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Colegio Integral del Huerto

4° año -2019
Lengua y Literatura II

Cuadernillo
Lengua
Y
Literatura
II

• PROFESORA: Elisa Tutor

• ALUMNO/A: _________________________________________

• AÑO LECTIVO: 2019


PROGRAMA

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EJE I

• La literatura. La función poética. El lenguaje literario. El


canon literario.
• Los géneros literarios. Características. La ficción. Autor y
lector. Lector activo y pasivo.
• La literatura precolombina. Características. Culturas
aztecas, mayas e incas.
Lecturas: “Popol Vuh”, anónimo.
• Literatura inca. Características.
Lectura: “Issicha Puytú”, anónimo.
• La sintaxis actancial. Elementos.
• Literatura del descubrimiento y la conquista:
características.
Lectura: “La noche boca arriba”, Julio Cortázar.
• El ensayo. Estructura.
• El género lírico: características.
• El barroco latinoamericano: características. Sor Juana Inés
de la Cruz.
Lecturas: “Detente sombra” y “Redondillas”, Sor Juana
Inés de la Cruz.

EJE II

• Literatura del Romanticismo: características. Temas.


Lecturas: “Amor secreto”, Manuel Payno.
• Género dramático: orígenes. Clasificación. Composición y
estructura de las obras.
Lectura: Las de Barranco, Gregorio Laferrére.
• El informe. Características. Estructura.
• La monografía: características. Estructura.
• El Modernismo. Orígenes. Etapa preciosista y
mundonovista.
• Narrativa del S. XX: Realismo mágico. Características del
movimiento.
Lecturas: “Es que somos muy pobres”, Juan Rulfo.
​“Un señor muy viejo con unas alas enormes”, Gabriel
García Márquez.
​“La santa”, Gabriel García Márquez.

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​“Nos han dado la tierra”, Juan Rulfo.
“El muerto”, Jorge Luis Borges.
“Muerte constante más allá del amor”, Gabriel García
Márquez.
“La santa”, Gabriel García Márquez.

LECTURAS OBLIGATORIAS:

• Marianela, Benito Pérez Galdós.


• La oscuridad de los colores, Martín Blasco.
• Solo queda saltar, María Rosa Lojo.
• Del amor y otros demonios, Gabriel García Márquez.
• Diez negritos, Agatha Christie.
• El rastro de la canela, Liliana Bodoc.

LITERATURA
Definición
Para acercarnos a una definición de Literatura podemos
comenzar caracterizándola como un discurso creado para expresar

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algo diferente de las necesidades de las comunicaciones habituales.
El discurso literario, a diferencia de otros discursos, utiliza la
lengua con una finalidad estética, como un fin en sí mismo: la lengua
se pone en primer plano orientándose hacia su propio mensaje.
En los textos literarios, generalmente, se
usa el significado connotativo. Es decir que
es aquel no es literal. El significado
connotativo se acerca a lo metafórico, a lo
subjetivo, a lo que el lector interpreta de
acuerdo con su propia experiencia en el campo intelectual.
Muchos autores han trabajado de manera ardua con el fin último de
responder a la pregunta ¿Qué es la Literatura? Desde ya que abordar
un análisis para develar la noción de literatura se vuelva más complejo
al entender a la literatura como un término plurisignificante, es decir
al entenderla como un término que, al mismo tiempo, y según su uso y
contexto, encierra más de un significado.
Por ejemplo: la Real Academia Española (RAE) considera a la
literatura como un arte bello que tiene como instrumento la
palabra; otros consideran que la literatura es el conjunto de la
producción literaria de un país o una determinada época; algunos
diccionarios ideológicos consideran que es un arte que tiene como
objeto la expresión de ideas y sentimientos por medio de la
palabra; algunos teóricos recurren a la etimología de la palabra
literatura que viene de litera (escritura) para sostener que es todo
aquello que está escrito, excluyendo, de esta manera, cualquier
vinculación con lo oral; otros teóricos se ufanan de llamar
literatura a las grandes obras que han trascendido a lo largo del
tiempo.
A pesar de que abundan las respuestas y las definiciones, cuando
se intenta responder la pregunta qué es la literatura no nos queda muy
claro qué es realmente literatura, porque el punto debería ser qué es lo
que pertenece a la literatura y qué es lo que está por fuera de ella.
Si analizamos las definiciones anteriores nos daremos cuenta de
que no existe una única respuesta para la noción de literatura ya que,
como se dijo anteriormente, la palabra literatura es plurisignificante.
Para finalizar, cerrando el concepto y acercándonos a una
respuesta a medida de lo que es literatura podríamos intentar, cada vez
que leemos un texto preguntarnos, en ese instante qué es literatura, si
eso que leemos es literatura o no y, además que es lo que hace que eso

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sea literatura y no otra cosa. En resumidas cuentas, la propuesta es
poner a prueba todo el tiempo la noción de literatura, ya que con el
paso del tiempo esta palabra, tan compleja, que denominamos
plurisignificante no para de resignificarse según su época y su
contexto.

La función poética

​ odas las obras que se consideran literarias producen una suerte


T
de placer vinculado con lo bello. El que lee una novela o un poema
encuentra un goce particular, diferente de otras formas del deleite. Ese
goce que la literatura es capaz de generar, se denomina placer estético.
Es esa la característica que define y diferencia la literatura de otros
productos hechos con palabras.

El lenguaje literario

Son los rasgos que lo caracterizan:


1. es plurisignificativo dado que tiene la capacidad de sugerir tantos
significados como, en principio, acercamientos puedan hacerse al
texto.
2. tiene la capacidad de crear su propia realidad.
3. posee una entidad lingüística propia, dado que las relaciones entre
los significados y los significantes son distintas de las que las
palabras tienen en uso cotidiano.
4. es connotativo, porque las palabras presentan valores semánticos
peculiares y de su combinación puede surgir una nueva visión de
la realidad, un nuevo concepto.
El canon literario

La palabra canon significa lista o catálogo. En relación con el


arte, se aplica al conjunto de obras consideradas como artísticas en un
período determinado. Entre ellas, se incluyen no sólo las obras
realizadas por los autores contemporáneos sino también las de otras
épocas, y que forman parte de la tradición literaria. Las obras que no
son incluidas dentro del canon literario pasan a formar parte de lo que
se denomina literatura marginal, por estar precisamente al margen o
fuera de las pautas aceptadas. Por eso, muchas veces textos que

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conforman la literatura marginal en una época, forman parte del canon
literario de otra.
La característica más importante del canon es su relativa
inestabilidad, dado que el concepto de lo que es literatura resulta
variable.

Los géneros literarios

​ egún la división clásica los textos literarios se reúnen en tres


S
géneros: narrativo, lírico y dramático.
​Los géneros son formatos que se asignan al material discursivo
durante su escritura. Implican también una actitud de lectura: no se lee
de la misma manera una novela de aventuras que un poema. La
pertenencia literaria a un género está dada por una serie de rasgos que
comparte con otros textos: por ejemplo, la estructura dialógica en los
textos teatrales, o la voz narradora en los cuentos y las novelas.

Características de los géneros


​ os tres géneros literarios clásicos se diferencian por las
L
características particulares que cada uno presenta.
​La particularidad esencial de los textos narrativos es la de contar
hechos. El material discursivo, por lo general está en prosa. Las
formas más comunes de la narrativa son el cuento y la novela, otras
son las fábulas, mitos y leyendas.
​El género dramático incluye las obras pensadas para ser
representadas. La historia, en este caso se reconstruye con palabras
(diálogo) y la presencia (actuación) de los personajes. A diferencia del
discurso narrativo, que está mediatizado por la voz del narrador, en
obras dramáticas no hay intermediarios entre los espectadores y la
vida que se hace presente en el desarrollo de acción dramática.
​La poesía es de estos tres géneros, por su diversidad y amplitud,
el más difícil de definir. Musicalidad, ritmo y presencia de la
composición en verso, son las marcas más importantes de la poesía.
Lo que generalmente se escriben en prosa son la narrativa y el
teatro, la poesía en verso.

LA FICCIÓN.
Además de la finalidad estética, el discurso literario
constituye ficciones, construcciones lingüísticas que
buscan presentarle al lector distintos mundos posibles,

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medios de conocimiento y de participación de una realidad inventada.
Esto significa que todos los elementos que constituyen no son los del
mundo real sino del imaginario, aunque muchas veces se hacen
alusiones a la realidad.
La ficción no es lo contrario de lo real, sino que es la
representación de un mundo imaginado. Por lo tanto, el criterio de
verdad y realidad no es pertinente, ya que la ficción presenta un
mundo con leyes propias, más allá de cuánto se acerquen a la realidad.
Es por ello que se suele utilizar el término verosímil cuando se habla
de las historias literarias. Significa que esas historias se parecen a la
realidad, pero no lo son. Cada historia creada desde la ficción, es
verosímil.

1-Leer el siguiente fragmento de la novela “La reina del sur”


del autor Arturo Pérez Reverte, la protagonista, Teresa está
leyendo la novela El conde de Montecristo de Alejandro
Dumas.
Teresa nunca hubiera imaginado que un libro absorbiera la
atención hasta el punto de estar deseando quedarse tranquila y seguir
justo donde lo acababa de dejar, con una señalita puesta para no
perder la página. Patricia le proporcionó aquél después de hablar
mucho de ello, admirada Teresa de verla tanto tiempo quieta mirando
las páginas de sus libros; de que se metiera todo eso en la cabeza y
prefiriese aquello a las telenovelas- a ella le encantaban las series
mejicanas, que traían acento de su tierra- y las películas y los
concursos que las otras reclusas se agolpaban a ver en la sala de
televisión. Los libros son puertas que te llevan a la calle, decía 20
Patricia. Con ellos aprendes, te educas, viajas, sueñas, imaginas,
vives otras vidas y multiplicas las tuyas por mil. A ver quién te da más
por menos (…)
También por eso leía tanto, ahora. Leer,
había aprendido en la cárcel, sobre todo
novelas, le permitía habitar su cabeza de
un modo distinto; cual si al difuminarse
las fronteras entre realidad y ficción
pudiera asistir a su propia vida como quien presencia algo que le
pasa a los demás. Aparte de aprenderse cosas, leer ayudaba a
pensar diferente, o mejor, porque en las páginas otros lo hacían
por ella. Resultaba más intenso que en el cine o en las teleseries;
éstas eran versiones concretas, con caras y voces de actrices y

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actores, mientras que en las novelas podías aplicar tu punto de
vista a cada situación o personaje. Incluso a la voz de quien
contaba la historia: unas veces narrador conocido o anónimo, y
otras una misma. Porque al pasar cada hoja – eso lo descubrió
con placer y sorpresa- lo que se hace es escribirla de nuevo. Al
salir de El puerto, Teresa había seguido leyendo guiada por
intuiciones, títulos, primeras líneas, ilustraciones de portadas. Y
ahora, aparte de su viejo Montecristo encuadernada en piel, tenía
libros propios que iba comprando poquito a poco, ediciones
baratas que conseguía en mercadillos callejeros o en tiendas de
libros usados, o volúmenes de bolsillo que adquiría tras dar
vueltas y vueltas a esos expositores giratorios que tenían algunas
tiendas. Así leyó novelas escritas hacía tiempo por caballeros y
señoras que a veces iban retratados en las solapas o en la
contraportada, y también novelas modernas que tenían que ver
con el amor, las aventuras, con los viajes. De todas ellas, sus
favoritas eran “Gabriela, clavo y canela”, escrita por un
brasileño que se llamaba Jorge Amado; “Ana Karenina” que era
la vida de una aristócrata rusa escrita por otro ruso, e “Historia
de dos ciudades”, con la que lloró al final, cuando el valiente
inglés- Sidney Cartón era su nombre- consolaba a la joven
asustada tomándole la mano camino de la guillotina. También
leyó aquel libro sobre un médico casado con una millonaria que
Pati le aconsejaba al principio dejar para más adelante; y otro
bien extraño, difícil de comprender, pero que la había subyugado
porque reconoció desde el primer momento la tierra y el lenguaje
y el alma de los personajes que transitaban por sus páginas. El
libro se llamaba “Pedro Páramo”, y aunque Teresa nunca
llagaba a desentrañar su misterio, volvía sobre ese libro una y
otra vez abriéndolo al azar para releer sus páginas y páginas. El
modo en que allí discurrían las palabras la fascinaba como si se
asomara a un lugar desconocido, tenebroso, mágico, relacionado
con algo que ella misma poseía- de eso estaba segura-, en algún
lugar oscuro de su sangre y su memoria: “Vine a Comala porque
me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo…” Y de
ese modo, después de sus muchas lecturas en El Puerto de Santa
María, Teresa continuaba sumando libros, uno tras otro, el día
libre de cada semana, las noches en que se resistía al sueño.
Hasta el familiar miedo a la luz gris del alba, aquellas veces que
se tornaba insoportable, podía tenerlo a raya, en ocasiones,
abriendo el libro que estaba sobre la mesita de noche. Y así,
Teresa comprobó que lo que no era más que un objeto inerte de

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tinta y de papel, cobraba vida cuando alguien pasaba sus páginas
y recorría sus líneas, proyectando allí su existencia, sus aficiones,
sus gustos, sus virtudes o sus vicios. Y ahora tenía la certeza de
algo vislumbrado al principio, cuando comentaba con Pati
O’Farrell las andanzas del infortunado y luego afortunado
Edmundo Dantés: que no hay dos libros iguales porque nunca
hubo dos lectores iguales. Y que cada libro leído es, como cada
ser humano, un libro singular, una historia única y un mundo
aparte.

Autor y lector.
La literatura introduce al lector en un universo donde se le permite
vivir aventuras, experiencias, que quizás nunca podría realizar en su
mundo cotidiano y esto provoca placer.
Además, como producto humano, la obra literaria está sujeta al
contexto socio-histórico en el que se inserta y del cual emerge. De ahí
que conocer el espacio y el tiempo que la rodea es fundamental para
su comprensión. Así para leer un relato ambientado en la cultura
azteca convendrá conocer el mundo precolombino para poder
interpretar las ideas, los conflictos históricos-sociales, los valores
vigentes.
Otro aspecto importante es la ubicación de la obra dentro de un
determinado género y de una corriente literaria. Estos conocimientos
permitirán a un lector entrenado interpretarla con mayor profundidad.
Sin embargo, es importante destacar que no existen dos lectores
idénticos: cada uno encuentra distintos sentidos al texto y por ello se
puede afirmar que el lector no es un mero receptor, también es coautor
porque sin él la obra quedaría inconclusa. Julio Cortázar afirma que
“el escritor debe lograr hacer del lector un cómplice, un camarada de
camino”, es decir un lector que posea competencias lingüísticas y
culturales que le permitan descubrir las claves secretas de un texto.
Manuela Fingueret afirma: “Saber leer no basta, manejar una
computadora no es suficiente. Sin una lectura crítica y un lector que se
deslice por las telarañas de otros saberes, estamos a merced de la
información que ha afectado la sensibilidad. Este lector esta
masificado, acosado por los medios modernos de información. El
autor no puede permanecer en la misma situación de superioridad que
el narrador tradicional; tiene que hacer un pequeño esfuerzo para
atraer la complicidad del lector.

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Lector activo vs lector pasivo
La lectura es el
resultado de un trabajo
del lector, de sus afanes,
sus hipótesis, sus
riesgos… No es algo que
se ingiere, ni comida, ni
remedio. La lectura no es
consumo, sino
producción. El lector,
que no es pasivo, ofrece
resistencia, se coloca frente al texto, entra el juego con él y produce
su lectura.
Lo que lee no cae en el vacío sino en su espacio personal, en su
universo de significaciones. Se va a ir tramando, entretejiendo con su
cultura, sus códigos, su pasado de lecturas, sus anticipaciones,
también sus equívocos, sus deseos…

LA LITERATURA PRECOLOMBINA
La literatura precolombina trata
sobre los acervos culturales, religiosos
y jeroglíficos de las culturas de la
América precolombina, en donde
plasmaron sus sentimientos, historias,
mitología y religión.
La intervención y recopilación por parte de los misioneros,
produjo la pérdida, en cierta medida, de la autenticidad indígena.

Características de la literatura precolombina:


Fuentes. - Podemos considerar como fuentes de literatura
precolombina entre otros a:
Códices
Historias tradicionales

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Libros
Hallazgos arqueológicos
Usos y costumbres etc.
Las fuentes son todos los orígenes y procesos que han permitido
mantener o reconstruir la literatura precolombina en toda América, así
podemos enumerar como fuentes culturalmente hablando las
siguientes:
1.- Cultura azteca. - Códex Borgia y Borbonicus,
códex Xolotl, Poemas atribuidos a Nezahualcoyotl, la
piedra del sol.
Codex borgia (Códice Yoalli Ehcatl). - Este está hecho
en piel curtida y expresa un tipo de escritura indígena, y fue
rebautizado como Yoalli Ehcatl, y aun hoy en día se duda que sea de
origen náhuatl. Habla sobre los símbolos de adivinación, leyéndose en
su mayoría de derecha a izquierda, aunque esta parte se lee de
izquierda a derecha.
Codex borgia
Xolotl. - Este es un códice que habla de un dios que
tenía muchas personificaciones, era capaz de transitar en el
inframundo y se sabe que era un dios que huía de la muerte.
Nezahualcóyotl (coyote hambriento). - Este fue un gobernante y
poeta al que se le atribuyen una serie de poemas muy conocidos.
Nació y murió antes de la llegada de los españoles.
Piedra del sol (Calendario Azteca). - Este es un resguardo en el
que se expresaron las teorías cosmogónicas aztecas, y en la que se
demuestra la precisión y lenguajes alcanzados por los aztecas.
2.- Cultura Maya. - En esta cultura surgieron a los que
denominaron como los textos prohibidos. En esta cultura
se pueden mencionar las siguientes fuentes:
Memorial de Sololá (anales de los cakchiqueles). - Este es
un documento escrito en un idioma denominado kaqcchikel, que
relata parte de la mitología, conquistas y sucesiones hasta la
llegada de los españoles.
Chilám Balam. - Este es un escrito realizado por indígenas
quienes con influencia clara de los conquistadores reunieron
información que se considera procedente de tradiciones
transmitidas por vía oral, que fueron escritas, pero ya con
influencia de los misioneros evangelizadores.

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Popol Vuh. - Este libro es una recopilación de narraciones que
expresan situaciones y fenómenos ocurridos en la sección maya del
actual estado de Chiapas y país de Guatemala (se cree que existió uno
en quiché), Este documento se dice que fue escrito por un indígena ya
educado, pero se sabe que ya tiene influencia de parte de los
misioneros y sacerdotes, quienes dejaron su intervención plasmada,
por algunos indígenas insisten en que este libro es plenamente
indígena.
Robinal Achi (representación similar al teatro)
Códices de la Literatura precolombina
3.- Cultura Inca. - En esta cultura también existen
datos con intervención de los misioneros, lo que
sucedió con “Ollantay”.
Ollantay y Kusi
Ollantay (Drama en castellano, escrito después del s. Quyllur

XVI). - Se sabe que este texto está escrito con intervención de un


sacerdote, pero se calcula que fue escrita basada en la cultura popular
transmitida oralmente y que fue adaptada para el teatro.
Uska Paukar. - Este texto es claramente escrito por cronistas y
sacerdotes, pero se sabe que tiene información directamente
relacionada con los antecedentes cuzqueños del Perú, estos textos
fueron publicados hasta el siglo XVIII.
Atahualpa tragedia sobre su fin. - Esta es la historia del último
gobernante Inca, quien fue ejecutado por los conquistadores debido a
una complicada conspiración sobre tesoros y oro negado a la corona
española, acabando ejecutado por garrote.
Poesía. - Aunque en la cultura indígena no existió novela u otros
géneros, la poesía sí existió y fue muy desarrollada, no hay mucha
escritura directamente, pero por tradición oral y por grabado en
códices y monumentos, han podido sobresalir algunas, de diversos
autores, entre los que destaca Nezahualcóyotl.
RESUMIENDO: Características de la literatura precolombina
1. Características de la literatura precolombina
Las características que encontrarás a continuación pueden ser
aplicadas a todos los pueblos primitivos del mundo:
Se transmiten a través de la tradición oral.
Los mitos, influyen en la forma de pensar, pues tienen una función
moralizante.

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Incluyen elementos y sucesos sobrenaturales que permiten
explicar los diferentes fenómenos desconocidos que suceden
alrededor.
2. Temas de la literatura precolombina
Los relatos precolombinos se basaban principalmente en:
La naturaleza: puesto que los indígenas tienen
una unión profunda con la madre naturaleza, los
escenarios en los que se desenvuelven los relatos
indígenas están basados en ella y quien la lastima
es duramente castigado.
La historia. Existen relatos que narran los orígenes e historia de
una tribu con el fin de crear identidad.
La religión. Fue la principal herramienta para educar acerca de las
costumbres y actitudes propias de la comunidad. Los seres
sobrenaturales crean y controlan los comportamientos.
La diversión. La función de otros relatos es divertir a la población
creando sucesos que le ocurren a diversos personajes, sean
hombres, animales u objetos inanimados.
3. Géneros de la literatura precolombina
En la literatura precolombina se puede hablar de géneros o bien,
tipos de texto, esto depende de la temática y de la manera que se
usa el lenguaje dentro del relato. Estos son el mito y la leyenda.

POPOL VUH O LIBRO DEL CONSEJO – Anónimo


Los mayas creían que nuestro mundo había nacido de la unión
de dos corazones, el Corazón del Cielo y el Corazón de la
Tierra. La obra más perfecta de esa unión fueron los hombres
de maíz, ancestros del pueblo maya.

PREÁMBULO
Este es el origen de la antigua historia (del país), aquí llamado

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Quiché.
Aquí escribiremos y comenzaremos la historia de los tiempos
pasados, el principio y origen de todo lo que fue hecho en la ciudad
del Quiché por las tribus de la nación quiché.
Aquí traeremos, pues, la manifestación, el descubrimiento y la
narración de todo lo que estaba oculto; la revelación de la obra por la
voluntad del Creador y del Formador, de El que Engendra, de El que
da el Ser, y cuyos nombres son Un Tirador de Cerbatana al Tacuacín,
Un Tirador de Cerbatana al Coyote, El gran Blanco Picador de
Espinas, El Dominador, El Serpiente cubierta de Plumas, El Corazón
de los Lagos, El Corazón del Mar, El Dueño del Planisferio
Reverdecido, El Dueño de la Superficie Azulada.
Así es como se nombra, se canta y se celebra junto a la Abuela y
al Abuelo, cuyos nombres son Xpiyacoc y Xmucané, Conservador y
Protector, dos veces abuelo, dos veces abuela, tal como se dice en las
antiguas historias quichés, de los que se cuenta todo lo que hicieron en
seguida para la prosperidad y la civilización.
Esto lo escribimos después de que fue promulgada la palabra de
Dios, y dentro del cristianismo; lo reproducimos, porque no se ve más
el Libro Nacional, en el cual se veía claramente que hemos venido del
otro lado del mar, (es decir) "el relato de nuestra existencia en el país
de la sombra, y cómo vimos la luz y la vida", así como es llamado.
.....................

. Inédito)
(Versión de Ángeles Durini

La creación de la Tierra.
Este es el primer libro escrito en la antigüedad,
aunque su vista está oculta al que ve y piensa.
Admirable es su aparición y el relato (que hace) del
tiempo en el cual acabó de formarse todo (lo que es) en el cielo y
sobre la tierra, la cuadratura y la cuadrangulación de sus signos, la
medida de sus ángulos, su alineamiento y el establecimiento de las
paralelas en el cielo y sobre la tierra, en los cuatro extremos, en los
cuatro puntos cardinales, como fue dicho por El Creador y El
Formador, La Madre, El Padre de la Vida, de la existencia, aquel por
el cual se respira y actúa, padre y vivificador de la paz de los pueblos,
de sus vasallos civilizados. Aquel cuya sabiduría ha meditado la
excelencia de todo lo que hay en el cielo y en la tierra, en los lagos y
en el mar.

