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LA IZQUIERDA DIARIO

Política
OPINIÓN

Cambiemos: ¿una nueva


hegemonía?
Lunes por la madrugada, se cierran los ojos trasnochados e irrumpe, una vez más, la
pregunta maldita: ¿qué es esto? Una parte de la oposición al cambiemismo tuvo
sensación de déjà vu, de casa tomada, de incomprensible fiesta del monstruo.

Fernando Rosso
@RossoFer
Jueves 24 de agosto | Edición del día

Si la previa a las PASO estuvo sobrecargada de cierto exitismo por la presunta


derrota que sufriría el oficialismo, luego de las elecciones emergieron análisis
que sobredimensionan el volumen y la densidad de la fuerza política que
nacionalmente salió triunfante.

El nacimiento de una nueva hegemonía, que estaría tiñendo el mapa argentino de


un amarillo furioso fue anunciado por el siempre agudo y controversial José
Natanson en el diario Página 12. Pablo Semán también acuñó el concepto
en Panamá, mientras que Jorge Aleman lo puso en cuestión desde un pos-
posmarxismo que asevera que lo que verdaderamente existe, antes que una
hegemonía, es una trágica dominación biopolítica que ya no crea a los
sepultureros del capital, sino que produce en serie a inconscientes suicidas. Por
último, Julio Burdman no lo dijo pero lo insinuó cuando afirmó que Cambiemos
estaba en proceso de consolidación de un nuevo partido histórico.

Estas lecturas son útiles para equilibrar los simplismos que reducen todo al
“Macri basura, vos sos la dictadura”, “ganaron los boludos” o la insoportable
levedad a la que estaba condenado el gobierno de los CEO, por obra y gracia de
vaya a saber qué astucia de la providencia. Pero inferir de los resultados de las
primarias que hay en curso la formación de una nueva hegemonía nos parece un
poco mucho. O, de mínima, prematuro.

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Existe un largo y espeso itinerario del concepto de hegemonía desde los
tempranos debates entre los marxistas rusos de principios del siglo XX, pasando
por su transformación y ampliación en Gramsci hasta llegar a la deformación del
posmarxismo de Ernesto Laclau y sus epígonos. Puede sintetizarse como aquella
articulación en la que el interés particular de un grupo dirigente (o fracción de
clase) logra imponerse -más o menos voluntariamente- como el interés universal.
Este convencimiento puede tener lugar por diversas razones. Pero nunca puede
reducirse a la esfera ideológica o de las superestructuras políticas y alcanzar una
autonomía absoluta de las determinaciones económicas. Gramsci define que la
hegemonía “si es ético-política no puede no ser también económica, no puede no
tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejercita en el
núcleo decisivo de la actividad económica” (Cuadernos de la cárcel, C13 §17).
La zona núcleo es 100% verde-amarela, pero al país sojero se lo puede acusar de
cualquier cosa, menos de nobles pretensiones hegemónicas. Digamos todo.

Y más allá del fantasma agitado en las elecciones con las supuestas tempestades
que desataría algún resultado, la economía macrista tiene sus problemas y
desequilibrios endógenos de compleja salida en el mediano plazo.

El Nagasaki violento del peronismo, expresión de una crisis de dimensiones


históricas, no convierte al macrismo en el triunfador infalible que sólo debe
sentarse a esperar el devenir de su edad de oro o sus “30 gloriosos”.

¿Qué hay de nuevo, viejo?

Primero los datos duros. Cambiemos es una primera minoría que mantuvo su
caudal de votos durante el año y medio transcurrido. Obtuvo el 34,15% en las
presidenciales generales de 2015 y en las recientes primarias alcanzó el 35,90% y
paró de contar. Aún se desconoce el resultado final en la madre de todos los
escrutinios. Su crecimiento fue de un “contundente” 1,75%. Venció en diez
provincias y perdió en trece, empató en la más importante: Buenos Aires. Perdió
en la tercera, según el padrón: Santa Fe. Equiparar a la primera minoría cómoda
con la absoluta mayoría abrumadora es un pecado de leso impresionismo.

