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La pregunta que ahora nos planteamos es: ¿Hay otras filosofías europeas que
podrían ser correlativamente comparables con la historia política de la América es-
pañola?
Las Siete Partidas era la "ley común" en la Castilla de Isabel, que fueron redac-
tadas 1260 y promulgada en 1348. A pesar de ser teñidas como una ley romana, las
Partidas eran menos regla para regular la conducta al tipo medieval, sino más bien
que se acercaron a ser tratados morales. Todavía en el siglo XIX, Dunham encontró
que:
. . . si fueron expulsados todos los demás códigos [que] las Siete Partidas, España aún tendría
un cuerpo respetable de la jurisprudencia; porque tenemos la experiencia de un abogado
eminente en el tribunal real de apelación para hacer valer que, durante una extensa práctica
de veintinueve años, apenas se ha producido un caso que no pudo ser virtualmente o expre-
samente decidida por el código en cuestión2.
2
S. A. Dunham, Spain and Portugal, 5 vols. (London, 1832-1835), IV, 109.
3
Como señora del estado castellano jerárquico, cuyo gobierno estaba en gran
medida regido por una justicia inmanente y los privilegios especialmente cedidos
(fueros), Isabel encontró constante ocasión para hacer valer su autoridad espiritual
en lo internacional y afirmarla en lo local. A diferencia de Aragón, cuya amenaza a
sus fronteras por los musulmanes había sido vencida en el siglo XIII, sus gobernan-
tes eran indiferentes a la Reconquista, mientras que Castilla confrontó directamente
a la Granada morisca hasta 1492. Por otra parte, fue Cisneros, confesor de la reina,
el que en gran parte animaba las campañas africanas contra los infieles turcos y
musulmanes. Y fue con la soberana castellana que las expediciones cobraron domi-
nio sobre millones de amerindios paganos a los que fueron inicialmente asociadas
sus grandes empresas extranjeras. Por lo tanto, la política de Isabel refleja no sólo
las vicisitudes político-militares del arte de gobernar, sino también las responsabili-
dades espirituales en la cara a multitudes no cristianas. Después de Colón había
asignado trescientos indios a trabajos forzados, y como imperiosa agente de la Igle-
sia Universal, Isabela demandó: "¿Quién le ha dado autoridad al almirante sobre mis
lejanos vasallos?"
En el caso de los negros, Isabela en 1503 revocó el permiso para enviar esclavos
cristianizados desde España a las Indias; pero Fernando condonó el tráfico en 1510
y, poco después, comenzaron los reclutamientos directos de África. En el caso de los
indios, la polémica de gran alcance, que data de la reprimenda de Isabel a Colón, in-
tentó en lo posible arreglar que, en su caso, los trabajos forzosos podrían ser exigi-
dos a ellos. Durante décadas los decretos reales sobre el tema fueron una historia de
afirmación y reversión. Finalmente las "Nuevas Leyes" de 1542-3 (modificados en
1545-6 y 1548-51) definitivamente declararon a los indios personas libres y vasa-
llos de la corona y canceló la autoridad judicial de sus señores inmediatos (los en-
comenderos) e impuso sobre este último una escala completa obligaciones vis-à-vis
hacia los indios. En otras palabras, para salvaguardar el status tomista de la socie-
dad de las indias, el rey se vio obligado a frenar la explotación de los encomenderos
3
Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México (México City, 1950), 15-88.
5
que, en épocas anteriores, habrían sido los señores feudales más preocupados por
ese status4.
4
El debate histórico (1550-1) entre el humanitarista "Protector de las Indias" Las Casas, y el humanista erudito,
Sepúlveda, resume la cuestión de si el imperio español debería seguir ampliándose por la fuerza y la esclavitud.
Aunque las partes en disputa apenas se objetaron dichas abstracciones nebulosos como medieval y perspectivas
renacentistas, el punto de vista de Las Casas que los indios deben ser tratados ab initio como almas como cate-
quizables, coincidieron con la teoría oficial posterior. Para interpretaciones contradictorias del debate, véase:
Lewis Hanke, “La lucha española por la justicia en la conquista de América” (Filadelfia, 1949), 109-132, 187-
189, y Edmundo O'Gorman, "Lewis Hanke en la Lucha por la Justicia española en la conquista of.America,"
The Hispanic American Historical Review XXIX (1949), 563-571.
