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PEDRO BENÍTEZ MARTÍN

T H O M P S O N VERSUS ALTHUSSER

En 1978, Thompson publicó The Poverty of Theory, la diatriba


antialthusseriana más dura jamás lanzada. Su conclusión es inequívoca:
«para mí hoy está claro, a partir de mi examen del althusserismo [...],
que ya no podemos seguir atribuyendo ninguna significación teórica a
la idea de una tradición común. Pues el abismo que se ha abierto sepa-
ra [...] modos de pensamiento idealista y materialista, un marxismo
como clausura y una tradición, derivada de Marx, de investigación y
crítica abiertas. La primera es una tradición de teología. La segunda es
una tradición de razón activa. [...] Por consiguiente, debo afirmar sin
ningún equívoco que no puedo seguir hablando de una sola tradición
marxista común. Hay dos tradiciones [...] cuya declaración final de
antagonismo irreconciliable fue diferida —como acontecimiento his-
tórico— hasta 1956. Desde esta fecha en adelante ha sido necesario,
tanto en política como en el campo de la teoría, declarar lealtad a una
o la otra. Entre la teología y la razón no cabe ningún espacio para nego-
ciar. El comunismo libertario, así como el movimiento socialista y
obrero en general, no pueden tener ningún trato con la práctica teóri-
1
ca, salvo para desenmascararla y expulsarla» .
Se trata claramente de una declaración de guerra, pero que data, y por
aquí pierde fuerza su demoledor ataque, de 1978; esto es, una vez que ha
2
tenido lugar lo que Negri ha denominado la Kehre althusseriana . Poco

1. Thompson, E.P.: Miseria de la teoría, Crítica, Barcelona, 1981, pp. 289-290. En


adelante citaré como MT.
2. Cf. Negri, T: «pour Althusser. Notes sur l"évolution de la pensée du dernier

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importa que el propio Althusser hubiera hecho ya su autocrítica y que


sus tesis de la época nada tuvieran que ver con las defendidas en Lire Le
Capital. Ni siquiera la publicación de Ce qui ne peut plus durer dans le
parti communiste, en opinión de Perry Anderson «el texto de oposición
más violento jamás escrito dentro de un partido en toda la historia de
3
posguerra del comunismo occidental» , fue suficiente para que
Thompson introdujera en el epílogo de Miseria de la Teoría alguna mati-
zación en sus críticas. Al contrario, Thompson se mostró implacable: «no
4
hay una sola frase de Miseria de la teoría de la que desee retractarme» .
5
Este ensayo, que «los estudiantes estrecha[ban] contra sus corazones» ,
condujo la polémica ya existente entre historiadores británicos a «los más
6
bajos niveles de la guerra fría» . Pero no se trataba de la polémica Thomp-
son-Althusser. No sólo porque, como pretendiera Thompson, su preo-
cupación fuera «la influencia del pensamiento althusseriano trasplantado
7
fuera de Francia» ; sino porque lo que Thompson presentaba en su obra
era una burda caricatura de Althusser. Pero, al menos, Thompson tuvo la
decencia intelectual de leer —equivocadamente— a Althusser, lo que no
ocurrió siempre entre sus partidarios, para quienes la autoridad de
Thompson era suficiente para juzgar y condenar a todo aquél sobre el
que se lanzara la acusación de althusseriano. En nuestro país, donde
todo se redujo a la presentación de la polémica en Gran Bretaña, ocu-
rrió un poco lo mismo. Tal era la ascendencia del brillante historiador
e incansable militante por las libertades E.P. Thompson.
Recordemos que Althusser rechazó el ofrecimiento que le hiciera
Perry Anderson para responder a Thompson,, limitándose a reconocer

Althusser», en Futur antérieur. Sur Althusser. Pasages, 1993, p. 83. Recordemos que
de Noviembre de 1977 data su intervención de Venecia: «La crisis del marxismo», El
Viejo Topo n°17 (febrero 1978), pp. 34-35.
3. Anderson, Perry: Teoría, política e historia. Un debate con E.P. Thompson. Siglo
XXI, Madrid, 1985, p. 126.
4. MT, p. 302.
5. Hall, Stuart: «En defensa de la teoría», en Samuel, R. (ed.): Historia popular y
teoría socialista. Crítica, Barcelona, 1984, p.277.
6. Stedman Jones, Gareth: «Historia y Teoría», en Aracil, R. y García Bonafé, M.:
Hacia una historia socialista, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1983, p. 189
7. MT, pp. 299-300

