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Primeros Frailes
Los franciscanos en México, hasta cierto punto, tuvieron algunas ventajas sobre
las otras órdenes religiosas –dominicos, agustinos, jesuitas, mercedarios, carmelitas–
que trabajaron en este país. Una de ellas fue la de haber sido los primeros en llegar a
la Nueva España; otra la de haber abordado el campo misionero con un plan más o
menos definido y bajo la protección de las altas autoridades eclesiásticas –Romano
Pontífice y Ministro general de la Orden– y finalmente la de haber prevalecido entre
ellos, en medio del idealismo, rigorismo y radicalismo de su época, un buen grado de
sentido común en relación con los agudos problemas que presentó la conversión de
los grupos indígenas unidas a la conquista y colonización.
Sobre los primeros franciscanos que llegan a México como capellanes de las
huestes de Hernán Cortés sabemos todavía poco. Se conocen datos de dos: fray Diego
Altamirano, pariente del Conquistador, y fray Pedro Melgarejo, religioso con buenas
conexiones ante la Corona, obispo en años posteriores de Dulcino. Su participación en
la evangelización fue mínima. Más importancia tiene el grupo que llegó en 1523: fray
Juan de Tecto, fray Juan de Agora [¿de Arévalo?] y fray Pedro de Gante. Conocidos
como los “tres flamencos” por su procedencia belga, estos frailes llaman la atención
tanto por su excelente preparación –fray Juan de Tecto era graduado de París, y fray
Pedro de Gante, pariente del Emperador Carlos V–, como por su labor educativa,
ciertamente minimizada por la muerte prematura de dos de ellos, pero sobreviviente
por cerca de medio siglo en la figura de fray Pedro de Gante, que ha pasado a la
historia como modelo de maestros. La actividad de estos frailes belgas en el campo de
la enseñanza está lejos de ser bien investigada. Se sabe que unos años antes de que los
“tres flamencos” llegaran a la Nueva España, un grupo de franciscanos franceses (?)
“picardos” intentó una empresa educativa de grandes alcances en las costas de
Venezuela: Cumaná. Un levantamiento indígena dio al fracaso este proyecto: pero
posteriormente, con mayor éxito, un fraile belga se distinguiría por sus sobresalientes
trabajos en el campo de la educación en Ecuador: fray Jacobo Docorike. Nuestros
estudios sobre el espíritu misionero en América piden un poco más de interés en la
actividad de estos frailes belgas y franceses y en su posible influencia en misioneros
posteriores. Estos puntos, así como el de la situación general de los franciscanos en los
Países Bajos y sus conexiones con los frailes reformados de España, podrían ayudar a
entender mejor la empresa misionera de los frailes menores en México y Perú.
Los franciscanos que han pasado a la historia como los verdaderos iniciadores
de la evangelización en México son los popularmente conocidos como “los doce
primeros franciscanos”, que llegan a la Nueva España bajo la dirección de fray Martín
de Valencia en 1524. Aunque son bien conocidos sus nombres, por su importancia los
ponemos aquí: fray Francisco de Soto, fray Martín de la Coruña, fray Juan Suárez, fray
Antonio de Ciudad Rodrigo, fray Toribio Motolinía, fray García de Cisneros, fray Luis
de Fuensalida, fray Juan de Ribas, fray Francisco de Jiménez, fray Juan de Palos y fray
Andrés de Córdoba. Destinados a llevar las riendas por casi un cuarto de siglo, de la
primera Custodia, y después Provincia del Santo Evangelio –de los 10 superiores
mayores que gobiernan de 1524 a 1551 sólo dos no pertenecen al grupo de los doce–
pueden ser considerados como los misioneros que más influyeron en el carácter que
tomó la evangelización realizada por los franciscanos en México.
Pese a su importancia, mucha de la historia de estos frailes sigue un tanto
envuelta en la tradición y leyenda, sobre todo en lo que se refiere a sus actividades en
España antes de pasar a México. Solamente de uno de ellos, fray Martín de Valencia,
tenemos una breve biografía escrita pocos años después de su muerte por su
compañero fray Francisco de Jiménez. Por ella nos damos cuenta de la intensa
participación que fray Martín tuvo en el movimiento de reforma franciscana en el sur
de España. De los restantes frailes nos han llegado sólo noticias aisladas. Fray
Francisco de Soto antes de pasar a México fue guardián de los conventos de
Villalpando y Benavides, lo que nos indica que gozaba de cierta estima en su Provincia,
aprecio que le concedieron también los superiores generales de la Orden, a juzgar por
la comisión que le dio el Ministro General, fray Francisco de los Ángeles Quiñones, en
17 de julio de 1523, para pasar a América como visitador general de los franciscanos,
oficio que al parecer nunca llegó a desempeñar, pues a los pocos meses fue escogido
para pasar a la Nueva España con los doce.2 Fray Bernardino de Sahagún, quien
conoció a diez de estos frailes, y quien pasa por uno de los mejores observadores de la
época, dice de fray Francisco de Soto, que era “varón de gran talento y muy ejercitado
y docto, ansí en las cosas espirituales como en la Sancta Theologia y las demás
3 José María Pou y Marti, El libro perdido de las pláticas o coloquios de los doce
primeros misioneros de México (Roma, 1924), p. 27.