6
La corona examinó la jerarquía política y social que se activó en todos los nive-
les y en todos los departamentos. Como los pueblos indios no fueron absorbidos,
por ejemplo, no estaban indiscriminadamente reducen a un estrato común. Algunos
de sus líderes retuvieron el prestigio en la sociedad post-conquista, y muchos espa-
ñoles de bajo nacimiento aumentaron su propio estatus al casarse con hijas de caci-
ques. A diferencia de los remilgados centros de reuniones de nueva Inglaterra, la
iglesia barroca española mostró la artesanía de los indios (y, en el siglo XVIII, su ar-
te); y a su pueblo le hizo una fastuosa apelación visual y auricular apelando a sus
ritos, mientras que sus santos tácitamente reencarnados en sus dioses nativos. Los
colonos ingleses se movilizados militarmente contra el indio; Los españoles, ade-
más de la propia conquista, se movilizaron social, política, económica, religiosa y
culturalmente para asimilarlos.
Sin duda, la jerarquía social tuvo sus anomalías. Los criollos (blancos nacidos en
América o casi-blancos) rara vez recibieron el prestigio y las oportunidades econó-
micas y políticas que les aseguraron oficialmente. Los mestizos, mulatos, indios y
negros, por el contrario, de vez en cuando encontraron una fluidez social que no po-
dían haber esperado oficialmente. En términos generales, sin embargo, el estado de
un hombre se definió un poco y de manera fija por su ocupación y por su lugar y
condición de nacimiento. La transferencia de un estado a otro (por ejemplo: de un
indio que pasó de la misión de la encomienda, un negro esclavo a condición de libre,
o un mestizo a la nobleza criolla) generalmente implicaba un sanción y un registro
oficial.
así como oficiales de alto rango podían apelar directamente al rey o, a su represen-
tante, el virrey, para la reparación de ciertos agravios. El rey, a pesar de que podría
ser un imbécil casi inarticulado como Carlos II, era un símbolo en todo su reino co-
mo el garante del estado. En lenguaje tomista, todos los sectores de la sociedad se
les ordenaron como un todo de lo imperfecto a lo perfecto. Esta ordenación, in-
herentemente responsable de toda la multitud, recaía en el rey como persona públi-
ca que actúe en su nombre, pero la tarea de ordenarla a un fin dado cayó en el agen-
te mejor situado y provisto para la función específica.
Por cierto, el imperio español apenas podía evitar el contagio del mundo post-
medieval que estaba en vigor y del cual fue en parte responsable. Los jesuitas, que
habían recibido amplios privilegios en ultramar con el propósito de reforzar la base
moral y religiosa del imperio, estaban extraordinariamente versados en el moder-
nismo. Un "iluminado" régimen borbónico los expulsó en 1767 menos por su reac-
cionaria perversidad que por su sagaz y disciplinada actividad comercial, y por su
desafío a la fe con su dialéctica "probabilistas".
Los lingotes de América española era una estrella polar para los comerciantes
extranjeros. Introducido como el contrabando o bien de forma encubierta por el
propio sistema español, las mercancías de holandeses, franceses e ingleses eran ten-
tadoramente mas baratas, bien hechas y abundantes. Ellos, al igual que las exigen-
cias fiscales de la madre patria, incentivaron constante a los criollos para organizar
las economías locales en la que los lingotes y excedente exportable podrían ser fá-
cilmente traficables. El cálculo codicioso del capitalismo, si no sus instituciones para
su devengo ilimitado, era con frecuencia evidentes.
Por otra parte, los indios y negros esclavizados, a diferencia de los siervos me-
dievales, nunca se identificaron plenamente con el espíritu histórico y cultural de
8
sus amos. Por esta razón sufrieron más con la explotación psicología emergente que,
tal vez, los campesinos después de la Edad Media que se mantuvieron vinculados a
la propiedad de la tierra. El africano no recibió ningún código de protección integral
hasta 1789 y las mismas leyes que aseguraban el estatus del indio a cambio de los
servicios establecidos, en la práctica podría ser pervertida, dejándolos al servicio de
un encomendero o un agente real (corregidor). De hecho, la existencia de garantías
tomistas para el hombre común sólo puede confirmarse mediante el examen de la
experiencia del Nuevo Mundo de España en épocas y lugares seleccionados, o com-
parándolo en bloque con otras empresas europeas en las Antillas y América del Nor-
te.
