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Los asentamientos ilegales son un tema complejo que preocupa por varias
razones: muchos están en zonas de protección ambiental y de alto riesgo de
desastre; En estas invasiones la población convive sin las mínimas
condiciones de habitabilidad y de servicios públicos domiciliarios,
precisamente porque la Constitución y la ley prohíben a los mandatarios
locales la inversión en terrenos ocupados ilegalmente, este problema tiene
diferentes causas y es innegable que una de las principales, es el alto déficit
de vivienda, que se ha visto agravado por el fenómeno del desplazamiento
forzado. Aunque el derecho a la vivienda digna está reconocido por el artículo
51 de la Constitución Política de Colombia. Es un derecho de carácter
asistencial que requiere de un desarrollo legal previo y que debe ser prestado
directamente por la administración o por las entidades asociativas que sean
creadas para tal fin. La Corte Constitucional ha establecido que aunque este
derecho no es de carácter fundamental el Estado debe proporcionar las
medidas necesarias para proporcionar a los colombianos una vivienda bajo
unas condiciones de igualdad, y unos parámetros legales específicos. Debido
a que no constituye un derecho fundamental sólo goza de amparo
constitucional dado el caso en que su vulneración o desconocimiento pueda
acarrear la violación de la dignidad humana del hombre.
Pero quizás el primer paso para darle solución a este problema, es que
llamemos las cosas por su nombre y no llamarnos a engaños, pues tratar de
matizarlo, no lo resolverá. Las invasiones están prohibidas y son un delito
urbanístico, vulneran el derecho a la propiedad privada y en consecuencia no
pueden ser objeto de inversiones de recursos públicos por parte de las
administraciones locales, como tampoco pueden constituirse en la vía para
obtener una solución de vivienda, por tal razón no pueden fomentarse,
promoverse y mucho menos expandirse ante la mirada indiferente y permisiva
de la autoridad y debe castigarse con todo el peso de la ley a quienes
valiéndose de la necesidad de los más pobres trafican con el sueño de tener
una casa propia.
Por otro lado, para los propietarios, su espacio territorial es el núcleo para
desenvolver y difundir sus propias reglas de convivencia, sus costumbres
decentes y refinadas; es un espacio adquirido con el esfuerzo y bajo el marco
legal, instancia esta que respetan y defienden. Para ellos, el espacio ajeno o
donde están sus vecinos “a la fuerza”, es el núcleo del conformismo y la
ilegalidad, de las malas costumbres, aquellas que tiñen la moral humana; es,
además, el espacio de la pobreza, de la ignorancia y de la agresividad, pero
esta situación muchas veces los lleva a dos opciones: Asumir actitudes
paternalistas o recurrir a las autoridades municipales para desalojar a los
invasores y protegerse.
Bibliografía
http://dikaion.unisabana.edu.co/index.php/dikaion/article/view/1349
El primer paso para darle solución a este problema, es que llamemos las
cosas por su nombre y no llamarnos a engaños, pues tratar de matizarlo,
no lo resolverá. Las invasiones están prohibidas y son un delito
urbanístico, vulneran el derecho a la propiedad privada y en consecuencia
no pueden ser objeto de inversiones de recursos públicos por parte de las
administraciones locales, como tampoco pueden constituirse en la vía para
obtener una solución de vivienda, por tal razón no pueden fomentarse,
promoverse y mucho menos expandirse ante la mirada indiferente y
permisiva de la autoridad y debe castigarse con todo el peso de la ley a
quienes valiéndose de la necesidad de los más pobres trafican con el sueño
de tener una casa propia.