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R. M.

Pidal - “El Cid Campeador”

 Premisa:
Historia y poesía:
El Cid no pertenece, como otros héroes, a épocas primitivas en que la Historia aún no se había
desenvuelto a la par de la Poesía. La crítica filológica nos permite reconocer la historia
primitiva, e igualmente nos deja llegar hasta la poesía coetánea del héroe. Y esto nos puede
ayudar, como complemento de la historia, en el conocimiento del carácter heroico, así como
nos auxiliará para conocer pormenores en que los textos poéticos están conformes con los
históricos.
La poesía más antigua, la que hablaba a los coetáneos, tenía que ser verista, tenía que fundarse
en los hechos reales por todos conocidos; por eso la utilizamos en nuestra biografía como fuente
supletoria, siempre que nos merezca especial confianza, para completar la historia.
Negación de la Poesía:
Sin conocer la antigüedad de esa poesía ni la razón de u verismo, la crítica del siglo XIX
presentó al Cid de la realidad como opuesto al Cid de la poesía, y se produjo una corriente de
desprestigio sobre la antes venerada figura histórica.
Esta cidofobia nació cuando el arabista José Antonio Conde (1820) fundó la biografía cidiana
en fuentes árabes, pues ellas dan abundantes informes, y en ellas siempre aparece “el
Campeador que Alah confunda”, “el infiel perro gallego”, “el caudillo maldito”. Más tarde, el
arabista holandés Dozy perfeccionó esa biografía islamizada, describiendo al héroe como un
forajido sin patria, sin fe, sin honor; no hace caso de los raros elogios que el Cid arranca a Ben
Alcama y Ben Bassam (historiadores árabes medievales), pero acoge todas las acusaciones que
halla en esos y otros autores árabes, repitiéndolas, abultándolas y hasta inventándolas donde
no las hay.
Actualmente (1940-50, Menéndez Pidal), la utilización de muchas más fuentes árabes y la más
completa exploración de las fuentes latinas han venido a invalidar la biografía de Dozy. (“y te
va a pasar a ti”-Nota de Mati)
Dos características cidianas:
Ningún pueblo corroe la gloria de su héroe como España hizo por obra de Conde y secuaces
posteriores, llegando incluso a negar la existencia misma del Campeador.
Pero tales negaciones son esenciales. El Cid, si se le suprimiesen los invidentes en vida y en
muerte, dejaría de ser él, dejaría de ser el más genuino héroe español.
El Cid es a la vez representativo por sus victorias maravillosas en donde vence a sus invidentes
y logra hacerlos sus auxiliares; se impone a los nobles de linaje superior que le despreciaban y
a Yusuf y su ejército almorávide al que nadie podía hacerle frente.
Historia y Poesía en el carácter específico, definitorio de las victorias bélicas cidianas, siempre
infalibles. Eso también es confirmado por Ben Bassam.
Esta doble victoria sobre la invidencia y los almorávides informa de la vida toda del Campeador
quien inicia le hegemonía castellana sobre el resto de España y afirma la prevalencia de la
cristiandad sobre el islam.

 I- EL CID EN LA CORTE CASTELLANA


1- Primeros años del Héroe (crianza de Rodrigo. Batalla de Graus)
Rodrigo Díaz hubo de nacer hacia 1043, en una familia noble, en Vivar (al norte de Burgos,
Castilla).
Reinaba Fernando I en León y Castilla; era rey emperador (superior a los de Aragón y Navarra).
El primogénito de Fernando I, el infante (joven noble) Sancho, crió en su corte al muchacho
Rodrigo de Vivar, lo armó caballero y lo llevó consigo a la primera expedición militar que hizo
(Batalla de Graus, Zaragoza) donde fue muerto el Rey Ramiro I de Aragón, tío de Sancho
(Ramiro I quería apoderarse de la zona aledaña a su reino, que era protegida por Fernando a
cambio de las parias que le pagaba el rey moro de Zaragoza). *perdón si no se entiende... wiki
ayuda.
Fernando I reparte sus reinos (influencia merovingia)
Zaragoza, asegurada por la campaña de Graus, siguió tributaria a Fernando I. Éste aspiraba a
todos los reinos de taifas; y tenía como vasallos a los principales, de los cuales dispuso cuando
dos años antes de morir repartió todos sus dominios entre sus tres hijos:
ALFONSO (hijo segundo y predilecto) ----> Reino imperial de León y el reino taifa de Toledo,
donde el rey Mamún pagaba tributo anual por protección.
SANCHO (primogénito) ----> Reino de Castilla y eñ reino musulmán de Zaragoza, donde
reinaba y era tributario Moctádir.
GARCÍA (hijo tercero) -----> Galicia y el pequeño territorio de Portugal, con los dos reinos de
Sevilla y Badajoz, cuyos reyes eran tributarios.
URRACA y ELVIRA ---> el señorío de cuantos monasterios había en los tres nuevos reinos
bajo la condición de no contraer matrimonio.
Según las gestas poéticas de los juglares refundidas en el siglo XIII, Don Sancho había llevado
muy a mal esta partición y había dicho a su padre que no la podía hacer. (ideal imperialista
visigótico).
Contaban también que el rey había encomendado sus hijos al Cid para que los aconsejase, y les
había hecho jurar que respetarían su partición de los reinos; juramento que todos hicieron
menos Don Sancho.
En este relato no es creíble la parte que se atribuye al Cid. Era éste demasiado joven para que
el emperador lo constituyese consejero de los tres reyes.

2- El Cid inicia la hegemonía castellana.


