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Cuando nos preguntamos sobre los temas de la filosofía, muchas veces respondemos que

la filosofía trata sobre todas las cosas en general, pero esta respuesta es poco orientativa.
Necesitamos algo más concreto. ¿por dónde debemos empezar? El maestro Kant también
nos echa una mano en este trance reduciendo la tarea filosófica a la respuesta de cuatro
preguntas fundamentales que encerrarían la totalidad de la temática filosófica. Estas
preguntas son:
1. ¿Qué puedo saber?
2. ¿Qué debo hacer?
3. ¿Qué me cabe esperar?
4. ¿Qué es el hombre?
1. A la primera pregunta responde lo que tradicionalmente se conoce por Teoría del
conocimiento o gnoseológica, y posteriormente se concretará en una disciplina tan actual y
vigente como la Filosofía o Teoría de la Ciencia, también conocida por Epistemología. De
lo que se trata aquí no es sólo de saber. Si así fuera, a esta cuestión respondería cada una
de las ciencias con sus diferentes aportaciones al conocimiento humano; así, la Biología,
por ejemplo, nos ilustra sobre el fenómeno cósmico de la vida, nos suministra un
conocimiento científico sobre lo vivo, y lo mismo cabe decir de la Física respecto del
mundo material o físico o de la Sociología respecto de las sociedades humanas. Sin
embargo, la pregunta filosófica, haciendo gala del mencionado afán de radicalidad que la
caracteriza, pretende ir más allá, la Filosofía no se conforma con saber, sino que quiere
saber ¿cuánto sabe con sus conocimientos? La Filosofía se cuestiona el alcance, la
validez, la fiabilidad de los conocimientos. Dicho de otro modo, la Filosofía pretende saber
si los conocimientos que posee el ser humano son como los diamantes, esto es, para
siempre. El filósofo, y queda dicho que todo hombre lo es, se preocupa por averiguar si
hay algún tipo de conocimiento definitivo o si realmente los conocimientos cambian o se
desgastan con el paso del tiempo. No se trata sólo de saber cosas sobre el mundo físico,
sino que, rizando el rizo, puede uno preguntarse por la fiabilidad o no fiabilidad, por la
fecha de caducidad, de nuestros conocimientos de ese mundo físico o de la realidad en
general. Una vez que se entiende el sentido de esta primera pregunta kantiana, se
entiende al mismo tiempo no sólo su indiscutible interés objetivo- aunque cada uno de
nosotros, subjetivamente, pueda vivir muy feliz son buscarle respuesta-, sino además que
a esta cuestión no puede dársele respuesta desde ninguna de las ciencias concretas. Las
ciencias estudian, cada una de ellas, su parcela de la realidad y suministran conocimientos
científicos sobre las mismas. Ya el adjetivo "científico" incluye una respuesta tácita a la
cuestión: "científico" es sinónimo de riguroso, válido, objetivo, demostrado, etc. Pero esta
respuesta es algo que se da por sentado, no el resultado de una investigación peculiar
sobre la validez del conocimiento científico que se ofrece como tal. De hecho, sabemos
que los conocimientos cambian con el tiempo: que conocimientos que en el pasado se
tuvieron por definitivos, caducaron con el paso del tiempo. ¿Por qué iba a suceder de
forma diferente con los actuales saberes científicos? ¿O es que hay realmente algún
conocimiento que escape al paso del tiempo? Estas cuestiones podrían, de hecho, intentar
responderlas los científicos, pero al intentarlo no estarían ya haciendo ciencia, sino
filosofía de la ciencia, cada uno de ellos de su ciencia particular; habrían dado desde luego
un paso típicamente filosófico, un paso hacia atrás, hacia el fondo de las cosas.
Pero además de por su radicalidad, la Filosofía se caracteriza por su universalidad, por su
amplitud de miras. Para responder a la pregunta por el conocimiento, no me basta con
estudiar una parcela del mismo, sino todas ellas, no sólo una ciencia natural, sino todas las
ciencias naturales, pero además he de tener en cuenta las ciencias humanas y las
formales. Es decir, que sólo si en mi respuesta tengo presente el conjunto del saber
humano, será ésta una respuesta netamente filosófica, producto de una investigación
filosófica. Así pues, la pregunta filosófica por el conocimiento humano pretende establecer
si existen o no conocimientos definitivos o verdades absolutas, cuáles serían las
características de éstas, sus orígenes, los métodos empleados para obtenerlas, etc.
