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Pablo Urbaitel
La clase es el escenario sobre el que vamos a centrar nuestra mirada en como docentes.
Trataremos de conocer, entender, analizar algunos rasgos de la vida cotidiana 1 en las
aulas. Intentaremos capturar a los sujetos particulares en el interior de una realidad
concreta que les es propia, en donde se configuran sus prácticas, relaciones y
significaciones. Las clases se caracterizan, desde nuestra perspectiva, por su
complejidad, podríamos pensarlas como un campo (Bourdieu: 1995) donde un conjunto
de diversos actores se interrelacionan. Procuraremos, por lo tanto, pensar a los sujetos
actuando en la escena escolar adoptando posiciones, formando parte de una red de
relaciones.
1
La cotidianeidad no tiene un "sentido" autónomo. La cotidianeidad cobra sentido solamente en el
contexto de otro medio, en la historia, en el proceso histórico como sustancia de la sociedad.
a) La materialidad se define por la arquitectura, el mobiliario, los recursos que posee cada
sala y por el modo en el que sus actores la habitan. El espacio escolar no es simplemente
un contenedor pasivo y neutro, vacío de significados y contenido. “Socializa, educa,
condiciona –es decir, facilita o dificulta, hace posible o imposible– las interacciones, líneas
y modos de comunicación en el aula y en el establecimiento docente” (Viñao, 2008:16).
En cierto modo constituye un campo de fuerzas materiales y sociales cuya configuración
se articula, entre otros aspectos, en torno a la dialéctica entre lo abierto y lo cerrado –su
porosidad y accesibilidad o comunicación con el exterior–, lo interno y lo externo –lo que
está dentro y lo que está fuera–, lo común y lo asignado a una función, a una persona
determinada o a un grupo específico de personas.
Entendemos que las arquitecturas, los escenarios escolares son espacios con una fuerte
carga simbólica, puesto que representan y reproducen una cierta concepción de
educación, un modelo de organización social y unos modos de establecer relaciones de
poder que posibilitan que los distintos actores educativos se apropien de la clase.
Pensemos en la disposición de los espacios, su tamaño, el mobiliario, la distribución de
los bancos, los pizarrones, las imágenes que aparecen en sus paredes, los aparatos
tecnológicos que podrán estar en su interior (los oficiales: los que autoriza la institución y
los otros, los contrabandeados o los no totalmente aceptados por la lógica institucional).
Todos estos elementos nos ofrecen claras señales de un modo de concebir la escuela y la
clase.
Nos encontramos así con un tiempo reglado que establece una determinada rutina que
estructura, entre otras cosas: la extensión de la jornada escolar, las secuencias de trabajo
y descanso. Este devenir escolar con la misma organización diaria, semanal y anual,
brinda tiempos cíclicos que en su mecánica repetición, basada en el continuo retorno,
permiten convertirlas en rituales conforme a un orden formal que llega a interiorizarse.
Además debemos entender que se trata de un tiempo específico que marca una
diferencia con la experiencia del tiempo propia de la vida cotidiana.
Escolano (2000) explica que el sistema de organización temporal fue diseñado para que
los alumnos al experimentar los horarios escolares, internalicen las primeras pautas
organizadas del tiempo (junto a las que aprenden en la convivencia familiar). De este
modo, los tiempos escolares, las horas y los días, se constituyen en marcos de
aprendizaje y en mecanismos para la autorregulación de los comportamientos de la
infancia y la juventud. El cronosistema escolar sirve así para ajustar el “reloj biológico” y
los biorritmos particulares a las pautas temporales del sistema social y cultural2.
2
Hay que resaltar el papel que las estructuras temporales de la escuela han jugado como
microsistemas de control. Las pautas basadas en la regularidad o el ritmo del tiempo, diseñadas
sobre duraciones muy cortas y repetitivas en la escuela, son mecanismos de control institucional
que tienen muchas semejanzas con metodologías de producción y de uso de la temporalidad
propios de la industrialización de los siglos XVIII y XIX como el taylorismo. Estos usos del tiempo
han configurado un orden escolar uniforme y rígido que induce comportamientos disciplinados y
asegura la acomodación de éstos a los imperativos de control social.
c) La estructura de comunicación y relación entre los actores educativos es el pilar de la
clase que permite darle vida a la cotidianeidad escolar. Se vincula con las relaciones con
relaciones de saber, de poder y de autoridad definidas previamente a que docentes y
estudiantes ingresen, como así también a todo lo que sucede más allá de las pautas
definidas con anterioridad. Se liga, además, a circulación de la palabra entre los sujetos
que participan de la misma, a las vinculaciones y a las prácticas que se producen en el
aula. En síntesis, son las múltiples relaciones que se establecen entre los docentes, los
alumnos y el conocimiento, situaciones tan arraigadas que suelen pasar inadvertidas.