2. El Período Republicano
Cuando se tomó la decisión de luchar, el jefe tenía en su mente la clara intención de ganar:
que necesitaba para eliminar los malos funcionarios, con venialidades y su ambición de ri-
quezas, corrompiendo las buenas leyes de India establecidas por la monarquía, contra los
preceptos de la religión y arruinando la vida de los indios, mestizos y cholos. Su rebelión
9
sería más aparente que real... Tupac Amaru es el más distinguido campeón de Su Majestad:
La fidelidad es su principal virtud. Un ferviente católico y un fuerte monárquico, su actitud
es totalmente normal para un mestizo de siglo XVIII en contacto indirecto con las nuevas
ideas del siglo Luces5
Por lo tanto, se necesitaba otro lenguaje fuera del tomista que se conjugara con
la experiencia republicana. Hasta ahora los análisis más satisfactorios han sido los
que atribuyen la inestabilidad de la America Española a la imposición de constitu-
ciones de francesa, británicas y americanas, a pueblos cuyo analfabetismo, pobreza,
provincialismo, inexperiencia política y desigualdades sociales hacían ineficaces los
mecanismos de la democracia constitucional. Esta visión, un tanto negativa, sin em-
bargo, no dibujar completamente una de las estructuras de la política de la America
española. Si postulados de la Ilustración no eran pertinentes para ese entorno, ¿có-
mo, podemos comprender, en un sentido positivo, esto?
5
D. Valcárcel, La rebelión de Tupac Amaru (México City, 1947)) 180.
10
escrúpulos de todos los Estados de América del Sur sobreviven como herederos de
la edad de Maquiavelo."6 Un cosmopolita venezolana en una novela de Manuel Díaz
Rodríguez (1902) señaló una similitud entre su país y en el siglo XV y XVI Italia:
¿No son nuestras continuas guerras y nuestra corrupción de las costumbres. . . las mismas
continuas guerras y costumbres depravadas de la Italia de la época, con sus múltiples y pe-
queñas repúblicas y principados? No veré luego en Italia, como entre nosotros, condotieros
brutales y brutos capitanes, exaltados en la noche, como el primer Sforza, del suelo a la
púrpura real7.
6
H. Keyserling, South American Meditations (Sew York, 1932), 103.
7
Manuel Díaz Rodríguez, Sangre patricia (Madrid, n.d.), 169.
11
ció "su fuerza indomable de carácter". ¿Por qué no echar fuera al traidor de Santa
Anna? "Debido a que el paso era inconstitucional [:]...Una famosa razón que ha man-
tenido la reputación del señor Farías en una situación, en el mejor de los casos, se-
cundaria y que causó un revés a la nación de medio siglo."8
Los escritos de Maquiavelo eran el manual por excelencia para el líder que pu-
diese enfrentar "la falta de espíritu público y la cooperación entre los hombres res-
ponsables." Así como los preceptos de Locke estaban más de acuerdo con angloame-
rica que con la escena europea, el florentino parecia haber escrito para el Nuevo
Mundo. Los consejos de desarrollo de éste con respecto a la regla personalista eran
de importancia secundaria para los monarcas europeos, que pronto encontrar san-
ción en las tradiciones y la panoplia de aceptación universal de un derecho divino.
En América del Sur (...) las repúblicas dependen sólo de la fuerza militar; toda su historia si-
gue siendo una revolución continua; estados federados se convierten en desunidos; otros
previamente separados se unen, , y todos estos cambios se originan en las revoluciones mili-
tares.
Con respecto a las condiciones políticas en América del Norte, el objetivo general de la exis-
tencia del Estado aún no existe; porque un estado y un gobierno realmente surgen sólo des-
pués del surgimiento de la distinción de clases, cuando la riqueza y la pobreza se convierten
en extremo, y cuando esta situación se presenta de tal manera que una gran parte de la po-
8
José María Luis Mora, Ensayos, ideas y retratos (México City, 1941), xx, 184.
9
Bernadino Rivadavia, Paginas de un estadista (Buenos Aires, 1945), 137 (letter to a politician of Upper Peru, 14
March 1830).
