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Quizás lo más importante sea diferenciarla de otra palabra que por lo general
suele sea usada como sinónimo: Sentimiento. Es muy común creer que las
palabras emociones y sentimientos son intercambiables. La verdad es que
estos dos términos son muy distintos y expresan realidades muy contrarias.
El sentimiento. Básicamente diremos que el sentimiento es una sensación de
moderada intensidad y que es perdurable en el tiempo. El amor, la felicidad y
la simpatía serían un par de ejemplos.
La emoción. Esta por el contrario, es una sensación de gran intensidad y
corta en el tiempo.
De esta última dice el D.R.A.E.:
Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va
acompañada de cierta conmoción somática.
ALEGRÍA
"Por eso mi corazón se alegra, y se regocijan mis entrañas; todo mi ser se
llena de confianza." - Salmos 16:9
ESTAS AGRADECIDO
"Entren por sus puertas con acción de gracias; vengan a sus atrios con
himnos de alabanza; denle gracias, alaben su nombre. Porque el SEÑOR es
bueno y su gran amor es eterno; su fidelidad permanece para siempre." -
Salmos 100:4-5.
Emociones bajo control
Entonces, ¿cómo podemos tratar con nuestras emociones a la luz de la
Palabra de Dios para no equivocarnos? Aquí algunos consejos que pueden
ayudarnos:
1. Nuestras emociones forman parte de un todo en nuestro ser junto con
nuestros pensamientos, sentimientos etc. Por eso, Dios nos exhorta a
guardar nuestro corazón “Sobre toda cosa guardada, guarda tu
corazón; porque de él mana la vida”, Proverbios 4:23. Guardar
nuestro corazón no es esconderlo, sino llenarlo y protegerlo con la
Palabra de Dios y nuestra obediencia a ella.
2. Cuando un intérprete de la ley le preguntó a Jesús cuál era el gran
mandamiento de la ley, Jesús le contestó: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”.
Mateo 22:37. Aquí vemos que cuando adoramos y alabamos a Dios,
todo nuestro ser está envuelto, incluyendo nuestras emociones. Lo triste
y peligroso es cuando nos dejamos llevar solamente por ellas, y dejamos
a un lado nuestra mente y razón. Esto puede traernos consecuencias
graves, e incluso muchos han manipulado las emociones de las
personas, distorsionando la Palabra de Dios para que hagan lo que su
líder espiritual ordene. Necesitamos las emociones, por supuesto, pero
con raciocinio. Es decir, controlar el corazón con la razón.
3. Cuando nuestras emociones nos dicten algo abiertamente contrario a los
mandatos de la Palabra de Dios, tenemos que obedecer lo que Dios nos
dice sin dudar. Por sinceras y fuertes que sean nuestras emociones,
seguirlas a expensas del mandato divino es desobediencia abierta a lo
que Dios ya nos ha dejado dicho. “Engañoso es el corazón más que
todas las cosas”, Jeremías 17:9.
4. Las emociones que no nos llevan a acercarnos más a Dios y hacer su
voluntad vienen de la carne y no del Espíritu. Por lo tanto, no debemos
vivir según la carne nos dicte, sino según el Espíritu de Dios que mora
en nosotros, “ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si
en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes”, Romanos 8:9.
Debemos hacer morir con Su ayuda las manifestaciones, las emociones
y obras de la carne.
5. El Espíritu mismo nos da el poder para dominar y distinguir si nuestras
emociones son de Dios y me ayudan a crecer en mi vida cristiana, o si
son de la carne y las tengo que desechar. No está en mis fuerzas, sino
en el poder del Espíritu, como Pablo enseñó a Timoteo: “Porque no nos
ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio (de disciplina)”, 2 Timoteo 1:7.
Podemos concluir diciendo sí a las emociones que me ayudan a conocer y
acercarme más a Dios, pero no dejarnos llevar por ellas, ni que dominen
nuestra vida y decisiones. El cristiano solo debe dejarse dominar por la
Palabra de Dios y nuestra obediencia a ella.