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Este es el relato de cómo todo estaba en suspenso, todo estaba en
calma y en silencio; todo estaba inmóvil, todo tranquilo, y vacía la
inmensidad de los cielos
Esta es, pues, la primera palabra y el primer relato. No había aún
un solo hombre, un solo animal; no había pájaros, peces, cangrejos,
bosques, piedras, barrancas, hondonadas, hierbas ni sotos; sólo el
cielo existía.
La faz de la tierra no se manifestaba todavía; sólo el mar apacible
y todo el espacio de los cielos.
No había nada que formara cuerpo; nada que se asiese a otra cosa;
20
nada que se moviera, que produjese el más leve roce, que hiciese (el
menor) ruido en el cielo.
No había nada erguido. (No había) sino las tranquilas aguas; sino
el mar en calma y solo, dentro de sus límites, pues no había nada que
existiera.
No había más que la inmovilidad y el silencio en las tinieblas, en
la noche. Estaba también solo El Creador, El Formador, El Domador,
El Serpiente cubierta de Plumas. Los que engendran, los que dan la
vida, están sobre el agua como una luz creciente.
Están cubiertos de verde y azul, y he ahí por qué el nombre de
ellos es Gucumatz, cuya naturaleza es de grandes sabios. He aquí
cómo existe el cielo; cómo existe igualmente El Corazón del Cielo; tal
es el nombre de Dios, así como se le llama. Entonces, fue cuando su
palabra llegó aquí con El Dominador y Gucumatz, en las tinieblas y
en la noche, y habló con El Dominador, El Gucumatz.
Y ellos hablaron, y entonces se consultaron y meditaron; se
comprendieron y unieron sus palabras y sus pensamientos.
Entonces se hizo el día mientras se consultaban, y
al alba se manifestó el hombre, cuando ellos tenían
consejo sobre la creación y crecimiento de los bosques
y de los bejucos; sobre la naturaleza de la vida y de la
humanidad (creadas) en las tinieblas y en la noche por
aquel que es El Creador del Cielo, cuyo nombre es
Hurakán.
El Relámpago es el primer signo de Hurakán; el
segundo, El Surco del Relámpago; el tercero, El Rayo que Golpea,
y los tres son El Corazón del Cielo.
Luego vinieron ellos con El Dominador, El Gucumatz; entonces

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tuvieron consejo sobre la vida del hombre; como se harían las
siembras, como se haría la luz; quien sería sostén y mantenedor de
los dioses.
− ¡Que así sea hecho! ¡Fecundaos!, (fue dicho). Que esta agua se
retire y cese de estorbar, a fin de que la tierra exista aquí; que
se afirme y presente para ser sembrada, y que brille el día en el
cielo y en la tierra, pues no habrá gloria, ni honor de todo lo
que hemos creado y formado, hasta que no exista la criatura
humana, la criatura dotada de razón.
Así hablaron mientras la tierra era creada por ellos.
Así fue en verdad como se hizo la creación de la tierra.
− ¡Tierra!, dijeron, y al instante se formó.
Como una neblina, o como una nube se formó en su estado
material, cuando semejantes a cangrejos aparecieron sobre el agua las
montañas y en un momento existieron las grandes montañas.
Sólo una potencia y un poder maravillosos pudieron hacer lo que
fue resuelto (sobre la existencia) de los montes y de los valles, y la
creación de los bosques de ciprés y de pino (que aparecieron) en la
superficie.
Y así Gucumatz se alegró. ¡Bienvenido seas (exclamó) oh,
¡Corazón del Cielo, oh Hurakán, oh, ¡Surco del Relámpago, oh, Rayo
que Golpea!
− Lo que hemos creado y formado tendrá su término,
respondieron ellos.
Primero se formaron la tierra, los montes y los valles. El curso de
las aguas fue dividido. Los arroyos comenzaron a serpentear entre las
montañas. En ese orden existieron las aguas, cuando aparecieron las
altas montañas.
Así fue la creación de la tierra cuando fue formada por El Corazón
del Cielo, y el Corazón de la Tierra, que así son llamados los que
primero la fecundaron, cuando el cielo y la tierra, todavía inertes,
estaban suspendidos en medio del agua.
Tal fue su fecundación cuando ellos la formaron, mientras
meditaban acerca de su composición y perfeccionamiento.
La creación de los animales
Los Creadores, los Formadores se preguntaron:

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− ¿No habrá más que silencio e inmovilidad al
pie de los árboles, de los bejucos? Bueno es que
haya guardianes.

Así dijeron, hablando, creando. Al instante nacieron
los venados, los pájaros. Los pumas, jaguares, serpientes, víboras.
A los venados les dijeron:
− Tú, venado, dormirás sobre el camino de los arroyos, en las
barrancas, a lo largo de los ríos. Vivirás en las praderas, entre
los árboles de los bosques, andarás en cuatro patas y te
multiplicarás.

Fue hecho como fue dicho.


Y a los pájaros les dijeron:
− Pájaros, andarán sobre los árboles, allí harán sus nidos y se
multiplicarán. Así dijeron a los venados y a los pájaros para
que hiciesen lo que tenían que hacer. Todos tomaron sus
moradas. Así los Creadores, los Formadores dieron sus casas a
los animales de la tierra.
Después dijeron:
− Hablen, griten. Pueden gorjear, gritar. Que cada uno haga oír
su lenguaje, su clan, según su manera-.

Así fue dicho a los venados, pájaros, jaguares, pumas, serpientes.


Luego les siguieron diciendo-. Digan nuestros nombres, alábennos,
que somos sus padres y sus madres. (…)
Pero los animales no pudieron hablar, solamente cacarearon,
mugieron, graznaron; n se manifestó ninguna forma de lenguaje.
− No han podido decir nuestros nombres –dijeron los
Formadores-, no está bien. Entonces cambiemos nuestra
palabra porque no han podido hablar. Seguirán viviendo en los
árboles, en las barrancas, en los bosques, en la selva,
permanecerán en su misma condición. Es lo que merecen por
no haber podido hablar y alabarnos por haber sido creados. Así
que recibirán su fardo: sus carnes serán molidas entre los
dientes y también comidas. Este es su destino.

Esto les dijeron a los animales grandes y a los pequeños que


habitaban la tierra. Desde entonces la carne de los animales es

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comestible.
Los Formadores intentan crear al hombre.
− Hagamos seres que nos puedan adorar –dijeron. De barro
hicieron la carne. Vieron que aquello no estaba bien, sino que
se caía, se ablandaba, se mojaba. La cabeza no se movía, el
rostro quedaba mirando siempre para el mismo lado. La vista
les estaba velada, no podían ver detrás de ellos. Al principio
hablaron, pero sin sensatez. Enseguida aquello se licuó, no se
sostuvo en pie, no pudo caminar ni multiplicarse. Al instante
destruyeron su construcción y se preguntaron:
− ¿Cómo haremos para que nos nazcan adoradores?
− Probemos otra vez. Arrojen los granos de maíz y el *tzité,
para hacer adivinación y así saber de qué tiene que estar hecho
el nuevo hombre.

Arrojaron los granos. Adivinaban la suerte en la manera en que


habían caído los granos. Enseguida, fueron hechos maniquíes
construidos de madera.
*tzité: arbusto cuyo fruto es una vaina que
Los hombres se reprodujeron, encierra granos rojos parecidos al frijol. Eran usados, junto
con los granos de maíz, para la adivinación.
hablaron, existió la humanidad en la
superficie de la tierra, hicieron hijos,
hicieron hijas, pero no tenían ningún recuerdo de sus Formadores, ni
tampoco ingenio ni sabiduría. Caminaban sin objeto. Al principio
hablaron, pero sus rostros se desecaron; sus pies, sus manos, eran sin
consistencia. Mejillas desecadas eran sus rostros; secos sus pies, sus
manos; comprimida su carne. Por lo tanto, no había ninguna sabiduría
en sus cabezas. Estos fueron los primeros hombres que existieron en
la superficie de la tierra.

Destrucción de los hombres de madera


Enseguida llegó el fin de los hombres maniquíes de madera.
Los Espíritus del Cielo enviaron una inundación que tapó las
cabezas de los maniquíes. Esas criaturas no podían pensar ni
hablar a sus Creadores, por fueron destruidos (…)
A causa de esto se oscureció la faz de la tierra, comenzó una lluvia
tenebrosa, de día y de noche. Los animales pequeños, los animales
grandes llegaron para castigarlos. Incluso sus utensilios, sus
tinajas, sus platos, sus olas, sus perros, sus piedras de moler, todos
se levantaron para castigar a los hombres de madera.
− Nos hicieron daño, nos comieron, les toca el turno, van a ser
sacrificados –les dijeron sus perros, sus pavos. Y sus piedras de

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moler les dijeron:
− Nos atormentaron de día y de noche. Cada mañana, molían el
maíz sobre nuestras caras. Ahora sentirán el dolor de ser molidos,
pues convertiremos en polvo sus carnes.

Y los perros les dijeron:


− ¿Por qué no nos daban de comer? Siempre nos echaban afuera.
Ahora sufrirán los dientes de nuestras bocas, los comeremos.

(…)

Los hombres se empujaban para salir corriendo, quisieron subirse


a los techos de las casas, pero las casas caían, quisieron subir a los
árboles y los árboles los sacudieron lejos. Quisieron esconderse en las
cuevas, pero las cuevas se cerraban para que no pudieran entrar.
Así fueron destruidos los hombres de madera.

Los señores de *Xibalbá enviaron divinidades*Xibalbá: mundo subterráneo regido por las
de la enfermedad y la muerte.

mensajeros para ir a buscar a Principal


Maestro Mago y Supremo Maestro Mago. Los señores les habían
dicho:
− Díganles que vengan para jugar a la *Juego de la Pelota: juego ritual de los mayas que se
practicaba entre dos equipos con una pelota de hule.

*pelota con nosotros. Y que traigan lo


que tengan, sus anillos, sus guantes, también su pelota.

(…) Los mensajeros dieron su mensaje.


− ¿Los señores de Xibalbá dijeron realmente eso? ¿Quieren que
vayamos con ustedes? –preguntaron los hermanos-. Muy bien,
iremos, pero antes debemos despedirnos de nuestra madre.

Fueron enseguida a la casa y hablaron con su madre.


− Oh, madre nuestra, partimos. Los mensajeros de los jefes han
venido a buscarnos. Tenemos que ir.

(…) Al llegar, los señores de Xibalbá les dijeron:


− Qué suerte que vinieron. Deben de estar cansados, mejor
descansen. (…) Vayan a su habitación. Allí se les dará una
antorcha y también tabaco –les dijeron.
*Mansión Tenebrosa: una de las casas del
Fueron conducidos a la *Mansión inframundo, regido por los señores de la Enfermedad y la
Muerte.
Tenebrosa. No había más que tinieblas en

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su interior.
Luego los señores se reunieron de nuevo-
− Sacrifiquémoslos el día de mañana, que mueran pronto. Su
juego nos insulta –se dijeron unos a otros.

Luego los señores volvieron y les entregaron las antorchas de pino


encendidas y un tabaco encendido a cada uno de los muchachos.
− Mantengan la antorcha y el tabaco encendidos y al alba vengan
para devolverlos. Pero que no se quemen, deberán devolverlos
enteros –les dijeron los jefes.

Pero la antorcha de pino se consumió y también el tabaco.


Al día siguiente, los señores de Xibalbá les pidieron las antorchas
de pino y tabaco.
− Se consumieron –dijeron los jóvenes.
− Entonces morirán –dijeron los jueces.
Los señores de Xibalbá los sacrificaron y los enterraron en el
Juego de la Pelota de los Sacrificios. Pero antes le cortaron la
cabeza al Supremo Maestro Mago, porque era el hermano mayor.
− Cuelguen su cabeza en el árbol que está en el camino –dijeron
los jueces.

Cuando pusieron la cabeza en medio, el árbol dio frutas.


Los de Xibalbá consideraron esto como extraordinario, eran frutas
totalmente redondas y no se podía distinguir cuál era la cabeza del
Supremo Maestro Mago.
Todo Xibalbá fue a mirar. Entonces los de Xibalbá se dijeron entre
sí:
− Que ninguno tome sus frutas. Que ninguno venga al pie del
árbol.

Desde entonces la cabeza de Supremo Maestro Mago no se


distinguió más entre las frutas, no formó más que un todo con el árbol
llamado Calabacero.

La de la Sangre
He aquí la historia de una joven. “La de la Sangre” era su nombre.
Cuando oyó la historia de las frutas del árbol, quedó maravillada.
“¿Por qué no ir a ver ese árbol? Por lo que oigo decir, esas frutas son
verdaderamente agradables”, se dijo.

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Entonces partió sola y llegó al pie del árbol.
− Qué lindas frutas. ¿Qué me pasará si tomo alguna? ¿Me moriré?
–dijo la joven.
Entonces la calavera habló en medio del
árbol:
− ¿Qué deseas? Estas esferas en las ramas
no son más que calaveras –era la cabeza de
Supremo Maestro Mago la que le hablaba-.
¿Las deseas todavía?
− Ese es mi deseo –respondió la joven.
− Muy bien. Extiende tu mano.
− Sí –dijo la adolescente, alargando su mano. Entonces la calavera
lanzó con fuerza saliva en la mano de la joven. Al instante, quedó
embarazada.
− En esa saliva, te he dado mi posteridad. Mi cabeza ya no hablará
más. Sube a la superficie de la tierra y no morirás. Confía en mi
palabra.

La joven volvió a su casa. Así fueron engendrados Maestro Mago


y Brujito, los segundos gemelos. Cuando el padre de la joven se dio
cuenta de que estaba embarazada, mandó llamar a los otros señores de
Xibalbá y celebraron consejo.
− Mi hija quedó embarazada, nos ha deshonrado.
− Pregúntale de quién es el hijo que espera. Si no contesta, habrá
que sacrificarla –dijeron los jefes.

Entonces el padre preguntó:


− Hija mía, ¿quién es el padre de tu hijo?

Ella respondió:
− No es de nadie pues no conocí a hombre alguno.
− Mentirosa –le gritó el padre y ordenó a los búhos mensajeros
que se la llevaran para matarla. En prueba de que así lo habían
hecho, debían traer su corazón en una copa.

Los mensajeros búhos se llevaron a la muchacha.


− Mensajeros, no harán bien en matarme, pues el hijo que llevo en
mi vientre se engendró cuando fui a admirar la cabeza de Supremo
Maestro Mago –les rogó la muchacha.
− Nosotros no queremos que mueras –dijeron los mensajeros-.

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¿Qué pondremos a cambio de tu corazón? ¿Qué presentaremos en
la copa?
− Tomen una fruta del árbol y pónganla en la copa –dijo la
muchacha.

Así hicieron. Roja, la savia del árbol salió y fluyó en


la copa, se hinchó y ocupó el lugar del corazón. El
árbol se volvió célebre a causa de esta joven y de este
prodigio.
− Nosotros partiremos –dijeron los mensajeros búhos -, tú sigue tu
camino. Vamos a presentar ante los jefes el sustituto de tu
corazón.
Cuando llegaron ante los jefes, todos esperaban ansiosamente.
− He aquí el corazón –dijeron los mensajeros.
El Supremo Muerto levantó la copa, la savia rojiza se expandió
como sangre.
− Animen el resplandor, pongan esto en el fuego –dijo.
Cuando quemaron el corazón sustituto, los señores de Xibalbá
comenzaron a oler un perfume agradable que emanaba del fuego.
Entretanto, los mensajeros búhos subieron a la tierra a servir a “La de
la Sangre”.

Tercera creación: la gente de maíz


Cuando se celebró consejo acerca del hombre, los Poderosos del
cielo, hablaron así: “(…) He aquí que se ve a la humanidad en la
superficie de la tierra”, dijeron. Y vinieron a celebrar consejo en las
tinieblas.
(…) En la tierra, nacían las mazorcas amarillas, las
mazorcas blancas. Con el maíz de estas mazorcas
se hicieron los primeros hombres. Los nombres de
los animales que trajeron el alimento son: Zorro,
Coyote, Cotorra, Cuervo, los cuatro que indicaron
el camino para traer el maíz. Por fin se conseguía
la sustancia que debía entrar en la carne del
hombre formado; esto fue su sangre. Gracias a los Formadores, el
maíz entró por fin en el hombre.
Así fue como llegaron a la tierra hermosa con abundante maíz.
También había muchos frutos y muchas semillas, mucho cacao y
mucha miel silvestre. Fueron molidos el maíz blanco, el maíz
amarillo, y el alimento se introdujo en la carne de nuestro primer
padre, de nuestra primera madre.

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• Para saber un poco más… lee el siguiente texto:

La literatura precolombina incaica


La literatura incaica se va descubriendo al igual que los
monumentos arqueológicos escondidos en la maraña de la selva.
Issicha Puytu pertenece a la literatura oral antigua. Es una tragedia
andina que pone de manifiesto la filosofía, la cosmogonía y la
organización social del imperio incaico.
En la lengua aymara, Issi significa tejido fino, delicado; y puytu,
en lengua quechua, es un instrumento musical funerario con base
romboidal, con agujeros en donde se ponen las manos para tocar la
quena.
Esta palabra también alude a los dibujos de forma romboide en los
tejidos y en la cerámica. La nobleza incaica vestía ropas trabajadas
con representaciones simbólicas y cabalísticas.
En el imperio incaico era muy importante el culto a los muertos y
el respeto por las diferencias de clases sociales que era tres: clero,
nobleza y pueblo. El pueblo estaba repartido en tribus que
comprendían clanes o ayllu. Este era regido por un curaca, es decir
una persona que pertenecía a la nobleza rural y que asumía las
funciones de juez supremo.

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Issicha Puytu es una obra literaria que tiene una finalidad
La Pachamama
didáctica porque ser utilizaba para formar a los jóvenes en las
En el altiplano andino, mama es la Virgen y mama son la tierra y el tiempo.
costumbres ySe enoja
tradiciones. Sin embargo, logra belleza estética en el
la tierra, la madre tierra, la Pachamama, si alguien bebe sin convidarla. Cuando ella tiene mucha sed,
tratamiento derompelos personajes
la vasija y la derrama. y en un lenguaje relacionado con lo
mítico de estaA ella
cultura.
se ofrece la placenta del recién nacido, enterrándola entre las flores, para que viva el niño; y para que
viva el amor, los amantes entierran cabellos anudados.

La diosa tierra recoge en sus brazos a los cansados y a los rotos, que de ella han brotado, y se abre para darles
refugio al fin del viaje. Desde debajo de la tierra, los muertos la florecen.
Leamos el texto completo: Eduardo Galeano, Mujeres, Madrid, Editorial Alianza, 1995.
Issicha Puytu

En un ayllu había una mujer hermosa, muy hermosa, cuya


belleza deslumbraba. Su nombre era Issicha Puytu. Llegó su
turno de la mita, del servicio en la casa del Señor de la región,
del Curaca. Fue a cumplir su turno, y no volvió. El curaca la
hizo quedar, no quiso soltarla; le dijo:
- Vivirás conmigo.
- Bien — dijo ella. Y se quedó en la casa del señor. Vivió
con él.

El curaca mandó que le quitaran toda la ropa a su nueva
amante, a Issicha Puytu. La hizo vestir con la ropa de las
matronas, de las principales. Ella tenía trenzas. Y sus trenzas
las mandó peinar como se peina la cabellera de las soberanas.
Con grandes prendedores de plata le hizo adornarla cabeza;
extremó su amor el curaca en estas cosas. La hizo vestir con
ropas de finísimo hilado, la hizo calzar de sandalias. Toda ella
la adornó y vistió como a las señoras principales. En las llikllas,
en las mantas que debían cubrirle la espalda, mandó tejer
palomas. Todas sus vestiduras estaban tejidas con franjas
anchas en que se había retratado a las flores de la tierra. Así la
cargó de adornos como a una planta florecida, y la transformó.
De este modo vivían y pasaba el tiempo. Ella no se
ocupaba de nada, su señor no la hacía trabajar. Pasaban el día
entregados a la diversión y el juego, encerrados en el
dormitorio. Comían juntos. Él la tenía en sus brazos, sobre sus
rodillas, mientras comían.
El señor tenía muchos criados jóvenes. Todos odiaban a
Issicha Puytu y hablaban mal de ella, a escondidas. Y cuando
la servían y le llevaban las comidas refunfuñaban. Al señor no
le importaba eso, ni nada. Pero la gente del pueblo sabía, y
ellos también murmuraban. Pero tampoco eso importaba al
curaca, ni temía el juicio del pueblo.

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Día y noche estaba con ella, con su amada.
Con ella comía, con ella dormía con ella esperaba
el anochecer. Issicha Puytu sabía tocar una
quena, hecha de hueso humano — esas quenas
se tocan bajo un cántaro alargado. Ella tocaba intensa y
bellamente la quena. Y por eso se llamaba Issicha Puytu. El
curaca le compró una quena y un cántaro. Ella pone las manos
dentro del cántaro y toca la quena. Él canta. Es el curaca quien
canta.
Así vivían todos los días. Mientras tanto, los padres de ella
la esperaban. Y como pasaba el tiempo y no volvía, la madre
dijo a los hermanos de lssicha Puytu:
- ¿Dónde estará mi hija? ¿Qué será de ella? No ha vuelto
desde que fue a cumplir su turno. O es que la han
retenido para que sirva en la mita para siempre. Id a
preguntar por vuestra hermana.

Luego prepararon un fiambre abundante y enviaron a dos


de los hermanos hacia el pueblo. Llegaron ambos a la casa del
señor y preguntaron a los jóvenes sirvientes. Uno de los
hermanos dijo:
- Issicha Puytu, mi hermana, vino a cumplir su turno en la
mita. Y no ha vuelto. ¿Qué es lo que hace en la casa del
señor?

Los jóvenes le contestaron:


- Tu hermana es ahora la Señora (Wayru). Se ha tornado en
la Matrona.
- Decidle que han venido sus hermanos a averiguar de ella.
Los sirvientes entraron a la casa a cumplir el encargo.
Dijeron a la señora: -lssicha Puytu, han venido tus
hermanos a preguntar por ti.
- ¿Quién puede ser mi hermano? — contestó ella.
- Allí están en la puerta tus dos hermanos. Dicen que han
venido por orden de tus padres. lssicha Puytu contestó:
- Yo no tengo padre ni madre.
- Pues, mira, mira allí.

Pero ella no quiso mirar. Muy tranquila, sentada sobre el


lecho del curaca, tocaba su quena, hacía gemir al instrumento.
Nada más.
Los jóvenes sirvientes volvieron donde los hermanos y les

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dijeron:
- Dice ella que no sois sus hermanos. Dice que no
reconocer tener padre ni madre. No quiere salir. Ha dicho
de vosotros: ¡Qué ricos en excremento (aka
kkhapakkhkunachá) son los que quieren reconocerme
por hermanos?”.

Sin embargo, los hermanos esperaron afuera, sentados,


conversando con la servidumbre.
- Ella está con el Señor, vive con él — dijeron los sirvientes.
Y les contaron la historia de lssicha Puytu.

Todo lo que ocurrió con ella, desde el principio.


Y cuando los hermanos estaban sentados entre los
sirvientes, Issicha Puytu salió por su propia voluntad. Los
hermanos se levantaron, fueron hacia ella y le dijeron:
- ¿Cómo te encuentras, hermana? ¿Dónde estás? No
volviste a nuestra casa. Cualquiera que haya sido tu
suerte, debiste avisar, hermana. Nuestros padres te
enviaron con nosotros este fiambre.
- Tú, mozo mugriento, tú no eres mi hermano — contestó
ella-. ¿De dónde, y por qué queréis ser mis hermanos?
- Nuestra madre está llorando por ti — contestaron ellos.
- ¿Y quién había sido mi madre? — volvió a preguntar
lssicha Puytu.
- ¿No te acuerdas de nuestros padres? — preguntaron los
hermanos.
- ¿De dónde y por qué pretendéis reconocerme? ¿Acaso
soy de vuestra clase? Porque me veis en alta condición
queréis haceros pasar como mis parientes — dijo ella con
gran altivez. Recibió el fiambre que le habían enviado sus
padres y lo arrojó a la cara de sus hermanos.
- ¿Cómo me habéis traído esto? ¿Soy acaso de las que
comen esas cosas? — les gritó con el mayor desprecio.

Al oír estas palabras, los hermanos se marcharon; volvieron


a su casa. Llegaron donde estaban sus padres.
- Me enviasteis a preguntar por vuestra hija — habló el
mayor de los hermanos-. Nos ha recibido con desprecio.
No quiso reconocernos. “¿Mozos tan mugrientos
pretendéis haceros pasar por mis hermanos?”, nos dijo.

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- No es posible que mi hija haya hablado de ese modo
— contestaron el padre y la madre.
- Aun la comida que le enviaste nos arrojó a la cara. No se
acuerda de nuestra casa.

Y así, minuciosamente, hicieron el relato de la visita a


Issicha Puytu.
- Vuestra hija vive con el curaca — dijeron.

Pero los padres no quisieron creer lo que oían.


- No. No es posible que mi hija sea de tal
índole — respondieron-. Vosotros odiáis a mi hija. No
queréis que ella vuelva, y por eso inventáis esos cuentos.

No creyeron en las palabras de los hermanos. Y así fue.


Pasó mucho tiempo en la vida de lssicha Puytu. Concibió un
hijo; estaba embarazada.
Entonces, nuevamente, los de su casa quisieron saber de
ella. Y la madre envió al padre. Como la primera vez,
prepararon un fiambre.
- Si será verdad que nuestra hija es como sus hermanos
cuentan de ella. Anda y ve por ti mismo — dijo la madre a
su marido.

El padre llegó a la casa del curaca. Preguntó por su hija. Los


criados contaron al padre la historia de lssicha Puytu, como
habían contado a los hermanos.
- Hacedme el favor de llamarla — dijo el anciano-. Decidle
que ha venido su padre.

Los criados lo anunciaron ante Issicha Puytu. Y ella contestó:


- ¿Quién puede ser mi padre?

Y como le dijeron: “Es tu padre quien ha venido”, ella salió


murmurando:
- ¡Oh! ¿Quién, quién había sido mi padre?

En cuanto vio a su hija, el anciano fue hacia ella; iluminado


de alegría exclamó:
- ¡Oh hija mía! ¿Cómo estás? Y con el corazón ardiente de
amor prosiguió:
- ¿Cómo no has vuelto hasta ahora? ¿Qué es lo que te está

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pasando?

Y ella le contestó:
- Oye, perro viejo, ¿cómo puedo ser yo hija tuya? ¿Cómo, de
qué modo pudiste ser tú mi padre?

Issicha Puytu estaba encinta, Y el padre


contestó dulcemente:
- No, hija mía, no me digas eso. No puede ser. No es posible
que me contestes de este modo. Recibe siquiera el regalo
que te he traído.

Y desatando la pequeña carta que traía le alcanzó el fiambre


que la madre había preparado. Pero ella lo rechazó.
- Oye, perro viejo — le dijo-. ¿Soy acaso de las que comen
estas cosas? Fuera de aquí. No pretendas reconocerme.

Y lo arrojó de la casa.
Llorando, el padre volvió. Llegó donde su mujer y le dijo:
- Era cierto. Tu hija se ha tornado en otra a la que ya no es
posible reconocer. Está embarazada. Me ha contestado
con desprecio y me ha arrojado de su casa.

El viejo habló con voz lastimera. Pero la madre no quiso


creer.
- El padre y los hermanos, todos la odiáis — dijo.
- Tu hija nos ha negado, a su padre y a su madre — insistió
el anciano. Y lloró en presencia de su mujer. Sin embargo,
la madre no daba fe; siguió hablando:
- Tú no has llegado, oye anciano, a la casa del curaca.
- Pues, anda tú, anda a saber — contestó el padre.

Pero la madre no fue. Y pasó el tiempo.


- Quizá vuelva, despacio, poco a poco — decía. Y no fue.