12
blación ya no puede satisfacer sus necesidades como solía hacerlo (...) América del Norte se-
rá comparable a Europa sólo después que ocupe inmenso territorio, y los miembros del
cuerpo político comenzó a disputarlos los unos con los otros 10
En casi todas las páginas de Maquiavelo aparecen consejos prácticos que casi
parecen destilar de las carreras de decenas de caudillos hispanoamericanos. De cru-
cial importancia es la imponente presencia física del líder. En vez de sedición se de-
be:
Debe presentarse ante el público con toda la gracia posible y dignidad, exponerlos con todas
las insignias de su posición social privilegiada, para inspirar más respeto.
[Porque] no hay mejor o más segura manera de calmar a una multitud exaltada que la pre-
sencia de algunos hombres apariencia imponente y altamente respetables [Discourses, I, liv]
10
G. T.Y. F. Hegel, Lectures on the Philosophy of History (London, 1894), 87-90.
11
Thomas Carlyle, Critical and Miscellaneous Essays, 5 vols. (London, n.d.),
IV, 316.
13
pantanos" (Prince, XIV; véase también Discursos, III, xxxix). Esto es casi una página
de la autobiografía de Páez, que conocía los vastos llanos de Venezuela (llanos inte-
riores) como la palma de su mano, un conocimiento que confundía a los realistas en
1817 y más tarde ganó el respeto para él como caudillo de la nueva república. Escri-
biendo sobre un asalto contra los españoles, Páez recordó:
La necesidad nos obliga a luchar no sólo con los hombres, sino a desafiantes obstáculos im-
puestos por la naturaleza. Teniendo en cuenta todo esto, nos propusimos tomar ventajas de
los obstáculos que le dan a los enemigos seguridad y confianza en sus posiciones, para que
nadie se le ocurriría que en esa temporada las tropas de caballería podían salir por el bajo
Apure para cruzar terreno tan inundados y especialmente los numerosos arroyos y cinco rí-
os, todos en el período de inundación12.
Ignorante de los asuntos públicos en todas las formas de ofensa o defensa, sin saber del prín-
cipe o ser reconocido por él (...) de pronto se encuentra llevando una carga más pesada que
la acababa de remover [Discourses, I, xvi]
Los gobiernos, que son creados en tales casos ex nihilo, son organizados más
convenientemente por un solo líder con fuerza y sagacidad. Sin embargo, "no va a
aguantar mucho tiempo si la administración misma se mantiene en los hombros de
12
José Antonio Páez, Autobiografía, 2 vols. (New York, 1946; re-issue of 1869 edition), I, 132.
14
una sola persona, entonces está bien confiar esta a la carga de la mayoría, porque así
se mantendrá por muchos" (Discursos, I, ix).
13
Esteban Echeverria, Dogma Socialista; Edición critica y documentada (La Plata, 1940), 206-212.
15
Estos señores creen que Colombia está llena de tontos que se sientan en torno a las reunio-
nes hogareñas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No se han preocupado en notar a los caribes del
Orinoco, los pastores del Apure, los marineros de Maracaibo, los barqueros de la Magdalena,
los bandidos del Patía, los ciudadanos indomables de Pasto, la Guajibos de Casanare, y todas
las hordas salvajes de África y América que, como ciervos, corren indómitas en las soledades
de Colombia. 14
No sólo los peones y los gauchos sino también la burguesía ha compartido este
atomismo del Nuevo Mundo, como se evidencia en la desobediencia civil de Thoreau
(1849):
El sentido de gana en relación a la pampa, el Chaco, los llanos o a las tierras ári-
das del norte de México -o a la selva habitada de Panamá y el Amazonas- es tal vez
claro. Pero, ¿existe una equivalencia entre las comunidades nucleadas, apegadas a la
tradición, desciendes las muy organizados civilizaciones azteca, maya e inca?
Algunos autores afirman que estas áreas todavía se distinguen por un elabora-
do funcionalismo, por un comunalismo concentrado y bien integrado; mientras que
la América portuguesa (y británica) se encontraba "enquistada" en asentamientos
rurales y, hasta hace poco tiempo, en una estructura de grupo local remanente de
una etapa de "vecindario"16.
Que los asentamientos brasileños, rurales y urbanas, no eran por lo general tan
cohesivos como los de la América española es cierto. Sin embargo, la cohesión de,
por ejemplo, el ayllu andino (comunidad indígena rural) es engañosa. Una vez que
los conquistadores eliminaron al Inca reinante, las tribus y naciones de su imperio:
14
Harold A. Bierck, Jr. (ed.), Selected Writings of Bolivar,2 vols. (New York, 1951),I, 267-268 (letter to F. de P.
