruguayo.
no ha ganado todavia (y quién sabe cuándo ganará) la
sabiduría que es el precio de esa inocencia sacrificada.
Hay allí un mundo que pretende aplicar todavía fórmu-

100 101
postula, que esas quitanderas de su imaginación han
acabado por interpolarse en la realidad.
O por lo menos en la realidad del arte ajeno. Así,
Realidad y fantasia Pedro Figari pinta algún cuadro, o mejor dicho varios,
en que aparecen las quitanderas al pie de su carreta
Si Amorim s6lo hubiera mostrado y denunciado, si esperando confiadas y alegres a sus clientes, envuelta~
Amorim s6lo hubiera levantado velos, descorrido corti- en una mágica nube de rosas y verdes, amarillos y vio-
nas sobre nuestra realidad del campo y la ciudad, su letas, con algún rojo de oscura sangre en primer plano.
obra (aunque valiosa como documento) s6lo sería obra Esos cuadros, y el relato de Amorim, se imponen de tal
de testigo. Servirla a los fines de la historia, no a los modo en la imaginación ajena que un francés (dema-
de la literatura. Pero Amorim ha sabido trasmutar en siado rápido y perezoso para documentarse) publica
las mejores de estas diez novelas (aunque no en todas) en París un cuento de quitanderas en que a los aportes
esa materia documental en arte. Ha conseguido salvar tropicales de su fantas1a agrega rasgos que toma sin
en buena parte de ellas el abismo que separa el testi- permiso de ambos creadores uruguayos. Osear Wilde
monio social o político de la creación narra ti va plena. hubiera encontrado en este episodio una confirmación
Esto resulta evidente si se examinan dos episodios de de su famoso dicho : la realidad imita al arte.
un par de novelas importantes, escritas con un inter- Pero no evoco ahora esta anécdota para suscitar
valo de casi veinticinco afíos. Me refiero a las quitan- apenas un comentario irónico sobre los caminos labe-
deras de La carreta y a la rebeli6n de los apestados de r1nticos del arte y de los hombres. Lo traigo para pro-
Corral abierto. bar hasta qué punto este narrador, superficia lmente
En 1923, Amorim publicó un cuento titulado Las qui- realista, este observador minucioso de una realidad con-
tanderas; ese relato fue la semilla de La carreta, novela creta, es un creador, un inventor, un artífice que con-
publicada unos nueve años después. Tanto el cuento vierte la fantasfa en su materia prima. Porque, ¿qué
como la novela presentan a unas mujeres de la vida, significa esta carreta ambulante y qué significan esas
chinas que se dedican a su comercio en la vasta exten- mujeres que ofrecen su cuerpo por algún dinero? En
sión de los campos uruguayos y que tienen como centro la novela de Amorim son el símbolo de todos los sueños
de actividad una carreta. Amorim las llama quitanderas de plena unión sexual, frustrados por la vida solitaria
y las muestra llegando a sitios poblados, instalando su de nuestros campos. Sueños que sólo encuentran libera-
carreta en las afueras y ofreciendo a los hombres, vi- ción en las conocidas fórmulas del casual concubinato
siblemente, tabaco, caña y hasta dulces, aunque comer- o el bestial acoplamiento. Todo lo que es instinto sexual
ciando, no menos visiblemente, con sus cuerpos. disponible en la vida del campo aparece centrado en esa
La palabra quitandera la toma Amorim del portu- carreta de sueños, casi tan fabulosa como la que echó
gués, en que la voz indica vendedora de dulces, pero él a andar sobre las solitarias extensiones de Suecia, Sel-
le agrega un contenido nuevo: el de prostituta. Y aqu1 ma Lagerloff, y como ésta, símbolo de algo que la rea-
viene precisamente la demostración de cómo trabaja el lidad no ofrece en su sustancia material y visible, pero
novelista sobre la materia prima de la realidad. Todos si propone como objeto moral.
los conocedores de nuestro campo, el de antes como el Por eso el autor ha podido escribir, con visible acier-
de ahora, están de acuerdo en afirmar que no existieron to, al comentar este episodio : "Oreo que con 'La ca-
esas carretas sino en la imaginación del novelista, que "rreta' he enfocado desde un ángulo nuevo la vida
no han existido quitanderas en el sentido en que él usa "seamaZ de los pobladores del norte itruguayo, t·egión
la palabra. Autoridades como Martiniano Leguizamón, "fronteriza con eZ Brasa. En aquellas inmediaciones, Za
Daniel Granada o Fernán Silva Valdés, certifican la "mujer, por ra-ro designio, hace sentir su ausencia y
inexistencia de estos prost1bulos rodantes. Sin embargo, "esta señalada particularidad, es Za qite determinó sin
es tan fuerte la invención de Amorim, tan convincente "duda, en mi, la visión ama,rga 11 dolorosa de Zas qui-
su descripción, tan creíble la situación humana que ella !'tanderas." En los adjetivos que aparecen en esta lilti-

102 103

,
/
ma frase - amarga y dolorosa - está ya en germen el Fantasía que hunde bien hondas sus raíces en la rea-
narrador social. lidad.
Si se considera ahora el otro episodio mencionado, el
de la rebelión de los apestados en Oorral abierto, se
advierte un indudable parentesco más allá de las dife- La narración lineal v fluida
rencias de estilo y de visión. Dicho episodio sirve para
concluir la novela. Con él se cierra, en forma alucinan- Otra nota de este mundo novelesco, no menos im-
te, un libro duro y a la vez tierno, un libro de denuncia portante, es la que se refiere a la forma de la narración,
y de amor. Amorim ha devuelto a su lugar de origen al a su tendencia a concentrarse en dos o tres episodios
joven protagonista, ese muchachito acusado de haber importantes, a su desarrollo lineal y casi nunca visi-
cometido un crimen del que es inocente. Después de blemente premeditado. Amorim parte generalmente de
probada la inocencia, el narrador lo muestra volviendo la intuición esencial de un personaje (como en El pai-
al lugar donde nació, ese pueblo de ratas que llama sano Aguilar, para el que sirvió de modelo uno de sus
Corral abierto. Costita vuelve con otra visión y poco a hermanos) o la visión de un conflicto blísico (como en
poco madura en él la necesidad de levantar esa masa El caballo y su sombra o en L os montaraces). Lo que
sufriente y abandonada que habita el pueblo, de darle busca dar es eso : un ser, un confiicto. En el caso de
conciencia de su miseria, de organizarla. De ahi nace El pciisano AguUar, que me parece muy representativa
la idea de la procesión que irá del pueblo de ratas a la de la novela de personaje, lo que importa es mostrar el
ciudad a mostrar, a exhibir en forma de impresionante trabajo que opera el campo, la naturaleza, sobre el ca-
Danza de la Muerte, las lacras que los bien pensantes rácter del protagonista, ese mozo que fue enviado a la
no quieren ver aunque sean tan responsables de ellas ciudad y que vuelve para asumir su verdadero y secre-
como los que las padecen. to destino de hombre de campo. La narración se con-
La tremenda procesión que cierra la novela con centra por eso en pequeños episodios, algunos aparen-
su alarido (que hacia recordar a Carlos Real de Azúa temente triviales, y en los que Amorim ha puesto una
algunos que también resuenan en La pelle, de Curzio sutileza mayor de la que puede suponerse a una pri-
Malaparte), esa procesión que es una viva denuncia, mera lectura.
no es real. En el sentido de que no ocurrió, y tal vez Porque si es evidente que las relaciones de Aguilar
no ocurrirá. nunca. Pero si Amorim eligió cerrar una con Malvina son importantes o que el cruce del arroyo
novela realista como Ja suya con este episodio dantesco inundado es un momento culminante de la novela (la
es precisamente porque comprendió, con Ja intuición última prueba que el destino tiende a Aguilar para con-
certera del artista, que sólo una alegoría que sobre- vencerlo de que es un hombre arraigado en la tierra) ;
pasara a Ja realidad misma, que fuera a captar la rea- si estos temas descubren hasta para los lectores má.s
lidad en sus fuentes, en sus más secretos origenes, sólo superficiales la habilidad narrativa de Amorim, no me-
un episodio sobrerreal, podia cerrar el largo desfile de nos evidente (aunque para otra clase de lector) es la
miserias o injusticias (pero también el largo desfile de importancia de la relación entre Aguilar y el estancie-
amor y solidaridad) que el cuadro realista proponra. ro vecino, al rudo Cayetano Trinidad. Con él tiene el
Desde su primera hora de narrador, Amorim ha des- protagonista una experiencia de alucinante amistad
cubierto que la mejor manera, la única manera, de dar la tarde en que se emborrachan juntos e insisten en
Ja realidad es darla no sólo en su superficie abigarrada acompañarse r ecíprocamente hasta las tranqueras que
y caótica sino en su profundidad, en su significado má.s dan acceso a sus respectivos campos.
íntimo, en- su símbolo. Que la realidad necesita para ser En un episodio como éste, trivial en apariencia, se
dada entera en términos de arte el impulso de la fan- manifiesta mejor la sutil técnica narrativa de Amorim.
tasia. Y fantasía es lo que puebla estas novelas realis- Sus novelas no se construyen sobre un esquema dramá-
tas - desde el hermoso y poético Tangarupá hasta el tico o contrapuntístico como las novelas de Flaubert o
onirico y visionario relato que es La aesembocaaura. de Tolsto;v, de Henry James o William Faulkner. Por el

105
contrario, se desarrollan a lo largo de un tema básico,
o de dos o tres temas que se enlazan suavemente. Su
~n excepción de TangaNtpá (esa narración poética, de-
masiado larga para cuento, algo corta para novela) en
desarrollo es lineal y sigue el manso fiuir de la vida la que se ve cierta estructura dramática elemental, con
real. Aunque a veces se arremolinan en peripecias dra- su exposición, nudo y desenlace, las restantes novelas
mlíticas, la mayor parte de las veces se revelan mejor de Amorim se organizan en torno de la oposici6n de
en episodios aparentemente insignificantes pero en ver- mundos o de planos de vida, más que de la oposición
dad densos de significado. De uno a otro episodio, va de caracteres. .Asi, por ejemplo, en E! caballo y sii som-
marchando cada novela. Uno de ellos, el último, sirve bra, el mundo de los estancieros resulta opuesto al de
para darle remate. No se recogen los últimos hilos, que- los chacareros y de este confiicto deriva el duelo criollo
dan cabos sueltos, personajes esbozados se olvidan y a final entre Nico y el ruso, así como en el plano simb6-
veces desaparecen en medio de la novela (como en nues- lico de la misma novela, la fecundación de la zaina por
tras melanc6licas vidas) personajes enteros. Porque lo el padrillo que llaman Don Juan, se opone contrapun-
que busca expresar este narrador no es la estructura tísticamente a la de Bica por Marcelo, el hermano del
implacable de la obra literaria sino el fiuir seguro de patrón.
la vida ; no es la composici6n rigida sino el significado ; Pero ese contraste de mundos no determina ninguna
no es la proposici6n dramlítica, sino la sustancia sinuo- variaci6n esencial en la técnica narrativa. La única
sa, cambiante, variada, hasta incoherente del flujo na- diferencia consiste en que ahora Amorim debe atender
rrativo. a varias acciones paralelas, debe seguirlas y definirlas,
Entonces se comprende de otro modo, y mejor, el mostrar los momentos en que dejan de correr juntas,
significado de esos episodios culminantes que parecen para enlazarse u oponerse. Pero la sustancia narrativa
aglutinar la narración y que para uno de los críticos de misma, lo que podria llamarse su textura narrativa, es
este creador (Alicia Ortiz en una conferencia de 1947) siempre igual, fiuye fatal y misteriosamente como la
hasta podrían extraerse de la novela y publicarse como vida. No se organiza jamás, no se dramatiza, no con-
cuentos por ser narraciones independientes con vida siente ninguna organizaci6n externa.
propia. Me parece que hay aqui un delicado error. Tales Para ilustrar de modo mlís completo estas conside-
episodios cumplen una funci6n muy particular en cada raciones generales, me parece oportuno analizar ahora
novela: es cierto que marcan los momentos de mayor in extenso las tres últimas novelas de Amorim : Corral
intensidad, pero su pleno significado sólo se alcanza abierto, Los montaraces, La desembocadura.
cuando se ha visto la novela entera. Son episodios y
no cuentos. La porfia entre .Aguilar y su vecino por
acompañarse basta sus respectivas tranqueras resulta-
ria s6lo una anécdota, de atenuado color local, si se la
desglosa de la novela. Dentro de ella es un episodio
clave para comprender el desarrollo del protagonista y
asistir a esa sinuosa, lenta asimilación del hombre por
el medio que es el verdadero tema - pausado y recu-
rrente - de dicha novela. El episodio ya no es cuento ;
es un nudo más de la extensa trama narrativa y cobra
valor muy particular por eso mismo.
Lo que resulta tan claro en EZ paisano .A.guiZar (tal
vez la más reveladora de sus novelas en este sentido)
es asimismo evidente en novelas posteriores. .Aunque en
ellas, la abundancia de personajes y de temas, el lne-
:vitable entrecruzamiento de motivos haga pensar a ve-
ces en una estructura y hasta en un contrapunto. Pero

106 107
José P. Belllin por exponer en Doñarramonct y en Rea-
lidad algunas de las faces del Montevideo de la prime-
ra década del siglo, no han tenido casi continuadores
SEGUNDA PARTE hasta que Mario Benedetti empezó a recoger en sus
Montevideanos algunos perfiles perdurables.

Los temas y el tema


En el mismo infierno
Corral abierto conjuga dos temas que la crónica po-
licial y la investigación sociológica amateur ha fatigado Es cierto que Alfredo Dante Gravina se ha asomado
en los últimos tiempos : la delincuencia infanto-juvenil a algunos temas de hoy, particularmente en Macadam
(para usar la palabreja), los pueblos de ratas. En rea- (1948) ; es cierto que Asdrúbal Jiménez en Booas del
lidad, la novela urde un tenue hilo argumental para Quebracho (1951) ha tratado de explorar una parte de
pasar de uno a otro mundo : la coincidencia de que el la faena de los arrozales. Pero el enfoque predominan-
protagonista de una historia sea también protagonista temente social de ambos y la escasa felicidad literaria
de la otra, facilita las cosas. O dicho de otro modo : el de sus intentos, deja desamparado el mismo mundo que
autor ha inventado un personaje que criado en un pue- descubren. Ese mundo aparece en Corral abierto, mun-
blo de ratas, escapa a la ciudad, se ve envuelto en un do doloroso y sin maquillaje, mundo de miseria de la
crimen de ribetes morales equívocos, es perseguido has- que todos somos responsables . y que nadie quiere acep-
ta que consigue probar su inocencia y regresar al pueblo tar como propia. En un pasaje del libro, el protagonista
natal. La historia no es excesivamente ingeniosa y el afirma: No estamos en el Uruguay y, ante la mirada de
autor se ha inspirado para su primera parte (hasta asombro de su interlocutor, agrega, o cree agregar :
el capítulo VIII inclusive) en los lineamientos externos Estamos en el mismo infierno. En efecto, ese mundo
de un crimen ocurrido hace algunos años en Montevideo, que nos es tan familiar, este mundo de la calle 18 de
aunque deba reconocerse que la solución por él pro- Julio y de los continuados y de los cafés; este mundo
puesta es, sí, nu·e va. de los veraneos en Punta del Este y de las grandes es-
Pero no reside en la trama el interés de la novela. tancias perezosamente echadas sobre el lomo de las co-
Sino en la circunstancia de ser un intento (en muchos linas ; este mundo del Presupuesto que no sale y de la
aspectos logrado) de trasladar a la ficción el mundo recomendación que importa tanto, es también el mundo
que nos rodea. Ya se ha abusado bastante en la litera- en que adolescentes nacidos en pueblos de ratas huyen
tura narrativa uruguaya del mundo campesino de la de sus cuevas y se vuelcan sobre una sociedad urbana
infancia, generalmente abandonado por el autor y re- que los explota o los pervierte, un mlmdo en que los
vivido con nostalgia desde la ciudad; se ha llegado a más débiles sólo tienen la corrupción o la miseria como
convertir la llamada literatura gauchesca o nativista en salida, un mundo que se codea con nosotros y que sólo
un ponoif literario, tan geometrizado como las pastora- sentimos cuando nos hace víctimas de un robo o de un
les del neoclasicismo, tan previsible en su decorosa mo- crimen.
notonía como las copiosas novelas rurales del siglo XIX Amorim no quiere convertir su novela en un alegato
europeo. Y entre tanto, el Uruguay sufre desde fines del (como quisieron sus correligionarios Gravina y Jimé-
siglo pasado un proceso de industrialización, de creci- nez) ; quiere convertirla en documento. De aquí que se
miento, completamente ajeno y hasta hostil a ese mun- ahorre los discursos y prefiere hablar desde el hilo mis-
do bucólico de los recuerdos infantiles, que ha sido des- mo de la peripecia narrativa; de aquí que hunda su
hecho y sustituido por otro, agresivamente sórdido, sin mirada en el protagonista (ese Horacio Costa, que pron-
rafees, chabacano. En ese mundo vivimos, en ese mundo to todos llaman Costita) y lo presente no sólo en su pa-
circulamos. Ese mundo (salvo en EZ pozo, de Onetti) pel de fiera acosada sino como ser humano entero, lleno
no ha ingresado casi a nuestras letras. Los intentos de de esos recuerdos pecaminosos e inocentes ele la infan-

108 10()
cia, dado sin reservas en una conversación nocturna con Á:rente a ella la necesaria distancia. Y si debe aplaudirse
una buena muchacha o entregado a la borrachera es- la audacia de hundir sus manos en la mugre que nos
pléndida del prostrbulo. .Amorim hace vivir primero a envuelve, Y su capacidad de encontrar en los seres m!\.s
su personaje, en cada uno de los incidentes que lo van destituidos esa emoción pura y sin enga:ño que los hace
formando, antes de pedirle que se rebele y adquiera con- vivir r ealmente, también debe señalarse lo que consti-
ciencia social. No parte de un esquema y le impone pen- tuye el defecto capital de esta obra: la ordenación ca-
samientos y palabras. Sino que parte de un hombre, o sual y a veces improvisada de los materiales. Amorim
tal vez sólo de un muchacho. no ha jerarquizado s uficientemente cada uno de los ele-
Después llegan, si, los pensamientos y la palabra. mentos que integran su historia. La verdad con que
Toda la segunda parte de la novela (disuelta la intriga estií mostrado el protagonista (desde sus recuerdos in-
policial poco memorable, desaparecidos algunos perso- fantiles, tan bien interpolados, hasta sus experienclas
najes de melodrama como la vieja Gemma y su secreto, eróticas de la mocedad) , la hábil e intensa solución u~l
o el mismo pesquisa Rezendez) empieza a preparar al
dolor que cubre al pueblo de ratas, la ajustada concep-
protagonista para la prueba del regreso a Corral abier- ción de algunos episodios (como el del médico que reco-
to, para la vuelta a los orígenes. Entonces, sí, se nece-
ge a Costita en su lujoso automóvil, como el de la pe-
sitan las palabras. Porque Amorim no es un mero expo-
lea con el muchacho campesino por un lugar en la ca-
sitor pintoresco de la miseria de un pueblo de ratas.
Amorim quiere crear una conciencia en el lector. La rretera) todos estos elementos que permiten proyectar
delectación morbosa en las llagas no le interesa. Le in- sobre las distintas capas sociales un conflicto que gene-
teresa, sí, la cruda exposición de las mismas para pro- r almente estalla en una sola ; todos estos elementos d~
vocar una reacción saludable, constructiva. la obra, que muestran al creador y al novelista maduro,
Pero, ¿cómo canalizar esa inmensa ola de dolor y no disimulan, sin embargo, que hay otras cosas (espe-
sufrimiento y derrota que circula por el pueblo, c6mo cialmente en la primera parte) que no han llegado al
organizar esas fuerzas de los sin fuerza? Eludiendo el mismo nivel de elaboración.
más visible escollo de los novelistas sociales, Amorim La intriga policial, en primer término, es excesiva-
no decreta que sus pobres se conviertan el locuaces de- mente casual y acaba por estar desvinculada por com-
legados de comités, familiarizados con las consignas pleto de la personalidad profunda del protagonista. Hu-
aprendidas en libros o panfletos. Los hace apoyarse en 1.Jiera sido preferible no incluirla o, de incluirla, mos-
su dolor, en las mismas lacras, en el sufrimiento indi- trar mejor las relaciones (aparentemente equivocas) en-
vidual de cada uno, y cuando prepara la r ebelión de tre Costita y la víctima. Por eso hay toda una zona del
los apestados (así iba a llamarse la novela), cuando los personaje (una zona fundamental, que hubiera permi-
hace salir de sus r anchos para lucir ante todos el dolor tido conocer su resistencia o entregamiento al vicio)
que es de todos, es una enorme fantasmagoría, una ver- que queda en penumbra. También la escritura se re-
dadera danza de la muerte de este siglo, lo que expone. siente a veces de cierta facilidad, de un abuso de colo-
No t eorías, ni fáciles denuncias, ni (más fáciles artn) quialismo, como si el ímpetu con que Amorim escribe
fórmulas. Sino ese dolor infernal que se derrama sobre lo encegueciera para el necesario rigor Yerbal.
un mundo, este mundo, nuestra tibia arcadia como dijo Pero estos defectos de la no'l"ela, por importantes
con ironía otro que también tiene los ojos abiertos. que puedan parecer, no consiguen disminuir su eficacia
como documento de una realidad y como pintura de tm
personaje que si ya es familiar por la crónica, tan em-
Sin suficiente aistanoia penachada, del periódico o por los seudos discursos de
los bien pensantes, es absolutamente inédito en nuestra
La materia que maneja Amorim en Corral abierto narrativa. Que Amorim haya sabido descubr irlo en su
es demasiado explosiva y está demasiado cerca de noso- peripecia y en su emoción, que haya sabido mostrar las
tros para que el novelista y el lector (el critico) tengan raíces del mal y la necesidad de exponerlo, de sacarlo
110 111
Cecilio, entre la todavía joven \mujer de su padre y el
crudamente a luz, debe considerarse como un acierto hijo. Cecilio, al atravesar el rio para ir en busca del
que ningún reparo formal podr!í oscurecer. remedio que habrá. de salvarla, compromete su afecto.
Es la novela una buena prueba (palpable, convincen- Hace algo más : realiza una hazaña que su padre debió
te) de que el realismo social no necesita el discurso sino cumplir y que no pudo. Cecillo de algún modo sustituye
la verdad, de que el mejor, el más convincente argu- a su padre.
mento progresista, es la exposición sin disimulos, ni Pero de aquí no pasa, porque en esta zona de Las
énfasis descolocados, de la realidad que nos envuelve. Tunas no hay nada turbio y los sentimientos y las
Una exposición que - por otra parte - no renuncie a atracciones aunque existan, no degeneran. Este es .el
la fantasia ni a la ternura, que sepa levantarse del pla- primer círculo.
no del documento hasta el de la creación.

