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CAPÍTULO 3 – No como en la cueva de los ladrones (traducción)

¡Cuán bien le hacía! Cada día Tom podía experimentar lo importante que era para el rey pasar mucho
tiempo con él. Él, un ex ladronzuelo que ahora era hijo de rey. Entre cada visita podía jugar con los
otros niños. También estos lo quería y le mostraban todo lo que aún le faltaba por conocer. En vez de
decirle “idiota” o “cobarde” u otros insultos, tal como lo hacían en la banda de los ladrones, le decían
“¡nos alegra que juegues con nosotros!” o “¡lo has hecho muy bien!” o “¡ven, hagamos algo juntos!”
De esta forma Tom crecía cada día y se ponía más bonito. Él se había dado cuenta y se sentía cada vez
más fortalecido hasta que sus ojos llegaron a abrirse completamente. Esto sucedió de la siguiente
forma:
Una mañana estaban todos los niños desayunando y estaban todos muy alborotados. Algo había en el
ambiente, algo en el aire. Sus caras recién lavadas, brillaban de alegría al momento en que el padre
entró en la sala. Grandes fueron los gritos de júbilo, cuando anunció que el príncipe volvería pronto.
Los niños aplaudían, saltaban, silbaban, cantaban y ya casi no podían esperar el día en que el príncipe
llegase de vuelta. Con mucho fervor planeaban y se ponían de acuerdo en cuanto a la forma en que
colaborarían para la fiesta de bienvenida. Para Tom era todo un poco desconcertante. ¿Quién era el
príncipe? Nadie se hacía el tiempo para explicarle y el padre tan sólo había dicho misteriosamente entre
risas: “Ya lo verás”
Tom se dejó contagiar de toda esa alegría, ensayó los bailes y ayudó a recolectar flores. Cerros de flores
llevaron los niños y acopiaron frente a una grandiosa puerta con unos hermosos símbolos dorados. Los
otros niños le explicaron que se trataba del salón del trono. ¿Qué habría ahí dentro? La emoción de
Tom crecía cada vez más.

¡Finalmente había llegado el día! Todos los niños vistieron los trajes nuevos que habían recibido
especialmente para la fiesta. La gran puerta hacia el salón del trono estaba abierta de par en par, desde
dentro se oía música y muchísimas personas iban entrando. ¡Cuánto esplendor! Todo estaba
magníficamente adornado, lleno de color y brillo. Tom estaba asombrado por lo inmenso de aquel salón
y que pese a la cantidad de personas, aún había muchos puestos libres.
Pero todo esto era poco importante para Tom, porque adelante había un trono en altura, quedaba sobre
todos. Ahí estaba sentado alguien con una imponente mirada y con un brillo que salía a través de él que
era tan claro y fuerte que le provocaba desvanecerse de temor. Se tapó la cara con sus manos y cayó al
suelo. Alrededor del trono todo era brillo y luz y se escuchaba un susurro como de música. Todas las
personas en el salón cayeron al suelo y decían: “¡Sólo tú eres grande! ¡Eres majestuoso e incontenible!
¡Tú reinas por siempre y siempre!”

En ese momento habló el que estaba sentado al trono: “¡Levántense y acérquense hijos míos! Celebren
conmigo, el príncipe ha vuelto. Él ha vencido y conquistado. ¡Entrad en el gozo de vuestro padre!”
Esa voz le era conocida, pero acá sonaba como el ruido de muchas aguas. Con mucho cuidado, Tom
miró hacia adelante por entre sus dedos. Pese al refulgente brillo, pudo reconocerlo, se trataba de su
padre. En ese momento comenzaron gritos de júbilo y Tom celebró con ellos.
Cuando la alegría estallaba, entró el príncipe. Su traje era más claro y brillante que el sol y su grandeza
y belleza eran indescriptible. Se acercó al trono y cuando padre e hijo se abrazaron, todo el salón quedó
en silencio. El corazón de Tom ardía y le parecía que el amor entre el padre y el príncipe lo envolvía.
Después de un rato el padre habló lleno de ternura y orgullo acerca del príncipe: “¡Mi amado hijo!
¡Toma tu lugar, siéntate a mi diestra!” En ese momento comenzó a sonar una hermosa música de
muchos instrumentos y todos cantaron un cántico nuevo:

¡Qué maravilla de hijo!


Su amor es sin medida.
Con su vida pagó el precio.
Él nos transformó en hijos del rey.
¡Vive nuestro Señor!

¿El precio.....? ¿Pagó.........? Ya dos veces había escuchado en el último tiempo esas palabras. De algún
modo estaba Tom muy tocado. Cerró sus ojos y vió la imagen de un joven hombre colgando en un
árbol con su cuerpo ensangrentado y maltratado. Ladrones estaban alrededor de él y se reían con
maldad. ¡Pero si era el príncipe! ¡Cuán espantoso! Tom no deseaba seguir viendo aquello por lo que
abrió sus ojos. En ese momento vió al príncipe observándolo y este le dijo: “Si, yo fui el precio. Pagué
con mi sangre por tí, porque te prefiero a tí que a mi propia vida.”
¡Impresionante! ¿Eso había hecho por él este majestuoso príncipe? Tom estaba tan conmovido que
comenzó a llorar. ¿Cómo podría él agradecer suficientemente a su salvador?¿Cómo podría él, un
pequeño niño, demostrarle cuánto lo amaba? En ese momento habló el príncipe con voz en cuello:
“Deseo liberar a más gente cautiva. Todas las personas deben venir a este país de felicidad. ¿Quiénes
quieren ayudar?”
Ya no se contenía más, Tom se levantó y corrió entre la gente hacia el príncipe queriendo ser el
primero. Pero estando frente a él, le tiritaban las rodillas. Pudo ver cuan pequeño y débil él era. ¡Qué
ridículo! ¡Él no podría ayudar a este gran héroe!
Avergonzado, deseaba esconderse Tom entre la gente. En ese momento habló el príncipe: “Por su
puesto Tom que puedes ayudarme. No necesito a gente fuerte, sólo puedo llenar con mi fuego a los
débiles. ¿Quieres pelear con mi fuerza?”
Claro que eso era lo que quería. Tom sintió como el príncipe ponía su poderosa mano sobre su cabeza.
Sentía como le pasaba de arriba a abajo un fuego de gozo y poder que lo envolvía irresistiblemente y
atraía hacia el padre y el príncipe. Tom danzó y rió delante del trono como nunca lo había hecho. Y
todos bailaron con él. La fiesta era tan hermosa que Tom deseaba no terminase jamás. O ¿tal vez si? Es
que deseaba aprender a combatir y salir con el príncipe para traer a este maravilloso reino a más
personas. Pero, ¿cómo debía pelear? ¿Dónde lo aprendería? ¿De dónde sacaría armas?

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