Santander, 13 June 1821).
15
The Writings of Henry David Thoreau, 20 vols. (Cambridge, 1906), IV, 376.
16
F. J. de Oliveira Vianna, Instituicoes políticas brasileiras, 2 vols. (Rio de Janeiro, 1949) ; T. Lynn Smith, "The
Locality Group Structure of Brazil," American Sociological Review, IX (February, 1944), 41-49
16
... Dispersa como las cuentas de un collar cuyo hilo se ha roto. Cada comunidad regresó, polí-
tica y económicamente, a la etapa pre-incaica. Miles de comunidades, aisladas, extrañas cada
una para la otra, podrían ser conquistadas una a la vez17 .
¿Cómo es, entonces, que los caudillos o los gobiernos hispanoamericanos logra-
ron, en algunos países y épocas, la estabilidad política de este nuevo mundo enfren-
tando a esta marcado de centrifugalismo social y moral? Yo defino tres modos esen-
ciales de estabilidad, que se clasifican aquí solo de forma esquemáticas y con el sen-
tido de que el tipo "puro" nunca ocurre. A modo de analogía sugiero una correspon-
dencia entre estos tipos y las tres "legitimaciones de dominación" que Max Weber
distingue en su ensayo, "La política como vocación"19.
Aquí tal vez tenemos líder carismático de Weber con el don personal de la gra-
cia, que no respeta el tradicionalismo patriarcal y la estabilidad económica, cuya jus-
ticia es salomónica y no estatutaria y que mantiene la autoridad "únicamente por la
demostración de su fuerza en la vida."
Latina, homogénea y blanca. Un núcleo creciente identificó sus intereses con la esta-
bilidad y la prosperidad de la comunidad nacional, a pesar de que las posiciones de
máxima autoridad socioeconómica ya estaban adquiridas previamente.
te bien como para hacer evidente que un tipo muy diferente de la estructura social se prevé
en la ley, aunque sólo sea por el compromiso implícito, de que es una democracia liberal. . . .
22
Frank Tannenbaum, Mexico: The Struggle for Peace and Bread (New York, 1950), 101, 118.
23
Ricardo Donoso, Las ideas políticas en Chile (México City, 1946), 64-114; Alberto Edwards Vives, La fronda
aristocrática en Chile (Santiago, 1936), 3947.
20
tencia económica más efectiva siempre proveyó un grito de guerra para los entu-
siasmados liberales que salen de la nueva (1843) Universidad. Lo mismo ocurrió
con la creciente insatisfacción con la prohibición constitucional de ejercicio público
de las religiones no católicas.
Al fin, la elite chilena, más grande y diversamente más mezclada que en 1833,
se rebelaron contra el gobierno centralizado de un solo hombre, expulsando al Pre-
sidente Balmaceda de su cargo en 1891. Esta élite entonces gobernó a través de sus
representantes en el Congreso, y se ajustaron a plenitud a las políticas públicas de
los próximos treinta años, reflejando las sacudidas de los intereses económicos pri-
vados.
Al igual que en Argentina, sin embargo, el modificado estado de laissez-faire no
podía subsistir indefinidamente si era para victimizar a las clases inferiores cada vez
más conscientes de si misma, como, en el caso de Chile, los trabajadores del cobre y
nitrato. El pequeño hombre finalmente encontró a su campeón en el presidente Ar-
turo Alessandri (1920-1925, 1932-1938)24.
valles fluviales - toman un aspecto que parpadean cada vez que se amalgama con las
condiciones de vida totalmente diferentes a las de los que fueron engendrados. No
sólo es el ethos de recepción en términos generales sui generis, pero en un sentido
estrictamente tecnológico las yuxtaposiciones particulares de lo antiguo y lo mo-
derno en la América española están bastante más lejos de la experiencia de alguno
de los países capitalistas. Por lo tanto, las consignas de sistemas extranjeros suenan
muy diferente en los oídos de los americanos españoles de lo que sus autores imagi-
nan.
Mundo perdió su poder de permanencia a principios del siglo XIX y ya no podía un-
cir el amoral atomismo, anti-tradicional de la hemisferio americano. Es lógico pre-
guntarse si un proceso similar ocurrió en otras regiones de América. Los siguientes
comentarios sobre Brasil y Estados Unidos, a la vez que sugiere que este es el caso,
son demasiado vagos para ser concluyentes y fundamentalmente servirá para colo-
car la experiencia de América española en una perspectiva más amplia.
