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HACIA UNA TEORÍA DEL GOBIERNO EN LA AMERICA ESPAÑOLA


ESPAÑOLA
RICHARD MORSE

1. El Periodo Virreinal y sus


sus Antecedentes

El propósito de este ensayo no es analizar la experiencia política de la América


española en su totalidad, ni construir una teoría acabada que la ilumine exhaustiva-
mente. Las historias de estos dieciocho países son, en forma individual, demasiado
fragmentaria y, tomadas en conjunto, sin mucha correlación, para permitir construir
de forma sistemática un proyecto de esa naturaleza. En esto, como en la mayoría de
áreas de estudios del Nuevo Mundo, los elementos para una síntesis concluyente
aún no están disponibles. Por lo tanto, utilizararemos una herramienta heurística
europea para examinar ciertas nociones teóricas para encarnar, no de manera con-
cisa, la experiencia política de la América Española. Debemos aprovechar esta” riva-
lidad a contrapunto” para evocar los temas correspondientes.

El Profesor Northrop ha hecho algo de esa naturaleza cuando cotejó la filosofía


de John Locke con la historia política de Estados Unidos, como se sugiere en la "no-
ta" que concluye este ensayo (que tal vez simplifica demasiado el caso). Un resumen
de su argumento será útil aquí como un punto de partida. Profesor Northrop afirma
que la concepción atomista de Locke, de la soberanía del individuo, cuadrado perfec-
tamente con las condiciones angloamericanas de vida. Hasta el siglo XX, Estados
Unidos era un estado de libre mercado (laissez-faire): no un estado interventor que
aseguraba la distribución activa de recursos limitados entre los muchos necesitados,
sino un garante pasivo de los reclamos privados que ampliaron la riqueza del nuevo
continente. A diferencia de sus contrapartes norteamericanas, los conservadores
británicos del siglo diecinueve -con sus tradiciones nobiliarias y su religión de esta-
do- se inclinaron más hacia una mentalidad social paternalista, lejos del atomismo
de Locke, contrarias al depravado laissez-faire y a la obediencia incondicional de los
derechos del individuo soberano. Los liberales británicos, que estaban más cerca de
los ideales de Locke, finalmente cedieron ante un partido laborista de corte socialis-
ta. Por este ajuste de cuentas, la filosofía de Locke era, por lo tanto, menos afín a su
patria que a la trans-atlántica nueva Inglaterra, que fue colonizada en el siglo en que
él nació, y en 1776 la lealtad de los colonos para con Locke, por causa urgente, fue
afirmada y consumada1.
1
S.C. Northrop, La Reunión de Oriente y Occidente (Nueva York, 1946), caps.III, IV. Ver también Merle Curti,
“El Gran Sr. Locke, filósofo de América”, 1783-1861, "The Huntington Library Bulletin 11 (abril de 1937),
107-151.
2

La pregunta que ahora nos planteamos es: ¿Hay otras filosofías europeas que
podrían ser correlativamente comparables con la historia política de la América es-
pañola?

La colonización de la América española antecedió a la británica americana por


más de un siglo, y por lo tanto, pertenece a una época que precede no sólo a los de-
rechos del individuo de Locke, sino también al tipo de Estado nacional absolutista
propuesto por Bousset y Hobbes. Son los reyes Católicos, Fernando e Isabel, los que
simbolizan la herencia política de la América española.

En un sentido, Isabel prefigura la monarquía por derecho divino. Su lucha con


los nobles y las Cortes, es el ambiente en que se formó su patrimonio; sus agentes
reales y las reformas administrativas centralizaron su gobierno; sustituyo los gra-
vámenes feudales y estableció un ejército moderno, que junto al su uso de la fe, bus-
caba la unidad política, ejemplos que han sido citados para identificarla como un
precursora del autócratismo hobbesiano. Sin embargo, hay que recordar que des-
pués de la muerte de Isabel, y durante tres siglos, el imperio español retuvo muchas
características de ese insipiente jerárquico estado medieval, en comparación al me-
nos con los países capitalistas incipientes.

Las Siete Partidas era la "ley común" en la Castilla de Isabel, que fueron redac-
tadas 1260 y promulgada en 1348. A pesar de ser teñidas como una ley romana, las
Partidas eran menos regla para regular la conducta al tipo medieval, sino más bien
que se acercaron a ser tratados morales. Todavía en el siglo XIX, Dunham encontró
que:

. . . si fueron expulsados todos los demás códigos [que] las Siete Partidas, España aún tendría
un cuerpo respetable de la jurisprudencia; porque tenemos la experiencia de un abogado
eminente en el tribunal real de apelación para hacer valer que, durante una extensa práctica
de veintinueve años, apenas se ha producido un caso que no pudo ser virtualmente o expre-
samente decidida por el código en cuestión2.

Las Partidas ocuparon el elemento central de la sociedad al crear, no al hombre


atomista de Locke, sino al hombre social y religioso: al hombre con un alma en busca
de salvación (en relación con Dios), al hombre en un estadio de la vida en cumpli-
miento de sus obligaciones mutuas con los otros seres humanos determinado por

2
S. A. Dunham, Spain and Portugal, 5 vols. (London, 1832-1835), IV, 109.
3

principios de justicia cristiana. El gobernante, aunque no era procesalmente res-


ponsable ante el pueblo o ante los estados, fue obligado por su conciencia, que es el
instrumento de la ley inmutable verificable públicamente por Dios. Las Partidas, de
hecho, fustigaban específicamente al tirano que se esforzaba por mantener a su
pueblo pobre, ignorante y temeroso al prohibir su comunitarismo y reuniones
asamblearias.

Como señora del estado castellano jerárquico, cuyo gobierno estaba en gran
medida regido por una justicia inmanente y los privilegios especialmente cedidos
(fueros), Isabel encontró constante ocasión para hacer valer su autoridad espiritual
en lo internacional y afirmarla en lo local. A diferencia de Aragón, cuya amenaza a
sus fronteras por los musulmanes había sido vencida en el siglo XIII, sus gobernan-
tes eran indiferentes a la Reconquista, mientras que Castilla confrontó directamente
a la Granada morisca hasta 1492. Por otra parte, fue Cisneros, confesor de la reina,
el que en gran parte animaba las campañas africanas contra los infieles turcos y
musulmanes. Y fue con la soberana castellana que las expediciones cobraron domi-
nio sobre millones de amerindios paganos a los que fueron inicialmente asociadas
sus grandes empresas extranjeras. Por lo tanto, la política de Isabel refleja no sólo
las vicisitudes político-militares del arte de gobernar, sino también las responsabili-
dades espirituales en la cara a multitudes no cristianas. Después de Colón había
asignado trescientos indios a trabajos forzados, y como imperiosa agente de la Igle-
sia Universal, Isabela demandó: "¿Quién le ha dado autoridad al almirante sobre mis
lejanos vasallos?"

Si Isabel, en sus empresas locales hacia el sur (África) y hacia el occidente


(atlántico) en el extranjero, simboliza el espíritu medieval del imperio español
emergente, entonces Fernando, quien desde Aragón se dedico a tomar el este y al
norte de Europa, representa al gobernante secular, como modelo renacentista. Sus
empresas (Baleares, Cerdeña, Sicilia, Nápoles) y sus campañas de Italia y Navarra
confinaron sus problemas de gobierno, la alianza y la guerra con la comunidad cris-
tiana europea. Isabel presentó la unidad de la cristiandad espiritualmente intransi-
gente al infiel y pagano. Fernando estaba comprometido con el cambio, habilidoso
estadista amoral en competencia con los príncipes cristianos por el mantenimiento
y la expansión de sus dominios, que dentro de un contexto cristiano, estaba diver-
samente compuesto.

Fernando gobernó bajo condiciones transitorias, diferente a la santificada auto-


ridad tomista de Isabel y su estatismo apologético. Gestionó con puro brío y astucia
personal en el sentido más plenamente maquiavélico. De hecho, el florentino, que
4

consideraba a la religión como instrumento de centralización política y que negó


que el bienestar italiano dependiera de la Iglesia de Roma (Discursos, I, xii), llamó a
Fernando "un nuevo príncipe" que se había convertido en “el primer rey de la cris-
tiandad por grandes y extraordinarias acciones", que mantuvieron en suspenso y
admirados los ánimos de sus súbditos, y ocupadas en ver su resultado "(Prince, XXI).

