Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Premisa:
Historia y poesía:
El Cid no pertenece, como otros héroes, a épocas primitivas en que la Historia aún no se había
desenvuelto a la par de la Poesía. La crítica filológica nos permite reconocer la historia
primitiva, e igualmente nos deja llegar hasta la poesía coetánea del héroe. Y esto nos puede
ayudar, como complemento de la historia, en el conocimiento del carácter heroico, así como
nos auxiliará para conocer pormenores en que los textos poéticos están conformes con los
históricos.
La poesía más antigua, la que hablaba a los coetáneos, tenía que ser verista, tenía que fundarse
en los hechos reales por todos conocidos; por eso la utilizamos en nuestra biografía como fuente
supletoria, siempre que nos merezca especial confianza, para completar la historia.
Negación de la Poesía:
Sin conocer la antigüedad de esa poesía ni la razón de u verismo, la crítica del siglo XIX
presentó al Cid de la realidad como opuesto al Cid de la poesía, y se produjo una corriente de
desprestigio sobre la antes venerada figura histórica.
Esta cidofobia nació cuando el arabista José Antonio Conde (1820) fundó la biografía cidiana
en fuentes árabes, pues ellas dan abundantes informes, y en ellas siempre aparece “el
Campeador que Alah confunda”, “el infiel perro gallego”, “el caudillo maldito”. Más tarde, el
arabista holandés Dozy perfeccionó esa biografía islamizada, describiendo al héroe como un
forajido sin patria, sin fe, sin honor; no hace caso de los raros elogios que el Cid arranca a Ben
Alcama y Ben Bassam (historiadores árabes medievales), pero acoge todas las acusaciones que
halla en esos y otros autores árabes, repitiéndolas, abultándolas y hasta inventándolas donde
no las hay.
Actualmente (1940-50, Menéndez Pidal), la utilización de muchas más fuentes árabes y la más
completa exploración de las fuentes latinas han venido a invalidar la biografía de Dozy. (“y te
va a pasar a ti”-Nota de Mati)
Dos características cidianas:
Ningún pueblo corroe la gloria de su héroe como España hizo por obra de Conde y secuaces
posteriores, llegando incluso a negar la existencia misma del Campeador.
Pero tales negaciones son esenciales. El Cid, si se le suprimiesen los invidentes en vida y en
muerte, dejaría de ser él, dejaría de ser el más genuino héroe español.
El Cid es a la vez representativo por sus victorias maravillosas en donde vence a sus invidentes
y logra hacerlos sus auxiliares; se impone a los nobles de linaje superior que le despreciaban y
a Yusuf y su ejército almorávide al que nadie podía hacerle frente.
Historia y Poesía en el carácter específico, definitorio de las victorias bélicas cidianas, siempre
infalibles. Eso también es confirmado por Ben Bassam.
Esta doble victoria sobre la invidencia y los almorávides informa de la vida toda del Campeador
quien inicia le hegemonía castellana sobre el resto de España y afirma la prevalencia de la
cristiandad sobre el islam.
1
Aquí Pidal intenta, a mi entender, explicar (en su permanente afán didáctico) por qué el Campeador fue
tantos años aliado de los moros infieles. Su propósito es rescatar la figura del Cid tomando tanto fuentes
árabes como cristianas. Para dar valor de verdad al discurso árabe, los ensalzará cuando sea necesario; cuando
sean enemigos del Cid, serán salvajes infieles (estos son siempre los africanos). Serán siempre la antítesis de
las virtudes de Rodrigo: traicioneros, incompetentes, cobardes, etc. (Alcádir). Si bien hay racismo, Menéndez
Pidal intenta ocultarlo desprestigiando por igual a nobles cristianos, e incluso al propio rey; pese él a ser
profundamente monárquico en su discurso. Cabe señalar que escribe desde una época sin las herramientas
actuales de la crítica. Estas son todas valoraciones mías, no creo que a Bindi le agraden. Las dejo porque este
tipo me revienta la verdad... xD
Gonzalo Salvadórez y muchos otros magnates. El Cid, al enterarse, corrió con sus caballeros a
presentarse ante el emperador, dejando su posición envidiable con Mutamin. El rey lo recibió
honoríficamente y lo mandó volver con él a Castilla. Mas Alfonso, una vez pasados los efectos
emocionales, volvió a sucumbir a los malos decires de sus cortesanos y a la envidia y comenzó
a pensar cómo deshacerse del Cid; éste, reconociendo esta situación, desistió de volver a
Castilla y se apartó del monarca.