Nacimiento de Za solidaridad
Doa o tres mundos
Frente a Las Tunas se encuentra una enorme isla
En Los montaraces, Amorim presenta un mundo no- que llaman Isla Mala. El rio la encierra con sus brazos
velesco que se compone de dos o tres zonas claramente y la proteje: sólo es accesible por el Norte. De ella lle-
delimitadas y a las que se accede por etapas, como si gan, a veces, escopetazos y alglin cad!íver de abogado
se atravesaran circulos concéntricos. La primera zona con un agujero en la frente que la superstición no sabe
(el primer mundo) es el de los pobladores de Las Tu- si es de bala o de flecha. Para los habitantes de Las
nas, puebllto ribereño en que el narrador presenta a Tunas, representa lo tab11. Para Cecilio, un desafio. El
Cecilio Morales, a su padre (a quien llaman el Mara- ha vencido la Cola del Diablo y se siente capaz de ven-
gato) y a Floriana, concubina de éste. Las Tunas está cer a la isla. Una noche se desliza, lucha largas horas
apenas esbozado pero es ese pueblo nuestro, tan fami- con el río y sus corrientes, llega exhausto a la otra
liar en la narrativa uruguaya, y que sólo necesita unos costa. Pone el pie en otro mundo.
rasgos sobre el papel para existir. Esos rasgos están A.lli encuentra a los montaraces, a los obreros de la
dados más por el paisaje humano que por la topografía. isla que son e:iq>lotados por una empresa maderera.
Porque lo que interesa indudablemente en esta zona Atados a la contrata por los rapaces créditos en el al-
es la calidad de sus hombres, y para mostrarla, le bas- macén, nunca acaban de liquidar su deuda y sólo con-
tan al autor un par de anécdotas: el cruce del rio por siguen saldarla con la muerte a manos de los capata-
Cecilio para ir a buscar la receta de una curandera que ces o en las profundidades del rio. Cecilio descubre
salvará a Floriana; la doma del potro en el rincón asom- poco a poco ese mundo. Su primer contacto es A.nacleto,
brado que cumple también Cecilio. A.sí se perfila un un montaraz que se ha separado de la compañia y que
ambiente y una psicologia, la del protagonista, mucha- vive en la parte m!ís salvaje de la isla. (No lo buscan.
cho generoso y audaz para quien las supersticiones y Saben que tarde o temprano habrá de volver). Entre
tabúes regionales no existen. Porque Cecilio, aunque Cecilio y Anacleto crece una amistad que está hecha
primitivo, no se arredra ante el misterio. A.ntes bien, lo más de sobreentendidos que de palabras, de gestos que
siente como una provocación. Y asi como más tarde ha- aluden al afecto, que de demostraciones. Por medio de
brá de domar al potro, así se arroja sobre el lomo del A.nacleto, Cecilio empieza a integrarse en ese mundo y
rio y vence su peligrosa Cola del Diablo. a querer .cambiarlo.
Hay otra calidad en Cecilio, y en toda esta narra- Porque hay en Cecilio, sin instrucción, sin guia teó-
ción : el calor humano que une a los personajes por rica de ninguna, especie, la pasta de un reformador. Se
hilos misteriosos. No es sólo la viril relación entre el siente natural, espontáneamente, solidario de los demás
Maragato y su hijo o entre Cecilio y su amigo Perico hombres, y ese impulso psicológico {que da la clave de
(cara de mico). Es esa otra relación m!ís incompren- su carácter) se transforma pronto en acción. Cecilio va
sible, pero fortísima que se establece entre Floriana y
113
112
N11rr11doree de eata América. - 8
(
poco a poco conociendo a otros montaraces, trata de
despertar en ellos el sentido de una protesta colectiva,
y hasta consigue organizar una fuga. Es un fracaso, Una geografía imposible
pero es la primera etapa. Maduros por la experiencia,
los montaraces organizarán más tarde un movimiento Los eruditos del futuro tal vez se pregunten dónde
mayor. Y aunque habrán de volver inevitablemente (la queda Isla Mala, entre qué coordenadas geogrlíficas. Por
compañia lo sabe de memoria), vuelven en otro nivel algunas referencias (a San José, a Montevideo, a Bue-
de su experiencia. Cecilio, casi accidentalmente, irá a la nos Aires), cabría suponer que está situada en nuestro
cárcel. Pero la misma cárcel es necesaria en este largo país. y al norte. El río bien podría ser el Uruguay ;
y duro proceso. Constituyentes sería una variante de Constitución. Pero
¿cómo conciliar estos datos con la enorme extensión de
la isla, con su naturaleza francamente tropical, basta
LaB raices del infierno con las mismas especies de árboles que Amorim cita?
La respuesta parece obvia. Isla Mala pertenece a la
Hay un círculo interior al que Cecilio no llega. Es geografía de la ficción y tiene sus coordenadas más
el de los patrones que viven en el norte de la isla, mlís cerca de Horacio Quiroga (y basta del alucinante Hud-
allá de la cerca de palos pintados. Es un' mundo clausu- son de Green MansionB) que de Salto o Constitución.
rado en sí mismo que el novelista sólo presenta en el Enrique Amorim ba querido hacer algo más que un
último y más largo capítulo de la obra. Si la solidari- documento social sobre la explotación del hombre por el
dad social era el tema dominante entre los montaraces, hombre de nuestra América. Ha querido mostrar un
aqui lo único que se advierte es la lucha feroz entre los mundo y unos seres dibujados no en su situación socio-
individuos. Lucha ejemplificada por el adulterio entre lógica o en su perfil politico y geográfico, sino en su uni-
vVanda Saravia y el hermano de su esposo, el ligera- verso psicológico, en su mundo interior de afectos y odios,
mente afeminado Diógenes. E l tono de la narración cam- de solidaridades despertadas lentamente, de pruebas y
bia aquí bruscamente. A la tranquila objetividad con conflictos que no pueden encerrarse sólo dentro de una
que Amorim presenta sus personajes de Las Tunas o de fórmula o de un destino concreto. De ahl que más im-
Isla Mala, sucede una violencia contenida, un acento portante que la organización de la fuga (las fugas) sea
melodram!itico que da a las tensas situaciones, a los el nacimiento de una amistad o de un odio, de un senti-
imposibles diálogos, un peso intolerable. miento de deseo o de un amor entero.
Nada reprocha .Amorim. No hay una palabra de cen- Por eso, todo el peso de la novela descansa en esos
sura para esta clase ociosa que vive del trabajo de las momentos en que Cecilio o algún personaje secundario
otras. Pero en la pintura descarnada y hasta cruel de descubren al hombre en el otro, o se descubren a si
su violencia, de su maldad, hay la peor censura. Es un mismos. Cecilio enfrentándose a la concubina de su pa-
mundo infernal y desagradable que ni siquiera la habi- dre, la atractiva Floriana, en las primeras páginas del
lidad del novelista para componer el personaje femeni- libro ; Cecilio intimando silenciosamente con la P elada
no principal consigue disimular. Por otra parte, algunas en su casa de Isla Mala , sintiéndose atraído por la com-
incongruencias psicológicas (no parece creíble que Wan- partida sensualidad de esa mujerona, despertando en
da deje a su marido tratar exclusivamente con los mé- ella sentimientos que paredan muertos para siempre;
dicos el problema de su infecundidad; no era mujer Cecilio encontrando en .Aminda a su mujer y paladeando
para quedarse sin saber por qué no podía concebir), Y en el recuerdo el momento único y siempre repetido por
el tono general de frenesí con que está contado todo el la memoria de la posesión.
episodio, contrastan demasiado obviamente con el resto Pero también Cecilio en su tozudez para· obligar a los
de la novela. montaraces a enfrentarsf' con su verdadero destino, y
Cecilio en su relación con el padre, ya envejecido, o con
el arisco Anacleto, o con Perico, de tan grandes reservas
lH 11;;
de admiración. Y no s6lo Cecilio. El episodio en que pierde su carácter puramente ficticio y se convierte tam-
Facundo y Cerviño van abriendo monte es ejemplar de bién en testimonio.
esa capacidad del autor para expresar lo que une o se-
para a los seres humanos en términos de pura narraci6n.
Aunque r eminiscente de otro ilustre relato (La bofetada, Un vasto fresco narrativo
de Quiroga) este pasaje de la novela de Amorim alcanza
mayor complejidad psicol6gica ya que el miedo de Fa- E l mayor error que se puede cometer al juzgar La
cundo que a cada minuto espera el machete de Cerviño desembocaclura, es considerarla como una obra indepen-
cayendo sobre su cabeza, sólo tiene justificación en su diente. Aun!J_ue la editorial que la publica asegura des-
cobardra. de la tapa que es una novela, el libro ofr ece en sus ge-
nerosas 104 plí.ginas algo más y algo menos. Superficial-
mente considerada, es la historia de una familia (o tal
Hacia un realismo noveiesco vez de dos) que cuenta el bisabuelo Montes desde su
tumba de pasto, situada en la desembocadura de uno de
Esa es la verdadera historia que cuenta Los montara- nuestros rios caudalosos. La historia, o mejor el relato,
ces. La historia de unos hombres y de una naturaleza po- lo escucha y seguramente lo trasmite el bisnieto, descen-
derosa, una naturaleza sentida por el narrador con so- diente de la r ama ilegítima de los Montes. A través del
bria y eficaz poesía. Esa es la historia que encierra el recuerdo del bisabuelo, desfilan episodios de la instala-
libro y no la que aparece en su s uperficie anecdótica. ción de la familia en las mllrgenes del rio, en una tierra
Porque como documento, el libro no cumple su cometido. que era todavia de indios pero que la civilización (como
Lo cumple con exceso en todo lo que sea creación de distinguió Sarmiento) iba quitando a la barbarie. Alli
personajes y exposición de sus relaciones. De ahl que funda el bisabuelo las dos familias, la legttima con su
el realismo que cubre como una Hímina a toda la novela, mujer Esmer alda Saavedra; la ilegitima con la hija del
sea un realismo de apariencia. No son los escrüpulos do- capataz, la dulce y dócil Magdalena L ope.
cumentales los que guian la mano (y la intuición) del El mundo feudal del siglo XIX cede lentamente paso
narrador, sino los escrüpulos de la invención autén- al esfuerzo industrial del siglo = · El bisabuelo no se
tica. esfuerza por contarlo todo, ni siquiera por contar lo
La geografía es imposible, la anécdota misma tiene mfls obviamente impor tante. En su evocación, la muerte
lagunas o ilustra lo que no importa, el mensaje social es de un peón puede ser detallada, en tanto que casi no dice
evidente y por lo tanto, superfluo. Pero no está allí la c6mo muere su mujer. Porque la memoria es asf. Sobre
novela. La novela está en esa capacidad de crear mundo todo, la memoria de los muertos, de los que estlln más
y ser es, de hacerlos vivir una peripecia verdadera, de allá de las convenciones de la cronologia. Lo que surge
descubrir (o inventa1•) los detalles significativos que del relato es un mundo que a saltos pierde su fisonomia
convierten el relato en perdurable ficción. La novela rural y épica para ir creando pueblitos, luego pueblos,
está en ese universo fantástico de Isla Mala que el nove- luego ciudades. Un mundo en que aparecen más tarde los
lista ha levantado desde la perspectiva misma de los pueblos de ratas y los clubes de tennis par a los ingleses
seres que la pueblan. del ferrocarril, un mundo en que las muj eres empiezan a
Un realismo novelesco, tal vez seria la fórmula. Es estudiar y los jóvenes patricios regr esan con una expe-
decir: un realismo en que lo importante no es la esta- riencia de Europa. Un mundo, nuestro mundo, en que
dística ni la topografía, sino la verdad esencial de cada se oye hablar de huelgas y comunismo, de médicos que
ser, de cada situación, de cada peripecia. En que lo se dedican a los pobres y ricos que se dedican s6lo a si
importante es su condición de ejemplaridad. Porque es mismos. Pero la memoria del bisabuelo, tan fresca para
así como debe nacer l a conciencia de una solidaridad la pintura de los albores de esta historia, ya salta, ya
entre los hombres, es así como los hombres se descu- selecciona, ya olvida, cuando llega a este siglo. La nove-
bren y se apoyan, aman y odian. De este modo, el texto la (si se trata de una novela) al tiempo que acelera su

116 117
ritmo, pierde continuid.a d y acaba por ser devorada por un espacio poético. Desde Tanuarnpá (escrito a los vein-
las arenas del presente. ticinco años) hasta L a desembocadura (de sus cincuenta
y ocho), Enrique Amorim ha ido mostrándolo, ha ido
dibujando sus límites, se ha detenido a considerar algu-
Las Zey es de la poesia nos de sus mlis notables accidentes, ha hecho su crónica
y enriquecido su folklore. Cada uno de sus grandes li-
una lectura más detenida del libro revela otras co- bros. es una etapa de ese proceso mitológico.
sas. Ante todo, certifica esa felicidad narrativa de Amo- Desde este punto de vista, La deseni bocadura adquie-
rim que le permite insertar un episodio tan cruel Y tan re caracteres de marco narrativo (ya que toma la histo-
tierno a la vez como el de los niños que juegan entre la ria de ese mundo desde sus orígenes mismos y la cierra
bosta y acaban matando a una comadreja. O aquel otro como un testamento) pero tiene también caracteres de
episodio alucinante, digna pareja del remate de OorraZ clave. Si se hunde la mirada en lo que significa este
allierto, en que un grupo de mujeres de ese pueblo de divagatorio discurrir del bisabuelo, esa evocación por
ratas arranca con sus uñas la piel de un hombre, con- fragmentos de un universo, se descubre que en ¡este
virtiéndolo en grotesco macho de sangre. Este último breve e intenso libro, Enrique Amorim ha dejado <\orno
episodio, que el autor no explica y tal vez sea inexpli- un inventario final de su creación y su mundo, el indice
cable, inserta violentamente en una narración más o que ordena, distribuye, localiza. Con este relato se cie-
menos realista, un elemento alegórico que revela su rra su labor en las vísperas mismas de la muerte.
doble fondo.
Porque es en ese plano en que la narración de hechos
y sucesos que ocurren a personajes visiblemente reales, Perspectiva de medio siglo
adquiere otro sentido. Y nos ilustra sobre la verdadera
naturaleza del libro. Concebido como el largo, errático, No hay prá.cticamente novelistas en la literatura
memorioso relato de un difunto, La desembocadura obe- uruguaya. El siglo pasado tuvo a Eduardo Acevedo Diaz
dece m!ís a las leyes de la poesía que a las de la narra- y a Carlos Reyles, ya que no eran novelistas ni Javier de
ción realista. Se apoya, es cierto, en la observación de Viana (a pesar de Gaucha) ni Horacio Quiroga (a pe-
la realidad, dice muchas veces su color exacto, su peso, sar de Histor·ia de un amor turbio y Pasado amor) . Es
pero apunta más hondo y m!ís lejos : a la cr eación de cierto que no faltan escritores de novelas en este siglo,
una atmósfera narrativa autónoma, una suerte de es- pero eso no basta para certificar la existencia de un
pacio que es válido en sí mismo y cuya historia fabulosa novelista. Para que éste exista, es necesario que exista
es mi\s verdadera que la que puede componerse sólo con un mundo novelesco. No lo tiene Francisco Espinola,
sucesos y personajes de la realidad. Ese espacio narrativo nuestro gran cuentista, a pesar de su única novela,
es el panorama mismo dentro del que se inscribe esta Sombras sobre Za tierra. Tampoco lo tiene Juan José Mo-
memoriosa divagación del bisabuelo. Pero es algo mlis. rosoli, a pesar de Muchachos y por la razón de que esta
obra es sólo un conjunto de cuentos má.s o menos entre-
lazados. Los otros autores de novelas (como Alfredo
Un marco y ima clave Dante Gravina, Elliséo Salvador Porto), tienen una im-
portancia puramente local y no trascienden el lado do-
Es también el espacio en que, poco a poco, a través cumental y anecdótico de la narración. No crean mundo.
de treinta y cinco años de continuada labor, Enrique Ell 'ánico nombre que puede ponerse hasta ahora
Amorim ha ido inscribiendo su mundo narrativo. Es un junto al de Enrique Amorim es el de Juan Carlos Onetti
espacio observado en toda su realidad, minuciosamente que en seis u ocho libros - escritos entre 1939 y 1960 -
verificable en su ropería y en su historia, en sus leyes ha creado un universo novelesco, completo y rico, muy
y su utilería, en su incnograña y sus costumbres, pero personal. Pero es el suyo un universo casi totalmente
al mismo tiempo es un espacio irreal. O mejor dicho, es argentino porque Onetti (como Quiroga) ha desarrollado
118 119

;
casi toda su actividad literaria en la otra orilla del
Plata. Es el paisaje y son los hombres de la tierra ar- /
gentina los que reflejan mayoritariamente sus novelas
ciudadanas. Aunque importe mucho, aunque su obra sea
muy valiosa, Onetti como creador de un mundo nove-
lesco nuestro, ocupa un lugar secundario frente a En-
rique Amorim.
Y esto es precisamente lo que quiero subrayar ahora.
Aparte de haber creado un mundo novelesco propio, con- JOSÉ LINS DO REGO EN LA NOVELA
tinuado y coherente a lo largo de treinta y cinco años de BRASILEÑA
vida literaria, Amorim ha contribuido a crear nuestro
mundo en términos de literatura. Es el suyo un mundo
nuestro. Alli se ve reflejado el Uruguay de hoy en parte
considerable de su existir. Ese mundo ha sido levantado I
por un creador inquieto y fecundo, para quien la reali-
dad era motivo de constante y renovado asombro, de
inagotable apetencia, y que supo cómo transformar esa En unos veinte años (entre 1932 y 1953) , José Lins
realidad en ficción y fijarla perdurablemente ante nues- do Rego publicó once novelas que ba staron para consoli-
tros ojos. dar una reputación literaria de probada solidez. U na
primera ojeada a su producción permite agruparla en
(1961) dos partes desiguales : por un lado, las novelas que inte-
gran el ciclo de la caña de azúcar: Meni no do Engenho,
Doidinlw, Bangué, O moleque Ricardo, Usina; del otro,
las que no pertenecen a este ciclo, aunque en muchos
casos (como Fogo Morto) se vinculan a él por el tema
y el ambiente. También es posible una segunda partición:
1 de un lado, quedarían las novelas r egionales ; del otro,
sola, Euridice, que se ambienta en una gran ciudad, Río
1 de Janeiro. (Es claro que no se debe olvidar el precedente
'- parcial de O moleque Ricardo, algunos de cuyos capítu-
los transcurren en Recife) .
Esta doble clasificación externa permite acercarse a
la producción de Lins do R ego en su estr uctura y en su
temática. Considérese, ante todo, desde este último pun-
to de vista el delo de Za caña d e azúcar. Sus cinco nove-
las se apoyan en una realidad económica, social y cultu-
ral que el autor conoce directamente : el Nordeste, con
sus ingenios azucareros, su tradición patriarcal y escla-
vis.ta que se objetiva en la doble imagen, Oasa grande
y Senzala: con la esclavitu d de la raza negra, abolida
en el papel, pero no en la sangre ; con la poderosa sen-
sualidad que el clima exacerba, con la fe mezclada a
la superstición más burda; con el culto al bandido - el
cangciceiro - que los cantores populares exaltan ante la
complacencia de los oprimidos ; con su irredimible de-

120 121
cadencia. Ese mundo del Nordeste brasileño - que pre- chidas de vida, de sus novelas, el rasgo autobi9grlifico,
senta tantos puntos de contacto con el que pintan los la confesión, por más que todo lector (según típuntaba
escritores sureños norteamericanos (William Faulkner tan bien Sainte-Beuve) quiere saber dónde termina el
por ejemplo) - ha generado una rama novelística de la~ mlírmol y dónde comienza la carne viva. Esa recreaci6n,
más P?derosas de la ficción contemporlínea. Allf surge esa capacidad empática de proyectarse, fuera de sí, sobre
este ciclo de la ca1ia de azúcar, al que lleva Lins do los ser es de su ficción, puede ejemplarizarse con el moZe-
Rego el mismo material humano, complejo y mezclado que Ricardo, el negrito compañero de juegos de Carlos
la misma situación sociológica, que su amigo Gilbert~ de Melo, y cuyo humilde destino sigue también con amor
Frey~e estudia con penetración en tantas obras ilustres. Lins do Rego.
Lms do Rego no ha pretendido hacer únicamente obra Por haber sabido recrear una sociedad, las novelas
de sociólogo; no ha buscado el docntmento. Las novelas de Lins do Rego fueron juzgadas como documento.
de su ciclo rescatan su propio tiempo perdido; consti- Y como tal seguirán valiendo, aunque siempre sea nece-
tuyen un buceo en la infancia del novelista. Como Carlos sario subrayar que allí no se agota su contenido, ya que
de Melo. el autor fue también un Menino do Engenho. su autor es, ante todo y sobre toiio, un narrador. El arte
C?mo. él, vivió los días irresponsables de la niñez, las de contar - con la fluencia y la felicidad que supone -
h1stonas de las viejas negras; el contacto ardiente de estlí entero en sus páginas. Sus primeras novelas - éstas
las jóvenes; se empapó de mundo y naturaleza. .Así, por del ciclo ile la ca1'ia de amtcar - proliferan en persona-
lo ~enos, l? presenta Olivio Montenegro en un ensayo. jes, en vida intensa, dada con toda fuerza, derrochada.
.. José Lin~ do Rego nasceu e criou-se em engenho. Y esa recreación hormigueante, es sólo posible porque
A sua familia era das mais ricas em terras na Paraíba. Lins do Rego posee una . impar capacidad de observar,
::Ele ~onta em 'Doidinho' que o seu avó, o velho José doblada por otra de descripción inagotable. Lins do
,,Paitl-ino, possuia nove engenhos, e é verdade, engenhos Rego parece haberlo visto todo y su memoria haber re-
,, que abarcavan_ zonas fertilissimas, de grandes varzeas gistrado, sin descanso, todo lo visto. De aquí que la cri-
que se estendiam a perder de vista pelo vale do Pa- tica insista en apuntar su condici6n de instintivo, de
"raiba. O seu primeiro contacto na vida foi pois com creador espontáneo. Luego se verá qu é grado de exac-
"una
,, nat ureza extraordinariamente rica, e os homens titud encierran ambos calificativos.
qite éle conheceu no meio dessa natureza foram ho- Cerrado en 1936 el ciclo de la caña de azúcar, Lins
"mens simples, a gente quase patriarcal de sua familia do Rego intentó otros ambientes y otras modalidades del
::e a gente inteira~ente rústica dos seus campos. Sóbr~ tema regional. Concentró la acción en escasos personajes
éste mundo de vida un poco primaria é que logo se (como en Riaoho Doce) o la prolongó como en Pedra
"abrem os seus olhos gulosos de menino" (1). Bonita, sobre dos pequeñas localidades, ligadas por el
. Su primera novela (escrita a los treinta años, al co- crimen y el fanatismo.
ffilenzo de su madurez) adopta la forma autobiogrlífica
del relato, y to~o el ?iclo de la caña de azúcat· transpa-
renta l~ ~notación directa. Sin embargo, Lins do Rego
no se l~tó a traspasar sus experiencias personales al II
~apel: Hizo algo mejor; reinventó el mundo abolido del
mgeruo nordestino y mezcló sus propias vivencias con
la de sus pe.rs~najes. Hizo obra de novelista-sociólogo, Con la excepción de Agua-Máe (que transcurre en el
no de memonahsta. De aquí, que, a la postre, pueda re- Estado de Río, y de Eurídice (ésta, en Rio mismo), no
sultar vana empresa la de buscar en las páginas, ben- '\_ . se apartó del Nordeste, per o busc6 nuevos paisajes: una
perdida estación del Great Western o el mar o el sertao.
Al mis¡no tiempo, su arte de narrador se depuró. Frente
. (1) Cf. O . Ro'?'ance . Brasileiro (As suas origens e t enden- a las novelas del ciclo de Za caña ile azúcar - que abu-
~d~!· i~Í~ de Jane1ro, Livraria Jo66 Olympio, 1938. Cap. XIII, saban del deearrollo lineal - ensayó estructuras mlís

122 123

,
complejas ; ahond6 en la psicología de los personajes ; oral enriqueció de sombras y vinculó caricaturescamente
ordenó la espontaneidad algo ca6tica de su sintaxis. a la Pasión, ha de repetirse fatalmente en el curso de
Pero no disminuy6 su poder creador, ese impetu elemen- la novela, arrastrando en su trama a los padres y a los
tal de contador de historias que se revela, insuperable, hermanos de Bento, al mismo adolescente. Y·sl!rá él
en Perira Bonita, en Fogo Morto y en Oangaceiros. quien intente redimir la culpa de su antepasado - que
Estas tres novelas de su madurez de creador no inte- pesa sobre su raza como la maldición de Judas -yendo
gran un ciclo, como se ha dicho con apresuramiento. La a advertir a los fanáticos que un cuerpo de ejército se
acci6n de Pedra Bonita se continúa en Oangaceiros. acerca para destrozarlos. Con la decisi6n de Bento se
Pero Fogo Morto tiene otra 6ptica y otros personajes. cierra esta sombría novela, que prolonga sus ecos en
Eso basta para aislarla. De las tres, es la más rica en Oangaceiros.
creaci6n de seres, pero su estructura resulta errática. Aunque su acción tiene un poderoso atractivo - que
Pedra Bonita, en cambio, muestra el novelista en el el resumen apenas permite adivinar -no reside alli la
colmo de su arte. Merece, por eso mismo, un análisis más fuerza mayor de esta obra. Reside, creo, en la vida inte-
detenido. rior de sus personajes. Cada uno de ellos - y son mu-
En ella ataca Lins do Rego un tema de auténtica chos - vive con au téntica verdad su parte de tragedia.
rafz épica desde un ángulo familiar. Contará la trll.gica Culpables o inocentes, fanáticos o lúcidos, responsables
historia a través de las reacciones que produce en Anto- o locos, se entregan íntegros a su pasión o a su causa;
nio Bento, un adolescente problem!itico, pariente de los todos viven en plenitud. Lins do Rego los desnuda con
de sus otras novelas. (Este procedimiento ya había sido entera objetividad. Se cuida de entremeterse, de cortarles
intentado en Menino do Engenlw, en Doidinho, en O mo- el aliento. Por eso, puede com1micar al lector toda la
leq1te Ricardo; vol veril. a ser usado en Huridice en fuerza de los gritos de cloña Fausta, corroída por su
Oangaceiros.) ' soltería; la debilidad del Padre Amancio al enfrentarse
El mundo que recorre Lins do Rego es, esta vez, el a la histeria colectiva ; la alucinada prédica de Sebas-
sertao, el mismo que con tanta profusi6n verbal descri- tiao, el santo; la llamada de la rnae d'agua, que escucha
bió para siempr e Euclides da Cunha. En dos partes se Domicio, insomne y temblando en la noche. No sólo vive
divide la novela : la primera cuenta la vida de Bento en Antonio Bento; no sólo consigue apresar Lins do Rego su
Assú, donde oficia de criado y monaguillo del Padre alma enteriza y profunda, su castidad codiciada, su
Amancio, varón irreprochable, que linda con la santidad. deleite (sin rastros de sensualidad) cuando las campa-
El odio que todo el pueblo siente por la vecina localidad nadas de la iglesia, promovidas por su brazo, se derra-
de Pedra Bonita se proyecta sobre el Difio, que allí naci6 man sobre el pueblo dormido. Aquí viven basta los m!is
Y allf tiene su familia. Una vieja historia de masacre y fugaces o anodinos personajes.
delirio, que no llega a contarse, hechiza sus noches. Ator- Estas figuras se recortan contra un paisaje árido y
mentado por el odio, Bento busca un resquicio de la ver- duro en su sequfa, avasallador en la tormenta; y contra
dad. Paralelamente se desarrollan otras acciones ; en una las pasiones que las devoran: la superstición, el fana-
de ellas, el casto adolescente es objeto de la concupiscen- tismo y el crimen ; la violencia en que se sumergen, fre-
cia de dofia Fausta. néticos, cangaceiros y soldados. En el aire de esta trá-
La segunda parte traslada la acción a Pedra Bonita gica historia quedan suspendidas la sangre y el furor.
para retornar luego a Assli. Se conoce entonces el horri~ Ell lector de esta novela puede preguntarse de donde
ble secreto : un fanático habfa trastornado al pueblo de sacó tanta oscura fuerza el novelista. En un ensayo de
la Pedra fingiéndose (quizA creyendo ser) Hijo de Dios; Poesía e vida lo ha señalado el mismo Lins do Rego.
exigfa sacrificio de niños, fecundaba a las vírgenes ex- Dice a llí, refiriendo una entrevista a la que fue sometido :
citaba el natural histerismo del pueblo, torturado p¿r la "O jornaUsta procuroii talar de minhas influéncias
miseria y la sequfa. Su obra se liquidó con una matanza "estrangei ras, dos rnestres que me haviam nutrido a
cuya responsabilidad recae, según la tradici6n, en ~ "minha tormar,ao cultural - eu Zhe falei dos ceoos can-
ascendiente de Bento. Esta historia que la transmisión "tadores de feira da Parad.ba e P ernambuco. Os cegos

