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CRÍTICA DE LA CONTRATRANSFERENCIA
El deseo en el analista.
Hoy, tras haber avanzado un poco, vamos a dar de nuevo un paso hacia atrás,
tal como habíamos anunciado al comienzo de nuestro discurso de la última
vez, y a adentramos en el examen de las formas en que los otros teóricos,
distintos de nosotros, por las evidencias de su praxis, manifiestan en suma la
misma topología que yo estoy tratando de fundar ante ustedes, en la medida
en que ésta hace posible la transferencia.
Es una metáfora quizás un poco forzada - quizás tampoco tan forzada como
todavía les puede parecer. Es lo que vamos a poner a prueba, la prueba de lo
que ocurre en nuestros días cuando los analistas hablan de la transferencia.
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Cuando los analistas hablan actualmente de la transferencia, ¿de qué hablan?
Vayamos directamente a lo más actual de esta cuestión tal como se les
plantea a ellos. Se plantea allí mismo donde ustedes perciben claramente que
yo la centro este año, a saber, del lado del analista. Y por decirlo todo, lo que
los teóricos, y los más avanzados, los más lúcidos, articulan mejor cuando la
abordan, es la cuestión llamada de la contratransferencia.
Freud, que sólo se lleva a cabo una vez en sus mejores realizaciones - no, es
de la comunicación de los inconscientes. De esto dependería lo que, en el
concreto análisis existente, iría lo más lejos posible, hasta lo más profundo,
con el mayor efecto. No habría análisis en el que falte alguno de esos
momentos que darían testimonio de ello. Sería directamente, en suma, como
el analista estaría informado de lo que ocurre en el inconsciente de su
paciente. Esta vía de transmisión conserva sin embargo un carácter
problemático en la tradición. ¿Cómo hemos de concebir esta comunicación de
los inconscientes?
A ustedes al menos, que disponen de las llaves, algo les permite reconocer
enseguida el acceso - que hay una prioridad lógica de lo que ustedes
escuchan, a saber, que toda experiencia del inconsciente se lleva a cabo en
primer lugar como inconsciente del Otro. Fue en primer lugar en sus enfermos
donde Freud se encontró con el inconsciente. Y para cada uno de nosotros, la
idea de que un aparato semejante pueda existir se abre en primer lugar como
inconsciente del Otro, aunque esté elidido. Todo descubrimiento del
inconsciente de uno mismo se presenta como una especie de traducción en
curso de un inconsciente que es primero inconsciente del Otro.
Lo que yo les digo de la relación con el Otro es muy adecuado para exorcizar
en parte este temor que podemos sentir de no saber lo bastante sobre
nosotros mismos. Ya lo retomaremos, porque no pretendo incitarles a sentirse
a salvo de toda preocupación a este respecto - esto está muy lejos de mi
ánimo. Pero, una vez admitida la función del Otro, todavía es preciso que
encontremos allí el mismo obstáculo que encontramos en nosotros mismos
en nuestro análisis, cuando se trata del inconsciente.
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Pongamos los puntos sobres las íes. La vía de la apatía estoica exige que el
sujeto permanezca insensible tanto a las seducciones como a las sevicias
eventuales de ese otro con minúscula, exterior, en la medida en que ese otro
de afuera siempre tiene sobre él algún poder, pequeño o grande, aunque sólo
sea el poder de estorbarle con su presencia. Si el analista se aparta de esta
vía, ¿sería esto imputable solamente a alguna insuficiencia de la preparación
del analista en cuanto tal? Absolutamente no, en principio.
Acepten ustedes esta fase de mi trayectoria. Esto no significa que sea aquí
adónde voy a parar. Les propongo simplemente esta observación - en cuanto
al reconocimiento del inconsciente, no tenemos forma de plantear que por sí
mismo deje al analista fuera del alcance de las pasiones. Esto sería suponer
que es siempre, y esencialmente, del inconsciente de donde proviene el efecto
total, global, toda la eficiencia de un objeto sexual o de algún otro objeto
capaz de producir una aversión cualquiera, física.