Issicha Puytu dio a luz. Hicieron bautizar al niño y eligieron


padrino a un hombre que vivía en una casa vecina a la del
curaca. Pero el niño murió. El curaca cuidó y curó a lssicha
Puytu; la cuidó con todo amor y esmero. Y siguieron viviendo
solos, Y amaron mucho al padrino del niño.
Y pasó el tiempo. La madre seguía esperando. Pero Issicha
Puytu no aparecía. Entonces empezó a preparar su fiambre:

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hizo galletas de harina de quina y kkañiwa (k’ispiñuj. cocinó
mote y chuño hervido. “Estas eran las comidas que ella
prefería. ¡Cuánto deseo tendrá de probarlas!”, decía, mientras
preparaba su atado de fiambre.
- Mi hija debe ser la criada del curaca — dijo. Y llena de
pena, se echó el atado a las espaldas. -Uno con una
historia; otro con otras historia vienen donde mí para
hablarme de mi hija. Ahora que yo llegue, veré por mí
misma si es como ellos dicen.

Y emprendió la marcha hacia el pueblo. Llegó a la casa del


curaca. A esa hora, su hija estaba tomando el sol echada sobre
una alfombra. Tenía en la cabeza hermosos prendedores de
plata. Era una matrona soberana. Imposible de ser reconocida.
Y la anciana dudó, no podía reconocer a su hija lssicha Puytu
estaba muy engalanada. “¿Es esta mi hija, o no es ella?”, se
preguntaba y la miraba con asombro. Entonces sí, su hija le
habló:
- Oye, vieja, ¿qué es lo que quieres?

La madre la reconoció en el sonido de la voz. Y le habló


presurosa:
- ¡Oh, hija mía! ¿Cómo estás?

Y corrió a abrazarla (Mak’alliyukuy). Pero lssicha Puytu la


rechazó. Aun así, la anciana le alcanzó el atado de manjares
que había traído. lssicha Puytu recibió el regalo y dijo:
- ¿Por qué venís cada uno de vosotros trayéndome comidas
inmundas y tratando de haceros pasar por mis parientes?
¿Yo acaso os conozco, mujer maloliente?

Y le arrojó el fiambre a la cabeza. Entonces la madre


exclamó:
- ¿Qué te pasa, oh criatura? ¡No te vuelvas contra el bien,
hija mía! Yo te envié a que cumplieras tu turno en la mita,
no te mandamos para que cambiaras de este modo.
- ¡Fuera de aquí, vieja! ¡No me dirijas más la palabra! — gritó
lssicha Puytu.
- ¿Ya no recuerdas que soy tu madre? — preguntó la
anciana-. ¿Es verdad que le arrojaste mi regalo al rostro
de tu padre, y que hiciste lo mismo con tus hermanos?
¡Vámonos ahora! — ordenó la madre.

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- ¿Dónde puedo ir yo, vieja inmunda? — contestó lssicha
Puytu.
- A nuestra casa, ¿O es que ya no recuerdas tu hogar?
- ¡Fuera de aquí, vieja! ¡Ya no me hables más! — gritó
Issicha Puytu, decidida ya a arrojar de su casa a la madre.

La anciana recogió la comida del suelo. Y así, de rodillas, en


medio del patio, lloró. Issicha Puytu la estaba mirando. --Desde
hoy para siempre ya no serás mi hija — dijo la madre- ¡cuidado
con que más tarde quieras decir: “Fuisteis mi padre y mi
madre! ¡Ya no podrá ser en ningún tiempo! ¡Nunca podrás
llamarme!
Y pronunciando la última frase iba saliendo de la casa.
Pero la hija le contestó:
- ¿Quién podrá llamarte “Madre” a ti?

Entonces la madre se descubrió el seno. Hizo


como si se ordeñara hacia el suelo, y pronunció
la maldición suprema: - ¡Con esto has de
encontrar la vida eterna!
Luego salió de la casa y tomó el camino de su
comunidad. Iba llorando en el camino. “¿Cómo ha podido mi
hija hacerme lo que ha hecho? ¡Aun los manjares que hice
para ella me los arrojó al rostro!”, decía. Y sus lágrimas
rodaban como grandes gotas de lluvia, como el pesado
granizo. “Yo que no quise creer a mi esposo ni a mis hijos. Sin
embargo, ellos decían la verdad. ¡Mi hija es como ellos
decían!”, seguía hablando. Y llegó a su casa, llorando. Y dijo a
su esposo y a sus hijos:
- Era verdad. Vuestra hermana se ha pervertido, como
dijisteis. Ahora sí creo.

Entonces convinieron entre todos:


- Ya no volveremos a su casa. Y aun cuando entremos al
pueblo, no iremos donde ella vive. Y así hay que ser, para
siempre.

Y la olvidaron.
Al día siguiente de haber arrojado lssicha Puytu a su madre,
el curaca tuvo que hacer un viaje repentino y largo. Debía
dormir un día en el sitio adonde iba. Antes de partir, el curaca
amonestó muchas veces a sus criados; les dijo:

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- Cuidaos de no atender bien a vuestra señora. La serviréis
con esmero; tenderéis bien su lecho.

Y partió. Había ordenado antes que los criados acompañaran


a dormir a la señora, que cuidaran su sueño.
Pero los criados no obedecieron. Apenas salió el
curaca murmuraron:
- ¿Quién ha de cuidar a esa mujer? ¿Quién ha de
querer alcanzarle nada?

Y se entregaron al juego, a divertirse entre ellos. Nadie fue a


cuidar el sueño de lssicha Puytu.
Al día siguiente, en la mañana, fueron de muy mala gana a
servirle el desayuno. Y la encontraron muerta. Estaba muerta
sobre su lecho. Entonces los criados se espantaron.
- ¿Qué puede haberle sucedido a esta mujer? ¡Está muerta!
— exclamaron-. El señor nos reprochará por no haberla
acompañado.

Y reflexionaron para encontrar la forma de justificarse.


¿Cómo hemos de explicar su muerte?, decían. ¿Por qué no
entrasteis a su dormitorio para cuidar su sueño?”, nos
preguntará el señor. Al fin, convinieron en decir que lssicha
Puytu había muerto en la mañana, y no en su lecho, sino fuera,
ya levantada.
Y vistieron el cadáver de Issicha Puytu. Peinaron su
cabellera como solía peinarse ella todos los días. Luego
tendieron el cadáver sobre el lecho.
Al poco rato llegó el curaca y preguntó:
- ¿Dónde está la señora? ¿Dónde está mi paloma?
- Ha muerto -le dijeron.
- ¿Cómo? ¿Cómo es posible? ¿De qué modo?
- Esta mañana se levantó muy temprano. Sentada sobre una
alfombra estuvo viendo un escrito. En la puerta de la casa
se calentaba al sol. Y de repente se estremeció, cayó de
espaldas, inmóvil. Entonces hicimos cuanto era posible.
Pero no pudo revivir. Y la llevamos, apenas, hasta su
lecho.

El curaca había comprado en su viaje los objetos más bellos


para lssicha Puytu. Y llevando los regalos entró al dormitorio y
cerró duramente la puerta. Llorando, levantó a su amante y la

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hizo sentar sobre el lecho y empezó a llamarla:
- ¡Vuelve a la vida lssicha Puytu! ¡Vuelve a la vida!

Se sentó a su lado y lloraba. Lloró toda la noche junto a su


amada. Al amanecer la vistió con los trajes nuevos que le
había traído, la engalanó y volvió a llamarla:
- ¡lssicha Puytu, toca la quena del cántaro!

Cuando entraron los criados encontraron el cadáver sentado,


hermosamente vestido y engalanado, y vieron que el curaca le
hablaba como si Issicha Puytu estuviera viva.
Así la estuvo contemplando durante tres noches y tres días.
No se acordó siquiera de que Issicha Puytu debía ser
sepultada. Y en ese trance, cuando la estaba contemplando,
Issicha Puytu revivió; levantó la quena y empezó a tocarla. Era
como la muerte el canto de la quena; bajo el cántaro el
instrumento lloraba a torrentes; llamaba al llanto y a la muerte.
El curaca era feliz. ¡Ya revivió Issicha Puytu!, exclamaba.
Estaba viva, pero ya no sabía ni vestirse ni peinarse. No era
ya la misma. Él tenía que peinarla. Y cada vez la vestía con
nuevos trajes. Le servía comida en las manos; pero no comía.
Ya no le llegaba el hambre ni la sed. Ya no hablaba como
antes. Sólo a instantes hacía sollozar su quena bajo el cántaro.
Y dormía.
Y entonces, una noche, el curaca quiso pecar con ella. Y
cuando estaba consumando el pecado, de dentro del lecho se
incorporó una bestia. lssicha Puytu estaba convertida en un
asno. Pero el curaca exclamó lleno de alegría:
- ¡Ahora sí! Aunque se haya convertido en asno, ella estará
conmigo, iré con ella a todas partes. ¡Ya no tendré que
enterrarla! — y amaneció con la bestia en su dormitorio.

Al día siguiente el curaca llevó el asno a la casa del padrino


de su hijo. Y le dijo:
- Tú que cargaste a mi hijo en la pila bautismal, tú, mi
prójimo, mi señor, ve que ahora tengo a esta bestia para
mí. La he comprado para mis viajes. Para que esté
siempre conmigo.

El padrino, este hombre, era entendido en herrar y arreglar


los cascos de las bestias. El curaca le dijo:
- Cuida de los cascos de mi asno, hiérralos ahora.

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- ¿Por qué no hacerlo, para ti, padre como yo, mi curaca? —
contestó-. Herraremos a tu bestia, ahora mismo.

Y forjó unos herrajes a medida. Luego tumbaron al animal; le


amarraron las patas, acomodaron los herrajes y empezaron a
clavarlos. Pero al primer golpe gritó la bestia:
- ¡Ay! ¡Ay, mi señor! ¿Cómo me clavas los pies, tú, tú que
fuiste el padrino de mi hijito?

Y hablando así, se levantó, convertida de


nuevo en la matrona, en lssicha Puytu, en la
señora hermosa. El hombre, el padrino, se llenó
de pavor.
- ¡Oh, mi curaca! ¡Qué me has mandado hacer! — exclamó
mirando a su amigo. Y preguntó Issicha Puytu:
- ¿Qué ha sido de ti? ¿Cómo, de qué suerte pudiste
convertirte en bestia, habiendo sido madre de un hijo de mi
curaca, de mi señor?

Entonces habló lssicha Puytu:


- A mi madre, a mí padre, a mis hermanos, les hablé con
desprecio. Por eso nuestro Señor me castiga. El haber
arrojado al rostro de mi hermano la comida que me trajo
de regalo, no es culpa grande. Culpa grande es haber
afrentado a mi padre y a mi madre con el mismo pecado.
- ¿Y por qué procediste de esa manera?

lssicha Puytu contestó:


- Por haber sido amante de un señor como tú. Por eso ofendí
a mi padre y a mi madre. He caído ahora en las lágrimas
de mi padre y de mi madre. Mi madre me maldijo
exprimiéndose los pechos. Y esa misma noche me alcanzó
la muerte. ¡Ya no podré encontrar mi redención! Y cuando
estuve muerta, este curaca intentó hacerme pecar; y por
eso me convertí en bestia. Era un pecado horrendo el que
quería que yo cometiera. Y me convertí en bestia. Viendo
que estaba muerta, no temió a mi cuerpo inerte, y me
profanó. Impulsado por su alegría demoniaca me acarició,
puso sus manos sobre mí; y después quiso hacerme caer
en el horrendo pecado. Pero yo ya no puedo pecar, porque
estoy muerta. Envileció mi cadáver vergonzosamente. Y
por eso me convertí en bestia.

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lssicha Puytu acabó de decir estas palabras, y cayó de
espaldas. Y murió definitivamente; se convirtió en cadáver.
Para el pueblo, Issicha Puytu murió en la casa del padrino.
‘Aquí murió”, dijo él. Y empezó a disponer el entierro del
cadáver. Pero el curaca se opuso:
- La llevaré a mi casa. Allí la cuidaré — dijo.

Pero el padrino contestó:


- ¡Qué es eso, curaca mío! ¡No tendría nombre lo que
propones! Tenemos que enterrarla. E impidió que el curaca
se llevara el cadáver de Issicha Puytu.

Y la enterraron. Le hicieron un funeral pomposo, como se


entierra a las matronas respetables, a la consorte de los que
mandan. El curaca asistió a los funerales. Iba cantando junto
con las lloronas, repitiendo el llanto de ellas. Pero no repetía la
voz de las plañideras, cantaba con sus propias palabras:
“Issicha Puytu: ¡adelántate, adelántate! — iba diciendo-. Donde
quiera que vayas yo estaré contigo, juntos, siempre juntos”. Y
cuando estaba llorando con estas palabras, la enterraron.
Y concluido el funeral, todos se fueron. Acompañaron al
curaca hasta su casa. Pero a la medianoche, el curaca se
levantó y se encaminó hacia el panteón, llevando las ropas de
lssicha Puytu. Llegó hasta el sitio donde la habían enterrado y
escarbó la tierra. Entonces Issicha Puytu volvió a la vida, salió
de donde estaba enterrada. El curaca la vistió hermosamente.
Y se echaron a andar. En la puerta del panteón, gritó el curaca:
- ¡Issicha Puytu! ¡Ahora sí! ¡Con ella me voy eternamente!
¡Con Issicha Puytu!

Y se fueron, no sabemos dónde. Entonces aullaron los


perros, de pueblo en pueblo.
Dicen que vino un carro de fuego, y que el demonio se llevó
a los dos.
A la mañana siguiente, los vecinos preguntaron en la casa
del curaca. Pero él no estaba; y habían desaparecido también
todos los vestidos de lssicha Puytu. Luego fueron al panteón, a
ver. Los dos amantes ya no estaban. Así fue todo.
La casa del curaca se sumió en el silencio. Más tarde se
convirtió en ruinas. En desolada pampa.
Anónimo quechua, Milla Batres, lima, 1974(recopilado y traducido por el quechuista Jorge A. L

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Estructura actancial de Issicha Puytu:

➢ La protagonista de este relato es Issicha Puytu, por lo tanto,


es el sujeto.
➢ El objeto que obtiene, aun sin buscarlo al comienzo, es el
ascenso social.
➢ El destinatario del objeto es Issicha Puytu. Es decir que
confluyen el sujeto y el destinatario.
➢ El ayudante es el curaca.
➢ Los oponentes son los sirvientes, la familia y el padrino.
➢ El destinador es la ambición.

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Esta estructura puede sintetizarse de la siguiente manera (anota
cada actante donde corresponda)

Literatura Del Descubrimiento, La Conquista Y La Colonia.

Cuando se abordan los periodos del descubrimiento, conquista y


colonia hispanoamericana, para su estudio, es necesario tener en
cuenta que se está tratando un proceso que comenzó el 12 de octubre
de 1492, con la llegada de Cristóbal Colón a las tierras de ultramar.
Los españoles que llegaron a
América desconocían por
completo las culturas
precolombinas.
Con numerosas
exploraciones se desarrolló la
Sintaxis actancial
conquista (Siglo XVI)
Los personajes, no importa cuántos sean, pueden clasificarse en seis tipos de actantes, es decir clases de actores
a través
agentes que realizan acciones. No necesariamente de launcual,
son seres humanos: seobjeto,
animal, un les poden
impusoser actores.

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Todos los actores pueden clasificarse en seis tipos, según su “hacer”:
a los aborígenes, una cultura ajena, en la mayoría de los casos con
violencia y crueldad.Sujeto: realiza la búsqueda del objeto o del bien que desea (el protagonista)

Durante los Objeto:siglos XVII y XVIII, España puso en marcha en


lo buscado o deseado por el sujeto (puede ser un bien material o inmaterial: riqueza, poder,
América, un proyecto de colonización
sabiduría, justicia, etc.) y organización institucional, los
españoles se trasladaban
Ayudante/s: facilita la acción del sujeto. No siempre está presente.
a América para legislar y gobernar.
Oponente/s: obstaculiza la búsqueda del sujeto. Puede no haber oponente.

Claves Del Contexto Histórico Y Cultural.


Destinador: impulsa a actuar al sujeto. Generalmente es una abstracción: el amor, la sociedad, la familia,
el odio, la venganza, etc.

El acontecimiento más importante para los europeos de los siglos


Destinatario: el que se beneficia o se perjudica con la obtención del objeto. Generalmente, coincide con
XV y XVI fue elelactante
encuentro
sujeto. con América. Exploradores, soldados y
misioneros se enfrentaron a un mundo desconocido, nunca antes
- Los únicos actantes imprescindibles en la narración son el sujeto y el objeto.
imaginado.
Durante - el siglo
Un mismo XVII,
actante la colonia
puede cumplir se organizó
más de una función: y definió
puede ser sujeto, destinador y a vecessus
hasta oponente.

estructuras sociales, económicas, y políticas, y de esta forma se


- Diferencias entre el ayudante y el oponente:
establecieron las instituciones más importantes para el gobierno y el
funcionamientoEn todo
general, el destinatario es abstracto y el ayudante es un ser concreto; el destinatario tiene poder sobre
del territorio
el proceso americano.
aunque permanece en segundo plano, mientras que el ayudante solo brinda una ayuda parcial
Blancos, indígenas y negros se fusionaron en una sociedad
pero suele aparecer en primer plano.

jerarquizada. Los españoles peninsulares, controlaban al gobierno, la


justicia y la economía. Los indígenas, aunque súbditos de la corona,
fueron sometidos a diversas formas de trabajo.
Los encomendados realizaban tareas agrícolas bajo la tutela de un
español que debía darles protección y evangelización. Los esclavos
negros cuyo tráfico fue monopolizado por Inglaterra, Francia y
Holanda, se incorporaron en un primer momento a los trabajos más
pesados, pero luego se orientaron a las tareas domésticas. La
construcción de catedrales e iglesias suntuosas fue numerosa, al grado
de que la importancia de una ciudad se medía según el número de
edificaciones religiosas que poseía. Proveniente de España, llegó a
América la corriente literaria del barroco. En la península, la
consolidación del estilo barroco fue inseparable de
las circunstancias históricas que lo rodearon.

La Literatura
Las crónicas escritas por soldados y misioneros, inauguraron el
panorama literario del siglo XVI Novo-hispano. Los frailes enseñaron
la religión católica a los indígenas. El teatro fue uno de los medios que
se empleó para evangelizarlos.
Durante la colonia el predominio de los mestizos, posibilitó el
origen de una voz narrativa propia. Entre los personajes más
sobresalientes y representativos de hispano
AYUDANTE SUJETOamérica se destacaron:
OPONENTE

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Carlos de____________
Sigüenza, Juan Ruíz de ____________
Alarcón y Sor Juana Inés____________
de la
Cruz. ___ ___ ___
Actitudes de la Literatura del Descubrimiento y la Conquista

Durante el descubrimiento y la conquista existieron dos


importantes vertientes literarias:
-Una polar:(coplas
DESTINADOR
y romances) OBJETO DESTINATARIO
-Una segunda (crónicas)
____________ ____________ ____________
Géneros de ___ ___
la Literatura del Descubrimiento ___
y la Conquista

Crónicas. Principales acontecimientos que tenían lugar en el


mundo. Las crónicas se pueden clasificar en españolas, indígenas
y mestizas.

Cartas. Proporcionaban a los españoles noticias de las labores


emprendidas por los españoles del nuevo mundo.

Diarios. En ellos predomina la expresión de emociones y


sentimientos (temor, alegría, dolor, esperanza, etc.)

Poemas épicos. En ellos se exaltó a los héroes y las batallas entre


conquistadores y aborígenes.

Dramas. Los evangelizadores crearon obras dramáticas para


enseñar la doctrina cristiana a los aborígenes.

AQUÍ ALGUNOS TEXTOS PARA EJEMPLIFICAR Y


TRABAJAR, se reproduce su escritura textual

Diario de Cristóbal Colón. Libro de la primera


navegación

"Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan
todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres,
aunque no vide más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran
todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de 30 años. Muy
bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras. Los
cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballos, y cortos. Los

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cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que
traen largos, que jamás cortan. Ellos no traen armas ni las conocen,
porque les mostré espadas y las tomaban por el filo, y se cortaban con
ignorancia. No tienen algún hierro. Sus azagayas son unas varas sin
hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de
otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza
y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de
heridas en sus cuerpos, y les hize señas que era aquello, y ellos me
mostraron como allí venían gente de otras islas que estaban cerca y los
querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de
tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores
y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les
decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que
ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al
tiempo de mi partida seis a Vuestra Alteza para que aprendan a hablar.
Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta Isla."

BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUICIÓN DE LAS


INDIAS
Fray Bartolomé de las Casas
"Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios
los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y
fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven;
más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni
bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear
venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más
delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir
trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que
ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e
delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que
entre ellos son de linaje de labradores.
Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren
poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas,
no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el
desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni
pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus
vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que
será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas
son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como
redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas".

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PRIMERA RELACIÓN (Carta de Veracruz)

Hernán Cortés
"Tienen sus mesquitas y adoratorios y sus andenes todo a
la redonda muy ancho, y allí tienen sus ídolos que adoran, dellos
de piedra y dellos de barro y dellos de palo, a los cuales honran y
serven en tanta manera y con tantas ciromonias [sic] que en
mucho papel no se podría hacer de todo ello a Vuestras Reales
Altezas entera y particular relación. Y estas casas y mesquitas
donde los tienen son las mayores y mejores y más bien obradas
que en los pueblos hay, y tiénenlas muy ataviadas con plumajes y
paños muy labrados con toda manera de gentileza. Y todos los
días antes que obra alguna comiencen queman en las dichas
mesquitas encienso, y algunas veces sacrifican sus mesmas
personas cortándose unos las lenguas y otros las orejas y otros
acuchillándose el cuerpo con unas navajas. Y toda la sangre que
del los corre la ofrecen a aquellos ídolos, echándola por todas
partes de aquellas mesquitas y otras veces echándola hacia el cielo
y haciendo otras muchas maneras de cerimonias, por manera que
ninguna obra comienzan sin que primero hagan allí sacrisficio.

Y tienen otra cosa horrible y abominable y dina de ser punida


loque hasta hoy [no se ha] visto en ninguna parte, y es que todas las
veces que alguna cosa quieren pedir a sus ídolos, para que más
aceptasen su petición toman muchas niñas y niños y aun hombres y
mujeres de mayor edad, y en presencia de aquellos ídolos los abren
vivos por los pechos y les sacan el corazón y las entrañas y queman
las dichas entrañas y corazones delante de los idolos ofresciéndoles en
sacrificio aquel humo."

Los escritores del siglo XX volvieron su mirada al mundo


precolombino para hacer revivir en el lector un pasado olvidado
después de la conquista. A continuación, te mostramos de qué manera
el escritor argentino Julio Cortázar lo expresa en un cuento fantástico.
La noche boca arriba
Julio Cortázar

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Y salían en ciertas
épocas a cazar
enemigos;
le llamaban la guerra
florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la
motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio
que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos
edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina
saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los
pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de
la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga,
bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras,
apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como
correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su
involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina
se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el
pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la
visión. Fue como dormirse de golpe. Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes
lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo
alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a
las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la
confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de
dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia
próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usted la agarró
apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de
espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra
de una pequeña farmacia de barrio. La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una
camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos
de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una
cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se
sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la
motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos
rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a
poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles
llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una
pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y
dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo,
y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. Lo
llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho
como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se
puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una
camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano
derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a
pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no
volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que

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se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza
de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no
apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. Lo que más lo torturaba era el olor,
como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta
entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de
piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil,
temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas
de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar
ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había
sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó
despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la
guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas,
agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera
querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el
rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

- Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales
de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó
casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado,
colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera
estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas
para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando
despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer
de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de
los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco
que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le
clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un
médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa.
Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve
como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo
una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse. Vino una taza de
maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un
banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo
habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente
viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de
espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de
felicidad, abandonándose. Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un
instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el
cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la
calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas
de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad
y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a
verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango
del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector.
Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy
Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban
hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía
insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si
conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las
ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían
hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes
dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro
lado de los cazadores. Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se
incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era
insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra
en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y
entonces una soga lo atrapó desde atrás.
Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno.

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Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara
violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces
un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la
pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan
cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de
noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los
armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como
un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba
a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un
hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del
suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese
hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él
hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el
pavimento. De todas maneras, al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo
alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con
todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez
al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era
tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin
las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. Como dormía
de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad,
a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y
mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta.
Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en
un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó
torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna
plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los
atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su
turno. Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él
que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que
iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que
ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía
las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo
interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por
zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el
dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó
antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le
acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno
de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió
alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los
portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan
bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a
un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en
vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el
fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas,
pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería,
pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba.
Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de
agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó
buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada
vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado, pero gozando a la
vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el
buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos
abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto
hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el
pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió
apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos
se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla,
desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso
protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata,
ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo

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perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del
sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza
apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba
otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos
vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano.
Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto,
que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había
andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni
humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño
también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él
tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

El ensayo
En los últimos años, tanto los escritores como los editores han
dado en denominar “ensayo” a todos aquellos textos que resultaba
difícil agrupar en las tradicionales divisiones de los géneros literarios.
El resultado fue que una gran variedad de obras de distinta clase fue
clasificada como ensayos. El término, entonces resultó vago y, por
eso, la mayoría de las definiciones propuestas se expresan sólo en
planos generales.
El ensayo es un tipo de composición escrita en prosa,
relativamente breve, y en el cual se expone con cierta profundidad
una interpretación personal sobre un tema.
Este tipo de texto se caracteriza por presentar fronteras formales
imprecisas. Por un lado, se acerca al tratado y a la didáctica; y por
otro, a la crítica. Sin embargo, se considera que es teóricamente más
informativo y cercano a la actualidad. Muchos ensayos se publican
primero como artículos en una revista o periódico y luego en forma de
libro.
En general, los ensayistas utilizan un lenguaje subjetivo, por
medio del cual expresan sus opiniones y sentimientos con respecto al
objeto de estudio.
Los temas del ensayo son muy variados. El escritor puede
desarrollar ideas religiosas, filosóficas, morales, estéticas o literarias.
Por eso, hay distintos tipos:
• el filosófico: desarrolla temas relacionados con la filosofía;

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• el crítico: enjuicia hechos e ideas, ya sean históricos, artísticos o
sociológicos. La modalidad más conocida es el ensayo de crítica
literaria;
• el poético: desarrolla temas relacionados con una intención
artística o estética.

