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(Isabel Flores de
Oliva; Lima, 1586 - 1617)
Religiosa peruana de la
orden de los dominicos que
fue la primera santa de
América. Tras haber dado
signos de una intensa
precocidad espiritual, a los
veinte años tomó el hábito
de terciaria dominica, y
consagró su vida a la
atención de los enfermos y
niños y a las prácticas
ascéticas, extendiéndose
pronto la fama de su
santidad.
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en Quives, Luis Millones ha procurado arrojar nueva luz mediante la
interpretación de algunos sueños que recogen los biógrafos de la santa. Opina
Millones que ésa pudo ser la etapa más importante para la formación de su
personalidad, no obstante el hecho de que los autores han preferido hacer
abstracción del entorno económico y de las experiencias culturales que
condicionaron la vida de la familia Flores-Oliva en la sierra, en un asiento
minero vinculado al meollo de la producción colonial. Probablemente esa
vivencia (la visión cotidiana de los sufrimientos que padecían los trabajadores
indios) pudo ser la que dio a Rosa la preocupación por remediar las
enfermedades y miserias de quienes creerían luego en su virtud.
Fueron muy contadas las personas con quienes Rosa llegó a tener alguna
intimidad. En su círculo más estrecho se hallaban mujeres virtuosas como
doña Luisa Melgarejo y su grupo de "beatas", junto con amigos de la casa
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paterna y allegados al hogar del contador Gonzalo de la Maza. Los confesores
de Santa Rosa de Lima fueron mayormente sacerdotes de la congregación
dominica. También tuvo trato espiritual con religiosos de la Compañía de
Jesús. Es asimismo importante el contacto que desarrolló con el doctor Juan
del Castillo, médico extremeño muy versado en asuntos de espiritualidad, con
quien compartió las más secretas minucias de su relación con Dios. Dichos
consejeros espirituales ejercieron profunda influencia sobre Rosa.
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Con todo acierto, Rosa había predicho que su vida terminaría en la casa
de su bienhechor y confidente Gonzalo de la Maza (contador del tribunal de
la Santa Cruzada), en la que residió en estos últimos años. Pocos meses
después de aquel místico desposorio, Santa Rosa de Lima cayó gravemente
enferma y quedó afectada por una aguda hemiplejía. Doña María de Uzátegui,
la madrileña esposa del contador, la admiraba; antes de morir, Santa Rosa
solicitó que fuese ella quien la amortajase. En torno a su lecho de agonía se
hallaba el matrimonio de la Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y
doña Andrea, y una de sus discípulas más próximas, Luisa Daza, a quien
Santa Rosa de Lima pidió que entonase una canción con acompañamiento de
vihuela. La virgen limeña entregó así su alma a Dios, el 24 de agosto de 1617,
en las primeras horas de la madrugada; tenía sólo 31 años.
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SAN JUDAS TADEO
Junto con Simón el Cananeo, Judas Tadeo era uno de los apóstoles
considerados como más judaizantes dentro del grupo de «los Doce». Según
el Evangelio de Juan, fue testigo privilegiado de la Última Cena, durante la
cual tuvo una participación activa explícita. La tradición eclesiástica le
atribuye la autoría de la epístola de Judas, punto también debatido por los
biblistas.
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habría llevado el mandylion a la corte del rey Abgar V de Edesa, para sanarle.
(En realidad, de acuerdo con Eusebio de Cesarea quien fue a sanar al rey
Abgar V fue Tadeo de Edesa, uno de los setenta y dos discípulos mencionados
en Lucas 10:1-24, pero para cuando fue descubierto el error, la iconografía
del medallón en el pecho de Judas Tadeo ya se había popularizado). También
se le representa con una llama de fuego sobre su cabeza, significando su
presencia en Pentecostés, y un rollo en representación de la epístola de Judas,
uno de los libros canónicos, que la tradición eclesiástica tendió a atribuirle.
En el simbolismo medieval, se consideró la piedra preciosa «crisoprasa» como
atributo del apóstol Judas Tadeo.