]24 125
"cantadores amados e ouvidos pelo povo, porque tinham más atenta demuestra que lo instintivo en él es la acti-
"o que dizer, tinham o que contar. Dizia-Zhe, entáo, tud de contar, la despierta e insatisfecha curiosidad por
"quando imagino os meus romances, tomo sempre como la vida, la vitalidad. Pero nunca el arte mismo. No debe
"roteiro e modo de or-ientaoao, o dizer as coisas como olvidarse que la primera novela es de sus treinta años
"elas me s1,rgem na memória com o jeito e as maneiras y que un examen de su obra muestra el esfuerzo por lo-
"limples dos cegos poetas. Por conseguinte, o romance grar estructuras novel1sticas cada vez más complejas,
"brasileiro náo terá em absoluto que fr procurar os Ohar- por pr ofundizar la visión psicológica y social, por ma-
"les Margan ou os Joyce para ter ea;isténcia real. Os durar el instrumento expresivo. Lo que hay, indiscutible-
"cegos de feira Zhes serviráo muito mais como a Rabe- mente, en Lins do Rego, es la fluidez natural y la frui-
"lais serviram os menestreis vagabundos da Franca" (2). ción del cuentista nato. Esto no significa que falte la
intencionalidad y la premeditación, que él se complace
en presentar bajo los caracteres de la espontaneidad.
.A. tal punto que no vacila en sostener, como crítico, una
III posición cuyo primitivismo ya ha sido denunciado. Véan-
se estas declaraciones de Poesia e vida :
"Mais uma vez ponho, como base e núcleo de tódas
La critica ha señalado ya, en repetidas oportunidades, "as minhas cogitaooes de ordem estética e de ordem mo-
algunas notas características del arte narrativo de Lins "ral as substáncias que se concentram na vida de todos
do Rego. Esas notas pueden considerarse (y también en "os dias. Nada rne arreda de ligar a arte á realidade,
el buen sentido) lugares comunes del crftico literario. "e de arrancar das entranhas da terra a seiva de meus
Una de ellas ha sido apuntada por Olivio Montenegro "romances ou de minhas idéias. Gosto que me chamem
con estas palabras : "de telúrico e muito me alegra que descubram em tódas
"E contudo náo se pode dizer que seja um grande es- "as minhas atividades Ziterá1·ias foroas que dizem de
" critor no sentido estético ou filosófico da palavra, José "¡mro instinto" (4).
"Lins do Rego : é mais uma naturaleza. O escritor é o Reflexión similar puede hacerse respecto de su imagi-
"homem para quem o estilo, escolhe, analisa, faz e refaz nación, tan alabada. Es indiscutible. Sin embargo, pare-
"a idéia dentro de si: éle subordina a vida á idéia, éle ce atada duramente al realismo, como si Lins do Rego
"Zuta para vencer a Nat1iraleza. Em José Lins do Rego, quisiera prevenir todo desvarío por la observación mi-
"a literatura é mais obra de instinto do que reflea;áo. nuciosa de la realidad. (Lo que no significa que la magia
"'O talento é uma longa paciéncia' náo passa de uma o la superstición no encuentren sitio en su obra, como
"frase sem sentido para o autor de 'Menino do Engenho'. lo encuentran en la vida. Recuérdese al páe Lucas de
"Náo há paciéncia, estudio, rcflea;áo nos elementos; há O moleque Ricardo, Za máe d'agua de Pedra Bonita, las
"subitaneidades e fóroa, improvisaoao e surpreza. José fábulas del sertao en Oangaceiros). Pero Lins do Rego
"Lins do Rego escreve dois romances no mesmo ano, e ha descubierto que la realidad suele ser más fantástica
"a fórQa vital qite tem um vai se encontrar no outro, os que el mundo concebido por la imaginación. Un ejemplo
"mesmos transbordamentos de saude, a mesma exita9ao puede encontrarse en el padre de Antonio Bento, incapaz
"febril" (3). de comunicarse con su mujer y sus hijos, insensible,
Aunque este juicio contenga alguna verdad proviso- vertiendo toda su ternura inútil en un viejo chivo, al
ria, es indudable que Montenegro exagera. (Y no sólo que acaricia y alimenta como s i fuese una criatura.
por el hecho de que únicamente en 1939 publicó Lins do En cuanto al poder descriptivo que, unánime, le re-
Rgeo dos novelas). Digo provisoria porque una lectura conoce la crítica, es, también, poderoso, sin que nunca
aparezca ajeno a l asunto. No hay en sus novelas nada

(2) Poesia e Vida, Rfo de Janeiro, Editora Universal, 1945.


Art. Ooisa1 ae Romance, pl1g. 54.
(3) et. Ob. cit., p!í.g. 135. (4) Ct. Ob. oit. Prólogo, plig. 5.

126 127
de la descripción externa que linda (o cae) en el inven-
tario. (El siglo XIX escapó apenas, en la obra de sus "tistas e romancistas nossos, mas sem que se detivesse
mejores, a esta siniestra tentación). En realidad, mlís "ern cada personagem com o mesmo carinho com que
que fuerza descriptiva lo que posee Lins do R ego es un "se estendeu na magistral análise de sacristao : Lins do
mlígico poder de observación que se derrama en sus "Rego soube caracterizar a cada um com Tmmanidacle
páginas con minuciosa, morosa, delectación. "i ntensa" (6).
• (De la lengua sabrosa, a la que también se r efiere
no h ace falta hablar. Baste que la señalen sus compa~
triotas y que él mismo, en alguna defensa del arte po-
IV pular, baya subrayado esta intención de su arte):----
Es claro que la crítica no ha dejado de apuntar - a
veces con miope insistencia - los defectos de Lins do
¿Es posible una caracterización sumaria del arte de Rego. Uno de los mlís denunciados (aunque sea parcial
Lins do Rego? Uno de sus mejores críticos ha resumido y no afecte la validez final de su obra) es el infantilis-
así su impacto : mo gramatical, bastante pronunciado en los pr imeros
"O escritos de linguagem mais saborosa, colorida e libros. Es necesario, sin embargo, ahorrarse alguna con-
"nacional que nimca t ivemos; o mais possan t e contador, fusión. El lenguaje de Lins do Rego es, muchas veces,
"o documentador mais profundo e essencial da civili- deliberadamente torpe. Se ajusta no s6lo al habla del
"za9ao e da ps·i que nor<lestina; o mais fecundo inventor per sonaje que piensa, sino a la sinta..'\'.is y a la propia
"de casos e de almas" (5). capacidad lógica de este. Hay, en tales casos, una inten-
No quiero insistir en dos aspectos que Mario de An- ción afectiva que el crítico no puede ignorar. Véase,
drade recoge y que he indicado a ntes (su cualidad de a título de ejemplo significativo, la reacción del moleqite
cuentista nato, la condición documental insuperable de Ricardo, al conocer la muerte desdichada de su novia :
su obra), pero quiero subrayar, en cambio, lo de inventor "Ai já R icardo nao ouvia mais nad a. Saiu como o
de casos y de almas. Porque muchos que han creído en " balaeiro parando aqití e acolá, sem saber, ao léo, de
su arte, han llegado a pensar que sólo era un admirable "corpo mandado. A cabe9a nao tinha nacla dentro, as
cronista, un puntual historiador. Y Lins do Rego es, " pernas bambas. O que éle fazia, náo sabia. Os paes
sobre todo, un creador novelesco. Y como señala el mis- "iam ficando pelas casas. Come9ava a chover e guarda
mo A.ndrade, inventor de casos y de almas. Voy a repro- " chuva debaixo do braco. A maxambomba passava rnn-
ducir unas palabras del mismo, complementarias de las "cando por éle, e os outros paozeiros de corneta na bóca
citadas: "acordavan a freguezia. Ricm·ao era mn homem morto
"Outro analista de absoluta primeiira ordem é Lins "naquela hora. A dor aind a náo se comunicara ait que
"do Rego. Lins do Rego é iim mundo, pra m im a maior "éle t inha de vivo. O cora9ao do negro permanecía com
::personalidade de roma':cista que já tivemos. Tem acao, "o seu batecum, mais batia dentro de mna caixa como
tem documenta9ao soci,aZ, tem sabor regionalista. M as, "cu alquer outra. Ricardo perdera a sensibilidade com o
"a meu ver, uma das smis qualidades mais fortes é a "choque. Só a foi r ecitperando qiiando chegou no fim
" descri9ao de almas. Se buscarmos um dos seus roman- "de Joao d e Barros. Aí o carpo recobrou a humanid,ade,
"ces mais d e acao, mais repletos de anedotas e docu- "os nervos entraram em funcao. E éle relembrott a Guio-
"mentacao regional como o espléndido 'Pedra Bonita' " mar e o que seu L ucas lhe aissera. Há mais de hora
"ainda o analista vivaz aparece com grand e clareza. " qi1e estava fóra de si, como loiico. Há mais de hora que
"'.I'óda aquela sér·i e de individuos típicos das nossas ci- "o mundo girava sem éle saber que era gente. P ensou
" dades paradas do interior já foram descritos por con- "logo em voztar para casa. Queria chorar, fazer quaZ-
" quer coisa que fósse . Em casa foi para o quarto de

(5) Cf. Mario de Andrade : O l!lmpalhador de Passarinho


Sao Paulo, Livraria Martino Editora, 1949, plig. 119. '
(6) Cf. Ob. cit., pligs. 186-137.
128
129

Narradores de esta América. - 9


"portas fechadas e as lágrimas aliviaram o pesso de seu naje llega con su carga de vida y muerte a cuestas y
"abra90. Na padaria batiam massa. Aquéle bani!ho vinha soporta, con horrible intensidad, esa carga. La motiva-
" para éle como un toque do mundo. Havia gente viva ción psicológica, antes que la estética, me parece (con
" no mundo. Guiomar morta. Tudo morrera para Ricar- respecto a Lins do Rego) siempre más certera.
"do. Ohoroi i muito. Queria chorar alto como nos tempos También se ha señalado una semejanza en el pro-
"de menino, chorar alto até que a mae Avelina chegava cedimiento de caracterización de los personajes en Dic-
"para acalentar. Ohorava mesmo alto de mais para que kens y en Lins do Rego. Ya se sabe (y Orwell lo puso
" a mae viesse para éle e o botasse no colo" (7). tan nitidamente en evidencia) que ~~kens lograba la
Hay otro defecto que merece consideración aparte : máxima apariencia de vida al concentrar todo un per-
la repetición, el ritornelo, en la narración. Puede encon- sonaje en un rasgo, de suma eficiencia plástica, que a
trarse en cualquier página ; en ésta, por ejemplo : primera vista podría resultar solamente caricaturesco
"Era assim a casa grande de Araticum. Devia ser o excéntrico y que, sin embargo, era sumamente revela-
"assim há cem anos atrás. Nao seria o velho Bentao que dor, ejemplarizante. Quizá el caso más memorable sea
"a viesse moaificar, aar-lhe formas novas. Quem o visse el del viscoso Uriah Heep, en David Oopperfield, fro-
"pela primeira vez, diria o homem que éle era. Alto e tándose incesantemente las manos con su pegajosa hu-
"magro, de barba rala, deixada ao tempo, de oihar duro mildad. Lins do Rego realiza un proceso semejante ;
"d,egaviao, e calado, furiosamente calao como se o uso aunque de rasgos menos acusados ya que su visión no
"da palavra o constrangesse. Os vizinhos nao gostavam es únicamente caricaturesca. Cada personaje de sus fic-
" de tratar com o velho. Desde mooo que parecía um ciones posee un repertorio limitado e intenso, sus propios
"v ellio, um doente. Nem nas trovoadas de janeiro a sua Zeit motive. Y esa técnica de la repetición envolvente,
"midher e os filhos viam o chefe da familia mudar de agotadora, contribuye a fijar, sin escapatoria posible, su
"humor. O mesmo de sempre, nas secas, nos trovoadas, definitiva imagen. El capitán Custodio, de Oangaceiro8
"na miséria, na meia fartura. Um homem duro de- - que no supo vengar la muerte de un hijo - es tal vez
"mais" (8). un ejemplo notable.
Al mecanizarse, este procedimiento puede resultar Estas reflexiones, algo casuales, soslayan un proble-
intolerable (es lo que les ha ocurrido a algunos imita- ma de la mayor importancia: la composición de las no-
dores infortunados) pero en Lins do Rego obedece a una velas de Lins do Rego. En muchas páginas teóricas, el
necesidad interior, muy fuerte. Sus obras están henchi- autor ha manifestado cierto superfluo desprecio por la
das de personajes, de hechos, de confiictos. Para no obli- composición narrativa. Sin embargo, cualquier lector de
gar al lector a llevar en la memoria (o en alg1in azoroso Pedra Bonita o de Fago Morto o de E!urídice, advierte
fichero) el indice, Lins do Rego da las notas Msicas de ·en seguida que el problema no le ha sido indiferente.
cada personaje (obsesiones, complejos, limitaciones, de- Y aunque no se ven en sus libros estructuras rígidas o
seos, temores) en forma cíclica, con regular insistencia; excesivamente complejas - la s de un Joyce o un Faulk·
de alli surgen una presencia y una tensión. Cada perso- ner, por ejemplo - Lins do Rego logra organizar con
naje se nos enfrenta con sus peculiaridades siempre ac- economía y fuerza su vasto mundo novelesco.
tualizadas, hechizado y sin remedio. Algún critico ha in-
tentado demostrar que este procedimiento obedece al
deseo de obtener una composición musical, contrapuntis-
V
tica. Quizás sea esa también la intención de Lins do
Rego. Aunque lo indiscutible es que para él, cada perso-
¿Hay, acaso, una nota central que vincule y orga-
nice estos caracteres? Creo que puede señalarse una :
(7) Ct. O MoZeque Ricardo, Rfo de Janelr<>, Livraria J o8é la objetividad de este arte, ya apuntada por Lía Corréa
o i¡¡mpi o, 1936 (2.• ed.), Cap. VI, pligs. 40-41. Dutra. Lins do Rego sabe dar su testimonio social, sabe
(8) Cf. "Pedra Bonita" , Rfo de Janeiro, Livraria J08é
OZympio, 1939 (2.• ed.) , Segunda parte, Cap. 1, plig. 172. hacer vivir sus criaturas y ese mundo del sertao o del

J
130 131

; ________
politico, y esto lo sabfan bien los fascistas brasileños, esos
engenho; sabe ser justo con el fanatismo y con la sim- integraZistas que se vieron retratados en el Dr. Pestana
plicidad del alma religiosa, con el esclavo explotado y y quemaron sus libros en la plaza pública;)
con el decadente señor. Y eso porque no toma partido. Es Queda todavía una notá mlí.s: la tragedia. Lins do
decir, porque no conclesciende al panfleto, a l proselitis- Rego, se ha dicho muchas veces, es un escritor triste.
mo barato como el que vulgariza tantas páginas de un Y su amigo, el crítico Otto María Carpeaux, ha desarro-
Jorge Amado, por ejemplo. Su visión puede ser clara y llado la plástica contradicción que se establece entre su
nítida, aunque se deslice (como en O moleque Ricardo, o figura exuberante y afirmativa y la tristeza ingobernable
en Pedra Bonita) a través ele un mundo de pasiones e de sus ficciones. ("Na . tremenda saú d e física de José
intereses encontrados. El mejor ejemplo podría hallarse "Lins do R ego há conciéncia desesp erada de tódas as
en la pintura de las luchas sociales en la primera de las "doenoas possiveis e da morte certa") (10) . No puedo
novelas mencionadas. La historia del timido y buen ne- decir si este retrato es exacto. Quiero creer que lo sea,
grito se proyecta sobre el pueblo de Recife convulsionado pero no descubro la contradicción. No es necesario invo-
por la huelga, preparada por demagogos corno el Dr. Pes- car el ejemplo ilustre de Sófocles, de trato tan suave,
tana y que ha de liquidarse trágicamente con la muerte de apostura física tan vital. Basta leer las novelas de
de muchos y el destierro de otros. En todo momento, la Lins do Rego : son tristes, sí, pero no deprimentes. El
narración transparenta el deseo de veracidad ; Lins do destino de sus hombres puede ser desdichado (casi siem-
Rego quiere dar a cada hombre, por vil que parezca, pre lo es) ; su vida puede consumirse y destrozarse; la
la oportunidad de manifestarse en su verdad (y en su decadencia ser irreparable; la tragedia llegar a su cul-
miseria, también). \ minación. Pero sabernos (sentimos) que no es un espec-
Esta objetividad tiene, sin duda, sus riesgos. Y, según tador pesimista el que contempla y recrea el cuadro,
se ha señalado con acierto, hay cierta ·g ratuidad en l~· Lins do Rego ama a sus hombres; no vive torturado por
que escribe Lins do Rego. De aquí que sea posible pre- ellos, despreciándolos, odiándolos, como sucede a otros
guntarse con algún crítico - y responder - : desdichados creadores. (Flaubert o Sartre, por ejemplo).
"Mas porque nao fica em mim a ressonánoia perma- Lins do Rego los arna y los describe en su locura, en su
"nente de significao vital, deixada por um Morgan, por crimen, con acento de tragedia, y con el mismo amor - la
"Malraux? JJJ mesmo por um Humley ou por um Silone, misma ardida verdad - con que Sófocles ciega a Edipo ;
"no entanto muito inferiores a Lins do Rego como ima- con el amor que se transparenta hasta cuando habla de
" ginaoao e fóroa criadora? ... JJJu creio que isto deriva sus criaturas en sus crónicas; " .. .personagens me domi-
"sempre da gratuidade total, da disponibiZidade filosó- "naram, mulheres· e homens em sofreguidao queriam-me
fica, sociológica, poZitica e mesmo de concepoao estética, "dar tudo que tinham, alma e corpo, dóres e alegrias."
"do grande romancista brasileiro" (9) . · Por _eso en su obra se da siempre la tragedia, no el
No parece éste, sin embargo, el único enfoque posible melodrama. Vale decir: la verdad desgarrada, destro-
del problema. Lins do Rego es objetivo, no por carecer zando, pero no la complacencia blanda o viciosa en el
de posición sino porque su posición está por encima de las desastre, el golpe de efecto que llena de sangre las pá-
posiciones parciales de cada hombre. El que abre un li- ginas sin conmover el alma.
bro suyo descubre que su autor está por el hombre:
porque quiere ser leal y sincero con todos, y quiere hacer
vivir a todos. Para eso necesita mostrar el lado de
sombra.
(Todo esto sea dicho en el sobreentendido de que al
estar por el hombre, Lins do Rego está contra todos los
que intentan su esclavitud, cualquiera que sea su matiz
(10) Cf. Prólogo a Fogo Morto, Río de J"aneiro, Livrarla
JoBé Olympio, 1944 (2.• ed.), p!ig. 9.
(9) Cf. Mario de Andrade, Ob. cit., pll.g. 250.
133
132

;
viejos, mal criado por una hermana mucho mayor, sufre,
a los diez años, un traumatismo psíquico al querer evitar
la boda de ésta. Al no conseguirlo, Julio (así se llama)
VI desea que ella muera de parto. La realidad (el autor) se
pliega a su deseo para atormentarlo con la culpa. El
incesto es la pasión que marca su alma, que lo deforma
Deliberadamente excluí a Euridice de este somero y que-al llegar a la adolescencia-le impedirlí amar
repaso de la obra de Lins do Rego. Eurldice queda como todos, unirse carnalmente a una mujer, y que,
aparte. No s6lo porque transcurre en escenario nuevo convenientemente retocada por las circunstancias lo
para el autor (Rfo de Janeiro) sino porque en ella Lins arrastrará al crimen.
do Rego intenta una novela de proyecciones psicoanalí- La trama de la novela es sencilla, pero el alma que
ticas. En cierto sentido, parece como si estuviera cansa- presenta es sumamente compleja. Aunque esté contada
do de que siempre se le alaben las mismas virtudes por el protagonista, no hay demasiada claridad. Pode-
(vale decir, las mismas elogiables limitaciones) y haya mos saber qué piensa ahora, después de trascurridos
querido demostrar que podía salir de lo regional, del algunos años, pero no podemos estar seguros de por qué
documento sociológico, de las psicologías humildes. cometió el crimen. Menos aún, podemos estar seguros de
Y (también) que era capaz de componer por capítulos quién posee la verdad : el protagonista o los otros. En
breves, con la menor cantidad posible de repeticiones, determinado pasaje, esto resulta evidente hasta para él
una novela de la ciudad, una novela psicol6gica, una mismo. Podría tentarse esta conclusi6n: cada uno tiene
novela freudiana. su verdad. De aquí que, a la complejidad natural de los
La verdad es que, muchas veces, mf!.s que una inno- personajes de Lins do Rego - complejidad que duplica
vaci6n, hay en Euridice una transposici6n. Es cier to la de la misma vida - se sume en este caso, por la uni-
que sucede en Río, pero el ambiente sigue siendo rur~l, lateralidad del enfoque, una permanente ambigüedad.
ya que la familia del protagonista es mineira, que éste Nunca podrá saberse, por ejemplo, si Isidora (la herma-
hace sus estudios primarios en Minas, y que, cuando na) odiaba a su marido; si el estudiante Faria, el ini-
regresa, adolescente, a Rfo, va a vivir a una pensi6n ciador de Eurídice, y que muriera como integraZista,
de la rt1a Catete, llevando la vida de un estudiante del era un canalla ; la misma Eurídice, que parece s6lo una
interior, con desconocimiento casi absoluto de la gran mujer sensual e insensible, escapa a una visión defini-
ciudad. En la novela, está. Río y no está.. Pasa algo se- tiva. Esta imprecisi6n psicológica no puede computarse
mejante al Recife de O moleque Ricardo. También Ri- como defecto. Lins do Rego no quiere - no puede -
cardo iba a la ciudad pero seguía pegado, emocionalmen- mentir, y sabe que cada hombre es un punto de vista
te, al engenho y al vivir en los suburbios, parecía ·pro- mientras que la realidad es plural. La forma de relato
longar una existencia pueblerina. Y hasta diría ml1s : que asume la novela fomenta, naturalmente, esa unilate-
en O moleque Ricardo, con sus escenas de la huelga y ralidad.
del carnaval, Lins do Rego alcanzaba a pintar mejor (Todo lo que apunto aquí sobre Eluridice debe consi-
el mundo caótico y tenso de la ciudad. En Elurídice, en derarse provisorio. La obra resulta demasiado nueva
cambio, la narraci6n se refugia en la descripción suma- para un lector de Lins do Rego: es familiar y distinta,
mente amena, de la casa de pensi6n o en el conflicto a la vez. Haría falta una mayor distancia ; haría falta
sombrío del protagonista y soslaya el verdadero mundo saber si es un camino que se abre ante el novelista o
urbano. una experiencia aislada, sin continuación. Queden estas
Con estas reflexiones no pretendo desconocer la di.fe- interrogaciones para otra oportunidad.)
rencia que existe en Euridice y las otras novelas de
Lins do Rego ; indico apenas que mf!.s vale buscarlas en
la entraña misma de la obra. Aqui el acento está. puesto
en una psicología torturada. El protagonista, hijo de