Inmediatamente después del largo 13A, las comparaciones con las anteriores
elecciones de medio término se multiplicaron. Con las de Raúl Alfonsín de 1985,
Menem de 1991 y 1993 y con las de 2005 de Néstor Kirchner. El triunfo del
caudillo radical fue pírrico y comenzó su deriva dos años después. Kirchner salió
victorioso cuando la crisis (y Eduardo Duhalde) había hecho el trabajo sucio, con
un potente viento de cola internacional y pivoteando la escena para contener al
contencioso país que estalló en 2001.

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El género próximo con el que corresponde cotejar a la actual coalición de
gobierno es el menemismo: su programa neoliberal y objetivos de
contrarreformas estructurales son similares. Menem alcanzó a imponer algo
parecido a una “hegemonía” luego de ciertos avances que Macri todavía está
lejos de lograr.

Previo a la consolidación del Plan de Convertibilidad –en abril de 1991–, Menem


lidió con bruscos vaivenes de la situación económica que a los tumbos pudo
estabilizar. Arribó a sus elecciones de medio término con un cambio cualitativo
de las relaciones de fuerzas sociales y políticas. Derrotó las grandes huelgas que
enfrentaron el festival de privatizaciones de YPF, los ferrocarriles o los teléfonos,
entre otros. Contó con la colaboración indispensable de la dirigencia sindical
“participativa” al precio de cooptar y adornar jugosamente a sus aparatos.

Pero además, existieron dos factores adicionales que contribuyeron a las


condiciones de posibilidad de éxito del programa y la hegemonía menemista: el
contexto internacional de un neoliberalismo que aún gozaba de buena salud y
habilitó un ciclo de negocios con el arribo masivo de capitales al país, y el
elemento disciplinante de la reciente hiperinflación que agobió a los argentinos y
condujo casi a la impotente disolución social.

En las primeras elecciones, Menem obtuvo el respaldo de los sindicatos y las 62


Organizaciones realizaron un acto en apoyo a Duhalde, candidato del
justicialismo en la provincia de Buenos Aires.

El reciente triunfo de Cambiemos (si no varía sustancialmente en el segundo


tiempo de octubre) es bastante menos intenso. Consolidó los avances de sus
puntadas “gradualistas” (pérdida del poder adquisitivo del salario, caída del
empleo, endeudamiento salvaje que hipoteca el país a largo plazo y a la vez
lubrica la coyuntura) pero está aún a una distancia considerable de las
necesidades que le marca el metro-patrón de su propia vara y las reformas
estructurales que reclama el “círculo rojo”. Aquellas que impliquen el
asentamiento de una solución neoliberal para los problemas argentinos.

Después de las elecciones, un grupo de empresarios estadounidenses se reunió en


Buenos Aires y presentó –con más entusiasmo, es cierto– el mismo pliego de
reivindicaciones que antes: bajar el costo laboral, disminuir realmente el déficit
fiscal y achicar al Estado para agrandar la ración. Ese es el único “clima de
inversiones” que considera viable el termómetro del capital. Para ellos, en este
punto, Macri todavía es una atractiva promesa, un arma cargada de futuro y de
buenas intenciones, como las que abundan en el camino al infierno.

Francisco Olivera, editorialista económico y político del diario de los Mitre,


experimentado en la escucha activa de los machos del off del universo empresario

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describió su estado de ánimo:“Atmósfera y palabras saludables, pero todavía
insuficientes para un establishment que se ilusiona con la posibilidad de una
verdadera transformación. La incógnita es si una eventual confirmación en las
urnas le dará al Presidente aire para ser el que se propuso en diciembre de 2015:
bastante más que un administrador de la herencia. Ese objetivo, que requerirá
alentar la inversión eliminando costos, supone lo más impopular de esa
transición”. (La Nación, 19/8). Traducido al lenguaje light de las campañas PRO,
degustando una barrita de cereal, exigen a Macri: animémonos y andá, sé vos, el
cambio es aquí y el cambio es ahora.

No pasaron ni diez días de la hora cero de la nueva hegemonía y el Gobierno


enfrenta una movilización que la CGT no pudo levantar, no por ánimo combativo
precisamente, sino por el descrédito que pueden seguir experimentando algunos
de sus dirigentes ante el malestar de sus bases. Junto a la gravitación que
alcanzaron conflictos como el de PepsiCo, son botones de muestra de que la
cuestión social en general y la cuestión obrera en particular no están resueltas
pese al veredicto de las urnas en las primarias.