El hijo de este infante Ramiro, más tarde se casaría con una de las hijas del Cid.
El Cid vuelve a Zaragoza
El Cid volvió a Zaragoza y Mutamin lo recibió nuevamente. Ambos emprendieron una
cabalgada en la tierra del rey aragonés, donde robaron, saquearon y tomaron cautivos. El Cid
hizo muchas correrías y despojos en el reino de Alhajib saqueando incluso la fortaleza natural
de Morella.
Mutamin, preocupado en arreciar la guerra contra su hermano, envió rogar al Cid que
reedificara el castillo de Olocau próximo a la fortaleza. Alhajib preocupado, volvió a su vieja
alianza con Sancho Ramírez para defenderse de Rodrigo.
En 1084 se desató la batalla resultando en la huida de Alhajib y Sancho, con grandes prisioneros
tomados por el Cid quien se cobró muchos despojos. El historiador Ben Bassam cuenta esta
victoria como una de las más importantes del campeador que con pocos caballeros, derrotó a
una gran hueste enemiga.
La Historia Roderici no da noticias sobre los prisioneros y el relato se detiene hasta el 1089,
tiempo que se supone el Cid permaneció en la corte de Mutamin y luego un poco más durante
el reinado de su hijo y sucesor Mostain II. La causa de la gran inactividad del Cid durante
estos años en los registros es la gran actividad de Alfonso que, en su amplio accionar, anulaba
las posibilidades del Cid que no podía dar batalla en los mismos territorios en donde su señor
militaba.
El Cid oscurecido por el Emperador
La intervención de Alfonso en varios reinos musulmanes era cada vez más fuerte y más extensa.
Pensó también en Zaragoza; el Cid, bien se sabía, nunca habría de pelear contra su antiguo
soberano. En 1082 la embajada que anualmente cobraba los tributos de Motámid de Sevilla
acabó en una grave ruptura de relaciones. El judío Ben Xálib, encargado de cobrar las parias,
halló falto de ley el dinero y se insoletó. Motámid, enfurecido, aprisionó a los caballeros de
Alfonso e hizo empalar a Ben Xálib; Motámid se sentía demasiado poderoso como para pagar
tributo. El rey entregó un castillo como rescate de los prisioneros y se aprestó para batallar al
rey moro con numerosos saqueos y devastaciones como resultado.
Además de Sevilla, combatía anualmente a Toledo. Hacia comienzos de 1085, Alfonso llevó
su hueste contra Zaragoza. El rey aragonés, Sancho Ramírez cooperaba. Esta acción creaba una
situación muy crítica para el Cid. El Cid quiso ayudarlo nuevamente y ponerse a su servicio,
pero otra vez fue rechazado. Envió entonces cien caballos que eran parte de su botín en Lérida,
todos con buenas sillas y frenos, todos con una espada colgando del arzón. Álvar Háñez,
sobrino del Cid, fue, según el poeta, encargado del mensaje. Además, el Cid envió oro y plata
para la catedral de Burgos y para Doña Jimena. Llegado a Castilla, Álvar Háñez refirió los
sucesos del desterrado y pide merced para él. Pidió en vano, aunque consiguió ser él ser
perdonado por el rey. Después de llegar con la respuesta, Álvar Háñez retornó a Castilla y se
puso al servicio del rey en 1085.