Los conquistadores, colonizadores y catequesis españoles llevaron a las costas


de América esta doble herencia: La medieval y renacentista, la tomista y maquiavéli-
ca. A través de un estudio detallado de las cartas de Cortés y la “Historia General de
las Cosas de Nueva España” del misionero Sahagún, Luis Villoro ha proyectado la
conquista como una doble revelación: Para el indio se reveló un triunfante “iglesia
universal" y su agente temporal asociado, la corona española. A Europa fueron reve-
ladas civilizaciones, fauna, flora y la geografía de un vasto nuevo mundo, que se
desmoronó la confianza secular y desafió a la imaginación El indio fue visto bifocal-
mente: a través de los ojos del confiado y entusiasta caballero andante o por medio
del libre pensador humanista. En el paréntesis de estas visiones indivisibles, Villoro
lanza la tragedia de cuatro siglos del indio"3.

Medio siglo después de la muerte de Isabel en 1504, la administración española


del Nuevo Mundo osciló entre las orientaciones medievalistas y renacentistas. ¿Eran
hombres de otras razas, aunque su estatus jerárquico podría ser política y social-
mente inferior, que se le concedía la igualdad como almas salvables y salvaguardas
contra la explotación? ¿O fue la conveniencia amoral, tal vez reforzado por el con-
cepto aristotélico de "esclavos naturales", la que determinó su suerte?

En el caso de los negros, Isabela en 1503 revocó el permiso para enviar esclavos
cristianizados desde España a las Indias; pero Fernando condonó el tráfico en 1510
y, poco después, comenzaron los reclutamientos directos de África. En el caso de los
indios, la polémica de gran alcance, que data de la reprimenda de Isabel a Colón, in-
tentó en lo posible arreglar que, en su caso, los trabajos forzosos podrían ser exigi-
dos a ellos. Durante décadas los decretos reales sobre el tema fueron una historia de
afirmación y reversión. Finalmente las "Nuevas Leyes" de 1542-3 (modificados en
1545-6 y 1548-51) definitivamente declararon a los indios personas libres y vasa-
llos de la corona y canceló la autoridad judicial de sus señores inmediatos (los en-
comenderos) e impuso sobre este último una escala completa obligaciones vis-à-vis
hacia los indios. En otras palabras, para salvaguardar el status tomista de la socie-
dad de las indias, el rey se vio obligado a frenar la explotación de los encomenderos
3
Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México (México City, 1950), 15-88.
5

que, en épocas anteriores, habrían sido los señores feudales más preocupados por
ese status4.

Otra pregunta fue: ¿Se podría mantener el exclusivismo medieval en materia de


comercio y la emigración hacia las Indias? El contrato monopólico de Isabel con Co-
lón y su negación de la emigración a todos, excepto con permiso especial al menos a
los castellanos y leoneses, fue la primera respuesta. Fernando, sin embargo, exten-
dió los privilegios a sus propios súbditos, y Carlos I (1516-1556) fue mucho más le-
jos. De este último vasto, pluralista y políglota imperio española, Europa no era más
que un segmento. Carlos hablaba español con acento, trajo un tribunal de Flandes a
España y jugó al cosmopolitanismo maquiavélico para traer un poco de unidad a es-
te conglomerado que era su reino. Incluso fue más lejos como para tener sus propios
delegados en el Concilio de Trento, opuestos al partido papal en un esfuerzo por
conciliar con los protestantes. En la administración de ultramar, España permitió la
emigración de alemanes, flamencos, italianos y otros de sus súbditos. Para su desa-
rrollo económico se enroló la ayuda de los recientemente ascendidos capitalistas
comerciales internacionales del norte de Europa: los Welser, los Fugger, los Ehin-
gers.

Con la accesión de Felipe II (1556-1598), sin embargo, el reino se convirtió en


algo menos heterogéneo, con el desmembramiento de Bohemia, Hungría y Austria,
mientras que las arduas campañas de Felipe en los Países Bajos eran una prueba
dramática de su intransigente, militante y profundo sentidos catolicista, cualidades
hispánicas fuertemente intensificadas por la gran reafirmación católica de la época.
Maquiavelo fue al index (1557), y el luteranismo insurgente restauró en España el
papel medieval de la Iglesia universal con caballeros armados contra las fuerzas de
la oscuridad. Fue en tiempos de Felipe que la estructura del imperio americano es-
pañol asumió el molde que, a los efectos de este ensayo, se mantendrá hasta 1810.
Ese molde que describo como dominantemente tomista con características maquia-
vélicas recesivos. (Yo uso los términos “tomistas " y "medievales" en contraste con
las sociedades capitalistas emergentes del norte de Europa de 1500-1800, y no de-
signar a un facsímil residual del siglo XIII.)

4
El debate histórico (1550-1) entre el humanitarista "Protector de las Indias" Las Casas, y el humanista erudito,
Sepúlveda, resume la cuestión de si el imperio español debería seguir ampliándose por la fuerza y la esclavitud.
Aunque las partes en disputa apenas se objetaron dichas abstracciones nebulosos como medieval y perspectivas
renacentistas, el punto de vista de Las Casas que los indios deben ser tratados ab initio como almas como cate-
quizables, coincidieron con la teoría oficial posterior. Para interpretaciones contradictorias del debate, véase:
Lewis Hanke, “La lucha española por la justicia en la conquista de América” (Filadelfia, 1949), 109-132, 187-
189, y Edmundo O'Gorman, "Lewis Hanke en la Lucha por la Justicia española en la conquista of.America,"
The Hispanic American Historical Review XXIX (1949), 563-571.
6

En la década de 1570, mediante la ampliación de la Inquisición a América y al


declarar el patronazgo de la Iglesia inalienable con la corona, Felipe puso su gobier-
no definitivamente dentro de un marco más amplio de la ley divina, impregnando a
sus propios administradores con propósitos espirituales. Ninguna entrada fue deja-
da abierta para la tolerancia individualista que Inglaterra, a pesar de su religión de
Estado, ya había comenzado a evidenciar. (Vista desde la perspectiva española, In-
glaterra adquiere las características que se verán en los Estados Unidos; véase el
análisis de Northrop supra.)

La corona examinó la jerarquía política y social que se activó en todos los nive-
les y en todos los departamentos. Como los pueblos indios no fueron absorbidos,
por ejemplo, no estaban indiscriminadamente reducen a un estrato común. Algunos
de sus líderes retuvieron el prestigio en la sociedad post-conquista, y muchos espa-
ñoles de bajo nacimiento aumentaron su propio estatus al casarse con hijas de caci-
ques. A diferencia de los remilgados centros de reuniones de nueva Inglaterra, la
iglesia barroca española mostró la artesanía de los indios (y, en el siglo XVIII, su ar-
te); y a su pueblo le hizo una fastuosa apelación visual y auricular apelando a sus
ritos, mientras que sus santos tácitamente reencarnados en sus dioses nativos. Los
colonos ingleses se movilizados militarmente contra el indio; Los españoles, ade-
más de la propia conquista, se movilizaron social, política, económica, religiosa y
culturalmente para asimilarlos.

Sin duda, la jerarquía social tuvo sus anomalías. Los criollos (blancos nacidos en
América o casi-blancos) rara vez recibieron el prestigio y las oportunidades econó-
micas y políticas que les aseguraron oficialmente. Los mestizos, mulatos, indios y
negros, por el contrario, de vez en cuando encontraron una fluidez social que no po-
dían haber esperado oficialmente. En términos generales, sin embargo, el estado de
un hombre se definió un poco y de manera fija por su ocupación y por su lugar y
condición de nacimiento. La transferencia de un estado a otro (por ejemplo: de un
indio que pasó de la misión de la encomienda, un negro esclavo a condición de libre,
o un mestizo a la nobleza criolla) generalmente implicaba un sanción y un registro
oficial.

La multiplicidad de los sistemas judiciales subrayó el carácter estático y fun-


cionalmente fragmentado de la sociedad. El hecho de que -como varias jerarquías de
administradores laicos y clericales- constantemente disputaban las esferas de in-
fluencias del otro, sólo servía para reafirmar la autoridad del rey como reconciliador
final. Elementos nucleares - como los municipios o incluso los indios individuales -,
7

así como oficiales de alto rango podían apelar directamente al rey o, a su represen-
tante, el virrey, para la reparación de ciertos agravios. El rey, a pesar de que podría
ser un imbécil casi inarticulado como Carlos II, era un símbolo en todo su reino co-
mo el garante del estado. En lenguaje tomista, todos los sectores de la sociedad se
les ordenaron como un todo de lo imperfecto a lo perfecto. Esta ordenación, in-
herentemente responsable de toda la multitud, recaía en el rey como persona públi-
ca que actúe en su nombre, pero la tarea de ordenarla a un fin dado cayó en el agen-
te mejor situado y provisto para la función específica.

