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La historia de Negrín constituye un ejemplo más del mazazo que la Guerra Civil
supuso para el desarrollo de la Ciencia en España, de la desaparición de una España
que pudo ser y no fue. No obstante, debemos reconocer que la recuperación de los
niveles científicos a finales del siglo XX se debió a esos maestros que formaron
personas para que algún día, pudieran realizar esa labor. La mejor obra científica de
Negrín fueron sus discípulos que siguieron su magisterio con arreglo a la frase que él
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mismo pronunció: «La ciencia debe ser cultivada con esfuerzo y el ferviente
propósito de servir a la verdad».
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OTROS PRINCIPIOS MORALES
Una de las frases más famosas de Groucho Marx es «Estos son mis principios. Si no
le gustan, bien… tengo otros». Los principios morales parecen algo alejado del
ámbito de la Neurociencia pero todo lo que constituye la individualidad de un ser
humano (personalidad, ideas, sentimientos, recuerdos, y también normas éticas),
reside en nuestro cerebro. Ese código de conducta adoptado por la sociedad o un
grupo o un individuo sería lo que llamamos moralidad, algo que Hobbes, en su obra
Leviatán, relacionaba con las condiciones que permiten a las personas vivir juntas en
unidad y paz.
Hay dos líneas de pensamiento opuestas sobre la moralidad. Según una, existen
principios absolutos, inmutables, comunes a todos los seres humanos y a todas las
culturas, que separarían con claridad el bien y el mal. Según la otra visión, lo que
llamamos el relativismo moral, no existen un bien y un mal absolutos y las reglas
morales son preferencias personales y el resultado de la educación, de la cultura
propia, de la orientación sexual y del grupo étnico y familiar, entre otros factores.
¿Qué dirías si tu juicio ético, tus principios morales, pudiesen ser alterados
bruscamente, de una forma casi instantánea, mediante un simple experimento
neurocientífico? Eso es precisamente lo que ha logrado el grupo del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT) dirigido por la Dra. Rebecca Saxe. Saxe realizó
un descubrimiento espectacular cuando era estudiante de doctorado: identificó una
región en el cerebro, la unión temporoparietal derecha, que se activa cuando «leemos
la mente» de otras personas. Esa lectura de la mente ajena no es algo paranormal sino
pensar en sus intenciones, sus deseos, sus objetivos o sus creencias. Nuestro cerebro
piensa lo que piensan los otros. Lo hacemos continuamente, sin darnos cuenta, y en
nuestra vida social, nos ayuda a llevarnos bien dentro del grupo, sea la familia, el
equipo de trabajo o toda la sociedad. Uno de los problemas de las personas con
autismo es precisamente ese, que son incapaces de leer correctamente las mentes
ajenas (y todo lo que va añadido, como el lenguaje corporal, los tonos de voz, los
gestos sutiles) por lo que interpretan el mundo de una forma literal y directa, sin
metáforas ni mentiras. Esto les causa graves problemas en sus relaciones sociales.
El grupo de investigación de Saxe reclutó voluntarios (¡esos estudiantes
universitarios siempre ansiosos por ganar algo de dinero!) y les pidió que, utilizando
sus propios principios morales, juzgaran una serie de situaciones, el comportamiento
de otras personas. En una de ellas, una mujer llamada Grace prepara un café a su
amiga pero, por error, le echa veneno en vez de azúcar, y la amiga muere. En otra
historia, parecida pero diferente, Grace, intencionadamente, echa en el café lo que
considera que es veneno, pero en realidad es azúcar y a su amiga no le pasa nada. Los
voluntarios del experimento tuvieron que juzgar estas y otras conductas similares
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otorgando una puntuación entre 1 (conducta totalmente prohibida y, por tanto,
condenable moralmente) y 7 (conducta «guay», totalmente aceptable y que no
conlleva ninguna responsabilidad ni juicio negativo). En el ejemplo que he puesto,
prácticamente todos los «conejillos de indias» disculparon a Grace cuando se
equivocó, pues lo consideraron un «accidente», pero la censuraron gravemente
cuando hubo en ella intención de causar daño.
