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El mito chino de la creación

Cada cultura posee su propia visión de como se originó el mundo, ya sea directamente por obra de una mano
creadora (como en el caso del catolicismo) o por azar de los acontecimientos, siendo el nacimiento del Universo
una consecuencia de otro proceso distinto. Es este último caso el que nos ocupa hoy, la Creación desde la
perspectiva de la mitología de China.

En un principio tanto el cielo como la tierra se encontraban unidos, y el estado del Universo era el del caos más
absoluto. Aquel Universo primigenio era en realidad un gran huevo de color negro, dentro del cual dormía un
largo sueño el dios P’an-Ku (o Pangu), un sueño que se prolongó durante 18.000 años. Cuando P’an-Ku
finalmente despertó se sintió atrapado dentro del huevo y con un hacha lo hizo pedazos para poder salir.

Los trozos del huevo que había mantenido a P’an-Ku en su letargo se dispersaron, y mientras la clara ascendía
y daba forma a los cielos, la parte más fría y turbia quedó en la parte inferior, dando origen a la Tierra. El dios
había quedado entre ambos planos, con su cabeza en el cielo y sus pies tocando el suelo terrestre, y durante
18.000 años más tanto P’an-Ku como el cielo y la tierra crecieron a razón de 10 pies diarios.

Así fue como el cuerpo colosal de P’an-Ku sirvió de división entre cielo y tierra durante largo tiempo, hasta el
día en que le llegó la muerte y su propio cuerpo dio forma a una nueva etapa de la creación. De su aliento
surgieron el viento y las nubes del cielo, su otrora poderosa voz dio forma a los truenos de la tormenta, y sus
ojos se transformaron en el Sol y en la Luna. Sus cinco extremidades se transformaron en cinco enormes
montañas y su sangre terminó por convertirse en el agua de los ríos y océanos del mundo.

Las venas que portaban su sangre dieron origen a largos caminos, mientras que sus poderosos músculos se
tornaron en fértiles tierras de cultivo, y las estrellas nacieron de su pelo y barba. La médula de sus huesos se
convirtió en el jade y las perlas, mientras el sudor que corriera por su piel se transformaba en el rocío que cae
sobre el mundo cada madrugada.
LA CREACIÓN DEL UNIVERSO mito griego

