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Los historiadores de la guerra civil suelen comenzar sus narrativas con la guerra
entre los Estados Unidos y México. Más específicamente, con la Cláusula de
Wilmot suscitada por aquella guerra. Esta convención tiene sentido pues sitúa la
esclavitud en el centro de la interpretación de la guerra civil, que es el lugar que
le corresponde. La condición entonces propuesta por el congresista David
Wilmot, un demócrata de Pensilvania, fue agregada como una enmienda a un
proyecto de ley de apropiación. En ella se le pedía al presidente James K. Polk
que destinara fondos para facilitar las negociaciones con el gobierno mexicano
por las concesiones territoriales que los Estados Unidos planeaban pedir al
terminar la guerra.
Los términos de esta propuesta se asemejan al lenguaje escogido por Jefferson
en 1787 para redactar la Ordenanza del Oeste, recreada en la Constitución. Lo
esencial estaba claro: "que es una condición expresa y fundamental para la
adquisición de cualquier territorio de la República de México [...] que no exista
esclavitud ni servidumbre involuntaria en ninguna parte de dicho territorio, salvo
como consecuencia de un crimen". A primera vista la cláusula es un misterio
puesto que Wilmot no se identificaba con el movimiento antiesclavista y,
además, era miembro del partido del presidente. En realidad, era uno de los
varios demócratas del noroeste asociados al ala neoyorkina de Van Buren del
Partido Demócrata. En las décadas de 1820 y 1830 Martin van Buren había
logrado una poderosa alianza electoral entre el sur de las plantaciones y el
noreste del país, un acuerdo intersectorial frágil pero eficaz que dependía de
mantener la cuestión de la esclavitud fuera de la política nacional.
Los demócratas del noreste y del medio de la costa atlántica no se oponían a la
expansión territorial y hasta habían apoyado a Polk durante su campaña a favor
de una plataforma extravagantemente expansionista que demandaba "la
reocupación de Oregón y la reanexión de Texas". Polk estaba claramente más
interesado en la parte sur de esta agenda y logró saldar la disputa por la frontera
de Oregón con Gran Bretaña en términos muy cercanos a los del eslogan
expansionista, que exigía la totalidad del territorio, en dirección norte, hasta los
54° 40', unos seiscientos kilómetros más allá de la actual frontera con Canadá.
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A los ojos de muchos demócratas del norte, que imaginaban las granjas de
Oregón en manos de los blancos norteños, Polk los había ignorado para favorecer
el deseo sureño de expandir los dominios de los esclavistas, anexando Texas y
exigiendo concesiones territoriales a México. Los territorios donde México ya
había abolido la esclavitud, ¿aceptarían la expansión del sistema esclavista de
los agricultores sureños estadounidenses? La cuestión puso en riesgo el equilibrio
tradicional entre los distintos sectores, porque si los nuevos territorios admitían
la esclavitud, la influencia política de los plantadores del sur, quienes
presionaban de diversas maneras para obtener la ratificación nacional de su
"peculiar institución", aumentaría con creces.
Por otra parte, la política de distrito norteña era tan importante para Wilmot y sus
colegas como los equilibrios de poder entre las secciones, ya que ansiaban
preservar las tierras del oeste para que las ocuparan hombres blancos
provenientes de sus distritos. Además, el aparente favoritismo de Polk por el sur
amenazaba el acceso de la mano de obra libre a las tierras situadas al oeste.
Wilmot comunicó su preocupación a sus colegas de la Cámara de
Representantes. Su intenció0n, explicó, era "salvaguardar para los trabajadores
blancos libres un país justo, una rica herencia, donde los hijos del esfuerzo, de mi
propia raza y color, puedan vivir sin la vergüenza que implica para el trabajo
honesto la asociación con la esclavitud de los negros".
