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Pontificia Universidad Católica de Chile


Facultad de Letras
Teatro chileno e hispanoamericano
Profesora Pía Gutiérrez
Ayudanta Javiera Brignardello
José Navarro
2018 06 28

¿Locos?
Sangre de la historia
Teatro como manicomio en Historia de la sangre

Este trabajo pretende explorar la construcción discursiva del psicótico en la obra Historia de
la sangre, según su versión fragmentaria publicada en Youtube por Teatro la Memoria. No
prestaremos atención al hecho de que el texto esté basado en testimonios de crímenes
pasionales reales, de los que el espectador pudiera o no estar al tanto. Nos fijaremos
simplemente en la manipulación de estos textos: la construcción simbólica que se lleva a cabo
a través de representaciones corporeodiscursivas.
Patrones de voz maquinizados, jerarquizados, enloquecidos en bucle. Esquematizados
por sobre la artificialidad teatral común. Gestos de voz de locura para cada personaje, que se
repiten, se repiten y se repiten. Repetición de intensidades que junto a la exoticidad del
vestuario convierten el escenario en museo de locos. Se entiende que el escenario es un
montaje, que si estos personajes contaran su historia en la realidad, sólo lo harían estando
encerrados.
Hay aquí dos sangres. Sangre personal, sangre del muerto, sangre de la familia; y sangre
de la Historia, del Estado, del Juez. El juez somos nosotros, el público que recibe el testimonio
y tras pocos minutos se convence: sí, estos son locos, locos de remate. Y estos locos conectan
ambas, a través de su crimen. La conexión es la sangre al derramarse.
Primer discurso de loco. Hombre abigotado vestido de mayordomo con bandeja
plateada en las manos: “¡Chileno, chileno! ¡Por la sangre! … O sea, que mi papi no me
reconoció … pero yo lo reconocí a él … y la banderita me brillaba bonita pue. ¡Viva chile!
¡Viva Hitler!” ¿Es sirviente de alguien? ¿De quién? Padre no tiene: ¿de Chile, de Hitler? ¿De
la ley? De una ley: ten un padre. “¿Saben? Mi papi me dijo que yo iba a ser feliz”. La idea de
felicidad se construye inseparable de la idea de padre. Luego él mismo es padre. ¿Por qué mata
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a sus hijos? “Yo no quería que mis hijos tuvieran un papito nuevo”. Se representa el crimen
como consecuencia de su falta, exagerada al máximo. ¡Pero “viva Chile! ¡Por la sangre!” Por
la sangre nos enseña su ley, la de los padres de la patria, país autoritario para pueblo de padres
ausentes. Por la sangre inevitablemente ascendemos a la historia que construye a todos, que
construyó todo, que conecta a todos los padres. Se produce este movimiento genealógico, de
una violencia familiar ya naturalizada (abandono familiar) hacia la naturalización de la
violencia nacional, estatal (segregación, nazismo, gobierno autoritario disciplinar, encierro).
La joven morena que baila en sostén y calzón detrás de una pantalla: mueve las manos
hacia adelante y atrás de su cabeza, con un dedo levantado. Ocupó el lugar de ‘la señora’,
“echpa en su cama, el pelo mojao, hablando por teléfono” y ella se enojó, la retó, la joven tuvo
que huir. ¿Fue que hablara lo que más le molestó? Huyó entonces al centro. “Parece que tuve
relaciones sexuales, con un civil, y un carabinero parece. El civil me dio asco, el carabinero no.
Me sentí patriota” A través del símbolo patria se identifica con la violencia que le es ejercida,
con su probable violación, prostitución —mientras otro personaje susurra “violaron a una niña
chica”— se siente orgullosa. Quiere no ser mapuʃe, no le gusta la ropa, “Porque soy ʃilena”,
chilena pero con el alófono [ ʃ ], que no van a dejar de apuntar con el dedo. Adhiere al gran
Estado que ha aniquilado su pueblo, porque tiene una ley que dice que es mejor. Pasa a
identificarse con el ejecutor simbólico de Violencia. Ella tan sólo ocupó el lugar de la señora,
“echada en su cama”, el lugar confortable que sale en la tele, ese al que nos dicen siempre que
tenemos que aspirar.
La chica del peinado, vestida como muñeca: cierre y liberación glotal, una /a/ chillona
y forzosa al comienzo de cada frase. “/a/La verdad, es que me habría gustado teñirme el pelo…
/a/pero ahí… /a/capáh que mi papi me hubiera ahorcao, ¡/a/me ahorca! … a elloh leh guhta
mucho la carne, igual que a mi papi, ¡/a/a mí me guhta la cazuela! /a/Pero a mi papi, hace purah
parrillá. /a/Pura carne”. Si comete un crimen, si corta un cuerpo con un cuchillo, repite
únicamente el gusto de su padre, a ella no le gusta la carne. Corta carne para darle a su papi,
carne que debe, “/a/porque soy mujer”. Cómo aprendió esta joven a poner el grito /a/ ante cada
frase? ¿Qué golpiza lo hizo incorporarlo a tal punto?
Aquel que come todo el día carne, el padre de los padres, puede decir “matar a los que
son como yo es crimen”, porque él tiene el poder del cuchillo. ¿Y de quién es la carne que
comes? Denme más carne, responde él.
La locura se construye con la repetición excesiva, exagerada, de ciertos gestos, vocales,
corporales. Pero son estos siempre gestos heredados, aprendidos de un padre, gestos de
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violencia aprendidos por la sangre. Gestos de violencia que se remontan al mercado, al mass
media, a la constitución, a la autoridad de la patria y el deber cívico.
Valga quizás la pena repetir la enseñanza “Sobre el pálido delincuente” de Zaratustra a
estos Estados de violencia punitiva, a sus pueblos que la respaldan:
“Después de aquel momento, pues, se vio siempre como autor de una sola
acción. Demencia llamo yo a eso: la acción se invirtió, convirtiéndose para él
en la esencia. … Lo que él sufría y codiciaba, esa pobre alma lo interpretaba
para sí, —lo intepretaba como placer asesino y como ansia de la felicidad del
cuchillo. A quien ahora se pone enfermo asáltalo el mal, lo que ahora es mal: el
enfermo quiere causar daño con aquello que a él le causa daño” (Nietzsche 86).
Primero el sujeto reproduce las mismas violencias que le son ejercidas, este es el crimen. Luego
vuelve a reproducir, esta vez su propia violencia, para sí mismo, en un régimen simbólico y
lingüístico eterno, esta es la locura. Pero esta última va siempre respaldada por la sociedad, que
repite su crimen, desechan su nombre propio y lo reemplazan por el nombre de su crimen: la
descuartizadora. ¡Apuntemos, pues, con el dedo! ¡Porque no somos ella!

