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CAPÍTULO 4 – No como en la cueva de los ladrones (traducción)

En la noche tuvo una pesadilla, él se vio en medio de horribles monstruos con afilados dientes que lo
atacaban y querían hacerlo pedazos. Con toda su fuerza se defendía, pero todo era inútil. Justo en el
momento en que una gigantesca garra lo quería atrapar, gritó desesperadamente una palabra con toda su
fuerza. Como tocados por un rayo, cayeron todos los monstruos y Tom pudo pasar por sobre sus
cabezas y correr a casa. En ese instante despertó. Sintiendo aún miedo y temblando, Tom se preguntó
con asombro respecto de cuál sería esta poderosa palabra, capaz de vencer en un instante a esos
horribles seres.
“Qué bueno que ya está amaneciendo!” - Tom se fue rápidamente donde su padre. Todavía estremecido
por la pesadilla, Tom lo abrazó fuertemente y se refugió en sus brazos, además le contó todo lo había
ocurrido. “Sí” - afirmó muy serio su padre. “Ese es el enemigo. Él quiere asustarte.” Tom lo miró
temeroso. Es que el enemigo se veía tan poderoso y más terrible que la banda de los ladrones, además
eran tantos que parecían ser mayoría. ¿Con estos monstruos amenazantes debía él luchar? ¡Oh no, en
qué problema se había metido! El padre se levantó y puso al pequeño niño frente a sí. “Tom, tú sabes
que yo soy el rey y que tengo todo el poder y la autoridad.” “Sí, toda la autoridad.”, respondió Tom con
convicción al recordar lo ocurrido el día anterior: la sala del trono, su majestad y cómo la gloria del
padre había provocado que él cayera al suelo. Y ahora el niño estaba parado delante de él. Moviendo su
mano y mostrando algo, el padre habló con una voz como de trueno. “Mira Tom, todo esto me
pertenece, todo esto lo he hecho yo, y cada día yo estoy creando algo nuevo.” En ese momento y por un
instante, Tom pudo ver frente a sí un gran espacio: la tierra, las estrellas, el universo, el infinito. Él se
vio tan pequeño y sintió temor ante tan imponente rey, pero este lo tomó en sus brazos con mucho amor
y lo tranquilizó. “Tom, tú eres mi hijo y yo soy tu papá, confía en mí. Nadie puede apartarte de mí.
Vístete de mi amor como si fuese un abrigo, este te va a dar calor y te protegerá.” En ese mismo
momento salió de Tom todo el miedo que sentía y deseaba simplemente disfrutar un rato más la
presencia de su padre. “Ahora vete donde mi hijo, sé que tú querías aprender a luchar. Procura hacer
siempre lo que él dice, así podrás hacer grandes cosas. Estoy muy orgulloso de ti, hijo mío.” Al
escuchar estas palabras del rey, Tom sintió que creció al menos una cabeza de altura. “¡Oh si, aprender
a luchar, eso es entretenido!” Tom quería salir corriendo, pero recordó que tenía una nueva dignidad,
entonces caminó un poco más despacio hacia la salida. El padre se rió y le habló desde lejos: “No vayas
a olvidar que cada día te espero en este lugar”.
Directamente en la sala de enfrente ya estaban sentados esperando todos los que el día anterior se
habían alistado para luchar. “¿Qué hacen estos aquí?”, pensó Tom. No había ni un solo niño que
pareciese un héroe, al menos de la forma en que Tom se lo habría imaginado. Algunos eran más
pequeños que él, otros parecían enfermos o discapacitados y otros tenían una apariencia muy extraña. Y
para colmos, ¡incluso había niñas ahí! “¿Qué se han creído ellas?” Moviendo la cabeza, Tom se sentó
alejado de todos. “¿Qué dirá el príncipe acerca de este grupo?” Tom esperaba ansioso. Algo de frío
sintió en su pequeña silla.
Finalmente entró el príncipe y saludó amablemente a todos. “Me alegro acerca de cada uno de los que
aquí han llegado y están dispuestos a luchar junto a mí a favor de mi reino. Para comenzar, les he
traído zapatos nuevos, estos son los que necesitan para vuestro nuevo uniforme.” Para Tom era como si
después de un largo y frío invierno hubiese comenzado la primavera, todas sus dudas se disiparon. Otra
vez se sintió atraído hacia el príncipe, pese a esto se quedó sentado en su silla y tan sólo miró cómo el
gran príncipe se inclinaba ante cada uno de los niños ayudándoles a ponerse los nuevos zapatos.
También vio como con cada uno conversó brevemente, y como los tocaba cariñosamente y los
consolaba o animaba. Ver esto tocó profundamente el corazón de Tom y sintió mucha vergüenza por