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«el excesivamente sumario (y por tanto unilateral) carácter de los pocos


parágrafos dedicados a la "historia" en el contexto polémico de Lire le
8
Capital» . Mas, ¿para qué intervenir? La «pratique théorique», concep-
to en cuya crítica descansa, en última instancia, el durísimo ataque de
Thompson, ya había sido rechazada por el propio Althusser. Ya en
1966, Althusser reconoció que «l'accent mis [...] sur la spécifité de la
pratique théorique [...] a induit un effet d'élision [...]: la question de la
9
connaissance empirique» . Pero la autocrítica va más lejos, cuestionan-
do justamente lo que la práctica teórica venía a aportar: «il n'est de phi-
losophie marxiste posible qu'à la condition de récuser cette fonction
10
de garantie» . En 1978, el mejor crítico de Althusser es Althusser
mismo: «je vois clair comme le jour que ce que j'ai fait voilà quinze ans,
çá a été de fabriquer une petite justification bien française, dans un bon
petit rationalisme nourri de quelques références (Cavaillés, Bachelard,
Canguilhem, et derrière eux un peu de la tradition Spinoza-Hegel), à la
prétention du marxisme (le matérialiste historique) à se donner comme
science. Ce qui est finalement (était, car depuis j'ai un peu changé) dans
la bonne tradition de toute entreprise philosophique comme garantie et
11
caution» ; para denunciar la idea de que «la théorie marxiste possède en
elle-même et d'avance, sous forme théorique, la vérité de tout ce qui peut
se présenter au monde sous la forme du "concret" [...] cela veut dire
qu'elle n'est pas une théorie "de caractère scientifique" ou "opératoire"
(peu importe le mot), mais une philosophie absolue, qui sait tout, abso-
lument tout d'avance puisqu'elle est la "science des principes premiers et
12
derniers" selon une formule d'Aristote qui dit bien ce qu'elle veut dire» .

8. Althusser: Carta del 2 8 / 3 / 1 9 7 8 a la New Left Review, cfr. Elliot: Althusser: The
Detour of Theory. Verso, London-New-York, 1987, p. 4n.
9. Althusser: «Conjoncture philosophique et recherche théorique marxiste» (26 de
junio de 1966), Écrits philosophiques et politique II. STOCK/IMEC, Paris, 1995, pp-
407-408.
10. Althusser: «Note», julio 1967, inédito. Archivos IMEC.
11. Althusser: «Lettre à Merab» del 16/01/78, en Sur Althusser Passages, Futur
antérieur (1993), p. 7.
12. Althusser: «Que faire?» (1978). Inédito, p. 26. Precisamente Thompson cali-
ficaba a Althusser como «el Aristóteles del nuevo idealismo marxista». MT, p. 14.

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Esto no significa, naturalmente, que la crítica de Thompson a


Althusser careciera de sentido, todo lo contrario. Se equivocaba, no obs-
tante, al centrar la crítica en aquello que Althusser ya había rechazado,
impidiendo así situar la polémica, ciertamente necesaria, en un terreno
real. Los blancos definidos por Thompson son muchos, la mayoría acer-
tados, y conviene por ello retenerlos al margen de que su desarrollo sea
muchas veces equivocado. Voy a detenerme en tres aspectos que consi-
dero capitales: el problema del conocimiento y, muy particularmente, del
conocimiento histórico, el problema del materialismo histórico por
tanto, y, finalmente, en la que creo que ha sido la más incomprendida de
las tesis de Althusser, la cuestión del llamado «antihumanismo teórico».