En ese mismo reservorio hay que ubicar a las impactantes movilizaciones por la
defensa de las libertades democráticas: contra el 2×1 o el reclamo potente por la
aparición con vida de Santiago Maldonado. Un tema que llegó hasta las
editoriales de los grandes medios que hicieron infames contorsiones para ocultar
la desaparición y ahora aseguran que tiene al Gobierno en un “callejón sin salida”
(Van Der Kooy, 20/8).

Por último, está el mundo según Trump, el Brexit y los Estados nacionales que
retornan con rabia y parecen alertar a los guías espirituales de la globalización
armónica quel’etat et moi y el muerto que vos matasteis está vivito y coleando.

Empate y final abierto

En realidad, la disposición de fuerzas contiene muchos más elementos de una


crisis de hegemonía o de un empate, antes que la construcción de una nueva. Las
formas de las campañas descafeinadas, con características “no políticas”
encierran la crisis de representación de la política tradicional (un fenómeno que
en cierta medida es mundial). El lugar común gramsciano, pero que ahora
corresponde: lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de
nacer, con sus correspondientes hijos aberrantes.

“Cada uno de los grupos tiene suficiente energía como para vetar los proyectos
elaborados por los otros, pero ninguno logra reunir las fuerzas necesarias para

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dirigir el país como le agradaría”, sintetizó Juan Carlos Portantiero para referirse
a momentos como el presente argentino.

Además, en estas democracias degradadas y de males menores, el voto tiene un


importante componente de rechazo. Las primarias no estuvieron exentas: voto
para queella no vuelva, voto para que él se vaya, voto porque me tienen harto
todos. Que la fuerza de los partidos radique en el Estado y que “el Ejecutivo,
dicen algunos sin eufemismos, es el partido político nacional argentino”
(Burdman dixit) habla de su debilidad.

En términos de gobernanza concreta, sin los interesados y generosos donantes de


gobernabilidad, el engendro que nació híper minoritario no hubiese podido
administrar ni el Metrobus. Hay algo paradójico en la oposición a su majestad (de
gobernadores, legisladores peronistas y dirigentes sindicales): lo sostuvieron a
cuatro manos para evitar la implosión por la fragilidad de origen y ahora
sorprende la magnitud y densidad del triunfo.

No existe tanto una subvaloración de los “estrategas” del PRO como una
sobrevaloración del pasado inmediato, tanto en términos estructurales como
coyunturales. Hay mucho de continuidad con cambios en la vida cotidiana de la
gente de a pie y sobre todo en el conurbano bonaerense. Estructuralmente, el
proyecto posneoliberal mantuvo pilares esenciales: precarización del trabajo y de
la vida, flexibilidad y pobreza. Mientras que en la coyuntura, especialmente los
dos últimos años (2014-2015), fueron de ajuste por varias vías. También hicieron
su aporte los desaguisados que quedaron expuestos a cielo abierto y que
ocurrieron con el vigésimo intento fallido de parir una “burguesía nacional”.

Con todo esto incluido, el oficialismo empató en el distrito estratégico y perdió


en el tercero en orden de importancia (Santa Fe). Y hay otros datos que también
componen el escenario:en una de las trincheras de avanzada del laboratorio
macrista, Jujuy (con presos políticos ilegales y estado policial), la izquierda
radical (el FIT) logró un 13% de los votos de la mano de Alejandro Vilca, un
trabajador, coya y recolector de residuos. En otro bastión cambiemita, Mendoza,
repitió una buena elección con el 9% y lo mismo en Neuquén, Salta y Santa
Cruz. Más que hegemonía, huele a polarización con sus correspondientes aristas
y pliegues.

En síntesis: hubo triunfo amarillo que debe ser balanceado en su justa medida y
armoniosamente, avanzó el ajuste con gradualismo, hay enérgica dispersión
peronista que no es sinónimo de infalibilidad cambiemita. Octubre es otro partido
que no necesariamente cambiará la foto actual y parafraseando al filósofo que
oficia como Jefe de Gabinete de Ministros, con los resultados de las PASO, la
hegemonía, por ahora, te la debo.

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