Estrechamente ligado a esta cuestión se halla el problema de la realidad que es objeto de
conocimiento. Si afirmo que hay verdades definitivas, estoy diciendo que hay aspectos de
la realidad que he sido capaz de fijar para siempre, es decir, estoy afirmando que existe la
realidad, lo objetivo, y que yo, sujeto, soy capaz de conocerla tal como es, al menos
parcialmente. Esto implica ya varios polos o momentos: la realidad, el sujeto que la
investiga, el conocimiento fruto de esta investigación, que es a su vez objeto de una
investigación ulterior- metacognoscitiva, metacientífica, epistemológica- que determina la
validez de ese conocimiento o del conocimiento en general. Cabe plantearse en este
contexto si realidad, sujeto y conocimiento son de la misma naturaleza, por ejemplo
material, o no; si hay más realidad que la que se percibe por los sentidos, o incluso si
existe una realidad independiente del sujeto que la conoce o es todo más bien un producto
subjetivo, una especie de ensoñación. Todas estas cuestiones caen dentro de una
disciplina filosófica llamada Metafísica.
2. Con la segunda pregunta se abre un campo tan importante como el de la acción
humana. Este es el campo del que se ocupa la filosofía práctica, que para Kant es tan
importante o más que el de la filosofía. Saber es fundamental, eso nadie lo duda y aunque,
según Aristóteles, "todos los hombres desean, por naturaleza, saber", la dedicación al
saber, captar información, aprender, investigar, etc., son acciones que preceden al saber
mismo y que se ven precedidas, a su vez, de las correspondientes decisiones. Es decir,
antes de saber, tengo que querer saber y luego dedicarme a ello. La acción tiene, pues,
una clara preminencia. También es cierto que a la decisión que precede a la acción le
antecede a su vez una reflexión que no es ya, sin embargo, de carácter teórico, sino
práctico. Así, por ejemplo, me puedo preguntar ¿para qué o por qué estudiar una
determinada carrera? Podríamos encontrar seguramente tantas razones y argumentos
como personas, pero a grandes rasgos se repetirían en muchos casos la siguiente
secuencia: para saber y para encontrar un "buen" puesto de trabajo. ¿Y para qué un buen
puesto de trabajo? Pues porque los buenos puestos de trabajo están "bien" remunerados.
¿Y por qué se quieren puestos de trabajo bien remunerados? Pues evidentemente para
ganar dinero. ¿Y para qué el dinero? Para comprar esto y aquello, viajar, etc. ¿Y para qué
todo esto? Más tarde o más temprano aparecerá la felicidad como fin último por el que
todo se realiza y que no es a su vez medio de ningún fin ulterior. Es decir, que la segunda
pregunta kantiana apunta a algo tan importante como la felicidad: de lo que se trata, en el
fondo, es de lo que debo hacer para ser feliz, para llevar una vida feliz. ¿Existe algo más
importante? Desde el comienzo de su historia, la Filosofía ha abordado una y otra vez esta
cuestión hasta convertirla en la verdadera meta de su actividad: al filósofo clásico se le
llamará sabio, porque posee una sabiduría vital, esto es, porque sabe vivir. Para alcanzar
una meta tan importante como ésa hay que poner en juego todo lo demás: para ser feliz,
tengo que saber lo que me hace feliz, me tengo que conocer a mí mismo, en cuanto
individuo y en cuanto especie (Psicología, Biología), pero también como alguien que no
puede alcanzar la felicidad aisladamente sino junto a los demás, en sociedad(Sociología,
Política, Economía), antes, no obstante, tengo que conocerme como ser libre, que puede
elegir libremente lo que quiere hacer, de lo contrario, todo lo demás perdería sentido: sólo
puedo fijarme metas e intentar alcanzarlas si de antemano no está escrito ya todo lo que
voy a hacer y todo lo que va a pasarme. Tampoco en la cuestión de la vida feliz tienen las
ciencias la última palabra aunque, a veces, pueda parecer lo contrario. Así, el médico,
basándose en conocimientos de carácter biológico, nos recomienda lo que debemos hacer
para lleva una vida sana; muy frecuentemente la recomendación toma incluso tintes de
prescripción, de obligatoriedad. Se está identificando así, sin más, vida sana con vida feliz
y se está eliminando la decisión personal reflexiva: todos deberíamos comer sano, que es
sinónimo en todos los casos de hacer una cierta dieta, no fumar, no beber, y practicar
footing, para vivir más. Pero vivir más no significa vivir mejor. Por otra parte, si hubiéramos
obligado a la humanidad entera a llevar ese modelo de vida sana, hubiéramos perdido con
seguridad grandes aportaciones artísticas, científicas o culturales en general, de individuos
que llevaron tal vez una vida médicamente "poco sana", pero no necesariamente una mala
vida: así, Kant, por ejemplo, fumaba, bebía y no hizo jamás deporte, pero escribió,
llevando la vida que él muy meditadamente había decidido llevar, la "Crítica de la razón
pura", entre otras obras decisivas para la historia del pensamiento humano.
