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El primer amor de nuestros hijos es una buena oportunidad para enseñarles cómo
debe ser una relación basada en el respeto y la libertad.
El otro día me escribía un correo la madre de Lucía, una chica que cursa segundo
de Educación Secundaria, y me dice “Lucia ha sido siempre una chica muy
abierta, simpática, alegre, buena estudiante. Pero desde hace un par de meses
comenzó a mostrarse triste, introvertida, callada, muy irritable y lo peor, ha
suspendido cinco asignaturas en la última evaluación. Es obvio que algo le
pasa, yo intento hablar con ella y se cierra en banda y me dice que la deje que
no me meta en su vida. En vista de lo rara que estaba llamé a una de sus amigas
para que me contara si se había enfadado con ellas y me dejó de piedra cuando
me soltó, es que la ha dejado su novio, cómo quieres que esté. Mi primera
reacción fue la de ir a hablar con ella y decirle que eso son tonterías, que no
tiene edad y que lo que tiene que hacer es centrarse en los estudios, pero la
verdad es que la veo tan triste que no sé cuál será la mejor manera de ayudarla”.
Pues sí, esto que le ocurre a Lucia es algo que les suele ocurrir a muchos
adolescentes y es que, si no fuera suficiente con comportarse como
adolescentes, algunos van y se enamoran, y se desenamoran y vuelven a
enamorarse y sufren y se sienten inmensos y luego insignificantes… como si
fueran en una montaña rusa. Y cuando los niños se enamoran, ¿qué podemos
hacer los padres?