En el ámbito económico, el mercantilismo español le faltaba el libre juego del


estado emprendedor Ingles- guía del capitalismo comercial del siglo XVII y XVIII. La
propia anatomía de la economía mostró la impronta de medievalismo: dedicación
principal a actividades extractivas; confusión entre lingotes y riqueza real; la tenaz
(pero ineficaz) prohibición de comercio exterior e incluso intercolonial; una multi-
forme estructura tributaria gravosa; comercio monopolista - y gremios artesanales-
(consulados y gremios); falta de crédito y facilidades bancarias; uso de las formas
simples de asociación (comenda, societas); la escasez de la moneda (y en las zonas
periféricas el uso de fichas precolombinas, como los granos de cacao); intercambio
comercial a través de ferias anuales; el control de precios municipales.

Por cierto, el imperio español apenas podía evitar el contagio del mundo post-
medieval que estaba en vigor y del cual fue en parte responsable. Los jesuitas, que
habían recibido amplios privilegios en ultramar con el propósito de reforzar la base
moral y religiosa del imperio, estaban extraordinariamente versados en el moder-
nismo. Un "iluminado" régimen borbónico los expulsó en 1767 menos por su reac-
cionaria perversidad que por su sagaz y disciplinada actividad comercial, y por su
desafío a la fe con su dialéctica "probabilistas".

Los lingotes de América española era una estrella polar para los comerciantes
extranjeros. Introducido como el contrabando o bien de forma encubierta por el
propio sistema español, las mercancías de holandeses, franceses e ingleses eran ten-
tadoramente mas baratas, bien hechas y abundantes. Ellos, al igual que las exigen-
cias fiscales de la madre patria, incentivaron constante a los criollos para organizar
las economías locales en la que los lingotes y excedente exportable podrían ser fá-
cilmente traficables. El cálculo codicioso del capitalismo, si no sus instituciones para
su devengo ilimitado, era con frecuencia evidentes.

Por otra parte, los indios y negros esclavizados, a diferencia de los siervos me-
dievales, nunca se identificaron plenamente con el espíritu histórico y cultural de
8

sus amos. Por esta razón sufrieron más con la explotación psicología emergente que,
tal vez, los campesinos después de la Edad Media que se mantuvieron vinculados a
la propiedad de la tierra. El africano no recibió ningún código de protección integral
hasta 1789 y las mismas leyes que aseguraban el estatus del indio a cambio de los
servicios establecidos, en la práctica podría ser pervertida, dejándolos al servicio de
un encomendero o un agente real (corregidor). De hecho, la existencia de garantías
tomistas para el hombre común sólo puede confirmarse mediante el examen de la
experiencia del Nuevo Mundo de España en épocas y lugares seleccionados, o com-
parándolo en bloque con otras empresas europeas en las Antillas y América del Nor-
te.

No obstante, por tal fortaleza, el rasgo “recesivo” maquiavelista protocapitalista


o secularista no podría erupcionar, los fundamento - sociales, económicos, políticos
e intelectuales- del imperio llevaban la rúbrica de la época anterior. Las reformas
borbónicas del siglo XVIII (las mas notables son los de Carlos III, 1759-1788) hicie-
ron poco para alterar esta generalización. Algunas reformas -como el sistema de in-
tendente- se superpusieron a las viejas estructuras, causado y añadiendo mayor
confusión y fueron revocadas. Otros -como la Compañía de Caracas, un comercio
monopólico más moderno y emprendedor - encontrado una dura oposición, porque
sus servicios implicaban la aplicación estricta de normas que el adoptado régimen
personalista de control local había tradicionalmente advertido.

El precapitalismo jerárquico y multiforme de la América española de 1800 no


estaba preparado para el despotismo ilustrado y menos aún para el constituciona-
lismo de Locke.

2. El Período Republicano

Durante tres siglos, los heterogéneos reinos de la America Española estuvieron


relativamente libres de conflictos civiles y de brotes separatistas en gran medida
explicado por una firme lealtad a los símbolos políticos-espirituales de la corona. In-
cluso las revueltas indias esporádicos del siglo XVIII fueron dirigidas, no contra la
soberanía católica e imperial, sino contra los abusos de los agentes locales. Daniel
Valcárcel dijo de Tupac Amaru, el descendiente inca que lideró un levantamiento fa-
llido en 1780:

Cuando se tomó la decisión de luchar, el jefe tenía en su mente la clara intención de ganar:
que necesitaba para eliminar los malos funcionarios, con venialidades y su ambición de ri-
quezas, corrompiendo las buenas leyes de India establecidas por la monarquía, contra los
preceptos de la religión y arruinando la vida de los indios, mestizos y cholos. Su rebelión
9

sería más aparente que real... Tupac Amaru es el más distinguido campeón de Su Majestad:
La fidelidad es su principal virtud. Un ferviente católico y un fuerte monárquico, su actitud
es totalmente normal para un mestizo de siglo XVIII en contacto indirecto con las nuevas
ideas del siglo Luces5

Sólo en 1809, tras la invasión de España por Napoleón, se formaron juntas en el


extranjero, pero sus autonomías eran provisionales ya que todavía se espera la res-
tauración de la monarquía legitimista. Sólo cuando las ad-hoc cortes "liberales" es-
tablecidas en las zonas españolas no ocupada por Napoleón, trataron de reducir el
estatus de la América española de virreinatos a colonias, se inició la campaña por la
independencia, defendida por algunos agitadores que fueron cobrando impulso.

Fernando VII fue restaurado en 1814. Pero él enfrento al movimiento de inde-


pendencia, desacreditó su carácter y su política como a la Iglesia misma, cuyo apoyo
conservó. Había sido retirada la piedra angular tomista en la América española, Los
esfuerzos para suplantarla, sobre una base continental o incluso dentro de bloques
regionales, fueron vanos. Ni los caudillos criollos y ningún príncipe de linaje euro-
peo o Inca podían demandar esta lealtad universal de antigua sanción espiritual. Y
como una soberanía tomista no pudo crearse ex nihilo, se desato por primera vez el
separatismo centrífugo en la América española.

Por lo tanto, se necesitaba otro lenguaje fuera del tomista que se conjugara con
la experiencia republicana. Hasta ahora los análisis más satisfactorios han sido los
que atribuyen la inestabilidad de la America Española a la imposición de constitu-
ciones de francesa, británicas y americanas, a pueblos cuyo analfabetismo, pobreza,
provincialismo, inexperiencia política y desigualdades sociales hacían ineficaces los
mecanismos de la democracia constitucional. Esta visión, un tanto negativa, sin em-
bargo, no dibujar completamente una de las estructuras de la política de la America
española. Si postulados de la Ilustración no eran pertinentes para ese entorno, ¿có-
mo, podemos comprender, en un sentido positivo, esto?

La respuesta que proponemos en este ensayo es que en el momento en que el


componente tomista se convirtió en "recesivo", el componente maquiavélico, latente
desde el siglo XVI, se convirtió en "dominante".

Esta circunstancia fue percibida por Keyserling, el perceptivo (e innecesaria-


mente oculto) filósofo-viajero: "... El indisciplinado revolucionario y el caudillo sin

5
D. Valcárcel, La rebelión de Tupac Amaru (México City, 1947)) 180.
10

escrúpulos de todos los Estados de América del Sur sobreviven como herederos de
la edad de Maquiavelo."6 Un cosmopolita venezolana en una novela de Manuel Díaz
Rodríguez (1902) señaló una similitud entre su país y en el siglo XV y XVI Italia:

¿No son nuestras continuas guerras y nuestra corrupción de las costumbres. . . las mismas
continuas guerras y costumbres depravadas de la Italia de la época, con sus múltiples y pe-
queñas repúblicas y principados? No veré luego en Italia, como entre nosotros, condotieros
brutales y brutos capitanes, exaltados en la noche, como el primer Sforza, del suelo a la
púrpura real7.

Maquiavelo nació en una "era de déspotas." Las ciudades-estado italianas habí-


an perdido su base moral; ya no compartían un ethos cristiano común. El Papa se
había convertido en uno de los muchos gobernantes temporales en competencia.
Maquiavelo percibió que las "empresas aventureras", los mercenarios de su tiempo,
a diferencia de las milicias nacionales, eran poco confiables ya que carecían de cual-
quier tipo de lealtad superior. Podrían ser utilizados para fomentar intrigas en el ar-
te de gobernar, pero no para librar una guerra abierta y constante.

