Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
La expresión: “Quiero tener la libertad de…” abre una brecha y desgarra un abismo para
los anhelos y el mundo soñado. Solo el verdadero creador sabe perderse y encontrarse en
los laberintos que el mismo ha labrado en su universo onírico, y es por esta razón, que
muchos personajes se han vuelto inútiles y poco funcionales al intentar encontrar la libertad
auténtica en sitios áridos, no tocados por la fertilidad de las ideas cristalizadas y convertidas
en cambio.
El ser humano es un ser deseante, ya que bajo el yugo opresor de las necesidades básicas de
la existencia humana habita un deseo que mueve el cumplimiento y la satisfacción de dicho
apremio, háblese de alimentarse, de procrear, defecar y orinar, respirar; del mismo modo
existen necesidades básicas en la mente y en el alma, y una de ellas, si no es que la más
importante, es la conciencia de sentirse libre.
Para auto-engañar a esa conciencia de libertas existen dos niveles de la misma; el primer
nivel es el de la elección, es decir, la libertad que ejercemos a diario con el poder de decir sí
o no, de tomar un camino u otro, es una libertad cercana en la que se elige dentro de la
limitación social, espacial, temporal, personal y esta aunada a los prefijos puedo y tengo y
es ahí donde la frase: “Tengo la libertad para elegir X o Y” se enmarca en la geometría de la
elección cercana, limitada y orillada por la experimentación de una familia y una sociedad
que permite configurar una realidad, una escenografía para la vida.
El segundo nivel o modalidad de la libertad es aquel que se proclama bajo la sentencia:
“Quiero la libertad de…” la cual se traduce al puro deseo y satisfacción anhelado para
cumplir libremente una infinita e indescriptible gama de posibilidades que la palabra
posibilidad no puede abarcar; significa crear los medios y los fines de ese gozo y por ende
conlleva una responsabilidad igual de indefinida y seguramente sorpresiva.
II
Esta sociedad que se ha marchitado condenándose eternamente a una religión y una moral
nos permite tener la estructura mental de una educación anticipada llena de circunstancias,
todas calificadas bajo adjetivos llamados prejuicios, y todas encasilladas bajo descripciones
llamadas estereotipos. Todo en este mundo tiene un nombre, y ese nombre genera certeza
de la simple experimentación, lo desconocido es relegado como peligroso, extraño y
riesgoso; todo lo que el humano no sea posible de calificar y describir es, entonces, un
objeto ambiguo, indeterminable y por tanto inhumanamente comprensible; en este juego de
categorías, lo indescriptible por el humano es elevado a una razón divina o es refundido a
una sub-dimensión demoniaca.
La realidad, como sueño pintoresco de dualidad que rellena nuestra existencia con otros
universos soñados [el prójimo me hace vivir en su pensamiento, tal vez sin ser, pero siendo
a la vez], personas que se sueñan a sí mismas y que viven de las experiencias exteriores e
interiores que nos permite el mundo, es una masa matematizada que convive con la esencia
de los objetos y de los seres vivos. La esencia de los objetos representa una verdad y una
duda que no corresponde la una de la otra; la verdad de esa esencia radica en su existencia,
es posible medir y calificar de forma inherente la entidad – identidad, sin embargo, esa
conceptualización de la objetividad es posible gracias a la pre-configuración de la
capacidad del habla, del lenguaje en sí mismo y de esa imperiosa necesidad de dominar la
vida con nombres y etiquetas.
La duda: ¿la esencia de las cosas existe fuera o dentro del individuo?. Es allí donde el límite
entre la esencia del Uno y la esencia del Todo pierde visibilidad. El Uno puede ser
percibido por otro Uno, y mediante nombres, adjetivos calificativos, descripciones,
sensaciones, ideas y pensamientos damos una identificación a esa entidad experimentada,
es decir, el poder de percibir la dualidad de los opuestos, entre blando – duro, suave –
áspero, blanco – negro… cualquier detalle que orille el saber de qué objeto se habla, un
libro, una pluma, un lápiz. Esto podemos saberlo porque existe un vocablo para
determinarlo y esto se lo debemos a quienes dedicaron su tiempo a conseguirle cita a cada
objeto.
La verdad, es que bajo los sentidos externos e internos humanos es posible obtener una
visión, una textura, un olor, una nota o un silencio y un sabor de cada componente de la
cotidianidad. La verdad no responde a la anterior duda; presento la siguiente tesis:
En este punto es necesario recurrir a un ejemplo. Un bebé ha sido expulsado del vientre de
su madre el día de su nacimiento. El único lenguaje que tiene este bebé para expresarse con
el exterior es el del llanto. El bebé en cuestión siente dentro de su estómago un hormigueo y
una sensación de vacío incómodo. El bebé no sabe que eso se llama hambre, pero expresa
su necesidad de complacer ese instinto y lo comunica con el llanto; la madre, trata de intuir
que su hijo tiene hambre y alimenta al pequeño, éste ahora ha aprendido que tener un
alimento en su boca, tragar y sentir que llega a su estómago es la forma para satisfacer a su
inquieto interior y producir un placer, como todo instinto consumado.
El bebé hipotético ha nacido en un mundo que funciona, con tropiezos y aciertos, pero
funciona y cabe mencionar que su propia familia, los responsables de su educación, ya
pertenecen a una sociedad y a una moral definida mediante los lineamientos establecidos.