l. Por lo que respecta a la epistemología, no voy a detenerme en la crí-


tica de la práctica teórica por cuanto la crítica a la misma ha sido realiza-
13
da por numerosos autores , incluido, como ya he dicho, el propio
Althusser.
Quedan, sin embargo, algunas cuestiones pendientes, como el reco-
nocimiento del papel positivo que la definición de «práctica teórica»
desempeñó cuando fue formulada (por ejemplo al definir una instan-
14
cia «otra», diferente del Comité Central del Partido ), o la presencia,
bajo un concepto erróneo, de problemas reales que Thompson ha pasa-
do totalmente por alto. Me refiero a la reivindicación de la teoría como
actividad específica que, por tanto, requiere de unas herramientas, con-
ceptuales, que no proceden, ni pueden hacerlo jamás, de la evidencia
empírica. En este sentido, Althusser venía a reivindicar, frente al empi-
rismo, el carácter activo del conocimiento en unos términos que nos
recuerdan al Marx de las Tesis filosóficas sobre Feuerbach.
Thompson critica a Althusser porque menosprecia los datos empíricos;
y, sin duda, refiriéndonos a parte de Pour Marx y Lire le Capital, tiene

13. Posiblemente la crítica de Adolfo Sánchez Vázquez constituya, al menos en


castellano, una de las mejores críticas que se han realizado. Sánchez Vázquez, A.:
Ciencia y revolución (el marxismo de Althusser). Alianza editorial, Madrid, 1978.
14. Algo que, por ejemplo, comprendió el poco althusseriano Mark Poster, que
compara en este punto a Althusser con Sartre. Cfr. Poster, M.: Existential Marxism
in Postwar France. Princeton University Press, 1975, pp. 341-342.

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razón. Frente a éste, y como forma de combatir cualesquiera extravagan-


cias intelectuales, Thompson defiende que «sean las fuentes las que
15
comiencen a dirigir» ; pero, en su combate a Althusser, Thompson se
acerca demasiado al empirismo al sostener que «este o aquel otro texto
muerto, inerte, de un determinado documento no es en absoluto
"inaudible"; tiene por sí mismo una ensordecedora vitalidad; se trata de
voces que irrumpen clamorosas desde el pasado, afirmando sus propios
mensajes, exponiendo a la luz su propio autoconocimiento como cono-
cimiento»; así, los datos empíricos «dan testimonio de un proceso his-
tórico real», hasta el punto de que un hecho cualquiera, por ejemplo, «el
rey Equis murió en 1100 d.C.» nos ofrece en sí mismo «las relaciones de
dominación y subordinación, las funciones y el rol de la institución, el
16
carisma y los atributos mágicos ligados a ese rol, etc.» . Thompson se
equivoca. Como ha sostenido el historiador Julián Casanova, formado en
la tradición británica y poco sospechoso de althusserismo, «el historiador
[...] no investiga sobre el pasado sino sobre los residuos duraderos del
pasado y, como sabe, no todos esos residuos —documentos o fuentes—
son igualmente valiosos»; el historiador debe por tanto elegir, más aún,
«construir» los problemas históricos y, en ese sentido, parece claro que
«en relación con los fenómenos sociales resulta difícil negar que las teo-
rías guían la descripción de esa realidad y que la verdad o falsedad de
las teorías no puede determinarse sólo por la evidencia empírica ya que
17
el mismo lenguaje utilizado está cargado de teorización» . El propio
Thompson, sin duda un magnífico historiador, sabe que «los hechos no
revelarán nada espontáneamente, es el historiador quien tiene que tra-
bajar arduamente para permitirles encontrar "sus voces propias". No la
voz del historiador, atención, sino sus voces propias, aunque lo que sean
capaces de "decir" y parte de su vocabulario venga determinado por las
preguntas que el historiador formule. No pueden "hablar" hasta que se

15. Thompson, E.P.: «Conversa amb E.P. Thompson: Sobre història, socialisme,
lluita de classes i pau», L'Avenç n° 74 (septiembre 1974) , p.74
16. MT, pp. 37 y 51.
17. Casanova, J.: La historia social y los historiadores. Crítica, Barcelona, 1991, pp.
154 y 156.