134 135
"( ... ) Ele ama o seu Pernambuco para mais ainda
"amar o seu Brasil" (11) .
Toda novela brasileña ha de ser regional. Y no se
cr ea que ensayo la paradoja si agrego : aún la ciudadana.
Porque, ¿hay acaso una ciu dad brasileña típica? He visi-
VII tado (he residido, también) Río, Porto Alegre, Sao Paulo,
t • Santos, Bahía, y las r ecuerdo, una a una, inconfundi-
bles en sí mismas, un mundo aparte. Lo que dije a pro-
¿En qué sentido los problemas que plantea (y re- pósito de Eurldice sirve en este caso. Lins do Rego des-
suelve) la obra de Lins do Rego son problemas de la cribió alli mi Río. uno de los Ríos posibles. Ni el afiebra-
no\·ela brasileña? Cr eo h aberlo insinuado ya. P er o con- do de la Explanada do Oastelo, ni el turístico (y un poco
vendrá un último r epaso. artificial ) de Copacabana , asomaron su per fil en Euri-
Ante todo, el problema del regionalismo. La novela dice. (Y no porque Lins do Rego, que esté. r adicado hace
brasileña no puede no ser regional, ya que el Brasil en años en la capital carioca, no los conozca bien) .
su materia, en su carne natura l. no es una unidad, sin? Es imposible - por ahora - esa novela brasileña total,
una pluralidad de r egiones, cada una con sus peculiari¡ que intentó, con tanta ciencia y tanto arte, Mario de
dades, con sus limitaciones y sus encantos, con su folklo- Andrade en Macunaima. Al pretender asumir en un hé-
re y su tragedia, con su incanjeable feli cidad. Esto no roe folklórico y en una historia toda la narrativa brasi-
significa que el escritor deba encerrarse en su reglón, leña, en lo que tiene de más auténtico, Andrade logró
manteniéndose incomunicado. El propio Lins do Rego una obr a de extraor dinaria atracción, de indiscutido
lo explicitó nfüdamente en una página sobre Gilberto mérito, pero una obra que se ve obligada a desconocer
Freyre que vale la pena releer: los limites narrativos, que se derrama sobre la épica,
"O regionalismo de Gilberto Freyre tem a fórfia que se nutre del lirismo popular y que por ser tan ge-
"poética de A fonso Arinos e a capacidade de penetracao neral, acaba no sien do asimilable totalmente por ninguno
"de Euclides da Cunha. Ele nao quer sentir sómente, de los mundos que componen el Brasil. El regionalismo,
" que1· aprofundar-se. E cultural, no sentido sociológico. entendido con la penetración con que lo practica y expone
"E por conseguint e é mais humtMio. Ele nao fica o sau- Lins do Rego, parece ser la vía más segura, por ahora,
"doso, o po eta que se contenta com os t emas poéticos, para alcanzar ese universalismo brasileño que, al fin y
"tomados pela superficie; éle quer valorizar, conhecer, al cabo, es el de todos, en América.
"medir, suger·ir. O BrasiZ é o seu tema, ou melhor, a vida Otro problema, estrechamente vinculado con éste, es
"de seu corpo de idéias. Pernamb1ico entr a na formacao el de la cuestión social. La novela br asileña no puede
" de se1.ts livros como sangi1e e carne. Nao é Pernambuco escapa r a su destino de documento social que refleje, en
"de instituto histórico; é tima r egiao que palpita, que toda su vitalidad, en los males que lo atacan, el enorme
"treme de vitalidade, nos seus r-ios, nas suas ruas, nos país. Y esto es lo que han hecho los mejores novelistas :
"partidos de cana, nas suas populacoes de aesnutridos, mostr ar la faz social. Es clar o que algunos han aprove-
"nos seus arrancos de coragem, nos seus instintos de chado l a coyuntura para pr edicar su der echismo o su
"franqueza. izquierdismo. La verdadera actitud la ha dado (entre
"A terra natal ptM·a Gilberto Freyre nao é o mar de otros) Lins do Rego: verdad, objetividad. Por eso ha
"rosas, o paraíso dos apaiwonados sem con tr ole; é a podido decir con acierto uno de sus cr!ticos :
"terra com as suas grandezas e as sitas deficiéncias. "José Lins do Rego é muito mais, portanto, do que
"E coisa humana. P ara que éle fósse o g1·ande escritor "o escritor de uma classe; é o romancista de uma so-
"que é, bastava que se desse a 1·ecor dat'. Mas seria um " dedade, em determinada época do seu desenvolvimento,
"grande escrit or como Afonso A.Tinos, sem humanidade "com tóaas as difimi ltades que a abalam, con todos os
"mais l arga. O regionalismo de Gilberto Freyre se ali-
" menta de realidades. (11) Cf. Poesia e Vida. Art. Gilberto Freyre, pAgs. 40-41.

136 137
"tipos humanos que a componem, con tódas as diver-
"géncias que a separam" (12).
Por eso, ha podido agregar, refiriéndose a O moleque
Ricardo:
"Oreio que. José Lins do Rego foi o primeiro a apresen-
"tar o negro no romance nacional mais como um repre-
" sentante de classe do que como um 1·epresentante de
"raoa" (13).
Queda un problema de indole más espec1ficamente li- MARTA BRUNET EN SU FICCIÓN
terario: el realismo. Ya señalé en otra oportunidad que
la confusión de muchos críticos de literatura iberoame- Y EN LA REALIDAD
ricana consistia en oponer el regionalismo al cosmopo-
litismo. También señalé que la auténtica oposición debía
plantearse (se plantea, en verdad) entre escritores de....._ 1
literatura realista y escritores de literatura fantástica.
Esquemflticamente expuesto, el problema parece inso-
luble. De hecho, el realismo de los escritores brasileños Un día del año 1924, la vida literaria en Santiago de
regionalistas y sociales no es incompatible con la intro- Chile se agitó con la publicación de una novela corta que
misión fantástica. Una tierra tan empapada de poesia firmaba Marta Brunet. Nacida en Chillán (1901) y hun-
fantástica, no podia producir únicamente documentos de didas profundamente sus raíces en la tierra, la joven
lo material. Por eso, la magia impregna sutilmente la narradora había despreciado las convenciones de la lite-
trama de muchas de sus novelas. Y aunque algunos de ratura femenina de entonces en América hispánica y
los mejores se resistan a la fácil tentación del pintores- había escrito un relato que sorprendía por su crudeza,
quismo (que obliga a introducir regularmente una ma- por la objetividad con que mostraba la pasión y el cri-
cumba o repetir algún tema folklórico) hasta los más rea- men en las tierras del sur de Chile. Montaña adentro se
cios muestran su obra contaminada de esa magia que, llamaba la nouvelle, y ella bastó para situar a Marta
en última instancia, deforma el realismo crudo, lo enri- Brunet en las letras del momento y para colgarle el epí-
quece de símbolo y misterio. De ese realismo es máxi- teto (algo equívoco) de criollista. Otros cuentos, otros
mo exponente la obra novelesca de José Lins do Rego. libros, permitirían dibujar mejor la fisonomía literaria
de esta narradora ; mostrarían la evolución de su arte
(1953) hacia formas más dramáticas y (también) más despoja-
das de lo inesencial del criollismo - abuso de color lo-
cal, abuso de la jerga - ; documentarían incluso una
tendencia hacia la narración fantflstica que, a primera
vista, era insospechable en la autora de Montaña adentro.
La perspectiva actual de treinta años y de una obra
proseguida con intensidad, sin pausa, permite una mejor
comprensión de este relato, y de los que inmediatamente
siguieron, reeditados (con inequívoco carácter de home-
naje) por la Editorial Losada de Buenos Aires en 1954.
Junto a Montaña adentro (escrita en 1923), se publican
en volumen Bestia dañina (1926) y Maria Rosa, flor de
Quillén (1929). Leidos ahora y en su secuencia temporal
(12) Ct. Lla Correa Dutra : O Romance Braat.leiro e Joat se advierte ante todo, una fidelidad de la autora a su
Una do Rego, Lisboa, Sea1"a N o11a, 1938 , p§.g. 7. mundo de infancia : el mundo de la áspera y cálida mon-
(13) Cf. Ob. oif., p!\g. 19.

138 139
taña, del trabajo dur o y las pasiones violentas, de la
explotación del hombre por el hombre y de la entNiga, por su blandura o muelle sensualidad. Ell vigor, la trans-
fatalizada, al crimen o al vicio. Un mundo de caracteres parencia e inmediatez de la mirada de Marta Brunet,
violentos, acechado por el melodrama, y en que la san- no soportan esos calificativos de lo femenino sensiblero.
gre no se ahorra. Pero (y también) un mundo en que la La mujer es, en sus relatos, un ser poderoso y entero :
pasión auténtica, aunque destructora, y el amor y la es capaz de soportar la traición o la violencia, capaz de
ternura y hasta la generosidad no están siempre au- ser burlada y rescatar, completa, su virtud, capaz de
sentes. entregarse con profunda devoción. No es un ser tallado
Ese mundo está recreado por Marta Brunet con elo- de · una sola pieza, sólo paciente y sufrida superficie.
giable objetividad. Las situaciones pueden ser violentas Puede cambiar y suele cambiar. Cata necesita encontrar
y hasta procaces (hay mlís de una seducción, más de un a su segundo hombre, al puro Juan Oses, para volver
crimen, dicho en sus sórdidos detalles) pero jamlís se a sentirse mujer; Meche, la hija díscola del segundo
advierte en la narración la menor complacencia. La auto- \ cuento, deberá enfrentarse a su padre, engatusado por
ra acerca su mirada, limpia y clara, a la faz de este una calculadora (la Bestia dañina del título) para exis-
mundo y la reproduce en toda su fuerza y en toda la tir y perderse en el odio ; María Rosa despertarií de su
pureza de su destrucción. Es ejemplar, en este sentido, la prolongada adolescencia de muchacha casada con un
escena en que Cata (protagonista de Montaña adentro) viejo para asumir su condición de mujer en las provo-
dice al hombre que la ha seducido o al que se ha entre- caciones de Pancho Ocares. Cada una de estas figuras
gado, que va a ser madre, y él le contesta : vive un conflicto que no está en los términos mismos de
- "¿Estáis segura siq1iiera de qu'es mio?" la anécdota, sino que corre, no siempre visible, por de-
Otro autor (el Onetti de Tierra de nadie, por ejem- bajo de la trama del cuento, dlíndole una consistencia y
plo) no podría no deslizar en el episodio alguna nota de una dimensión dramlíticas, difíciles de glosar pero lumi-
cinismo, de sensualidad corrupta ; en Marta Brunet, lo nosamente intuibles a la lectura.
que emerge es la fuerza, sal vaje, de la mujer que en ese
mismo insta nte se separa del hombre y rescata su per-
dida dignidad y la posesión entera del hijo.
Similar (y tan ilustrativo de la visión honda de la III
autora) es el episodio del tercer cuento en que Maria
Rosa es humillada por Pancho Ocares, al que se ha entre-
gado después de a rtero asedio, con la revelación de que Porque estos relatos de Marta Brunet padecen de una
si la poseyó fue para cumplir una apuesta. Entonces Ma- evidente contradicción: la trama suele ser trivial o pre-
ría Rosa, la honesta y fiel María Rosa, echa al hombre visible o meramente melodramática, la visión qlie la
de su lado , lo reduce a la condición de mero ladrón de sustenta no es nunca vulgar. Se advierte luego que la
honra, le azuza los perros, y borra asi (no por clílculo, materia anecdótica no tiene impor tancia: que lo real-
sino por recuperada integridad) lo que fue flaqueza sin mente importante es la pasión que ocurre en el perso-
culpa. naje central : ese otro conflicto que está hecho de súbi-
tas apasionadas revelaciones, de violencias morales, de
ardimiento amoroso, o de profundo odio, de crecimiento
II inexorable del Destino. Los incidentes no importan en
sí mismos sino en su capacidad de r evelación. Podrá
despreciarse, en el plano de la intriga, la preparación
Un universo f emenino, ha dicho Guillermo de Torre de la fuga de Meche con Víctor (tan fatigada de casua-
en su prólogo. Es verdad : un universo construido por una lidades, tan bruscamente introducida en el relato) ; sin
mujer, con visión femenina, centrado hondamente en la embargo, es de fulgurante intensidad, la escena en que
intuición de lo femenino. Pero no un universo femenino la muchacha provoca al joven y le resuelve a ser cóm-
plice (inadvertido) de la venganza contra el padre de
140
141
,
ella. En este instante, cuando él acaricia el cuero del El rostro que asoma detrás de estos cuentos tiene
zapato de la muchacha bajo su ardiente mirada, alcan- una mirada serena y penetrante y trasluce una visión
za Marta Brunet la expresión total de una pasión : la que no nace de la mera curiosidad o del conocimiento
destrucción del odio. adquirido con prisa sino que recoge, desde muy hondo
En ninguno de los tres cuentos es más intensa esa en la tierra y en los hombres, una cierta sabiduría ele-
comunicación pasional con el lector que en M U1ria Rosa, mental. Es el rostro verdadero de Marta Brunet, y,
flor de Quillén, con su pausado ritmo, su segura pro- . aunque increíble, es el rostro mismo de la escritora.
gresión, la intensidad que adquiere el combate interio.r \
de la protagonista a medida que se va hundiendo en su
carne (no tocada por la sensualidad del marido) la ima-
gen de Pancho Ocares. Con nada o casi nada consigue V
Marta Brunet comunicar esa tragedia de la revelación
de la sensualidad provocada por un ser indigno, y la
catá.strofe de la posesión cuando Maria Rosa sólo des- Quienes visitan su departamento en un último piso
cubre brutalidad en lo que creía ternura. Esa capaci- (octavo) de la .A.venida Bulnes, en Santiago, descubren
dad de penetrar en el alma (que no se opera por el en la penumbra cuidadosamente mantenida una distri-
análisis moroso, como en P roust o Virginia Woolf), bución de muebles, libros, cuadros y cerámicas que es
sino por la intuición directa, poética, es la cualidad muy semejante a la de su departamento en Buenos
central del arte de Marta Brunet. Una cuaUdad que Aires. Porque Marta Brunet, que fue tantos años cón-
sobresale ya. en Maria Rosa y que, corriendo años y sul de su pafs en la Argentina, ha vuelto a Chile para
libros, le permitiría la plenitud - tan áspera y trági- continuar su mundo de Buenos Aires: un mundo (aclaro)
ca - de Piedra callada (1943) . que ya era chileno en Buenos Aires. Como los de sus
cuentos, este mundo es esencialmente femenino. Pero
no de un feminidad cruda, s ino exquisita, pulida por
IV los años de cultura, como en uno de esos poemas de
Bandelaire que Tagore rechazaba (l don' t like your
furnifare poet, dijo un d1a a Victoria Ocampo) :
En uno de sus Ensayos críticos, se pregunta George
Orwell por el rostro del escritor que asoma detrAs de D es meubles lwisants,
sus p!iginas : "Ouando l eemos cualquier escrito marca- Polis par les ans,
" damente individual tenemos Za impresión de ver .un Décoreraient notre cham/Jre;
"rostro tras Za página. No t iene por qué ser el rostro
"real del escritor... Lo que uno ve es el rostro q1te el .A. diferencia de Baudelaire, el exotismo de Marta
"escritor debería tener." Brunet no la hace salir del país natal, o casi. Porque
Detr!is de los relatos de Marta Brunet asoma un los mejores objetos de su espléndida casa son de Chile,
rostro de entereza y de sensibilidad. No importa que recogidos por ella y traídos de los lugares mlis increí-
el crítico advierta, aquf y allf, los trucos del oficio : un bles : cerámicas pesquisadas en el luminoso Mercado de
desenlace que se prepara gracias a un detalle prescin- Santiago o idas a buscar a sus fuentes, en Temuco o
dible o arbitrario; una descripción que demora inne- en Chilllin; calvarios embotellados, traídos de la clircel,
cesariamente o rompe, con su carga didáctica , la ten- en que los presos matan horas haciéndolos, o cruces rlis-
sión de una escena ; un rasgo de estilo en que el lirismo ticas, buscadas en empolvados bazares, rescatadas del
fracasado se pone en evidencia. No importan estos tru- tiempo y de la indiferencia. Cada uno de esos objetos,
cos porque está.o a la vista y son pruebas de aprendi- hechos por la mano del hombre o por la de la natura-
zaje, de inmadurez narrativa. Pero nunca pruebas de leza (como los espléndidos sonrosados caracoles) , ha sido
deshonestidad creadora, nunca trampas. encontrado un dfa por Marta Brunet, obtenido por ella

14.2 143

,
como pieza individual y digna de amor. Y cuando los "ag1ta. Todo es claro, preciso, recolet o: casa colonial
muestra, cuando los presenta al curioso, se ve lo que "que implica señoría 11 que a ustedes y que a mi ame-
cada cosa significa en sí misma, aunque no pueda sa- "ricanos, 1rns es familiar, porque es Za casa de los' abue-
berse siempre qué significa también para ella. " los que guardamos en el coraoon como el más dulce de
No hay, sin embargo, un part-i pris de criollismo. "los recuerdos de infancia."
Marta Brunet ha vivido demasiado tiempo fuera de la No se crea, sin embargo, que este feudalismo (la
montaña, tantos intensos años en Santiago o en Buenos palabra es de Enrique Espinoza) es negativo. Tiene to-
Aires, para querer inscribirse como en un museo de re- dos los atributos de la visión matriarcal : piedad, com-
liquias autóctonas. Lo que hay es una sabia distribución prensión honda, participación vicaria en el sufrimiento
de los tesoros del arte popular chileno en un marco que entereza para comprender y padecer. Por eso, sus mis'.
es marco de ella, de su persona y de su cortesía. Por eso mos relatos pueden comentar y subrayar, sin eufemis-
hay también porcelana francesa o grabados españoles mos, la condición social de explotados y de humillados
(interminable, elocuente muestrario de mujeres ilustres, de los trabajadores rurales. Porque su feudalismo es
según óptica del siglo xrx) ; y hay también máscaras de raiz Y se hunde en la tierra, en el amor de la tierra
mejicanas y libros de todas las nacionalidades. y en su capacidad de perdurar.
Porque el criollismo de Marta Brunet (en su arte y
en su vida) es una consecuencia de su origen y no una
elección de moda literaria. Ella es mujer de montaña
adentro y a la montaña está ligada por las horas de VI
la infancia y la sangre de sus padres y los padres de
sus padres. Cuando se la conoce, cuando se encara uno
con esa mujer alta y fuerte, de mirada crepuscular y Así como sus cuentos arrastran la violencia sin re-
sin embargo tan penetrante, de voz suave y plena (Qui godearse en ella, Marta Brunet acepta su existencia con
h1tbo, hijito lindo), en ese marco, su marco, lo primero entereza y sin solicitar privilegios. Le ha tocado vi vir
que se advierte es la solidez de la persona. No la soli- alejada mucho tiempo de su patria y de los suyos ;
dez material sino la solidez del espíritu. La cortesía ahora vi ve en Chile nuevamente, ligada al clan de las
matriarcal, una serenidad que parece fluir de ella, la Brunet (como las llama, en broma) pero separada de
precisión con que se mueve en la penumbra, con que afectos creados en Buenos Aires. Le ha tocado también
sirve una bebida, o enciende alguna lámpara que no la cuota de enfermedad (la vista), en ella agra vada por
viola totalmente la sombra, o habla sin pausa pero s in el oficio. Pero como las mujeres de sus cuentos ha sobre-
prisa, son todas formas de esa misma cosa : la solidez vfrido y ha recobrado siempre su entereza, su ejemplar
de su persona. equilibrio.
Esa solidez emana de la tierra y de la posición cen- No le faltaron apoyos porque su misma generosidad
tral de su visión; es una visión feudal. Porque ella no humana exige correspondencia y la obtiene sin esfuer-
escribe de esos seres miserables y explotados de mon- zo. Por eso el visitante casual de su octavo piso sabe
taña adentro como uno de ellos. Escribe con esa obje- que junto a la cortesía generosa de Marta Brunet puede
tividad (que en grado supremo tuvo Quiroga) del que encontrar, en la tarde santiaguina, la conversación chis-
contempla y comprende pero no participa sino por el peante (e incesante) de González Lanuza o la modulada
arte o por la intuición. Su mundo campesino está visto baja, elegante y tal vez preciosista dicción de Alone, ~
por una mujer en que perdura, viva, una h erencia de la limpia ironía con que viste su humor González Vera,
antepasados que fueron patrones. En una conferencia o el obstinado silencio de Enrique Espinoza y la enorme,
bonaerense en que evoca el local donde se reun1a el sólida, estructura de Manuel Rojas. En ese octavo piso
grupo de los Diez, se ha dejado decir d·e sus r aíces: Y mientras Santiago se decora de crepüsculos (ella
"En el patio hay naranjos y limoneros, una alta pal- misma se los enseña a los visitantes en una ronda de
" mera y una fuente qtte dice su romántica canción de ventanas), Marta Brunet desarrolla su persona : se ins-

144

Narrad9res de esta América. - 10


tala, central y poderosa, hundida firmemente en su tie-
rra y en las rafees de sus antepasados, a contar (con
contagiosa alegría, con nostalgia) alguna anécdota de
la montaña, a preparar en la invisible plígina oral el
borrador de alguno de sus cuentos.

(1955)

DOS NOVELAS DE ALEJO CARPENTIER

Ell relator de Los pasos perdidos (1953) es (como su


autor) un musicólogo hispanoamericano que se dedi ca
a investlgac"iOñes sobre música primitiva y-que tiene
una teorra sobre el origen de la música. La expone en
la pligina 27: "Inconforme con las ideas generalmente
"sustentadas acerca del origen de la música, yo ha1Jia
" empezado a elaborar una ingeniosa teor·ia que e3Jpli-
"caba el nacimiento de la e31presi6n ri t mica primord·ial
"por el afán de remedar el paso d e los animales o el
"canto de las aves. Si teníamos en cuenta que las ¡Jr'i-
"meras representaciones de r enos y de bisontes pintados
"en Za paredes de las cavernas, se debían a 1m mágico
"ardid de caza - el hacerse diteño de la presa por la
"previa posesión de su imagen-, no andaba muy desa-
"certado en mi creencia de que los 1·itmos elementales
"fueran los de trote, el galope, el salto, el gorjeo v el
"trino, buscados por la mano sobre un cuerpo r esonant e,
"o por aliento, en la oquedad de los juncos."
Antes de que el relator tenga oportunidad de com-
probar la falsedad de su t eoría (en medio de la selva
ecuatoriana, asistiendo a los exorcismos de un hechi-
cero sobre el cadáver de un cazador muerto por la mor-
dedura de un crótalo) ; antes de que pueda elaborar una
nueva teoría apoyada en su propia experiencia directa
de la müsica primitiva, el relator llevará a l lector al
descubrimiento de un mundo más accesible y conocirlo:
el mundo sentimental de l"homme moyen sensuel de u na
gran ciudad de hoy. Porque este musicólogo es tam-
bién un enamorado. Esposo de una actriz ~or.teameri­
cana que el éxito eterniza en la r epetición del mismo
papel noche tras noche en un- escenario de falsa coluro-

H6 147
nata sureña el relator se consuela de la escasez o pre-
visible regularidad del abrazo conyugal con una mucha- pueblo perdido en la selva, es en realidad un viaJe en
cha francesa, Moucbe, seudo-astróloga y seudo-intelec- el tiempo : un regreso a la América precolombina, a la
tual que ha adquirido rápidamente en Saint-Germain des América que fue conquistada y colonizada por los épi-
Prés algunos hábitos de lenguaje y de otra clase. Tra- cos buscadores de El Dorado. Otra cosa descubrirá pron-
gado por la gran ciudad (New York, aunque no se in- to (y con dolor que da a la aventura un trasfondo
siste en la identificación) , reducido a una unidad den- dramático) : que ya es tarde para él, que el regreso a
tro de la masa indiferente, poco más que la satisfac- los orígenes no borra las huellas dejaclas por la civili-
ción del sexo le queda al relator. Eso y el rumiar algún zación. Porque instalado con Rosario en la primitiva
proyecto (teoría sobre el origen de la müsica, imposible comunidad, se ve obligado a regresar al munclo civili-
versión musical del Prometheus Unbound de Shelley). zado, para buscar papel y tinta con que componer esa
Ese vegetar se verá interrumpido por el ofrecimiento Treno sobre la invocación de los muertos en la Odisea
de una Universidad norteamericana de remontar un rio que el viaje ha liberado por fin dentro de sí.
en busca de algunos primitivos instrumentos indígenas Cuando regresa, la civilización lo prende con sus
en un inaccesible lugar de América hipánica (que tam- halagos y con leyes y compromisos ; lo compromete con
poco se i dentifica totalmente pero que es de la zona Moucbe y con Ruth que no están dispuestas a soltar la
ecuatorial ). Para el lector, la oferta no es demasiado pr esa y quieren compar tir su fama, si no sus sentimien-
tentadora; para Mouche es la oportunidad de unas va- tos. Por eso, cuando retorna por segunda vez a l pasado,
caciones pagas ya que (sugiere) hay que estafar a la ya es tarde. La moraleja, expresada en las últimas pá-
Universidad, divertirse y volver con las manos vacías. ginas del relato, es: "Los mundos nuevos tienen que ser
Pero el Destino quiere otra cosa : el Destino quiere "vividos, antes que explicados. Quienes aquí viven no lo
que el relator vuelva sobre sus pasos, desande el ca- "ñace1~ por convicción intelectual; oreen, simplemente,
mino trazado en la extranjera selva de asfalto y recu- "que la vida izevadera es ésta y no la otra. Prefieren
pere la ruta de los orígenes. Al llegar a cierta capi tal "este presente al presente de los hacedores de A.pocalip-
hispanoamericana, tampoco identificada, los recibe una " sis. FJl que se esfuerza por comprender demasiado, el
revolución que con sus esplendores de sangre y escasez "que sufre las zozobra s de una conversión, el q1.te pue-
de agua corriente, corta el ritmo de la vida cotidiana "de abrigar una idea de renuncia al abrazar Zas costum-
civilizada ; esa revolución indica la primera etapa en "bres de quienes forjan sus destinos sobre este légamo
el viaje regresivo al pasado. Más tarde, al internarse "primero, en l ucha trabada con las montañas y los ár-
en pueblos y poblachos, al abandonar la tracción mecá- " boles, es hombre vulnerable por cuanto ciertas poten-
nica por la animal o por la canoa sobre los portentosos "cias del mmtdo que ha dejado a sus espaldas siguen
ríos, el relator va cumpliendo su periplo hacia los orí- "actuando sobre él."
genes. Para él, es como Volver 7 nacer (o a ser) ; para Entonces el relator explica y se explica: "He tra-
Mouche, flor absolutamente si ntética, es la desintegra- "tado de enderezar un destino torcido por mi propia
ción, el no ser, el regreso a una nada de la que hablaba "debilidad y de mi ha brotado un canto - ahora trun-
en París sin conocerla. Pronto encuentra el relator a "co - que me devolvió al viejo camino, con el cuerpo
Rosario, mujer indígena y elemental con la que cum- "lleno d e cenizas, incapaz de ser otra vez el que fui."
plirá las últimas etapas del viaje, despejado providen- Y más abajo, al reconocer que ese mundo original pri-
cialmente de Mouche. mitivo le está. vedado para siempre, escribe: "pero
A medida que se desarrolla la aventura, e ingres an
" nada de esto se ha destinado a mí, porque la única
personajes tan curiosos como el Adelantado o el griego
"raza que está impedida de desligarse de las techas es
Yannes o fray Pedro, y se descubren formas cada vez
"la raza de quienes hacen arte, y no sólo tienen que
más primitivas de vida, el relator va adquiriendo con-
"adelantarse a un ayer inmediato, representado en tes-
ciencia de que su viaje en el espacio, su desplazamiento
"tinwnios t angibles, sino que se anticipan al canto y
desde el centro de la civilización mecánica basta un
"forma de otros que vendrán después, creando nuevos
148
149
"testimonios tangibles en plena conciencia de lo hecho
"hasta hoy."
••• II