Rodrigo, Alférez de Castilla
Sancho II, el nuevo rey de Castilla distinguió a Rodrigo y lo hizo príncipe de toda la hueste
real, dándole el cargo de portaestandarte que en romance se designaba con el vocablo árabe de
alférez.
El alférez era el primero de todos los oficiales de la corte. En Castilla, este cargo era bastante
mudable, sin embargo, Rodrigo Díaz lo conservó durante toda la vida de Sancho.
Rodrigo, “El Campeador”.
Por ese cargo de alférez, Rodrigo Díaz tuvo que tomar parte en un duelo a modo de Juicio de
Dios, para resolver cierto pleito con Navarra sobre posesión de ciertos castillos fronterizos.
Rodrigo venció a Jimeno Garcés, uno de los mejores caballeros de Pamplona. El Carmen
Campidoctoris se hace eco de la emoción producida por esta lid y lo llama Rodrigo
“Campidoctor” o Campeador.
Zaragoza, sometida por el Cid
Sancho II tenía las parias de Zaragoza; pero éstas eran muy inseguras.
Sancho, en el segundo año de su reinado, tuvo que guerrear con Moctádir. Rodeó las murallas
de la ciudad, siendo el Cid capitán supremo de la hueste sitiadora (1067).
En estos combates contra la ciudad sobresalió tanto el Cid que a él atribuye todo el prez de
aquella empresa la crónica hebrea de José ben Zaddic de Arévalo quién lo llama “Cidi”, que
en hebreo equivale al afectuoso título de “mío Cid” o “Mi Señor”, expresión medio castellana,
medio mora con que el héroe fue designado familiarmente por sus vasallos en las fronteras.
El joven campeador, a los 24 años, es señalado entre hombres de otra religión como
protagonista de la guerra anti islámica.
A los pocos meses del éxito obtenido por el campeador con la sujeción de Zaragoza, murió la
reina madre, Doña Sancha, y sus hijos empezaron a pelear por el reparto paterno.
Causas de la guerra entre Castilla y León
Sancho el Fuerte de Castilla, recibía como fatal herencia familiar, la guerra con León: el abuelo,
Sancho el Mayor, y el mismo padre, Fernando I, Habían sido ambos sucesivamente
conquistadores de León. Él, primogénito de Fernando, no podía sufrir que el reino leonés fuese
del hijo segundo; la idea unitaria visigótica (influencia romana), conculcada por Fernando en
el reparto, debía ser restablecida, pero teniendo por centro a Castilla. El espíritu batallador de
Sancho el Fuerte y el alto prestigio de su alférez, el Campeador, reanimaban los antiguos
anhelos castellanos; así que la guerra con León estalló.
Batalla de Llantada.
Sancho y Alfonso convinieron día y lugar para la batalla de sus huestes: sería en el límite entre
los dos reinos de Castilla y León. El resultado de la contienda fue que Sancho y su alférez
hicieron huir a los leoneses.
El convenio previo a la batalla era que el rey vencedor recibiría el reino de su hermano sin más
lucha, pero Alfonso huyó a León y no pensó en cumplir con la condición preestablecida.
En este mismo año (1068) Alfonso hostilizó a su hermano García, rey de Galicia, guerreando
al rey moro de Badajoz que era tributario del reino gallego. Tres años después, depuesta la
enemistad entre Alfonso y Sancho, se convienen y, destronando a García, se reparten entre los
dos el reino de Galicia (1071).
Golpejera. Los Beni-Gómez
La avenencia entre Sancho y Alfonso duró poco. El carácter envidioso de Alfonso fue la causa
de la nueva ruptura. La antigua discordia indecisa en Llantada resurgió y ambos hermanos
batallaron en los campos de Golpejera, junto a las vegas del río Carrión, cerca del condado
regido por la familia Beni-Gómez.
Los Beni-Gómez (hijos de Gómez) eran descendientes y allegados de Gómez Díaz, Conde de
Saldaña, yerno del Conde castellano Fernán González y alférez de éste hacia el 932.
Estos Beni-Gómez eran condes no sólo de Saldaña, Liébana y Carrión, sino también en otros
territorios.
Conocida entre los cristianos esta familia con el mismo nombre árabe, el juglar del Mío Cid la
menciona como ilustre al hablar de los "infantes de Carrión”.
Tío de estos infantes es Pedro Ansúrez, que fue ayo de Alfonso VI de León. Ansúrez era tan
íntimo familiar de Alfonso como el Cid lo era de Sancho.
Los Beni-Gómez iban a pelear, dentro de su propio condado, por la suerte del reino leonés. Se
atraviesan por primera vez en la vida del Cid.
Frente a ellos, como alférez de Sancho, está el Cid, que en los campos de Golpejera se
distinguió sobre todos los demás caballeros, al decir de la Historia Roderici.
Sobre la parte que tomó el alférez en esta batalla tenemos dos referencias, dice Pidal:
La Batalla de Golpejera. Versión castellana.
La Crónica Najerense (de tono poético) refiere que la noche antes del encuentro, el rey Sancho,
con sus vasallos principales, conversaban acerca de lo mucho más numerosos que eran los
leoneses e intentaba hacer que el Cid se jactara de lo poderosa de su espada (guiño guiño).
Pero Rodrigo solo afirma que tratará de derribar a uno y luego Dios dirá. (rasgo cidiano)
Alfonso cayó prisionero de los castellanos, mientras Sancho era preso de los leoneses.
Rodrigo pidió una lanza a los leoneses y ellos hincaron una asta en el campo y prosiguieron.
Pero Rodrigo se apoderó del arma, libertó a Sancho y ambos desbarataron al ejército enemigo,
ganando los castellanos.
Esta narración tiene indudable origen juglaresco, según lo indica el uso del diálogo y según se
manifiesta en la artificiosa disposición de los dos únicos episodios de la batalla que se refieren,
uno reverso del otro, para hacer resaltar la modestia y eficacia del héroe en contraste con el
orgullo y desventura de su rey. Es un episodio del Cantar de Zamora y todo él se propone
ensalzar el valor del Cid y de los castellanos sobre el de los leoneses, superiores en número.
Versión tardía de origen leonés
El cronista leonés Lucas de Túy no dice que los leoneses fuesen más en número, sino solo que
la batalla fue fuertísima, con tal matanza por una y otra parte, que no se puede recordar sin
dolor; al fin, el rey Sancho y los castellanos volvieron las espaldas y abandonaron su
campamento; pero el rey Alfonso mandó a los suyos que no persiguiesen a los fugitivos.
Entonces Rodrigo sugiere a su rey un ataque al amanecer.
Sancho asintió y rehaciendo como pudo su disperso ejército, al alba, cayó sobre los descuidados
leoneses, y como estos se hallaban desarmados, fueron vencidos, y su rey Alfonso fue hecho
prisionero en la Iglesia de Santa María de Carrión.
Ninguno de los dos relatos atribuye al Cid una intervención censurable en esta batalla; y, sin
embargo, la cidofobia dijo y repitió que el Cid procuró al rey Sancho de Castilla la posesión
del Reino de León mediante una traición infame.
Sancho coronado en León. Alfonso y los Beni-Gómez desterrados.
El Campeador, según cualquiera de los dos relatos, fue el causante de la gran derrota
presenciada por la ciudad de los Beni-Gómez y de la caída de Alfonso.
Alfonso, ex rey de León, fue llevado por su hermano al castillo de Burgos donde había estado
prisionero el otro germano, García. Pero la infanta Urraca corrió a Burgos para interceder por
él, que Sancho lo soltase, dejándolo expatriarse a tierra de moros.
Sancho tomó a Alfonso juramento de fidelidad y lo envió desterrado a Toledo, a la corte de
Mamún, rey amigo y tributario de Alfonso.
Urraca, con ausencia de Sancho, dispuso que el ayo Pedro Ansúrez con sus hermanos Gonzalo
y Fernando Ansúrez, acompañaran a Alfonso en el destierro. La desgracia de los Beni-Gómez
acarreada por el campeador era así tan grande como la del rey.
Alfonso en Toledo
Mamún recibió honoríficamente al rey vencido mediante juramentos previos de seguridad.
Allí, al servicio de Mamún, pasó Alfonso nueve meses desterrado. Entonces, se aconsejaba en
todo del rival del Cid, el conde Ansúrez. (1072)
La rebelión leonesa. Zamora por Doña Urraca.
Sancho se titulaba Rey de León desde enero; sin embargo, varios nobles leoneses se negaron a
reconocerlo como tal.
Para los nobilísimos Beni-Gómez, era especial humillación extrema ver su gloria oscurecida
por la del Campeador, cuando éste ni siquiera pertenecía a la primera nobleza castellana.
El conde Pedro Ansúrez se puso de acuerdo con la infanta Urraca y ambos organizaron la
resistencia, escogiendo a Zamora como base militar. Esta ciudad había sido concedida por
Alfonso a su hermana.
Cerco de Zamora
Los poetas juglarescos de los siglos XII y XIII contaban que Sancho quiso despojar de Zamora
a Urraca. Cuando acampó ante esta, al ver tal fortaleza, juzgó que si no se apoderaba de ella no
podía llamarse Señor de España. Entonces, envió al Cid para que proponga a Urraca la cesión
de Zamora a cambio de otras villas. Decían también los juglares que la infanta recibió al Cid
y le recordó los años en que juntos se habían criado allí. (Hay romances viejos que cuentan un
supuesto amor de Urraca por el Cid: Afuera, afuera Rodrigo).
Añadían los relatos juglarescos que Urraca, después de reunirse con Arias Gonzalo y demás
caballeros y vecinos, decidió dar una respuesta negativa al Cid; que Sancho se enojó con éste,
creyéndolo demasiado amigo de la infanta, y que al fin puso cerco a la ciudad. Durante el cerco,
fuentes históricas nos dicen que se distinguió la figura del Cid.
La Historia Silence habla del espíritu monacal de Urraca, pero hay rumores recogidos por el
fray Gil de Zamora (s. XIII), confirmados por un historiador árabe, que hablaban de un supuesto
amor entre ella y su hermano Alfonso y que al volver éste del destierro, lo obligó a que se
maridara con ella a fin como condición para entregarle el... digo, Zamora... (esto aparece en el
libro de Pidal, no lo inventé yo. (pag. 27)).
Muerte de Sancho II
Estrechados los leoneses, pues no habían podido deshacerse del Cid, maquinaron un
desesperado golpe de mayor alcance contra el mismo Don Sancho. Enviaron a Vellido Adolfo,
el cual entró en el campo de los sitiadores, sorprendió al rey descuidado y le atravesó el pecho
con la lanza (1072).
La historia medieval, aún la más partidaria de Alfonso, calificó unánime la muerte de Sancho
como dolo, traición o fraude.
Al esparcirse la noticia del regicidio, nada quedaba por hacer: el rey hermano sobreviviente
volvería a reinar, y el rencor del nuevo monarca sería terrible para todos.
Los más fuertes caballeros de Castilla tomaron el cuerpo de su rey y llevaron el cadáver con
cuanta honra pudieron a Castilla, fieles a los deberes del vasallaje, y lo enterraron en el atrio
del Monasterio de Oña.
La Infanta de alma cruel
Un monje de Oña redactó el epitafio y después, escribió encima del sepulcro una estridente
acusación a la hermana del muerto, mujer de alma cruel que no lloró al hermano difunto.
Y para más claridad añadió unas líneas en prosa en que recriminaba el traidor consejo de
Urraca.
Así como Urraca amaba a Alfonso, su predilecto con todo el amor de sus entrañas, no tuvo
para los otros dos sino entrañas de fiera.
Un año después de la muerte de Sancho, ella aconsejó a Alfonso para que encarcele al hermano
menor, García, y lo tuviese preso hasta la muerte en el castillo de Luna.
Generosidad de Mamún
Los desterrados dudaban mucho sobre cómo despedirse de Mamún.
Pero Alfonso no quiso obrar con ninguna doblez, y aunque el deseo de gobernar lo llenaba de
temor hacia Mamún, se dirigió al moro para notificarle de su gran ventura. El rey moro se
mostró complacido ante la honestidad de Alfonso. Ambos se renovaron la jura de alianza mutua
que se habían hecho y la extendieron al primogénito de Mamún.
Apenas Alfonso llegó a Zamora, celebró en consejo secreto con Urraca y otros principales
nobles sobre cómo tomar segura posesión del reino.
Alfonso comenzó a gobernar, concediendo a Urraca consideración y nombre de reina, según
era costumbre con las hermanas mayores.
Sin pérdidade tiempo, Alfonsoy Urraca, con los principales ricos hombres y obispos leoneses,
y con Gonzalo Salvadórez y demás castellanos oportunistas, se dirigieron a Burgos para
recibir el Reino de Castilla.
3 – El Rey leonés en Castilla.
El Cid en el partido hostil a Alfonso.
Frente al conde de Lara, Salvadórez y demás castellanos oportunistas que se aprestaron a ir a
Zamora, había otro partido en Castilla que miraba con recelo a Alfonso; a la cabeza de dicho
partido estaba el Cid, según el decir de los juglares.
El partido hostil habría de elegir que el nuevo rey se exculpase con juramento; las costumbres
y leyes de todos los tiempos se previnieron contra el que pretendía entronarse con violencia. El
Fuero Juzgo incita al que sube al trono para que vengue la muerte de su antecesor si él mismo
quiere purgarse de tamaño crimen.
Alfonso no pudo entrar a reinar en Castilla sin antes acallar la repugnancia de los vasallos
fueles al rey difunto.
Además, los más intransigentes (el Cid al frente) no obraban movidos solo por la fidelidad
vasallal, sino también por el deseo de poder continuar los planes hegemónicos de Castilla.
La Jura en Santa Gadea
Lucas de Tuy dice que los castellanos, no hallando persona de estirpe real más indicada para
ocupar el trono vacante, convinieron en recibir por señor a Alfonso, a condición de que antes
jurase no haber participado en la muerte de Don Sancho. Quien le tomó la jura fue Rodrigo
Díaz, por lo cual, en adelante, nunca fue grato a Alfonso.
El rey, según los juglares, promete hacer la salva en la forma en que quisiesen los altos hombres
castellanos quienes deciden que el rey jure con doce de sus vasallos (conjuradores o
compurgadores). El número de compurgadores variaba de dos a doce, según la gravedad del
juramente. Doce era el número más frecuente.
Alfonso jura en Santa Gadea (lugar escogido por los castellanos). El Cid pide al rey que jure
no haber participado en la muerte de Don Sancho, y Alfonso con sus doce compurgadores
responde el “sí, juramos” sacramental. Entonces, el Cid lanza lo que en términos jurídicos se
llamaba confusión. Esto consistía en una maldición que rezaba que, si el juramento era falso,
el rey moriría a manos de un traidor que sea su vasallo.
Alfonso y sus doce caballeros tienen que aceptar la maldición respondiendo “Amén”; pero al
pronunciar esta palabra solemne, el rey perdió el color.
Tres veces exige el Cid la misma jura, según era derecho, y recibe el triple juramento, quiso
besar la mano del rey luego, pero éste se la negó.
Tal enojo de Alfonso pertenece a la ficción poética, lo mismo que la palidez emocional que
acompaña al “Amén”.
Es de suponer que no mirase con mucho agrado al Cid, pero no le negó su mano, sino que,
según la Historia, lo recibió por vasallo y lo honró con distinciones especiales, captándose con
esto el partido de los instransigentes.