La ley de apropiación, con la cláusula mencionada, fue aprobada en la Cámara
de Representantes pero no en el Senado. Lo importante, de todos modos, fue que
la cuestión de la esclavitud, que había atormentado a los políticos desde la
redacción de la Constitución, pasó a ocupar un lugar central e inexpugnable en el
escenario nacional. La controversia creó un principio que habría de dominar la
política durante toda una generación: la esclavitud no debía extenderse a nuevos
territorios. Una década más tarde, ese principio llevó a todos los demócratas que
promovieron la cláusula, menos a uno, a formar el Partido Republicano.
El sur de las plantaciones había llegado demasiado lejos y ese exceso terminó
por socavar la política de equilibrio, basada en la premisa de mantener igual
cantidad de estados libres y esclavistas. Pero el sur blanco continuó en esa línea
de extralimitarse durante la década de 1850, cuando se hablaba demasiado de la
posible expansión hacia Cuba y otras zonas de la cuenca caribeña. Algunos
políticos del norte —que en esos años formarían el Partido Republicano—
comenzaron a reconsiderar el método de equilibrar la diferencia. En el mundo
atlántico ya circulaba una noción más moderna de nacionalismo, que preveía
estados homogéneos. Los líderes del nuevo Partido Republicano, sobre todo
William Henry Seward de Nueva York y Abraham Lincoln de Illinois, incorporaron
a su pensamiento esta visión de la nacionalidad que los condujo a suponer que
en el futuro los Estados Unidos serían completamente libres o
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Por otra parte, la guerra tuvo profundas implicaciones geopolíticas dentro de los
Estados Unidos. La desemejanza histórica entre el norte y el sur se transformó en
una división política, entendida cada vez más como un conflicto entre dos estilos
de vida diferentes. En realidad, durante más de medio siglo hubo entre el norte y
el sur suficientes valores compartidos como para que ambos se amoldaran a las
diferencias. Pero la cuestión de la esclavitud simplificó las distinciones y dio por
resultado una falsa claridad sobre la diferencia, que en ambos bandos invitaba a
adherirse a un absolutismo moral primordial. Durante las décadas de 1830 y
1840 esta tensión se había resuelto apelando a una treta psicológica: mantener
los propios pensamientos relativos a la unión nacional y la esclavitud en
compartimentos separados de la mente. El resultado había sido una política de
evitación. Sin embargo, la cuestión práctica de organizar los recién adquiridos
territorios del oeste obligó a tomar conciencia de que el futuro tendría que
definirse en lugares reales. La Constitución prohibía interferir con la esclavitud
allí donde esta existiera en los estados sureños, pero el Congreso tenía la
potestad —la responsabilidad, para algunos— de organizar los territorios
permitiendo o prohibiendo la esclavitud en ellos. Esta circunstancia institucional
transformó esa práctica en una cuestión nacional, y no ya meramente local o
regional, o al menos eso pensaron quienes decidieron formar el Partido
Republicano.
El Compromiso de 1850 resolvió el problema por un tiempo. Aunque esa
denominación es errónea, porque en realidad no hubo ningún compromiso. Henry
Clay, quien había organizado el Compromiso de Misuri, ofreció un verdadero
común acuerdo que, tenía la esperanza, establecería un terreno medio
intersectorial. Sus resoluciones proponían: que California fuera admitida como un
estado libre, que se organizara territorialmente la porción expropiada a México
sin especificación del Congreso en lo tocante a la esclavitud, que se trazara la
frontera entre Texas y Nuevo México, que el gobierno nacional reconociera la
deuda contraída por Texas antes de la anexión, que nadie interfiriera en el
comercio de esclavos que se desarrollaba en el distrito de Columbia, que se
dictara una ley más eficaz para el control de los esclavos fugitivos y que se
declarara que el Congreso no tenía autoridad para interferir en el comercio
esclavista interestatal. Cuando Clay sometió estas resoluciones, presentadas de
manera conjunta, a la aprobación del Senado, sufrió una derrota aplastante. Si
bien esperaba que el equilibrio de su compromiso obtuviera el apoyo de una
mayoría dispuesta a negociar, en realidad la diversidad de aspectos incluidos en
él produjo el efecto contrario. Suele atribuirse a Stephen A. Douglas la
responsabilidad de haber salvado el "compromiso" porque se las ingenió para
separar las votaciones en cinco proyectos individuales, medianamente
reorganizados, que fueron aprobados en forma sucesiva por el Congreso. Douglas
supo captar la composición de los votos de manera brillante,
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pero eso indica también la incapacidad de negociar y hacer concesiones mutuas
de los distintos sectores. Nadie cambió su posición ni se ajustó a la de otros. En
cambio, Douglas organizó una serie de coaliciones separadas para cada una de
las medidas y consiguió lo que buscaba, pero la crisis subyacente no se resolvió.