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SAN FRANCISCO DE ASÍS
(Giovanni di Pietro
Bernardone; Asís, actual Italia,
1182 - id., 1226) Religioso y
místico italiano, fundador de la
orden franciscana. Casi sin
proponérselo lideró San Francisco
un movimiento de renovación
cristiana que, centrado en el amor
a Dios, la pobreza y la alegre
fraternidad, tuvo un inmenso eco
entre las clases populares e hizo
de él una veneradísima
personalidad en la Edad Media. La
sencillez y humildad del pobrecito
de Asís, sin embargo, acabó
trascendiendo su época para
erigirse en un modelo atemporal,
y su figura es valorada, más allá
incluso de las propias creencias,
como una de las más altas manifestaciones de la espiritualidad cristiana.
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despojarse de sus propias vestiduras y restituirlas a su progenitor,
renunciando con ello, por amor a Dios, a cualquier bien terrenal.
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SAN MARTÍN DE PORRES
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olvidarse de sus funciones por el cansancio, un gato de tres colores entraba
a la enfermería y empezaba a rasguñarlo avisándole de su deber.
Sus hagiógrafos cuentan que tenía varias devociones, pero sobre todo
creía en el Santísimo Sacramento y en la Virgen María, en especial la Virgen
del Rosario, patrona de la Orden dominica y protectora de los mulatos. San
Martín de Porres fue seguidor de los modelos de santidad de Santo Domingo
de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer. Sin
embargo, a pesar de su encendido fervor y devoción, no desarrolló una línea
de misticismo propia. La vida cotidiana del futuro santo era frugal en extremo.
Era muy sobrio en el comer y sencillo en el vestir (usó un simple hábito blanco
toda su vida). Se dice que cuando murió no hubo ropa con que amortajarlo,
así que lo enterraron con su propio hábito ya roído.
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túnica interna de lana entretejida con cerdas de caballo y una cadena ceñida,
posiblemente de hierro.
Su preocupación por los pobres fue notable. Se sabe que los desvalidos
lo esperaban en la portería para que los curase de sus enfermedades o les
diera de comer. Martín trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor
privacidad. La caridad de Martín no se circunscribía a las personas, sino que
también se proyectaba a los animales, sobre todo cuando los veía heridos o
faltos de alimentos. Tenía separada en la casa de su hermana un lugar donde
albergaba a gatos y perros sarnosos, llagados y enfermos. Parece que los
animales le obedecían por particular privilegio de Dios. Uno de los episodios
más conocidos de su vida es que hizo comer del mismo plato a un perro, un
perico y un gato.
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SAN AGUSTÍN
(Aurelius Augustinus
o Aurelio Agustín de
Hipona; Tagaste, hoy Suq
Ahras, actual Argelia, 354 -
Hipona, id., 430) Teólogo
latino, una de las máximas
figuras de la historia del
pensamiento cristiano.
Excelentes pintores han
ilustrado la vida de San
Agustín recurriendo a una
escena apócrifa que no por
serlo resume y simboliza
con menos acierto la
insaciable curiosidad y la
constante búsqueda de la
verdad que caracterizaron
al santo africano. En
lienzos, tablas y frescos,
estos artistas le presentan
acompañado por un niño
que, valiéndose de una
concha, intenta llenar de agua marina un agujero hecho en la arena de la
playa. Dicen que San Agustín encontró al chico mientras paseaba junto al
mar intentando comprender el misterio de la Trinidad y que, cuando trató
sonriente de hacerle ver la inutilidad de sus afanes, el niño repuso: "No ha
de ser más difícil llenar de agua este agujero que desentrañar el misterio que
bulle en tu cabeza."
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A los dieciocho años, Agustín tuvo su primera concubina, que le dio un
hijo al que pusieron por nombre Adeodato. Los excesos de ese "piélago de
maldades" continuaron y se incrementaron con una afición desmesurada por
el teatro y otros espectáculos públicos y la comisión de algunos robos; esta
vida le hizo renegar de la religión de su madre. Su primera lectura de las
Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe impuesta y
no fundada en la razón. Sus intereses le inclinaban hacia la filosofía, y en este
territorio encontró acomodo durante algún tiempo en el escepticismo
moderado, doctrina que obviamente no podía satisfacer sus exigencias de
verdad.
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arzobispo de Milán, que partía de Plotino para demostrar los dogmas y a quien
San Agustín escuchaba con delectación, quedando "maravillado, sin aliento,
con el corazón ardiendo". A partir de la idea de que «Dios es luz, sustancia
espiritual de la que todo depende y que no depende de nada», San Agustín
comprendió que las cosas, estando necesariamente subordinadas a Dios,
derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser entendido
como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser, en ningún caso como
sustancia.
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