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MARCOS AGUINIS
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de ser argentinos
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El atroz encanto de ser argentinos
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CAPÍTULO II
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Defectos que cuestan
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ca contenía elementos autoritarios, jerárquicos y
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conservadores. La no ibérica apostaba a la demo-
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cracia, el progreso y los derechos individuales. La
ibérica era fatalista, desdeñaba el trabajo físico
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y consideraba a la Corona (el gobierno o el cau-
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dillo) fuente de todos los bienes. La no ibérica
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promovía la iniciativa personal y las instituciones
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republicanas.
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La Independencia, paradójicamente, favoreció
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de pertenencia.
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no, Rivadavia). Las guerras contra la metrópoli
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determinaron que se rechazara aquello que evo-
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case la época del dominio español. Pero en las
zonas rurales y muchas ciudades del interior, la
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herencia de tres siglos coloniales no pudo ser
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disuelta de la noche a la mañana por los modelos
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anglosajones y francés. Por eso, cuando el avan-
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ce modernista (no ibérico) fue detenido por el
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gobierno de Rosas, se habló de restauración: la
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pero esta clase hacía negocios con Gran Bretaña y
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cultivaba el refinamiento francés. Era propietaria
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de medio país, pero residía en palacios de la Capi-
tal Federal. Se decía nacional y a menudo actuaba
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como liberal. O se consideraba liberal y de liberal
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sólo tenía el nombre.
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En fin, vemos que se cruzaban las líneas, como
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sucede hasta hoy. Muchos se desgañitan como
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fanáticos del movimiento popular, pero favorecen
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la polarización de la riqueza…
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singular y estúpida como casi todas las guerras.
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Nos infligimos un desgaste perpetuo. No tenemos
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la calidad de vida que deseamos, ni la eficiencia,
ni la decencia, ni la seguridad tan necesarias por-
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que nosotros, los mismos argentinos, fallamos en
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muchas cosas. No se trata de sentirnos culpables,
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sino de asumir el diagnóstico. Sólo si la sociedad
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asume en forma decidida y compacta el diagnós-
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tico, estará más cerca de elegir buenos dirigentes
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rias, sino en décadas, en un tiempo relativamente
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breve. Insisto: ¿hemos mejorado nuestra menta-
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lidad? Bueno, para ser franco, creo que sí. Diga-
mos… un poco. Nos falta, pero reconozcamos
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que la tendencia se ha modificado. Para bien.
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Venimos sufriendo desde que empezó la
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segunda mitad del siglo XX: ya vamos para la ter-
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cera generación de desgraciados. Si algo enseña
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en la vida es el sufrimiento. Ernesto Sabato, en un
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nace…
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tes) porque ya nos dimos cuenta de varias cosas:
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“nuestro destino de grandeza” es puro verso, Dios
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no es argentino y suena a disparate afirmar que
la Argentina es el mejor país del mundo; tam-
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bién coincidimos en que fue horrible publicitar
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que “somos derechos y humanos”. Este cambio
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refleja maduración. Nos reímos de nosotros mis-
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mos, lo cual era rechazado hasta hace poco debido
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a un sentimiento nacionalista parroquial. Incluso
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ganado flexibilidad.
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cultivo, sino a los lazos con el poder. La clase
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terrateniente usufructuó extensiones que regaba el
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cielo y donde bastaba dejar crecer solo al ganado.
Uno era estanciero por herencia. Prefiguraron a los
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sheiks del petróleo, porque no se les ocurría reinver-
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tir sus fortunas en el desarrollo del país. Como los
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sheiks ahora, se dedicaban a un lujo desenfrenado
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e irresponsable. El trabajo, el riesgo empresarial, la
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imaginación al servicio de la modernización y el
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Desde niños nos enseñaron que la pampa
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húmeda fue una bendición, porque nos convirtió
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en el granero del mundo y generó la opulencia.
Pero ahora podemos decir que también fue una
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maldición, porque amamantó dirigentes miopes y
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perezosos. Gozaron lo que gratuitamente ofrecía
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la tierra y quisieron seguir gozando de la misma
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forma, luego, con el Estado. La producción argen-
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tina pasó de una teta a la otra. Regía –rige– la
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una sobrevaluación de la moneda argentina y una
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desenfrenada especulación. Se nos identificaba en
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el extranjero por la voracidad compradora y una
atropelladora soberbia en el trato. Dimos la ima-
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gen de gente ordinaria, irrespetuosa y ciega en
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cuanto al límite entre lo legal y lo ilegal. Eran
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tiempos de profunda escisión psicológica, de
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siniestros cruces entre el júbilo y la tragedia.
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Mientras algunos celebraban el Mundial de Fút-
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aires de hidalguía y cerebro de mosca. No supi-
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mos o no pudimos hacerlo desaparecer, porque
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retornaba –retorna– con demasiada fuerza.
Repito una y otra vez que es maravilloso ser
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argentino por lo mucho que atesora nuestro pue-
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blo y nuestro país. Pero –también repito– es atroz.