Douglas volvió a abrir y agravó la herida política y cultural en enero de 1854,
cuando presentó un proyecto de ley para organizar los territorios de Kansas y
Nebraska. El proyecto encaraba la difícil cuestión de la esclavitud incorporando
un principio desarrollado hacía poco dentro del Partido Demócrata: la "soberanía
popular". Además, proponía anular la línea establecida en el Compromiso de
Misuri, que se extendía a lo largo del territorio adquirido en la compra de Luisiana
y sólo permitía la esclavitud al sur de esa frontera. El concepto de soberanía
popular, al parecer presente en el espíritu de la democracia, permitiría que los
pobladores del territorio —y no el Congreso—votaran por continuar o abolir la
esclavitud. Douglas creía haber desplazado la cuestión de la esclavitud de la
molesta posición que ocupaba en la política nacional.
Más allá de que estuviera envuelta en el lenguaje de la democracia, su propuesta
provocó la elocuente oposición de Abraham Lincoln y de William Henry Seward,
dos políticos que serían los líderes del Partido Republicano que se fundaría poco
después. Seward declaró que existía una "ley superior" que ningún voto podía
abolir. Ese mismo año en Peoria, Illinois, Lincoln aseguró que la democracia que
proponía Douglas para los territorios no era más que "la libertad de convertir a
otras personas en esclavos. [...] No puedo sino odiar tal declarada indiferencia"
ante "la difusión de la esclavitud", exclamó; "la odio a causa de la monstruosa
injusticia que es la esclavitud misma. La odio porque le arrebata a nuestro
ejemplo republicano su justa influencia en el mundo". Y luego advirtió que el
"partido liberal, en todos los rincones del mundo", estaba preocupado por la
posibilidad de que la esclavitud estadounidense hiriera de muerte "el sistema
político más noble que el mundo ha visto hasta ahora".
Charles Sumner, otro líder republicano, apuntó en la misma dirección. La
esclavitud, lamentó, "degrada a nuestro país" e impide que su ejemplo conduzca
al mundo hacia la "restitución universal del principio de devolver el poder a los
gobernados". Los líderes republicanos no eran los únicos que entendían la
cuestión desde esta perspectiva. Comenzada la guerra, un soldado raso nacido
en Massachusetts le escribió a su esposa: "Siento que está en nuestras manos
defender la libertad del mundo". Para otro soldado, lo que estaba en juego ante
un posible fracaso era mucho más que el futuro de los Estados Unidos. Fracasar,
escribía preocupado, significaría "retardar por lo menos un siglo la perseverante
marcha de la Libertad en el Viejo Mundo y
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permitir que los monarcas, reyes y aristócratas ejerzan más poder que nunca
sobre sus súbditos".
Cuando Lincoln, Sumner y los soldados evocan de este modo el movimiento
internacional más vasto de su época, ponen de manifiesto un elemento vital y
esclarecedor de la historia de la guerra civil que las convenciones de la
historiografía, sin embargo, acostumbran ignorar. No es posible entender de
manera adecuada las causas, los sentidos ni los resultados de la guerra civil si no
se los interpreta dentro del contexto internacional de las ideas liberales de
nacionalidad y libertad, tan apasionadamente sostenidas y por las que tanto se
luchó a mediados del siglo XIX. Por particulares y centrales que hayan sido la
esclavitud y la emancipación para la guerra civil y para la historia de los Estados
Unidos, parte de las causas de este acontecimiento medular son exteriores a la
historia estadounidense: proceden de una historia más amplia de las ideas y los
conflictos del nacionalismo, la libertad y el mejor equilibrio entre la autoridad
central y las autoridades locales.