Al igual que Maquiavelo, los constructores de la nación en la America Española


de 1825 tuvieron que lidiar con "ciudades-estado" nucleadas y con masas rurales
pasiva e inarticuladas. La ausencia de comunidades intermedias entre dichos nú-
cleos y el otrora imperio habían sido desvelada por las juntas urbanas autónomas
de 1809-10. Sólo los límites, un tanto arbitrarios, de la administración colonial defi-
nieron territorialmente a las nuevas naciones. Sólo un virulento seccionalismo po-
dría definirlas operativamente. La Iglesia, una vez contigua con el Estado, se había
convertido en la intrusa sierva al poder soberano hostil (España). Por falta la de
una comunidad político-espiritual, el origen y las direcciones de los liderazgos era
totalmente fortuita. El consecuente surgimiento de caudillos oportunistas -como los
tiranos de la ciudad de Italia- trastornaron lo predecible de la interacción de los je-
rarquizados intereses de clase.

La American español que sostenía al constitucionalismo y manifestaba su exis-


tencia de hecho como una comunidad estado fue arrastrada ante los vientos de per-
sonalismo. Gómez Farías de México, vice-presidente bajo Santa Anna, era un estadis-
ta que, a pesar de su energía y dedicación, no habría infringido "los principios de la
moral pública y privada", ante el cual, escribió su contemporáneo, Mora, desapare-

6
H. Keyserling, South American Meditations (Sew York, 1932), 103.
7
Manuel Díaz Rodríguez, Sangre patricia (Madrid, n.d.), 169.
11

ció "su fuerza indomable de carácter". ¿Por qué no echar fuera al traidor de Santa
Anna? "Debido a que el paso era inconstitucional [:]...Una famosa razón que ha man-
tenido la reputación del señor Farías en una situación, en el mejor de los casos, se-
cundaria y que causó un revés a la nación de medio siglo."8

Un caso similar fue el de Rivadavia, primer presidente de Argentina y defensor


de la democracia burguesa y del liberalismo económico. Sus planes y principios no
habían sido rival para el caudillismo provincial. El estadista desterrado escribió tris-
temente de París en 1830 (poco antes de la tiranía personalista de Rosas):

En mi opinión, lo que retrasa los avances regulares y constantes en estas repúblicas es


debido a las vacilaciones y las dudas que eliminen de todas las instituciones a fuerza moral
indispensable para ellas y que sólo pueda ser dada por convicción y decisión. Es evidente pa-
ra mí, y sería fácil demostrar, que los recientes levantamientos en nuestro país proviene más
de la falta de espíritu público y la cooperación entre los hombres responsables de sustentar
el orden y las leyes de los ataques de los ingobernables, que las personas ambiciosas sin mé-
rito, y de indolentes descontrolados9.

Los escritos de Maquiavelo eran el manual por excelencia para el líder que pu-
diese enfrentar "la falta de espíritu público y la cooperación entre los hombres res-
ponsables." Así como los preceptos de Locke estaban más de acuerdo con angloame-
rica que con la escena europea, el florentino parecia haber escrito para el Nuevo
Mundo. Los consejos de desarrollo de éste con respecto a la regla personalista eran
de importancia secundaria para los monarcas europeos, que pronto encontrar san-
ción en las tradiciones y la panoplia de aceptación universal de un derecho divino.

El carácter embrionario de las formas políticas del Nuevo Mundo, la falta de


tradiciones estatales y de misticismo estatal, fueron observadas por Hegel (1830):

En América del Sur (...) las repúblicas dependen sólo de la fuerza militar; toda su historia si-
gue siendo una revolución continua; estados federados se convierten en desunidos; otros
previamente separados se unen, , y todos estos cambios se originan en las revoluciones mili-
tares.
Con respecto a las condiciones políticas en América del Norte, el objetivo general de la exis-
tencia del Estado aún no existe; porque un estado y un gobierno realmente surgen sólo des-
pués del surgimiento de la distinción de clases, cuando la riqueza y la pobreza se convierten
en extremo, y cuando esta situación se presenta de tal manera que una gran parte de la po-
8
José María Luis Mora, Ensayos, ideas y retratos (México City, 1941), xx, 184.
9
Bernadino Rivadavia, Paginas de un estadista (Buenos Aires, 1945), 137 (letter to a politician of Upper Peru, 14
March 1830).
12

blación ya no puede satisfacer sus necesidades como solía hacerlo (...) América del Norte se-
rá comparable a Europa sólo después que ocupe inmenso territorio, y los miembros del
cuerpo político comenzó a disputarlos los unos con los otros 10

Otro europeo, Thomas Carlyle, en un ensayo sobre la Paraguay de Francia


(1843), describe con cierta envidia los modos de vida libre de los caudillos, sin res-
tricciones de las tradiciones a la comunidad nacional: "Esta forma de institución de
la sociedad, parece deseable adaptarla a Europa. Gauchos, sudamericanos y euro-
peos, que negocio es este, suelten sus siete demonios!” 11.

Locke y Maquiavelo escribieron para pueblos sin un preexistente estado orgá-


nico. El primero, sin embargo, se dirigió a una articulada y relativamente homogé-
nea burguesía que era libre de determinar y perseguir sus intereses económicos
privados, y de forma diferente, el último se dirigió al líder que, con el arte y previ-
sión, une a población inarticulada e incipiente, cuya única pretensión era no ser
demasiado oprimida.

En casi todas las páginas de Maquiavelo aparecen consejos prácticos que casi
parecen destilar de las carreras de decenas de caudillos hispanoamericanos. De cru-
cial importancia es la imponente presencia física del líder. En vez de sedición se de-
be:

Debe presentarse ante el público con toda la gracia posible y dignidad, exponerlos con todas
las insignias de su posición social privilegiada, para inspirar más respeto.
[Porque] no hay mejor o más segura manera de calmar a una multitud exaltada que la pre-
sencia de algunos hombres apariencia imponente y altamente respetables [Discourses, I, liv]

Entre innumerables líderes y los incidentes se recuerda el momento en que


cruel Melgarejo de Bolivia, con seis hombres, entró en el palacio donde su rival, Bel-
zu, estaba celebrando un golpe de Estado. El intruso, fríamente calmado, disparó co-
ntra el presidente, luego con presencia imperiosa enfrentó e intimidado a la multi-
tud en cuyas gargantas los gritos de victoria para Belzu apenas habían desvanecido.

El líder personalista debe estar físicamente disciplinado y debe ser experto en


la guerra, “aprender la naturaleza de la tierra, el grado de inclinación de las monta-
ñas, cómo se abren los valles hacia las llanuras y comprender la naturaleza de ríos y

10
G. T.Y. F. Hegel, Lectures on the Philosophy of History (London, 1894), 87-90.
11
Thomas Carlyle, Critical and Miscellaneous Essays, 5 vols. (London, n.d.),
IV, 316.
13

pantanos" (Prince, XIV; véase también Discursos, III, xxxix). Esto es casi una página
de la autobiografía de Páez, que conocía los vastos llanos de Venezuela (llanos inte-
riores) como la palma de su mano, un conocimiento que confundía a los realistas en
1817 y más tarde ganó el respeto para él como caudillo de la nueva república. Escri-
biendo sobre un asalto contra los españoles, Páez recordó:

La necesidad nos obliga a luchar no sólo con los hombres, sino a desafiantes obstáculos im-
puestos por la naturaleza. Teniendo en cuenta todo esto, nos propusimos tomar ventajas de
los obstáculos que le dan a los enemigos seguridad y confianza en sus posiciones, para que
nadie se le ocurriría que en esa temporada las tropas de caballería podían salir por el bajo
Apure para cruzar terreno tan inundados y especialmente los numerosos arroyos y cinco rí-
os, todos en el período de inundación12.

Esta cualidad telúrica se puede encontrar en los líderes hispanoamericanos co-


mo Facundo y San Martín Argentina, Artigas en Uruguay, Pancho Villa en México,
Bolívar en Venezuela, Santa Cruz en Perú y muchos otros. Su guerra de guerrillas es-
taba más allá de la estrategia del tablero de ajedrez y de los lineamientos diplomáti-
cos de poder de Europa.