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Apretemos los dientes y sigamos explorándonos.
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Tengo fundadas esperanzas de que a mediano pla-
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zo nos irá bien, que la Argentina tiene futuro. No
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Es innegable que numerosos compatriotas se
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esmeran en cometer travesuras dentro y fuera del
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país que revelan un arraigado conflicto con la ley,
falta de respeto hacia los demás, egoísmo, sober-
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bia. En algunas partes nos hacen burla con cariño
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y en otras nos atacan con odio.
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Hace poco recibí un texto que se difundía en
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forma anónima por correo electrónico y, pese a
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mi búsqueda, no conseguí localizar al autor. Es un
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CONDUCIENDO:
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ganar.
El uso indiscriminado de la bocina es capaz
de disolver el tráfico de avenida Córdoba a las
seis de la tarde.
La ley de la masa es válida. Por ejemplo, si
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Lea la nueva ley de tránsito: las bicicletas,
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ciclomotores y motos pueden circular como se les
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cante y en el sentido que se les cante; el casco
puede ser llevado en el codo, para que los cabe-
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llos disfruten de la brisa.
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El peatón tiene derecho a nada, pero cruza por
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donde quiere. Si usted tiene la cuota del seguro al
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día, píselo; eso le enseñará a respetarlo.
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Las rayitas blancas en la esquina son para
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EN EL BAÑO PÚBLICO
No presione ningún botón, a ver si se ensucia
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o acalambra los dedos.
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Se asume que en todos lados hay papel, jabón
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y secamanos, y que todo funciona a la perfec-
ción.
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Use toooodo el papel que quiera; el que lo
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sigue a usted no lo necesitará.
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Arroje toooodo ese papel al inodoro. La físi-
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ca moderna ha demostrado que se desintegra en el
agua.
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EN LA VIDA COTIDIANA
Si llueve y tiene paraguas camine debajo de
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se le moje… el paraguas.
Si no tiene paraguas y se largó a llover, corra
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ro al que llama da ocupado, insista de nuevo una
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y otra vez. Los que están esperando en la cola no
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tienen nada que hacer.
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EN SU CASA
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Si vive en el último piso no olvide, antes
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de tomar su ascensor, llamar a todos los demás
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ascensores, así los que están abajo y quieren subir
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tienen tiempo, mientras esperan, de reflexionar
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cualquier hora.
Decir “buen día”, “permiso”, “disculpe” y “gra-
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EN LA OFICINA
Tenga en cuenta que las cerraduras fueron
creadas por un resentido social que quería inven-
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tar una prueba de ingenio.
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Todo es de propiedad pública, aun las perte-
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nencias de los que trabajan allí. ¿Se olvidó de
comprar cigarrillos? No importa: siempre hay
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otro amable fumador al que no le cuesta nada sos-
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tenerle el vicio durante ocho o nueve horas.
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Si usted fuma, cierre las ventanas, así el resto
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comparte el humo que producen sus generosas
pitadas.
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naron y consolidaron ese repugnante estereotipo.
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Sufren su presencia y malsano rebumbio. La gen-
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te de bien los detesta; y esta gente de bien confor-
ma el yacimiento de reservas morales que termi-
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narán sacando a la Argentina del pozo (deseamos
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y esperamos).
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Pero, otra vez pregunto: ¿de dónde nos llega el
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horrendo perfil que produce vergüenza?
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Son muchas las raíces. Entre otras, vislumbro
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y no son iguales).
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de los demás. Por ende, no contribuye a la estabi-
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lidad política ni social. Presenta resistencia a los
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engranajes de la democracia por la sencilla razón
de que ésta impone reglas comunes, que van con-
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tra el sentimiento profundo que caracteriza al
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individualismo antisocial. A veces estas reglas
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son sentidas como un ataque al orgullo y suena
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más digno violarlas que someterse.
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En los Estados Unidos, por el contrario, su
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instituciones y los programas. En cambio el his-
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pánico lo hace sobre las personas concretas, su
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seducción y carisma.
Las consecuencias van más lejos aún.
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El individualismo verticalista fija la lealtad
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hacia un hombre, una lealtad que produce ceguera
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respecto a las fallas o traiciones que ese hombre
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comete. En cambio el otro individualismo favore-
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ce el sentimiento de comunidad y de nación, que-
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se la pasó transigiendo.
Simón Bolívar lo ha expresado con filo de bis-
turí: “En América no hay fe entre los hombres y
sus naciones. Los tratados son papeles; las consti-
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tuciones, libros; elecciones son combate; libertad,
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anarquía. Y la vida, un tormento”.
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En conclusión, predomina en nuestra mentali-
dad un individualismo poco fecundo, porque esti-
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mula una incesante hostilidad que impide acer-
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car hombros y reconocer en el otro un modelo, un
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colega o un auxiliar. Tenemos dificultades serias
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para trabajar asociados. Lo ejemplifiqué en Un
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país de novela con un paralelo que suena a chiste,
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