1848:
Si bien 1848 se recuerda como el año del Tratado de Guadalupe Hidalgo, también
se destacó por los movimientos liberales y nacionalistas euro-norteamericanos.
Ese verano, Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton, alentadas por la serie de
revoluciones europeas que había comenzado en febrero de 1848, organizaron la
Convención de Seneca Falls. La convención ha quedado en la historia como uno
de los acontecimientos iniciadores del moderno movimiento estadounidense e
internacional por los derechos de las mujeres y fue reconocido en su época por
las líderes de la revolución de París de 1848. Una de ellas, Jeanne Deroin,
socialista y feminista, envió su apoyo a las sucesivas convenciones desde su
celda en una prisión parisina. Ese mismo año surgieron otros movimientos
internacionales que defendían el abolicionismo y la templanza, entre otras
reformas.
Lo que ha dado en llamarse "la primavera de las naciones" fue el período
posterior al derrumbe de la monarquía francesa producido en 1848 y a la
proclamación de la república. Los estadounidenses miraban con buenos ojos los
acontecimientos europeos y hasta organizaron "gigantescas reuniones" en varias
ciudades para celebrarlos, pues entendían que su propia república era una
fuente de inspiración para los revolucionarios. Por entonces se decía que Europa
por fin estaba eligiendo la libertad en lugar del despotismo, y que los Estados
Unidos habían sido los primeros en reconocer la nueva república francesa. Varios
otros pueblos que se identificaban como nación reclamaron
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lugar a otro; sin embargo, en todas partes una clara afinidad unía el liberalismo
con el nacionalismo, hasta el punto de hacerlos indistinguibles. Desde una
perspectiva comparativa sería justo sostener que la manera en que Lincoln,
durante su presidencia, fundió los conceptos de libertad y nación fortaleció la
conexión entre liberalismo y nacionalismo, mientras que la unificación no liberal
de Alemania operada por el canciller Otto von Bismark en 1871, la subvirtió.
Para los estadounidenses y para la mayor parte del mundo atlántico, Lajos
Kossuth encarnaba el espíritu general de 1848; por eso, a través de su figura
podemos indagar un poco más la relación que mantenían los Estados Unidos con
esos movimientos más amplios que defendían la unidad nacional y la libertad. En
Kossuth podemos descubrir también notables ambigüedades y tensiones
inherentes al nacionalismo liberal, que contribuyen a explicar algunas de las
limitaciones de las reformas introducidas en los Estados Unidos y en otras partes
del mundo.
Los norteamericanos estaban fascinados con el carismático y elocuente Kossuth
y la prensa de la época le dedicó una amplia cobertura. Desde que el húngaro
llegó en 1851 hasta que partió seis meses después, The New York Times publicó
más de seiscientos artículos sobre el revolucionario junto con los informes
estenográficos de sus discursos, que a menudo ocupaban varias columnas, y los
menúes y brindis de los numerosos banquetes ofrecidos en su honor. Su llegada
a Nueva York había estado precedida por la publicación de un libro breve que lo
presentaba al público e incluía varios discursos que el húngaro había dado en
Inglaterra y en los cuales, invariablemente, anunciaba su viaje a los Estados
Unidos. Mientras estuvo recluido en Turquía, había aprendido inglés y, al igual
que Lincoln, tomó como maestros la Biblia y a Shakespeare. Uno de los discursos
del librito estaba evidentemente dirigido a los estadounidenses, pero también es
cierto que apuntaba a ensalzar su nacionalismo liberal puesto que "Hungría
desea ser y será una república libre e independiente, pero una república fundada
en el gobierno de la ley, en la seguridad de la persona y la propiedad y el
desarrollo moral tanto como en el bienestar material del pueblo; en una palabra,
una república como los Estados Unidos de América". Estas palabras podrían
haber salido de boca de Lincoln, de Seward o de muchos otros liberales
estadounidenses.