1ero) dentro de la Constitución.; 2do) de acuerdo con las ficciones y usos del sistema parlamentario
Inglés, que fueron incluso observado por nuestros propios partidos.; 3ro.) En obediencia constante a
la opinión pública y sus sentimientos25.
Por debajo de los adornos parlamentarios uno siente vestigios tomistas. Legiti-
midad de Pedro fue incuestionablemente reconocida por el pueblo, mientras que a
su vez se sentía moralmente, si no procesalmente, responsables ante ellas. Así que
el republicano golpe de estado de 1889, en lugar de la independencia (como en la
América española), define más claramente la fuente post-tomista. El régimen presi-
dencial que suplantó el emperador era, sin duda, más estable y más constitucional,
menos presa de los localismos perjudiciales que caracterizaron a los gobiernos his-
panoamericanos de dos generaciones anteriores. Sin embargo, sus consignas eran
las de un positivismo algo cínico, y se señalizan el triunfo de la ciudad en el país co-
mo el triunfo del materialismo sobre el tradicionalismo, del café industrializado so-
bre la azúcar patriarcal, de la moda europea sobre las costumbres nativas. En la con-
ciencia de la nueva generación burguesa que destruyó el símbolo paterno un escri-
tor descubre un punzante "complejo de remordimiento."26
25
Joaquim Nabuco, Un estadista do Imperio, 4 vols. (860 Paulo, 1949), IV, 108.
26
Luis Martins, " 0 patriarca e o bacharel," Revista do Arquivo Municipal (Sao Paulo) LXXXIII (1942), 7-36. For
the anti-traditionalist spirit of the early republican period see Gilberto Freyre, 0 periodo republicano," Boletim
bibliografico (Sao Paulo) I , 2 (1944), 61-72.
27
Robert Green McCloskey, American Conservatism in the Age of Enterprise (Cambridge, 1951), pp. 1-8.
24
Una expresión elocuente de esta tradición esta en “Una Disquisición sobre Go-
bierno” de Calhoun28. Mostrando nostalgia por una monarquía en la que los inter-
eses de un rey se identifican hereditariamente con la de sus súbditos para formar la
comunidad del reino, Calhoun afirma que la sociedad era orgánica y "hombre esta
constituido para ser social." Una constitución:
. . . debe surgir del seno de la comunidad, y debe adaptarse a la inteligencia y el carácter de las perso-
nas, y todas las relaciones múltiples, internas y externas, que distinguen a un pueblo de otro.
mica son una"; Andrew Carnegie quien como un capitán de la industria y a pesar de
su tan cacareado humanitarismo sintió que el capitalismo y la democracia "no se
pueden disociar"31.
El sistema de 1789 se había roto y con ella la tela de la priori morales del siglo XVIII. Los polí-
ticos habían renunciado a ella. La administración de Grant marcó la revelación. . . .Los darwi-
nistas deberían concluir que América estaba retornado de nuevo a la edad de piedra, pero la
teoría de la reversión era más absurda que la de la evolución. La administración de Grant re-
greso a la nada. Uno no podía escoger un rasgo del pasado y, menos aún, del futuro. Ni si-
quiera era sensiblemente americano32.
Sin embargo, con Lincoln Steffens, que nació una generación después de Adams,
nos encontramos con una mente del lejano oeste, fundida en el flujo del nuevo pe-
ríodo y con la confianza en sí mismo para hacer frente. Steffens percibe astutamente
la disparidad entre la moralidad constitucional, la estructura y el ejercicio del poder,
que no será diferente en Europa que en los Estados Unidos. Los franceses, sin em-
bargo, no enfrentar el dilema moral de la democracia estadounidense, ya que "no
han llamado bueno o correcto al mal que han hecho, y los que tienen ese encanto
que sentían siempre por 'los hombres malos' en América, en los “ladrones honestos
en la política y los negocios"33. La lección Lincoln Steffens a Estados Unidos, a las
Américas, es que una moral política significativa remite sólo la experiencia america-
na, que es una moral vivida y que debe ser reconocida para ser vivida.
Columbia University.
31
Ibid., 167.
32
Henry Adams, The Education of Henry Adam (Cambridge, 1918), 266,280-281.
33
Lincoln Steffens, The Autobiography of Lincoln Steffens (New York, 1931), 705-71 1.