haber pensado con menosprecio acerca de los niños. “Si el príncipe hubiera visto mis pensamientos....
¿puede él acaso ver tan adentro?.... y ¿por qué no se había sentado dónde los otros niños?” Enrojecido,
se balanceaba impacientemente en su silla, toqueteaba sus botones y esperaba con angustia.
Por fin se le acercó el príncipe. Tom no podía mirarlo a los ojos, él sintió cuando dos tibias manos
tomaron su carita y la levantaron. “Sí Tom, tus pensamientos hicieron doler mi corazón. Estos son tus y
mis hermanos y sobre ellos tú te levantaste con altivez, pero veo ahora que realmente sientes haber
actuado así y por eso ya te perdoné.” Ahora si Tom podía mirar al príncipe a los ojos, en estos encontró
tanto y tan profundo amor como el mar. El príncipe tomó a Tom en sus brazos. Tom lloró de felicidad
y esto no le causó vergüenza alguna.
Después de un rato, el príncipe le explicó: “aquí lo más importante no son los músculos o el aspecto
físico, sino que el corazón, si es que arde para mí y yo sé que el tuyo ya arde mucho. Sé también, que
tus experiencias con los ladrones fueron diferentes, pero vas a aprender a pensar completamente
distinto. Tom arrugó la frente y quería esforzarse enormemente para lograrlo. El príncipe se rió y dijo
“no temas, lo hago yo” y le acarició la cabeza con su mano. Así se le aclaró todo a Tom. Donde los
ladrones, sólo los muchachos que eran mayores, los más fuertes podían luchar, es decir, ir a un atraco,
pero nunca, jamás podían ser niñas. Estas solamente eran buenas para limpiar y lavar; gritar y chillar
todo el día; tirarse el pelo unas a otras y terminar siempre llorando por cualquier estupidez por más
mínima que sea. Pero aquí, al parecer, cada uno era necesario. ¿Cada uno? Sí, cada uno cuyo corazón
“arda” para mí, así dijo el príncipe. Tom nunca tuvo oportunidad de luchar junto a los ladrones, él era
muy débil y joven. Esto no evitó que él desde lejos observase siempre los entrenamientos de lucha, por
supuesto bien escondido por su propia seguridad. Los que entrenaban tenían que correr hasta caer
muertos, boxear, luchar con espadas..... con cruel dureza los más viejos les enseñaban a los más jóvenes
a pelear cuerpo a cuerpo. A veces Tom tenía que taparse los ojos porque no aguantaba ver la crueldad
con que los luchadores se revolcaban en el piso y se herían gravemente en una lucha descarnada hasta
que el jefe de los ladrones les daba la orden de terminar. ¿Cómo será aquí el entrenamiento? Se
preguntaba Tom. ¿Cómo podía él practicar? Como si pudiese leer los pensamientos de Tom, el príncipe
habló a todos: “Amigos, estoy seguro que quieren saber cuáles serán las armas con las que van a luchar
a mi lado. Esto lo sabrán enseguida. Yo tengo la única arma con la que se puede vencer todo el mal del
mundo. Esta arma es el amor. El amor penetra la coraza más dura y rompe los muros más gruesos. Yo
soy el arma más poderosa, pues yo soy el amor y ya triunfé. A pesar de esto, hay veces en las que sólo
muy pocas personas creen que yo vencí por ellos. Les cuesta creer y por eso los necesito a ustedes,
ustedes les pueden mostrar mi amor. Cada día pueden entrenar amar en este lugar. Mientras más respeto
tengan el uno por el otro y mientras más hagan el bien el uno por el otro, más serán como yo. En esto
consiste nuestro programa de entrenamiento. Solamente así podrán crecer, tener más fuerza para la
batalla y vencer. Todo esto era muy difícil de entender para Tom, pero tan sólo una cosa le era
importante: ser como el príncipe. Oh, sí, realmente anhelaba esto Tom. ¡Ser como él!
Cuando se acordaba del jefe de los ladrones, pensaba en como siempre era grosero, brutal y que nadie
quería estar cerca, que en cualquier lugar donde aparecía sembraba miedo y dolor. En comparación, su
ahora nuevo “jefe” era completamente distinto, todos se alegraban cuando llegaba el príncipe y todos
se agolpaban alrededor de él. ¿Qué era lo que tanto le fascinaba del príncipe? Tom no lo podía expresar
en palabras, aún así, quería saberlo. Solamente tenía que conocerlo más, después de todo, quería ser
como él. Como él, ¿era esto posible?

Correcciones
Directamente → eliminaría esta palabra y solo diría: En la sala de enfrente
hay veces → hay ocasiones (suena mejor)

El resto eran solo correcciones ortográficas, acentos mal ubicados etc.

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