Los limites de espacio no nos permiten analizar la serie de pronunciamientos


de Maquiavelo empíricamente confirmada por los caudillos. Sin embargo, tenemos
que destacar que él se refería no sólo al liderazgo en sí, sino a la construcción del
Estado. Su ideal era una república con "leyes tan reguladas que, sin la necesidad de
corregirlas, brindaran seguridad a los que viven por debajo de ellas" (Discursos, I,
ii). Significativamente, el momento más difícil para preservar las libertades republi-
canas es cuando un pueblo, acostumbrados a vivir bajo un príncipe que se une a sí
mismo "con una serie de leyes que contemplen la seguridad de todo su pueblo" (cf.
experiencia colonial española), recuperando "por algún accidente" su libertad. Un
pueblo tal:

Ignorante de los asuntos públicos en todas las formas de ofensa o defensa, sin saber del prín-
cipe o ser reconocido por él (...) de pronto se encuentra llevando una carga más pesada que
la acababa de remover [Discourses, I, xvi]

Los gobiernos, que son creados en tales casos ex nihilo, son organizados más
convenientemente por un solo líder con fuerza y sagacidad. Sin embargo, "no va a
aguantar mucho tiempo si la administración misma se mantiene en los hombros de

12
José Antonio Páez, Autobiografía, 2 vols. (New York, 1946; re-issue of 1869 edition), I, 132.
14

una sola persona, entonces está bien confiar esta a la carga de la mayoría, porque así
se mantendrá por muchos" (Discursos, I, ix).

Si se establecieron ampliamente las republicas, ese mismo hecho certifica una


"bondad" fundamental y ciertos "principios originales" que conducen a su "primer
crecimiento y reputación." Para mantener el vigor republicano y reprimir "la inso-
lencia y la ambición de los hombres" esos principios deben encontrar reafirmación
periódica a través de "accidente extrínseca" o, preferiblemente, "prudencia intrínse-
ca" (Discursos, III, i). El líder maquiavélico, por lo tanto, esta sujeto a los principios
originales (ambientales, humanos y componentes tradicionales) genéricos para la
naciente comunidad nacional.

Escribiendo en 1840, el socialista argentino, Echeverría, diagnostica y prescribe


para el caos político de su país en términos idénticos. Le resultaba imposible organi-
zar un pueblo sin una constitución enraizada en "sus costumbres, sentimientos, in-
terpretaciones y tradiciones." Si las únicas credenciales de un legislador que cons-
truye una nación son aquellas otorgadas por la victoria electoral, sus actos oficiales
no serán más del interés público que las actividades privadas de un hombre de ne-
gocios. El hecho que reside en lo comunal no se exterioriza de una manera que in-
forma automáticamente tal cosa a un legislador. Evitando las soluciones de otras
naciones, él mismo debe sondear activamente los "instintos, las necesidades, los in-
tereses" de los ciudadanos y, a través de leyes, revelar a ellos su propia voluntad e
identidad comunal. Sólo sobre esta base preliminar de amplio paternalismo publico
y sabio, puede uno esperar una eventual "facultad de comunicación perpetua entre
hombre y hombre, generación y generación -la encarnación continua del espíritu de
una generación en la próxima."13

El conjunto general de "principios originales" de la América española sus "ins-


tintos, necesidades, intereses", es inherente a la percepción de Keyserling de un ga-
na, o la vagamente extendida "ganas". Con esto quería decir un cruel espíritu telúri-
co: sin forma, sin cauce, difusa, autosostenible; carente de las tradiciones del pasado
o la esperanza futura. Sarmiento se había expresado de manera similar, casi un siglo
antes, al describir la vida nómada todavía atada a la tierra de las pampas, que tiene
su propia moral, en y evocando comparaciones asiáticos con frecuencia en la mente.
Y en 1821 Bolívar, criticando a los legisladores de Colombia, escribió:

13
Esteban Echeverria, Dogma Socialista; Edición critica y documentada (La Plata, 1940), 206-212.
15

Estos señores creen que Colombia está llena de tontos que se sientan en torno a las reunio-
nes hogareñas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No se han preocupado en notar a los caribes del
Orinoco, los pastores del Apure, los marineros de Maracaibo, los barqueros de la Magdalena,
los bandidos del Patía, los ciudadanos indomables de Pasto, la Guajibos de Casanare, y todas
las hordas salvajes de África y América que, como ciervos, corren indómitas en las soledades
de Colombia. 14

No sólo los peones y los gauchos sino también la burguesía ha compartido este
atomismo del Nuevo Mundo, como se evidencia en la desobediencia civil de Thoreau
(1849):

Así, el Estado nunca se enfrenta intencionadamente al sentido intelectual o mo-


ral de un hombre, sino sólo su cuerpo, sus sentidos. No está armado con ingenio
superior u honestidad, pero si con una fuerza física superior. No nací para ser
forzado. Voy a respirar después a mi propia manera. Vamos a ver quién es el
más fuerte15.

El sentido de gana en relación a la pampa, el Chaco, los llanos o a las tierras ári-
das del norte de México -o a la selva habitada de Panamá y el Amazonas- es tal vez
claro. Pero, ¿existe una equivalencia entre las comunidades nucleadas, apegadas a la
tradición, desciendes las muy organizados civilizaciones azteca, maya e inca?

Algunos autores afirman que estas áreas todavía se distinguen por un elabora-
do funcionalismo, por un comunalismo concentrado y bien integrado; mientras que
la América portuguesa (y británica) se encontraba "enquistada" en asentamientos
rurales y, hasta hace poco tiempo, en una estructura de grupo local remanente de
una etapa de "vecindario"16.

Que los asentamientos brasileños, rurales y urbanas, no eran por lo general tan
cohesivos como los de la América española es cierto. Sin embargo, la cohesión de,
por ejemplo, el ayllu andino (comunidad indígena rural) es engañosa. Una vez que
los conquistadores eliminaron al Inca reinante, las tribus y naciones de su imperio:

14
Harold A. Bierck, Jr. (ed.), Selected Writings of Bolivar,2 vols. (New York, 1951),I, 267-268 (letter to F. de P.
Santander, 13 June 1821).
15
The Writings of Henry David Thoreau, 20 vols. (Cambridge, 1906), IV, 376.
16
F. J. de Oliveira Vianna, Instituicoes políticas brasileiras, 2 vols. (Rio de Janeiro, 1949) ; T. Lynn Smith, "The
Locality Group Structure of Brazil," American Sociological Review, IX (February, 1944), 41-49
16

... Dispersa como las cuentas de un collar cuyo hilo se ha roto. Cada comunidad regresó, polí-
tica y económicamente, a la etapa pre-incaica. Miles de comunidades, aisladas, extrañas cada
una para la otra, podrían ser conquistadas una a la vez17 .

El indio volvió a la tierra por el español, y se hizo un instrumento de producción


de una vasta comunidad imperial que, a pesar del proselitismo y la legislación indi-
genista, el indio no podía sentirse intencionalmente una parte de esto. Cuando Ma-
riátegui, en la década de 1920, aplico el análisis marxista a la escena peruana, re-
formuló para hacer una indemnización de esta "conciencia de la tierra" del Indio18.

¿Cómo es, entonces, que los caudillos o los gobiernos hispanoamericanos logra-
ron, en algunos países y épocas, la estabilidad política de este nuevo mundo enfren-
tando a esta marcado de centrifugalismo social y moral? Yo defino tres modos esen-
ciales de estabilidad, que se clasifican aquí solo de forma esquemáticas y con el sen-
tido de que el tipo "puro" nunca ocurre. A modo de analogía sugiero una correspon-
dencia entre estos tipos y las tres "legitimaciones de dominación" que Max Weber
distingue en su ensayo, "La política como vocación"19.

El primer modo de estabilidad es proporcionada por el líder maquiavélico que


se afirma a sí mismo por su personalismo dinámico y autoidentificación sagaz con
los locales "principios originales", aunque su gobierno nunca renuncia, como hubie-
ra deseado Maquiavelo, "a la carga de los muchos." El sistema permanece subordi-
nada al hombre El sistema permanece subordinada al hombre y a menos que un
adecuado "heredero" está disponible, lo que sucede con poca frecuencia, se queda él
con el poder.

Aquí tal vez tenemos líder carismático de Weber con el don personal de la gra-
cia, que no respeta el tradicionalismo patriarcal y la estabilidad económica, cuya jus-
ticia es salomónica y no estatutaria y que mantiene la autoridad "únicamente por la
demostración de su fuerza en la vida."