Según Hesíodo, en un principio sólo existía el Caos, solo era espacio, nada orgánico, nada que pueda ser
descrito. Luego, después de ese vacío, se dibuja la primera de las realidades, que limita y comienza a darle un
sentido: Gea (la tierra) de pecho ancho, seguida del Tártaro (el inframundo), tenebroso de las profundidades, y
Eros (el amor), el más bello de los dioses, este es el motor universal; es quien provoca las uniones del principio
cósmico, los engendramientos que ni la imaginación concibe.
Pero bajo la Tierra seguía existiendo un espacio vacío donde todo era Caos. Ese Caos engendra el Érebo, (las
tinieblas) el vasto espacio subyacente, en que más tarde tendrán su lugar los infiernos y Nix (la oscuridad o la
noche).
Érebo y Nix tuvieron amorosos consorcio y originaron al Éter Y Hemera (el día), que personificaron
respectivamente la luz celeste y terrestre.
Con la luz, Gea cobro personalidad, pero como no pudo unirse al vacío Caos, comenzó a engendrarse sola y
así mientras dormía surgió Urano (el cielo estrellado) un ser de igual extensión que ella, con el fin de que la
cubriese toda y fuera una morada celestial segura y eterna para los dioses.
Sin embargo Gea, después de haber engendrado a Urano, dio a luz a las Montañas, para albergue grato de las
Ninfas, que escogieron para ello frondosos bosques.
Urano contemplo tiernamente a su madre desde las elevadas cumbres y derramó una lluvia fértil sobre sus
hendiduras secretas, naciendo así las hierbas, flores y árboles con los animales y las aves, que formaron como
un cortejo para cada planta. La lluvia sobrante hizo que corrieran los ríos y al llenar de agua los lugares huecos
se originaron así los lagos y mares, todos ellos identificados con el nombre de Titanes: Océano, Ceo, Crío,
Hiparión, Lápeto, Crono; y Titánides: Temis, Rea, Tetis, Tea, Mnemósine y Febe; de ellos descendieron los
demás dioses y hombres.
Pero como si Urano y Gea quisieran demostrar que su poder estaba por encima de todo, crearon otros hijos
de terrible aspecto: los tres Cíclopes primitivos, llamados Arges, Estéropes y Brontes, quienes tenían un solo
ojo redondo en medio de la frente y representaban respectivamente el rayo, el relámpago y el trueno y eran
inmortales.
Finalmente engendraron a los Hecatónquiros o Centimanos, tres hermanos con cincuenta cabezas y brazos
cada uno que se llamaron: Coto, Briadero y Giges. En este momento Urano que tenía todo el poder, decide
encerrar a todos sus hijos en el Tártaro, en el fondo de Gea, para que no vieran la luz.
Al ver a sus hijos prisioneros Gea decidió ayudarlos a vengarse de su padre. Ella lo propuso a sus hijos, de
modo que de sus entrañas hizo brotar una afilada hoz. Ninguno de sus hijos era capaz de acometer la
venganza, ninguno excepto Cronos, que tomo el hierro afilado y, cuando su padre fue a fecundar a su madre,
le cortó los testículos y los arrojo al espacio.
De la sangre que se derramó sobre Gea nacieron las tres Furias que viven en el infierno, los Gigantes, las
Meliadas y Afrodita. Cronos pidió el poder, por haber sido él quien derrotó a Urano y se convirtió en el
gobernante de los dioses con su hermana y esposa Rea como consorte y los otros Titanes como su corte.
LA DESCENDENCIA DE CRONOS
Ya siendo gobernante del Universo y tras haber traicionado a su padre, Crono temía que su descendencia
también hiciera lo mismo. Por ello aunque fue padre junto con Rea de los dioses Démeter, Hera, Hades, Hestia
y Poseidón, se los tragaba tan pronto como nacían. Cuando iba a nacer su sexto hijo, Zeus, Rea pidió a Gea que
urdiese un plan para salvarlos y que sí finalmente Crono tuviese el justo castigo a sus actos contra su padre y
sus propios hijos. Rea dio a luz en secreto a Zeus en la isla de Creta y entregó a Crono una piedra envuelta en
pañales, que éste tragó en seguida sin desconfiar creyendo que era su hijo.
Cuando hubo crecido, Zeus usó un veneno que le dio Gea para obligar a Crono a regurgitar el contenido de su
estómago.
Tras liberar a sus hermanos, Zeus liberó del Tártaro a los Hecatónquiros y los Cíclopes, quienes forjaron para él
sus rayos. En una gran guerra llamada la Titanomaquia, Zeus y sus hermanos y hermanas junto con los
Gigantes, Hecatónquiros y Cíclopes, derrocaron a Crono y a los otros Titanes. Tras esto, muchos de los Titanes
fueron encerrados en el Tártaro, pero otros no, (como Crono, Epimeteo, Menecio, Océano y Prometeo). Gea
engendró al monstruo Tifón para vengar a los encarcelados Titanes, si bien Zeus terminaría venciéndolo.
A partir de entonces quedó definitivamente consolidado el poder y la autoridad de Zeus sobre los dioses del
Olimpo y sobre el Universo Griego.