Jackson (1992) realiza un valiosísimo aporte a los estudios de la vida cotidiana en el aula
describiendo y analizando algunos rasgos y hechos aparentemente triviales que ocurren
en el aula que nos resultarán de utilidad para pensar la escuela contemporánea. Cada
uno de estos hechos, aunque aparentemente obvios, merecen una cierta reflexión porque
contribuye a que comprendamos la forma en que los alumnos sienten su experiencia
escolar y la abordan.
La obligatoriedad de la asistencia diaria (deben estar allí les guste o no les guste), la
prolongada jornada escolar y la uniformidad de cotidianeidad son elementos claves, en
tanto condicionan la vida en las aulas. Podríamos decir que es el ámbito en el que más
tiempo pasa un estudiante, casi la misma cantidad de horas que en el dormitorio (lugar en
que duerme). Se trata de un entorno estable, en donde los objetos físicos, las relaciones
sociales y las actividades principales siguen siendo las mismas día tras día, semana tras
semana e incluso, en ciertos, aspectos, año tras año. Como se señala Jackson (1992) es
un ámbito caracterizado por la repetición, la redundancia y la acción ritualista.
Para explicar el carácter ritualista Jackson (19992) señala: “Pese a la diversidad de
contenido de las materias, las formas identificables de actividad en clase no son muy
numerosas. Las denominaciones: “trabajo individual”, “debate en grupo”, “explicación del
profesor” y “preguntas y respuestas” (en donde se incluirá el trabajo «en la pizarra»)
bastan para clasificar la mayor parte de lo que sucede durante la jornada escolar”.
(Jackson, 1992:48)
Todas las actividades se ejecutan conforme a unas normas que suelen ser precisas y que
supuestamente entenderán y obedecerán los alumnos. Por ejemplo, no hablar en voz alta
durante el trabajo individual, no interrumpir a alguien durante los debates, atender al
propio papel durante los exámenes, alzar la mano cuando se quiere formular una
pregunta, regulaciones que son cada vez más difíciles de sostener en la aulas actuales.
La espera es otro componente privilegiado del trabajo en clase. Uno de los resultados
inevitables del control de la distribución de la palabra es la experimentación de la demora.
En situaciones de hacinamiento en donde las personas se ven obligadas a esperar su
turno para hablar o esperar a que otros hayan terminado su tarea aprender a constreñir
deseos y ejercitar la espera son habilidades necesarias para ejercer el oficio de alumno.
Una virtud que, también, se desea que tengan los estudiantes es la paciencia. En un
cierto sentido tienen que aprender a sufrir en silencio. En otros términos, se espera de
ellos que soporten estoicamente los continuos rechazos, demoras, e interrupciones de
sus anhelos y deseos personales. Pero la paciencia es más un atributo moral que una
estrategia de adaptación. No se pide a una persona que “lo haga”, sino que “lo sea”. En la
lógica escolar un hombre paciente es el que no actúa de una determinada manera,
incluso aunque lo desee. Es aquel que puede soportar la tentación de gritar o de quejarse
aunque ésta sea fuerte. Así la paciencia se refiere sobre todo al control del impulso o a su
abandono. Sin embargo, estos atributos deseables para el trabajo áulico: demora, espera
y paciencia son elementos que cada vez cuesta más sostener en un contexto
caracterizado por la inmediatez, el hedonismo, la sobre-estimulación, la primacía del
derecho a opinar.
Son estas relaciones las que le dan vida a la clase. Por lo tanto, son los modos vinculares
entre los distintos actores educativos los que organizan los diferentes estilos que se
producen en las formas de habitar el aula. Pensemos en la circulación de la palabra entre
los sujetos que participan de la misma. Las maneras de disciplinar los cuerpos en la
cotidianeidad escolar, la transmisión de conocimientos, la forma en la que se regulan las
normas. Los vínculos que se producen en un contexto de simultaneidad de acciones, la
inmediatez, la imprevisibilidad, la soledad social y las prácticas redundantes y ritualistas.
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