El primer paso para redactar un ensayo es definir el tema. Muchas


veces, el área temática ya está delimitada dentro de la disciplina del
ensayista. Por ejemplo, en literatura, se puede elegir como tema para
la redacción del trabajo la poesía de la generación de 1920, o la obra
de José Martí. Se trata, en estos casos, de exponer una mirada
distinta sobre temas ya estudiados por otros investigadores.
La estructura del ensayo
En líneas generales, el ensayo no posee una estructura rígida, y
esta característica lo diferencia de aquellos textos cuya organización
formal y de contenido es, precisamente, muy rigurosa, como ocurre,
por ejemplo, con los artículos de las revistas de divulgación científica
o la monografía. Mientras que en la monografía prevalece lo
metódico, en el ensayo prevalece lo estético. En los textos científicos,
la información se presenta sin ambigüedad, proyectando una sola
posible interpretación, mientras que el objetivo del ensayista es
problematizar el tema que analiza sin la pretensión de imponer una
postura ni de ser exhaustivo.
Sin embargo, el ensayo también forma parte del pensamiento
científico. Lo que sucede es que mientras para el científico lo
estético es accidental, para el ensayista es esencial. El investigador
busca como fin exponer los resultados de su labor, por lo que
subordina lo artístico a la rigidez de la metodología, la claridad a la
precisión técnica. El ensayista es, ante todo, un escritor y, como tal,
busca la perfección en la expresión y manifiesta la subjetividad en sus
reflexiones. Por eso, aunque reúne características de ambos, el ensayo
se acerca más a una obra literaria que a un tratado científico. Esta
posición intermedia que hace que el ensayo esté en el límite entre lo
científico y lo estético, en la búsqueda de un difícil equilibrio, es lo
que le da carácter al género.
Aunque las subdivisiones en el interior del ensayo no son
explícitas, conviene tener en cuenta que suele organizarse en
introducción, desarrollo y conclusiones.

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La introducción: En esta sección, los autores vuelcan los datos
que sirven para situar al lector con respecto a las características
del ensayo, las circunstancias que motivaron su escritura y los
objetivos que persiguen. Entonces, se explicita el tema elegido, así
como también la bibliografía que se usa como base del análisis.
Esta sección es el primer elemento organizador de los contenidos
y en ella también se establece el alcance que tendrá el trabajo y se
definen los conceptos que serán relevantes para el desarrollo del
ensayo.
El desarrollo: También denominado “cuerpo del trabajo”, el
desarrollo contiene el análisis y la consideración de las ideas que
se desean transmitir, lo cual se expone una vez desplegados todos
los aspectos introductorios. En esta sección se encuentra el trabajo
personal del autor y se caracteriza por:
• lenguaje subjetivo: el autor expresa sus opiniones y
sentimientos con respecto al tema tratado;
• originalidad: ninguna de las ideas desarrolladas en el cuerpo
del trabajo han sido dichas antes;
• discurso argumentativo: el autor propone una idea central que
guiará el resto del trabajo. Incorpora distintos argumentos que le
permitirán sacar conclusiones que probarán la validez de su
planteo inicial;
• planteamiento de nuevas ideas: en un ensayo, se trata de
plantear una nueva visión sobre un tema literario, sociológico o
filosófico. Los autores dan a conocer sus análisis y nuevas
lecturas a partir de trabajos anteriores, proponiendo otra mirada o
datos nuevos que se hayan descubierto.

Las conclusiones: Al final del ensayo, después de haber


desarrollado las ideas que constituyen la sección expositiva, se
escriben las conclusiones. En general, se trata de un resumen del
desarrollo expuesto en el cuerpo principal. El autor trata de destacar
los aspectos más importantes del trabajo y que permiten obtener una
apreciación global de los resultados obtenidos. Debido a que se trata
de una sección de reducidas dimensiones, no se agrega nueva
información. En general, se considera que es una sección
independiente del resto del texto.

ACTIVIDADES:

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1. Leer el siguiente texto:
Tres héroes

Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin


sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se
dormía, sino cómo se iba dónde estaba la estatua de Bolívar. Y
cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la
plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un
padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos
los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y
a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre
americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un
héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres
que pelean por ver libre a su patria.
Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a
pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado,
ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se
atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre
que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea
bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con
obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los
hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde
que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por
todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque
puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre
honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su alrededor, y se
contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un
hombre que vive del trabajo de un bribón, y está en camino de ser
bribón. Hay hombres que son peores que las bestias, porque las
bestias necesitan ser libres para vivir dichosas: el elefante no quiere
tener hijos cuando vive preso: la llama del Perú se echa en la tierra y
se muere, cuando el indio le habla con rudeza o le pone más carga de
la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso
como el elefante y como la llama. En América se vivía antes de la
libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario
quitarse la carga, o morir.
Hay hombres que viven contentos, aunque vivan sin decoro. Hay
otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven
sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de
decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos
hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de
muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible

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contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los
hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un
pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.
Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín,
del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus
errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los
hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la
misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos
no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.
Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las
palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando
siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que
le pesaba en el corazón, y, no le dejaba vivir en paz. La América
entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más
que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su
pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos,
porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los
pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto.
Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad
de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían
derrotado los españoles: lo habían echado del país. Él se fue a una
isla, a ver su tierra de cerca, a pensar en su tierra.
Un negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar nadie.
Volvió un día a pelear, con trescientos héroes, con los trescientos
libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó
al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación nueva, la nación de
Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio
desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los
generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. Era un ejército de
jóvenes. Jamás se peleó tanto, ni se peleó mejor, en el mundo por la
libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los
hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a
ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de
pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa de un
español en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos.
México tenía mujeres y hombres valerosos que no eran muchos,
pero valían por muchos: media docena de hombres y una mujer
preparaban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos
jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo
que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años. Desde niño
fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que

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no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que
entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros
de los filósofos del siglo dieciocho, que explicaron el derecho del
hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Vio a los
negros esclavos, y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios, que
son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano
viejo, a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien: la música,
que consuela; la cría del gusano, que da la seda; la cría de la abeja,
que da miel. Tenía fuego en sí, y le gustaba fabricar: creó hornos para
cocer los ladrillos. Le veían lucir mucho de cuando en cuando los ojos
verdes. Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo,
que daba muchas limosnas el señor cura del pueblo de Dolores.
Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a hablar con
unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un
traidor le dijo a un comandante español que los amigos de Querétaro
trataban de hacer a México libre. El cura montó a caballo, con todo su
pueblo, que lo quería como a su corazón; se le fueron juntando los
caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería; los
indios iban a pie, con palos y flechas, o con hondas y lanzas. Se le
unió un regimiento y tomó un convoy de pólvora que iba para los
españoles. Entró triunfante en Celaya, con músicas y vivas. Al otro
día juntó el Ayuntamiento, lo hicieron general, y empezó un pueblo a
nacer. El fabricó lanzas y granadas de mano. Él dijo discursos que dan
calor y echan chispas, como decía un caporal de las haciendas. El
declaró libres a los negros. Él les devolvió sus tierras a los indios. Él
publicó un periódico que llamó El Despertador Americano. Ganó y
perdió batallas. Un día se le juntaban siete mil indios con flechas, y al
otro día lo dejaban solo. La mala gente quería ir con él para robar en
los pueblos y para vengarse de los españoles. Él les avisaba a los jefes
españoles que si los vencía en la batalla que iba a darles los recibiría
en su casa como amigos. ¡Eso es ser grande! Se atrevió a ser
magnánimo, sin miedo a que lo abandonase la soldadesca, que quería
que fuese cruel. Su compañero Allende tuvo celos de él, y él le cedió
el mando a Allende. Iban juntos buscando amparo en su derrota
cuando los españoles les cayeron encima. A Hidalgo le quitaron uno a
uno, como para ofenderlo, los vestidos de sacerdote. Lo sacaron detrás
de una tapia, y le dispararon los tiros de muerte a la cabeza. Cayó
vivo, revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar. Le
cortaron la cabeza y la colgaron en una jaula, en la Alhóndiga misma
de Granaditas, donde tuvo su gobierno. Enterraron los cadáveres
descabezados. Pero México es libre.

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San Martín fue el libertador del Sur, el padre de la República
Argentina, el padre de Chile. Sus padres eran españoles, y a él lo
mandaron a España para que fuese militar del rey. Cuando Napoleón
entró en España con su ejército, para quitarles a los españoles la
libertad, los españoles todos pelearon contra Napoleón: pelearon los
viejos, las mujeres, los niños; un niño valiente, un catalancito, hizo
huir una noche a una compañía, disparándole tiros y más tiros desde
un rincón del monte: al niño lo encontraron muerto, muerto de hambre
y de frío; pero tenía en la cara como una luz, y sonreía, como si
estuviese contento. San Martín peleó muy bien en la batalla de Bailén,
y lo hicieron teniente coronel.
Hablaba poco: parecía de acero: miraba como un águila: nadie lo
desobedecía su caballo iba y venía por el campo de pelea, como el
rayo por el aire. En cuanto supo que América peleaba para hacerse
libre, vino a América: ¿qué le importaba perder su carrera, si iba a
cumplir con su deber?: llegó a Buenos Aires: no dijo discursos:
levantó un escuadrón de caballería: en San Lorenzo fue su primera
batalla: sable en mano se fue San Martín detrás de los españoles, que
venían muy seguros, tocando el tambor, y se quedaron sin tambor, sin
cañones y sin bandera. En los otros pueblos de América los españoles
iban venciendo: a Bolívar lo había echado Morillo el cruel de
Venezuela: Hidalgo estaba muerto: O’Higgins salió huyendo de Chile:
pero donde estaba San Martín siguió siendo libre la América. Hay
hombres así, que no pueden ver esclavitud. San Martín no podía; y se
fue a libertar a Chile y al Perú. En dieciocho días cruzó con su ejército
los Andes altísimos y fríos: iban los hombres como por el cielo,
hambrientos, sedientos: abajo, muy abajo, los árboles parecían yerba,
los torrentes rugían como leones. San Martín se encuentra al ejército
español y lo deshace en la batalla de Maipú, lo derrota para siempre
en la batalla de Chacabuco. Liberta a Chile. Se embarca con su tropa,
y va a libertar al Perú. Pero en el Perú estaba Bolívar, y San Martín le
cede la gloria. Se fue a Europa triste, y murió en brazos de su hija
Mercedes. Escribió su testamento en una cuartilla de papel, como si
fuera el parte de una batalla. Le habían regalado el estandarte que el
conquistador Pizarro trajo hace cuatro siglos, y él le regaló el
estandarte en el testamento al Perú.
Un escultor es admirable, porque saca una figura de la piedra
bruta: pero esos hombres que hacen pueblos son como más que
hombres. Quisieron algunas veces lo que no debían querer; pero ¿qué
no le perdonará un hijo a su padre? El corazón se llena de ternura al
pensar en esos gigantescos fundadores. Esos son héroes; los que

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pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y
desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la
ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando,
por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales.
José Martí, “La edad de Oro”, en Prosas y Poesías.

Género lírico
La poesía es un texto que se compone con
recursos especiales a fin de conseguir un preciso
efecto visual y musical.
Para entender mejor el texto poético conviene hacer una
simple distinción entre prosa y verso. La prosa no está sujeta a
esquemas métricos ni a la cadencia del verso; la prosa es
característica de géneros narrativos como el cuento, la novela,
etc.
Características del discurso poético
Como género discursivo literario, la poesía
también plantea las inquietudes del hombre acerca
del universo, la vida, el amor y la muerte.
El lenguaje poético se caracteriza por:
❖ El uso libre del lenguaje: es connotativo, ya que el significado
de las palabras depende del contexto y de la intención del poeta.
❖ La libre distribución del contenido: el poema se dispone en el
papel según las reglas que crea el poeta. Está distribuido en versos
(cada renglón) y en estrofas (un conjunto de versos). Cada verso es
una unidad rítmica.
❖ La musicalidad: en el lenguaje, siempre hay musicalidad; la
poesía es el texto literario en el que más se concentra el ritmo, que no
es otra cosa que la relación entre el ruido y el silencio. El ruido se
marca con acentos especiales. El silencio, en cambio, con todas las
pausas que se señalan en el poema. Algunas son las ortográficas, y
otras son las marcadas con espacios en blanco según la distribución en
el papel. Además de la acentuación, la rima y la métrica son
determinantes en la constitución del ritmo.

El autor y el “yo lírico”

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En cada poema, el autor construye un “yo” que habla. Se lo
denomina “yo lírico”. Posee características propias (sentimientos,
visión del mundo circundante) que lo vuelven autónomo respecto de
su creador; por lo tanto, expresa su propia percepción de las cosas.
Las tramas en la poesía
Es la organización en que se representa el contenido del poema.
➢ Narrativa: presenta acciones encadenadas.
➢ Descriptiva: caracteriza personas, objetos o paisajes.
➢ Conversacional: representa una situación de diálogo.

LITERATURA DEL BARROCO LATINOAMERICANO

CONOZCAMOS ALGUNOS ASPECTOS DE ESTE MOVIMIENTO


LITERARIO...

El Barroco americano

El arte americano presenta características originales a causa de las


influencias de los modelos peninsulares y del arte precolombino. En
América, el Barroco se desarrolló desde mediados del siglo XVII
hasta los comienzos del siglo XIX.

Las características del arte barroco en América

Las obras artísticas realizadas en las colonias americanas


presentan algunas características propias que las diferencian de las
hechas en Europa. Esta situación se debió a la distancia existente entre
las metrópolis y las colonias y a la ausencia en América de grandes
artistas europeos. Fue decisiva la presencia de una tradición artística
precolombina que influyó en la creación de un estilo particular.
Objetos llegados del Asia sirvieron también como fuentes de
inspiración, en especial, en el arte desarrollado en las colonias
portuguesas y en la zona de la costa del Pacífico.

Los rasgos básicos del estilo barroco se transmitieron a América


fundamentalmente por medio de la enseñanza de los religiosos, que
utilizaban libros o estampas que contenían obras realiza-das por
artistas europeos.

Asimismo, la presencia de artistas europeos, criollos, indígenas y


mestizos contribuyó a crear un lenguaje plástico propio de cada una
de las grandes regiones americanas.

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Una de las principales características del
Barroco americano es la importancia que
adquirió la arquitectura con respecto a las
otras artes. Esta propuesta se debe a la necesidad de crear iglesias
para recibir a las poblaciones recientemente cristianizadas. Otra
característica importante es la rica decoración de las fachadas y
los interiores de los edificios.

Representantes de la literatura del barroco en América Latina

Los escritores barrocos recurrieron a un lenguaje retorcido,


abundante, recargado de adornos literarios; con un sinfín de figuras,
técnicas y temas, cuyo objetivo fue complicar el significado propio
del texto.
Se utiliza la metáfora y el hipérbaton para acelerar el ritmo y la
intensidad de la escritura.
Algunos de los autores más importantes del barroco en América
latina son:

Sor Juana Inés de la Cruz

Seudónimo de Juana Inés de Asbaje, religiosa católica, poetisa y


dramaturga (Replanta México 1651). Cultivó la lírica y el teatro, así
como la prosa Ocupa el lugar más destacado de la literatura
novohispana.
Fue la primera mujer de letras en la época colonial. Joven
brillante, aprendió a leer y a escribir a los tres años. Por su
inteligencia y hermosura fue acompañante de la corte en el Virreinato
en México. Movida por la fe católica, se convirtió en religiosa.
Ingresó a la orden de las Carmelitas Descalzas (1667) y dos años
después a la orden de San Jerónimo, donde muere más tarde. Abogó
por el derecho de la mujer a la educación. Fue conocida como “La
décima musa”.

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DETENTE SOMBRA (Sor
Juana Inés de la Cruz)

Detente, sombra de mi bien


esquivo,
imagen del hechizo que más
quiero,
bella ilusión por quien alegre
muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,


sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho.

Concepto de REDONDILLA:

En poesía se clasifican dentro del género de arte menor aquellos


poemas que cuentan con una estructura particular cuyos versos son de
ocho sílabas sonoras o menos. A su vez, dentro de esta clasificación
existen muchos tipos de estructuras posibles; la más popular es la
de versos octosílabos. Dentro de los versos octosílabos se ubica
la redondilla que posee estrofas compuestas por cuatro versos de
ocho sílabas cada uno con rima consonante de tipo ABBA (el primer
verso rima con el cuarto y el segundo con el tercero).
Concepto de SONETO:

Composición poética formada por catorce versos de arte mayor,


generalmente endecasílabos, y rima consonante, que se distribuyen en
dos cuartetos y dos tercetos.
"El soneto castellano es de influencia italiana y se empieza a
ensayar en el siglo XV"

Hombres necios que acusáis​


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.

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Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo


de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis con presunción necia


hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro


que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén


tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,


pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis


que con desigual nivel
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada


la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y pena


que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y queja enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas


a sus libertades alas
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido


en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,


aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis


de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar
y después con más razón

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acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo


que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ ​

Soneto 145
Sor Juana Inés de la Cruz

Éste que ves, engaño colorido,


que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido


excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,


es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,


es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

Leer el siguiente texto argumentativo.


El machismo, una forma de discriminación.
Sor Juana Inés de la Cruz, víctima de su época.


Juana de Asbaje y Ramirez de Santillana, conocida como Sor Juana Inés de la Cruz y ponderada por algunos de sus
contemporáneos como “décima musa”, nació a mediados del siglo XVII y murió en 1695 mientras cuidaba a enfermos de una
epidemia.
Cuando tenía 16 años fue introducida a la corte virreinal como dama de compañía. En 1667 entró como novicia carmelita, pero
el reglamento le pareció estricto y regresó a la vida de la Corte. En 1669 se convirtió en monja de San Jerónimo, menos
estricta que la anterior y perteneció en ella hasta su muerte.
Muchos sospecharon que la decisión de hacerse monja siendo una intelectual brillante de su época se debió a un previo
desengaño amoroso. Pero atenderemos a un fragmento de su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”: “Entréme a religiosa,
porque aunque conocía el estado de las cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas repugnantes a mi genio,
con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en
materia de seguridad que deseaba mi salvación”
Estas palabras en las que explica las razones de su estado religioso fueron las que hicieron de Sor Juana una heroína de

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leyenda para las feministas. En su época, la mujer sólo tenía dos opciones: el matrimonio y el convento. En ambos casos
estaría sometida al machismo dominante. Sor Juana no pudo escapar a esta mentalidad encarnada en las recomendaciones del
obispo de Puebla cuando le aconsejaba abandonar el camino de la búsqueda del conocimiento y limitarse a sus deberes de
religiosa. Como dice Octavio Paz: “Si hubiera sido hombre no la hubieran atormentado los celosos príncipes de la iglesia”
La no aceptación de la inteligencia depositada en un cuerpo de mujer muestra los entretelones del poder encarnados en una
mentalidad represiva. Sin embargo, la intervención del obispo fue valiosa porque el temor al Santo Tribunal de la Inquisición
(instalado en la Colonia) lleva a la monja a argumentar en la Respuesta, a través un estilo barroco, justificando su amor por el
estudio de un modo que denuncia la falta de libertad del intelectual y, más aún, si éste es una mujer. Que alguien perteneciente
al género femenino se interesara por el saber era sumamente revolucionario para la época. Fue extemporánea porque
comprendió que el conocimiento era liberador y se anticipó a los tiempos al defender los derechos de las mujeres al estudio.
“No quiero (ni tal desatino cupiera en mí) decir que me han perseguido por saber, sino sólo porque he tenido el amor a la
sabiduría y a las letras (…) han llegado a solicitar que se me prohibiera el estudio.
Una vez lo consiguieron con una prelada muy santa y muy cándida que creyó que el estudio era cosa de Inquisición y me
mandó que no estudiase. Yo la obedecí (unos tres meses me duró el poder ella mandar) en cuanto a no tomar un libro, que, en
cuento a no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer (…).
Sor Juana considera que el estudio de las Sagradas Letras no es una cuestión de género, sino de inteligencia y virtud. Dice:
“No sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres que con serlo piensan que son sabios se habría
de prohibir la interpretación de las Sagradas Letras en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios dóciles y bien
inclinados”
Exiliada del pensamiento, la hermosa mujer de delicada feminidad y poseedora de firmes convicciones racionales, muestra su
vasta erudición en la Carta Respuesta a Sor Filotea y logra un singular discurso en donde trata de dar argumentos válidos para
evitar el castigo de la Inquisición. A pesar de su acto de contrición, su rebeldía se manifiesta a través de la ironía. Su escritura
inserta dentro del Barroco expresa vía indirecta (juegos de palabras, de conceptos y abundantes recursos retóricos) la postura
del criollo privado de la libertad de expresión.
La Voz del Interior. Abril 1996.

Literatura del ROMANTICISMO

(Primera mitad del siglo XIX) Colombia


NOCTURNO III

Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de
alas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas
fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz
blanca,
y tu sombra

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fina y lánguida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!

Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...

Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de
músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,

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se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de
negruras y de lágrimas!...
José Asunción Silva

Aunque la palabra “romántico” viene de “los que hablan lengua


romance”, no hay duda de que para nosotros está relacionada con el
amor. Y es porque ésta fue una temática fundamental del movimiento
romántico: el amor; pero no cualquier forma de amor, sino un amor
pasional, definitivo, melancólico, triste, perdido, inalcanzable. Es
decir, trágico, inasible, hasta morir. La característica principal de este
movimiento fue el “extremismo” de las pasiones y de las ideas. En el
espíritu romántico, nada es “más o menos”, el amor, los ideales, la
patria, todo, se tenía que llevar a los extremos.

ROMANTICISMO
Inestabilidad social, guerras civiles, ideas irreconciliables acerca
de cómo organizar el país… En Argentina y en toda Hispanoamérica
se produjeron hacia la misma época, grandes tensiones sociales en
busca de un orden más justo que garantizara la construcción de las
nacionalidades. La anarquía primero y tras ella la irrupción de los
caudillos fue el resultado de la ruptura de las estructuras coloniales
después de las guerras de la independencia. Había un clima de
efervescencia y búsqueda de un nuevo orden. En ese marco histórico
y, principalmente, en el período que transcurre entre 1830 y 1860, se
desarrolló el Romanticismo en América, aunque sus postulados
siguieron vigentes durante algunas décadas más en la literatura
gauchesca.
El Romanticismo fue un intenso movimiento cultural que abarcó
las artes plásticas, la literatura, la música, la política. Su cosmovisión
fue sentimental, es decir, tenía como centro el sentimiento y la
emoción por sobre la razón. Se originó en Alemania a fines del siglo
XVIII, se expandió por el resto de Europa y extendió su influencia a
América.
Tanto en Argentina como en el resto de Hispanoamérica, este
movimiento se adhirió intensamente a una de las corrientes del
Romanticismo europeo: la social. La otra corriente, la del
Romanticismo sentimental, se manifestó entre 1860 y 1890, cuando el
país ya se había organizado políticamente. Dos novelas ejemplifican
cada una de ellas: Amalia, de José Mármol y María de Jorge Isaac,

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respectivamente. Pero en sus comienzos, la realidad americana no
permitió a los románticos abandonarse a la contemplación
egocéntrica; por el contrario, les exigió dar una respuesta a las
necesidades colectivas.
En lo literario, los románticos buscaron la originalidad a través
de una literatura nacional con rasgos propios, diferentes de los
europeos. Por eso, la naturaleza se vuelve protagonista.
Además de los temas, intentaron renovar el lenguaje. Plantearon la
necesidad de una lengua nacional, liberada de las convenciones de la
Real Academia Española y más ligada a las expresiones regionales y
coloquiales. Dijo Sarmiento: “El idioma de América deberá ser suyo,
propio, con su modo de ser característico y sus formas e imágenes
tomadas de las virginales, sublimes y gigantescas que su naturaleza,
sus revoluciones y su historia indígena le presentan.”
Características del Romanticismo en América:

• El individualismo: el romántico europeo exaltaba su yo, y buscaba


la originalidad dentro de sí mismo, en sus sentimientos, en sus
sentimientos. En el romanticismo hispanoamericano la exaltación del
“yo” se dio en forma conjunta con la exaltación de la patria. Para
consolidar su “yo” el romántico se involucró en la construcción de
una conciencia nacional y trató de crear las condiciones para que ella
se manifieste.
• El sentimentalismo: Se actuaba con pasión, con heroísmo, con
coraje. Lo sentimental acompañó a la afirmación de ideales de
libertad, progreso y democracia.
• El historicismo: Los románticos afirmaban que hay que conocer la
realidad presente, sus contradicciones, su proceso para poder realizar
cambios que posibiliten la organización y la conducción de un país
hacia el progreso, la civilización y la libertad.
Los temas románticos:
• La patria: los escritores sienten que su destino individual está
ligado al destino de la patria. En América libertad individual significa
“independencia” y “libertad de expresión” en el plano de lo público.
Esto lleva a luchar contra la tiranía y a atender a todos aquellos
aspectos de la realidad física, histórica y sociopolítica que contribuyen
a la formación de una conciencia nacional.

• El amor: En el Romanticismo sentimental se presenta un amor


idealizado, ennoblecido. En el Romanticismo social éste queda

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siempre condicionado a las exigencias de la
realidad histórica, expuesto a los riesgos del
momento político. Su posibilidad de
realización depende, más que de las libertades
individuales, del clima social en el que se
genera. El amor romántico termina casi
siempre en muerte o en pérdida. Es un amor irrealizable.

• La mujer: adquiere suma importancia porque es la generadora de la


pasión. Se la presenta como mujer ángel o como mujer demonio según
ennoblezca al hombre o lo condene a la destrucción.

• La naturaleza: en el paisaje americano y en su


gente el romántico encuentra rasgos de lo propio, de
lo diferente. Como la naturaleza en Hispanoamérica asombra por su
generosidad y su tamaño, el romántico la identifica con lo exótico. El
desierto, la pampa, la selva, los grandes bosques, la magnitud de las
montañas, permiten explorar el color local y su paisaje humano.