Recientemente un escritor, Blanksten, sostiene que el caudillo y tipos carismáti-


cos son correlativos20 20. George S. Wise, por su parte, afirma que "la estratagema y
la argucias" de al menos un caudillo (de Venezuela Guzmán Blanco) revelaron una
inseguridad y la falta de objetivo que excluye las cualidades proféticas oraculares
17
Luis E. Valcárcel, “Ruta cultural del Perú” (México City, 1945), 143-144. See also Charles Gibson, “The Inca
Concept of Sovereignty and the Spanish Administration in Peru” (Austin, 1948), 88-100.
18
José Carlos Mariategui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (Lima, 1928).
19
H. H. Gerth and C. W. Mills (ed.), From Max Weber: Essays in Sociology (London, 1947), 78ff.
20
George I. Blanksten, Ecuador: Constitutions and Caudillos (Berkeley and Los Angeles, 1951), 35-36.
17

que él atribuye a legitima carismática21. La consideración específica de Weber del


tipo condotiero me lleva a apreciar, sin embargo, que el carisma no necesariamente
implica, invariablemente, ''unción".

El líder carismático puede estar dedicado a modelar la autoperpetuación de las


tradiciones de una -comunidad estado- por ejemplo, la visión de Bolívar de repúbli-
cas federadas andinas, La Unión Centroamericana de Morazán, el constitucionalismo
de Juárez en México y tal vez el cuasi-teocracia de Ecuador de García Moreno. O, lo
que es más habitual, es posible que se encargue de explotar al país como su feudo
privado. En las décadas posteriores a la independencia, un caudillo podría ganar la
lealtad del ejército (o crear su propia milicia plebeya), entonces, afirmando el con-
trol sobre las diversas clases con lisonjas, con su magnetismo personal o con la
amenaza de la fuerza -el método en función, dependía, en cada caso, del tipo de so-
ciedad, de los "principios originales" y de los propios antecedentes del líder. Los
ejemplos son la Argentina de Rosas, el México de Santa Anna, la Guatemala de Carre-
ra, la Paraguay de Francia (Páez de Venezuela parece estar entre los dos sub-tipos).

Hacia el final del siglo la explotación de nuevas fuentes de riqueza mineral y


agrícola, junto con una fuerte afluencia de inversiones extranjeras, dieron a los cau-
dillos más influencia, confianza y control. Aunque la fuerza y el personalismo no fue-
ron descartados, los recursos financieros y el favor de la protección de los extranje-
ros, permitieron al líder gobernar por "control remoto". Adoptaron un tono más
burgués e incluso tuvieron a flor de boca la jerga constitucional. Estos hombres
eran Guzmán Blanco de Venezuela, Porfirio Díaz de México y Barrios de Guatemala.

La intensificación de la actividad económica también puede dar lugar a un se-


gundo tipo de estado: una versión modificada de la democracia del laissez-faire. Este
desarrollo, que Weber llama legitimación a través de competencia burocrática y
respeto público por los estatutos legales racionales, ha sido poco frecuente en Amé-
rica Latina, incluso en forma híbrida. Argentina ofrece un ejemplo. En ese país des-
pués de 1860, y especialmente después de 1880, la pampa experimentó una fiebre
por la tierra torrencial, ocasionado por una demanda mundial de carne y granos, y
por la mejora de los métodos de cría, el transporte y la refrigeración. A pesar que la
mayor parte de los beneficios fueron obtenidos por una oligarquía de grandes pro-
pietarios, muchos inmigrantes tomaron pequeñas granjas en las provincias del nor-
te; por otra parte, la expansión de la economía ha creado nichos para articular a los
habitantes de la ciudad de clase media. Los argentinos fueron, en relación a América
21
George S. Wise, Caudillo, A Portrait of Antonio Guzman Blanco (New York, 1951), 161-1G3.
18

Latina, homogénea y blanca. Un núcleo creciente identificó sus intereses con la esta-
bilidad y la prosperidad de la comunidad nacional, a pesar de que las posiciones de
máxima autoridad socioeconómica ya estaban adquiridas previamente.

La dirección económica y el impulso de Argentina dado, permaneció así durante


una serie de presidentes-estadistas simplemente para alentar y orientar su desarro-
llo, de conformidad con la tolerable Constitución lockeana de 1853. La eventual
malversación en alta administración, no llevo de nuevo a la tiranía, pero si a la
emergencia en 1890 del Partido Radical (liberal, clase media), al sufragio libre y al
voto secreto y finalmente con al control radical de la presidencia (1916-1930). Los
líderes radicales del siglo XX, sin embargo, echaron atrás ciertas fuerzas socio-
económicas de su evolución natural por consentir el afianzamiento constante de la
oligarquía terrateniente. Sólo entonces, las frustraron clases urbanas fueron vícti-
mas de la demagogia de una casta siniestra - y de Juan Domingo Perón.

Una tercera solución para la anarquía ha sido la implementación a gran escala


del plan maquiavélico. Emerge un líder personalista (como en el primer caso) que
consigue con éxito crear un sistema, más grande que él, que es fiel a los "principios
originales." En la América española un sistema de este tipo es superior al líder, para
enmarcar una paradoja, sólo cuando se reconoce que el líder es más grande que ella
misma. Esta declaración tiene implicaciones tomistas, y las más exitosas constitu-
ciones hispanoamericanas han traducido algunos de sus principios al idioma mo-
derno con el cual los virreinatos disfrutaron de tres siglos de relativa estabilidad.

Esta solución, en la medida que revitaliza el cuerpo social mediante el estable-


cimiento de sus clases o "estados", en equilibrio establecido centralmente, es una
reminiscencia de neotradicionalismo de la tercera categoría de Weber: "la autoridad
del eterno ayer." Fue traída al presente en la Constitución Mexicana de 1917 por Ca-
rranza, un astuto caudillo oportunista, Frank Tannenbaum ha escrito:

Por implicación, la Constitución reconoce que la sociedad mexicana contemporánea se divide


en clases, y que es la función del Estado proteger a una clase contra otra. La Constitución,
por tanto, no es simplemente un conjunto de normas aplicables por igual a todos los ciuda-
danos, sino también un conjunto de normas especialmente diseñadas para beneficiar y pro-
teger a los grupos dados. La comunidad no se compone sólo de los ciudadanos; sino que tam-
bién se compone de clases con derechos especiales dentro de la ley. Lo que ha ocurrido en
realidad es que la vieja idea de los "estados" ha sido re-creada en la legislación mexicana. El
patrón del Estado español más antiguo, dividido en el clero, la nobleza y los bienes comunes,
se ha recreado con vestidos modernos, con los campesinos, los trabajadores y los capitalistas
que sustituye el modelo antiguo. Esto no se hace formalmente, pero se hace lo suficientemen-
19

te bien como para hacer evidente que un tipo muy diferente de la estructura social se prevé
en la ley, aunque sólo sea por el compromiso implícito, de que es una democracia liberal. . . .

La Revolución sin duda ha aumentado la democracia efectiva en México. También se ha in-


crementado, tanto legal como económicamente, la dependencia de las personas y de las co-
munidades sobre el gobierno federal y el Presidente. La tradición más antigua que el rey go-
bierna ha sobrevivido con ropaje moderno: las reglas de Presidente. Él reina más que gobier-
na, y debe hacerlo si quiere sobrevivir en el poder y mantener el país en paz22.

Me he reservado cualquier mención a Chile hasta ahora porque su historia ilus-


tra útilmente nuestros tres tipos políticos, así como una variante del siglo xx que
aún no he considerado. Al igual que sus países hermanos, Chile cayó después de la
independencia en el faccionalismo anárquico. Una revolución de 1829-1830, sin
embargo, llevó a los conservadores en el poder; al frente de ellos estuvo Diego Por-
tales que, como hombre de negocios, fue atípico entre los hispanoamericanos cons-
tructores de naciones. Portales aprecio, más agudamente que la mayoría, la necesi-
dad de disciplina y condiciones previsibles de la vida, y fue más realista en percibir
que las consignas y los mecanismos liberales no tenían sentido dentro de una socie-
dad agraria y aristocrática. Sus puntos de vista se reflejan en la Constitución centra-
lizada, cuasi-monárquica, de 1833 que, al reconocer la anatomía social jerárquica de
Chile y, al mismo tiempo, garantizar el estado y la justicia para los miembros que la
componen, prestó al gobierno una sanción supra-personalista. Portales no se convir-
tió en presidente por si mismo, pero sabiamente designo a un héroe militar, el gene-
ral Prieto, cuyo prestigio, porte aristocrático y benevolencia, tradicionalismo y reli-
giosidad mejoro aún más al gobierno con una aura de legitimidad23. Ninguno de los
presidentes de Chile fue derrocado durante sesenta años, mientras que la Constitu-
ción duró casi un siglo.