Aunque no faltan teorfas en el libro - y no s6lo teo. Durante la ejecuci6n de la Sinfonfa Heroica en una
rfas sobre el origen de la música (p. 242) sino teorías sala de conciertos de La Habana, un hombre (que ha
sobre la anacr6nica tradici6n am ericana (64-65), sobre llegado tarde, arrojando un billete grande en la taquilla
la fusión de las grandes razas del mundo en América y entrando sin esperar el cambio) vive, en tumultuosa
(J03) o sobre la simbiosis de culturas en nuestro conti- corriente de conciencia sus filtimos minutos de vida. Es
mente (146) - aunque, todo el libro tiene un inequívoco el acosado, o el fugitivo, o el entrampado, o el escondi-
aire de alegoría y , también, de novela cifrada y tal vez do, o como quiera que se le llame a lo largo de EZ acoso
autobiográfica, el lector no prevenido, el lector que (1956), breve e intensa novela de Alejo Carpentier. En
sólo busque en una novela lo novelesco, no saldrá insa- \ el mismo teatro (pero quién sabe dónde) estiín los hom-
tisfecho de estos Pasos perdidos y encontrados. Porque bres que lo han seguido para matarlo, y el acosado, en
algo que ha llegado a dominar con elegante perfección tanto que asimila el impacto de la mtisica de Beethoven,
Alejo Carpentier (nacido en Cuba, 1904) es el arte del y repasa incoherentemente instantes (horas, tal vez
relato fascinante. Por encima de las teorías,_por_enci- años) de su pasado, busca sin pausa una soluci6n: c6-
ma de cierta ostentosa erudición enciclo~dica .JlUe lo mo escapar.
aflige, por encíma de -un estilo ocasionalmente precio- Así plantea el autor su historia de El acoso. Junto
sistaysiempre castigado, Carpenfier sabe levantar una a este personaje, junto a este destino violento, alza Car-
estn1ctura narrativa de sostenido vigor. El conflicto hu- pentier el del taquillero, hombre pusilfmime y frustrado
mano, la aventura mi§J.!la,_ el m.arco ambiental están vi- para quien el billette (que roba) significará algunas
'l'OS y despiertan una apetencia inmediata en el lector. horas en los brazos de la mujer que codicia con un ape-
En este sentido, su progreso sobre un anterior intento tito que desmiente su intento de elevarse sobre su pro-
novelesco (El reino de este mundo, Méjico, 1949) es evi- pia miseria por medio de la música. Ha comprado, de
dente. No porque no hubiera en aquel libro un interés segunda mano, unos discos con la Heroica y se ha pa-
constante, sino porque la evocaci6n de la historia infa- sado días escuchándolos, pero el billete grande le ha
mante y colorida de Haití era s6lo pretexto para un hecho olvidar a Beethoven y al Arte con maytiscula, ha-
r elato lineal, construido con cuidados y amaneramien- ciéndolo correr a casa de la prostituta.
tos que en cierto sentido recordaban a los ejercicios de Ella misma es el tercer personaje clave de esta his-
estilo borgianos en la Historia universal de la infamia toria. Porque antes de recibir al frustrado y superficial
(1935) - aunque éstos de Carpentier no trabajan en el mel6mano ha recogido al acosado. Tejiendo su trama de
lenguaje con la misma profundidad y creaci6n que los uno a otro destino, en racconti que ocupan todo el cen-
del escritor argentino. tro de la novela, consigue dar Carpentier en síntesis el
Pero si el lenguaje es importante en Los pasos per- cuadro de una ciudad convulsionada por el terrorismo
tUdos, si se advierte el saboreQ.. estiUstico y la creación político, de una ciudad en que los atentados estAn a la
verbal como preocupaci6n constante del _a tor, también orden del dfa y en que la matanza en gran escala está
se advierte la subordinación del detalle barroco a la es- minuciosamente organizada. Pero ese es el cuadro tini-
tructura narrativa: el deleite puesto en contar, en re- camente, un cuadro que consigue extraordinaria viva-
crear (por sucesivas inmersiones y desde los antípodas cidad y violencia en algunos capHulos, como el de la
culturales) un mundo primitivo e intacto, un mundo excavación bajo el cementerio (episodio usado ya por
que el mismo Carpentier asegura haber visitado en una John Huston en su film We Were Strangers, 1939) o en
Not a que cierra el volumen; un mundo, en fin, que este el del juicio y ejecución de un traidor.
libro ha incorporado a las letras de América con brío Pero lo que el autor busca no es dar un cuadro, sino
y gusto. penetrar en la psicologia de un personaje, el acosado,

150 151
y mostrar (racconto tras racconto) cómo el muchacho "Be encajaban en Za carne." Otra muestra, del mismo
brillante de provincia que llega a la capital para estu- estilo: "Todo había sido justo , heroico, sitblime, en el
diar arquitectura, acaba por ingresar en la orgía calcu- "comienzo; Zas casas que estallaban en Za noche; los
lada de matanzas que es el movimiento revolucionario, "dignatarios acribillados en Zas avenidas; los automó-
cómo ese joven se convierte en terrorista a sueldo de "viles que desaparecían, como sorbidos por la tierra;
políticos y negociantes; cómo (en una tercera etapa de "los explosivos qite se guardaban en casa, entre ropas
su avatar) llega a ser delator de sus compañeros y blan- "perfumadas con mazos de albahaca, junto a los impre-
co de asesinos pagados (como antes él) para eliminarlo. " sos traídos en cest os de panadería o en cajas de cer-
La historia es de violencia ; el marco es casi idílico. "veza cuyas botellas habían qiiedado reducidas al go-
Porque entre la historia que cuenta Carpentier y la na- "llete."
rración _misma, se interpone su propia naturaleza de es- Los técnicos llaman estilo nominativo a esta forma
teta, de erudito, de sentidor. Carpentier es un musicólo- de narración. Más interesante que el nombre es el efecto
go, además de un hábil escritor. Y ese lado estético de que produce : paraliza el curso del relato, lo divide en
su personalidad (tan evidente en anteriores libros) aca- cuadros (algunos pequeñísimos y ejecutados con arte
ba por imponerse sobre la narración de falso carácter de miniaturista flamenco), lo parcela todo; convierte en
documental. Como el protagonista es un fracasado es- arte de montaje la redacción. Es el triunfo de la vista,
tudiante de arquitectura, Carpentier presenta el mundo sobre todo, aunque también puede serlo del oído. Es la
en que está inmerso, el mundo narrativo, en forma es- estratificación de algo que esencialmente debió ser flúi-
tática, detiene su mirada con amor en calles y casas, do. Borges, en su Historia 1miversaZ de la infamia tam-
en frontis y metopas ; consigue petrificar l a narración bién incurría en un estilo nominativo. Pero en su caso
convirtiéndola en descripción. los verbos estaban elegidos con certera puntería, eran tan
La Habana surge así en una serie de tomas (cada dinámicos y deslumbrantes, que la sucesión de cuadros
una muy finamente compuesta por el ojo experto de resultaba poseída de un movimiento interior irresisti-
Carpentier) como surgia Sevilla en la novela de Carlos ble. En Carpentier no pasa esto.
Reyles - salvadas las distancias estilísticas que van de Y tal vez radique aquí la causa de la insatisfacción
la recamada prosa modernista hasta el expresionismo de que en definitiva produce la lectura de esta novela. Por-
Carpentier. Y como Reyles, también Carpentier cae en que el lector puede superar fácilmente las simetrias
la tentación de hacer literatura descriptiva incluso en (buscadfsimas) del relato; la composición a lo Faulkner
los momentos en que el relato reclama acción. Carpen- por sucesivos racconti que complican más que enrique-
tier no parece haber escuchado jamli.s aquel consejo de cen la exposición; la liviandad con que están tratados
Horacio Quiroga en su Decálogo del cuentista que acon- los supuestos poHticos del tema ; y hasta las razones
seja no perder tiempo en describir lo que el personaje alegóricas que quieren que la misma prostituta sea la
no puede o no quiere ver. preferida del acosado y del taquillero. Pero lo _que pa-
Y en su afán de dar el mundo quieto de calles y rece _imposible de superar es el efecto de ralentisseur
árboles, de ruinas o edificios neo-clásicos, Carpentier continuo que produce el estilo nominativo: ese enfria-
llega a con"Vertir hasta lo que es materia puramente miento brusco de la cálida corriente narrativa, esa coa-
dinámica en pretexto de composición por cuadros. Mu- gulación del relato en torno a estampas, morosamente
chos momentos narrativos están dados por una prosa c2nstruídas, de una casa en ruinas o de una habitación
en que los verbos casi no cuentan y los sustantivos y de azotea en laq ue se refugia el acosado d~ro de
adjetivos cumplen la función narrativa. Un ejemplo: una negra vieja y muerta (estudiado como mapa) o del
"Y, una mañana, se vio arrastrado por 1ma manifesta- esquema de una calle visto desae lo alto. La fotografía
"ción que bajaba, vociferante, Zas escalinatas de Za Uni- y no la narración parece ser l a meta de este novelista
"vesidad. Un poco más lejos fue el choque, la turbamulta que en Los pasos perdidos supo dominar mejor sus pre-
"11 el pánico, con piedras y tejas que volaban loa roB- ciosismos de estilo.
"troa, mujeres pisoteadas, cabezas heridas, 11 balas que (1957)

152 ló3
JUAN CARLOS ONETTI Y LA NOVE~
RlOPLATENSE

En 1939, escribió Eladio Linacero :


"Lo curioso es que si alguien dijera de mí que 801J
'"un soñado1·' me daría fastidio. Es absurdo. He vivido
"como ettalquiera o más. Si hoy quiero hablar de loa
"sueños, no es porque no tenga otra cosa que contar.
"Es porq1te se me da la gana simplemente. Y si elijo
"el sueño de la cabaña de troncos, no es porque tenga
"alguna razón especial. Hay otras aventura8 má8 com·
"pletas, más interesantes, mejor ordenadas. Pero me
"quedo con la cabaña porque me obligará a contar un
"p1·ólogo, algo que sucedió en el mundo de los hechos
" reales hace tinos ettantos años. También podría ser un
"plan ir contando un 'suceso' y un sueño."
El plan alli enunciado por Linacero fructificó no s6lo
en las 99 páginas de El pozo (novela que firmaba J. O.
Onetti) sino, diez años más tarde, en una obra de ma-
yores proporciones: La vida breve (también áe J . O.
Onetti). En esos diez años el arte lineal del primer me-
morialista maduró en la compleja estructura de vidas
y sueños que recoge en un largo relato su legítimo des-
cendiente, Juan Ma.ría Brausen. Vale la pena examinar
con este pretexto - y con la perspectiva de los diez años
- el arte de su creador, Juan Carlos Onetti (1).

(1) Cuatro novelas componen la obra visible de este na-


rrador uruguayo (nacido en 1909) : FJl pozo (Montevideo, Bdi-
ciones Signo, 1939, 99 pftgs.) ; Tierra ele naclte (Buenos Airee,
Editorial Losada, 1941, 253 paga.) ; Para esta noche (Buenos
Aires, Editorial Poseitlón, 1943, 211 p!ígs.) ; La vida breve (Bue·
nos Aires, Editorial Sudamericana, 1950, 389 paga.). Algunas
otras novelas yacen sumergidas ; sus fragmentos pueden rae·

155
"( ... ) Y se descubre que la vida está hecha desde mu-
"chos años atrás, de malentendidos. Gertrudis mi tra-
"bajo, mi amistad con Stein, Za sensación que' tengo de
11 "mi mismo, malentendidos. Fuera de esto, nada · de vez
" en cuan d o, algunas oport1midades
. de oli;ido , algunos
"placeres, que llegan V pasan envenenados. Tai i;ez todo
"-Mundo loco - dijo una vez más la mujer, como "tipo de existencia que pueda imaginarme debe llegar a
"remedando, como si lo tradu,jese." " transformarse en un malentendido. TaZ i;ez, poco im-
"Yo la oía a través de la pared. Imaginé su boca en "porta. Entretanto, soy este hombre pequeño v tímido
"movimiento frente al hálito de hielo y fermentación "incambiabZe, casado con la tínica mujer que seduje o m~
"de la heladora o Za cortina de vetrillas tostadas que "sedujo a mi, incapaz, no ya de ser otro, sino de la mis-
"debía estar T'igida entre la tarde y el dormitorio, en- "ma voluntad de ser otro. El hombrecito que disgusta en
"sombreciendo el desorden de los mitebles recién Zlega- "la medida en que impone la lástima, hombrecito con-
"dos, Escuché, distraído, las frases intermitentes de Za "fundido en la legión de hombrecitos a Zos que fue pro-
"mujer, sin creer en lo que decía." "metido el reino de los cielos. Asceta, como se burla
Con elogiable economía, Onetti enfrenta desde esas "Stein por la imposibilidad de apasionarme y no por el
primeras lineas a los dos mundos en que va a circular el "aceptado absurdo de 1¿na convicción eventualmente mu-
protagonista de La vida breve. Los dos mundos que "tilada. Este, yo en el taxímetro, inexistente, mera en-
separa la débil, facilitadora pared del departamento, "carnación de la idea Juan Maria Brausen, símbolo
nunca llegarlin a confundirse. Para saltar de uno a otro "bípedo de un puritanismo barato hecho de negativas
será necesario que Juan María Brausen asuma un nue- " -no al alcohol, no al tabaco, 1m no equivalente para
vo nombre; que deje de ser Brausen y empiece a ser "las mujeres-nadie, en realidad." O, también, dicho en
Juan Maria Arce. En algfin momento ambos· mundos lle- las palabras con que el protagonista comprende - al
gan a ser tangenciales pero nunca se solapan ; est!in en fin - lo que había estado sabiendo durante semanas
distintos planos; distintas leyes los rigen y el juego del que "yo", "Juan María Brausen y mi vida, no eran otrd
vivir no puede ser el mismo en ambos. "cosa que moldes vacios, meras representaciones de un
El mundo de Juan María Brausen es el mundo de la "viejo significado mantenido con indolencia, de un ser
responsabilidad y la rutina, del hastío y el sinsentido, "arrastrado sin fe entre personas, calles y horas de la
del malentendido que llaman amor. En alguna parte re- "ciudad, actos de rutina."
sume Brausen su vida: "Gert rudis y el trabajo inmundo Ese mundo puede resumirse en la imagen con que
"y el miedo de perderlo ( ... ) ; las cuentas por pagar y Za Onetti golpea al lector desde el comienzo, al empezar a
"seguridad innolvidable de que no hay en ninguna par- comunicar Brausen su obsesi6n: el pecho recién corta-
"te una mujer, un amigo, una casa, un libro, ni siquiera do de su mujer. Las imágenes se acumulan, incesantes,
'"ttn vicio, que p11edan hacerme feliz." O, un poco más crueles : " ... pensé en la tarea de mirar sin disgusto la
tarde y con mli.s reconocible elocuencia : "..4. esta edad "nueva cicatriz que iba a tener Gertrudis en el pecho,
"es cuando la vida empieza a ser una sonrisa torcida "redonda y complicada, con nervaduras de un rojo o
"un rosa qtte el t iempo t1·ansformaria acaso en una con-
"fusión pálida, del color de la otra, delgada y sin re--
" lieve, ágiZ como una firma, que Gertrudis tenia en el
trearse en las pl!.ginas literarias de Marcha (Tiempo de abrazar
por ejemplo, o Nueve de Julio. Onetti ha publicado tambléi{ "vientre y que yo había reconocido tantas veces con Za
algunos cuentos. (Posteriormente a la redacción de este tra- "punta de la lengua"; " ... pensaba en Za mmiana, unas
bajo, se han editado : Un sueño realizado y otros cuentos Mon-
tevideo, Edicionea. NUMERO,_ 1951, 66 pfl.gs., Los adioaes', Bue- "diez horas atrás, cuando el médico fue cortando cui-
nos Aires, Editorial Sur, 19'14, 88 p1i.gs., Una tumba afo nom- "dadosamente, o de un solo tajo que 1w prescindía del
bt'e, Montevideo, Marcha, 1959, 82 pligs. ; La cara de la desgra-
cia, Montevideo, Editorial Alfa, 1960, 49 pl!.gs. y El aatillero, "cuidado, el pecho izquierdo de Gertrudis. Rabia sen-
Buenos Aires, OompatUa General Fabril Editora 1961 218 "Udo vibrar el bisturí en Za mano, sentido cómo el filo
pl!.glnas.) ' '

156 J57
"pasnba de una blandura de grasa a una seca, a una La brutalidad de estas descripciones deja mlis al
"ceñida dureza después"; " ... mientras no lograra olvi- desnudo la sensibilidad herida del personaje. A través
"dar aquel pecho cortado, sin forma ahora, aplastán- de ella busca el autor alcanzar la sensibilidad del lec-
"dose sobre la mesa de operaciones como una medusa, tor. Todo el resto de la novela sólo puede agregar cir-
"ofreciéndose como una copa. No era posible olvidarlo, cunstancias, nombres, anécdotas. Si el lector ha asi-
"aunque me empeñara en repetirme que había jugado a milado el castigo, bastaría esa única imagen para po-
"mamar de él, de aquello"; " ... Ablación de mama. der deducir - en angustia, en pasión - todo el resto.
"Una cicatriz puede ser imaginada como una corte irre- Pero Onetti es un verdugo metódico y proyecta sus vi-
"gu!ar practicado en una copa de goma, de paredes grue- cisitudes (para usar sus palabras) con precisión y frial-
" sas que contenga una materia inmóvil, sonrosada, con dad. Nada queda omitido. Y pieza tras pieza, en 111ci-
"burbujas en la superficie, y que dé Za impresión de do, ordenado puzzle, se desarrolla ante el lector la his-
"ser líquida si hacemos oscilar Za lámpara que la ilu- toria de Juan María Brausen: su fracaso amoroso, la
"mina. También puede pensarse cómo será quince días, pérdida del empleo, la separación de Gertrudis, un nue-
"un mes después de la intervención, con una sombra de vo fracaso al intentar (en qué términos tan equívocos)
"piel que se le estira encima, trasltícida, tan delgada el rescate de la juventud vivida en Montevideo (3).
"que nadie se atrevería a detener mucho tiempo sus Mientras la existencia de Brausen se empobrece y
"ojos en ella. Más adelante las m·rugas comienzan a adelgaza basta llegar a las heces, la fascinación del
"insinuarse, se forman y se alteran; ahora sí es posible mundo del otro lado de la pared, se ejerce con creciente
"mira1· la cicatriz a escondidas, sorprenderla desnuda energía. En un primer momento parece obvio su signi-
"alguna noche y pronosticar c·uál ntgosidaa, cuáles di- ficado : es un escape, una huida de la realidad. Pero es
"bujos, qué tonos sonrosados y blancos prevalecerán y también realidad e impone sus reglas. Un día Brausen
"se harán definitivos. Además, algún día Gertrudis vol- aprovecha una ausencia de su vecina, La Queca, y vi-
"veria a reírse sin motivo bajo el aire de primavera o sita el departamento vacío. "Empecé a moverme sobre
"de verano del balcón y me nviraría con !os ojos brillan- "el piso encerado (escribe), sin ruido ni inquietud, sin-
"tes, con fijeza, un momento. Escondería en seguida !os " tiendo eZ contacto con una p equeña alegría a cada paso
"ojos, dejaría una sonrisa junto con un trazo retador "lento. Oalmándome y excitándome cada vez que mis
"en los ea;tremos de la boca. Habría llegado entonces el "pies tocaban el suelo, creyendo avanzar en e! clima de
"momento de mi mano derecha, la hora de Za farsa ae "una vida breve en la qite el tiempo no podía bastar
"apretar en el aire, exactamente, una forma y itna re- "para comprometerme, arrepentirme o envejecer." Des-
" sistencia que no estaban y que no habían sido olvida-
" das aún por mis dedos. Mi palma tendrá miedo de-
"ahuecarse ea;ageradamente, mis yemas tendrán que ro- (3) Uno de los temas constantes de Onettl es el de la
frescura adolescent e de la mujer y su degradación en el sexo,
"zar la superficie áspera o resbaladiza, desconocida y en el embarazo, en la prostitución. Con curiosas variantes el
"sin promesa de intimidad de la cicatriz redonda" (2). tema puede verse en la historia de Cecilia Huerta o en la aven-
tura con Ana María (El pozo) ; en el abandono de Nené p or
Ar!l.nzuru y en la violación de Nora por Larsen (Tierra de
nadie) ; en la equivoca huida de Ossorio con la hija de Bar-
(2) Sólo en Louis Ferdinand Céline (especialmente en Vo- cala (Para esta noche). En La mda breve, la aventura con
¡¡age au bout de la nuit, 1932) suele encontrarse tamaña pro- Raquel simboliza esto y algo m1is; también representa el in-
vocación a la sensibilidad del l ector. E l mismo Onetti en sus tento (frustrado) de recuperar un tiempo abolido, de descubrir
anteriores novelas no babia dado con nada tan cruelmente efi· la juventud en Montevideo. Con ejemplar dureza, Onetti hace
caz ; tampoco Jean Paul Sartre, de quien Onetti es coet!lneo y volver a Raquel ante Brausen - deformada ya por el embara-
con quien presenta tantos curiosos puntos de contacto. (En zo - para ensuciarlo con su vana piedad. (Incidentalmente, la
efecto, La Nausée y Le mur son de 1938 ; E! pozo, del 39. aventura con Raquel est!l contada a l o l argo de la novela con
No es seguro que Onetti haya conocido antes de 1945 estas técnica fragmentaria estudiada - quizli - en el Faullrner de
primeras obras de Sartre; y sin embargo su corta novela est1i Light in A.ugust: en el Cap. VI Brausen comenta con Julio
en la misma tradición de literatura negra. El parentesco parece Steln - en conversación saturada de sobreentendidos - la aven-
m!l.s f!l.cil de trazar por la vía de una común admiración por tura; en el IX cuenta una entrevista con Raquel, que ocurre
Céline. - La Nausée tiene un epfgrafe suyo - y por la in- algo después de consumado el encuentro, y de la que no es
tluencla compartida de novelistas norteamericanos en que des- posible anear mucho en limpio ; sólo en el XIV aparece el re-
cuellan Dos Pasaos y Faulkner.) lato minucioso de la misma.)