Después de seis años de combate, Toledo se entregaba finalmente a Alfonso el 25 de mayo de
1085. El título de rey de Toledo, por su tradición, eclipsaba a los antiguos de rey de León,
Castilla y Nájera. Su título favorito fue imperator toletanus. Alfonso se había comprometido
con Alcádir a ponerle en posesión de Valencia, a cambio de Toledo, y para que lo recibiesen,
envió a Álvar Háñez como escolta. Efecto de esto, la sumisión de los demás reinos del Al
Andaluz, fue total, estableciendo lugartenientes en las capitales para asegurar el tributo.
Además del cerco que ejercía sobre Zaragoza, rechazando el oro que Mostain mandaba para
que Alfonso abandonara el conflicto, el emperador guerreaba el reino de Granada donde obtuvo
grandes victorias.
Esto también fue exigido a Motámid y mandó a Álvar Háñez a ocupar este lugar, título que
también tendría más tarde en Valencia. Motámid era el mayor rey del Andalus, y siempre se
vacilaba entre rebelde y tributario. Ahora se sintió rebelde y rechazó las pretenciones de
Alfonso quien amenazó con apoderarse de la capital del antiguo califato, Córdoba.
Zaragoza estaba a punto de caer, Valencia estaba bajo la gobernatura de Álvar Háñez, y todos
los demás príncipes del andalus se sometían a Alfonso. Asimismo, los condes de la Marca y el
rey de Aragón sufrían la influencia de León en los asuntos interiores de sus Estados. Sin
embargo, Alfonso no contaba con lo que se estaba gestando en el norte de África.
2
del árabe: el que se ata, el que está listo para la batalla.
desierto, se apartó asqueado de los lujos de la corte y volvió al Sahara para acabar sus días en
la guerra santa contra el Sudán. Antes de partir, nombró como sucesor al caudillo lamtuní
Yúsuf ben Texufín; quien los guió en su paso a la vida sedentaria empezando por la fundación
de la ciudad de Marruecos y la conquista de Fez.
En España, Motámid sufría las ambiciones de Alfonso, por lo que buscó en los almorávides,
su salvación pese a saber de su ortodoxia y de que esta poderosa fuerza vería muy a mal el lujo
y el exceso con que vivían los reyes taifas. Aun así, envió cartas a Yúsuf por el 1075 pero él
respondió que primero necesitaba asegurar el estrecho ganando Ceuta y Tánger. Lo logró en
1084.
Motámid veía próxima la caída de Córdoba, Alfonso continuaba el cerco a las ciudades
andaluzas. Entonces, Motámid volvió a llamar a Yúsuf. También lo hizo Motawákkil de
Badajoz informando cómo Alcádir había entregado cobardemente Toledo al rey cristiano.
Para evitar que los faquíes tomaran el poder, Motámid mandó mensajeros a Motawákkil de
Badajoz y Abdállah de Granada, comunicándoles sus intenciones. Los tres despacharon
embajadores a Yúsuf para invitarle a pasar el estrecho bajo juramento de no despojar de sus
Estados a los príncipes andaluces.
Las noticias de la llegada de los almorávides provocaron que Alfonso levantara su asedio para
hacerles frente y llamó en su ayuda a Sancho Ramírez de Aragón, llamó también a Álvar Háñez
que estaba en Valencia; al único que no convocó fue al Campeador.
Se enfrentaron en Sagrajas Yúsuf con Motámid y los dos reyes hermanos de Granada y de
Málaga junto con Motawákkil por un lado; del otro estaba Alfonso con Sancho Ramírez y
caballeros de Italia y Francia. Motámid peleó con bravura y fue herido seis veces, los demás
reyes taifas huyeron hacia Badajoz perseguidos por los de Álvar Háñez. Yúsuf dejó que los
mataran como escarmiento por su cobardía. “ellos y los cristianos todos son enemigos”-dijo.