Para Kossuth, como para Lincoln y la mayoría de los norteamericanos, eI mundo
estaba dividido en republicanismo y absolutismo, y ésa distinción fue el sello de
su campaña contra la dominación ele Hungría por parte de Austria. En los
Estados Unidos, Kossuth ganó el apoyo de los defensores de la democracia, pero
no eI del senador enemigo del igualitarismo, John Calhoun, quien insistía en
afirmar que nada bueno podía provenir de las revoluciones europeas. Sin
embargo, el sentido del nacionalismo liberal de Kossuth era
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lo bastante complejo como para suscitar el apoyo tanto de los norteños como de
los sureños, aunque por diferentes razones. Cuando llegó a Washington en 1852,
fue acogido y elogiado por Daniel Webster, cuya defensa de la Unión en la
palestra era legendaria. Webster celebró la independencia húngara y alabó la
reivindicación de los revolucionarios de una "nacionalidad distinta entre las
naciones de Europa", mientras los nacionalistas sureños adhirieron a la causa de
Kossuth porque se identificaban con los húngaros oprimidos por el poder central.
Sentían que su identidad y su incomodidad dentro de la Unión formaban parte de
una lucha contemporánea más amplia, semejante a la que libraban los húngaros
y otros pueblos de Europa central para ser reconocidos como naciones y en pro
del autogobierno.
Algunos norteños adhirieron al potencial radical de la revolución de Paris, entre
ellos Frederick Law Olmsted, el diseñador del Central Park. Sus estudios de los
estados del sur, escritos cuando Olmsted era corresponsal de Tlhe New York
Times en la década de 1850, ofrecían fundamentos tanto ideológicos como
empíricos para que el Partido Republicano interpretara que el sur era una
sociedad esclavista. Inspirado por los emocionantes acontecimientos de París, así
como por los retos que planteaban el sur esclavista y las florecientes ciudades
del norte, Olmsted se declaraba un "demócrata socialista". La afinidad .que
sentía con los partidos radicales de París no era habitual en el norte de los
Estados Unidos y directamente no existía en el sur, donde los políticos
establecían una clara distancia con el radicalismo francés de 1848. En defensa
del nacionalismo del sur, el Richmond Daily Enquirer afirmaba que "no hay nada
en este movimiento que tenga un carácter republicano rojo o revolucionarlo".
Si bien no surgió ninguna nueva nación del imperio Habsburgo como
consecuencia de las revoluciones, las ideas liberales de la época y el lugar,
respaldadas y aplicadas por el emperador ilustrado José II, lograron poner fin al
trabajo forzado y la servidumbre de la gleba en todos los dominios de esa casa
real. Los abolicionistas de los Estados Unidos preveían que Kossuth los apoyaría;
William Lloyd Garrison había encomiado en su Liberador la lucha húngara por la
libertad, pero cuando los abolicionistas de Nueva York le solicitaron que hiciera
una declaración pública en contra de la esclavitud, Kossuth se negó a hacer
cualquier tipo de proclama por temor a perder parte del público norteamericano,
al que estaba cortejando. Desde entonces Garrison condenó su silencio
tachándolo de "poco honorable" y lo vilipendió diciendo que estaba demente,
como un "renovado Don Quijote" incapaz de distinguir la diferencia entre los
gigantes y los molinos de viento." Frederick Douglass y otros abolicionistas
trataron sin éxito de disuadir a Kossuth de extender su gira de conferencias a los
estados sureños.