El Cid, vasallo de Alfonso


La posición del Cid en el reino había cambiado completamente. Antes, como alférez de Sancho,
era el primer personaje de Castilla y había aniquilado el poder de los Beni-Gómez. Ahora éstos
estaban restituidos en sus dignidades.
Rodrigo Díaz, de ser un vasallo preferido, pasaba a ser uno de tantos, más bien tolerado; aunque
tenido en honor por su alto valor.
García Ordóñez, Alférez de Castilla.
Surge una enemistad entre los dos primos, el rey de Castilla y León y el de Navarra; quizás por
el tributo de Zaragoza. (1074)
Alfonso invadía La Rioja llevando como alférez al conde García Ordóñez, quien desempeñaba
ahora junto a Alfonso el puesto que el Cid había tenido al lado de Sancho.
En la hueste que entra por La Rioja encontramos también al conde de Lara, Gonzalo
Salvadórez (apodado “cuatro manos”) y a Rodrigo Díaz, reducido a uno de tantos.
Pero esta ocupación no fue duradera, Ordóñez no tuvo la suerte de ver un éxito en la expedición
en la cual fue alférez.
Tras el fracaso, dejaba el cargo de alférez para recibir en premio un condado.
Doña Jimena, la asturiana. Reconciliación del Cid con los leoneses.
Alfonso, cumpliendo el deber de señor para con su vasallo, le buscó al Cid un matrimonio
honorísimo. Lo casó con Doña Jimena Díaz, mujer de alcurnia regia; sobrina del mismo
Alfonso VI, bisnieta de Alfonso V de León.
El Cid otorga a Doña Jimena las arras “por fuero de León”. En León, el marido solía dar en
arras la mitad de sus bienes y de los gananciales, mientras que en Castilla daba solo el tercio
de la heredad.
La estirpe regia de Doña Jimena indica bien cómo, a pesar de Llantada y Golpejera, Alfonso
tenía en alta estima al ex alférez de Sancho.
El casamiento de Jimena con el Cid obedecía a una acertada política de Alfonso, tendiente a
unificar los sentimientos e intereses de sus vasallos.
Este matrimonio era como una alianza reconciliadora entre castellanos y leoneses. Restaba
castellanidad al héroe que ya otorgaba las arras por “fuero de León”.
La carta de arras manifiesta también el carácter de política amistad que el rey daba a aquel
casamiento, ya que los fiadores de la donación nupcial son los dos condes Pedro de Ansúrez
(antagonista del Cid en León) y García Ordóñez (rival en Castilla).
Alfonso distingue en Castilla al Cid
En varios documentos de 1076 vemos figurar en el séquito de Alfonso VI al Cid y a su sobrino
Álvar Háñez, sin que junto a ellos aparezcan personajes del partido hostil. Parece como si
Jimena dispusiera con su tío Alfonso un buen lugar en la corte ppara el ex alférez del rey
Sancho.
Pero entonces, García Ordóñez medraba de un modo amenazador para el prestigio de Jimena
y de su marido ante el rey.
Anexión de La Rioja
Muerto traidoramente en Peñalén, el rey Sancho IV de Navarra el de Peñalén (no confundir
con Sancho II de Castilla), víctima de una conjura de su hermano menor, los navarros negaron
la corona al fraticida y optaron por unir su reino a otro existente.
Pamplona, por la parte norte, reconoció por rey a Sancho Ramírez de Aragón (no había muchos
nombres); por la parte sur, eligió a Alfonso VI.
García Ordóñez, Conde de Nájera
En su mocedad, García Ordóñez había tenido en la corte castellana de Sancho el Fuerte un
lugar menos brillante que el Cid.
Alfonso, que ya lo había hecho conde, lo distinguió dándole el gobierno de Nájera y lo honró
más aún casándolo con la hermana del rey navarro asesinado, llamada Doña Urraca (no
confundir con la otra Urraca), la cual era señora de Alberite y de otros pueblos en la misma
Rioja; nuevo matrimonio político que tendía a castellanizar la región recién anexada.
Así llegó García Ordóñez no solo a sobrepujar el brillo oficial del Cid, sino a ocupar el primer
puesto en la corte.
Sin embargo, el conde no contaba en su haber con ningún hecho notable parecido a los del
Campeador para obtener la predilección de Alfonso, y no contará en el resto de su vida más
que fracasos.
4- ¿España, patrimonio de San Pedro?
En el siglo XI, el pontificado romano, floreciente en papas de alto valor moral e intelectual,
trabajaba por hacer más efectiva su autoridad por todo el orbe católico, que vivía bastante
disgregado. Tanto el Papa Alejandro II como la figura más saliente de la Iglesia de ese entonces,
el moje de Cluny, Hildebrando, se preocupaban por afirmar la supremacía de la Sede
Apostólica por sobre todos los poderes de la tierra, tanto eclesiásticos como laicos. La “potestad
directa”, conferida por Dios a San Pedro y sus sucesores era superior al poder pasajero de los
reyes; el poder sacerdotal se suponía de origen divino, el poder monárquico se tenía por algo
de menor valor por ser una institución de origen pagana, más terrenal.
La general exaltación religiosa trae al pontificado un espíritu de profundo renunciamiento
ascético mezclado con una extrema ambición de poder humano; ascetismo que se contagia a
los reyes católicos y genera en los papas un anhelo de dominación. Todas las naciones cristianas
debían unirse bajo la guía suprema del pontífice con el fin de unificar políticamente a toda
Europa sobre la base de la unificación espiritual.
Estas ideas de Monarquía universal no se alimentaban solo a nombre del papado, sino también
a nombre del Imperio romano-germánico, aliado del pontífice. Estas aspiraciones empezaron a
operar en España casi a la vez. Muerto el Papa, se designa a Hildebrando como nuevo Papa
bajo el nombre de Gregorio VII (1073). Éste invade España, aduciendo que el Reino de España
antiguamente perteneció al propio San Pedro (fundándose en la donación, figurada en
documentos falsos, del Emperador Constantino al Papa Silvestre en donde se le daba gobierno
y autoridad sacerdotal sobre todo el Imperio romano de Occidente) y que, por lo tanto, solo a
la Iglesia Católica le pertenece. Las conquistas tendrían, pues, por soberano al Papa.
Relatos juglarescos narran cómo Rodrigo Díaz fue el que aconsejó desobedecer al Papa y
declarar que la Reconquista debía ser llevada a cabo por los españoles y no por extranjeros.
La expedición fracasó, el único que se sometió fue Sancho Ramírez de Aragón que le pagaba
a la Iglesia 500 escudos de oro anualmente; en el resto de España se mantenía la liturgia
cristiana visigótica. Pero cuatro años después volvieron las pretensiones. Alfonso VI no podía
aceptar que España fuese patrimonio de San Pedro, entonces comenzó a proclamar la antigua
dignidad imperial que por Rey de León le correspondía. Los otros reinos españoles tuvieron
que reconocer la supremacía de Alfonso al proclamarse éste, Emperador de toda España
(Adelfonsus imperator totius Hispaniae).