158 159

;
de ese momento, Brausen empieza a concebir el desqui- nuevo hombre (no sólo un nuevo nombre) emerge. Cuan-
te. No en su propia existencia ratonil, sino en el mundo do acepta irse a Montevideo con La Queca, en viaje
de al lado. Al ingresar a lli. es como si los valores mo- financiado por un viejo amante de ella, la nueva etapa
rales (sus valores, en los que ya no cree) cambiaran de la degradación le permite mirarse desde la altura
de signo, aceleraran su metamorfosis : él, hombre de de Brausen y sentirse "irr esponsable de lo qtte él (Ar-
una sola mujer, podrá convertirse en el amante de una "ce) pensara o hiciera"; se ve "descender con lent'Ílud
prostituta, en macró; él, temeroso de hacer sentir a su " hasta un total cinismo, hasta tm fondo invencible de
mujer la imparldad de sus pechos, descubrir§. el placer "vileza del que (Arce) estaría obligado a levantarse pa-
de golpear a una mujer, de brutalizar y brutalizarse; "ra actuar por mi" .
él, aceptando como un capricho ("de primavera", se Una nueva verdad suplanta a los valores destru1dos
dice) la idea de matar a Gertrudis, arderá en deseos de por Brausen. Tendido en la cama de la prostituta (en la
vengar con el asesinato premeditado de La Queca "to- que se complace en "descubrir antig,uas presencias mez-
dos los agravios qne me era posible 1·ecordar". cladas, contradictorias") y mientras se distrae pensa~do
Una fuerte escena marca el acceso al mundo de al en su pasado como si fu era ajeno, "algunos anticipos de
lado. En su primera tentativa de entrar en contacto con "Arce y de Za verdad iban cayendo sobre mi pereza:
La Queca, Brausen (vacilante, improvisado) es echado "supe que no es el recto, sino todo lo que se da por
a patadas por uno de sus amantes, Ernesto. Mientras "aiiadidura; que lo que lograra obtener por mi esfuer-
se levanta y se limpia la ropa maculada, Brausen com- "zo nacería muerto y ,hediondo; que una forma cual-
prende que ha sido aceptado, que ahora empieza a ser "quie1·a de Dios es indispensable a los hombres de bue-
también Juan Marfa Arce. La violencia parece ser la "na vo ltmtad, que basta ser despiadamente leal con uno
regla de este otro juego. Pero no es su tónica. Poco a "mi smo para que la vida vaya encajando, en momento
poco, Arce descubre el verdadero sentido de este mun- "oportuno, los hechos oportunos. Libre de la ansiedacl,
do, eufóricamente anticipado en la visita al departa- "renunciando a toda btísqiieda, abandonado a mi mis-
mento vacío. En un segundo intento de aproximación "mo y al azar, iba preservando de un indefinido envi-
(esta vez sin el torvo Ernesto) Arce consigue a La Que- "lecimiento al B1·ausen de toda la vida, lo dejaba con-
ca; puede contemplarse vivir: "ahora yo también estoy "cluir para salvarlo, me disolvia para permitir el na-
"dentro del escándalo, dejando caer ceniza de tabaco "cimiento de Arce. Sudando en ambas camas, me des-
"por todas partes, mmque no fume: usando copas, mo- " pedía del hombre prudente, responsable, empmi,ado en
"viéndome con ardor entre los muebles 1J objetos que "construirse un rostro por medio de las limitaciones
"emptijo, arrastro, cambio de lugar; inmóvil, cumplo " que le arrimaban los demás, los que lo habían p1·ece-
"mi Umida iniciación, ayudo a construir la fisonomia _ "dido, los que atín no estaban, él mismo. lúe despedíci
"del desorden, borro mis huellas a cada paso, descubro "del Brausen qtie recibió en una solitaria casa de Po-
"que cada minuto salta, brilla 11 desaparece como una "citos, Montevideo, junto con la visión y la dádiv a del
"moneda recién aetiñada, comprendo que ella me estu- "cuerpo desnudo de Gertrudis, el mandato absurdo de
"vo diciendo, a través de la pared que es posible vivir " hace1·se cargo de su dicha."
"sin memoria ni previsión". Para poder ingresar totalmente a este mundo de
Con La Queca, la rutina del sexo se convierte en verdad (ese mundo de Arce) el personaje necesita pu-
otra cosa: "s·i la olvido (piensa mientras la mira ca- rificarse matando a La Queca; bastarían entonces po-
" minar por la pieza), podría desearla, obligarla a que- cos minutos para ali viarse de t odo lo que puede ser di-
" darse y contagiarme su silenciosa alegria. Aplastar cho a una persona, "para quedat'me v acío lle todo lo
"mi cuerpo contra el suyo, saltar después de la cama "qu e había tenido que tragarme desde la adolescencia,
"para sentit·m e y mirarme desnudo, armonioso y brillan- " de todas Zas palabras ahogadas por pereza, por falta
" te como una estatita, efebo por la juventud trasmitida "de fe, por el sentimiento de int1tilidad de hablar".
"a través de epidermis y de mucosas, desbordante de Cuando llega al departamento a matar a La Queca, des-
"mi vigor de tercera mano". De estas experien cias, un cubre que ésta acaba de ser asesinada por Ernesto.

160 161

Narradores de esta América. - 11


¡(
"Sentí que despertaba (comenta luego) no de este sueño, la historia de Díaz Grey se va formando como otra vfa
"sino de otro incompa1·abZemente más largo, otro que de escape. El mundo en que Díaz Grey vive es una
"incluia a éste y en el que yo había soñado que soñaba transparente estilización de la realidad que oprime a
"este sueño ." Brausen: la sordidez estl\ objetivada en la profesión
Brausen (es claro) no deja nunca de ser Brausen. ("Los ojos.. . hartos hasta el fin de la vida de observar
Ni at1n cuando se libera de compromisos (el empleo, "entrepiernas, pliegues, combas, blanduras, lugares co-
Gertrudis, la amis tad) ; ni at1n cuando entierra, con "munes y anormalidades ... La cara colgante inclinada
Raquel, la nostalgia de la juventud en Montevideo ; ni "sobre adelantos y retrasos , el olor de za carne fresca
aún cuando vive, tantos meses, como Arce. Rechaza, es "y cocida que se alza desprendiéndose del perfume de
cierto, las reglas del juego en que vivía, cambia de "las sales de baño o del de la colonia distribuida pre-
mundo, pero subsiste profundamente como Brausen. La "viamente con un solo dedo. Abrumado, a veces, por la
reacción frente al asesinato de La Queca lo demuestra. "involuntaria tarea de analizar el claroscuro, Zas for-
Ante la realidad brutal (no imaginaria) del crimen, "mas 11 los detalles barrocos de lo que miraba y tratar
Arce se desvanece - el nuevo juego (su juego) exigía "de representarse lo que aquello había si gnificado o
que matara a Ernesto - y es un renovado Brausen el "podría significar para un hombre cualqniera, enamo-
que pl'Otege al asesino, el que intenta salvarlo creándole "rado ") ; la tentación de la hembra, es Elena Sala ("La
una vida nueva. (Quizl\ ya Brausen sienta que Ernesto "vi avanzar en el consultorio, seria, haciendo oscilar,
ha matado por él, aunque sólo más tarde llegue a for- "apenas, un medallón con una fotografía entre los dos
mull\rselo tan claramente, llegue a sentirse solidario y "pechos, demasiado peque1íos para su corpulencia 11 Za
a escribir: "no es más que mia par·te mía; él y todos "vieja seguridad que 1·eflejaba su cara") ; la consuma-
"los demás han perdido su individttalidad, son partes ción del rabioso deseo se alcanza en la posesión de esa
"mias"). En su desesperada intentona de evasión, am- misma Elena (que se entrega porque sabe que luego
)Jos llegan a Santa Maria y acaban por ser detenidos, va a suicidarse) ; la pureza adolescente llega en una
lo que de golpe entrega a Brausen la libertad, la ver- aventura imposible con una Elena Sala imaginaria, y
dadera : "esto era lo que yo buscaba desde eZ principio que Dfaz Grey se cuenta para poder seguir viviendo
"(se dice), desde Za m1¿erte del hombre que vivió cinco (como Brausen se cuenta la de Díaz Grey, como vive
"atíos con Gertrudis; ser libre, ser irrespo1isable ante la de Arce) ; la huida y persecuci6n está en la sucia
"los demás, conquistarme sin esfuerzo una verdadera aventura :final con el marido y un amante de Elena
"soledad". Entre tanto, su huída también lo ha llevado Sala, aventura en la que Dfaz Grey participa por saber
a interpolarse en un tercer mundo, del que no be ha- que descenderá la paz en medio del desastre, que la
blado todavía pero que es tan antiguo como la novela. joven violinista con la que al fin se queda es la Elena
Sala imposible y ya muerta. Hasta en los menores de-
talles, este mundo de Dfaz Grey es tributario del de
Brausen. No sólo porque el protagonista es el mismo
III Brausen y Elena Sala es una renovada Gertrudis; lo
es, sobre todo, porque el dueño del 11otel junto a la
playa es el mismo viejo Macleod que había echado a
Antes de que Juan María Brausen supiese que era Brausen de su empleo; lo es porque hay cosas de Elena
posible incorporarse al mundo de La Queca - que co- Sala que sólo Brausen entiende ; la prostibularia sonri-
rría vertiginoso del otro lado de la pared-, la necesi- sa que ofrece a Díaz Grey y que nace del mismo "ade-
dad de evadirse del mundo propio le había forzado a "mán, el mismo breve, desesperanzado sonido (reitera-
la creaci6n de un mundo imaginario. Un médico cuaren- "do) años atrás en zaguanes de prostíbulos, donde mi
tón en Santa María, ciudad provinciana junto al río, "mano avanzaba lívida bajo la luz alta en el techo";
constituia la primera imagen. Poco a poco, y mientras nace de su promiscuidad con La Queca, de su implaca-
Brausen se esconde y emerge gradualmente como Arce, ble enfoque del sexo.

162 163
En esta tercera existencia de Brausen, Onetti aban-
dona, es claro, toda pretensión de realismo. Me refiero
al de las esencias. La superficie sigue siendo de sórdido,
minucioso naturalismo (4). Pero las coordenadas de
tiempo y espacio, las identidades de sus personajes, son IV
susceptibles de modificación y un retoque de la volun-
tad o un capricho del creador, pueden alterar o petrifi-
car la faz del mundo, sus valores. Otra lectura parece también posible. En vez de con-
Así como Arce se disuelve al final de su aventura en siderar a la novela como documento contemporáneo,
Brausen - y el policía que lo detiene como encubridor testimonio sobre el mundo desvalorizado que vivimos,
de Ernesto lo identifica (ante el asombro del lector) ; el lector puede seguir a Brausen en su aventura inte-
"usted ea el otro... Entonces, usted es . Brausen" - , rior. Entonces no se trata de escapar a la realidad, vi-
Díaz Grey cierra la novela, conquístada ya del todo su vir la vida breve, o inventarse un cuento para llevar
objetividad por haberse asimilado a Brausen. El mundo al cine. Se trata de crear otra realidad, competir con
real de Brausen se interpola verdaderamente en la fic- la creación. Gradualmente, Brausen libera en sí mismo
ción de Diaz Grey, se bace ficción y la palabra Fin en las fuerzas de la imaginación. Mientras vive su gris
la página 390 demuestra que, en efecto, la única verdad rutina o la mÍls excitante de Arce, o la rectificable de
es la de la fíibula. Se comprende recién entonces la leal- Díaz Grey, Brausen explora las provincias de la crea-
tad de esta advertencia (ya citada) : "Sentí que aesper- ción. Empieza por tantear este mundo compacto y ente-
"taba (dice el protagonista) no ae este sueño, sino de rizo, tan ingobernable en apariencia. Por un resquicio
"otro incomparablemente más largo, otro que incluí a a - descubierto a qué costa, con qué esfuerzo - es posi-
"éste 11 en el que 110 había soíiado que soñaba este ble interpolar en él una ventana sobre el rfo, un médico
"sueño." asomado a ella. Brausen se confiesa; "estaba un poco
"enloquecido ... sintiendo mi necesidad creciente de ima-
"Uinar 11 acercarme a un borroso médico de cttarenta
"años, habitante lacónico 11 desesperanzado de -una pe-
"queña ciudad colocada entr e un río 11 una colonia de
"labradores suizos. Santa María, porque yo había sido
(4) En otra oportunidad (al comentar Para esta noche en "feliz alU, años antes, durante veinticuatro horas 1J
Marcha, !eb. 18, 1944) be señalado algunas caracterfsticas de
la técnlca descriptiva de Onetti y la influencia que sobre la "Bfo motivo ". Otro resquicio para la creación pueden
misma ejerce el arte de Faulkner. Son vO.lidas, por lo tanto, ser los pechos de una mujer ("demasiado pequeños para
las objeciones que presenta F. R. Leavis en su memorable ano.-
lisis de Light in .áugust: l a aplicación de un mismo recurso "su corpulencia 11 la vieja seguridad que reflejaba 8U
técnico (introspección, monólogo interior, morosa descripción de "cara") entre los que se balancea un medallón con un
cada gesto) a disti ntos personajes en distintas circunstancias,
sin dar al mismo tiempo la intimidad minuciosa en el registro retrato. Bastan esas fisuras para que un nuevo mundo
de la conciencia que ese recurso implica ; vacilación en el en- sea posible, empiece a existir.
foque o alteración casual del mismo que no obedece a ninguna
necesidad iuterior; monotonta de los personajes que sólo pre- Toda la novela entonces adquíere profundidad en el
sentan al lector la supertlcie; vinculación esencial de . estos tiempo y en el espacio. En vez de contar tres historias
procedimientos con las s implificaciones sentimentales y melo-
dromO.ticas de un Dickens. (V. Bcrutinv, Vol. ll, N.0 1 , Cam- más o menos novelescas que se yuxtaponen en univer-
bridge, junio 1933, pO.gs. 91-93.) Es cierto Que en La vida breve, sos intomunícados y regidos por sus propias leyes, el
Onetti ha prevenido casi siempre tales errores al caneen trar la
novela en un personaje (aunque triple) y ut!llzar como entoque libro ordena en un mismo cuadro espacial y temporal
casi constante el relato aut obiogrl1flco. Se empobrece, as!, la sus anécdotas; ese territorio común de las tres histo-
caracterización de los demils personajes - que aparecen siem-
pre a través del único testigo - y se subraya la monotonla del rias es la creación narrativa : el tema esencial que per-
problema, pero también se logra una concentración , una ten- mite su existencia simultánea.
sión no mitigada, que bien vale el sacrl.tlcio de la variedad.
.AdemO.s, el desarrollo casi simultl1neo de l a historia en tres Cada vez que Brausen piensa a Dfaz Grey, lo va
planos, contribuye a un efecto de auténtica complejidad, de creando. Esa repetición insomne, ese obstinado rigor en
riqueza.
el deseo, va haciendo viable a Diaz Grey ; lo hace lfallr
164
161!
de la costilla de este Adán. En sus primeras tentativas que es también la imposible Elena. Diaz Grey lo hace
de vida la criatura estA demasiado adherida a Brausen, y asegura - demuestra - asi su realidad. La posesión
y su mundo sólo logra trasponer - en cifra melodramá- "real " de Elena Sala, antes del suicidio, no mata mfis
tica y concisa - la dolorosa rutina. Pero la renovada que la comezón de la carne. El deseo ("hijo del cuerpo
invención permite que se acentúen los rasgos y se em- pero éste ya no bastaba P.a ra aplacarlo") sólo podrÁ
piece a advertir que en Díaz Grey se realiza el mila- ser satisfecho cuando encuentre a la muchacha violl-
gro del desquite de esta vida primera. La originalidad nista Y huya con ella hacia el triunfo total sobre el
e independencia de lo creado empieza luego a hacerse desastre, cuando, igual que Brausen, cercado por la
evidente. En el capitulo XIII, emerge un tercer ago- policía, alcance la paz sobre las serpentinas muertas
nista, el marido de Elena Sala, ente totalmente de fic- del alba - como ha escrito Borges en otro contexto.
¡!ión aunque engendrado por la pasada desdicha y los Y es entonces (terminada ya la novela en la descrip-
vientres de Gertrudis y La Queca (como el mismo Brau- ción objetiva de esa fuga y esa victoria) cuando el lec-
sen se dice) . Con el ingreso de este personaje el relato tor comprende que la verdad es que Díaz Grey acaba
adquiere por vez primera realidad objetiva; nada en el inventando a su Brausen, acaba siendo mfis Brausen
largo capitulo traiciona la existencia de un creador que que el otro. Porque cuando Brausen, que ba enterrado
mueve los hilos ; los mufiecos actt1an como si fueran dentro de sí a Arce. huye con Ernesto hacia la ima"'i-
mortales. (Apenas algún juego del omnisciente e invi- nada Santa Maria descubre alli la realidad de su cr:a.
sible relator, en que a la manera de Oitizen Kane se ci6n; descubre la vida del pueblo y los ser es por él
salta el tiempo entre un apretón de manos de despedida, inventados; descubre, también, que la aventura de Dfaz
y el mismo apretón de saludo, traiciona una impacien- Grey ocurrió alli mismo pero en otro tiempo, hace ya
cia técnica, al paso que denuncia una conciencia que muchos años; que esa aventura lo ha anticipado, que
vigila.) fue. Y en vez de interpolar su ficción (Dfaz Grey, in-
Puede creerse entonces que Díaz Grey ha logrado su ventado por él) en la actualidad de la policía que ace-
plenitud de cosa creada, su eternidad en el papel. El cha y de Ernesto que golpea a un hombre para esca-
proceso empieza entonces a revertirse: la creatura em- parse, acaba rindiéndose a la ficción, entregándose a
pieza a inventar a su creador. O mejor, a presentirlo. ella, libre e irresponsable. Vale decir: acaba por renun-
Brausen cuenta : "Abandonado en el aire libre al can- ciar y aceptar también su condición de ente ficticio, de
" sa.ncio, al frío, a las olas de sueños que a veces lo creatura creada por otro: Diaz Grey u Onetti (5).
"arrastraban para devolverlo en seguida (Díaz Grey)
"contemplaba la mancha negra del pequeño fondeadero,
"trataba de distraerse evocando las formas y los colo- V
"res de las peque11.as embarcaciones, llegaba a intuir mi
"existencia, a murmurar 'Brattsen mío' con fastidio. "
La invención de un creador acentúa, paradójicamente, ¿Qué concluir de este laborioso análisis? A primera
la condición de ente real que no tiene (que no puede vista, Onetti no ha sabido resistir a la mediocre tenta-
tener) Díaz Grey. Otra operación que emprende luego ción de ilustrar- en gran escala - una de las máxi-
confirma el engaño, aumenta la confianza de sus mo- mas de Pero Grullo : El novelista es el Dios de sus crea-
vimientos. Díaz Grey (¿por qué no?) se improvisa un turas. (Para demostrar su auto-satisfacción, podria in-
pasado. Para escapar a la extorsión de Elena Sala - sinuarse, no ha vacilado en introducir su auto-retrato
que se ofrece pero con asco, profesionalmente - el mé-
dico la recrea en la imaginación. Parece ridtculo o me-
ramente patético. Sacado de la nada, inventado por la (5) Con su habitual concisl6n habla anticipado Jorge Luis
Borges este mismo tema en un cuento fantll.stlco (Las ruinas
urgencia de otro a los 40 años, pequeño y rublo, contra circulares\ recogido en J!JI ;artUn ele senderos que se bifurcan
1~41 . Qulzll. fuera instructivo - apoyll.ndose en esta y otra~
una ventana sobre el río, cómo atreverse a tener un pistas - emprender un estudio de Ja in fluencia heterodoxa de
pasado en un taxi con una muchacha recién poseida; J. L. B. sobre el arte de Onett1.

166 107
en el cuadro, como si fuera un Veronese cualquiera (6). "volcarse una v otra vez en eZ mismo suceso, a la nece-
Pero esta explicación, que no deja de tener sus a trac- " siaad - que me contagiaba - de suprimir palabras 11
ti\·os, es lamentablemente falsa. Como Proust en A la "situaciones, de obtener un solo momento que lo expre-
reche1·c11c du t emps perdu, como Gide en Les faux mon- "sara todo: a Díaz Grey v a mi, al mundo entero, en
na.y ewr s, como Huxley en la novela en que p arodia a "consecuencia."
éste último (Point Oounter Point) , Onetti ha querido
explorar la creación literaria desde dos planos simul-
tfineos ~ inseparables: el teórico y el práctico. Su no-
'l'ela analiza la creación mientras cr ea. No sólo obtiene VI
por este simple recurso una mayor vitalidad ; también
logra despojar a un tema ilustre de todo intelectualismo
y vacía especulación al asediarlo con rabia y pasión. La doble o triple lectura arriba propuesta no excluye
Adem!i.s (y est o solo ya sería mucho), con tal proce- otra que parece Ucito examinar también. Proyectada
dimiento consigue dar un contenido profundo al mensaje sobre el cuadro de la ficción rioplatense de los 1íltimos
evi dente de la obra. No sólo es cierto que la liberación años, esta novela (y la obra entera de Juan Carlos Onet-
de la rutina y de la desvalorización del alma sólo llega ti que le sirve de ant ecedente) adquiere un significado
cuando nos encontramos con la verdad de nosotros mis- peculiar. Ante todo, parece fácil clasificar a Onetti co-
mos, nos despojamos de inhibiciones y compromisos, mo un novelista de la ciudad y un novelista del realis-
a ventamos malentendidos (Brausen al despertar del sue- mo, oponiéndolo a un Gitiraldes, a un Benito Lynch, a
ño después de haberse purificado en Arce) ; la liber a- un Amorim (en su primera época), a un Espínola, y
ción puede llegarnos por la creación, por las fuerzas emparejándolo a un Ma nuel GlHvez (en su periodo pre-
que desata el creador a l rehacer el mundo, a l descubrir histórico), a un Roberto Arlt, a un Amorim (segunda
con asombro su poder y la riqueza de la vida. Por eso, época), a un Eduardo Mallea, a un Felisberto Hernfin-
el protagonista consigue develar - en uno de sus nu- dez (antes del onirismo), a un Leopoldo Marechal en
merosos ensoñares - la verdadera ambición de este a r - s u único intento totalitario (Adán Buenosayrea). Un

l
tista y de esta obra, el último mensaje. Dice así: "A ve- examen comparado de sus respectivas obras lo deja a
" ces escribia y otras i maginaba las aventuras d e Díaz Onetti solo. Y no porque no sea posible esgrimir repa-
"Grey, aproximado a Santa María por el fo llaje de la ros a sus creaciones. Cualquiera advierte la sospechosa
"plaza v los t echos de las construcciones junto al rio, monotonfa de sus personajes, la unilateralidad en el
"extrañado de la creciente tendencia del m édico a re- método descriptivo, el (a veces excesivo) simbolismo de
sus acciones y caracteres, el desarrollo deliberadamente
barroco que entorpece la lectura, los rasgos aislados de
(6) Ese creador (que en algún pasaje de la novela es
Brausen-Dios pn1·a Dfaz Gr ey) es Dios mis mo para Brnusen- mal gusto. Pero ninguno de los nombrados en su cate-
Arce-Dfaz Grey. Y estr1 también dentro de la obra. E n In p/1gi- goria (ciudadana y realista) alcanza la violencia y lu-
na 247. hace s u única aparición total. Casualmente, Brausen
h obla all! ele un h ombre con el que compart!a la oficina • .. . se cidez de sus testimonios, la calidad segura de su arte
"llamaba Onetti, no sonr(e, usaba anteojos, d ejaba adfolnar que sabe superar el r ealismo superficial y se mueve con
"q11e sólo podía ser simpático a mujeres fantasíosa11 o amigos
" íntimos ( ... ) No hubo preguntas, ningún stntoma d el deseo de pasión entre símbolos.
"intimar; Onetti me salttdaba con monosllabos a l os que infun- No es casu al la mención en la.s páginas precedentes
"dfo una imprecisa vibración de cari1io, una b11rla im p ersonal.
"Jlfe saTtt.daba a las diez, pedía un café a las once, atendfa vi- de algunos nombres (Céline o Sartre, Dos Passos o
"sitas V el teléfono, revisaba papeles, f umaba sin ansiedad, con- Faulkner) que constituyen los mejores representantes
" versabo con una voz grave. invariab le y perezosa." P ara evitar
equfvocos (¿o para alimentarlos?) , Onettl ha cuid a do que su de una litera tura que sin dejar de ser arte, es también
Brausen no se le parezca ff sicamente: es pequeñ o de cuerpo testimonio y agonía. Onetti supo ver y denunciar en ·1a
(como Dfnz Grey) ; u sa bigote; no es miope. Algo ha quedado,
sin embargo : la grave actitud que Julio Stein le r eprocha, r on- superficie falsa y vacía del mundo rioplatense lo que
firmada por el mismo al aludir a •esa cabeza de caballo triste•. esa superficie encerraba ; supo encontrar las imligenes
Del parecido moral (o d e eu ausencia) se ocupar/in sin duda
investigadores f uturos. que en nn solo momento lo e xpresaran todo. Én este

168
sentido, Tierra ae nadie ha hecho por Buenos Aires lo Pero abre nuevas perspectivas. Sobre todo, porque
que Manhatten Trasfer, por Nueva York (7). La apro- excava en la misma realidad un territorio fantli.stlco
ximación no es caprichosa. Parte de la técnica de Dos no menos sugestivo que el r eal; ademli.s porque desde
Passos- luego aprovechado por Orson Welles para fil- el punto de vista del realismo documental significa el
mar su Oitizen Kane y por Sartre para Les chemins ele
la liberté-, ha servido de clara inspiración a Onetti. .. cierre de una etapa. La generación perdida que empezó
a examinarse en liJZ pozo, cuyo despiadado censo levan-
Pero la modalidad técnica no constituye el valor prin- tó Tierra de naaie, la que anticipó en pesadilla su des-
cipal de su novela, agria e imperfecta en este sentido. trucción en Para esta noche, encuentra su definitiva
Su importancia esencial consiste en la ardida descrip- metli.fora, su cabal resumen, en La mela breve. Pero ya
ción de un mundo sin valores, poblado de indiferentes no es más. Las fuerzas imaginarias de Para esta noche
morales, de espaldas a su destino: un mundo en que el están operando hace mli.s de un lustro sobre la realidad,
arte o el sexo, la polftica o el intelecto, se ejercen en y el mundo de aquella generación pertenece ya al pasa-
el vaclo, como formas desprovistas de contenido y sin do. Quizú sea hora para el novelista de inaugurar la
sangre. (liJZ pozo fue el borrador montevideano de este verídica pintura de este nuevo universo.
universo total) (8) .
Que Onetti no sólo supo ver la superficie sino que (1951)
caló hasta el fondo lo demuestra mejor ahora que nun-
ca esta fantasía de una ciudad sitiada que se tituló
Para esta noche. La imaginaria ciudad, gobernada por
la delación, el terror y la brutalidad, fue en 1943 el
anticipo de un Buenos Aires actual, menos melodramá-
tico pero no menos irrespirable. Y lo que entonces pa-
reció un ejercicio en imaginación, escrito (según con-
fesaba el autor) "Por Za necesidad, satisfecha en forma
"me~uina y no comprometedora - de participar en do-
" lores, angustias y heroísmos ajenos", y capaz por lo
tanto de ser emparentado con la amanerada reconstruc-
ción del asesinato de García Lorca en Fiesta en No-
viembre de l\:lallea, se convirtió en duro, en apasionado
testimonio del futuro. La mela breve cierra en cierto
sentido ese ciclo documental abierto hace diez afios por
FJZ pozo.