Resumiendo: saber lo que debo hacer para ser feliz como individuo entre individuos es
cuestión compleja y decisiva, de la que se ocupa tradicionalmente la Ética.
3. No obstante, hay que señalar que no siempre se enfoca la problemática ética desde la
perspectiva de la vida feliz, sino que con frecuencia se hace a través de la lente de la
acción correcta, o el buen comportamiento:"¿Qué debo hacer?" significa entonces "¿Cómo
debo comportarme?" para ser bueno y, dado el caso, obtener un premio por ello, que no
necesariamente ha de ser una vida feliz aquí y ahora, sino tal vez en el más allá, en la otra
vida. De este modo entramos en el terreno de la tercera pregunta kantiana, ¿qué puedo
esperar?, que se refiere a la vida ultraterrena, a la creencia en un más allá, en un ser
supremo que premia a los buenos y castiga a los malos. A estas cuestiones, que son más
propiamente de fe, responde la Religión, y escapan en parte al dominio de la Filosofía. Se
pueden abordar sólo parcialmente de un modo racional- por ejemplo, a través de posibles
argumentos racionales para demostrar la existencia de Dios en tanto que principio de toda
realidad o juez supremo garante del orden ético-, y en esa medida caerían dentro del
ámbito de la Ética o de la Metafísica (Teología natural).
4. Y es precisamente la cuestión cuarta de Kant, ¿qué es el hombre?, la que las sintetiza
todas y es presupuesta por todas las demás: sólo cuando se ha respondido a ésta, se
puede responder lo que es el saber filosófico en tanto que saber eminentemente humano,
y lo que es el conocimiento (humano), es decir, lo que puede llegar a conocer el hombre
por ser él quien es y, por tanto, cuál es su realidad, cómo se comporta o puede llegar a
comportarse, etc. Si la Filosofía se expusiera, y no es éste el caso, como disciplina
académica al uso, esto es, como algo acabado y establecido, habría que empezar
realmente por aquí: con una definición de lo que es el ser humano, y proceder luego a
tratar sus diferentes aspectos: conocimiento, acción, mundo. La respuesta inicial a esta
primera pregunta incluiría todas las demás in nuce.
Sin embargo, podemos plantearnos otra exposición, más de tipo genético, es decir, una
exposición que se centre más en plantear las cuestiones, en que se vea cómo se generan
y surgen realmente los problemas,-que son algo vivo y siempre por resolver y no
problemas ya resueltos, en rigor, por tanto, pseudo problemas muertos- y que invite con
ello al propio pensamiento, que es la única fuente de la que en Filosofía pueden manar las
soluciones.
Así pues, nada más y nada menos que a la respuesta de esta última cuestión ¿qué es el
hombre?, que las sintetiza todas y que contiene las más populares pero no menos
pretenciosas, ¿de dónde venimos?, ¿adonde vamos?, se dedica la Filosofía. Parece
suficientemente importante como para no pasar de largo ¿no?

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