 II- El Cid excluído de Castilla


Destierro del Cid
A la vez que Alfonso se titulaba Emperador de toda España, quería hacer más eficaz su dominio
sobre los reyes moros. Motámid, rey moro de Sevilla, pagaba parias a Alfonso; con objeto de
cobrarle, Alfonso envió al Cid a Sevilla (fines de 1079). Por su parte, el rey de Granada
(Abdállah), enemigo de Motámid por cuestiones raciales, también pagaba parias a Alfonso.
Se hallaba en Granada para cobrarle García Ordóñez. Éste, pensando servir a la política
imperial de Alfonso, preparaba una incursión en territorio sevillano, y tuvo la gran
inoportunidad de hostilizar a Motámid cuando éste, yendo a pagar sus parias, podía exigir el
auxilio del Campeador. El Cid creyó su deber proteger al tributario, y escribió al rey de Granada
y a García Ordóñez rogándoles que, en consideración al Emperador Alfonso, desistiesen de
atacar Sevilla. Ellos desatendieron los ruegos y saquearon las tierras de Motámid.
El Cid, entonces, se puso al frente de su pequeña hueste que había traído como escolta, y
derrotó a los enemigos. Quedó preso el mismo García Ordóñez. El Cid regresó victorioso a
Castilla, cargado de regalos que Motámid le diese para el rey Alfonso. Pero la humillación de
García Ordóñez fue muy desagradable al rey. La victoria del Cid, además, despertó la envidia
de muchos cortesanos que le acusaron ante el rey de haber retenido para sí lo mejor de las
parias del rey moro.
Alcádir, el nieto de Mamún (rey de Toledo y Valencia), había sucedido en el trono a su abuelo
luego de que éste muriera envenenado (1075). Se lo describe como a un cobarde y corto de
alcances.
Fue incapaz de dominar una serie de rebeliones, tras la muerte de su abuelo, entre dos partidos
políticos: intransigentes (no querían pagar parias y odiaban vincularse con no musulmanes) y
el mudéjar o tributarios (buscaban la protección militar de los reinos cristianos a cambio de
tributos). Entonces, buscó la protección de Alfonso quien, para ayudarlo, emprendió una
campaña en tierra toledana (1079).
-1081: El Cid estaba enfermo en Castilla cuando, en una de estas campañas, los moros
acometieron el castillo de Gormaz (la más importante fortificación castellana sobre la línea
del Duero) y lo saquearon. El Cid, indignado, reunió a sus hombres y devastó Toledo; volvió
a Castilla cargado de riquezas.
Este segundo éxito del Cid cayó mal entre los magnates castellanos quienes, envidiosos, dijeron
a Alfonso que el Cid había hecho esa cabalgada sólo para que ellos (el rey y los caballeros
oportunistas que andaban en Toledo) muriesen en manos de los sarracenos.
La explicación es que siempre hubo en Toledo un bando amigo y otro enemigo a los reinos
cristianos. Al parecer Rodrigo atacó tanto moros amigos como enemigos en la defensa de
Gormaz. La Historia Roderici, no da más causas que la sola envidia y no menciona este dato.
El más ofendido de estos caballeros era García Ordóñez. La corte entera era hostil a Rodrigo y
los envidiosos triunfaron. Incluso el mismo Alfonso estaba celoso de las victorias de su vasallo
y, no pudiendo tolerarlo, confiscó todos sus bienes y lo echó al destierro. La mesnada (vasallos
fieles al Cid) debía acompañarlo y servir en el destierro, según las leyes del vasallaje. La
mesnada conformaba el consejo privado del Señor para tratar graves negocios de familia y de
guerra. Además de la mesnada, llegaron al Cid amigos y caballeros extraños para seguirlo en
el destierro y servirle en sus empresas. El rey había mandado también que nadie acogiese o
socorriese al Cid ni a sus vasallos. Solo un buen caballero burgués, Martín Antolínez, provee
de pan y vino al Cid, que se hallaba sin recursos para mantener a su mesnada. Antolínez sabe
que, por esto, caerá en la ira del rey; y abandona sus heredades para seguir en el destierro al
Cid. Rodrigo deja a su mujer y a sus tres hijos pequeños (Diego, Cristina y María) en el
monasterio de San Pedro de Cardeña, y parte. El tradicional fuero de los hijosdalgo daba al
desterrado el derecho de combatir al rey que lo desterró, pero el Cid jamás quiso combatir a
Alfonso.
El Cid con los Beni Hud de Zaragoza
El medio ordinario que tenía todo caballero español expatriado para subsistir era establecerse
en tierra de moros. No obstante, el Cid se dirigió a Barcelona a la Marca de Cataluña, donde
gobernaban dos condes hermanos: Ramón II y Berenguer II. Éste último era el más interesado
en las empresas de frontera, pero despreció los planes que le proponía el Cid, creyéndolo un
hombre iluso y presuntuoso (el Cid los había derrotado en la batalla de Graus). Berenguer más
tarde mataría a su hermano y se quedaría con todo el poder, por eso lo apodaron el Fraticida.
Alfonso estaba incursionando en tierras toledanas, guerreaba en Badajoz, Sevilla e intervenía
en Granada; dejando al Cid poco lugar para dirigir sus empresas quien no quería combatir con
Alfonso. Es entonces, cuando es Cid marcha al Levante, continuando él y sus vasallos la vieja
política castellana respecto con Zaragoza.
Zaragoza era ambicionada también por el reino navarro-aragonés y por los condes de la Marca.
Cuenta el relato juglaresco que, en la corte de Barcelona, el sobrino de Berenguer desató la
cólera del Campeador con una insolencia, y que éste se apartó enemistado de la corte.
Menéndez Pidal corrobora este decir con documentos antiguos hallados, los cuales mencionan
a dicho sobrino. Con este tipo de argumentos, Pidal va confiriéndoles, en toda su obra,
veracidad a los poemas viejos aún fundidos en fundidos más en lo histórico que en lo ficcional.
Vivir entre los moros era entonces el destino de todo desterrado1. Así habían vivido incluso los
reyes destronados, García de Galicia y Alfonso de León, en Sevilla y Toledo. La cidofobia
acusa al cid de ir a servir a los reyes moros tras ser rechazado. Así es entonces, como se dirige
a las tierras de Zaragoza, a la corte de los Beni Hud a quienes antes había combatido. Allí
reinaba entonces desde 1046, Moctádir Ben Hud Al Jafar. Hombre culto, docto en Filosofía,
Astronomía y Matemáticas, vivía rodeado de sabios musulmanes y judíos. Moctádir, como el
resto de los reyes de taifas, no sabía vivir si no era apoyado por guerreros cristianos; y
necesitaba la ayuda ante las ambiciones de los condes de la marca y el Rey de Navarra y
Aragón, Sancho Ramírez. Por lo tanto, acogió al Cid a quien ya conocía por su valor en el cerco
a Zaragoza, donde la sometió a tributo junto con Sancho el Fuerte.
Poco después de recibirlo, hacia el 1081, Moctádir muere, dividiendo el reino entre sus dos
hijos; al mayor (Mutamin), le legó Zaragoza y al menor (Alhajib) le correspondió Lérida,
Tortosa y Denia. Los dos hermanos rápidamente se trabaron en guerras, disputándose los
territorios; conflictos que los cristianos atizaban buscando sacar provecho.
Moctádir, antes de morir, ensalzó al Cid en su corte y lo colocó al frente de todos los asuntos
del estado de Zaragoza. Alhajib, para hacerle frente, se alió al conde Berenguer II y a Sancho
Ramírez. Se combatió, y las fuerzas del Cid resultaron vencedoras. Berenguer terminó
prisionero y dejado en libertad cinco días después. El Cid fue generosamente recompensado
por Mutamin por esta victoria.
Reconciliación fallida
Rueda era una huerta o posesión de los reyes de Zaragoza. Allí había un castillo en el que se
hallaba prisionero el ex rey de Lérida y tío de Mutamin, Modáffar, víctima de las mismas
ambiciones fraternas que tenían encadenado en Luna al ex rey de Galicia.
A poco de la muerte de Moctádir, el alcaide (Hombre que en la Edad Media tenía a su cargo la
guardia y defensa de una fortaleza) de Rueda, Abulfalac, armó una conjura con Modáffar en
contra de su sobrino, Mutamin y rogó a Alfonso por ayuda. El emperador vio la oportunidad
de continuar su campaña en el Levante que tenía abandonado y que el Cid realizaba por su
cuenta, así que envió sus huestes a Rueda; pero Mudáffar murió de improviso, entonces, el
alcaide, al faltarle el individuo de la familia Real que apoyaba su rebeldía, quiso reconciliarse
con Mutamin. Planeó para esto una emboscada contra Alfonso en donde murieron a traición,
bajo una lluvia de piedras, el infante Ramiro de Navarra, primo de Alfonso, el conde de Castilla