Bibliografía
Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza,
2017.

En esta obra no hay acción, sólo deambular de los personajes por el escenario mientras narran,
cada uno por separado, su testimonio.

opazo: “¿qué ética de la representación aparece en su escritura?” (78)


“el actor invade un espacio ajeno (la población), elabora un inventario de usos y costumbres
(las prácticas sicotrópicas del Tercer Mundo), e impone, desde su posición de privilegio, un
modelo taxonómico que concibe al sujeto marginal como una entidad monolítica (a su juicio,
existe un ‘flayte de verdad’) (82).
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“... los niños flaytes pueden oler, incluso palpar, los objetos que desean” (86) ¿y dónde en el
texto dice que esos son los objetos que desean?
“Se trata, más bien, de una pobreza nómada que se disemina por las calles de la urbe: erra
inscrita en los perfumes falsificados … en los atuendos Calvin Klein … en los semáforos de la
Gran Avenida o de Santa Rosa” (87)

“el de HP es un cuerpo desplazado, callejero, y su marginalidad radica en tener la necesidad de


ocupar aceras, calzadas y parques en una urbe edificada desde la privatización de los espacios”
(99)

“el arrebato de ambos consumidores revela que el goce anhelado no está ni debajo de la cáscara
del Kínder Sorpresa ni debajo de la piel de HP, sino en el efecto publicitario de su envoltorio:
el papel metálico de colores … y los jeans Calvin Klein” (101).

-teatro les da un espacio, pero un espacio irreal, ideal, exclusivo para la representación del loco
-imagen publicitaria del loco. Opazo: la imagen del loco en el mass-media refuerza la estructura
de consumo del Neurótico, que se complace en desear lo que le dicen. Refuerza la estructura
de prejuicios y estereotipos, para el marginado.
-la marginación se concibe, produce, reproduce y fortalece, todo desde el mismo lado de la
barrera divisoria de alteridad: el lado del que apunta con el dedo, del que enseña a apuntar con
el dedo. se crean características arbitrarias para una fachada marginal, que pasa a ser
equivalente a la raza, símbolo de una supuesta ‘corporización de identidad colectiva’. Forma
de hablar, forma de vestir son en Historia de la sangre y HP (Hans Pozo) una apariencia
simbólica, producida puramente desde este lado del río, por oposición al propio cuerpo
caucásico burgués. Así indio, psicótico, flaite, se crean como apariencias para apuntar con el
dedo, y así mismo fortalecer las imágenes y mecanismos de la maquinaria capitalista.

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