Amor secreto
Manuel Payno
​ ucho tiempo hacía que Alfredo no me visitaba,
M
hasta que el día menos pensado se presentó en mi
cuarto. Su palidez, su largo cabello que caía en
desorden sobre sus carrillos hundidos, sus ojos
lánguidos y tristes y, por último, los marcados síntomas
que le advertía de una grave enfermedad me alarmaron
sobremanera, tanto, que no pude evitar el preguntarle
la causa del mal, o, mejor dicho, el mal que padecía.
- Es una tontería, un capricho, una quimera lo que me
ha puesto en este estado; en una palabra, es un
amor secreto.
- ¿Es posible?
- Es una historia —prosiguió— insignificante para el
común de la gente; pero quizá tú la comprenderás;
historia, te repito, de esas que dejan huellas tan

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profundas en la existencia del hombre, que ni el
tiempo tiene poder para borrar.

​ l tono sentimental, a la vez que solemne y lúgubre


E
de Alfredo, me conmovió al extremo; así es que le
rogué me contase esa historia de su amor secreto, y él
continuó:

- ¿Conociste a Carolina?
- ¡Carolina! … ¿Aquella jovencita de rostro expresivo y
tierno, de delgada cintura, pie breve?
- La misma.
- Pues en verdad la conocí y me interesó
sobremanera… pero…
- A esa joven —prosiguió Alfredo— la amé con el
amor tierno y sublime con que se ama a una
madre, a un ángel; pero parece que la fatalidad se
interpuso en mi camino y no permitió que nunca le
revelara esta pasión ardiente, pura y santa, que
habría hecho su felicidad y la mía.

“​ La primera noche que la vi fue en un baile; ligera,


aérea y fantástica como las sílfides, con su hermoso y
blanco rostro lleno de alegría y de entusiasmo. La amé
en el mismo momento, y procuré abrirme paso entre la
multitud para llegar cerca de esa mujer celestial, cuya
existencia me pareció desde aquel momento que no
pertenecía al mundo, sino a una región superior; me
acerqué temblando, con la respiración trabajosa, la
frente bañada de un sudor frío… ¡Ah!, el amor, el amor
verdadero es una enfermedad bien cruel. Decía, pues,
que me acerqué y procuré articular algunas palabras, y
yo no sé lo que dije; pero el caso es que ella con una
afabilidad indefinible me invitó que me sentase a su
lado; lo hice, y abriendo sus pequeños labios pronunció
algunas palabras indiferentes sobre el calor, el viento,
etcétera; pero a mí me pareció su voz musical, y esas

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palabras insignificantes sonaron de una manera tan
mágica a mis oídos que aún las escucho en este
momento. Si esa mujer en aquel acto me hubiera
dicho: Yo te amo, Alfredo; si hubiera tomado mi mano
helada entre sus pequeños dedos de alabastro y me la
hubiera estrechado; si me hubiera sido permitido
depositar un beso en su blanca frente… ¡Oh!, habría
llorado de gratitud, me habría vuelto loco, me habría
muerto tal vez de placer.
“​ A poco momento un elegante invitó a bailar a
Carolina. El cruel, arrebató de mi lado a mi querida, a
mi tesoro, a mi ángel. El resto de la noche Carolina
bailó, platicó con sus amigas, sonrió con los libertinos
pisaverdes; y para mí, que la adoraba, no tuvo ya ni
una sonrisa, ni una mirada ni una palabra. Me retiré
cabizbajo, celoso, maldiciendo el baile. Cuando llegué a
mi casa me arrojé en mi lecho y me puse a llorar de
rabia.
“​ A la mañana siguiente, lo primero que hice fue
indagar dónde vivía Carolina; pero mis pesquisas por
algún tiempo fueron inútiles. Una noche la vi en el
teatro, hermosa y engalanada como siempre, con su
sonrisa de ángel en los labios, con sus ojos negros y
brillantes de alegría. Carolina se rió unas veces con las
gracias de los actores, y se enterneció otras con las
escenas patéticas; en los entreactos paseaba su vista
por todo el patio y palcos, examinaba las casacas de
moda, las relumbrantes cadenas y fistoles de los
elegantes, saludaba graciosamente con su abanico a
sus conocidas, sonreía, platicaba… y para mí, nada… ni
una sola vez dirigió la vista por donde estaba mi luneta,
a pesar de que mis ojos ardientes y empapados en
lágrimas seguían sus más insignificantes movimientos.
También esa noche fue de insomnio, de delirio; noche
de esas en que el lecho quema, en que la fiebre hace
latir fuertemente las arterias, en que una imagen
fantástica está fija e inmóvil en la orilla de nuestro
lecho.
“​ Era menester tomar una resolución. En efecto,
supe por fin dónde vivía Carolina, quiénes componían

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su familia y el género de vida que tenía. ¿Pero cómo
penetrar hasta esas casas opulentas de los ricos?
¿Cómo insinuarme en el corazón de una joven del alto
tono, que dedicaba la mitad de su tiempo a descansar
en las mullidas otomanas de seda, y la otra mitad en
adornarse y concurrir en su espléndida carroza a los
paseos y a los teatros? ¡Ah!, si las mujeres ricas y
orgullosas conociesen cuánto vale ese amor ardiente y
puro que se enciende en nuestros corazones; si miraran
el interior de nuestra organización, toda ocupada, por
decirlo así, en amar; si reflexionaran que para
nosotros, pobres hombres a quienes la fortuna no
prodigó riquezas, pero que la naturaleza nos dio un
corazón franco y leal, las mujeres son un tesoro
inestimable y las guardamos con el delicado esmero
que ellas conservan en un vaso de nácar las azucenas
blancas y aromáticas, sin duda nos amarían mucho;
pero… las mujeres no son capaces de amar el alma
jamás. Su carácter frívolo las inclina a prenderse más
de un chaleco que de un honrado corazón; de una
cadena de oro o de una corbata, que de un cerebro
bien organizado.
“​ He aquí mi tormento. Seguir lánguido, triste y
cabizbajo, devorado con mi pasión oculta, a una mujer
que corría loca y descuidada entre el mágico y
continuado festín, de que goza la clase opulenta de
México. Carolina iba a los teatros, allí la seguía yo;
Carolina en su brillante carrera daba vueltas por las
frondosas calles de árboles de la Alameda, también me
hallaba yo sentado en el rincón oscuro de una banca.
En todas partes estaba ella rebosando alegría y dicha, y
yo, mustio, con el alma llena de acíbar y el corazón
destilando sangre.
“​ Me resolví a escribirle. Di al lacayo una carta, y en
la noche me fui al teatro lleno de esperanzas. Esa
noche acaso me miraría Carolina, acaso fijaría su
atención en mi rostro pálido y me tendría lástima… era
mucho esto: tras de la lástima vendría el amor y
entonces sería yo el más feliz de los hombres. ¡Vana
esperanza! En toda la noche no logré que Carolina
fijase su atención en mi persona. Al cabo de ocho días

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me desengañé que el lacayo no le había entregado mi
carta. Redoblé mis instancias y conseguí por fin que
una amiga suya pusiese en sus manos un billete,
escrito con todo el sentimentalismo y el candor de un
hombre que ama de veras; pero, ¡Dios mío!, Carolina
recibía diariamente tantos billetes iguales; escuchaba
tantas declaraciones de amor; la prodigaban desde sus
padres hasta los criados tantas lisonjas, que no se
dignó abrir mi carta y la devolvió sin preguntar aun por
curiosidad quién se la escribía.
​“¿Has experimentado alguna vez el tormento atroz
que se siente, cuando nos desprecia una mujer a quien
amamos con toda la fuerza de nuestra alma?
¿Comprendes el martirio horrible de correr día y noche
loco, delirante de amor tras de una mujer que ríe, que
no siente, que no ama, que ni aun conoce al que la
adora?
“​ Cinco meses duraron estas penas, y yo constante,
resignado, no cesaba de seguir sus pasos y observar
sus acciones. El contraste era siempre el mismo: ella
loca, llena de contento, reía y miraba al drama que se
llama mundo al través de un prisma de ilusiones; y yo
triste, desesperado con un amor secreto que nadie
podía comprender, miraba a toda la gente tras la media
luz de un velo infernal.
“​ Pasaban ante mi vista mil mujeres; las unas de
rostro pálido e interesante, las otras llenas de robustez
y brotándoles el nácar por sus redondas mejillas. Veía
unas de cuerpo flexible, cintura breve y pie pequeño;
otras robustas de formas atléticas; aquellas de
semblante tétrico y romántico; las otras con una cara
de risa y alegría clásica; y ninguna, ninguna de estas
flores que se deslizaban ante mis ojos, cuyo aroma
percibía, cuya belleza palpaba, hacía latir mi corazón, ni
brotar en mi mente una sola idea de felicidad. Todas
me eran absolutamente indiferentes; sólo amaba a
Carolina, y Carolina… ¡Ah!, el corazón de las mujeres se
enternece, como dice Antony, cuando ven un mendigo
o un herido; pero son insensibles cuando un hombre les
dice: ‘Te amo, te adoro, y tu amor es tan necesario a

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mi existencia como el sol a las flores, como el viento a
las aves, como el agua a los peces.’ ¡Qué locura!
Carolina ignoraba mi amor, como te he repetido, y esto
era peor para mí que si me hubiese aborrecido.
“​ La última noche que la vi fue en un baile de
máscaras. Su disfraz consistía en un dominó de raso
negro; pero el instinto del amor me hizo adivinar que
era ella. La seguí en el salón del teatro, en los palcos,
en la cantina, en todas partes donde la diversión la
conducía. El ángel puro de mi amor, la casta virgen con
quien había soñado una existencia entera de ventura
doméstica, verla entre el bullicio de un carnaval,
sedienta de baile, llena de entusiasmo, embriagada con
las lisonjas y los amores que le decían. ¡Oh!, si yo
tuviera derechos sobre su corazón, la hubiera llamado,
y con una voz dulce y persuasiva le hubiera dicho:
‘Carolina mía, corres por una senda de perdición; los
hombres sensatos nunca escogen para esposas a las
mujeres que se encuentran en medio de las escenas de
prostitución y voluptuosidad; sepárate por piedad de
esta reunión cuyo aliento empaña tu hermosura, cuyos
placeres marchitan la blanca flor de tu inocencia;
ámame sólo a mí, Carolina, y encontrarás un corazón
sincero, donde vacíes cuantos sentimientos tengas en
el tuyo: ámame, porque yo no te perderé ni te dejaré
morir entre el llanto y los tormentos de una pasión
desgraciada.’ Mil cosas más le hubiera dicho; pero
Carolina no quiso escucharme; huía de mí y risueña
daba el brazo a los que le prodigaban esas palabras
vanas y engañadoras que la sociedad llama galantería.
¡Pobre Carolina! La amaba tanto, que hubiera querido
tener el poder de un dios para arrebatarla del peligroso
camino en que se hallaba.
“​ Observé que un petimetre de estos almibarados,
insustanciales, destituidos de moral y de talento, que
por una de tantas anomalías aprecia y puede decirse
venera la sociedad, platicaba con gran interés con
Carolina. En la primera oportunidad lo saqué fuera de la
sala, lo insulté, lo desafié, y me hubiera batido a
muerte; pero él, riendo me dijo: ‘¿Qué derechos tiene
usted sobre esta mujer?’ Reflexioné un momento, y con

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voz ahogada por el dolor, le respondí: ‘Ningunos.’ ‘Pues
bien —prosiguió riéndose mi antagonista—, yo sí los
tengo y los va usted a ver.’ El infame sacó de su bolsa
una liga, un rizo de pelo, un retrato, unas cartas en que
Carolina le llamaba su tesoro, su único dueño. ‘Ya ve
usted, pobre hombre —me dijo alejándose—, Carolina
me ama, y con todo la voy a dejar esta noche misma,
porque colecciones amorosas iguales a las que ha visto
usted y que tengo en mi cómoda, reclaman mi
atención; son mujeres inocentes y sencillas, y Carolina
ha mudado ya ocho amantes.’
“​ Sentí al escuchar estas palabras que el alma
abandonaba mi cuerpo, que mi corazón se estrechaba,
que el llanto me oprimía la garganta. Caí en una silla
desmayado, y a poco no vi a mi lado más que un amigo
que procuraba humedecer mis labios con un poco de
vino.
“​ A los tres días supe que Carolina estaba atacada
de una violenta fiebre y que los médicos desesperaban
de su vida. Entonces no hubo consideraciones que me
detuvieran; me introduje en su casa decidido a
declararle mi amor, a hacerle saber que si había pasado
su existencia juvenil entre frívolos y pasajeros placeres,
que si su corazón moría con el desconsuelo y vacío
horrible de no haber hallado un hombre que la amase
de veras, yo estaba allí para asegurarle que lloraría
sobre su tumba, que el santo amor que le había tenido
lo conservaría vivo en mi corazón. ¡Oh!, estas
promesas habrían tranquilizado a la pobre niña, que
moría en la aurora de su vida, y habría pensado en
Dios y muerto con la paz de una santa.
“​ Pero era un delirio hablar de amor a una mujer en
los últimos instantes de su vida, cuando los sacerdotes
rezaban los salmos en su cabecera; cuando la familia,
llorosa, alumbraba con velas de cera benditas, las
facciones marchitas y pálidas de Carolina. ¡Oh!, yo
estaba loco; agonizaba también, tenía fiebre en el
alma. ¡Imbéciles y locos que somos los hombres!”
- Y ¿qué sucedió al fin?

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- Al fin murió Carolina —me contestó—, y yo
constante la seguí a la tumba, como la había
seguido a los teatros y a las máscaras. Al cubrir la
fría tierra los últimos restos de una criatura poco
antes tan hermosa, tan alegre y tan contenta,
desaparecieron también mis más risueñas
esperanzas, las solas ilusiones de mi vida.
​Alfredo salió de mi cuarto, sin despedida.
EL TEXTO TEATRAL Y EL TEATRO

A diferencia del texto narrativo, ensayístico o poético, el texto


teatral está destinado a la representación. Esto se advierte de manera
clara en las especiales características del entramado de su escritura
donde conviven, por lo general, dos tipos de discursos: el parlamento
de los personajes y las acotaciones escénicas.

Si bien es posible leer en silencio una pieza dramática o hacer


teatro leído, de alguna manera, los que leen construyen para sí y para
su potencial auditorio, una puesta en escena virtual de esa obra a
través de la imaginación: las palabras evocan movimientos, tonos de
voz, espacios escénicos, vestuario, escenografía...

De esto depende el carácter específico del texto teatral, ya que se


trata de algo más que de una modalidad discursiva. El teatro, en
efecto, puede ser considerado como una estructura múltiple de signos
que se desenvuelven en distintos niveles. Hay que distinguir entre el
"texto teatral" en sí mismo y el "hecho teatral". Pues constituyen
objetos de estudio diferentes, el primero tiene que ver solamente con
lo discursivo y la temática que plantea, mientras que el segundo,
además de incluir al primero, está sujeto a la representación y a la
puesta en escena en general.
UN POCO DE HISTORIA. LOS GRIEGOS: ETERNOS CREADORES

La historia del teatro comenzó en Grecia hace 2.500 años atrás.


Durante los siglos V y IV a C. se celebraban en Grecia ceremonias
religiosas en honor a Dionisos, dios de la vid y del delirio místico, que
según la leyenda era hijo de Zeus, dios del Olimpo. Esta ceremonia
religiosa en la que un sacerdote contaba episodios de la vida del dios a
través de ditirambos (composiciones épico-líricas), con el tiempo se
transformó en una representación, pues de la narración se pasó a las

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acciones, y de las aventuras de Dionisos se pasó a otros personajes
heroicos o fabulosos. Con el ingreso del primer actor, allá por el año
530 a C., comienza la representación teatral.

El campo de la creación dramática de los griegos se repartía entre


la TRAGEDIA y la COMEDIA.

La TRAGEDIA exhibía a los personajes


"más dignos" (semidioses, héroes y figuras
míticas) y las acciones se desenvolvían en una
escena que se sitúa en regiones lejanas de un
pasado remoto. Los personajes enfrentaban
conflictos imposibles de resolver y, generalmente, terminaba con la
muerte de uno o varios personajes.

La COMEDIA y su gente más mundana y "menos digna" era


representada creando un clima de vida cotidiana, donde las acciones
se desarrollaban entre hombres comunes. Los personajes enfrentaban
un conflicto y lograban resolverlo al llegar al final de la obra. Tenía
"un final feliz".

Cuando los romanos dominaron a los griegos, comenzaron a
representarse las FARSAS; un tipo de comedia simplificado donde el
único objetivo era hacer reír al espectador. Los actores iban de pueblo
en pueblo y usaban el mismo carromato en el que se desplazaban
como escenario.

Durante la Edad Media continuaron representándose las farsas.


Pero al llegar el Renacimiento, se volvieron a revalorizar las comedias
y tragedias griegas y surgieron autores de renombre mundial cuyas
obras continúan representándose en nuestros días.

PRIMERAS MANIFESTACIONES EN AMÉRICA

Las primeras representaciones teatrales de América estuvieron


ligadas a ceremonias religiosas en honor a los antepasados indígenas y
fueron desarrolladas por las grandes culturas precolombinas.
Las representaciones teatrales que se desarrollaron en el
continente americano durante los tiempos de la colonización (siglo
XVI y XVII) contaron con el impulso dado por los evangelizadores,
ya que la puesta en escena de pequeños episodios dramáticos cumplía
exitosamente con un objetivo: llevar a los indígenas el conocimiento

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de la fe cristiana. TENÍAN UN FIN DIDÁCTICO Y
MORALIZADOR.
Teatro La Ranchería antes del incendio en
Con el1792 paso del tiempo, y ya
consolidado el sistema colonial mediante la
organización de virreinatos, el crecimiento
de ciudades como México, Lima, y un poco
más tarde Buenos Aires, exigió una mayor
difusión cultural. En este contexto, se
representaron obras extranjeras, estrenadas
por actores que no eran de esas tierras. ​
Un antecedente importante del teatro nacional, que luego se
consolidaría hacia fines del siglo XIX, fue la creación del teatro de La
Ranchería, una sala inaugurada durante el gobierno del virrey Vértiz.
En este período también existieron ciertos "tablados" improvisados a
los que asistía el pueblo. Entre 1804 y 1806 funcionó en Buenos Aires
una única sala: el Coliseo Provisional.
Más tarde, y durante todo el siglo XIX, aumentaron las
producciones de autores locales, pero todavía no lograban la presencia
de un público numeroso. Ese momento recién llegaría en 1884 cuando
comenzó a representarse Juan Moreira, bajo la dirección y actuación
de artistas locales y con una gratificante respuesta del público. Esta
obra se representó originariamente como una PANTOMIMA; luego
pasó a ser un drama gauchesco cuando el circo de los hermanos
Podestá le agregó diálogos y la representó ante el público del interior
del país.
El circo criollo, una carpa que contenía un PICADERO central,
fue el ámbito donde se desarrolló Juan Moreira, inspirada en la novela
de Eduardo Gutiérrez publicada en el periódico La Patria Argentina
como un folletín, es decir, que cada día se publicaba una parte y los
lectores debían seguir comprando el diario para conocer las nuevas
aventuras y su desenlace.
Géneros dramáticos

Con el fin de aportar una información general sobre el tema,


expondremos las principales características de los géneros teatrales
más importantes.
a) TRAGEDIA: obra de carácter elevado y serio. Sus personajes son
ilustres o heroicos y sus temas provienen de los grandes mitos griegos.
El desenlace, por lo general, es funesto.
b) COMEDIA: pieza teatral de carácter humorístico, que presenta

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personajes comunes y suele retratar características de la sociedad en
general. Existen tipos de comedia (comedia de enredos, comedia de
costumbres, comedia sentimental, etc.).
c) DRAMA: composición teatral en la que se entremezclan, como en
la vida, lo trágico y lo cómico.
Composición del texto teatral

Cuando se pretende analizar una pieza teatral, en tanto texto, es


necesario tener en cuenta que es una obra destinada a la
representación.
Una pieza teatral está compuesta por:
a) LOS PARLAMENTOS.
- DIÁLOGOS: constituidos por los parlamentos de los personajes.
- MONÓLOGOS: en los que un personaje dialoga consigo mismo en
voz alta.
- APARTES: comentarios que el personaje dirige al público.
b) LAS ACOTACIONES ESCÉNICAS: están conformadas por las
indicaciones que tienen que ver con los movimientos que ejecutan los
personajes y sus características distintivas (tono, mímica, ademanes,
desplazamientos, vestuario, maquillaje, etc.). Por otro lado, tiene que
ver con las indicaciones que hacen referencia al espacio escénico
(accesorios, decorados, iluminación, efectos sonoros, etc.).
Estructura de una obra de teatro

La sucesión de las acciones en una obra de teatro se organiza en


"ACTOS" y "ESCENAS".
- Los ACTOS constituyen las partes en que puede dividirse una
obra y, generalmente, sus inicios se marcan con la apertura del telón
y sus cierres, con la caída (también con juegos de luces o la entrada y
salida de todos los personajes de escena).
- Las ESCENAS tienen un número variable. Sobre todo porque
el cambio de escena está vinculado con la entrada y salida de los
personajes. Existen tipos de escenas: algunas son más livianas,
transicionales, es decir, demoran la resolución del conflicto y desvían
el asunto central, mientras que otras son claves porque en ellas se
concentra lo esencial del acto. En la combinación o expansión del
número de estas escenas se juega la intriga de la obra.
Los personajes

Los personajes pueden representar tipos humanos fijos y, en ese

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sentido, son estereotipos, ejemplos de una virtud o de un vicio.
También pueden ser personajes que despliegan en escena su peculiar
carácter, es decir, que salen de los esquemas habituales de los
personajes típicos.
Al margen de que reproduzcan tipos o de que manifiesten su
particular psicología, los personajes son los que movilizan la obra; a
través de sus acciones se desarrolla un proyecto y se va construyendo
a lo largo de cada una de las escenas. El o los personajes son los
responsables del juego escénico.


EL INFORME

¿Cómo hacer un informe?

Elegir tu tema Investigar el tema Hacer un borrador de tu


informe Escribir tu informe Finalizar tu informe

1. Elegir tu tema
Ten en cuenta lo que debes hacer. Si tu maestro o jefe te ha dado
algunas pautas para redactar tu informe, asegúrate de leerlas (más de
una vez). ¿Qué te pide hacer? ¿Debes informar a la gente acerca de un
tema? Por lo general, si escribes un informe para una tarea escolar, te
pedirán que presentes un tema sin incluir tu opinión. También podrían
pedirte que convenzas a la audiencia con respecto a una determinada
forma de ver o analizar un tema. Pídele a tu maestro que solucione las
dudas que puedas tener lo más pronto posible.
• Recuerda que, si tu objetivo es únicamente informar a la

audiencia, no debes incluir tu opinión ni algún elemento persuasivo en


el informe
Elige un tema que te apasione. Apasionarte por un tema te
llevará a hacer el mejor trabajo posible. Desde luego, a veces no
podrás elegir. Si ese caso se presenta, trata de encontrar algo en el
tema asignado que te apasione. Siempre comenta tus ideas con tu
profesor para asegurarte de que el enfoque que tomes para redactar el
informe sea el adecuado.

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•Si tu tarea consiste en dar un informe acerca de un
acontecimiento en particular de los años 1960 en los Estados Unidos y
no te gusta la historia, pero sí la música, céntrate en la forma en la que
esta última se relacionó con el evento ocurrido en dicha época. Sin
embargo, asegúrate de incluir bastante información acerca de otras
cosas basadas en el tema.
Elige un tema original. Si presentarás un informe ante tus
compañeros de clase, trata de que el tema sea original e interesante. Si
eres el tercero que presenta un informe acerca de Disneyland ese
mismo día, lo más probable es que no te presten atención. Para evitar
eso, pregúntale a tu profesor qué temas ya han sido elegidos.
• Si el tema que quieres ya ha sido elegido, trata de presentar un

ángulo distinto del mismo. Por ejemplo, si quisieras hacer un informe


acerca de Disneyland, pero alguien más ya eligió ese tema, podrías
centrar tu informe en una sección específica del parque. Podrías
hablar de lo que inspiró a su creación, las diferentes atracciones que se
encuentran allí y cualquier cambio significativo que haya ocurrido
recientemente.
Ten en cuenta que puedes cambiar tu tema. Si comienzas a
investigar el tema que elegiste y te das cuenta de que no puedes hallar
mucha información al respecto o que es muy amplio, podrías
cambiarlo, siempre y cuando no comiences tu proyecto el día anterior
a su presentación.
• Si descubres que tu tema es muy amplio, intenta centrarte en una

parte específica. Por ejemplo, si querías basar tu informe en


exposiciones universales, pero te percataste de que hay demasiadas
que mencionar y que todas son muy variadas para hablar de ellas
como un conjunto, elige una en específico en la que puedas enfocarte,
como, por ejemplo, la Exposición Universal de San Francisco.
1. Investigar el tema
Investiga tu tema. Asegúrate de tener la cantidad correcta de
fuentes para tu trabajo (tus pautas deben señalar la cantidad de
fuentes que tu maestro espera que tengas)
• Si vas a presentar tu informe sobre una persona en particular,

investiga su vida, ¿cómo fue su infancia?, ¿qué hizo de


importante?, ¿cómo era su vida familiar?
• Si vas a redactar un informe acerca de un acontecimiento,

averigua qué otros acontecimientos relacionados lo produjeron, lo


que ocurrió realmente durante el mismo y qué repercusiones tuvo.
Visita la biblioteca. Las bibliotecas son un excelente lugar para
encontrar información. Busca en su base de datos algunos libros o

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materiales relacionados a tu artículo. Si tienes problemas, pídele
ayuda al bibliotecario.
• Si encuentras un buen libro que abarque todo lo concerniente a tu

tema, mira las fuentes que el autor utilizó (normalmente se


encuentran en la parte posterior del libro). Estas a menudo pueden
llevarte a información aún más útil.
Asegúrate de que tus fuentes en línea sean de confianza. Si
usas Internet para encontrar información relacionada a tu tema,
siempre asegúrate de comprobar cualquier dato que halles. Quédate
con la información recopilada por expertos reconocidos en el campo
de tu investigación, en los sitios web de las agencias de gobierno y en
las revistas científicas. Procura evitar los foros y otras fuentes que no
tengan un respaldo creíble.