Mito mapuche de la creación

La cosmovisión mapuche explica que al principio sólo había aire y su dueño Ngen era un espíritu poderoso que
vivía con otros espíritus. Algunos de ellos disputaron su dominio y dijeron: “Nosotros mandaremos ahora porque
somos muchos y él está solo”. El más poderoso se enojó, reunió a los espíritus buenos que quedaban y apresó
a los malos. El dueño de los aires pataleaba y de rabia lanzaba fuego por sus ojos. Entonces, él y los demás
espíritus buenos escupieron a los malos y sus cuerpos se transformaron en piedras. El dueño las pisó y por su
pesantez cayeron, el aire se abrió y los espíritus se deslizaron rompiendo la bola que era la Tierra. Se
desparramaron los espíritus de piedra y se convirtieron en montañas. Los que no habían sido alcanzados por los
esputos, eran de fuego vivo y quedaron atrapados entre los pétreos. Como no podían escapar, lidiaban entre
ellos intentando salir. Al ser ígneos sus cuerpos, a veces reventaban y producían humo, el fuego y el ruido de las
montañas. Se piensa que aún esos espíritus malos continúan prisioneros. Pero el dueño del aire dejó escapar
entre las cenizas y el humo a otros espíritus menos malos que permanecieron suspendidos del cielo y que en las
noches brillan como luces por la incandescencia de sus cuerpos: son las estrellas.

Los espíritus lloraron muchos días y noches y sus lágrimas cayeron sobre las grandes alturas, arrastrando cenizas
y piedras, formando así los ríos y los mares. Los espíritus malos que quedaron dentro de las montañas son los
Pillanes que hacen reventar los volcanes.

Como no había nada en la Tierra, el espíritu poderoso envió a un joven hijo suyo y, a pesar de los ruegos de su
madre por impedirlo, lo empujó a habitar en ella. Después, tomó una estrella y la convirtió en mujer; la sopló
para que volara hasta el joven. La tierra estaba dura y las piedras le dañaban los pies, por eso el dueño de los
aires ordenó que naciera pasto muy blando y flores: ella, jugando, las deshojaba y entonces se convertían en
pájaros y mariposas, y los frutos que comía mutaban en árboles. El joven estuvo muy feliz con su mujer. El
espíritu grande hizo un hoyo entre los aires para mirar hacia la Tierra, y cuando lo hacía brillaba y daba calor.
También la madre posaba sus ojos por la hendidura dejando filtrar una luz blanca y suave.

Los espíritus de los volcanes seguían enojados, y uno se enamoró de la mujer, pero como no podía escapar de
su morada su rabia crecía. Este Pillán habló con una mujer, un espíritu malo, muy envidiosa, que se sacó un pelo
muy largo y lo lanzó fuera del volcán. Al salir, el cabello vivió y se convirtió en una culebra delgada que se arrastró
hasta donde dormían el hombre y la mujer como hermanos.

Algunos sostienen que cuando fueron creados estos primeros mapuches –que andaban desnudos porque Dios
quería ver si aguantaban el frío– había culebras que caminaban como ellos y que influyeron para que la gente
se cubriera el cuerpo con nalcas. Enojado, Dios castigó a las culebras quitándoles los pies, para que se
arrastraran.

El espíritu poderoso se enfureció también con el hombre y la mujer porque escucharon a la serpiente. Tembló
la tierra y rugieron los volcanes, todo lo creado fue destruido. Solo quedaron el hombre, la mujer y un copihue
blanco. Se cuenta que esta pareja tuvo descendientes: un tigre, un león y una zorra y otros vástagos llenos de
pelos que huían de sus padres. No había luz y reinaba el frío y la noche. La Luna abrió un hueco para mirar a su
hijo y dejó caer varias semillas que la mujer sembró. Tuvo después otro niño, un hombre muy bueno y bonito.
La mujer le cantaba tan lindo a este niño que el espíritu poderoso abrió un portillo para saber por qué la mujer
hacía eso. Todos los días se asomó a escuchar el canto y así volvió de nuevo la luz de oro, crecieron los árboles,
las plantas y las frutas. Pero los hermanos sintieron celos de este niño y uno lo mató, su sangre cayó sobre el
copihue y lo tornó rojo. Los hermanos y las hermanas se casaron con animales y tuvieron familia. De ahí
provienen los mapuches: valientes como el tigre y el león, y astutos y prudentes como el zorro.

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