(7) En un artículo sobre Vicisitudes de la novela (en Rea-


Udad, Afio III, Vol. V, N.0 1 3, Buenos Aires, enero.febrero
1949) Carmen Gándara Intenta una aproximación tt\cnlca entre
Tlerrca de nadie y una novela francesa de publicación posterior,
Vétranger, d'Albert Camus (1942). El parecido parece errático
y lejano. Qulz(t la Sra. G(tndara haya querido decir que ambos
derivan de Céline (la corriente del roman noír) y de la novela
norteamericana.
(8) En la solapa de Tierra de nadie se transcriben unas
palabras de Onettl que define el tema prof undo de la novela y
su actitud como creaclor. Vale l a pena transcribir la úl tima
frase : ".l!ll caso es que en eZ pais mda importante de Sudamé-
na., de la ;oven .América, crece el Upo del indiferente moral,
del hon~bre sin fe ni interés por su destino. Qiie no se reproche
al -novelista el haber encarado Za pintura ae ese tipo humano
con igual espíritu de indiferencia.

170 171
UNA O DOS IDSTORIAS DE AMOR.
"Los adioses" de J. C. Onetti

El Testigo

Un hombre llega a una ciudad de las sierras, donde


hacen su cura los tuberculosos. Pasiva pero firmemente
se niega a asimilarse a esa vida de sanatorio, de alentada
esperanza, que contamina toda la ciudad. Es taciturno,
no acepta. Vive s6lo para l as dos cartas (el sobre manus-
crito, el dactilografiado en la máquina de tipos gastados)
que llegan regularmente y que son la vía por la que con-
tintia comunicado con el mundo exterior. Un día llega la
mujer, autora de una de la serie de cartas, y el hombre
rompe su silencio, su hermetismo, su negativa empeci-
nada. Otro día, distinto, llega la de las cartas a máqui-
na: es una muchacha fuerte, indestructible, viva : para
ella, el hombre ha alquilado un chalet.
Así se plantea el tema de esta última novela (o nou-
velle, tal vez) de Juan Carlos Onetti, el mejor, el más
.complejo, el más discutido de nuestros narradores actua-
les (1). En unas 80 páginas se irá revelando el misterio
que encierra esa gran figura agobiada ; el misterio de la
mujer y su niño, de la muchacha, con todas las obscenas
asociaciones que despierta el retiro en el chalet, la larga
e ininterrumpida cohabitaci6n de esas vacaciones, que
escandalizan la sórdida pero rfgida moralidad ciudadana
de todos los mirones.
,.,. Porque (conviene aclararlo) toda la historia está

(1) Juan Carlos Onetti : Loa Adioses, Buenos Aires, Edi-


torial Sur, 1954, 88 plígs.

173
contada desde fuera, está comunicada al lector por medio "nando a solas, sin comprender, la lámina flexible de la
de un testigo. Ese testigo es el dueño del almacén, un "primera radiografía, rodeado por trofeos y rec1Mrdos,
ex-tuberculoso que sigue viviendo en las sierras con su "copas, banderines, fotografías de cabeceras de banque-
medio pulm6n y que registra desde su observatorio ciu- "tes. Podia verlo correr, saltar v agacharse, sudoroso,
dadano los avatares de todos los enfermos. Enfermo él "crédtilo y feliz, en canchas blanqueadas por focos vio-
también, y no s6lo de los pulmones, se jacta de saber " l entos, seg1iro de ser aquel cuerpo largo 1J semidesnudo,
(desde el primer momento) que el hombre no es de los "convencido de la eternidad de cada tiempo de veinte
que se curan, y por eso edifica pronto su teoria. También "minutos 1J de que el nombre que gritaba la multitud con
tiene su teoría para explicarse las dos mujeres, el chalet "agradecimiento 1J exigencia, set·vía para expresario,
en la colina y la clase de orgías que van consumiendo "mencionaba algo real y perdurable."
r!ipidamente al hombre. En esto no está solo: lo acom- También reconstruye el testigo los movimientos del
pañan el enfermero y la muchacha del hotel. Entre los hombre en su soledad: "El Doctor Gunz le había prohi-
tres, con los datos aportados por los tres, se vn armando " bido las caminatas; pero solamente usaba el ómnibus
este relato que la solapa y una faja significativa puesta "para volver al ·hotel cuando llevaba en el bolsillo uno
al volumen califican de Historia de A.mor. "de los sobres escritos a máquina. Y no por la urgencia
Pero el Amor que muestran estos testigos es la co- "de lee1· la carta, sino por la necesidad de encerrarse en
rrupción de la carne, el deseo consumiéndolo todo. Ouan- "su habitación, tirado en la cama, con los ojos ence-
do llega la muchacha y comprende que el hombre tiene "gitecidos en el techo o yendo v V'iniendo de la ventana
otra mujer, la obscenidad de los mirones contamina "a la pu.erta, a solas con su vehemencia, con su obsesión ,
todo lo que ven. Con fariseísmo, lamentan que la mucha- "con su miedo a la esperanza, con la carta atin en el
cha sea demasiado joven para él, pero no pueden dejar "bolsillo o con la carta apretada con otra mano o con la
de valorarla (en la imaginación) por los supuestos méri- "carta sobre el secante verde de la mesa, junto a los tres
tos er6ticos. "Imaginaba (dice, al borde de la revelación, " libros 1J al botellón de agua nunca tisada."
"el testigo principal) imaginaba la luj u ria f1irtiva, los O en esa otra soledad, más reservada e inviolable con
"reclamos del hombre, las negativas, los compromisos 11 la muchacha: "Be sentaron junto a la ventana 1J me pi-
"las furias despiadadas de la muchacha, sus posturas " dieron café. ]J}lla, adormecida, me sigttió por un tiempo
"empeñosas, masculinas." "con una sonrisa que buscaba explicar 11 ponerla en paz.
Ya que el testigo, y sus colaboradores espont!ineos, "Les miré los ojos insomnes, las caras endureciaas, sa-
no s6lo apuntan lo que ven sino que ven lo que imaginan. "c·iadas, voluntariosas. Me era fácil imaginar la noche
El pasado del hombre, jugador de basket-ball, se recons- "qtie tenían a las espaldas, me tentaba, en la excitación
truye asf: "Acepté una nueva forma de la lástima (de- "matinal, ir componiendo los detalles de Zas horas de
" clara el tesitgo), lo supuse más débil, más despojado, " desvelo 1J de abrazos definitivos, rebuscados."
"más joven. Comencé a verlo en alargadas fotos de ']J}l Esa descontada y triste obscenidad que contamina el
"Gráfico' con pantalones cortos y una camiseta blanca testimonio del relator (refiejo de la obscenidad que con-
"inicialada, rodeado por otro.~ hombres vestirlos como él, tamina la ciudad entera) explica la sensación de estafa,
"so1vriente o desviando los o jos con, a la vez, el hastio 1J de burla premeditada, que se tiene cuando se revela el
"la modestia que conviene a los divos y los héroes. Joven misterio del hombre y de la muchacha. El lector, que
"entre jóvenes, la cabeza brillante y recién peinada, mos- ha ido aceptando el testimonio del relator, que no ha
" trando, aún en la grosera retícula de las sextas edicio- podido no aceptarlo ; el lector, participe vicar io del chi~­
;,nes, el brillo sal·u.dable de la piel, el resplandor Sttave- me y del regodeo, no puede aceptar la solución que la
"mente grasoso de Za energía, varonil, inagotable. Lo veía verdadera historia le propone.
"aettclíllado, con l a cabeza desviada para ofrece1· cnai·-
" tos de perfil al reUimpago del magnesio, los cinco dedos
"de una mano simulando apoyarse en una pelota o pro-
"tegerla; 1J también en una habitación sombria, ezami-

174 175
Como en una alegoría, la historia de cuerpos conta-
minados o sanos, de sórdidos hoteles y de mirones que
registran hasta la menor in:flexión sensual de un movi-
Il
miento, lleva dentro otra historia : la de una devoción
y la de un sacrificio, la de no aceptar, decir No a la
enfermedad, al amor, a la vida luego. Y del mismo modo,
El Narrador con la misma ambigüedad, el testimonio del relator (ese
hombre sólo ojos que compensa su impotencia de vivir
Es precisamente esta resistencia elemental (e inevi- con la imaginación con que acecha la vida ajena), tam-
table) lo que explica que muchos lectores, y no de los bién el testimonio del relator lleva otro dentro.
peores, se detengan aqtú en su juicio y hablen de los tru- . La existencia de un testigo (de la mirada ajena, diría
cos de Onetti. Es cierto. La novela está trucada. Pero Sartre), crea al hombre y le impone su Destino. Cuando
no basta reconocerlo. Hay que preguntarse para qué todavía la historia está en sus comienzos, y el relator
está trucada. Una segunda lectura lo revela mejor. La no ha comprendido la fuerza y la importancia de su tes-
clave está en algunas palabras de la página 83. El na- timonio, ocurre una súbita, fugaz revelación: '' Así que-
rrador comenta su vergüenza y su rabia y "el viboreo de " damos (recuerda o retoca), el hombre y yo, virtual-
"un pequeño orgullo atormentado" cuando descubre en " mente desconocidos y como al pr incipio; muy de tarde en
una carta no reclamada por el hombre la verdadera "tarde se acomodaba en el rincón del mostrador para
solución. Entonces comprende : "Pero toda mi excitación "repeti-r su perfil encima de la botella de cerveza - de
"era absurda, más tLigna del enfermero que de mí. Por- "nuevo con su riguroso traje ciudadano, corbata y som-
"que, suponiendo que ·hubiera acertado al interpretar la "brero - , para forcejear conmigo en el habitual duelo
"carta, no importaba, en relación a lo esencial, el vincu- "nunca declarado: luchando él por hacerme desaparecer,
"lo que unía a la muchacha con el hombre. Era una mu- "por borrar el t estimonio de fracaso y tLesgracia que yo
" jer; en todo caso, otra." " me empeñaba en dar; luchando yo por la dudosa vic-
En realidad, ésta es una Historia de Amor y no de "toria de convencerlo de que todo esto era cierto, enfer-

l
Sexo. No importa que el testigo haya creído en una rela- "medad, separación, acabamiento."
ción culpable ; tampoco importaría que su creencia final Pero lo que ah( parece sólo un duelo, nunca declara-
en la inocencia de la muchacha sea también mentira. No do pero tenaz, entre la aceptación del mundo (su corrup-
importa que sea lujuria o incesto la apariencia que une ción, su entrega anticipada a la muerte) y la lírica, la
a esos dos seres. Lo que los une, en verdad esencial, es romántica negativa del hombre, se revela más adelante
el Amor. De manera que los datos materiales, los hechos, como algo más complejo y 11nico. El testigo descubre
la realidad de un lecho compartido o no, son triviali- entonces que es algo mlís que el antagonista : es también
dades, circunstancias que sólo sirven para enmascarar "e l responsable del cumplimiento de su destino" (para
(y revelar al fin) la naturaleza esencial de una relación decirlo con sus propias palabras). Por eso, cuando todo
que es sólo Amor, cualquiera sea su forma corpórea. se revela al final, cuando las piezas de este puzzle enca-
Dentro de la primera historia (la historia que cuenta jan en el diseño definitivo (no. aquel que la maledicen-
el testigo con fruición para la cosa sexual, imaginada o cia y la triste obscenidad de todos propusieran), el tes-
real) ocurre otra historia que es tragedia. Es la historia tigo relator, ahora convertido en narrador, puede contar:
de un hombre que no escapa, no puede escapar a su des- "Sali. afuera v m e apoyé en la baranda de la galería,
tino: la destrucción total. La historia de un hombre que "tem blando de frío, mirando las luces del hotel. Me bas-
empieza por negarse (contra toda evidencia) a aceptar "taba anteponer mi reciente descubrimiento (lo que reve-
la condición de enfermo, pero que tampoco tiene voluntad "laba la carta no reclamada) al principio de la histo-
para curarse y que acaba no aceptando el sacrificio de la "ria para que todo se hiciera sencillo y previsible. Me
muchacha, huyendo (por qué vía) para no compartir "sentía lleno de poder, como ·si el hombre 11 la muchacha,
siquiera la muer te.
177
176
Narradores de esta América. - 12
"v también Za mujer grande v el niño, hubieran nacido una porción, esencial, de la historia y cuando la revela,
" d e mi voluntad para vivir lo q1te yo había determinado." desenmascarando sus más sórdidas o culpables entreli-
El testigo, el sórdido relator de la Historia de Sexo, neas, la revelación también es ambigua. P orque no basta
se ha convertido en lo que verdaderamente era desde el saber que Madame Merle (en la primera novela) ha sido
comienzo: el Narrador (el Creador) de una Historia amante del esposo de la protagonista y es un ser per-
de Amor. verso; James también muestra o sugiere su sufrimiento
y su desdicha y su suj eción a cánones morales que ha
violado repetidamente. Tampoco basta que en la oh·a
novela Strether se convenza de que la relación entre
III Chad y la condesa de Vionnet es culpable ; el lector mm-
ca sabrá si el amor también no la rescataba y si el sa-
La ambigüedad crificio que se pide a los amantes no es sino una forma
de la hipocresía social.
El mismo J ames ha usado una forma más sutil de la
Los lectores de La vida breve (1950) no se extrafia- ambigüedad, en The A.basement of the Northmore, por
rdn de esta transformacion final operada por Onetti so- ejemplo. E n este cuento corto nunca se sabe si Warren
bre el relator. También alli (aunque en forma mlis en- Hope era tan brillante como su mujer pretendía; tampoco
volvente y compleja) el protagonista desprendfa de si se sabe si el proyecto de humillación de los Northmore
mismo dos seres : uno representable, otro imaginario, llega a término. James no dice nacla: se limita a insi-
que acababa por interpolar en la realidad real y que lo nuar al lector, a su lector , otra posible lectura (2) .
iban sustituyendo hasta identificarse con él en una rea- Onetti no toma el recurso de James, al que declara
lidad que era sólo la de la creación. Pero lo que en la (enfáticamente) no entender. (R ecuerdo una con versa-
anterior novela asumía las proporciones de una creación ción nocturna con Borges, a quien pedía, con monótona
fantástica, limitrofe entre la narración realista Y las insistencia, que le e~plicara a James). Pero lo toma
concepciones borgianas, aquí en Los adioses es sólo una de uno de los narradores contempor áneos que, directa o
indicación apuntada al pasar y revelada {para el lector indirectamente, ha ido a la escuela de James: lo toma
atento) sólo en las filtimas páginas. Porque a quí Onetti, de William Faulkner. En L ight in A.ug1tst (1933), por
mlis que en cualquiera otra de sus ficciones ba usado {y ejemplo, hay toda una historia - contada desde distin-
abusado, según a lgunos) de la ambigüedad. tos puntos de vista, es cierto - pero que sólo se revela
La técnica misma de la novela explica la ambigüedad gradualmente, y cuando se r evela (porque se revela), la
general. .A.l elegir un único punto de vista para contar su naturaleza del protagonista, el oscuro, el ambiguo Christ-
historia {el derrotado y obsceno testigo), al presentar sus mas, aparece completamente transformada. También de
revelaciones en el orden en que van ocurriendo para Light in A.1tgust toma Onetti la figura femenina, la re-
ese par ·de ojos, Onetti ha pagado tributo a la técnica sistente, la inmortal Lena, arquetipo de esas adolescen-
que ha impuesto, desde el siglo pasado, Henry James. tes del escritor uruguayo que sobrevi ven a la violación
También en James el punto de vista, aparentemente ob- y al parto, e imponen su ciega f uerza, su con.fianza ani-
jetivo, pero subjetivísimo, de un testigo es clave de la ma l, hasta a los mismos hombres que las corrompen y
ambigüedad. No se trata ya, como en la sórdida y her- también las necesitan.
mosa novela What Maisie Knew (1898), que el t estigo Pero Onetti es algo más que un lector de Faulkner.
sea una nifia, demasiado joven para comprender la co- Es un creador que usa la a m bigüedad no porque esté de
rrupción que la rodea pero no demasiado para que esa
~orrupci6n no la vaya contaminando. .A.ún en libros más
(2 ) Sobre In nmbigüednd de Henry James, p uede leerse el
aparentemente objetivos, como The Portrai t of a Lad;¡¡ ensayo homónimo de Edmund Wilson (ver sión definitiva en The
(1881) o los magníficos A.mbassadors (1903), James se Triple Thinkers, New York, 1948) y el prólogo de J orge Luis
prevalece del punto de vista narrativo para omitir toda Borgee a La humillació1> ae
los Northmore (Buenos Aires,
Emecé Editores, 1945).

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moda o porque haya un maestro que indique e l camino.
Onetti usa la ambigüedad porque su visión del mundo un testigo (como en Los adioses). La caracterización de
es ambigua, porque toda su concepción del universo des- los demás personajes queda empobrecida y se subraya
cansa en la dualidad de criterios que hace que la mayor (y hasta exaspera) la monotonía del tema expuesto,
sordidez (para el espectador, el testigo) contenga una pero también se logra una concentración, una tensión
{!arga de irredente poesía (para el paciente) . La am- no mitigada del conflicto, que bien vale el sacrificio de
bigüedad es la clave sobre la que edifica su testimonio la variedad.
de un mundo corrompido por la pérdida de valores mo- De las objeciones arriba ordenadas, la que mlis vali-
rales, de seres que se asfixian, y manotean para sobre- dez presenta ahora es la que se refiere a la morosa des-
vivir. Sobre ese mundo, levanta Onetti (sin declama- cripción aislada de cada gesto. Onetti parece regodearse
ción pero con honda confianza) algunos valores rescata- en ofrecer siempre lo que podrfa calificarse cinematográ-
bles: la ilusión adolescente, el .A.mor (no el Sexo), la ficamente de primer plano narrativo. Unas manos que
creación. Con esos valores, este aparentemente crudo y reciben el cambio de cien pesos (los dedos aprietan los
sádico novelista, libera una ilusión romlintica, una fic- billetes, tratan de acomodarlos, los revuel ven y convier-
ción cálida, humana, hermosa. ten luego en una pelota achatada que esconden con pu-
dor en un bolsillo del saco) o que se sumergen en el
bolsillo del pantal(>n (el dueño está perniabierto y recos-
tado en un árbol) o que en el bolsillo del saco aprietan
IV un sobre ("con aprensión 11 necesidad de confianza, como
"si fttera un arma 11 como si le fuera imposible f)'rever
"la forma, el dolor 11 las consec,u encias de sus heridas"),
]j)l estilo o que realizan cada uno de los innumerables pequeños
gestos, mecánicos o distraídos o funcionales o revelado-
En un memorable análisis de Light in August, el cri- res, que ayudan a moverse, a vivir, a ser; unas manos
tico inglés F. R. Leavis levantaba contra la novela de (apenas) sirven a este narrador para contar (práctica-
Faulkner estas objeciones : la aplicación de un mismo mente) toda la historia. .A.sumen el primer plano y se
recurso técnico (introspección, monólogo interior, mo- cargan de elocuencia. Como en el popular relato de
rosa descripción a islada de cada gesto) a distintos per- Stephan Zweig, dicen lo que la cara, ya ensayada y
sonajes en distintas circunstancias, sin dar al mismo docilizada por el histrión, oculta ; comunican lo que
tiempo la intimidad minuciosa en el registro de la con- está detrl\s de la indiferencia y del desgano estudiado
ciencia que esos recursos implican, vacilación en e l enfo- con que todos nos vestimos.
que o alteración casual del mismo que no obedece a nin- Pero del punto de vista narrativo, esas manos destru-
guna necesidad interior del relato, monotonia de los yen el equilibrio. Porque asumen una importancia inme-
personajes que sólo presentan al lector una superficie, recida. De medios, se convierten en fines ; de modo, se
misteriosa pero no siempre provocativa; vinculación de convierten en manera. Y lo que se dice de las manos,
estos procedimientos con las simplificaciones sentimenta- podria señalarse de otras partes del ser que Onetti ilu-
les y melodramáticas que practicaba ya Dickens. (Cf. mina y aisla por completo. .A.si, cuando el narrador quie-
Scrtmtiny, vol. II, núm. I, Cambridge, junio 1933). re presentar a la muchacha, ingresando lentamente a su
Esas objeciones han sido invocadas algunas veces almacén, la va dando como en fragmentos r ecortados
también contr a Onetti. Es cierto que en su anterior no- y pegados uno junto a otro, pero cuidando de no borrar
vela (y en esta nouvelle) el narrador uruguayo las ha los bordes, como en un coZlage: "No puedo saber si la
prevenido casi siempre al concentrar la narración en un "habia visto antes o si ia descubrí en aquel momento,
personaje (aunque visto desde distintos planos) y a l "apoyada en ei marco de ia puerta: un pedazo de polle-
utilizar como enfoque casi constante ya el relato auto- "ra, un zapato, un costado de la valija introducidos en la
biogrlifico (como en La vida breve), ya la exposición de "luz de las lámparas."
Esta atomización, esta fragmentación del universo
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sensible, esta exaltación de cada una de las piezas que
componen la máquina del mundo, podría justificarse en
parte porque esta historia de amor es comunicada a
través de un observador, ajeno y rensentido. Lo que no
se justifica es la exageración del procedimiento, la retó-
rica en que acaba por sumergirse todo. Aquí radica la
debilidad mayor de una obra que es, sin embargo, tan
admirable. El procedimiento estillstico tan acentuado se
interpone entre la obra y el lector; fuerza a éste, lo
"EL ASTILLERO".
descoloca frente a la sustancia dramática (y aún trági-
pa) y lo obliga a atender a lo que, al fin y al cabo, es FRAGMENTO DE UN MUNDO PROPIO
sólo la manera. Por no haber podido superar la trampa
que su propia tensión narrativa le tendia, Onetti ha ma-
logrado parcialmente una nouvelle que, desde otro punto
de vista, certifica completamente su madurez de escritor. "Sospech6, de golpe, lo qite to dos llegan a compren-
" d er, mds tarde o más t emprano : que era el único hom-
(1954) "bre vivo en un mundo ocu pado por fan t asmas, que la
"comunicación era imposible y ni siquiera deseable, que
"tanto daba la lástima com o el odio, que un tolerante
" hastio, una participación d ividida entre el respeto y la
"sensu alidad eran lo único que podía ser ea:igido y con-
" venia dar." E ste momento de revelación, que tiene el
protagonista hacia la mi tad de El a stiller o (Buenos Aires,
Compañia General Fabril Editora, 1961, 218 págs.), sin-
tetiza de modo admirable la soledad, la imposibilidad
de comunicación, el horror de un mundo solipsista que
están en la entraña de esta sórdida y desolada novela.
Poco importa que J uan Larsen se agite de uno a otro
extremo de las doscientas páginas, que recorra varias
veces la distancia que va de la morosa ciudad de Santa
María al astillero de Jeremias Petrus, que incursione
en un pasado hecho de humillaciones y de la misma, re-
petida, actividad con alguna mujer que acaba por ser la
mu jer. Poco importa que la sinuosa, elusiva y compleja
trama · sea susceptible de un resumen anecdótico - Junta
Larsen regresa al pueblo, desde donde fuera expulsado,
a reconstruir su vida - y que la atención del lector (o
del relator) sea capaz de encontrar, en sucesivas capas
superpuestas, los hilos de una intriga que también atañen
a Petrus y a su hija semiidiota o loca, a la criada de
esta hija, a dos empleados de Petrus, a la mujer (grotes-
camente embar azada) de uno de ellos.
Aquí la anécdota s6lo cuenta lo más externo e insig-
nificante. Porque lo que ocurre interesa poco, o pudo
haber ocurrido de otro modo. Que Larsen sea nombrado