Si vas a escribir un informe acerca de una persona, empresa o


lugar en particular, trata de encontrar su propio sitio web.
Lleva un registro de toda la información que
encuentres. Anota cada fuente que uses en una tarjeta didáctica, al
igual que toda la información que puedas encontrar acerca de dicha
fuente (como el autor, la fecha de publicación, el editor o sitio web, la
ciudad en la que se publicó, el número de la página donde encontraste
la información, etc.) para que más adelante te sea fácil crear tu
bibliografía.
Hacer un borrador de tu informe
Elabora una declaración de tesis. Las declaraciones de tesis son
la idea principal de tu informe. Ellas resumen lo que quieres probar en
tu informe. Todas las oraciones principales de los párrafos
subsiguientes deben estar relacionadas a esta tesis, así que asegúrate
de que sea lo suficientemente general para abarcar todo el ensayo. Si
tu objetivo es únicamente informar de un tema, crea una declaración
de tesis que no contenga ninguna opinión basada en esta información.
Por otro lado, si tu objetivo es persuadir a alguien con respecto a un
tema, la tesis debe contener un argumento que pretenda validar tu
ensayo
• Ejemplo de una tesis directa (tesis 1): los tres salones principales

de la Exposición Universal de San Francisco estaban llenos de


creaciones modernas y eran una excelente representación del
espíritu innovador de la era progresista.
• Ejemplo de una tesis persuasiva o analítica (tesis 2): la

Exposición Universal de San Francisco se concibió como una


celebración del espíritu progresista, pero en realidad albergó un
profundo racismo y principio de supremacía blanca que la

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mayoría de visitantes elegían ignorar o celebrar.
Elabora un esquema. Los esquemas ayudan a visualizar la
manera en la que se verá tu ensayo. Puedes hacer una simple lista,
una red de ideas o un mapa conceptual. Comienza con tu
declaración de tesis y elige las tres ideas principales relacionadas a
esta que luego quieras desarrollar a lo largo de tu ensayo. Anota
los detalles acerca de cada idea principal.
• Tus ideas principales deben apoyar tu tesis. Ellas deben ser la

evidencia que proporcione un apoyo a tu argumento.


Decide el formato para tu informe. La estructura de tu trabajo
depende de tu tema. Si escribes un informe acerca de una persona,
tendría más sentido estructurarlo en orden cronológico.
• En el caso de la tesis 1, el informe sería estructurado como una

guía espacial para la feria, hablaría de las principales exhibiciones


en cada uno de los edificios principales (la Corte del Universo, la
corte de las Cuatro estaciones y la corte de la Abundancia).
Escribir tu informe
Escribe tu introducción. Aquí es donde presentas tu tema y
expones tu tesis. La introducción debe ser interesante pero no
cursi, el objetivo es llamar la atención del lector para que quiera
seguir leyendo. Debes proporcionar información de fondo para tu
tema y luego exponer tu tesis para que el lector sepa de lo que
tratará el informe.

Escribe el cuerpo del ensayo. El cuerpo es donde expones la


evidencia que apoya tu tesis. Cada párrafo consiste de una oración
principal y la evidencia que lo apoya. Esta oración presenta la idea
principal y enlaza el párrafo con la tesis .

• En un informe acerca de una persona, una oración principal


podría ser algo como “John Doe tuvo una infancia difícil que
formó su carácter”. Obviamente mencionarías información más
específica relevante la persona de la que hablas.
Apoya tu oración principal. Después de escribir tu oración
principal en un párrafo, proporciona la evidencia hallada en tu
investigación que apoye dicha oración. Esta evidencia puede ser
descripciones de cosas mencionadas previamente, citas de
expertos o más información acerca del tema.
• Para la oración principal mencionada anteriormente acerca de la

Corte del Universo, el párrafo debe enumerar las diferentes


exposiciones que tuvieron lugar, así como demostrar cómo la

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Corte representó el encuentro del este y el oeste.
• En el caso de un informe acerca de una persona, deberías

proporcionar pruebas que demuestren que John Doe tuvo una


infancia difícil y que sus experiencias lo llevaron a convertirse en
la celebridad que fue.
Escribe tu conclusión. Este párrafo resume nuevamente tu tesis y
te proporciona una reflexión final acerca de tu tema. Debe
reiterarle al lector los puntos que debe rescatar de tu informe.
Cita tus fuentes. Tu maestro debe indicarte el tipo de cita que
debes hacer al escribir tu ensayo (MLA, APA, Chicago). Dale el
formato a todas las citas que uses, al igual que a tu bibliografía
según corresponda.
Dale un formato a tu informe. Procura seguir al pie de la letra
las indicaciones dadas por tu maestro con respecto al formato. Si
no te dio ninguna, opta por un formato limpio y clásico. En los
Estados Unidos, el formato estándar para informes académicos es
Times New Roman o Arial de tamaño 12, líneas a doble espacio y
márgenes de 2,5 cm (1 pulgada) en todos los lados.
Finalizar tu informe
Revisa tu ensayo desde una perspectiva externa. ¿Lo que tratas
de demostrar se entiende con claridad? ¿Todas las pruebas apoyan
tu tesis? Si fueras una persona extraña que lee el informe por
primera vez, ¿lo entenderías después de leerlo?
Pídele a alguien más que lea tu informe. Tener una segunda
opinión puede ayudarte a garantizar que tu tema sea claro y que tu
redacción no suene rara. Pregúntale a esa otra persona: ¿entiendes
lo que digo en mi informe? ¿Hay algo que crees que debería quitar
o agregar? ¿Hay algo que cambiarías?
Corrige tu informe. Revisa la ortografía, la gramática y los
errores de puntuación. ¿Hay oraciones mal planteadas que puedas
volver a escribir?
Lee tu informe en voz alta. Leerlo de esta manera te ayudará a
identificar cualquier sección que pueda sonar raro (como si
hubiera frases mal construidas).
Olvídate de tu trabajo por unos cuantos días. Si tienes tiempo
para olvidarte de tu trabajo y despejar tu mente antes de hacer la
corrección, sería bueno que lo hagas. Tomarte un descanso de tu
trabajo te ayudará a detectar más errores y partes que no tienen
sentido cuando lo revises.

Consejos

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• No copies el trabajo de nadie. No solo demuestra que eres
perezoso, se le llama plagio y es ilegal.
• Asegúrate de contar con más de una fuente para obtener

información.
• Concéntrate en la idea principal que quieres transmitir. Asegúrate

de que esté bien planteada desde el principio.


• No dilates tu investigación hasta el último minuto. Elaborar un

informe toma más tiempo de lo que crees, especialmente si


comienzas a jugar con los matices, fotos, límites, encabezados,
etc. Y eso solo ocurre después de tener la información redactada
adecuadamente.
• Cuando escribas, asume que el lector conoce poco o nada del

tema. Agrega detalles y definiciones a los temas de tu trabajo.

LA MONOGRAFÍA

Instrucciones para hacer una monografía


1. El primero de todos los pasos a seguir es que debes seleccionar
y delimitar el tema que vas a tratar, el cual puede estar incluido
dentro de ciencias, arte, deporte, moda, etc.
2. Luego debes elaborar una estructura de trabajo que
sea tentativa para tu producción. Es necesario explicar cómo es la
estructura en general y así sabrás cómo hacer gran parte de la
monografía:
• Portada: aquí debes enunciar el título acorde al tema, el nombre del autor y todos los datos
acordes a la institución a la que perteneces.
• Si lo deseas puedes realizar una dedicatoria y agradecimientos.
• Índice general: debes colocar en una lista los subtítulos que pondrás en el texto.
• Prólogo: donde puedes escribir el hecho que te llevó a elegir el tema, los problemas surgidos y
cuestiones personales.
• Introducción: aquí debes plantear el tema que desarrollarás en unas dos o tres páginas, debes
exponer el problema que se plantea y su importancia y también los objetivos. También puedes guiar
al lector mencionando las secciones del trabajo de modo sintético. Es importante mencionar el
alcance de esta investigación. Por último, hay que mencionar el método utilizado para abordar el
problema.
• Cuerpo del trabajo: debe organizarse en capítulos o secciones los cuales llevan un orden
determinado. Para que la monografía sea unificada debes hacer una relación lógica entre los
subtemas. Lo más importante es analizar e interpretar los hechos y puedes presentarlos en distintas
formas como textos, gráficos, cuadros e ilustraciones.
• Conclusiones: es hacer un recuento de las principales ideas que se han tratado en el trabajo.
Puedes expresar algunas opiniones obtenidas a través del análisis y reflexión del tema, esto puede
ser de utilidad para demostrar que los objetivos planteados al principio se han logrado. En esta
conclusión se da respuesta a los problemas planteados.
• Apéndices: es información de apoyo para hacer más profundo el tema. Sirven para dar conceptos
de temas relacionados. No es necesario incluirlo.

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• Notas de pie: son para añadir comentarios, definiciones o datos en la
parte inferior de la hoja, que no están incluidos en el texto, pero sirven al
lector.
• Bibliografía: se coloca la fuente de información que se ha utilizado en

orden alfabético.
3. Para rellenar esta estructura es necesario que busques y
recolectes la información.
4. Luego del paso anterior, ya estás listo
para separar y rellenar la estructura
tentativa con la información
5. Luego, si es necesario, debes reorganizar la
estructura tentativa, para dejar finalmente la estructura
definitiva.
6. Después, puedes realizar un borrador del trabajo.
7. Hecho el borrador, debes hacer la revisión y si
es necesario corregir la monografía.
8. Luego realizar la revisión preliminar
y presentarlo a la autoridad si lo ha solicitado.
9. Por último, elaborar la versión final, lo cual se aconseja
hacerlo tipeado en computadora.

Consejos para hacer una monografía:​


• Lee gran cantidad de información para seleccionar la mejor.

• Realiza los esquemas necesarios, ya que ellos van a organizar tu

información y te ayudarán a efectuar el trabajo de manera


eficiente.
• Busca buenas fuentes de información, esto es imprescindible.

Lea más en https://educar.doncomos.com/como-hacer-una-


monografia#yhzs1b96G8lOcbXK.99

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EL MODERNISMO
LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO MODERNISTA
Entre los años 1880 y 1910, el mundo ha asistido al punto máximo
de una transformación importante en política, religión, costumbres,
artes plásticas, ciencias, filosofía y literatura que de un modo genérico
comenzó a denominarse más tarde modernismo.
Rubén
Darío Las cosas y las ideas que rompían con la
tradición anterior y que por lo tanto eran
nuevas, cayeron bajo la denominación de
modernismo, y dentro de este rótulo,
cayó también la literatura
hispanoamericana y española de la época. Cuando Rubén Darío
(Nicaragua), a quien se considera el creador del movimiento,
publicó su libro “Azul” (1888), todavía no estaba divulgado el
nuevo nombre.
El modernismo es el primer movimiento literario originario de
Hispanoamérica que se proyecta al exterior.
EL MODERNISMO EN HISPANOAMÉRICA.
Son las últimas décadas del siglo XX. En América Latina las
sociedades coloniales se transforman dando paso a un proceso de
industrialización creciente acompañado de innovaciones tecnológicas
tales como el ferrocarril, el teléfono, el telégrafo, el cine, el avión y el
automóvil. El sello de la época es el cambio, que, junto con la
disconformidad creciente por lo consagrado, determinan el
surgimiento entre 1880 y 1916, en Hispanoamérica, del primer
movimiento auténticamente americano: el Modernismo.
Surge el culto por lo nuevo y la idea de un arte experimental. Se
innova en los recursos estilísticos, en la métrica, en el ritmo y se
renueva el lenguaje de una manera revolucionaria profundizando las
metas de libertad y originalidad heredadas del Romanticismo.
En el Modernismo confluyen dos grandes corrientes estéticas
provenientes de Francia: el Parnasianismo y el Simbolismo. El
primero tiene como propósito la creación de una poesía de impecable
perfección formal. Recupera una temática clásica. El segundo, en
cambio, busca exaltar el valor de la palabra, su valor sugerente. En lo
temático se acerca a aspectos misteriosos y fantásticos de la realidad.

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El Modernismo se nutre de ambas tendencias y surge así el arte
por el arte orientado exclusivamente hacia la belleza, sin fines
didácticos ni de servicio a una causa política. Toma temas de la
cultura universal, recrea mitos y evoca lugares exóticos. Además,
produce importantes innovaciones en el plano formal que se concretan
en la idea de un arte combinatorio en el que se fusionan lo pictórico,
lo musical y lo literario. Son las llamadas trasposiciones estéticas.
Etapa preciosista:
En esta etapa la literatura es prácticamente inaccesible para el
lector común, ya que los poetas modernistas se tornan cosmopolitas y
elitistas. Se apartan del arte popular para producir una escritura
reservada a una minoría intelectual. Utilizan un vocabulario culto,
sofisticado, muy alejado del habla cotidiana, y, además, el poeta es
endiosado.
Se los conoce popularmente como los poetas de la “torre de
marfil”, por su actitud elitista y evasiva; por sus temas, exóticos y
poco comprometidos con su mundo social, por encerrarse dentro de sí
mismos.
Etapa Mundonovista:
Sin embargo, la evolución posterior del pensamiento modernista
impulsará a estos escritores a desarrollar una temática preocupada por
los problemas de América y las urgencias que le plantea la realidad de
su época.
Cuando España pierde sus últimas colonias en América (Cuba, en
1898) por la guerra contra Estados unidos, los pueblos de
Hispanoamérica advierten que deben unirse para preservar una
identidad común que tiene como referentes la fe, la lengua y la cultura
heredadas de la madre patria.
Por todo lo anterior, los modernistas, sin
renunciar a la belleza, incorporan en su temática la
preocupación por lo americano y de ese modo
vuelven su mirada al pasado aborigen y denuncian
los males sociales y políticos de su época. La
literatura se torna más sencilla, más accesible, aun cuando
permanezcan resonancias eruditas.
El representante más significativo de la segunda generación del
Modernismo, aunque incursionó en la primera etapa, es el
nicaragüense Rubén Darío (1867-1916).

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CARACTERÍSTICAS DE LA LITERATURA
MODERNISTA.
• Arte refinado: elitista, exquisito, sólo para minorías
intelectuales.
• Símbolos: el cisne, los pavos reales.
• Trasposiciones estéticas: la escritura fusionada con la pintura,
la escultura, y la música genera imágenes potentes, insólitas y de gran
belleza plástica. Inspirados por los artistas franceses, los modernistas
exploran el mundo de las palabras para lograr síntesis que exalten lo
bello a partir de las combinaciones de luz, color, forma y música.
• Alusiones a la mitología grecolatina (ninfas y diosas) y a la
mitología germánica (silfos, elfos, hadas, duendes) que permiten una
evasión de la realidad.
• Renovación del léxico con la incorporación de neologismos,
arcaísmos, y voces extranjeras.
• Uso de recursos expresivos como la sinestesia, la aliteración y
la onomatopeya que dan musicalidad al verso.
• Empleo de versos de distintas medidas no habituales como el
eneasílabo, el alejandrino, etc.

ETAPA PRECIOSISTA
SONATINA. Rubén Darío
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.


Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,


o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?

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¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa


quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,


ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!


Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quien fuera hipsipila que dejó la crisálida!


(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa esta triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

"--Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;


en caballo con alas, hacia aquí se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor."

LECTURA ETAPA MUNDONOVISTA.


A ROOSEVELT. Rubén Darío

(…)
Eres los Estados Unidos,
Eres el futuro invasor
De la América ingenua que tiene sangre indígena,
Que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Franklin D. Roosevelt

(…)
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
Que pasa por las vértebras enormes de los Andes.

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Si clamáis, se oye como el rugir del león.
(…)
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
Y alumbrando el camino de la fácil conquista
La Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

Más la América nuestra, que tenía poetas


Desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
Que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,

(…)
La América del grande Moctezuma, del Inca,
La América fragante de Cristóbal Colón
La América católica, la América española,
La América en que dijo el noble Guatemoc:
“Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América
Que tiembla de huracanes y que vive de amor,
Hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser, por Dios mismo,
El Riflero terrible y el fuerte Cazador,
Para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

Rubén Darío, en Cantos de vida y


esperanza, (fragmento).

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LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA DEL SIGLO XX.


EL REALISMO MÁGICO.

LOS ORÍGENES DE LA NARRATIVA


HISPANOAMERICANA.

En el siglo XX, la narrativa hispanoamericana logra adquirir


prestigio a nivel universal. Los lectores descubrieron en nuestros
escritores, a través de los temas, el lenguaje y las técnicas utilizadas,
un mundo imaginario que se inscribía en el proceso de
transformaciones que experimentaba toda la literatura occidental y a
la vez logró definir su personalidad. Nuestra literatura sufrió durante
siglos la dependencia cultural, pero en el siglo XX obtuvo autonomía
frente al modelo europeo. Esta madurez no implicó un menosprecio
de lo anterior, simplemente señaló un proceso que desembocó en el
“boom” de la novela latinoamericana a mediados de siglo.
Entre las diferentes líneas que toma esta narrativa, una de ellas se
centra en la problemática del hombre que percibe que su tierra es
ancha, promisoria, que le brinda posibilidades de realización, pero que
su destino queda enajenado por el cúmulo de contradicciones que
afecta a este continente y se convierte en víctima de una naturaleza
indomable y de sistemas políticos antidemocráticos, dictatoriales o
enajenantes. La denuncia de esta situación se manifiesta ya sea de
modo directo utilizando el realismo o de modo indirecto a través del
realismo mágico.
Lecturas

Nos han dado la tierra


Juan Rulfo
Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol,
ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.
Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se
podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí,
hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea
ese olor de la gente como si fuera una esperanza.
Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.

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Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde.
Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:

- Son como las cuatro de la tarde.


Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos
adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: “Somos cuatro”. Hace rato,
como a eso de las once, éramos veintitantos, pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar
nada más que este nudo que somos nosotros.
Faustino dice:

- Puede que llueva.


Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras
cabezas. Y pensamos: “Puede que sí”.
No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos
acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí
y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que
acaban con el resuello. Aquí así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.
Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como
la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos.
Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy
lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de
los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.
¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?
Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a
caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado. Se me ocurre eso. De
haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho, no vi
llover nunca sobre el llano, lo que se llama llover.
No, el llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos
cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso,
no hay nada.
Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una
carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.
Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso
andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con “la 30” amarrada a las correas. Pero
los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado
nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos hecho de
tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina.
Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los
ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por
encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de una
piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh?
Porque a nosotros nos dieron esta costra de tapetate para que la sembráramos.
Nos dijeron:

- Del pueblo para acá es de ustedes.


Nosotros preguntamos:

- ¿El Llano?
- Sí, el llano. Todo el Llano Grande.
Nosotros paramos la jeta para decir que el llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba
junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras
y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama Llano.
Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso

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los papeles en la mano y nos dijo:

- No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.


- Es que el llano, señor delegado…
- Son miles y miles de yuntas.
- Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.
- ¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se
levantará el maíz como si lo estiraran.

- Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa
como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la
semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.

- Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al
Gobierno que les da la tierra.

- Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el
Llano… No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho… Espérenos usted
para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos…
Pero él no nos quiso oír.
Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo,
para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y
cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terregal
endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.
Melitón dice:

- Esta es la tierra que nos han dado.


Faustino dice:

- ¿Qué?
Yo no digo nada. Yo pienso: “Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo
hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué
dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento
para jugar a los remolinos.”
Melitón vuelve a decir:

- Servirá de algo. Servirá, aunque sea para correr yeguas.


- ¿Cuáles yeguas? -le pregunta Esteban.
Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él. Lleva puesto un
gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina.
Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el
pico abierto como si bostezara. Yo le pregunto:

- Oye, Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?


- Es la mía- dice él.
- No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?
- No la merqué, es la gallina de mi corral.
- Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?

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- No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso
me la traje. Siempre que salgo lejos cargo con ella.

- Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire.


Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca. Luego dice:

- Estamos llegando al derrumbadero.


Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él
va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no
golpearle la cabeza contra las piedras.
Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de
mulas lo que bajara por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once
horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre
nosotros y sabe a tierra.
Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas
verdes. Eso también es lo que nos gusta.
Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del
pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.
Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las
patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.

- ¡Por aquí arriendo yo! -nos dice Esteban.


Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.
La tierra que nos han dado está allá arriba.

El muerto
Jorge Luis Borges

Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la
infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de
contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de
Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su
ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me
sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.
Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de
sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente;
no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República. El
caudillo de la parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del Uruguay. Otálora se embarca,
la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal
vez ignorada tristeza. No da con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén del Paso del
Molino, asiste a un altercado entre unos troperos. Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está
la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el entrevero,
una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y de poncho. Éste, después, resulta
ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.)
Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro,
siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la
cicatriz que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso.
Proyección o error del alcohol, el altercado cesa con la misma rapidez con que se produjo. Otálora
bebe con los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un caserón en la Ciudad Vieja, ya con el
sol bien alto. En el último patio, que es de tierra, los hombres tienden su recado para dormir.

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Oscuramente, Otálora compara esa noche con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo
inquieta algún remordimiento, eso sí, de no extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración, cuando lo
despierta el paisano que agredió, borracho, a Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido
con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir
bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán
(Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con una
clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que
le está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte con los demás a traer una tropa. Otálora
acepta; hacia la madrugada están en camino, rumbo a Tacuarembó.
Empieza entonces para Otálora una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que
tienen el olor del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz, pero ya está en su sangre, porque lo
mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre
que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos. Otálora se ha
criado en los barrios del carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a
entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el
sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante ese
tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene muy presente, porque ser hombre de
Bandeira es ser considerado y temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que
Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do
Sul; eso, que debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas populosas, de ciénagas, de
inextricable y casi infinitas distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los negocios de Bandeira son
múltiples y que el principal es el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora se propone
ascender a contrabandista. Dos de los compañeros, una noche, cruzarán la frontera para volver con unas
partidas de caña; Otálora provoca a uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la ambición y
también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que todos sus
orientales juntos.
Otro año pasa antes que Otálora regrese a Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a
Otálora le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los hombres tienden los recados en el último
patio. Pasan los días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con temor, que está enfermo; un moreno
suele subir a su dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le encomiendan a Otálora esa tarea.
Éste se siente vagamente humillado, pero satisfecho también.
El dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que mira al poniente, hay una larga mesa
con un resplandeciente desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego y de armas
blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se queja;
una vehemencia de sol último lo define. El vasto lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora
nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo.
Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él. En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la
mujer de pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con fría curiosidad. Bandeira se incorpora;
mientras habla de cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos juegan con las trenzas de la
mujer. Al fin, le da licencia a Otálora para irse.
Días después, les llega la orden de ir al Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en
cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni un arroyo la alegran, el primer sol y el último la
golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda y menesterosa. El Suspiro se llama
ese pobre establecimiento.
Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por
qué; alguien aclara que hay un forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora
comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua, después, que
Bandeira se ha enemistado con uno de los jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo. Le gusta esa
noticia.
Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la
mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete sombrío, de
barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo
Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada. Otálora no sabe si atribuir su reserva a
hostilidad, a desdén o a mera barbarie. Sabe, eso sí, que para el plan que está maquinando tiene que ganar
su amistad.
Entra después en el destino de Benjamín Otálora un colorado cabo negro que trae del sur Azevedo
Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un
símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega también a desear, con
deseo rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o

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adjetivos de un hombre que él aspira a destruir.
Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la
intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando
veras y burlas; Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la dura tarea que se propone. Resuelve
suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la amistad de Suárez.
Le confía su plan; Suárez le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo después, de las que sé
unas pocas. Otálora no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir sus órdenes. El universo
parece conspirar con él y apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de Tacuarembó un tiroteo
con gente riograndense; Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el
hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jefe y esa tarde unas gotas
de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones
cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día.
Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe. Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín
Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de lástima.
La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los
hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien
infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige
exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible
destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce
campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad
a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y
descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena:

- Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos.
Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del
brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha
empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que
ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por
muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.
Suárez, casi con desdén, hace fuego.

EL REALISMO MÁGICO.
Este es una de los movimientos literarios más fecundos y
originales de la actual literatura hispanoamericana.
Se empezó a hablar de esta corriente en Hispanoamérica hacia
1950. Este movimiento puede ser definido como una combinación de
realismo y fantasía. Una primera manifestación histórica de esta
extraña combinación la habrían dado en América los escritores del
Descubrimiento y la Conquista, Cristóbal Colón, Cabeza de Vaca y
otros, que en sus relaciones, cartas, historias y memorias, ponían
buena dosis de fantasía, hablando de animales fabulosos, regiones
misteriosas, seres humanos extraños, milagros, y otras creaciones
imaginativas, para explicar lo que ellos no alcanzaban a comprender
con su mentalidad europea y su experiencia de la naturaleza y el
mundo, puesto que América les ofrecía una perspectiva novedosa y a
veces inexplicable.

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Son autores destacados de este
movimiento: Juan Rulfo (México),
Juan José Arreola (México), Miguel
Ángel Asturias (Guatemala), Jorge
Luis Borges (Argentina), Alejo
Carpentier (Cuba), Gabriel García
Márquez (Colombia).

CARACTERÍSTICAS DEL REALISMO MÁGICO.


• TEMAS:
- La realidad provee el hecho cotidiano que sirve de argumento o
trama a la narración, pero el escritor le agrega de su propia
imaginación un ingrediente irreal, o ilusorio que da otro
sentido distinto del natural y lógico del hecho, por lo cual el
desenlace es imprevisible, ambiguo, confuso e inesperado.
• MUNDO REPRESENTADO:
- La acción se desarrolla siempre en un marco regional
americano, y los personajes que se presentan o los casos que se
refieren, reflejan el tipismo característico del lugar, las
costumbres y usos, y por lo general se extraen del fondo
oscuro de la historia, donde se cultiva la magia, el vudú, la
delincuencia, la subversión política, el amor ilícito, la
ignorancia, la ensoñación, el crimen.