1
Aquí Pidal intenta, a mi entender, explicar (en su permanente afán didáctico) por qué el Campeador fue
tantos años aliado de los moros infieles. Su propósito es rescatar la figura del Cid tomando tanto fuentes
árabes como cristianas. Para dar valor de verdad al discurso árabe, los ensalzará cuando sea necesario; cuando
sean enemigos del Cid, serán salvajes infieles (estos son siempre los africanos). Serán siempre la antítesis de
las virtudes de Rodrigo: traicioneros, incompetentes, cobardes, etc. (Alcádir). Si bien hay racismo, Menéndez
Pidal intenta ocultarlo desprestigiando por igual a nobles cristianos, e incluso al propio rey; pese él a ser
profundamente monárquico en su discurso. Cabe señalar que escribe desde una época sin las herramientas
actuales de la crítica. Estas son todas valoraciones mías, no creo que a Bindi le agraden. Las dejo porque este
tipo me revienta la verdad... xD
Gonzalo Salvadórez y muchos otros magnates. El Cid, al enterarse, corrió con sus caballeros a
presentarse ante el emperador, dejando su posición envidiable con Mutamin. El rey lo recibió
honoríficamente y lo mandó volver con él a Castilla. Mas Alfonso, una vez pasados los efectos
emocionales, volvió a sucumbir a los malos decires de sus cortesanos y a la envidia y comenzó
a pensar cómo deshacerse del Cid; éste, reconociendo esta situación, desistió de volver a
Castilla y se apartó del monarca.
El hijo de este infante Ramiro, más tarde se casaría con una de las hijas del Cid.
El Cid vuelve a Zaragoza
El Cid volvió a Zaragoza y Mutamin lo recibió nuevamente. Ambos emprendieron una
cabalgada en la tierra del rey aragonés, donde robaron, saquearon y tomaron cautivos. El Cid
hizo muchas correrías y despojos en el reino de Alhajib saqueando incluso la fortaleza natural
de Morella.
Mutamin, preocupado en arreciar la guerra contra su hermano, envió rogar al Cid que
reedificara el castillo de Olocau próximo a la fortaleza. Alhajib preocupado, volvió a su vieja
alianza con Sancho Ramírez para defenderse de Rodrigo.
En 1084 se desató la batalla resultando en la huida de Alhajib y Sancho, con grandes prisioneros
tomados por el Cid quien se cobró muchos despojos. El historiador Ben Bassam cuenta esta
victoria como una de las más importantes del campeador que con pocos caballeros, derrotó a
una gran hueste enemiga.
La Historia Roderici no da noticias sobre los prisioneros y el relato se detiene hasta el 1089,
tiempo que se supone el Cid permaneció en la corte de Mutamin y luego un poco más durante
el reinado de su hijo y sucesor Mostain II. La causa de la gran inactividad del Cid durante
estos años en los registros es la gran actividad de Alfonso que, en su amplio accionar, anulaba
las posibilidades del Cid que no podía dar batalla en los mismos territorios en donde su señor
militaba.
El Cid oscurecido por el Emperador
La intervención de Alfonso en varios reinos musulmanes era cada vez más fuerte y más extensa.
Pensó también en Zaragoza; el Cid, bien se sabía, nunca habría de pelear contra su antiguo
soberano. En 1082 la embajada que anualmente cobraba los tributos de Motámid de Sevilla
acabó en una grave ruptura de relaciones. El judío Ben Xálib, encargado de cobrar las parias,
halló falto de ley el dinero y se insoletó. Motámid, enfurecido, aprisionó a los caballeros de
Alfonso e hizo empalar a Ben Xálib; Motámid se sentía demasiado poderoso como para pagar
tributo. El rey entregó un castillo como rescate de los prisioneros y se aprestó para batallar al
rey moro con numerosos saqueos y devastaciones como resultado.
Además de Sevilla, combatía anualmente a Toledo. Hacia comienzos de 1085, Alfonso llevó
su hueste contra Zaragoza. El rey aragonés, Sancho Ramírez cooperaba. Esta acción creaba una
situación muy crítica para el Cid. El Cid quiso ayudarlo nuevamente y ponerse a su servicio,
pero otra vez fue rechazado. Envió entonces cien caballos que eran parte de su botín en Lérida,
todos con buenas sillas y frenos, todos con una espada colgando del arzón. Álvar Háñez,
sobrino del Cid, fue, según el poeta, encargado del mensaje. Además, el Cid envió oro y plata
para la catedral de Burgos y para Doña Jimena. Llegado a Castilla, Álvar Háñez refirió los
sucesos del desterrado y pide merced para él. Pidió en vano, aunque consiguió ser él ser
perdonado por el rey. Después de llegar con la respuesta, Álvar Háñez retornó a Castilla y se
puso al servicio del rey en 1085.
Después de seis años de combate, Toledo se entregaba finalmente a Alfonso el 25 de mayo de
1085. El título de rey de Toledo, por su tradición, eclipsaba a los antiguos de rey de León,
Castilla y Nájera. Su título favorito fue imperator toletanus. Alfonso se había comprometido
con Alcádir a ponerle en posesión de Valencia, a cambio de Toledo, y para que lo recibiesen,
envió a Álvar Háñez como escolta. Efecto de esto, la sumisión de los demás reinos del Al
Andaluz, fue total, estableciendo lugartenientes en las capitales para asegurar el tributo.
Además del cerco que ejercía sobre Zaragoza, rechazando el oro que Mostain mandaba para
que Alfonso abandonara el conflicto, el emperador guerreaba el reino de Granada donde obtuvo
grandes victorias.
Esto también fue exigido a Motámid y mandó a Álvar Háñez a ocupar este lugar, título que
también tendría más tarde en Valencia. Motámid era el mayor rey del Andalus, y siempre se
vacilaba entre rebelde y tributario. Ahora se sintió rebelde y rechazó las pretenciones de
Alfonso quien amenazó con apoderarse de la capital del antiguo califato, Córdoba.
Zaragoza estaba a punto de caer, Valencia estaba bajo la gobernatura de Álvar Háñez, y todos
los demás príncipes del andalus se sometían a Alfonso. Asimismo, los condes de la Marca y el
rey de Aragón sufrían la influencia de León en los asuntos interiores de sus Estados. Sin
embargo, Alfonso no contaba con lo que se estaba gestando en el norte de África.

 III-La invasión almorávide


Resurgimiento del Islam
En el siglo XI crecía el imperio almorávide2, constituido por tribus nómadas de los turcos
seljucíes de la estepa de Kirguís y los nómadas bereberes del Sahara. Los turcos, invadiendo
regiones musulmanas urbanizadas, fundan un imperio que reestablece la ortodoxia islámica y
se lanza a la conquista a expensas del Imperio bizantino. Armenia y gran parte de Medio
Oriente quedan perdidas para la cristiandad.
En 1039, el faquí (sabio) Abdállah Ben Yássin, de la tribu de Jazula, en el Mogreb, empieza
a islamizar a las tribus bereberes. Abdállah lanzó a sus discípulos a la guerra santa contra los
que no escuchaban su predicación, y en 1042 quedó sometida a la pureza del islam toda la
inmensidad del Sahara. Entre las distintas tribus, el faquí prefirió a la de los Lamtunas por su
celo religioso y nombró de entre ellos, a los dos primeros emires (gobernantes) quienes
completaron la conquista del Sahara y gran parte del Sudán en tres meses.
El emir lamtuní Ibn Omar, guiaba a los almorávides a la guerra, pero Abdállah era el verdadero
soberano. Ellos se atenían mucho a las reglas del Corán y la Zuna, permitiendo cobrar solo el
diezmo y la limosna de los muslimes, el tributo especial de los súbditos no creyentes y el quinto
del botín ganado en la guerra santa.
En 1055 se lanzaron a la conquista de las ciudades del Mogreb, llamados por los faquíes para
que restauren la religión en la zona. En 1061, el emir almorávide, añorando la vida en el