Portales, el único entre sus contemporáneos hispanoamericanos, que llevó a


término la política de "el maquiavélico total". A medida que avanzaba el siglo, sin
embargo, una fermentación se llevó a cabo dentro del sistema que él había engen-
drado. Una ley de 1852 abolió la primogenitura, la infusión de sangre nueva y los in-
tereses en la oligarquía terrateniente. La explotación de minerales en el norte y las
actividades de los inmigrantes alemanes en el sur registraron nuevas direcciones
para el cambio económico y las oportunidades. El consecuente deseo de una compe-

22
Frank Tannenbaum, Mexico: The Struggle for Peace and Bread (New York, 1950), 101, 118.
23
Ricardo Donoso, Las ideas políticas en Chile (México City, 1946), 64-114; Alberto Edwards Vives, La fronda
aristocrática en Chile (Santiago, 1936), 3947.
20

tencia económica más efectiva siempre proveyó un grito de guerra para los entu-
siasmados liberales que salen de la nueva (1843) Universidad. Lo mismo ocurrió
con la creciente insatisfacción con la prohibición constitucional de ejercicio público
de las religiones no católicas.

Al fin, la elite chilena, más grande y diversamente más mezclada que en 1833,
se rebelaron contra el gobierno centralizado de un solo hombre, expulsando al Pre-
sidente Balmaceda de su cargo en 1891. Esta élite entonces gobernó a través de sus
representantes en el Congreso, y se ajustaron a plenitud a las políticas públicas de
los próximos treinta años, reflejando las sacudidas de los intereses económicos pri-
vados.
Al igual que en Argentina, sin embargo, el modificado estado de laissez-faire no
podía subsistir indefinidamente si era para victimizar a las clases inferiores cada vez
más conscientes de si misma, como, en el caso de Chile, los trabajadores del cobre y
nitrato. El pequeño hombre finalmente encontró a su campeón en el presidente Ar-
turo Alessandri (1920-1925, 1932-1938)24.

Las administraciones posteriores a Alessandri representan una actitud hacia el


gobierno que tiene en este siglo a ser universales en toda la América española. Se ha
infiltrado en diversos grados los tres sistemas anteriores, o combinaciones de los
mismos, dondequiera que existan. En esencia, se trata de un reconocimiento de la
necesidad de incorporar en las políticas públicas una dinámica para el cambio socio-
económico. Esta necesidad se debe a dos fenómenos interrelacionados: en primer
lugar, la urbanización y la industrialización de las economías extractivas hasta aho-
ra; en segundo lugar, a la creciente conciencia de sí misma y elocuencia de la ciuda-
danía en general.

El líder en América española, ya sea dictador o demócrata, está adoptando rápi-


damente una visión más sofisticada, más amplia y moderna de cómo se debe ganar,
mantener y ejercer el poder político,. También sabe que, independientemente de
cualquier retórica nacionalista a la que puede estar comprometida, debe importar
cada vez más modelos y soluciones técnicas desde el extranjero. Estas soluciones,
sin embargo - si el socialismo, el fascismo, de control de cambio o autoridades de los
24
El interregno dictatorial de Carlos Ibáñez (1925-1931) puede ser considerado como el enfoque más cercano al
tipo puro de caudillismo en Chile a. Su aparición se explica en parte por el colapso del mercado mundial del ni-
trato después de la de la Primera Guerra Mundial, lo que deterioro el resorte principal del laissez-faire del go-
bierno parlamentario y la izquierda de Chile (desde Alessandri todavía no se había dado forma e impulso a su
socialdemocracia) en su anarquía primordial. Ibáñez, aunque a veces tildado como un "hombre a caballo", utili-
zó con eficacia los métodos tecnocráticos modernos y no era un caudillo de viejo cuño, a lo que da testimonio
su reelección en 1952.
21

valles fluviales - toman un aspecto que parpadean cada vez que se amalgama con las
condiciones de vida totalmente diferentes a las de los que fueron engendrados. No
sólo es el ethos de recepción en términos generales sui generis, pero en un sentido
estrictamente tecnológico las yuxtaposiciones particulares de lo antiguo y lo mo-
derno en la América española están bastante más lejos de la experiencia de alguno
de los países capitalistas. Por lo tanto, las consignas de sistemas extranjeros suenan
muy diferente en los oídos de los americanos españoles de lo que sus autores imagi-
nan.

De hecho, el movimiento Aprista de Perú y el México de cuarenta años de "Re-


volución", dan fe de que la América española está empezando a generar sus propios
credos. A veces, como el justicialismo de Perón, son despiadadamente cínicas y retó-
ricas. En el mejor de los casos designen, al igual que nuestro propio New Deal, un
poco de pragmatismo, no comprometido con el misticismo o la moralidad fijadas o
prescritas para la Nuevo Mundo por Hegel. Sin embargo, el hecho de que la América
española esta por tradición acostumbrada y por necesidad económica obligados a
depender en gran medida de la planificación, intervención y protección oficial, en
ocasiones ha llevado a sus hombres de estado a tener una "visión total" (para distin-
guir cuidadosamente de la naturaleza y del propósito de una visión totalitaria). Des-
de estos puntos de vistas fluyen agendas sociales, económicas y culturales aunque
de imperfecta de ejecución contribuyen de forma única a una comprensión del
hombre en comunidad.

Coexiste, de hecho, con el atomismo de la América española, o gana, un sentido


de comunalidad latente, derivada en gran parte de su catolicidad (en un arraigado
sentido cultural) y de su agraria, negra e indígena herencia. Originaria de esta co-
munalidad es una ética en la que los logotipos hiper-racionalista del mundo indus-
trial parece capaz de hacer usurpaciones sólo limitadas y condicionales. La predic-
ción a veces se escucha entre los hispanoamericanos que este logos, a largo plazo,
hará su propia de salida; que sus descendientes serán más libres para tejer ciertos
principios en una a una época pre-maquiavélica, introduciendo nuevo modelos; que
la promesa que parpadea erróneamente en el parto de la democracia mexicana del
siglo XX está aún por realizarse.

3. Una nota sobre el portugués y el británico America


America

El tema que ha emergido de nuestro análisis del gobierno americano español es


que el sentido de comunidad moral impartida por España a sus colonias del Nuevo
22

Mundo perdió su poder de permanencia a principios del siglo XIX y ya no podía un-
cir el amoral atomismo, anti-tradicional de la hemisferio americano. Es lógico pre-
guntarse si un proceso similar ocurrió en otras regiones de América. Los siguientes
comentarios sobre Brasil y Estados Unidos, a la vez que sugiere que este es el caso,
son demasiado vagos para ser concluyentes y fundamentalmente servirá para colo-
car la experiencia de América española en una perspectiva más amplia.

El curso de la colonización portuguesa difiere de la española en muchos aspec-


tos. La madre patria estaba más restringida en recursos y población, y políticamen-
te era más centralizada, con mayor fuerza comercial y agrícola, pero con menor mili-
tancia religiosa. El propio Brasil carecía de los densamente poblados y altamente
civilizadas pueblos indios de la América española y, durante los dos primeros siglos,
no tuvo un abundante suministro de gemas y metales preciosos. Estos factores pri-
varon el crecimiento de una jerarquía político-eclesiástico multiforme con sofisti-
cados centros urbanos de radiación. El control político y la iniciativa fueron más
plenamente difundidos entre señores dueños de esclavos -a causa de los campos de
azúcar- y entre los municipios de las tierras más pobres en el nordeste. Aun así, el
imperio de Portugal tuvo bastantes similitudes con el de de España para comparar-
los a efectos del presente ensayo. Ambos participaron de un cuasi-feudal y precapi-
talista ethos católico.

La transición a la independencia, sin embargo, era otra cosa, porque el rey de


Portugal, Joao VI, huyó a Brasil tras la invasión de su país por Napoleón. Cuando fue
llamado a casa en 1821 por las Cortes portuguesas, dejó a su hijo, Pedro, en Río de
Janeiro como regente de Brasil. Al año siguiente, este último declaró la independen-
cia de Brasil, y la transición fue relativamente pacífica; por ser la línea real de Pedro
reconocida por los criollos, la adhesión de él como nuevo emperador brasileño fue
incuestionable.