• AUTOR Y TÉCNICA NARRATIVA:


- El escritor desaparece totalmente de la obra, no interfiere en
ella con sus ideas ni con sus sentimientos, y una vez planteado

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el caso, lo desarrolla objetivamente hasta sus últimas
consecuencias. Con respecto a la técnica narrativa, en todos
estos autores, es excelente y se apoya en un cuidadoso trabajo
de planteamiento de la estructura; la trama es siempre muy
bien concebida.
• PÚBLICO:
- Es un arte minoritario, no popular, sino para lectores
cultivados.

LECTURAS

“ES QUE SOMOS MUY POBRES”.


Juan Rulfo

Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la
habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le
dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de
repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder, aunque fuera un manojo; lo
único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabán, viendo cómo el
agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que
mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río.
El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin
embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la
cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa.
Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo
igual hasta traerme otra vez el sueño.
Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin
parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una
quemazón, el olor ha podrido del agua revuelta.
A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por
la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El
chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba
y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a
esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente.
Y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde
cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo.
Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que
vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años.
Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se
hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos
estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca,
porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se
ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada.
Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios
que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina, la vaca esa que era de
mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca
y otra colorada y muy bonitos ojos.
No acabo de saber por qué se le ocurriría a la Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era
el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que

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ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó
despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día
entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.
Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el
agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se
encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó
pidiendo que le ayudaran. Bramó como sólo Dios sabe cómo.
Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito
que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada
pasó patas arriba muy cerquita de donde él estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni
los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban muchos troncos de árboles con todo y
raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los
que arrastraba.
Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así
fue, que Dios los ampare a los dos.
La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda
suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se
quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había
conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla,
para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un
capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis
otras dos hermanas, las más grandes.
Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque
éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas.
Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que
crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les
enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y
entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a
altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban
cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo
esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo,
todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.
Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no
pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde;
pero andan de pirujas.
Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como
sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va
a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda
querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quién
se hiciera el ánimo de casarse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita.
La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido
pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse
piruja. Y mamá no quiere.
Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su
familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios
y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de
dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos
sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma
mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: “Que Dios las ampare a las
dos.”
Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha,
que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como
los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención.
-Sí -dice-, le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy
viendo que acabará mal.
Ésa es la mortificación de mi papá.

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Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado,
con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren
chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un
ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y,
mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de
Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a
hincharse para empezar a trabajar por su perdición.

“UN SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES”.


Gabriel García Márquez


AL TERCER DÍA de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro
de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para
tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con
calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo
estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de
ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo
de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos
podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo
regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó
trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio.
Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo,
que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes
esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes
alas.
Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de
Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo,
y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído
con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le quedaban
apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos
dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo
había desprovisto de toda grandeza. Sus alas de gallinazo grande,
sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el
lodazal. Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y
Elisenda se sobrepusieron muy pronto del asombro y acabaron por
encontrarlo familiar. Entonces se atrevieron a hablarle, y él les
contestó en un dialecto incomprensible, pero con una buena voz de
navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas,
y concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de
alguna nave extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron

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para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la
muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.
— Es un ángel –les dijo—. Seguro que venía por el niño, pero el
pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia.
Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo
tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la
vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran
sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían
tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la
tarde desde la cocina, armado con un garrote de alguacil, y antes de
acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en
el gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia,
Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño
despertó sin fiebre y con deseos de comer. Entonces se sintieron
magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con agua dulce
y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar. Pero
cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el
vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la menor
devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las
alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal
de circo.
El padre Gonzaga llegó antes de las siete
alarmado por la desproporción de la noticia. A
esa hora ya habían acudido curiosos menos
frívolos que los del amanecer, y habían hecho
toda clase de conjeturas sobre el porvenir del
cautivo. Los más simples pensaban que sería
nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más áspero, suponían
que sería ascendido a general de cinco estrellas para que ganara todas
las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera conservado
como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres
alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre
Gonzaga, antes de ser cura, había sido leñador macizo. Asomado a las
alambradas repasó un instante su catecismo, y todavía pidió que le
abrieran la puerta para examinar de cerca de aquel varón de lástima
que más parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas
absortas. Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas
extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que
le habían tirado los madrugadores. Ajeno a las impertinencias del
mundo, apenas si levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su

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dialecto cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los
buenos días en latín. El párroco tuvo la primera sospecha de
impostura al comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía
saludar a sus ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba
demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés
de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores
maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza miserable
estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles. Entonces
abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a los curiosos
contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el demonio tenía
la mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a
los incautos. Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial
para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano,
mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles. Sin embargo,
prometió escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra al
Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final viniera de los
tribunales más altos.
Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel
cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había
en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con
bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la
casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria,
tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos
por la entrada para ver al ángel.
Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante
con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima
de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran
de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los
enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde
niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban
los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo
atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba
de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y
muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de
naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban
felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de
plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su
turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte.
El ángel era el único que no participaba de su propio
acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido

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prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y
las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al principio
trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la
sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles.
Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos
papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por
ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de
berenjena. Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre
todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en
busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los
baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y
hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara
para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo
fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos,
porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto.
Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los
ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino
de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que
no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción
no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no
molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de
un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.
El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre
con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio
terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma
había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en
averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver
con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o
si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas cartas de
parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un
acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las
tribulaciones del párroco.
Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las
ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la
mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres.
La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al
ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su
absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que
nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa
del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero

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lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera
aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi
una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile,
y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la
noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y
por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en
araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las
almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo,
cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía
que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si
se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se
le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del
ciego que no recobró la visión, pero le salieron tres dientes nuevos, y
el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la
lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas.
Aquellos milagros de consolación que más bien parecían
entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del
ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla. Fue
así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el
patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en
que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.
Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el
dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con
balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que no se
metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las
ventanas para que no se metieran los ángeles. Pelayo estableció
además un criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para
siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas
zapatillas satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda
tornasol, de los que usaban las señoras más codiciadas en los
domingos de aquellos tiempos. El gallinero fue lo único que no
mereció atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron
las lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel,
sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un
fantasma por todas partes y estaba volviendo vieja la casa nueva. Al
principio, cuando el niño aprendió a caminar, se cuidaron de que no
estuviera cerca del gallinero. Pero luego se fueron olvidando del
temor y acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los
dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas alambradas
podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos displicente con él
que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más

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ingeniosas con una mansedumbre de perro sin ilusiones. Ambos
contrajeron la varicela al mismo tiempo. El médico que atendió al
niño no resistió la tentación de auscultar al ángel, y encontró tantos
soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que no le pareció
posible que estuviera vivo. Lo que más le asombró, sin embargo, fue
la lógica de sus alas. Resultaban tan naturales en aquel organismo
completamente humano, que no podía entender por qué no las tenían
también los otros hombres.
Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y
la lluvia habían desbaratado el gallinero. El ángel andaba
arrastrándose por acá y por allá como un moribundo sin dueño. Lo
sacaban a escobazos de un dormitorio y un momento después lo
encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mismo
tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí
mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de
quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles.
Apenas si podía comer, sus ojos de anticuario se le habían vuelto tan
turbios que andaba tropezando con los horcones, y ya no le quedaban
sino las cánulas peladas de las últimas plumas. Pelayo le echó encima
una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en el cobertizo, y sólo
entonces advirtieron que pasaba la noche con calenturas delirantes en
trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una de las pocas veces en que
se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la
vecina sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles
muertos.
Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que
pareció mejor con los primeros soles. Se quedó inmóvil muchos días
en el rincón más apartado del patio, donde nadie lo viera, y a
principios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas
grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien parecían un
nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer la razón de
estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que nadie los notara, y
de que nadie oyera las canciones de navegantes que a veces cantaba
bajo las estrellas. Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de
cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se
metió en la cocina. Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al
ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió
con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de
desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban
en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura.

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Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo
vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier
modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta
cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya
no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un
estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.

MUERTE CONSTANTE MÁS ALLÁ DEL AMOR


Gabriel García Márquez
AL SENADOR ONÉSIMO Sánchez le faltaban seis meses y once días para: morirse cuando
encontró a la mujer de su vida. La conoció en el Rosal del Virrey, un pueblecito ilusorio que de
noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas, y en cambio a
pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto, frente a un mar árido y sin rumbos, y tan
apartado de todo que nadie hubiera sospechado que allí viviera alguien capaz de torcer el
destino de nadie. Hasta su nombre parecía una burla, pues la única rosa que se vio en aquel
pueblo la llevó el propio senador Onésimo Sánchez la misma tarde en que conoció a Laura
Farina.
Fue una escala ineludible en la campaña electoral de cada cuatro años. Por la mañana
habían llegado los furgones de la farándula. Después llegaron los camiones con los indios de
alquiler que llevaban por los pueblos para completar las multitudes de los actos públicos. Poco
antes de las once, con la música y los cohetes y los camperos de la comitiva, llegó el automóvil
ministerial del color del refresco de fresa. El senador Onésimo Sánchez estaba plácido y sin
tiempo dentro del coche refrigerado, pero tan pronto como abrió la puerta lo estremeció un
aliento de fuego y su camisa de seda natural quedó empapada de una sopa lívida, y se sintió
muchos años más viejo y más solo que nunca. En la vida real acababa de cumplir 42, se había
graduado con honores de ingeniero metalúrgico en Gotinga, y era un lector perseverante,
aunque sin mucha fortuna de los clásicos latinos mal traducidos. Estaba casado con una
alemana radiante con quien tenía cinco hijos, y todos eran felices en su casa, y él había sido el
más feliz de todos hasta que le anunciaron, tres meses antes, que estaría muerto para siempre
en la próxima Navidad.
Mientras se terminaban los preparativos de la manifestación pública, el senador logró
quedarse solo una hora en la casa que le habían reservado para descansar, Antes de acostarse
puso en el agua de beber una rosa natural que había conservado viva a través del desierto,
almorzó con los cereales de régimen que llevaba consigo para eludir las repetidas fritangas de
chivo que le esperaban en el resto del día, y se tomó varias píldoras analgésicas antes de la hora
prevista, de modo que el alivio le llegara primero que el dolor. Luego puso el ventilador eléctrico
muy cerca del chinchorro y se tendió desnudo durante quince minutos en la penumbra de la
rosa, haciendo un grande esfuerzo de distracción mental para no pensar en la muerte mientras
dormitaba. Aparte de los médicos, nadie sabía que estaba sentenciado a un término fijo, pues
había decidido padecer a solas su secreto, sin ningún cambio de vida, y no por soberbia sino por
pudor.
Se sentía con un dominio completo de su albedrío cuando volvió a aparecer en público a
las tres de la tarde, reposado y limpio, con un pantalón de lino crudo y una camisa de flores
pintadas, y con el alma entretenida por las píldoras para el dolor. Sin embargo, la erosión de la
muerte era mucho más pérfida de lo que él suponía, pues al subir a la tribuna sintió un raro
desprecio por quienes se disputaron la suerte de estrecharle la mano, y no se compadeció como
en otros tiempos de las recuas de indios descalzos que apenas si podían resistir las brasas de
caliche de la placita estéril. Acalló los aplausos con una orden de la mano, casi con rabia, y
empezó a hablar sin gestos, con los ojos fijos en el mar que suspiraba de calor. Su voz pausada y
honda tenía la calidad del agua en reposo, pero el discurso aprendido de memoria tantas veces
machacado no se le había ocurrido por decir la verdad sino por oposición a una sentencia
fatalista del libro cuarto de los recuerdos de Marco Aurelio.

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- Estamos aquí para derrotar a la naturaleza —empezó, contra todas sus convicciones—. Ya
no seremos más los expósitos de la patria, los huérfanos de Dios en el reino de la sed y la
intemperie, los exilados en nuestra propia tierra. Seremos otros, señoras señores,
seremos grandes y felices.
Eran las fórmulas de su circo. Mientras hablaba, sus ayudantes echaban al aire puñados de
pajaritos de papel, y los falsos animales cobraban vida, revoloteaban sobre la tribuna de tablas y
se iban por el mar. Al mismo tiempo, otros sacaban de los furgones unos árboles de teatro con
hojas de fieltro y los sembraban a espaldas de la multitud en el suelo de salitre. Por último
armaron una fachada de cartón con casas fingidas de ladrillos rojos y ventanas de y taparon con
ella los ranchos miserables de la vida real.
El senador prolongó el discurso, con dos citas en latín, para darle tiempo a la farsa.
Prometió las máquinas de llover, los criaderos portátiles de animales de mesa, los aceites de la
felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas.
Cuando vio que su mundo de ficción estaba terminado, lo señaló con el dedo.
- Así seremos, señoras y señores —gritó—. Miren. Así seremos.
El público se volvió. Un trasatlántico de papel pintado pasaba por detrás de las casas, y era
más alto que las casas más altas de la ciudad de artificio. Sólo el propio senador observó que a
fuerza de ser armado y desarmado, y traído de un lugar para el otro, —también el pueblo de
cartón superpuesto estaba carcomido por la intemperie, y era casi tan pobre y polvoriento y
triste como el Rosal del Virrey.
Nelson Farina no fue a saludar al senador por primera vez en doce años. Escuchó el
discurso desde su hamaca, entre los retazos de la siesta, bajo la enramada fresca de una casa de
tablas sin cepillar que se había construido con las mismas manos de boticario con que
descuartizó a su primera mujer. Se había fugado del penal de Cayena y apareció en el Rosal del
Virrey en un buque cargado de guacamayas inocentes, con una negra hermosa y blasfema que se
encontró en Paramaribo, y con quien tuvo una hija. La mujer murió de muerte natural poco
tiempo después, y no tuvo la suerte de la otra cuyos pedazos sustentaron su propio huerto de
coliflores, sino que la enterraron entera y con su nombre de holandesa en el cementerio local. La
hija había heredado su color y sus tamaños, y los ojos amarillos y atónitos del padre, y éste tenía
razones para suponer que estaba criando a la mujer más bella del mundo.
Desde que conoció al senador Onésimo Sánchez en la primera campaña electoral, Nelson
Farina había suplicado su ayuda para obtener una falsa cédula de identidad que lo pusiera a
salvo de la justicia. El senador, amable pero firme, se la había negado. Nelson Farina no se
rindió durante varios años, y cada vez que encontró una ocasión reiteró la solicitud con un
recurso distinto. Pero siempre recibió la misma respuesta. De modo que aquella vez se quedó en
el chinchorro, condenado a pudrirse vivo en aquella ardiente guarida de bucaneros. Cuando oyó
los aplausos finales estiró la cabeza, y por encima de las estacas del cercado vio el revés de la
farsa: los puntales de los edificios, las armazones de los árboles, los ilusionistas escondidos que
empujaban el trasatlántico. Escupió su rencor.
- Merde —dijo— c'est le Blacaman de la politique.
Después del discurso, como de costumbre, el senador hizo una caminata por las calles del
pueblo, entre la música y los cohetes, y asediado por la gente del pueblo que le contaba sus
penas. El senador los escuchaba de buen talante, y siempre encontraba una forma de consolar a
todos sin hacerles favores difíciles. Una mujer encaramada en el techo de una casa, entre sus
seis hijos menores, consiguió hacerse oír por encima de la bulla y los truenos de pólvora.
- Yo no pido mucho, senador —dijo—, no más que un burro para traer agua desde el Pozo
del Ahorcado.
El senador se fijó en los seis niños escuálidos.
- ¿Qué se hizo tu marido? —preguntó.
- Se fue a buscar destino en la isla de Aruba— contestó la mujer de buen humor—, y lo que
se encontró fue una forastera de las que se ponen diamantes en los dientes.
La respuesta provocó un estruendo de carcajadas.
- Está bien —decidió el senador— tendrás tu burro.
Poco después, un ayudante suyo llevó a casa de la mujer un burro de carga, en cuyos lomos
habían escrito con pintura eterna una consigna electoral para que nadie olvidara que era un
regalo del senador.

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En el breve trayecto de la calle hizo otros gestos menores, y además le dio una cucharada a
un enfermo que se había hecho sacar la cama a la puerta de la casa para verlo pasar. En la
última esquina, por entre las estacas del patio, vio a Nelson Farina en el chinchorro y le pareció
ceniciento y mustio, pero lo saludó sin afecto:
- Cómo está.
Nelson Farina se revolvió en el chinchorro y lo dejó ensopado en el ámbar triste de su
mirada.
- Moi, vous savez —dijo.
Su hija salió al patio al oír el saludo. Llevaba una bata guajira ordinaria y gastada, y tenía
la cabeza
guarnecida de moños de colores y la cara pintada para el sol, pero aun en aquel estado de
desidia era posible suponer que no había otra más bella en el mundo. El senador se quedó sin
aliento.
— ¡Carajo —suspiró asombrado— las vainas que se le ocurren a Dios!
Esa noche, Nelson Farina vistió a la hija con sus ropas mejores y se la mandó al senador.
Dos guardias armados de rifles, que cabeceaban de calor en la casa prestada, le ordenaron
esperar en la única silla del vestíbulo.
El senador estaba en la habitación contigua reunido con los principales del Rosal del
Virrey, a quienes había convocado para cantarles las verdades que ocultaba en los discursos.
Eran tan parecidos a los que asistían siempre en todos los pueblos del desierto, que el propio
senador sentía el hartazgo de la misma sesión todas las noches. Tenía la camisa ensopada en
sudor y trataba de secársela sobre el cuerpo con la brisa caliente del ventilador eléctrico que
zumbaba como un moscardón en el sopor del cuarto.
- Nosotros, por supuesto, no comemos pajaritos de papel —dijo—. Ustedes y yo sabemos que
el día en que haya árboles y flores en este cagadero de chivos, el día en que haya sábalos
en vez de gusarapos en los pozos, ese día ni ustedes ni yo tenemos nada que hacer aquí.
¿Voy bien?
Nadie contestó. Mientras hablaba, el senador había arrancado un cromo del calendario y
había hecho con las manos una mariposa de papel. La puso en la corriente del ventilador, sin
ningún propósito, y la mariposa revoloteó dentro del cuarto y salió después por la puerta
entreabierta. El senador siguió hablando con un dominio sustentado en la complicidad de la
muerte.
-Entonces —dijo— no tengo que repetirles lo que ya saben de sobra: que mi reelección es
mejor negocio para ustedes que para mí, porque yo estoy hasta aquí de aguas podridas y
sudor de indios, y en cambio ustedes viven de eso.
Laura Farina vio salir la mariposa de papel. Sólo ella la vio, porque la guardia del vestíbulo
se había dormido en los escaños con los fusiles abrazados. Al cabo de varias vueltas la enorme
mariposa litografiada se desplegó por completo, se aplastó contra el muro, y se quedó pegada.
Laura Farina trató de arrancarla con las uñas. Uno de los guardias, que despertó con los
aplausos en la habitación contigua, advirtió su tentativa inútil.
- No se puede arrancar —dijo entre sueños—. Está pintada en la pared.
Laura Farina volvió a sentarse cuando empezaron a salir los hombres de la reunión. El
senador permaneció en la puerta del cuarto, con la mano en el picaporte, y sólo descubrió a
Laura Farina cuando el vestíbulo quedó desocupado.
- ¿Qué haces aquí?
- C'est de la part de mon pére— dijo ella.
El senador comprendió. Escudriñó a la guardia soñolienta, escudriñó luego a Laura
Farina cuya belleza inverosímil era más imperiosa que su dolor, y entonces resolvió que la
muerte decidiera por él.
- Entra —le dijo.
Laura Farina se quedó maravillada en la puerta de la habitación: miles de billetes de
banco flotaban en el aire, aleteando como la mariposa. Pero el senador apagó el ventilador, y los
billetes se quedaron sin aire, v se posaron sobre las cosas del cuarto.
- Ya ves —sonrió hasta la mierda vuela.

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Laura Farina se sentó como en un taburete de escolar. Tenía la piel lisa y tensa, con el
mismo color y la misma densidad solar del petróleo crudo, y sus cabellos eran de crines de
potranca y sus ojos inmensos eran más claros que la luz. El senador siguió el hilo de su mirada y
encontró al final la rosa percudida por el salitre.
- Es una rosa —dijo.
- Sí —dijo ella con un rastro de perplejidad—, las conocí en Rlohacha.
El senador se sentó en un catre de campaña, hablando de las rosas, mientras se
desabotonaba la camisa. Sobre el costado, donde él suponía que estaba el corazón dentro del
pecho, tenía el tatuaje corsario de un corazón flechado. Tiró en el suelo la camisa mojada y le
pidió a Laura Farina que lo ayudara a quitarse las botas.
Ella se arrodilló frente al catre. El senador la siguió escrutando, pensativo, y mientras le
zafaba los cordones se preguntó de cuál dé los dos sería la mala suerte de aquel encuentro.
- Eres una criatura —dijo.
- No crea —dijo ella—. Voy a cumplir 19 en abril.
El senador se interesó.
- Qué día.
- El once —dijo ella.
El senador se sintió mejor. “Somos Aries”, dijo. Y agregó sonriendo:
- En el signo de la soledad.
Laura Farina no le puso atención pues no sabía qué hacer con las botas. El senador, por
su parte, no sabía qué hacer con Laura Farina, porque no estaba acostumbrado a los amores
imprevistos, y además era consciente de que aquél tenía origen en la indignidad. Sólo por ganar
tiempo para pensar aprisionó a Laura Farina con las rodillas, la abrazó por la cintura y se tendió
de espaldas en el catre. Entonces comprendió que ella estaba desnuda debajo del vestido,
porque el cuerpo exhaló una fragancia oscura de animal de monte, pero tenía el comzón
asustado y la piel aturdida por un sudor glacial.
- Nadie nos quiere —suspiró él.
Laura Farina quiso decir algo, pero el aire sólo le alcanzaba para respirar. La acostó a su
lado para ayudarla, apagó la luz, y el aposento quedó en la penumbra de la rosa. Ella se
abandonó a la misericordia de su destino. El senador la acarició despacio, la buscó con la mano
sin tocarla apenas, pero donde esperaba encontrarla tropezó con un estorbo de hierro.
- ¿Qué tienes ahí?
- Un candado —dijo ella.
- ¡Qué disparate! —dijo el senador, furioso, y preguntó lo que sabía de sobra—:
¿Dónde está la llave?
Laura Farina respiró aliviada.
- La tiene mi papá —contestó—. Me dijo que le dijera a usted que la mande a buscar
con un propio y que le mande con él un compromiso escrito de que le va a arreglar
su situación.
El senador se puso tenso. “Cabrón franchute”, murmuró indignado. Luego cerró los ojos
para relajarse, y se encontró consigo mismo en la oscuridad. Recuerda —recordó— que seas tú o
sea otro cualquiera, estaréis muerto dentro de un tiempo muy breve, y que poco después no
quedará de vosotros ni siquiera el nombre. Esperó a que pasara el escalofrío.
- Dime una cosa —preguntó entonces—: ¿Qué has oído decir de mí?
- ¿La verdad de verdad?
- La verdad de verdad.
- Bueno —se atrevió Laura Farina—, dicen que usted es peor que los otros, porque es
distinto.
El senador no se alteró. Hizo un silencio largo, con los ojos cerrados, y cuando volvió a

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abrirlos parecía de regreso de sus instintos más recónditos.
- Qué carajo —decidió— dile al cabrón de tu padre que le voy a arreglar su asunto.
- Si quiere yo misma voy por la llave —dijo Laura Farina.
El senador la retuvo.
- Olvídate de la llave —dijo— y duérmete un rato conmigo. Es bueno estar con alguien
cuando uno está solo.
Entonces ella lo acostó en su hombro con los ojos fijos en la rosa. El senador la abrazó
por la cintura, escondió la cara en su axila de animal de monte y sucumbió al terror. Seis meses
y once días después había de morir en esa misma posición, pervertido y repudiado por el
escándalo público de Laura Farina, y llorando de la rabia de morirse sin ella.

La santa
Gabriel García Márquez
Veintidós años después volví a ver a Margarito Duarte. Apareció de pronto en una de las callecitas
secretas del Trastévere, y me costó trabajo reconocerlo a primera vista por su castellano difícil y su buen
talante de romano antiguo. Tenía el cabello blanco y escaso, y no le quedaban rastros de la conducta
lúgubre y las ropas funerarias de letrado andino con que había venido a Roma por primera vez, pero en el
curso de la conversación fui rescatándolo poco a poco de las perfidias de sus años y volvía a verlo como
era: sigiloso, imprevisible, y de una tenacidad de picapedrero. Antes de la segunda taza de café en uno de
nuestros bares de otros tiempos, me atreví a hacerle la pregunta que me carcomía por dentro.

- ¿Qué pasó con la santa?