Kossuth estaba en asombrosa consonancia con la política de la diferencia
regional. Aunque repetía más o menos la misma conferencia en cada lugar al
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en 1861, no se opusieron en forma directa a él, en parte porque si hubieran
cuestionado la autoridad divina del monarca habrían socavado en general sus
propios derechos aristocráticos. Por consiguiente, estaban preparados, y eran
respaldados por el zar, para cooperar en la organización del nuevo orden. Los
latifundistas participaron —al igual que los siervos, aunque en menor medida—en
la definición de los términos del trabajo libre establecido por la emancipación."
Lincoln invitó varias veces a los plantadores sureños a dar una respuesta
constructiva que incluyera compensaciones, como se hacía en Rusia, pero nadie
se interesó en su oferta.
LA CRISIS FEDERAL
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Rusia, en continuo conflicto con Turquía por sus fronteras del sur,
quedó devastada tras su derrota ante la coalición de Turquía, Inglaterra
y Francia en la guerra de Crimea (1853-1856), que determinó el fin de
su presencia en el sudeste europeo. Peor aún, desde el punto de vista
ruso, Turquía, con la ayuda británica, estaba emprendiendo de manera
activa su propio proyecto de modernización. El gobierno ruso,
preocupado, decidió "hacerse más fuerte en el centro". Las reformas
políticas y administrativas diseñadas para centralizar y aumentar el
poder nacional se combinaron con la abolición de la servidumbre, que
en sí misma indicaba una ambición modernizadora. La preocupación de
Rusia por centralizar el poder y concentrar el desarrollo de los recursos
fue una de las razones que la llevaron a vender el territorio periférico
de Alaska a los Estados Unidos en 1867. El proyecto de modernización
ruso tuvo cierto éxito, pero no el suficiente. Cuando los comunistas
tomaron el poder en 1917, aplicaron el mismo programa modernizador
pero con mucho más ahínco, y a menudo también con violencia. En
este caso, no se reconocía mucho la soberanía del pueblo, que había
sido tan importante para los liberales de 1848.
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Esto significó que ningún punto del territorio nacional podía quedar
fuera del dominio de la autoridad, nacional, una noción que parece
haber cimentado el estrecho vínculo entre territorio y estado. Esta
nueva idea de la autoridad pública conllevaba una crítica a la
autoridad paternalista (o autoridad aristocrática, como solía decirse
entonces) del amo sobre los esclavos. En los Estados Unidos y en
Europa se creía que esta antigua forma de sociedad no sólo violaba el
legado de 1776 sino que era contraria a la lógica del estado-nación
emergente. Abraham Lincoln, uno de los defensores de esta idea,
adhirió a una versión particularmente democrática. En una sociedad
democrática, sostenía, la movilización del poder estatal debía apuntar
a aumentar la oportunidad individual y a mejorar las condiciones
materiales de vida. Aunque la sociedad imaginada por Lincoln no
siempre fue tan inclusiva como podríamos desear desde un punto de
vista actual, la visión de una Norteamérica democrática expresada en
el mensaje que dirigió al Congreso el 4 de julio de 1861 parece incluir a
los norteamericanos negros en la nueva democracia:
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Pero el efecto del telégrafo fue aún mayor. El invento que Samuel F. B.
Morse presentó en 1844 cambió de modo fundamental la relación de
tiempo y espacio. Por primera vez en la historia de la humanidad el
mensaje pudo viajar más rápido que el mensajero. El telégrafo permitió
que personas dispersas en vastos espacios vivieran vidas
contemporáneas. A pesar de la famosa duda de Henry David Thoreau
sobre si Maine tenía algo que comunicarle por telégrafo a Texas,
muchos otros pensaban diferente. Morse tenía la esperanza de que el
telégrafo "transformara al país entero en un barrio". Otro comentarista
predijo que "a la larga seremos cada vez más un pueblo; pensaremos
de manera más parecida, obraremos de manera similar y
responderemos a un mismo impulso".