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las "pregunte"». Mas, este implícito reconocimiento de la teoría, del


necesario «diálogo entre concepto y dato empírico», es nuevamente
cuestionado cuando los conceptos son concebidos con «gran elastici-
18
dad» y muchas «irregularidades» .
José A. Piqueras, en su intervención en el I Congreso de la Asociación
Historia Social celebrada en Zaragoza allá por 1990, advertía acerca de
«una historiografía formalmente distanciada del empirismo absoluto
pero que de hecho niega la teoría». Piqueras hablaba así de un proceso
de «desteorización» caracterizado por 1, «la determinación de la inves-
tigación por el método indagatorio», 2, «la renuncia a un marco teóri-
co de las sociedades, previa identificación de éste con una historia ide-
19
ologizada» y 3, «la relativización de las categorías» .
No sería difícil encontrar en Thompson dos de esas tres característi-
cas. Hemos visto cómo Thompson asume la tercera de ellas sin proble-
ma alguno; lo mismo ocurre con la segunda. Entramos en el segundo
de los problemas definidos, el del materialismo histórico.

2. Qué duda cabe que la preocupación de Thompson por considerar


al ser humano en toda su realidad es encomiable. En Miseria de la
Teoría, frente al reduccionismo que supuestamente practica Althusser,
pone como ejemplo a una mujer que «es la "esposa" de un hombre, la
"amante" de otro hombre, la "madre" de tres hijos en edad escolar. Es
una obrera de la confección, y "delegada de taller", es "tesorera" en la
sección local del partido laborista y los jueves por la tarde es "segundo

18. MT, pp.55, 67 y 78 respectivamente. Thompson ha definido siempre unos


blancos muy precisos, especialmente el economicismo y, en general, la versión esco-
lástica del marxismo, produciendo así una obra que tuvo la virtud de revolucionar la
historiografía marxista. No obstante, el exceso de celo en su combate lo desorientó
en ocasiones, siendo de hecho posible encontrar en su obra dos discursos verdadera-
mente distintos y distantes, a espaldas el uno del otro. He tratado de abordar este
problema en E.P. Thompson y la historia. Un compromiso ético y político. Editorial
Talasa, Madrid, 1996.
19. Piqueras, J.A.: «El abuso del método, un asalto a la teoría», en Santiago
Castillo (coord..): La Historia Social en España. Actualidad y perspectivas, Siglo XXI,
Madrid, 1991, p. 92

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violín" en una orquesta de aficionados. Es de constitución fuerte (como


debe serlo), pero tiene una disposición ligeramente neurótica depresi-
va. También pertenece —casi me olvido de ello— a la Iglesia anglica¬
20
na y practica ocasionalmente la "comunión"» . Parece claro. Desde
Marx sabemos que lo concreto, esta mujer, «es la síntesis de múltiples
determinaciones»; de hecho, «sólo podemos describir el proceso social
—como demostró Marx en El Dieciocho Brumario— escribiendo his-
toria. Y aún así, podemos acabar teniendo sólo el relato de un proceso
21
concreto, y un relato selectivo del mismo» . El problema es que esta
reivindicación de la historia es, en Thompson, la justificación del re-
chazo de todo modelo, por cuanto por definición, los modelos exclu-
22
yen los atributos humanos ; así como del concepto «determinación»
que, piensa Thompson, conlleva implícitamente la idea de que lo
23
«otro», lo determinado, es menos real . Comprendemos por ello que,
para Thompson, el rechazo a la «radicalmente defectuosa» metáfora de
la base y la superestructura sea una cuestión de principios, pues «tiene
la tendencia congénita de conducir nuestra mente hacia el reduccionis-
24
mo o hacia un vulgar determinismo económico» (esto no ha impedi-
do a su colega Hobsbawm ver en el Prefacio de 1859 «la más completa
25
formulación» de la concepción materialista de la historia ). De este
modo, el concepto «determinación», ciertamente concebido como «cru-
26
cial» , se desvanece en sus manos, no ateniéndose en los hechos ni siquie-
ra a la por él aceptada definición que ofreciera Raymond Williams («la
27
fijación de límites» y «el ejercicio de presiones» ). Sin duda el capítulo 6

20. M T p. 2 3 1 .
2 1 . Thompon, E.P.: «Las peculiaridades de lo inglés», Historia Social n° 18 (invier-
no 1994), p. 52
22. Cfr. ibid.
23. MT, p. 244.
24. Thompson, E.P.: «Folklore, antropología e historia social», Historia Social nº 3
(invierno 1989), pp.97-98.
25. Hobsbawm, Eric: «Marx and History», New Left Review n° 143 (enero-febre-
ro 1984), p. 43
26. MT, p. 244.
27. Williams, Raymond: Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1980, p.107.