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gerente general del Astillero de Petrus (abandonado, en- barazo, no es para él. La corteja con el vieJo disimulado
trampado, deshaciéndose a ojos vistas) o el puesto lo cinismo pero no para obtenerla, sino para dejar testimo-
ocupe otro. Que sea G6mez (el de la mujer embarazada) nio de su reconocimiento. Y cuando la crisis culmina,
el que amenace con un chantaje a Petrus o el chantaje cuando está acosado por los invisibles sabuesos de su
lo ejecute otro. Que el desenlace involucre la muerte de destrucci6n, tiene un 11ltimo alucinante encuentro con
dos o más hombres, nada importa. La trama, el argu- la mujer, ya herida de parto. Entonces, Larsen huye
mento, no es más que el cebo con que Juan Carlos Onetti horrorizado.
mantiene alerta la atenci6n de su irritado lector, de su
devoto lector, de su esclavo lector.
Regreso a la muerte

La otra historia Lo que Larsen no soporta es la vida. Soporta la men-


tira del sexo, la mentira de las adolescentes en flor, la
La verdadera historia corre por dentro y está hecha mentira de los viejos visionarios con negocios en ruina,
de los silencios, las pausas, los hiatos, de esa historia la mentira de la policía y hasta la mentira de otros sui-
superficial. Es la historia de una conciencia solitaria cidas. Pero cuando se enfrenta con la mujer rugiendo y
que regresa al pasado, a un mundo en que fue feliz y fue sangrando, huye. Esa es la vida. Pero este cmico, este
humillado, en busca de huellas perdidas, de una salva- sórdido, este vulgar macr6, es un romántico de corazón,
ción, también perdida, de un sentido final para una vida un almita sensible que se acoraza de podredumbre y
sin sentido. Cuando Larsen regresa a Santa Marra, llev·a cieno y llanto fingido, para no aceptar que el mundo
a sus espaldas (aunque eso s6lo se sabe más tarde) un viola la inocencia, que las mujeres que queremos dejan
pasado de macr6, una condena y una expulsión. Vuelve, un día de ser muchachas, que la vida irrumpe en el
mlis viejo y gastado, a enredarse en la historia confusa mundo destrozándolo todo.
de la liquidación del Astillero de Petrus, en una no me- La 1iltima delirante fuga de Larsen por el circulo
nos confusa y moros(sima seducci6n de la hija de Petrus final de su infierno es una fuga de la vida misma. Como
(acaba conformándose con la fácil criada), en los me· Eladio Linacero, que huía de su Ambito en JiJZ pozo (1939)
diocres negociados de los empleados de Petrus. por la ruta de los sueños que se contaba; como Juan
Pero debajo de esa espesa y oscura capa anecd6tica Maria Brausen que escapaba de una mediocre realidad
el lector va descubriendo de a poco y casi retrospectiva- suburbana en La 'Vida breve (1950), inventAndose otra
mente la otra historia de Larsen : la historia de una ne- personalidad y hasta creando un mundo entero, este nue-
cesidad de amor y verdadera comunicación que le están vo protagonista de Onetti, enfrentado con las raíces
negadas. Porque toda su vida lo que Larsen conoc16 fue mismas de la vida, se fuga por la muerte. Toda la nove-
la mentira, el beso parricida con que corona la testa de la tiene la marca simb6lica del regreso al país de los
Petrus, la mujer a la que usa con antigua sabiduría. Lo muertos. Asf como Ulises desciende en busca de las som-
que siempre ha añorado Larsen es creer en algo, mentir bras en la Odisea, y Eneas baja al Averno y Dante se
que algo vale realmente la pena, encontrar a alguien que hunde en la Ciudad de Dite, Junta Larsen regresa a
le pruebe que no es el ünico ser vivo en un mundo de Santa Marra y a la muerte final.
cadáveres.
Por eso, al margen de sus actividades mediocres de
seducción de la hija de Petrus y de reorganización del Univer8o riopZaten8e
erosionado astillero, Larsen va tanteando (como ciego en
un mundo sin relieve) en busca de una mano de verdad. Por mlis de un hilo está vinculada esta 11ltima novela
Esa mano existe en el libro y Larsen sabe que es la de de Onetti con su ya vasto cuerpo narrativo. La ciudad de
la mujer de Gómez. Pero esa mujer que pertenece a otro, Santa Maria en que ocurre gran parte de Fll astillero
esa mujer de. vientre horriblemente hinchado por el em- apareció por primera vez en La vida breve. En esa ciu-

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dad se refugia la fantasía de Juan Maria Brausen: la leyas de su confusa conversaci6n. Pero en esta novela
va creando de a poco, la va poblando de seres, acaba por era imposible prever a qué grado de soledad y miseria
incorporarla a la realidad, por irse a hundir realmente iba a llegar ese hombre gordo, de juventud ya perdida.
en ella. Entre los seres que crea Brausen está el doctor S6lo en El astillero se redondea el retrato, se ve lo
Diaz Grey, que hace una aparici6n secundaria en El as- que lleva dentro Larsen, su figura se convierte en cifra
tillero, como viejo conocedor de la historia local. de toda la humanidad. Entre la instantánea de La vida
Santa María está también al fondo de otra aventura breve y el retrato completo de El astillero, su creador,
de Díaz Grey de la que queda documento en La casa de Juan Carlos Onetti, ha madurado notablemente. En 1950
la arena, relato que se publicó en la colecci6n titulada La vida breve fue la prueba del enorme talento narrati-
Un sueño realizado (1951). Otra nouveUe de Onetti, Una vo de Onetti. Construida con un rigor que sólo el análisis
tumba sin nombre (1959), también ocurre en Santa Marta más ceñido hacía aparente, implacable en su busca del
y hasta menciona al pasar la Villa Petrus. El cuento estilo, fría y morosa, llevaba a la culminación un narra-
con que Onetti obtuvo mención en el Concurso organizado dor que en tres novelas anteriores (El pozo, Tierra de
por Lite en Español (1960) y que se llama Jacob y el nadie, Para esta noche) habla demostrado altas dotes.
otro, está asimismo ambientado en Santa María. Todos Pero La vida breve se había dejado a la vista todo el
estos elementos indican la creación de un mundo imagi- andamiaje técnico. Era como si Onetti hubiera tirado la
nario, una ciudad de provincias recostada a un gran rio, piedra sin saber esconder la mano. El prestidigitador
que vincula JJJZ astillero a lo que podría llamarse La hacfa los trucos pero también los explicaba. Su largo
Saga de Santa Maria. aprendizaje con Céline y con Faulkner era demasiado
Como hizo Balzac con su Oomédie Humaine, como evidente. Unos años después, cuando escribe El astillero,
repiti6 y perfeccionó Faulkner en su ciclo sobre Yokna- ya Onetti está. en camino de una madurez que significa
pathawpa, Juan Carlos Onetti ha incrustado en la reali- sobre todo despojamiento, elipsis, concentración fanlitica
dad del mundo rioplatense un territorio artístico que en la peripecia interior. Por eso se ven menos ahora los
tiene coordenadas claras y se compone de fragmentos andamios, aunque algo sobreviven en los trtulos de cada
argentinos y uruguayos. Ya los eruditos del futuro re- capítulo, con sus maniáticos resabios faulknerianos.
cogerán los rasgos (una alusión a la capital argentina, Lo que sobre todo se ve es un progresivo ahondarse
una plaza Artigas, la mención de un Camino de las Tro- en la verdadera materia narrativa. Ese mundo del asti-
pas) que van indicando puntos reales de un universo llero, decrépito y polvoroso, en que vanamente trata Lar-
extraído de la tradición rioplatense. Ahora basta certi- sen de soñar que está dirigiendo algo : esa glorieta que
ficar esa común vinculación entre los relatos que Onetti es cüra de la Villa Petrus y donde seduce en cómodas
ha ido escribiendo desde 1950. cuotas semanales a la loca hija de Petrus, esa casilla en
que asiste, fascinado y rechazado a la vez, a los movi-
mientos de la mujer embarazada, y mlis al fondo, todo el
Un lugar poético pueblo de Santa Maria y el río, son el lugar poético en
que Onetti ha sabido ir creando (por mera insinuación
Junta Larsen ya asomaba su perfil en Tierra de nadie atmosférica, por milagrosa simpatra entre el paisaje y
y aparecía, entero aunque en escorzo, en un capitulo de el ser) una tierra para la soledad de Larsen, para su
La vida breve. Alli aparece (p. 360) como "un hombre hambre de comunicaci6n, para su descubrimiento de ser
"pequeño y grueso, con Za boca entreabierta, eatremecie11r- el único hombre vivo entre fantasmas.
"do el labio inferior al respirar; Za luz caia amarilla Por eso el estilo mantiene esa tensión no mitigada
"sobre su cráneo redondo, casi calvo, hacia brillar Za que permite vincular esta novela no sólo con el obvio
"pelusa osc1'ra, el mechón solitario aplastado contra la antecedente de Faulkner, sino con los trabajos mts mo-
"ceja". Luego se completa su retrato con otros rasgos: dernos de la escuela objetiva. No es que Onetti esté tra-
la nariz curva y delgada, el pulgar de una mano engan- tando de ponerse a la moda (de todos modos, Pll a1tme-
chado en el chaleco, las preguntas deliberadamente lep· ro ya estaba escrita en 1957), sino que la moda e1t4 po.

186 187
niéndose a tono con Onetti. Ese lector que aguanta a
Robbe-Grillet y a Michel Butor, que devora pausada-
mente las paraliticas novelas de Samuel Beckett, que
transita sin impaciencia por Le square o Moaerato Oan-
tabiZe, de Marguerite Duras, es un lector que ya está
maduro para Onetti.
En este escritor uruguayo encontrará no menos sino
más rigor, una visión alucinada y alegórica del universo
que está increíblemente vertida en términos de novela, UN MONTEVIDEANO
un ímpetu vital que desmiente la (aparente) negatividad Y SUS "MONTEVIDEANOS"
y sordidez del asunto. Encontrará sobre todo que el ci-
nismo, la desesperanza, la frustración de su protagonista,
no le impiden ser también un alma tierna y desgarrada.
Encontrará, en fin, una obra maestra. Un noviazgo de veinte años en que la novia va enve-
jeciendo y ajándose a medida que pasa el tiempo y el
(1961) novio descubre el placer en una aventura con una ado-
lescente; la porquería que nos hace un amigo; el fútbol
en los campitos de enésima división; la espera sin espe-
ranza del presupuesto ; el programa del Jefe que los
subalternos espian con el agua en la boca ; la árida lucha
por los bienes gananciales que se desarrolla ante la mira-
da atónita del hijo; un hombre casado que se tira un
lance a la hora del almuerzo en la Ciudad Vieja; el ba-
rroco, cultivado, inmortal odio entre hermanos; la ven-
ganza del cornudo ; el amigo que nos hace saber, con to-
dos sus detalles sórdidos, el pasado de la mujer que ama-
mos ; la coima en las oficinas públicas ; el chantaje de
la sirvienta a la patrona ; una despedida de soltero; el
contraste entre este mundo suburbano y rioplatense y
la gran metrópoli del Norte; la suegra arquetípica. Tales
son algunos de los temas y personajes que recoge Mon-
tevideanos y que Benedetti ha ido a excavar en una reali-
dad apenas cartografiada por nuestra literatura : esa
ciudad, vacilante entre urbe y aldea, que se llama Mon-
tevideo.
Los temas dicen la intención primera del libro pero
no agotan su significado que (felizmente) cala más hon-
do y más perdurablemente. El autor parece haberse pro-
puesto únicamente un examen narrativo y ficticio de esa
criatura blanda y hedonística que han creado las cir-
cunstancias en esta orilla del Plata : un ser que nazca
donde nazca (la mayoria de los montevideanos, como el
protagonista de Los novios, como el autor, como el críti-
co que escribe estas palabras, son del interior), ya viene

189
lSS

,.
al mundo con la esperanza de un empleo público y la re- asumir su personalidad de hombre. ser, sino arrojarse
suelta alternativa inevitable (ser Blanco o Colorado, de en el pospuesto matrimonio como una •enganza contra
Peñarol o Nacional} . Ese ser nuevo para las letras pero ella, contra él, contra la vida. De golpe, en una narra-
ya gastado por la vida, europeo y provinciano a la vez, ción de curso lento y basta moroso en que parecen en-
irremediablemente nuestro. contrarse ecos del MaZinverno de Moravia, Benedetti
Cada una de las 19 narraciones explora una zona del hace estallar la furia de una pasión reprimida y malsa-
Ambito montevideano aunque a veces el autor deba des- na, la venganza engendrada por la mediocridad ante la
plazarse en busca de rafees ya lejanas o proyectarse vida. El novio (el narrador del cuento} es tan abomina-
fuera de este mundo. Cada cuento fija un personaje ar- ble como ese monstruo sin sangre al que inmola su felici-
quetípico (el muchacho de barrio, la noviecita fiel, el dad porque él ha entrevisto la vida y le. vuelve la espal-
viejo coimero) o dibuja los perfiles de una institución da. Su venganza es suicida.
nacional. No seria difícil probar (si hiciera realmente
falta) que en otras partes del mundo se cuecen las mis- • • *
mas habas, que la esencia esencial del montevideano se
confunde con la naturaleza del hombre, ese homme mo- También hay en Tan amigos un doble fondo de ven-
yen aenauez que tanto explotó la literatura francesa y ganza y pasiones mezquinas, aunque la superficie del
que tiene su prototipo en Leopold Bloom, irlandés, judío cuento sea tan tersa, tan trivial, que el autor puede dar-
y montevideano honorario. se el lujo de detallar con esmero la macchietta del mozo
Pero antes de dejarse tentar por filosofías (todo es de café en un relato de sólo cuatro pliginas. Pero esa
la misma cosa cuando nos ponemos metafísicos}, con- mediocridad que instala el mozo, con sus sudores y los fa-
vendría mirar un poco los accidentes en que la cáscara (igados pies, es un poco la clave de esa venganza con que
y la entraña del montevideano se ofrece a los ojos vi- el taciturno amigo se paga la porquería que el otro le
vaces, agudos, irónicos y también simpáticos de Mario hizo. Por la técnica despojada y casi totalmente dialo-
Benedetti. Entonces los accidentes adquieren cuerpo y guística, el cuento evoca The Killers de Hemingway,
relieve narrativo propios. pero lo que pone en juego Benedetti es algo más que una
reminiscencia literaria. Debajo de la superficie, el autor
* * * uruguayo busca dar esa dimensión de cobardía, de sordi-
dez ante la amistad, de blandura moluscular en que se
En el plano mlis exterior está el coior local. Loa no- juega entre nosotros el ritual de la venganza. El simple
vios ilustra el tedio de un largo noviazgo como ya no se gesto con que concluye el cuento (el vengador cruza la
estilan pero que constitufan las delicias sádico·masoquís- calle para mandar el telegrama que fundirá al otro} es
ticas de nuestra clase media hace unas décadas. Allí está un prodigio de síntesis.
admirablemente observado el bostezo de las relaciones Hay asimismo una venganza en Puntero izquierdo,
entre seres de sangre tibia e imaginación mAs tibia aún. en que un jugador de ínfima división relata a un amigo
La dnica pasión perceptible, la única que los enciende, que lo visita en el hospital, los motivos de la paliza que
es el melodl·ama. Debajo de su minuciosa anotación na- lo tiene allí confinado. Es una historia de soborno frus-
turalista, que no perdona arrugas, hedores, miserias, el trado y estupidez cierta que ha sido redactada por Be-
cuento ilustra una forma siniestra de la venganza: la nedetti en un pastiche del lunfardo que recuerda ejerci-
que exige la inmolación de sí mismo para hundir al otro. cios anteriores de Jorge Borges y Adolfo Bioy Casares
Cuando el novio comprende al fin que la victima del (El hijo ae su amigo y La fiesta ael monstruo, son sus
largo noviazgo sin amor es él, y no la muchacha que ha modelos). Pero una vez m!\.s, lo que busca Benedetti es
ido marchitándose entre sus poco emprendedoras manos, algo que no está en sus antecedentes literarios. No se
cuando se ilumina en él la comprensión de que todo es trata o se trata sólo en la superficie, de caracterizar el
una estafa sentimental (el "calotito", como habfa dicho ambiente Y las criaturas que lo pueblan. Lo que busca
ella en otro contexto). su reacción no es liberarse al fin, el autor es captar esa forma casi masoquística del herois-

190 lQl

,
mo que lleva a un sobornado a traicionar a quienes le •••
pagaron y a defender la inútil camiseta. En esa contra-
dicción, Benedetti ha descubierto la luz que se filtra ines- La otra faz de este mundo montevideano es la medio-
peradamente en un mundo de sombras. La mediocridad cridad aterida. Hay un cuento, A.qui se 1·espira bien. que
de las transacciones (que imitan admirablemente la más logra entrelineas a lo Henry James para contar el des-
lujosa mediocridad de los cuadros grandes) es sólo uno cubrimiento que hace un niño de que su padre tiene pies
de los niveles del cuento. En el más profundo está ese de barro. Es muy breve (apenas cuatro páginas) pero
acto de arrojo innecesario y hasta estéril. pinta una crisis entera. Esta es la realidad, parece decir
el autor, la realidad real de .Ja coima, del dinero aceptado
••• con vergüenza pero aceptado. Con sutil intuición narra-
tiva, Benedetti hace que la pequeña transacción que
La venganza reaparece en otros cuentos. En Los hiere brutalmente al niño ocui-ra a pleno día, en un par-
pocillos, que asume la forma sorpresiva y algo mecánica que donde se respira bien. La felicidad narrativa que
de un cuento de Maupassant, es apenas la revelación acompaña casi siempre a este autor le ha hecho encon-
cómplit;e y sucia de otrq cornudo. En Déjanos caer, de trar el marco perfecto.
mucho más elaborada construcción, es una venganza a También de aterida mediocridad son otros cuentos
control remoto. El principal personaje del cuento, el como Inocencia, en que unos muchachos se deslizan por
amigo que manda al otrq a enterarse del pasado de su un dueto estrecho para ver bañar n unas mujeres. El
novia, apenas figura en las entrelineas. En No ha cZau- melodramático final (tal vez innecesario) sólo sirve para
Wicado subyace la anécdota y se revela en las lineas aliviar la repugnancia misma del relato que cala más
finales, cuando el hermano que ha descubierto todo com- hondo de lo que la mera superficie anuncia. En Almuer-
prende que el perdón no tiene por qué privarlo de seguir zo y dudas es el hombre casado que no se decide a zam-
odiando a su hermano. En Corazonada, el nivel en que bullirse en una relación ilícita completa ; en Oa1·amba 1J
se mueve el autor (un chantaje a la patrona hecho por lástima es la despedida de soltero, con el novio que pier-
una criada con imaginación) es más burdo pero el resul- de en una borrachera de burdel, la virginidad que habfa
tado tiene la precisi6n impecable de una demostraci6n
geométrica. Pero es sobre todo eii Retrato <le .EUsa, don-
1 presen-ado para su noviecita. Estos cuentos trafican con
zonas oscuras de la frustración se:i..-ual del criollo.
de Benedetti alcanza el punto más alto en su saga de la A pesar de lo que la mitología del machismo hace
venganza. creer (y por eso mismo que es tan publicitada), el crio-
Oon acierto comentó Enrique Amorim al publicarse llo tiene una visión infantil de las relaciones sexuales.
este cuento por primera vez en un semanario que el La caricia exploratoria del cuerpo de la novia, la visita
tema es de novela. En pocas páginas, se ha revelado un al quilombo, son los extremos de un aprendizaje que
tema vasto y sórdido. Es la historia de una mujer que uunca llega a integrarse completamente. Por eso hay
se sacrifica por sus hijos hasta criarlos y casarlos, pero tanta frustración, real y simbólica, en los cuentos de
cuando están casados (los que se casan) , les hace la Benedetti. Son cuentos en que el sexo está desplazado o
vida imposible. Es la "madre hay una sola " del chantaje no produce goce, son cuentos de hombres rntimamente
emocional criollo. Otra vez, como en Los novios, la ven- cobardes o muj eres frigidas o enfermas o dominadoras.
ganza es mfls contra la vida que contra alguien en par- En pocos, en casi ninguno, hay una plenitud. Si la hay,
ticular. En la tortura a que somete hijos y yernos, Elisa no dura.
venga las humillaciones que la vida le infiriera o ella
misma se infiriera. A. la hora del ataúd, ellos también
se vengan. Es una historia sórdida que Benedetti hace
c6mica por acumulación de detalles brillantemente obser- La clave podría encontrarse en Fatnilia Iria1·te, uno
vados pero que es de risa negra. Como la de casi todos de los mejor fabuladoa. uno de los más abismalmente
los cuentos del volumen. lúcidos. Ese "secretario " que cree descubrir en una jo-

192 193

Karradores ele esta América. - 13


,
ven hermosa a uno de los programas del Jefe, que se
enamora y hasta es feliz hasta que descubre l a verdad, fidelidad y precisión posible (de ahí el éxito entre nos-
es un ser en que Benedetti ha visto admirablemente las otros) pero superficie al fin. Lo que ofrece Benedetti es
fuerzas oscuras que gobiernan a todos.. Como en Los no- la alucinante, cómica, amarga topograffa de un mundo
vio8, el lector siente que Benedetti está explorando una s in entrar a excavar su geología. Por eso, parece estar
realidad que escapa a las limitaciones del color local, del más cerca de Carlos Maggi (otro intuitivo observador)
apunte costumbrista, del acierto sociológico de entrecasa. que de Juan Carlos Onetti y Carlos Martinez Moreno.
P orque el tema real de Familia Iriarte es la fascinación Pero aquí y alli, en la entrelínea de sus mejores cuen-
edípica de la mujer del otro (la mujer del superior, la tos, se ve que el narrador profundo capta la oscura
mujer del padre) y ese tema corre bajo diversas másca- fuerza subterránea que mueve a sus criaturas. El novio
ras en los cuentos que componen el volumen. tiene, en un momento de felicidad, la revelaci6n del amor
En Los novios, el protagonista ha reducido a la novia carnal con otra, de su verdadera naturaleza reprimida.
a una figura de cera a la que adora con fa lsa devoción Pero el hábito, pero la larga costumbre de la sumisión
y en la que se junta la atracción y repulsión del seno pero la mediocridad, pueden más. En Familia Iriarte, eÍ
mate rno; en Inocencia, el dueto estrecho y húmedo en ·'secretario" comprende en un llltimo golpe visionario
que quedan encerrados los muchachos es una metfifora el error en que ha caído : la muchacha que ama es ino-
de la relaci6n sexual que el autor recrea con los rasgos cente, no ha sido poseída y entrenada por el Jefe, ya no
pesadillescos de una experiencia intrauterina. No es ca- le importa. Pero es demasiado tarde, Benedetti consigue
sua l que en este cuento, Benedetti evoque inconsciente- hacerle aceptar la resignación del último párrafo.
mente la misma atmósfera húmeda y malsana de El pozo Lo que este autor parece querer decir (y decirnos) es
y. el péndulo, de Edgar Poe. Oscuras raíces vinculan que así somos los montevideanos: mediocres, superficia-
ambos relatos. Hasta en Sábado de Gloria (mucho menos les, resentidos, frustrados. Y lo dice de modo que no
logrado pero revelador), la mujer que hace feliz al rela- tengamos más remedio que reconocernos. Allá estamos
tor es una mujer que se enferma, una mujer que agoniza, todos comprometidos en la felicidad de una frase, en la
una mujer que se muere al fin. verdad de un gesto ritual, en un movimiento que el ojo
Estas fru straciones reflejan las de un ambiente para no registra pero la intuición de Benedetti ha visto. Cu-
el que la mayor prueba de hombría, el machismo, no es riosamente, este informe negativo no estil. dicho con odio
la relación sexual plena con una mujer adulta, sino la sino con amor, ya que Benedetti no se alza por encima
conquista de una descuidada o mal protegida virginidad; de sus criaturas para ju zga rlas sino que comparte con
donde la escuela del amor sigue siendo el prostíbulo o el ellas penas y glorias. El es, sin duda, como usted lector,
servicio doméstico ; donde la herencia de obsedidos E>S- como yo, un personaje tan confuso y desorientado, un
pañoles y no menos obsedidos italianos, disuelve el vasto montevideano.
mundo sexual en la dicotomía de virgen o ramera. Sin
alharacas, como quien no quiere la cosa, a •eces por (1961)
caminos desviados, Benedetti ha ido a poner el dedo en
esa llaga, ha sabido mostrar (con sonrisa agridulce) la
fuente de esa vieja frustración.

• *•
Benedetti no explora a fondo este tema, sin embargo.
Incluso en el mayor y dilatado espacio de su novela La
tregua, prefiere mostrarlo a revelarlo. Su visión en todo
este volumen parece voluntariamente limitada a la su-
perficie. Una superficie, es cierto, detallada con la mayor

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Impreso en los talleres
de
I. G. Sebe y Barral Hnos., S. A.
Calle Provenza, 219
Barcelona

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