La sociedad a la que pertenece esa familia tratará de incorporar al nuevo humano a esa
misma sociedad y llenar su vida de circunstancias que después serán las que rijan sus
decisiones, cercándole la libertad y exigiéndole elegir para lucrar con su vida y formar una
maquina más que hará caminar al mundo como otro engrane. Esta es la conceptualización
del mundo desde la perspectiva de uno de los instintos más primitivos y básicos en el ser
humano, prueba de la nomenclatura circunstancial y de la esencia que vive en cada ser
desde el momento que el humano es capaz de estructurar y entender el lenguaje y las
etiquetas que otorga el mismo.
III
¿Por qué no pensar que vivimos en un estado de hipnosis continuo e infinito? La conciencia
de la vigilia normal está en funcionamiento cuando el cuerpo humano se encuentra sin
alteración alucinógena o patológica, según los estudios psicológicos de los estados de
conciencia, pero es imprescindible destacar que existen un sinfín de acontecimientos que
puede variar nuestra “vigilia” de forma natural, los mismos sentidos pueden engañar la
recepción de la realidad convirtiéndola en algo que podríamos determinar como “ilusión
óptica” y no solo óptica, sino auditiva, sensorial, etc.
Ya que la realidad no solo es percibida por los sentidos sino también por las emociones
internas, se ha conceptualización vulgarmente a la realidad como un estado pesimista de la
vida, es decir, una carga, un telón que cerramos y abrimos cuando es necesario vivir. Esta
ilusión es una apariencia alejada de la verdad y de la continuidad o congruencia, está
determinada por las exigencias del deseo y las fugaces pretensiones del placer:
Las cosas que forman parte de cada realidad particular quedan instituidas en la conciencia
como un marco teórico que muy difícilmente saldrá de la percepción real de algo, aunque
sea onírica, por ejemplo, es común observar un árbol de follaje abundante y
característicamente color verde, verde en amplias tonalidades pero finalmente verde;
entonces es difícil aceptar como real, aunque lo sea, un árbol con follaje de otro color o de
diferentes descripciones.
Impeler otras realidades desconocidas es interesante y, aunque una persona parezca muy
segura de ello, es difícil comprender la dimensión que divide lo real de lo irreal; es
enigmático establecer un concepto objetivo de lo real determinado por su presencia, ya que
en la imaginación sensible y desarrollada puede existir la misma ilusión de un universo, tan
consistente como el movimiento envoltorio de la vida.
Lo fantástico o ilusorio no puede presentarse como una antítesis de la realidad, puesto que
todo lo que la compone ha sido un invento, del hombre, de un solo Dios o de innumerables
Divinidades, o como producto de la misma Naturaleza. Globalizar la situación real permite
concebir que todos sus componentes inherentes son un discurro, autoría de un alguien.
IV
El argumento que se presenta permite comprender cuál es la idea mecanizada del mundo:
“a partir de otros soy yo” proponiendo al “yo” como una sentencia determinante que
se socio-construye, es decir, necesita de la sociedad y la nostridad proveniente del nos-
otros.
En palabras propias de Jean Paul Sartre, en una entrevista en la cual se cuestionó el poder
de decisión que existía dentro de su misma personalidad, declaró:
Esta aclaración mezcla la realidad, como una situación instaurada para el desarrollo de la
humanidad; la realidad se concentra en hacer que todos los entes que se mueven en una
optimización social sean partícipes de la misma para auto-construir un concepto de mí
mismo y de las cosas que me rodean, y en cierto modo, considero, es lo que vivimos pero la
existencia no se basa en lo que pueda formar de mi a partir de los demás, obviamente la
existencia no puede tener su sustento en la realidad de la comunidad, puesto que es una
variable independiente, donde vivimos un individualismo.
Lo anterior es una antítesis propia de lo que Jean Paul sostiene, en la misma entrevista:
- Soy “entre lo que quise ser y lo que los demás hicieron de mi”
La comunidad está fuera del “yo”, dentro de “yo” solo existe un sueño de la realidad, un
pensamiento que actúa no como determinante sino como variable, perceptible por mis
sentidos pero movible en mis pensamientos.
Ni siquiera me encuentro en la posibilidad de afirmar que el “yo” existe, puesto que la
sociedad nos ha configurado para creerlo, pero las actividades, los pensamientos y la
personalidad que sostienen la apariencia del “yo” son, llanamente eso, una apariencia.
Proponer una tesis así llevada a la acción moral y a la doctrina ética de la humanidad es
trasladar conceptos como los de la libertad [La libertad consiste en compromiso. La libertad
es lo que haces con lo que te han hecho 1] y la autonomía para convertirlos en un bien
común, en una situación que todos anhelemos. El problema es que nuestros anhelos y
nuestra libertad, así como la autonomía, se ven interrumpidas por una serie de
individualidades que no pueden mezclarse en una sociedad homogénea [Mi libertad termina
donde empieza la de los demás1], es decir, los derechos humanos, y los principios éticos
pueden ser utopías sociales que buscan, en las virtudes perfectibles, un “mundo feliz” un
mundo tan idealizado que roza la imposibilidad.
Considero que existe un valor por cada ser que habita el mundo, no solo humano sino
contemplando a la naturaleza en general, y sé también que las leyes y la propia ética busca
en su justicia beneficiar a quien no debe hacerlo… entonces preguntamos ¿la justicia es
para todos? ¿Por qué es para todos? El hombre no puede colocarse en un punto de decisión
entre elegir el bien o el mal, puesto que forman una de las dualidades inherentes del ser
humano [Según las circunstancias el hombre es bueno o malo 1], y podríamos decir que los
puntos medios existen, y ese punto medio es el principal fundamento de las normas
morales: la racionalización de nuestros actos.
Racionalizar un acto es privarlo de su espontaneidad, es verificar que existe una otredad y
convertirla en la nostridad que propone una domesticación de los actos por bien común, ese
es el parámetro que mide las consecuencias de nuestro proceder.