2
del árabe: el que se ata, el que está listo para la batalla.
desierto, se apartó asqueado de los lujos de la corte y volvió al Sahara para acabar sus días en
la guerra santa contra el Sudán. Antes de partir, nombró como sucesor al caudillo lamtuní
Yúsuf ben Texufín; quien los guió en su paso a la vida sedentaria empezando por la fundación
de la ciudad de Marruecos y la conquista de Fez.
En España, Motámid sufría las ambiciones de Alfonso, por lo que buscó en los almorávides,
su salvación pese a saber de su ortodoxia y de que esta poderosa fuerza vería muy a mal el lujo
y el exceso con que vivían los reyes taifas. Aun así, envió cartas a Yúsuf por el 1075 pero él
respondió que primero necesitaba asegurar el estrecho ganando Ceuta y Tánger. Lo logró en
1084.
Motámid veía próxima la caída de Córdoba, Alfonso continuaba el cerco a las ciudades
andaluzas. Entonces, Motámid volvió a llamar a Yúsuf. También lo hizo Motawákkil de
Badajoz informando cómo Alcádir había entregado cobardemente Toledo al rey cristiano.
Para evitar que los faquíes tomaran el poder, Motámid mandó mensajeros a Motawákkil de
Badajoz y Abdállah de Granada, comunicándoles sus intenciones. Los tres despacharon
embajadores a Yúsuf para invitarle a pasar el estrecho bajo juramento de no despojar de sus
Estados a los príncipes andaluces.
Las noticias de la llegada de los almorávides provocaron que Alfonso levantara su asedio para
hacerles frente y llamó en su ayuda a Sancho Ramírez de Aragón, llamó también a Álvar Háñez
que estaba en Valencia; al único que no convocó fue al Campeador.
Se enfrentaron en Sagrajas Yúsuf con Motámid y los dos reyes hermanos de Granada y de
Málaga junto con Motawákkil por un lado; del otro estaba Alfonso con Sancho Ramírez y
caballeros de Italia y Francia. Motámid peleó con bravura y fue herido seis veces, los demás
reyes taifas huyeron hacia Badajoz perseguidos por los de Álvar Háñez. Yúsuf dejó que los
mataran como escarmiento por su cobardía. “ellos y los cristianos todos son enemigos”-dijo.
Yúsuf envió en ayuda de Motámid a su caudillo principal Cir Ben Abú Béker que con sus
tropas atacó directamente el campamento desprotegido de Alfonso que estaba a la ofensiva,
generando que este retrocediera. El atronador redoble de los grandes tambores almorávides,
instrumento jamás oído antes en España, hacía temblar la tierra y retumbaba en los montes. La
implementación de estos instrumentos, junto a la organización en masas compactas bien
disciplinadas junto con los saeteros en filas turcos, era una nueva estrategia a la que nadie salvo
el Cid pudo hacer frente. Así, Yúsuf consiguió numerosas victorias por sobre los grandes
ejércitos rivales, pero menos cohesivos.
Yúsuf obtuvo la victoria y Alfonso huyó a los montes con nada más que 500 caballeros
sobrevivientes. En la noche de la victoria, Yúsuf mandó degollar los cadáveres cristianos, y
sobre los montones de cabezas anunció la oración de la mañana a los soldados vencedores.
Esas cabezas partieron en carros para Zaragoza, Valencia, Sevilla, Córdoba y Murcia para
informar que no era necesario temer a los reyes católicos. Otras, en naves, partieron al Mogreb
para anunciar la victoria. Yúsuf tuvo que volver, sin embargo, debido a la muerte de su hijo
que había quedado enfermo en Ceuta, aunque Pidal dice que fue más bien porque seguramente
sufrió grandes pérdidas en la batalla. Aun así, dejó 3000 jinetes a las órdenes de Motámid.
Hasta el mismo Alcádir de Valencia pactó alianza con el Emir Yúsuf.
El Cid, reconciliado con Alfonso (1087)
Alfonso temió muy graves efectos de su derrota. Los cristianos se hallaban en inferioridad de
condiciones ante la guerra santa que los almorávides restauraban. Y frente a la unión islámica,
Alfonso pensó en la unión cristiana y en el Cid. Ambos se reconciliaron, ocurrió en Toledo, y
Alfonso lo tomó nuevamente como vasallo. Lo recibió en su reino con grandes honores: le dio
castillos, hombres y riquezas.
El Cid recobra el Levante para Alfonso
(1088) Sevilla y Badajoz eran los estados moros más prósperos, y contaban con el refuerzo de
las tropas almorávides que había dejado Yúsuf. Por el contrario, la parte oriental de España se
hallaba dividida en señoríos diminutos. Muchas regiones el Levante, devastadas por la guerra,
parecían casi un desierto. El Cid, desde Zaragoza, fue con sus huestes hacia Valencia, asediada
por los moros y por muchos codiciosos que querían apropiársela. Éstos últimos, con solo saber
que el Cid iba hacia allá, se retiraron. El Cid envió un mensaje a Alfonso, diciéndole que todo
lo que ganara sería para él, su rey. Alfonso, entonces, estableció que todas las tierras y castillos
de los sarracenos que el Cid pudiese ganar habrían de ser suyos y de sus herederos. Pero
mientras el Cid estuvo en Castilla negociando esto, el rey de Zaragoza, en vista de que el Cid
no lo ayudaba a apropiarse de Valencia, rompió con su antiguo amigo y se alió con Berenguer
II de Barcelona, siempre enemigo del Cid. Con la llegada del Cid y sus numerosas huestes, los
de Mostain II y Berenguer retiraron el cerco, el Campeador sometió fácilmente a los pocos
enemigos que halló y estableció la paz en Valencia. Alcádir, el rey, le envió en seguida
innumerables presentes y se hizo su tributario, sumándose a Albarracín, rey de Calamocha. El
Cid había restablecido así las cosas del Levante. Pero la magnitud misma del éxito iba a
disgustar a Alfonso.
Aledo y el segundo destierro del Cid
Los resultados de la victoria de Yúsuf quedaban anulados en lo que tocaba a la parte oriental
de la península. A los extraordinarios éxitos del Cid, se suman, aunque menores, los de otro
caudillo castellano, García Jiménez, en Aledo. Así que Valencia y Aledo se convertían en los
dos puestos avanzados que los cristianos mantenían en el interior del territorio musulmán.
Alfonso había fortalecido más el castillo de Aledo, dado a García Jiménez de devastar la región
de Lorca (extremo oriental de Sevilla) para castigar a Motámid, principal causante de la venida
de los almorávides. Cumpliendo esta orden, García Jiménez y sus hombres desolaban la tierra,
cautivaban o mataban a cuantos sorprendían. Motámid sentía vivamente la injuria de tales
incursiones a las que era incapaz de reprimir; entonces, volvió a recurrir a Yúsuf, y también lo
hicieron varios faquíes. Unido el ejército almorávide a los contingentes de los reyes moros,
sitiaron Aledo. Pero en breve, a causa de peleas internas los moros se hallaban debilitados por
el hambre y la desunión. A los sitiados, a su vez, les faltaba el agua en extremo. El Cid recibió
una carta de Alfonso llamándolo para que fuese con él a socorrer el castillo de Aledo y a pelear
con Yúsuf que se unía a Motámid de Sevilla, Abdállah de Granada, Temín de Málaga, Motacim
de Almería y Ben Raxic de Murcia.
Por una serie de desencuentros, el Cid llegó tarde a la lucha; Alfonso hizo retroceder a los
moros, socorrió y proveyó al castillo de Aledo y emprendió enseguida la retirada. Los enemigos
del Cid aprovecharon esta situación para injuriarlo ante Alfonso quien, ciego de ira, mandó a
quitar todos los castillos, las villas y riquezas, y hasta envió a prisión a Doña Jimena con sus
tres hijos, aun niños. El Cid, al conocer estas falsas acusaciones, envió a uno de sus caballeros
al rey para que le rogara que lo dejase explicarse. Pero el rey hizo oídos sordos; sin embargo,
liberó a Jimena y a los niños y les permitió irse con el Cid. Rodrigo, al saber que no había sido
acogida su proposición de excusa, redactó por sí mismo su exculpación para enviarla a Alfonso.