¿Por qué iba a ser esto una necesidad?, pregunto - salvo para quienes se
crean la grosera confusión de identificar el inconsciente en cuanto tal con la
suma de las potencias de las Lebenstriebe. Esto es lo que diferencia
radicalmente el alcance de la doctrina que trato de articular ante ustedes. Por
supuesto, hay una relación. Esta relación, se trata incluso de elucidar por qué
puede establecerse, por qué son las tendencias del instinto de vida las que se
ofrecen de esta forma a esa relación con el inconsciente. Adviertan ustedes
que no son cualesquiera de ellas, sino especialmente las que Freud
circunscribió siempre, y tenazmente, como tendencias sexuales. Hay sin duda
una razón para que éstas se vean especialmente privilegiadas, cautivadas,
captadas en el resorte de la cadena significante, en la medida en que ésta
constituye al sujeto del inconsciente.
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Hay que suponer, por supuesto, para que algo de este orden se produzca, que
no está ahí como presencia de un enfermo, sino como presencia de un ser que
ocupa lugar. Además, cuanto más pleno, normal y como alguien que impone
lo supongamos, tanto más legítimamente podrán producirse en su presencia
todas las clases posibles de reacción. Incluso, en el plano intrasexual, por
ejemplo, ¿por qué el movimiento del amor o del odio estaría en sí excluido?
A veces ocurre. Incluso tendría malos augurios para alguien que nunca lo
hubiera sentido. Pero en fin, aunque se está cerca de la posibilidad de la cosa,
es algo que no debe tomarse como corriente.
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¿Por qué no debe ocurrir? ¿Es acaso por la razón, negativa, de que es preciso
evitar una especie de descarga imaginaria total del análisis? – hipótesis que
no vamos a desarrollar, aunque sería interesante. No, es debido a lo siguiente,
que es la cuestión que planteo aquí este año, a que el analista dice - Estoy
poseído por un deseo más fuerte. Está autorizado a decirlo en cuanto analista,
en tanto que en él se ha producido una mutación en la economía de su deseo.
Y aquí es donde pueden ser evocados los textos de Platón.
De vez en cuando me ocurre algo alentador. Este año les he hecho este largo
discurso, este comentario sobre El Banquete, del que no estoy descontento,
debo decirlo, y resulta que alguien de mi entorno me ha dado la sorpresa - por
supuesto, entiendan esta sorpresa en el sentido que tiene este término en el
análisis, como algo que tiene más o menos relación con el inconsciente - de
indicarme en una nota a pie de página la cita por parte de Freud de una parte
del discurso de Alcibíades a Sócrates.
Freud hubiera podido buscar mil otros ejemplos para ilustrar aquello de lo que
se ocupa en aquel momento, a saber, el deseo de muerte mezclado con el
amor. No hay más que inclinarse para recoger ejemplos a montones.
¡Oh, cómo me gustaría que estuviera usted muerto durante dos años! Un
testimonio así, no es preciso ir a buscarlo a El Banquete. Por lo tanto,
considero que no es indiferente que en El Hombre de las Ratas, en un
momento esencial en su descubrimiento de la ambivalencia amorosa, a lo que
Freud se refiera sea a El Banquete de Platón. No es mala señal. No es,
ciertamente, señal de que nos equivocaríamos si fuésemos a buscar allí
nuestras referencias.
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1. Hay una ambigüedad entre jouer = representar, hacer de, y jouer =jugar a
algo, de Malgo. [N. del T.]
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De entre todos los artículos que he leído, elijo uno casi al azar, pero si se elige
algo nunca es del todo al azar, y probablemente hay una razón para que tenga
ganas de comunicarles el título de éste. Es un buen artículo, cuyo título es
precisamente el tema que en suma estamos tratando hoy, "Normal counter-
transference and sorne deviations", publicado en el International Journal en
1956. El autor, Roger Money-Kyrle, pertenece manifiestamente al círculo
kleiniano, y está vinculado a Melanie Klein por medio de Paula Heimann.
Antes diré una palabra sobre el artículo de Paula Heimann, que nos participa
ciertos estados de insatisfacción o de preocupación que ella experimenta.