Yúsuf envió en ayuda de Motámid a su caudillo principal Cir Ben Abú Béker que con sus
tropas atacó directamente el campamento desprotegido de Alfonso que estaba a la ofensiva,
generando que este retrocediera. El atronador redoble de los grandes tambores almorávides,
instrumento jamás oído antes en España, hacía temblar la tierra y retumbaba en los montes. La
implementación de estos instrumentos, junto a la organización en masas compactas bien
disciplinadas junto con los saeteros en filas turcos, era una nueva estrategia a la que nadie salvo
el Cid pudo hacer frente. Así, Yúsuf consiguió numerosas victorias por sobre los grandes
ejércitos rivales, pero menos cohesivos.
Yúsuf obtuvo la victoria y Alfonso huyó a los montes con nada más que 500 caballeros
sobrevivientes. En la noche de la victoria, Yúsuf mandó degollar los cadáveres cristianos, y
sobre los montones de cabezas anunció la oración de la mañana a los soldados vencedores.
Esas cabezas partieron en carros para Zaragoza, Valencia, Sevilla, Córdoba y Murcia para
informar que no era necesario temer a los reyes católicos. Otras, en naves, partieron al Mogreb
para anunciar la victoria. Yúsuf tuvo que volver, sin embargo, debido a la muerte de su hijo
que había quedado enfermo en Ceuta, aunque Pidal dice que fue más bien porque seguramente
sufrió grandes pérdidas en la batalla. Aun así, dejó 3000 jinetes a las órdenes de Motámid.
Hasta el mismo Alcádir de Valencia pactó alianza con el Emir Yúsuf.
El Cid, reconciliado con Alfonso (1087)
Alfonso temió muy graves efectos de su derrota. Los cristianos se hallaban en inferioridad de
condiciones ante la guerra santa que los almorávides restauraban. Y frente a la unión islámica,
Alfonso pensó en la unión cristiana y en el Cid. Ambos se reconciliaron, ocurrió en Toledo, y
Alfonso lo tomó nuevamente como vasallo. Lo recibió en su reino con grandes honores: le dio
castillos, hombres y riquezas.
El Cid recobra el Levante para Alfonso
(1088) Sevilla y Badajoz eran los estados moros más prósperos, y contaban con el refuerzo de
las tropas almorávides que había dejado Yúsuf. Por el contrario, la parte oriental de España se
hallaba dividida en señoríos diminutos. Muchas regiones el Levante, devastadas por la guerra,
parecían casi un desierto. El Cid, desde Zaragoza, fue con sus huestes hacia Valencia, asediada
por los moros y por muchos codiciosos que querían apropiársela. Éstos últimos, con solo saber
que el Cid iba hacia allá, se retiraron. El Cid envió un mensaje a Alfonso, diciéndole que todo
lo que ganara sería para él, su rey. Alfonso, entonces, estableció que todas las tierras y castillos
de los sarracenos que el Cid pudiese ganar habrían de ser suyos y de sus herederos. Pero
mientras el Cid estuvo en Castilla negociando esto, el rey de Zaragoza, en vista de que el Cid
no lo ayudaba a apropiarse de Valencia, rompió con su antiguo amigo y se alió con Berenguer
II de Barcelona, siempre enemigo del Cid. Con la llegada del Cid y sus numerosas huestes, los
de Mostain II y Berenguer retiraron el cerco, el Campeador sometió fácilmente a los pocos
enemigos que halló y estableció la paz en Valencia. Alcádir, el rey, le envió en seguida
innumerables presentes y se hizo su tributario, sumándose a Albarracín, rey de Calamocha. El
Cid había restablecido así las cosas del Levante. Pero la magnitud misma del éxito iba a
disgustar a Alfonso.
Aledo y el segundo destierro del Cid
Los resultados de la victoria de Yúsuf quedaban anulados en lo que tocaba a la parte oriental
de la península. A los extraordinarios éxitos del Cid, se suman, aunque menores, los de otro
caudillo castellano, García Jiménez, en Aledo. Así que Valencia y Aledo se convertían en los
dos puestos avanzados que los cristianos mantenían en el interior del territorio musulmán.