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Junto con la India y Egipto, suministraba materias primas al núcleo
industrial que incluía los estados norteños de los Estados Unidos.
También como la India y Egipto, basaba su producción en una mano de
obra forzada que recibía poco y nada de los beneficios de que gozaba
la reducida elite.
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Al mismo tiempo, el secretario del interior instruía a los funcionarios
encargados de la cuestión india para que situaran las reservas "en los
lugares más remotos posibles desde cualquiera de las principales
carreteras que atraviesan las llanuras o las rutas habituales de los
pobladores de los diferentes territorios". Los indios, salvo los que vivían
en los territorios de Oklahoma y Dakota, fueron despojados de sus
tierras, y se dio por sentado que esos dos territorios los recibirían. El
plan estuvo meticulosamente diseñado para garantizar que los indios
no obstaculizaran el desarrollo de los blancos, aunque también dejó
traslucir que el propósito de convertir a los aborígenes en prósperos
granjeros estuvo en riesgo desde el comienzo.
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EL PARTIDO REPUBLICANO
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Giuseppe Mazzini, por ejemplo, le escribió al funcionario destinado en
Londres de la Comisión Sanitaria de los Estados Unidos, una precursora
de la Cruz Roja norteamericana, que la guerra del norte por la libertad
y la unidad nacional había hecho "por nosotros en cuatro años más de
lo que pudieron hacer cincuenta años de enseñanza, prédica y escritos
de todos nuestros hermanos europeos".
Mientras el lenguaje propio del liberalismo de la Ilustración que
utilizaba Jefferson era analítico y declarativo ("todos los hombres
fueron creados iguales"), los ideales liberales de Lincoln, el nacionalista
romántico, se expresaban en el lenguaje del historicismo. Con el paso
del tiempo, y a través de la democracia activa, los ideales de la
Declaración de la Independencia debían hacerse realidad. La noción de
la historia de Lincoln no prometía ningún desarrollo inmanente ni
tampoco un progreso natural; exigía acción, vigilancia, gran esfuerzo y
hasta lucha. En Gettysburg habló del "trabajo inconcluso" y de la "gran
tarea que queda por cumplir". Lincoln transformó la propuesta de
Jefferson en un reto: que "esta nación, bajo la protección de Dios,
tenga un nuevo nacimiento de libertad". Para Lincoln el nacionalismo
liberal era una "aspiración" que exigía bregar por ella en forma
resuelta y continua.
Como Lincoln, Frederick Douglass observaba la dinámica histórica
donde la nación era la partera del progreso humano. En una
conferencia notable, "Nuestra nacionalidad compuesta" (1869),
Douglass afirmó el carácter indispensable de las naciones, el valor de
lo que hoy llamaríamos una nacionalidad multicultural y la obra
inherentemente progresista del mundo de las naciones. Las naciones
modernas, escribió, son "las divisiones más amplias y más completas
que configuran la sociedad, las aglomeraciones más grandes del poder
humano organizado"; promueven el mejoramiento del ser humano
mediante "la comparación y la crítica". La manera de obrar de las
naciones, esperaba, no sería la del poder sino, antes bien, la de la
"comparación de una nación con otra [...] cada una compitiendo con
todas las demás". Esto conduciría a exponer los errores y a poner en
movimiento las "ruedas de la civilización".
Por desdicha, las esperanzas de Lincoln, Douglass y Mazzini, corno las
de aquellos en nombre de quienes hablaban —sobre todo los millones
de esclavos que acababan de convertirse en libertos—, no lograron
realizarse por completo. El nacionalismo tenía otras afinidades,
particularmente con la celebración del "crecimiento constante", que
socavaron el compromiso liberal con la libertad. Es innegable que,
hacia 1900, el nuevo estado-nación había cumplido su promesa de
desarrollo económico. "Toda empresa estadounidense" recibió un
"impulso titánico" y además se creó la infraestructura de la alta cultura
nacional: universidades, museos, bibliotecas públicas, salas de
conciertos y conservatorios.
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