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Les pongo en la pizarra el resto del grafo, para que vean para qué puede
servirles a este respecto, y en particular para comprender que no todo hay que
ponerlo a cuenta de este elemento, en definitiva opaco, que es la severidad del
Super-ego. Tal demanda puede producir efectos depresivos, incluso más. Esto
se produce precisamente en el analista, en la medida en que hay continuidad
entre la demanda del Otro y la estructura llamada del Super- ego. Entiéndanlo
como que, en efecto, encontramos los efectos más fuertes de eso que llaman
la hiperseveridad del Super-ego cuando la demanda del sujeto se introyecta,
pasa como demanda articulada en aquel que es su recipiendario, de tal forma
que representa su propia demanda bajo una forma invertida - por ejemplo,
cuando una demanda de amor proveniente de la madre se encuentra, en aquel
que debe responder a ella, con su propia demanda de amor dirigida a la
madre.
Pero ahora me limito a indicárselo, porque no es por aquí por donde pasa
nuestro camino. Es una observación lateral. Vayamos a Money-Kyrle, analista,
que parece particularmente ágil y dotado para reconocer su propia
experiencia. Se refiere a algo que ha funcionado en su práctica y nos lo pone
como ejemplo. Esto le parece que vale la pena comunicarlo, no como un
borrón, un efecto accidental más o menos bien corregido, sino en cuanto
procedimiento integrable en la doctrina de las operaciones analíticas. Se
refiere, pues, a un sentimiento que ha advertido en él mismo como algo
relacionado con las dificultades que presenta el análisis de uno de sus
pacientes.
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to, llamemos las cosas por su nombre. Durante la segunda mitad de su week-
end, se encuentra en un estado que sólo reconoce al formulárselo él mismo en
los propios términos de su paciente, un estado de hastío que raya en la
despersonalización.
Con todo, debe haber alguna razón para que se caiga en ello con tanta
facilidad.
Este objeto malo proyectado hay que entenderlo como algo que tiene, con
toda naturalidad, su eficacia, al menos cuando se trata del que está acoplado
al sujeto en una relación tan estrecha y coherente como la creada por un
análisis iniciado hace ya un montón de tiempo.
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Si ocurre así con muchos pacientes, ya ven ustedes adónde nos puede llevar
eso. Puede plantear algunos problemas cuando no se está en condiciones de
centrar a propósito de qué se producen estos hechos, que se presentan como
desconectados en la descripción de Money-Kyrle.
He leído un artículo que les indicaré más precisamente la próxima vez, donde
un señor, lleno de experiencia no obstante, se pregunta qué debe hacer
cuando, ya en los primeros sueños y a veces tan pronto empieza el análisis, el
analizado produce él mismo al analista como un objeto de amor caracterizado.
¿Es así como debemos decir las cosas? Para nosotros, si nos dejamos guiar
por las categorías que hemos producido, el sujeto es introducido como digno
de interés y de amor, er6menos, en el comienzo mismo de la situación.
Es por él por quien estamos ahí. Éste es el efecto, por así decir, manifiesto.
Les bastará con leer al autor que les indico para ver que la cuestión de lo que
le interesa al analista, está claramente obligado a planteársela por la
necesidad de su discurso. ¿Y qué nos dice? Que, cuando analiza, dos cosas
están implicadas en el analista, dos drives. Es bien extraño ver calificar de
pulsiones pasivas las dos que voy a decirles - el drive reparador, que, nos dice
él textualmente, va contra la destructividad latente en cada uno de nosotros, y,
por otra parte, el drive parental. He aquí cómo un analista de una escuela tan
elaborada como la escuela kleiniana llega a plantear la posición que debe
adoptar un analista en cuanto tal. No voy a cubrirme el rostro ni voy a
ponerme a gritar. No creo que quienes están familiarizados con mi seminario
vean en esto suficiente motivo de escándalo. Pero, después de todo, es un
escándalo del que participamos en mayor o menor medida, porque hablamos
constantemente como si fuese de esto de lo que se trata, aunque sabemos
bien que no debemos ser los padres del analizado. Basta con ver lo que
decimos cuando hablamos del campo de las psicosis.
Pero en fin, ¿no valdría la pena articular a este respecto en qué se debe
distinguir eso reparador de los abusos de la ambición terapéutica, por
ejemplo?
8 DE MARZO DE 1961