Alfonso había fortalecido más el castillo de Aledo, dado a García Jiménez de devastar la región
de Lorca (extremo oriental de Sevilla) para castigar a Motámid, principal causante de la venida
de los almorávides. Cumpliendo esta orden, García Jiménez y sus hombres desolaban la tierra,
cautivaban o mataban a cuantos sorprendían. Motámid sentía vivamente la injuria de tales
incursiones a las que era incapaz de reprimir; entonces, volvió a recurrir a Yúsuf, y también lo
hicieron varios faquíes. Unido el ejército almorávide a los contingentes de los reyes moros,
sitiaron Aledo. Pero en breve, a causa de peleas internas los moros se hallaban debilitados por
el hambre y la desunión. A los sitiados, a su vez, les faltaba el agua en extremo. El Cid recibió
una carta de Alfonso llamándolo para que fuese con él a socorrer el castillo de Aledo y a pelear
con Yúsuf que se unía a Motámid de Sevilla, Abdállah de Granada, Temín de Málaga, Motacim
de Almería y Ben Raxic de Murcia.
Por una serie de desencuentros, el Cid llegó tarde a la lucha; Alfonso hizo retroceder a los
moros, socorrió y proveyó al castillo de Aledo y emprendió enseguida la retirada. Los enemigos
del Cid aprovecharon esta situación para injuriarlo ante Alfonso quien, ciego de ira, mandó a
quitar todos los castillos, las villas y riquezas, y hasta envió a prisión a Doña Jimena con sus
tres hijos, aun niños. El Cid, al conocer estas falsas acusaciones, envió a uno de sus caballeros
al rey para que le rogara que lo dejase explicarse. Pero el rey hizo oídos sordos; sin embargo,
liberó a Jimena y a los niños y les permitió irse con el Cid. Rodrigo, al saber que no había sido
acogida su proposición de excusa, redactó por sí mismo su exculpación para enviarla a Alfonso.
Pero en el siglo XI, el poder del rey era absolutamente arbitrario, y no quiso Alfonso escuchar
al Cid.
El Cid, dueño del Levante
A pesar del mal resultado de la campaña de Aledo, Yúsuf, al retirarse, dejó un poderoso ejército
para que fuese a socorrer a Valencia contra el Cid. El Campeador se halló completamente solo,
como en el primer destierro, pero ahora tenía además enemigos que antes no tenía. Pero sin la
menor vacilación, decidió volver sobre las ricas tierras levantinas y asegurárselas ahora por
cuenta propia, sin compromisos de vasallo con nadie. Comenzó a guerrear con Alhajib de
Lérida, y todo destruyó hasta que Alhajib le pidió paz. Cuando Alcádir de Valencia supo de
estas paces, temió ser destronado; entonces envió al Cid considerables regalos. A su vez,
Alhajib, al saber que Valencia, por él codiciada, había vuelto a someterse al Cid; comenzó a
urdir una gran conjura contra el castellano. Solo halló el apoyo de Berenguer de Barcelona y
Mostain de Zaragoza. Al saber esto el Cid, saqueó toda la tierra de Alhajib, quien pidió ayuda
a Berenguer; éste reunió numerosas huestes. El Cid, al saber esto, dudó si podría con todos
juntos, y para obligarlos a separarse busco ventajas en el terreno. Finalmente, el Cid derrotó y
aprisionó al conde Berenguer y sus hombres y se apoderó de todas sus riquezas. El conde se
negaba a comer, solo lo hizo cuando el Cid le prometió que, si comía, lo dejaría libre. Todas
estas escenas de triunfo bélico y moral tuvieron gran resonancia. Alhajib, al saber de la derrota
de Berenguer, perdió toda esperanza y al poco tiempo murió. Entre los moros del Levante, el
Cid alcanzó extraordinaria fama, fama que se extendió a lo largo de toda la Península.
Berenguer, al reconocer la superioridad del Cid, renunció a las tierras del difunto Alhajib (que
siempre le había pagado tributo) y las colocó bajo la protección del Cid. Los tutores del hijo
pequeño de Alhajib (Suleimán Ben Hud) ofrecieron pagarle al Cid por su protección. Alcádir,
en Valencia padecía una grave enfermedad y regenteaba mientras tanto el visir (consejero) Ben
Alfarax que había sido nombrado por el Cid. Así, aquella región quedaba sobre el completo
dominio del Cid, que era un hombre extraordinario tanto en armas como en política.