- Ahí está la santa -me contestó-. Esperando.
Sólo el tenor Rafael Ribero Silva y yo podíamos entender la tremenda carga humana de su
respuesta. Conocíamos tanto su drama, que durante años pensé que Margarito Duarte era el personaje en
busca de autor que los novelistas esperamos durante toda una vida, y si nunca dejé que me encontrara fue
porque el final de su historia me parecía inimaginable.
Había venido a Roma en aquella primavera radiante en que Pío XII padecía una crisis de hipo que
ni las buenas ni las malas artes de médicos y hechiceros habían logrado remediar. Salía por primera vez
de su escarpada aldea de Tolima, en los Andes colombianos, y se le notaba hasta en el modo de dormir.
Se presentó una mañana en nuestro consulado con la maleta de pino lustrado que por la forma y el
tamaño parecía el estuche de un violonchelo, y le planteó al cónsul el motivo sorprendente de su viaje. El
cónsul llamó entonces por teléfono al tenor Rafael Ribero Silva, su compatriota, para que le consiguiera
un cuarto en la pensión donde ambos vivíamos. Así lo conocí.
Margarito Duarte no había pasado de la escuela primaria, pero su vocación por las bellas letras le
había permitido una formación más amplia con la lectura apasionada de cuanto material impreso
encontraba a su alcance. A los dieciocho años, siendo el escribano del municipio, se casó con una bella
muchacha que murió poco después en el parto de la primera hija. Ésta, más bella aún que la madre, murió
de fiebre esencial a los siete años. Pero la verdadera historia de Margarito Duarte había empezado seis
meses antes de su llegada a Roma, cuando hubo de mudar el cementerio de su pueblo para construir una
represa. Como todos los habitantes de la región, Margarito desenterró los huesos de sus muertos para
llevarlos al cementerio nuevo. La esposa era polvo. En la tumba contigua, por el contrario, la niña seguía
intacta después de once años. Tanto, que cuando destaparon la caja se sintió el vaho de las rosas frescas
con que la habían enterrado. Lo más asombroso, sin embargo, era que el cuerpo carecía de peso.
Centenares de curiosos atraídos por el clamor del milagro desbordaron la aldea. No había duda. La
incorruptibilidad del cuerpo era un síntoma inequívoco de la santidad, y hasta el obispo de la diócesis
estuvo de acuerdo en que semejante prodigio debía someterse al veredicto del Vaticano. De modo que se
hizo una colecta pública para que Margarito Duarte viajara a Roma, a batallar por una causa que ya no era
sólo suya ni del ámbito estrecho de su aldea, sino un asunto de la nación.
Mientras nos contaba su historia en la pensión del apacible barrio de Parioli, Margarito Duarte

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quitó el candado y abrió la tapa del baúl primoroso. Fue así como el tenor Ribero Silva y yo participamos
del milagro. No parecía una momia marchita como las que se ven en tantos museos del mundo, sino una
niña vestida de novia que siguiera dormida al cabo de una larga estancia bajo la tierra. La piel era tersa y
tibia, y los ojos abiertos eran diáfanos, y causaban la impresión insoportable de que nos veían desde la
muerte. El raso y los azahares falsos de la corona no habían resistido al rigor del tiempo con tan buena
salud como la piel, pero las rosas que le habían puesto en las manos permanecían vivas. El peso del
estuche de pino, en efecto, siguió siendo igual cuando sacamos el cuerpo.
Margarito Duarte empezó sus gestiones al día siguiente de la llegada. Al principio con una ayuda
diplomática más compasiva que eficaz, y luego con cuantas artimañas se le ocurrieron para sortear los
incontables obstáculos del Vaticano. Fue siempre muy reservado sobre sus diligencias, pero se sabía que
eran numerosas e inútiles. Hacía contacto con cuantas congregaciones religiosas y fundaciones
humanitarias encontraba a su paso, donde lo escuchaban con atención, pero sin asombro, y le prometían
gestiones inmediatas que nunca culminaron. La verdad es que la época no era la más propicia. Todo lo
que tuviera que ver con la Santa Sede había sido postergado hasta que el Papa superara la crisis de hipo,
resistente no sólo a los más refinados recursos de la medicina académica, sino a toda clase de remedios
mágicos que le mandaban del mundo entero.
Por fin, en el mes de julio, Pío XII se repuso y fue a sus vacaciones de verano en Castelgandolfo.
Margarito llevó la santa a la primera audiencia semanal con la esperanza de mostrársela. El Papa apareció
en el patio interior, en un balcón tan bajo que Margarito pudo ver sus uñas bien pulidas y alcanzó a
percibir su hálito de lavanda. Pero no circuló por entre los turistas que llegaban de todo el mundo para
verlo, como Margarito esperaba, sino que pronunció el mismo discurso en seis idiomas y terminó con la
bendición general.
Al cabo de tantos aplazamientos, Margarito decidió afrontar las cosas en persona, y llevó a la
Secretaría de Estado una carta manuscrita de casi sesenta folios, de la cual no obtuvo respuesta. Él lo
había previsto, pues el funcionario que la recibió con los formalismos de rigor apenas si se dignó darle
una mirada oficial a la niña muerta, y los empleados que pasaban cerca la miraban sin ningún interés.
Uno de ellos le contó que el año anterior había recibido más de ochocientas cartas que solicitaban la
santificación de cadáveres intactos en distintos lugares del mundo. Margarito pidió por último que se
comprobara la ingravidez del cuerpo. El funcionario la comprobó, pero se negó a admitirla.

- Debe ser un caso de sugestión colectiva -dijo.


En sus escasas horas libres y en los áridos domingos de verano, Margarito permanecía en su
cuarto, encarnizado en la lectura de cualquier libro que le pareciera de interés para su causa. A fines de
cada mes, por iniciativa propia, escribía en un cuaderno escolar una relación minuciosa de sus gastos con
su caligrafía preciosista de amanuense mayor, para rendir cuentas estrictas y oportunas a los
contribuyentes de su pueblo. Antes de terminar el año conocía los dédalos de Roma como si hubiera
nacido en ellos, hablaba un italiano fácil y de tan pocas palabras como su castellano andino, y sabía tanto
como el que más sobre procesos de canonización. Pero pasó mucho más tiempo antes de que cambiara su
vestido fúnebre, y el chaleco y el sombrero de magistrado que en la Roma de la época eran propios de
algunas sociedades secretas con fines inconfesables. Salía desde muy temprano con el estuche de la santa,
y a veces regresaba tarde en la noche, exhausto y triste, pero siempre con un rescoldo de luz que le
infundía alientos nuevos para el día siguiente.

- Los santos viven en su tiempo propio -decía.


Yo estaba en Roma por primera vez, estudiando en el Centro Experimental de Cine, y viví su
calvario con una intensidad inolvidable. La pensión donde dormíamos era en realidad un apartamento
moderno a pocos pasos de la Villa Borghese, cuya dueña ocupaba dos alcobas y alquilaba cuartos a
estudiantes extranjeros. La llamábamos María Bella, y era guapa y temperamental en la plenitud de su
otoño, y siempre fiel a la norma sagrada de que cada quien es rey absoluto dentro de su cuarto. En
realidad, la que llevaba el peso de la vida cotidiana era su hermana mayor, la tía Antonieta, un ángel sin
alas que le trabajaba por horas durante el día, y andaba por todos lados con su balde y su escoba de jerga
lustrando más allá de lo posible los mármoles del piso. Fue ella quien nos enseñó a comer los pajaritos
cantores que cazaba Bartolino, su esposo, por el mal hábito que le quedó de la guerra, y quien terminaría
por llevarse a Margarito a vivir en su casa cuando los recursos no le alcanzaron para los precios de María
Bella.
Nada menos adecuado para el modo de ser de Margarito que aquella casa sin ley. Cada hora nos
reservaba una novedad, hasta en la madrugada, cuando nos despertaba el rugido pavoroso del león en el
zoológico de la Villa Borghese. El tenor Ribero Silva se había ganado el privilegio de que los romanos no
se resintieran con sus ensayos tempraneros. Se levantaba a las seis, se daba su baño medicinal de agua

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helada y se arreglaba la barba y las cejas de Mefistófeles, y sólo cuando ya estaba listo con la bata de
cuadros escoceses, la bufanda de seda china y su agua de colonia personal, se entregaba en cuerpo y alma
a sus ejercicios de canto. Abría de par en par la ventana del cuarto, aún con las estrellas del invierno, y
empezaba por calentar la voz con fraseos progresivos de grandes arias de amor, hasta que se soltaba a
cantar a plena voz. La expectativa diaria era que cuando daba el do de pecho le contestaba el león de la
villa Borghese con un rugido de temblor de tierra.

- Eres San Marcos reencarnado, figlio mio -exclamaba la tía Antonieta asombrada de veras-.
Sólo él podía hablar con los leones.
Una mañana no fue el león el que dio la réplica. El tenor inició el dueto de amor del Otello: Già
nella notte densa s’estingue ogni clamor. De pronto, desde el fondo del patio, nos llegó la respuesta en
una hermosa voz de soprano. El tenor prosiguió, y las dos voces cantaron el trozo completo, para solaz
del vecindario que abrió las ventanas para santificar sus casas con el torrente de aquel amor irresistible.
El tenor estuvo a punto de desmayarse cuando supo que su Desdémona invisible era nada menos que la
gran María Caniglia.
Tengo la impresión de que fue aquel episodio el que le dio un motivo válido a Margarito Duarte
para integrarse a la vida de la casa. A partir de entonces se sentó con todos en la mesa común y no en la
cocina, como al principio, donde la tía Antonieta lo complacía casi a diario con su guiso maestro de
pajaritos cantores. María Bella nos leía de sobremesa los periódicos del día para acostumbrarnos a la
fonética italiana, y completaba las noticias con una arbitrariedad y una gracia que nos alegraban la vida.
Uno de esos días contó, a propósito de la santa, que en la ciudad de Palermo había un enorme museo con
los cadáveres incorruptos de hombres, mujeres y niños, e inclusive varios obispos, desenterrados de un
mismo cementerio de padres capuchinos. La noticia inquietó tanto a Margarito, que no tuvo un instante
de paz hasta que fuimos a Palermo. Pero le bastó una mirada de paso por las abrumadoras galerías de
momias sin gloria para formularse un juicio de consolación.

- No son el mismo caso -dijo-. A estos se les nota enseguida que están muertos.
Después del almuerzo Roma sucumbía en el sopor de agosto. El sol de mediodía se quedaba
inmóvil en el centro del cielo, y en el silencio de las dos de la tarde sólo se oía el rumor del agua, que es
la voz natural de Roma. Pero hacia las siete de la noche las ventanas se abrían de golpe para convocar el
aire fresco que empezaba a moverse, y una muchedumbre jubilosa se echaba a las calles sin ningún
propósito distinto que el de vivir, en medio de los petardos de las motocicletas, los gritos de los
vendedores de sandía y las canciones de amor entre las flores de las terrazas.
El tenor y yo no hacíamos la siesta. Íbamos en su vespa, él conduciendo y yo en la parrilla, y les
llevábamos helados y chocolates a las putitas de verano que mariposeaban bajo los laureles centenarios
de la Villa Borghese, en busca de turistas desvelados a pleno sol. Eran bellas, pobres, cariñosas, como la
mayoría de las italianas de aquel tiempo, vestidas de organiza azul, de popelina rosada, de lino verde, y se
protegían del sol con las sombrillas apolilladas por las lluvias de la guerra reciente. Era un placer humano
estar con ellas, porque saltaban por encima de las leyes del oficio y se daban el lujo de perder un buen
cliente para irse con nosotros a tomar un café bien conservado en el bar de la esquina, o a pasear en las
carrozas de alquiler por los senderos del parque, o a dolernos de los reyes destronados y sus amantes
trágicas que cabalgaban al atardecer en el galoppatorio. Más de una vez les servíamos de intérpretes con
algún gringo descarriado.
No fue por ellas que llevamos a Margarito Duarte a la Villa Borghese, sino para que conociera el
león. Vivía en libertad en un islote desértico circundado por un foso profundo, y tan pronto como nos
divisó en la otra orilla empezó a rugir con un desasosiego que sorprendió a su guardián. Los visitantes del
parque acudieron sorprendidos. El tenor trató de identificarse con su do de pecho matinal, pero el león no
le prestó atención. Parecía rugir hacia todos nosotros sin distinción, pero el vigilante se dio cuenta al
instante de que sólo rugía por Margarito. Así fue: para donde él se moviera se movía el león, y tan pronto
como se escondía dejaba de rugir. El vigilante, que era doctor en letras clásicas de la universidad de
Siena, pensó que Margarito debió estar ese día con otros leones que lo habían contaminado de su olor.
Aparte de esa explicación, que era inválida, no se le ocurrió otra.

- En todo caso -dijo- no son rugidos de guerra sino de compasión.


Sin embargo, lo que impresionó al tenor Ribera Silva no fue aquel episodio sobrenatural, sino la
conmoción de Margarito cuando se detuvieron a conversar con las muchachas del parque. Lo comentó en
la mesa, y unos por picardía, y otros por comprensión, estuvimos de acuerdo en que sería una buena obra
ayudar a Margarito a resolver su soledad. Conmovida por la debilidad de nuestros corazones, María Bella
se apretó la pechuga de madraza bíblica con sus manos empedradas de anillos de fantasía.

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- Yo lo haría por caridad -dijo-, si no fuera porque nunca he podido con los hombres que usan
chaleco.
Fue así como el tenor pasó por la Villa Borghese a las dos de la tarde, y se llevó en ancas de su
vespa a la mariposita que le pareció más propicia para darle una hora de buena compañía a Margarito
Duarte. La hizo desnudarse en su alcoba, la bañó con jabón de olor, la secó, la perfumó con su agua de
colonia personal, y la empolvó de cuerpo entero con su talco alcanforado para después de afeitarse. Por
último le pagó el tiempo que ya llevaban y una hora más, y le indicó letra por letra lo que debía hacer.
La bella desnuda atravesó en puntillas la casa en penumbras, como un sueño de la siesta, y dio dos
golpecitos tiernos en la alcoba del fondo. Margarito Duarte, descalzo y sin camisa, abrió la puerta.

– Buona sera giovanotto -le dijo ella, con voz y modos de colegiala-. Mi manda il tenore.
Margarito asimiló el golpe con una gran dignidad. Acabó de abrir la puerta para darle paso, y ella
se tendió en la cama mientras él se ponía a toda prisa la camisa y los zapatos para atenderla con el debido
respeto. Luego se sentó a su lado en una silla, e inició la conversación. Sorprendida, la muchacha le dijo
que se diera prisa, pues sólo disponían de una hora. Él no se dio por enterado.
La muchacha dijo después que de todos modos habría estado el tiempo que él hubiera querido sin
cobrarle ni un céntimo, porque no podía haber en el mundo un hombre mejor comportado. Sin saber qué
hacer mientras tanto, escudriñó el cuarto con la mirada, y descubrió el estuche de madera sobre la
chimenea. Preguntó si era un saxofón. Margarito no le contestó, sino que entreabrió la persiana para que
entrara un poco de luz, llevó el estuche a la cama y levantó la tapa. La muchacha trató de decir algo, pero
se le desencajó la mandíbula. O como nos dijo después: Mi si gelò il culo. Escapó despavorida, pero se
equivocó de sentido en el corredor, y se encontró con la tía Antonieta que iba a poner una bombilla nueva
en la lámpara de mi cuarto. Fue tal el susto de ambas, que la muchacha no se atrevió a salir del cuarto del
tenor hasta muy entrada la noche.
La tía Antonieta no supo nunca qué pasó. Entró en mi cuarto tan asustada, que no conseguía
atornillar la bombilla en la lámpara por el temblor de las manos. Le pregunté qué le sucedía. “Es que en
esta casa espantan”, me dijo. “Y ahora a pleno día”. Me contó con una gran convicción que, durante la
guerra, un oficial alemán degolló a su amante en el cuarto que ocupaba el tenor. Muchas veces, mientras
andaba en sus oficios, la tía Antonieta había visto la aparición de la bella asesinada recogiendo sus pasos
por los corredores.

- Acabo de verla caminando en pelota por el corredor -dijo-. Era idéntica.


La ciudad recobró su rutina de otoño. Las terrazas floridas del verano se cerraron con los primeros
vientos, y el tenor y yo volvimos a la tractoría del Trastévere donde solíamos cenar con los alumnos de
canto del conde Carlo Calcagni, y algunos compañeros míos de la escuela de cine. Entre estos últimos, el
más asiduo era Lakis, un griego inteligente y simpático, cuyo único tropiezo eran sus discursos
adormecedores sobre la injusticia social. Por fortuna, los tenores y las sopranos lograban casi siempre
derrotarlo con trozos de ópera cantados a toda voz, que sin embargo no molestaban a nadie aun después
de la media noche. Al contrario, algunos trasnochadores de paso se sumaban al coro, y en el vecindario se
abrían ventanas para aplaudir.
Una noche, mientras cantábamos, Margarito entró en puntillas para no interrumpirnos. Llevaba el
estuche de pino que no había tenido tiempo de dejar en la pensión después de mostrarle la santa al
párroco de San Juan de Letrán, cuya influencia ante la Sagrada Congregación del Rito era de dominio
público. Alcancé a ver de soslayo que lo puso debajo de una mesa apartada, y se sentó mientras
terminábamos de cantar. Como siempre ocurría al filo de la media noche, reunimos varias mesas cuando
la tractoría empezó a desocuparse, y quedamos juntos los que cantaban, los que hablábamos de cine, y los
amigos de todos. Y entre ellos, Margarito Duarte, que ya era conocido allí como el colombiano silencioso
y triste del cual nadie sabía nada. Lakis, intrigado, le preguntó si tocaba el violonchelo. Yo me sobrecogí
con lo que me pareció una indiscreción difícil de sortear. El tenor, tan incómodo como yo, no logró
remendar la situación. Margarito fue el único que tomó la pregunta con toda naturalidad.

- No es un violonchelo -dijo-. Es la santa.


Puso la caja sobre la mesa, abrió el candado y levantó la tapa. Una ráfaga de estupor estremeció el
restaurante. Los otros clientes, los meseros, y por último la gente de la cocina con sus delantales
ensangrentados, se congregaron atónitos a contemplar el prodigio. Algunos se persignaron. Una de las
cocineras se arrodilló con las manos juntas, presa de un temblor de fiebre, y rezó en silencio.
Sin embargo, pasada la conmoción inicial, nos enredamos en una discusión sobre la insuficiencia

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de la santidad en nuestros tiempos. Lakis, por supuesto, fue el más radical. Lo único que quedó claro al
final fue su idea de hacer una película crítica con el tema de la santa.

- Estoy seguro -dijo- que el viejo Cesare no dejaría escapar este tema.
Se refería a Cesare Zavattini, nuestro maestro de argumento y guión, uno de los grandes de la
historia del cine y el único que mantenía con nosotros una relación personal al margen de la escuela.
Trataba de enseñarnos no sólo el oficio, sino una manera distinta de ver la vida. Era una máquina de
pensar argumentos. Le salían a borbotones, casi contra su voluntad. Y con tanta prisa, que siempre le
hacía falta la ayuda de alguien para pensarlos en voz alta y atraparlos al vuelo. Sólo que al terminarlos se
le caían los ánimos. “Lástima que haya que filmarlo”, decía. Pues pensaba que en la pantalla perdería
mucho de su magia original. Conservaba las ideas en tarjetas ordenadas por temas y prendidas con
alfileres en los muros, y tenía tantas que ocupaban una alcoba de su casa.
El sábado siguiente fuimos a verlo con Margarito Duarte. Era tan goloso de la vida, que lo
encontramos en la puerta de su casa de la calle Angela Merici, ardiendo de ansiedad por la idea que le
habíamos anunciado por teléfono. Ni siquiera nos saludó con la amabilidad de costumbre, sino que llevó
a Margarito a una mesa preparada, y él mismo abrió el estuche. Entonces ocurrió lo que menos
imaginábamos. En vez de enloquecerse, como era previsible, sufrió una especie de parálisis mental.

– Ammazza! -murmuró espantado.


Miró a la santa en silencio por dos o tres minutos, cerró la caja él mismo, y sin decir nada condujo
a Margarito hacia la puerta, como a un niño que diera sus primeros pasos. Lo despidió con unas
palmaditas en la espalda. “Gracias, hijo, muchas gracias”, le dijo. “Y que Dios te acompañe en tu lucha”.
Cuando cerró la puerta se volvió hacia nosotros, y nos dio su veredicto.

- No sirve para el cine -dijo-. Nadie lo creería.


Esa lección sorprendente nos acompañó en el tranvía de regreso. Si él lo decía, no había ni que
pensarlo: la historia no servía. Sin embargo, María Bella nos recibió con el recado urgente de que
Zavattini nos esperaba esa misma noche, pero sin Margarito.
Lo encontramos en uno de sus momentos estelares. Lakis había llevado a dos o tres condiscípulos,
pero él ni siquiera pareció verlos cuando abrió la puerta.

- Ya lo tengo -gritó-. La película será un cañonazo si Margarito hace el milagro de resucitar a


la niña.

- ¿En la película o en la vida? -le pregunté.


Él reprimió la contrariedad. “No seas tonto”, me dijo. Pero enseguida le vimos en los ojos el
destello de una idea irresistible. “A no ser que sea capaz de resucitarla en la vida real”, dijo, y reflexionó
en serio:

- Debería probar.
Fue sólo una tentación instantánea, antes de retomar el hilo. Empezó a pasearse por la casa, como
un loco feliz, gesticulando a manotadas y recitando la película a grandes voces. Lo escuchábamos
deslumbrados, con la impresión de estar viendo las imágenes como pájaros fosforescentes que se le
escapaban en tropel y volaban enloquecidos por toda la casa.

- Una noche -dijo- cuando ya han muerto como veinte Papas que no lo recibieron, Margarito
entra en su casa, cansado y viejo, abre la caja, le acaricia la cara a la muertecita, y le dice
con toda la ternura del mundo: “Por el amor de tu padre, hijita: levántate y anda”.
Nos miró a todos, y remató con un gesto triunfal:

- ¡Y la niña se levanta!
Algo esperaba de nosotros. Pero estábamos tan perplejos, que no encontrábamos qué decir. Salvo
Lakis, el griego, que levantó el dedo, como en la escuela, para pedir la palabra.

- Mi problema es que no lo creo -dijo, y ante nuestra sorpresa, se dirigió directo a Zavattini-:
Perdóneme, maestro, pero no lo creo.

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Entonces fue Zavattini el que se quedó atónito.

- ¿Y por qué no?


- Qué sé yo -dijo Lakis, angustiado-. Es que no puede ser.
– Ammazza! -gritó entonces el maestro, con un estruendo que debió oírse en el barrio entero-. Eso es
lo que más me jode de los estalinistas: que no creen en la realidad.
En los quince años siguientes, según él mismo me contó, Margarito llevó la santa a
Castelgandolfo por si se daba la ocasión de mostrarla. En una audiencia de unos doscientos peregrinos de
América Latina alcanzó a contar la historia, entre empujones y codazos, al benévolo Juan XXIII. Pero no
pudo mostrarle la niña porque debió dejarla a la entrada, junto con los morrales de otros peregrinos, en
previsión de un atentado. El Papa lo escuchó con tanta atención como le fue posible entre la
muchedumbre, y le dio en la mejilla una palmadita de aliento.

– Bravo, figlio mio -le dijo-. Dios premiará tu perseverancia.


Sin embargo, cuando de veras se sintió en vísperas de realizar su sueño fue durante el reinado
fugaz del sonriente Albino Luciani. Un pariente de éste, impresionado por la historia de Margarito, le
prometió su mediación. Nadie le hizo caso. Pero dos días después, mientras almorzaban, alguien llamó a
la pensión con un mensaje rápido y simple para Margarito: no debía moverse de Roma, pues antes del
jueves sería llamado del Vaticano para una audiencia privada.
Nunca se supo si fue una broma. Margarito creía que no, y se mantuvo alerta. Nadie salió de la
casa. Si tenía que ir al baño lo anunciaba en voz alta: “Voy al baño”. María Bella, siempre graciosa en los
primeros albores de la vejez, soltaba su carcajada de mujer libre.

- Ya lo sabemos, Margarito -gritaba-, por si te llama el Papa.


La semana siguiente, dos días antes del telefonema anunciado, Margarito se derrumbó ante el
titular del periódico que deslizaron por debajo de la puerta: Morto il Papa. Por un instante lo sostuvo en
vilo la ilusión de que era un periódico atrasado que habían llevado por equivocación, pues no era fácil
creer que muriera un Papa cada mes. Pero así fue: el sonriente Albino Luciani, elegido treinta y tres días
antes, había amanecido muerto en su cama.
Volví a Roma veintidós años después de conocer a Margarito Duarte, y tal vez no hubiera pensado
en él si no lo hubiera encontrado por casualidad. Yo estaba demasiado oprimido por los estragos del
tiempo para pensar en nadie. Caía sin cesar una llovizna boba como el caldo tibio, la luz de diamante de
otros tiempos se había vuelto turbia, y los lugares que habían sido míos y sustentaban mis nostalgias eran
otros y ajenos. La casa donde estuvo la pensión seguía siendo la misma, pero nadie dio razón de María
Bella. Nadie contestaba en seis números de teléfono que el tenor Ribero Silva me había mandado a través
de los años. En un almuerzo con la nueva gente de cine evoqué la memoria de mi maestro, y un silencio
súbito aleteó sobre la mesa por un instante, hasta que alguien se atrevió a decir:

– Zavattini? Mai sentito.


Así era: nadie había oído hablar de él. Los árboles de la Villa Borghese estaban desgreñados bajo
la lluvia, el galoppatoio de las princesas tristes había sido devorado por una maleza sin flores, y las bellas
de antaño habían sido sustituidas por atletas andróginos travestidos de manolas. El único sobreviviente de
una fauna extinguida era el viejo león, sarnoso y acatarrado, en su isla de aguas marchitas. Nadie cantaba
ni se moría de amor en las tractorías plastificadas de la Plaza de España. Pues la Roma de nuestras
nostalgias era ya otra Roma antigua dentro de la antigua Roma de los Césares. De pronto, una voz que
podía venir del más allá me paró en seco en una callecita del Trastévere:

- Hola, poeta.
Era él, viejo y cansado. Habían muerto cinco Papas, la Roma eterna mostraba los primeros síntomas
de la decrepitud, y él seguía esperando. “He esperado tanto que ya no puede faltar mucho más”, me dijo
al despedirse, después de casi cuatro horas de añoranzas. “Puede ser cosa de meses”. Se fue arrastrando
los pies por el medio de la calle, con sus botas de guerra y su gorra descolorida de romano viejo, sin
preocuparse de los charcos de lluvia donde la luz empezaba a pudrirse. Entonces no tuve ya ninguna
duda, si es que alguna vez la tuve, de que el santo era él. Sin darse cuenta, a través del cuerpo incorrupto
de su hija, llevaba ya veintidós años luchando en vida por la causa legítima de su propia canonización.

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BIBLIOGRAFÍA
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• Literatura 5, La aventura del lector, Comunicarte, Córdoba, 2013.
• Lengua y Literatura, La aventura de la palabra, Comunicarte, Córdoba, 2006.
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Polimodal, Comunicarte, 2008.

• Literatura VI, Serie Llaves. Mandioca, 2016.


• http://www.wisegeek.com/how-do-i-write-a-report-for-school.htm
• http://owl.english.purdue.edu/owl/owlprint/658/
• http://traveltips.usatoday.com/eight-themes-disneyland-22045.html

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