Pero en el siglo XI, el poder del rey era absolutamente arbitrario, y no quiso Alfonso escuchar
al Cid.
El Cid, dueño del Levante
A pesar del mal resultado de la campaña de Aledo, Yúsuf, al retirarse, dejó un poderoso ejército
para que fuese a socorrer a Valencia contra el Cid. El Campeador se halló completamente solo,
como en el primer destierro, pero ahora tenía además enemigos que antes no tenía. Pero sin la
menor vacilación, decidió volver sobre las ricas tierras levantinas y asegurárselas ahora por
cuenta propia, sin compromisos de vasallo con nadie. Comenzó a guerrear con Alhajib de
Lérida, y todo destruyó hasta que Alhajib le pidió paz. Cuando Alcádir de Valencia supo de
estas paces, temió ser destronado; entonces envió al Cid considerables regalos. A su vez,
Alhajib, al saber que Valencia, por él codiciada, había vuelto a someterse al Cid; comenzó a
urdir una gran conjura contra el castellano. Solo halló el apoyo de Berenguer de Barcelona y
Mostain de Zaragoza. Al saber esto el Cid, saqueó toda la tierra de Alhajib, quien pidió ayuda
a Berenguer; éste reunió numerosas huestes. El Cid, al saber esto, dudó si podría con todos
juntos, y para obligarlos a separarse busco ventajas en el terreno. Finalmente, el Cid derrotó y
aprisionó al conde Berenguer y sus hombres y se apoderó de todas sus riquezas. El conde se
negaba a comer, solo lo hizo cuando el Cid le prometió que, si comía, lo dejaría libre. Todas
estas escenas de triunfo bélico y moral tuvieron gran resonancia. Alhajib, al saber de la derrota
de Berenguer, perdió toda esperanza y al poco tiempo murió. Entre los moros del Levante, el
Cid alcanzó extraordinaria fama, fama que se extendió a lo largo de toda la Península.
Berenguer, al reconocer la superioridad del Cid, renunció a las tierras del difunto Alhajib (que
siempre le había pagado tributo) y las colocó bajo la protección del Cid. Los tutores del hijo
pequeño de Alhajib (Suleimán Ben Hud) ofrecieron pagarle al Cid por su protección. Alcádir,
en Valencia padecía una grave enfermedad y regenteaba mientras tanto el visir (consejero) Ben
Alfarax que había sido nombrado por el Cid. Así, aquella región quedaba sobre el completo
dominio del Cid, que era un hombre extraordinario tanto en armas como en política.
El peligro almorávide crece
El Cid se esforzó por complacer a sus súbditos moros, para alejar de ellos la simpatía hacia
Yúsuf; los mantenía dentro de un beneficioso orden de justicia: quería de ellos obediencia y
tributo, pero jamás los despojaba ni vejaba. Alfonso, por su parte, comprendió que su antigua
política altanera y violenta para con los moros debía ser sustituida por una análoga a la del Cid.
Pero, en un principio, su política no halló acogida, estaban recientes las pasadas insolencias del
emperador cristiano. Los disgustos entre andaluces y almorávides, surgidos en el sitio de
Aledo, llegaron a hacerse muy profundos, hasta que varios reyes andaluces comenzaron a hacer
tratos secretos con Alfonso. Entonces, cuando Yúsuf desembarcó en la Península (1090), los
emires de Andalucía no le prestaron ayuda y obstaculizaron sus planes de recobrar Toledo, lo
que causó un enojo irreprimible contra los andaluces. Por su parte, el partido intransigente de
los musulmanes españoles dirigidos por los faquíes se acogía al celo religioso de los
almorávides exigiendo que no se cobraran más impuestos de los que la Zuna y el Corán
establecían, en oposición a los reyes de taifas que costeaban sus lujos con grandes impuestos.
Esto hizo que el pueblo fuese más partidario de la reacción islámica que del nacionalismo
español de los reyes.
Yúsuf, llegado a Granada mandó prisionero al África al rey de Granada (Abdállah) y a Temín
de Málaga, por pactar con Alfonso. Allá les señaló una pensión vitalicia. Motámid y
Motawákkil quisieron ir a congraciarse con Yúsuf, pero este los recibió con desaires y
volvieron atemorizados a sus respectivas tierras.
Los faquíes decían que los reyes andaluces debían ser depuestos porque obraban como impíos.
Particularmente en Sevilla, se juzgaba a la sultana Romaiquía, la bella poetiza de los
vehementes y primorosos antojos, ella había envuelto a Motámid en un torbellino de placeres
abominables. XD
El primo de Yúsuf, Cir Ben Abú Béker, inició la guerra contra Motámid quien pidió socorro a
Alfonso. Mientras tanto el Cid peleaba en Liria contra Mostain, pero tuvo que abandonar a
poco de ganar para ir en la ayuda del emperador. Dice Pidal que el llamado del Cid por Alfonso
fue bajo la influencia de la Reina Constanza, esposa del emperador.
El Cid llegó último de todos los caballeros y se colocó a la vanguardia para servirle de mejor
manera al rey, mas éste lo tomó a mal. Entendió en este acto una jactancia del Cid. Finalmente,
la batalla en Granada no se decidió y el Cid, tachado por el rey de arrogante y hundido en
mayor tristeza, regresó a Valencia. Muy pronto, Córdoba fue tomada por los almorávides (en
donde reinaba el hijo de Motámid, Fat Al-Mamún que fue asesinado), al igual que Sevilla
(mandando a Motámid prisionero a Marruecos junto con Romaiquía); cae también la Almería
y el hijo de Yúsuf, Ben Ayixa, tomó Murcia y el castillo de Aledo. Los faquíes celebraban el
triunfo y restituyeron a la lucha con el Norte el carácter de Guerra Santa.
La viuda de Fat Al-Mamún, Zaida, huyó amparándose en Alfonso quien cedió fortalezas a éste
a cambio de casamiento (Constanza ya había muerto entonces). Estas fortalezas fueron
rápidamente perdidas bajo ataque almorávide. A resultas de los amores entre Alfonso y Zaida,
bautizada Isabel; el emperador recibió su único hijo varón, el infante Sancho.
Ya no quedaba el menor rastro del dominio imperial de Alfonso sobre los musulmanes; no
quedaba otro poder cristiano internado en la tierra de los moros que más que la del Cid.
El Emperador, oscurecido por el Cid
El Cid, en sus tierras del Levante, se hallaba más que nunca rodeado de peligros. La cercanía
de los soldados de Yúsuf alentaba en los musulmanes el espíritu de insumisión al dominio
cristiano. La invasión de razas del desierto y el recrudecimiento del fanatismo islámico abría
un nuevo abismo entre cristianos y musulmanes; y aunque el emperador se mostraba impotente
contra el avance almorávide, el Cid resistió por su parte a toda la fuerza del islam.
Estando de vuelta en Valencia, llega a la corte un mensajero del rey Sancho Ramírez de Aragón
(1091) con cuarenta caballeros aragoneses para que sirvieran de guarnición, y un tratado de paz
con el Campeador. De esta manera, el Cid se ganaba el favor de un antiguo rival, tal como lo
hizo con Berenguer y lo haría también con el rey moro de Zaragoza, Mostain II. El Cid medió
entre ambos reyes para que hicieran las paces, el de Aragón con el de Zaragoza. Esto demuestra
sus dotes políticas y diplomáticas.
Alfonso, por su parte, quiso invadir Valencia con aliados de Génova y Pisa aprovechando que
el Cid se encontraba en Zaragoza. El Cid, muy enojado pero incapaz de actuar contra su rey, le
envió en cambio una nota diciéndole que se vengaría desatando su furia en sus malos
consejeros. Escogió para esto a García Ordóñez. Invadió y saqueó las tierras de éste sin que el
conde siquiera se defendiera. Al ver la cobardía de sus consejeros, Alfonso comprendió su
injusticia para con el Cid y le envió una nota reconociéndose culpable de todo cuanto había
pasado y otorgándole permiso para regresar a Castilla. Las huestes de Alfonso ya nunca fueron
eficaces contra los musulmanes africanos. Alfonso quedó, en adelante, oscurecido por la
actividad del Cid. La parte suroeste quedó por completo sometida a los almorávides; la parte
oriental le pertenecía al Cid.