El peligro almorávide crece
El Cid se esforzó por complacer a sus súbditos moros, para alejar de ellos la simpatía hacia
Yúsuf; los mantenía dentro de un beneficioso orden de justicia: quería de ellos obediencia y
tributo, pero jamás los despojaba ni vejaba. Alfonso, por su parte, comprendió que su antigua
política altanera y violenta para con los moros debía ser sustituida por una análoga a la del Cid.
Pero, en un principio, su política no halló acogida, estaban recientes las pasadas insolencias del
emperador cristiano. Los disgustos entre andaluces y almorávides, surgidos en el sitio de
Aledo, llegaron a hacerse muy profundos, hasta que varios reyes andaluces comenzaron a hacer
tratos secretos con Alfonso. Entonces, cuando Yúsuf desembarcó en la Península (1090), los
emires de Andalucía no le prestaron ayuda y obstaculizaron sus planes de recobrar Toledo, lo
que causó un enojo irreprimible contra los andaluces. Por su parte, el partido intransigente de
los musulmanes españoles dirigidos por los faquíes se acogía al celo religioso de los
almorávides exigiendo que no se cobraran más impuestos de los que la Zuna y el Corán
establecían, en oposición a los reyes de taifas que costeaban sus lujos con grandes impuestos.
Esto hizo que el pueblo fuese más partidario de la reacción islámica que del nacionalismo
español de los reyes.
Yúsuf, llegado a Granada mandó prisionero al África al rey de Granada (Abdállah) y a Temín
de Málaga, por pactar con Alfonso. Allá les señaló una pensión vitalicia. Motámid y
Motawákkil quisieron ir a congraciarse con Yúsuf, pero este los recibió con desaires y
volvieron atemorizados a sus respectivas tierras.
Los faquíes decían que los reyes andaluces debían ser depuestos porque obraban como impíos.
Particularmente en Sevilla, se juzgaba a la sultana Romaiquía, la bella poetiza de los
vehementes y primorosos antojos, ella había envuelto a Motámid en un torbellino de placeres
abominables. XD
El primo de Yúsuf, Cir Ben Abú Béker, inició la guerra contra Motámid quien pidió socorro a
Alfonso. Mientras tanto el Cid peleaba en Liria contra Mostain, pero tuvo que abandonar a
poco de ganar para ir en la ayuda del emperador. Dice Pidal que el llamado del Cid por Alfonso
fue bajo la influencia de la Reina Constanza, esposa del emperador.
El Cid llegó último de todos los caballeros y se colocó a la vanguardia para servirle de mejor
manera al rey, mas éste lo tomó a mal. Entendió en este acto una jactancia del Cid. Finalmente,
la batalla en Granada no se decidió y el Cid, tachado por el rey de arrogante y hundido en
mayor tristeza, regresó a Valencia. Muy pronto, Córdoba fue tomada por los almorávides (en
donde reinaba el hijo de Motámid, Fat Al-Mamún que fue asesinado), al igual que Sevilla
(mandando a Motámid prisionero a Marruecos junto con Romaiquía); cae también la Almería
y el hijo de Yúsuf, Ben Ayixa, tomó Murcia y el castillo de Aledo. Los faquíes celebraban el
triunfo y restituyeron a la lucha con el Norte el carácter de Guerra Santa.
La viuda de Fat Al-Mamún, Zaida, huyó amparándose en Alfonso quien cedió fortalezas a éste
a cambio de casamiento (Constanza ya había muerto entonces). Estas fortalezas fueron
rápidamente perdidas bajo ataque almorávide. A resultas de los amores entre Alfonso y Zaida,
bautizada Isabel; el emperador recibió su único hijo varón, el infante Sancho.