El benévolo y paternalista reinado del nieto de Joao, Pedro II (1840-1889), de-


mostró convincentemente el efecto estabilizador de la transferencia del linaje go-
bernante al Nuevo Mundo. Estos años fueron una edad de oro político al interior de
América Latina. Con el uso de la "fuerza moderadora" de la conservadora Constitu-
ción de 1824, Pedro II contrarrestó el separatismo y la desarticulación política de su
nación mediante una cuidadosa manipulación de las elecciones, de los ministerios y
de los cambios de políticos. Sin embargo, nunca se originó políticas públicas o inter-
vino en los asuntos de los dos partidos políticos. Joaquim Nabuco simplemente lo
describió como haciendo "sondeos a ambos lados del canal para poder navegar."
Ejerció su poder rigurosamente:
23

1ero) dentro de la Constitución.; 2do) de acuerdo con las ficciones y usos del sistema parlamentario
Inglés, que fueron incluso observado por nuestros propios partidos.; 3ro.) En obediencia constante a
la opinión pública y sus sentimientos25.

Por debajo de los adornos parlamentarios uno siente vestigios tomistas. Legiti-
midad de Pedro fue incuestionablemente reconocida por el pueblo, mientras que a
su vez se sentía moralmente, si no procesalmente, responsables ante ellas. Así que
el republicano golpe de estado de 1889, en lugar de la independencia (como en la
América española), define más claramente la fuente post-tomista. El régimen presi-
dencial que suplantó el emperador era, sin duda, más estable y más constitucional,
menos presa de los localismos perjudiciales que caracterizaron a los gobiernos his-
panoamericanos de dos generaciones anteriores. Sin embargo, sus consignas eran
las de un positivismo algo cínico, y se señalizan el triunfo de la ciudad en el país co-
mo el triunfo del materialismo sobre el tradicionalismo, del café industrializado so-
bre la azúcar patriarcal, de la moda europea sobre las costumbres nativas. En la con-
ciencia de la nueva generación burguesa que destruyó el símbolo paterno un escri-
tor descubre un punzante "complejo de remordimiento."26

Para los Estados Unidos, el profesor McCloskey R.G, ya ha había formulado a


una perspectiva comparable con la mía para la América española, una que refina el
análisis de Northrop mencionada al comienzo de este ensayo. McCloskey sostiene
que la Constitución democracia y jeffersoniana estadounidense se basó en "una
gran variedad de doctrinas abstractas, convicciones semireligiosas y motivaciones
económicas". Esta tradición consagraba la libertad económica de los individuos y la
santidad de los lockeanos derechos de propiedad, sin descartar los valores huma-
nos, cristianos procedentes también de Locke y de la izquierda puritana del siglo
XVII de Inglaterra27. Al igual que en la colonial América española, en lugar de hom-
bre económico era el elemento nuclear de la sociedad moral.

25
Joaquim Nabuco, Un estadista do Imperio, 4 vols. (860 Paulo, 1949), IV, 108.
26
Luis Martins, " 0 patriarca e o bacharel," Revista do Arquivo Municipal (Sao Paulo) LXXXIII (1942), 7-36. For
the anti-traditionalist spirit of the early republican period see Gilberto Freyre, 0 periodo republicano," Boletim
bibliografico (Sao Paulo) I , 2 (1944), 61-72.
27
Robert Green McCloskey, American Conservatism in the Age of Enterprise (Cambridge, 1951), pp. 1-8.
24

Una expresión elocuente de esta tradición esta en “Una Disquisición sobre Go-
bierno” de Calhoun28. Mostrando nostalgia por una monarquía en la que los inter-
eses de un rey se identifican hereditariamente con la de sus súbditos para formar la
comunidad del reino, Calhoun afirma que la sociedad era orgánica y "hombre esta
constituido para ser social." Una constitución:
. . . debe surgir del seno de la comunidad, y debe adaptarse a la inteligencia y el carácter de las perso-
nas, y todas las relaciones múltiples, internas y externas, que distinguen a un pueblo de otro.

No de la voluntad de una "mayoría numérica o absoluta", sino de que por sí sola


de la mayoría concurrente puede dar "el sentido a la comunidad". Sólo cuando la vox
populi sale de las comunidades naturales y del empoderamiento permanente del
"órgano competente" de cada uno, la voluntad de anarquía y despotismo cesan de
amenazar, la moral públicas y privadas se convierten en una sola, y todos los ele-
mentos de la comunidad nacional logran una "disposición armónica" y la voluntad
del pueblo se convierte en la voz de Dios. Con pocos cambios principios de Calhoun
convierten tomista, o aquellos de México moderno29.

La Guerra Civil Americana, simbólicamente al menos, corresponde a la inde-


pendencia de América española y al exilio del emperador de Brasil. Marca el predo-
minio del monopolio industrial, del capitalismo mercantil y señala el eclipse del
patriarcal sur agrario de Calhoun como un factor determinante en la política nacio-
nal. El componente humano moral cristiano de Locke se vuelve recesivo; la sanción
de del individualismo atomista económica lockeano -que había sido menos fuerte en
el período anterior como Northrop sugiere- se vuelve dominante. McCloskey escribe
que "una nueva lógica conservadora se desarrolla en el cuerpo moribundo del libe-
ralismo jeffersoniano"30. Desarrolla su caso mediante el examen de tres represen-
tantes de finales del siglo XIX: William Graham Sumner, que como sociólogo instó a
"la adhesión sincera de una norma social basada en la utilidad material"; Stephen J.
Field, que como jurista argumentó "que la libertad democrática y la libertad econó-
28
John C. Calhoun, A Disquisition on Government (New York, 1854).
29
Al igual que Echeverría en Argentina, Calhoun proponía el maquiavélismo en lugar de una teoría del contrato
social artificial de cómo se forman los gobiernos: "Así pues, parecería casi necesario que los gobiernos deben
comenzar de algunas formas simples y absolutas, que, sin embargo, muy adecuado para el comunidad en sus
primeras etapas, debe, en su progreso, dar lugar a la opresión y el abuso de poder,... a menos que los conflictos a
los que conduce deben ajustarse afortunadamente a un compromiso, lo que dará a las partes respectivas una par-
ticipación en el control del gobierno;... y con ello se sientan las bases de un gobierno constitucional, que poste-
riormente será madurado y perfeccionado Tales gobiernos han sido enfáticamente productos de las circunstan-
cias. Y de ahí, la dificultad de un pueblo que imitan el gobierno de otro. "(Zbid., 79.) (Ibid., 79.)
30
McCloskey, op. cit., 15.
25

mica son una"; Andrew Carnegie quien como un capitán de la industria y a pesar de
su tan cacareado humanitarismo sintió que el capitalismo y la democracia "no se
pueden disociar"31.

Henry Adams había formado su pensamiento para la década de 1860 y no po-


dría no retomar satisfactoriamente su propia dirección bajo las nuevas condiciones
de la democracia de la posguerra. De ese período escribió más tarde:

El sistema de 1789 se había roto y con ella la tela de la priori morales del siglo XVIII. Los polí-
ticos habían renunciado a ella. La administración de Grant marcó la revelación. . . .Los darwi-
nistas deberían concluir que América estaba retornado de nuevo a la edad de piedra, pero la
teoría de la reversión era más absurda que la de la evolución. La administración de Grant re-
greso a la nada. Uno no podía escoger un rasgo del pasado y, menos aún, del futuro. Ni si-
quiera era sensiblemente americano32.

Sin embargo, con Lincoln Steffens, que nació una generación después de Adams,
nos encontramos con una mente del lejano oeste, fundida en el flujo del nuevo pe-
ríodo y con la confianza en sí mismo para hacer frente. Steffens percibe astutamente
la disparidad entre la moralidad constitucional, la estructura y el ejercicio del poder,
que no será diferente en Europa que en los Estados Unidos. Los franceses, sin em-
bargo, no enfrentar el dilema moral de la democracia estadounidense, ya que "no
han llamado bueno o correcto al mal que han hecho, y los que tienen ese encanto
que sentían siempre por 'los hombres malos' en América, en los “ladrones honestos
en la política y los negocios"33. La lección Lincoln Steffens a Estados Unidos, a las
Américas, es que una moral política significativa remite sólo la experiencia america-
na, que es una moral vivida y que debe ser reconocida para ser vivida.

Columbia University.

31
Ibid., 167.
32
Henry Adams, The Education of Henry Adam (Cambridge, 1918), 266,280-281.
33
Lincoln Steffens, The Autobiography of Lincoln Steffens (New York, 1931), 705-71 1.

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