 IV- El Cid frente al Emir musulmán


Los almorávides y el Cid sobre Valencia
El Cid hacia nueve meses que se hallaba en Zaragoza armando un plan contra los almorávides.
El rey Alcádir continuaba enfermo y los almorávides prontos a tomar Valencia ayudados por
una conspiración que lideraba el cadí (especie de juez) Ben Jehhaf, quien ansiaba el poder. El
visir Ben Alfaraj escribió al Cid, pero éste no llegaba y los almorávides terminaron por entrar
en Valencia liderados por Ben Ayixa, el hijo de Yúsuf.
El rey Alcádir se vistió de mujer y huyó confundido en el harén que desalojaban el castillo y
dispuso que se oculten las riquezas del alcázar en castillos cercanos. Finalmente, gracias a
espías de Ben Jehhaf, Alcádir fue encontrado y decapitado. Su cuerpo sin cabeza fue arrojado
a una fosa de camellos. Los almoravidistas comenzaron a gobernar la ciudad, con el ambicioso
Ben Jehhaf a la cabeza. Cuando el Cid estaba llegando a Valencia, recibió las terribles noticias
y comenzó inmediatamente su acción contra Valencia. Comenzó por enviarle cartas a Ben
Jehhaf tratándolo de asesino y traidor, y jurándole que vengaría la muerte de Alcádir. Sitió la
ciudad hasta que logró que se expulsaran a los almorávides, el Cid construyó una ciudad
alrededor el derrotado castillo de Juballa y Valencia volvió a ser tributaria del Cid.
El Cid desafía a Yúsuf
La rendición de Valencia resultaba intolerable a Yúsuf que se consideraba señor de todo el
Andaluz. Envió notas al Cid, invitándolo a abandonar Valencia. El Cid le contestó con
desprecio y, además, envió misivas a todos los emires del Andaluz, publicando que, por miedo
a él, Yúsuf no se atrevía a salir de África. Entonces, Yúsuf envió a su ejército contra el
Campeador. El Cid, siguiendo la costumbre de los sitiadores, concedió un plazo a Valencia
para que los del partido almoravidista (que se había hecho con el poder tras la renuncia de Ben
Jehhaf) pidiesen auxilio a Yúsuf y así terminar con sus esperanzas ante la derrota total. Acá
vemos una vez más el honor del caballero.
Estableció que, si Yúsuf no podía defenderlos, Valencia quedaría en manos del Cid. Los
intransigentes de Valencia aceptaron gustosos. Los almorávides acudieron en socorro de
Valencia bajo el mando del yerno de Yúsuf (Abú Béker). La ciudad se creyó librada del
dominio cristiano, pero el Cid los hizo retroceder.
El Cid somete a los almoravidistas valencianos
Con la desaparición del ejército almorávide, Valencia quedó sin esperanzas (1093). El Cid tenía
cercada la ciudad y el hambre empezaba a sentirse. Abul Hasán Beni Uéjib, líder de los
almoravidistas, perdía terreno y fue depuesto por Ben Jehhaf (enemigo de los Beni Uéjib) para
que entablace las negociaciones de paz (1094). El Cid pidió como garantía que se le entregasen
a los Beni Uéjib y al resto de los almoravidistas cosa que Ben Jehhaf cumplió gustoso. Otra
condición sería que la ciudad sería gobernada por un almojarife que el Cid escogiera y para
evitar nuevas traiciones, Ben Jehhaf debía entregar su hijo como rehén; cosa que Ben Jehhaf
no cumplió, faltando nuevamente a su palabra. El Cid rompió tratos con él y dijo que jamás
volvería a creerle.
Con esto, continuaba el sitio a Valencia y el hambre crecía y se expulsaban ciudadanos para
hacer rendir las proviciones, al principio el Cid lo permitía, pero después resolvió informar que
quemaría a todo el que saliese de la ciudad. Esto llevo a Ben Jehhaf a capitular.
El Cid otorgó un nuevo plazo de quince días para que enviaran mensajeros al rey de Zaragoza
y al hijo de Yusuf, Ben Ayixa, gobernador de Murcia, para que viniesen a socorrer a Valencia;
de lo contrario, se entregaría la ciudad al Cid bajo la condición de que Ben Jehhaf no administre
más la ciudad o las rentas, sino adeptos al difunto rey y al Cid, las puertas serían guardadas por
mozárabes escogidos por él y Rodrigo no cambiaría nada de sus fueros y respetaría sus usos y
costumbres.
El plazo pasó y los moros se rindieron a discreción, aunque el Cid piadosamente les hizo
concesiones y terminó firmando un pacto más ventajoso que el primero para los moros.
Quedarían a mano si Ben Jehhaf entregaba todas las riquezas de Alcádir al Cid. Ahora el Cid
tenía que cumplir su venganza y buscar al asesino de Alcádir.
El Campeador sabía que había oculto un tesoro de gran valor y era un antiguo ceñidor que
había sido robado por Ben Jehhaf del cadáver del monarca.
Mientras tanto, las tropas de Cir Ben Abú Béker mataban a Motawákkil y se apoderaban de
Badajoz y luego de Lisboa en donde derrotó al conde Ramón de Borgoña (yerno del emperador)
que acudía en socorro.
Por su parte, el rey de Aragón Sancho Ramírez conseguía una victoria escueta en el cerco de
Huesca que ni siquiera había recibido apoyo almorávide.
La primera derrota de los almorávides
El Rey aragonés Sancho Ramírez murió a los pocos días de haber comenzado el cerco de
Huesca; falleció de muerte natural (4 de junio de 1094). Le sucedió Pedro I quién recibió y
tomó el concejo de renovar las amistades con el Campeador.
Por su parte, Yúsuf había decidido recuperar Valencia a toda costa y mando a su sobrino
Mohámmad Ben Texufín como capitán.
El Cid nunca podía contar con la sumisión total del partido intransigente y el peligro era
extremo. El de Yúsuf era un ejército inmenso.
El Cid pidió auxilio a Alfonso y a Pedro I, aunque ambos reyes estaban enemistados entre sí.
La batalla comenzó y el Cid decidió no esperar la ayuda de Castilla y Aragón, e invadió el
campamento almorávide. En ese momento, llegaba la ayuda de Castilla. Los almorávides no
hacían nada sino huir. Con el botín de esta derrota, todos los del Cid se hicieron ricos.
Alcádir vengado
Luego de que el Cid se vió libre del peligro almorávide, pensó en el imperioso deber político
de no prolongar la impunidad de los asesinos de Alcádir. Muchos, entre ellos el Cid,
sospechaban de Ben Jehhaf. Para descubrir al asesino, se debíaencontrar el famoso ceñidor de
la sultana Zobeida que Alcádir había llevado consigo al momento de su muerte. Rodrigo, al
saber que éstas estaban en poder de Ben Jehhaf, lo aprisionó y lo hizo confesar bajo tortura.
Finalmente fue condenado. Se cavó un hoyo donde el cadí fué enterrado hasta el pecho y
quemado vivo con troncos encendidos alrededor según una vieja costumbre que castigaba de
esta manera al vasallo traidor. Al hijo se le permitió vivir en el destierro.
El Cid se afirma en Valencia
Ocupado el alcázar, parte del caserío y la mezquita mayor cristianizada, los del Cid se sentían
los verdaderos dueños de Valencia, y lo primero que hace el Campeador como señor absoluto
de la ciudad es reiterar su vasallaje con respecto a Alfonso.
Nuevas victorias y conquistas
Los almorávides amenazaban nuevamente el sur de Valencia y Pedro I fue en auxilio del Cid.
Entre ambos, los derrotaron increíblemente, los que sobrevivieron, se dieron a la fuga. En tanto,
Alfonso se veía otra vez en peligro a causa de Yúsuf que amenazaba con tomar Toledo. El Cid
le envió a su hijo Diego acompañado de una hueste, pues él no podía abandonar Valencia. Los
almorávides vencieron y Diego perdió la vida en la batalla (1097). Esto, junto a la derrota de
su hueste en Játiva, casi mata al Cid.
Para vengar a su hijo, Rodrigo se dirigió hacia Almenara y Murviedro, que habían acogido a
los almorávides. El Cid se hace dueño de ambas regiones.
Por estos años, era descubierto el fraticidio de Berenguer y pasaba a gobernar el condado su
sobrino, Ramón III. También por estos años encontramos en Valencia al hermano de Pedro I,
futuro Alfonso I de Aragón el batallador, a quién se le atribuyen grandes logros en la
reconquista y quién aprendió todo del Campeador en estos tiempos en que aún era el infante
Alfonso.

 V-Mío Cid el de Valencia


El Cid, restaurador de cristiandad y europeísmo
El Cid pensó en completar la organización cristiana de Valencia instalando en ella un obispado.
Se dedicó a reformar la mezquita para convertirla en catedral, destinándola a un clérigo francés,
Don Jerónimo
La Corte del Campeador
La parte esencial de su Corte la conformaba la mesnada familiar y los vasallos allegados desde
antiguo. Esta corte, más íntima, era el centro de la fidelidad vasallal. Los infantes de Carrión,
los hermanos Diego Fernando González, se casaron con las hijas del Cid. Esto es contado en
el Poema pero no es cierto. En cuanto a los casamientos históricos de las hijas del Cid, Cristina
se casó con Ramiro, infante de Navarra, y su hijo llegó a ser Rey de Navarra (García Ramírez).
María se casó con el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, el Grande.
La vida privada
El traje cortesano del Cid aparece descrito: constaba de calzas de buen paño, zapatos con
extraordinarias labores, camisas bordadas en oro y plata. En el alcázar de Valencia, paredes y
suelos estaban llenos de riquísimos tapices. El campeador escuchaba a juglares en romance y
a clérigos en latín; también a juglares moros. La cultura musulmana era entonces mucho más
rica en saber y arte que la cristiana. El Cid nunca la desdeñó, pero tampoco se arabizó. Lo
maravillaba la literatura árabe y era un gran conocedor de Derecho.
Fin del Señorío valenciano
El Cid murió en Valencia, a los 56 años, un año después de rendir a Valencia el mismo mes
que el Papa Urbano II (1099). Desgastado por las luchas, heridas y enfermedades. Las señales
de duelo entre sus amigos y vasallos eran estruendosas, se arrancaban los pelos, se arañaban la
cara, etc. El duelo de la cristiandad por la muerte del Cid se producía en el marco del triunfo
de la Primera Cruzada. La organización que el Cid había dado a Valencia era tan fuerte que
pudo ser sostenida por Jimena hasta tres años después de la muerte del Campeador. Pero ante
un nuevo sitio de Yúsuf, todos los cristianos salieron de Valencia y se dirigieron a Castilla,
para darle descanso eterno (1102).

 Epílogo
El héroe lucha por realidades lejanas, rebeldes, en perenne reiteración de conflictos que él no
deja resueltos para siempre, y debe ser medido únicamente por el valor energético de su
esfuerzo y por el guionaje que ejerce sobre los que han de afrontar esos conflictos en su futuro
reaparecer. Esa es la duración de su obra, la duración de su ejemplaridad.
La obra del Cid en Valencia salvó a España, acaso también al sur de Europa, de una crisis
decisiva; dio lugar a que los cristianos se preparasen para resistir la nueva táctica militar creada
por Yúsuf, y dejó venir el tiempo en que los nómadas del Sahara se envenenasen con la
civilización sedentaria y perdiesen su fuerza nativa.
El Cid con los musulmanes españoles quiere convivir con justicia, respetándoles
escrupulosamente religión, leyes, costumbres y propiedad. Pero los moros abrieron el estrecho
a los almorávides, y ante esto el Cid adopta una nueva actitud: la guerra con los invasores no
puede acabar en convivencia, sino en eliminación del AFRICANO INVASOR.
En estos grandes encuentros con los almorávides es en donde más aparece el Cid como
catedrático de valentía.
En 1108 muere García Ordóñez en una grave derrota en Uclés, allí muere el hijo de Alfonso y
la mora Zaida, un año después muere Alfonso VI de tristeza.
Fue egoísta, ególatra, irritó a los reyes andaluces empujándolos a la guerra santa, desagradeció
repetidas veces a los reyes de Aragón sus auxilios y se rodeó de una corte de venenosos
incompetentes. Su peor rasgo fue la invidencia para con su más fiel y valeroso vasallo, el Cid.
Menéndez Pidal lo diagnostica como un egocéntrico patológico que se melancolizaba con los
éxitos ajenos.
La victoria del Cid por sobre sus adversarios, al final, fue tan lenta y penosa como completa.

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