Ya no quedaba el menor rastro del dominio imperial de Alfonso sobre los musulmanes; no
quedaba otro poder cristiano internado en la tierra de los moros que más que la del Cid.
El Emperador, oscurecido por el Cid
El Cid, en sus tierras del Levante, se hallaba más que nunca rodeado de peligros. La cercanía
de los soldados de Yúsuf alentaba en los musulmanes el espíritu de insumisión al dominio
cristiano. La invasión de razas del desierto y el recrudecimiento del fanatismo islámico abría
un nuevo abismo entre cristianos y musulmanes; y aunque el emperador se mostraba impotente
contra el avance almorávide, el Cid resistió por su parte a toda la fuerza del islam.
Estando de vuelta en Valencia, llega a la corte un mensajero del rey Sancho Ramírez de Aragón
(1091) con cuarenta caballeros aragoneses para que sirvieran de guarnición, y un tratado de paz
con el Campeador. De esta manera, el Cid se ganaba el favor de un antiguo rival, tal como lo
hizo con Berenguer y lo haría también con el rey moro de Zaragoza, Mostain II. El Cid medió
entre ambos reyes para que hicieran las paces, el de Aragón con el de Zaragoza. Esto demuestra
sus dotes políticas y diplomáticas.
Alfonso, por su parte, quiso invadir Valencia con aliados de Génova y Pisa aprovechando que
el Cid se encontraba en Zaragoza. El Cid, muy enojado pero incapaz de actuar contra su rey, le
envió en cambio una nota diciéndole que se vengaría desatando su furia en sus malos
consejeros. Escogió para esto a García Ordóñez. Invadió y saqueó las tierras de éste sin que el
conde siquiera se defendiera. Al ver la cobardía de sus consejeros, Alfonso comprendió su
injusticia para con el Cid y le envió una nota reconociéndose culpable de todo cuanto había
pasado y otorgándole permiso para regresar a Castilla. Las huestes de Alfonso ya nunca fueron
eficaces contra los musulmanes africanos. Alfonso quedó, en adelante, oscurecido por la
actividad del Cid. La parte suroeste quedó por completo sometida a los almorávides; la parte
oriental le pertenecía al Cid.
Epílogo
El héroe lucha por realidades lejanas, rebeldes, en perenne reiteración de conflictos que él no
deja resueltos para siempre, y debe ser medido únicamente por el valor energético de su
esfuerzo y por el guionaje que ejerce sobre los que han de afrontar esos conflictos en su futuro
reaparecer. Esa es la duración de su obra, la duración de su ejemplaridad.
La obra del Cid en Valencia salvó a España, acaso también al sur de Europa, de una crisis
decisiva; dio lugar a que los cristianos se preparasen para resistir la nueva táctica militar creada
por Yúsuf, y dejó venir el tiempo en que los nómadas del Sahara se envenenasen con la
civilización sedentaria y perdiesen su fuerza nativa.
El Cid con los musulmanes españoles quiere convivir con justicia, respetándoles
escrupulosamente religión, leyes, costumbres y propiedad. Pero los moros abrieron el estrecho
a los almorávides, y ante esto el Cid adopta una nueva actitud: la guerra con los invasores no
puede acabar en convivencia, sino en eliminación del AFRICANO INVASOR.
En estos grandes encuentros con los almorávides es en donde más aparece el Cid como
catedrático de valentía.
En 1108 muere García Ordóñez en una grave derrota en Uclés, allí muere el hijo de Alfonso y
la mora Zaida, un año después muere Alfonso VI de tristeza.
Fue egoísta, ególatra, irritó a los reyes andaluces empujándolos a la guerra santa, desagradeció
repetidas veces a los reyes de Aragón sus auxilios y se rodeó de una corte de venenosos
incompetentes. Su peor rasgo fue la invidencia para con su más fiel y valeroso vasallo, el Cid.
Menéndez Pidal lo diagnostica como un egocéntrico patológico que se melancolizaba con los
éxitos ajenos.
La victoria del Cid por sobre sus adversarios, al final, fue tan lenta y penosa como completa.