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de La formación de la clase obrera en Inglaterra, por lo demás, una exce-


lente obra, es ejemplar para comprenderlo: Ni una sola vez, en el capí-
tulo más estructural de su obra, que significativamente lleva por título
«explotación», aparece mencionado el concepto que define la explota-
ción capitalista: «plusvalía».
Althusser no rechaza el uso de las metáforas, que considera útil, aun-
que comparte con Thompson la idea de la complejidad y riqueza de la
28
historia ; asumiendo por tanto las limitaciones de las mismas. Y, refi-
riéndonos a la metáfora de la base y la superestructura, deberíamos
29
reconocer que es, literalmente, subvertida . Así, pese a reconocer la
determinación (en última instancia) de la base económica, confiere en
el interior de ésta el papel determinante a las relaciones de producción,
donde la lucha de clases está absolutamente presente. Además,
Althusser introduce dos conceptos, que, implícitamente, han guiado la
práctica historiográfica de los historiadores marxistas, incluido el pro-
pio Thompson, y que vienen a subrayar tanto la complejidad constitu-
tiva de toda «formación social» (digamos de pasada que hasta
Thompson debe utilizar este concepto nunca antes utilizado, excepto
por Marx, hasta que lo rescatara Althusser) como el carácter igualmen-
te «real» de todas las instancias, independientemente de a cuál nos refi-
ramos. Me refiero a los conceptos «sobredeterminación» que, tomado
del psicoanálisis viene a significar la existencia de una determinación
múltiple, y «autonomía relativa». Ya Stuart Hall señaló que «Contradic-
ción y Sobredeterminación» constituye «un ensayo germinativo en la
teoría marxista sobre el crítico asunto de cómo pensar en el problema
30
de la determinación de una forma que no sea reduccionista» ; por su

28. «La tâche de l'histoire, qui comme toute autre science est contrainte d'appro-
fondir ses propres théories pour les adapter incessamment à une réalité inépuisable
qui la précède et la dépasse toujours». Althusser: «Note sur la théorie marxiste de
l'histoire». Texto inédito de 26 páginas redactado a mediados de los años cincuenta.
p.15. Se encuentra en el IMEC.
29. De alguna manera esto era ya perfectible en su petit Montesquieu, especial-
mente cuando hace una analogía entre el tipo de relación que se establece entre la
base y la superestructura y entre la «naturaleza» y el «principio» de Montesquieu.
30. Stuart Hall, art.cit., p. 280

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31
parte Ralph Miliband concede un indudable mérito al concepto
«autonomía relativa», que Thompson pretendía ignorar en el mismo
momento en el que lo reconocía como verdadero punto de partida de
32
sus investigaciones . Si a eso añadimos que «ni en el primer instante ni
33
en el último, suena jamás la hora solitaria de la "última instancia"»
comprenderemos perfectamente dónde reside el denostado reduccio¬
nismo y economicismo de Althusser.
Althusser, debemos decirlo, se mostró mucho más acertado que
Thompson, que, incapaz de aceptar el más mínimo aroma determinista,
debe dar marcha atrás hasta en aquello que explícitamente había asumi-
do. El ejemplo de la mujer antes citado es, en los hechos, violentamente
rechazado: «hoy los estructuralismos acaparan esta área por todos lados;
estamos estructurados por relaciones sociales, hablados por estructuras lin-
güísticas previamente dadas, pensados por ideologías, soñados por mitos,
sexuados por normas sexuales patriarcales, ligados por obligaciones afecti-
vas, instruidos por mentalidades y actuados por el guión de la Historia.
Ninguna de estas ideas es, en su origen, absurda, y algunas tienen por
base ciertos progresos sustanciales del conocimiento. Pero todas ellas, al
llegar a cierto punto, pasan de tener sentido a no tenerlo, y sumados con-
34
ducen al mismo punto terminal: la no libertad» .
Nos adentramos en el tercero de los problemas apuntados: el antihu-
manismo teórico.