A continuación, los voluntarios que participaban en el experimento fueron
sometidos a una sesión de estimulación magnética transcraneal, una técnica con la
que puede dirigirse un potente, pero breve, campo magnético hacia distintas áreas de
la corteza cerebral. Concretamente, el campo se aplicó en la zona de la unión
temporoparietal, situada encima y detrás de la oreja derecha y que, como hemos
mencionado, es la zona cerebral que se activa cuando evaluamos los actos de otras
personas, cuando nos preparamos para un juicio moral. Estos campos magnéticos
distorsionan de modo transitorio la capacidad de las neuronas de comunicarse
mediante señales eléctricas pero no producen ningún daño. El resultado fue que con
la estimulación magnética algunos voluntarios cambiaron su juicio y valoraron más el
resultado final que la intención. Condenaron más a Grace cuando su amiga sufrió
daño por accidente pero la valoraron mejor cuando a la amiga no le pasó nada, a
pesar de la intención claramente criminal de Grace. Quizá lo más curioso es que esa
forma de actuar se parece más a la de los niños pequeños, de unos tres años de edad,
que juzgan directamente el resultado del acto sin entrar a matizar la intención, la
bondad o maldad con la que se inició el episodio. Es importante resaltar que lo único
que varió fue su valoración de la conducta ajena, no cambiaron ellos su forma de ser
ni de actuar.
Este experimento causó bastante revuelo porque sus implicaciones abarcan
campos muy distintos:
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transcraneal es una técnica ruidosa y, en consecuencia, hoy por hoy, no es
posible aplicarle un campo magnético suficientemente potente a alguien sin
que se entere. Además, no todas las personas reaccionan a la estimulación del
mismo modo, por lo que el magnetismo parece ser una herramienta poco
fiable para manipular mentes.
[Superior] Emily Hemsworth (24 años de edad): Acusada de matar a su hijo de tres semanas… pero no podía
recordar los detalles del asesinato. Fue encontrada no culpable por demencia. [Inferior] Eugenia Falleni pasó la
mayor parte de su vida haciéndose pasar por hombre. En 1913 se casó con una viuda, Annie BirKett, poco
después la asesinó. [Archivo de fotografía forense. Policía de NSW]
Este experimento pone de manifiesto que nuestro cerebro está muy bien preparado
para entender la mente de otras personas, para pensar sobre los pensamientos, las
intenciones, los deseos y las creencias del «otro». Nuestro sistema nervioso es por
tanto responsable de nuestros juicios, de nuestros principios morales aunque existen
muchos factores que influyen sobre este proceso cerebral. Los experimentos de Saxe
lo confirman con claridad.
El sistema que el cerebro usa para entender y valorar mentes ajenas va madurando
muy lentamente a lo largo de la infancia y la pubertad e incluso durante la edad
adulta, lo que explica en parte que no todos tengamos un juicio moral idéntico. En los
niños se da una evolución muy marcada. Un bebé de nueve meses espera que un
adulto agarre un objeto al que él ha mirado y sonreído antes. Poco después, el niño
entiende que las personas actúan para conseguir lo que desean, es decir, que esas
acciones poseen un objetivo concreto. A los 18 meses, un niño entiende que
diferentes personas pueden tener preferencias o deseos distintos. A los dos años, ya
hablan con claridad y muestran enfado o desilusión por el contraste entre lo que
querían y lo que les ha sucedido. En esta fase, los niños desconocen todavía algo
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importante: la noción de creencia. Hasta los tres años y pico no entienden la relación
entre lo que cree una persona y sus objetivos y actos. En ese momento empiezan a
darse cuenta de que existe algo que los neurocientíficos llaman «creencia falsa».
Supongamos que un niño, Santi, coloca una bola roja en una caja y se va. Llega otro
niño y saca la bola y la mete en un bote. Si a un niño de tres años le preguntamos
dónde buscará Santi la bola roja cuando venga, responderá que en el bote. Sin
embargo, un niño de cinco años ya acertará que Santi tendrá la «falsa creencia» de
que la bola sigue en la caja y la buscará allí. Un niño de cinco o más años con
autismo probablemente responderá como el niño de tres años.
El que el área temporoparietal no termine su desarrollo anatómico en la mayoría
de las personas hasta el final de la adolescencia o incluso hasta los veintitantos años,
puede ayudar a explicar ciertos hechos sobrecogedores como la crueldad de los niños
en las escuelas con los más débiles o incluso algún delito terrible cometido por
menores de edad. Por ello hay quien defiende que se tenga en cuenta este cerebro
inmaduro a la hora de establecer las responsabilidades penales de los menores.
Rebecca Saxe presentó sus resultados en una interesante charla en TED. Su
conferencia termina con una hermosa cita de Philip Roth:
Saxe, R. Reading Your Mind. How our brains help us understand other
people. Boston Review. <http://www.bostonreview.net/books-ideas/reading-
your-mind>
<http://www.ted.com/talks/lang/eng/rebecca_saxe_how_brains_make_moral_
judgments.html>
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¿QUIÉN ES ESE ALEMÁN QUE ME ESCONDE LAS COSAS?
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