3. Thompson, preocupado en su obra historiográfica por no ceder un


ápice de terreno al economicismo, se orienta en ocasiones a lo que sus
35
críticos han denominado «culturalismo» . Efectivamente, la cultura

3 1 . Miliband, R.: «Poder estatal e intereses de clase», Zona Abierta 30 (enero-


marzo 1984) p.123.
32. MT, pp. 157.
33. Althusser: «Contradicción y sobredeterminación», La revolución teórica de
a
Marx, Siglo XXI, México, 1983 (20 ed.), p. 93
34. M T p. 235.
35. Johnson, Richard: «Edward Thompson, Eugene Genovese, y la historia socia-
lista-humanista», en Aracil R. y García Bonafé, M.: Hacia una historia socialista,
ed.cit., pp. 52-85.

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(entendida en el sentido anglosajón del término) ocupa un lugar de


primer orden en su obra y, junto a ésta, la difícil categoría de experien-
cia. Por aquí se desliza lo que podríamos llamar «moralismo», cuya pre-
sencia por ejemplo observamos en su tratamiento de la explotación en
términos de experiencia «vivida», como sentimiento, y no como explo-
tación económica.
No se trata de cuestionar el papel de la moral en la historia pues,
como sostiene Thompson, «los hombres y las mujeres argumentan en
36
torno a valores, eligen entre unos y otros valores» . Asumo completa-
mente por ello la diferencia que Kate Soper establece entre «moralidad»
37
y «moralismo» , pero cuando la moral pasa a ser «el agente básico del
38
cambio social» y Thompson identifica toda «determinación» con la
ausencia de libertad, por consiguiente con la imposibilidad del ejerci-
cio moral, cae verdaderamente del lado del moralismo. Thompson, bri-
llante historiador, es incapaz de distinguir, como muy pertinentemen-
39
te hiciera E.H. Carr , entre los órdenes histórico y moral. De ahí la
desesperación y el tormento que le ocasiona la lectura de Althusser:
«¡Nos hacen abjurar de la acción humana, de la creatividad, incluso de
40
nuestro propio yo!» .
El humanismo y moralismo de Thompson exigen así el absoluto
rechazo de la categoría althusseriana «proceso sin sujeto» (ni fines) que,
con extraordinaria celeridad, Thompson identifica con el stalinismo.
Althusser, según Thompson, habría cometido el imperdonable pecado
de negar la acción humana.
¿Es esto cierto? En absoluto. Althusser ha insistido como ningún otro
en el papel que la ideología desempeña en la historia, siendo ésta, y no

36. MT p.269
37. Moralidad: «conceder importancia y validez a los juicios y valores morales».
Moralismo: «creer que adoptar unos valores morales es en sí mismo suficiente». Kate
Soper: «Marxism and Morality», New Left Review n° 163 (mayo-junio 1987), p.103
38. Thompson, E.P.: William Morris. De romántico a revolucionario, Edicions
Alfons el Magnànim, Valencia, 1988, p. 662.
39. cf. Carr, E.H.: ¿Qué es la historia?, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985, pp. 127-
128
40. MT p.169.

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Pedro Benítez Martín Thompson versus Althusser

la teoría, la que guía la acción de los hombres; y, en la Réponse a John


Lewis, ha planteado en términos inequívocos que es el ser humano, y
nadie más, quien actúa en la historia; pero eso no lo convierte en suje-
to de la historia, esto es, sujeto libre de determinaciones. Thompson
sabe, como historiador, que «el abandono de los planos de la mera cró-
nica o de la simple interpretación y el acceso a un nivel propiamente
científico de una explicación, supone comprometerse de alguna mane-
41
ra con la cuestión del carácter determinado del proceso histórico» . Ya
V. Kierman —otro brillante miembro de la tradición a la que pertene-
ce Thompson— advirtió sobre la necesidad de «ser cautos y no desli-
zarnos hacia la "teoría de los factores" ridiculizada hace muchos años por
Plejanov, la reducción de la Historia a un caleidoscopio de variables inde-
42
pendientes» . Así, al abordar el problema del sujeto en la Historia, es
necesario distinguir entre dos cuestiones que aparecen entrelazadas: «a)
identificar los agentes (entes activos) del proceso, y b) reconocer el
"lugar" donde se ubican los principios determinantes del movimiento
43
social» . Es éste, y no otro, el significado exacto del famoso «antihuma-
nismo» (teórico) althusseriano. No se trata de negar la acción humana,
sino de hacerla inteligible; y eso exige olvidar al hombre como punto de
partida del análisis histórico. ¿Podemos realmente entender el caso Stalin
tomando como punto de partida a Stalin mismo o, por el contrario, sólo
es comprensible mostrando «cómo la lucha de clases creó en [la Unión
Soviética] las circunstancias y las condiciones que permitieron a un per-
44
sonaje mediocre y grotesco representar el papel de [dios]» ? Ésa, y no jus-
tificar al PCF, o a Stalin, o la teoría de las dos ciencias, ha sido la preo-
45
cupación de Althusser desde ... ¡los años cincuenta!

4 1 . Pereyra, Carlos: «El determinismo histórico», En Teoría n° 3 (1979), p. 167.


42. Kierman, V.: «Problems of Marxist History», New Left Review n° 161 (enero-
febrero 1987), p. 107
43. Pereyra, Carlos: El sujeto de la historia, Alianza editorial, Madrid, 1984,, p. 31
44. Pido perdón por parafrasear a Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Ariel,
a
Barcelona, 1977 ( 3 ed.), p.6
45. Podrían leerse por ejemplo «Rapport de la Cellule ENS-Langevin (Personnel)»
o «Remarques et suggestions sur les problèmes de la lutte idéologique chez les inte-
llectuels», textos inéditos redactados en los años 1954 y 1955 respectivamente,

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Pero Thompson, aun consciente del callejón sin salida en el que se


encuentra, insiste: «"!No soy una COSA!" y, por tanto, cualquiera que
sea nuestra conclusión en la polémica sin fin entre predeterminación y
libre albedrío [...] es sumamente importante que pensemos que nosotros
46
somos "libres"» .
Un último apunte a propósito del antihumanismo teórico.
Thompson, como la mayoría de críticos de Althusser, atribuyen este
antihumanismo a la filiación estructuralista de Althusser. Craso error. El
antihumanismo althusseriano es anterior a su «coqueteo» estructuralis-
ta, y fue alcanzado durante los años de formación en los que, por tres
vías diferentes y consecutivas (Hegel, Feuerbach y la filosofía política
francesa del siglo XVIII), Althusser accedió a Marx, pasando primero
del cristianismo al humanimo y, posteriormente, por la mediación de,
sobre todo Helvétius, a la fundamentación de lo que más tarde defini-
ría como antihumanismo. Mas, ¿paradoja?, toda la teoría de Helvétius
sobre el hombre descansa en esa escurridiza categoría tan querida por
47
Thompson que es la experiencia .

48
Concluyamos. Hace ya diez años sostuve que entre los discursos de
Thompson y Althusser era posible el diálogo; que, pese a las aparien-
cias, no existía antagonismo entre ambos. Sigo pensando lo mismo,
bastaría con situar ambos discursos en la coyuntura particular en la que
surgieron y prestar más atención a la definición de los blancos que a los
excesos cometidos. Es posible, ciertamente, que en un punto concreto
(el del humanismo) no exista compromiso teórico posible. Esto, sin
embargo, no debería impedir que, desde ambos discursos, en la prácti-
ca, se aúnen fuerzas en las batallas que, sin duda, habrá que afrontar.

donde defiende tesis en algunos aspectos muy semejantes a las que defenderá públi-
camente en 1978.
46. M T p. 234
47. Esto lo he abordado en Genealogía del althusserismo. Lecturas filosóficas de Louis
Althusser: 1945-1965, de próxima aparición.
48. Benítez, P: «En torno a la polémica Thompson-Althusser (apuntes para una
revisión)», Riff-Raff n° 3 (primavera 1994), pp. 19-23.

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