4 Así lo afirma en su biografía de fray Martín de Valencia publicada por fray
in Mexico Solved by Pope Paul III at the Request of Cardinal Quiñones”, The Americas,
XIV, p. 186.
franciscanos de la edad media. Pequeñas piezas de evidencia nos muestran que entre
los frailes de San Gabriel había cierta afición a los escritos de la corriente
espiritualistas franciscana. Nos consta, por ejemplo, que fray Martín de Valencia fue
muy aficionado al libro De Conformitate de Bartolomé de Pisa. Libre de visiones
apocalípticas y completamente ortodoxo en sus planteamientos teológicos, Bartolomé
de Pisa no sólo conoce las ideas de Joaquín de Fiori, guía intelectual del movimiento
espiritualista franciscano, sino inclusive usa muchas de sus técnicas estilísticas, sobre
todo el sobreabundante empleo del sentido profético de la biblia. Si alguna conexión
se puede establecer entre “los doce” y las ideas milenaristas, valdría la pena examinar
este punto.8
No es de extrañarse que estos frailes, formados en un ambiente de estricta
observancia y de lucha, llegaran a provocar en la Nueva España acaloradas
discusiones entre sus contemporáneos –y también entre los nuestros– por su
rigorismo o sus a veces poco comedidas intervenciones en problemas de la Colonia.
Escasamente entrenados en las artes de la diplomacia, expresan libremente sus
opiniones, sus preferencias o desagrados, sin preocuparse del juicio que de ellos
puedan formarse sus adversarios. Así, su abierta oposición a los abusos de la primera
audiencia les ganó la acusación de estar organizando a los indios para arrojar a los
españoles de la Colonia. Su fervor en derrocar templos indígenas e ídolos –o fomentar
su derrumbe– hizo necesaria la intervención de la Corona para moderar sus ánimos.
Sus sistema de utilizar el castigo corporal en los indios –que no es práctica general de
todos los frailes– fue causa de continuos conflictos con autoridades eclesiásticas y
civiles, y oportunidad magnífica de sus enemigos para levantarles cargos por abuso de
autoridad. A la imagen del misionero franciscano quizá ha faltado añadir ese tinte
profético del fraile que, convencido con firmeza de sus ideales religiosos, castiga o
llama la atención lo mismo a altas autoridades que a indios. Menos soñadores y
apocalípticos que otros profetas de su época –fray Bartolomé de las Casas– los
franciscanos de las primeras décadas son radicales en ciertas ideas religiosas y a veces
pueden parecer un tanto intransigentes. Para algunos quizá podrían pasar por
idealistas, pero nunca intentan desfigurar la realidad, y cuando ésta no se ajusta a sus
sueños procuran adecuarse a ella. Se les ha querido ver como parte una primera etapa
colonizadora en que la utopía de un nuevo mundo, exento de las miserias sociales del
viejo, era la meta de gobernantes y misioneros. El franciscano se presta mucho a esta
concepción por el empeño con que algunos de sus escritores –notablemente fray
Jerónimo de Mendieta en la segunda mitad del siglo XVI– defendieron el
establecimiento de una “república indiana”, alejada de la sociedad española, como
único recurso de preservar a los recién convertidos indios, de los vicios y defectos de
los cristianos españoles. Idealistas o utópicos, místicos o profetas, los primeros frailes
Primeros Establecimientos
Como se ha dicho en el apartado anterior, hasta donde sabemos los dos franciscanos
que llegan a México con Cortés, fray Diego Altamirano y fray Pedro Melgarejo, no
establecieron centro de misión en ningún pueblo de Nueva España. Actuando más
como capellanes que como misioneros se mueven de un lado a otro, al menos hasta
1524, siguiendo las rutas y campañas del Conquistador. Los “Tres Flamencos” que
llegan en 1523, pese a su interés misionero, se encontraron prácticamente
inmovilizados, debido a la intranquilidad de la tierra y al desconocimiento de los
idiomas indígenas. Acogidos por el señor de Texcoco, Hernando Ixtlixochitl, fiel aliado
de Cortés, viven un tanto aislados en ese pueblo, en un aposento del palacio que con
toda probabilidad les serviría de convento y escuela. Sólo de vez en cuando fray Juan
de Tecto va a la ciudad de México a pedir a la nobleza indígena sus hijos para
educarlos. Fuera de esta actividad, la labor misionera es mínima. Fray Martín de
Valencia y sus compañeros –nos narra Mendieta (Lib. V, cap. 17)– al llegar a México,
expresa ante fray Juan de Tecto, su sorpresa de ver a los indios practicando “sus
idolatrías y sacrificios”. Preguntando al padre Tecto en qué habían ocupado el tiempo
que llevaba en la Nueva España reciben una respuesta que debió haber dejado a fray
Martín mucho más perplejo: “aprendemos la teología que de todo punto ignoró San
Agustín”; en lo que les daba a entender –añade Mendieta– que las lenguas indígenas
eran tan importantes para la evangelización como la ciencia sagrada, y que de su
conocimiento se sacaría gran provecho. Por nuestra parte agregaríamos que, dentro
de la limitada labor de los misioneros flamencos, se puede observar el inicio de dos
elementos fundamentales del método misionero de los franciscanos: el aprendizaje de
idiomas y el establecimiento de escuelas para indios que posteriormente se
extenderían a todos los conventos.
La llegada en 1524 del grupo de fray Martín de Valencia marca con toda
propiedad el principio de la evangelización de México. Esta comienza en cuatro
puntos: México-Tecnochtitlan, Huejotzingo, Tlaxcala y Texcoco. Además de tratarse de
pueblos de indudables importancia estratégica, desde el punto de vista político y
misionero, los frailes tenían la ventaja de contar en estos lugares con el apoyo,
siempre útil en un tierra recién conquistada, de las autoridades indígenas quienes
mostraban, al menos externamente, gran sumisión a los misioneros, si no por otra
causa, por quedar bien con el Conquistador. En México-Tenochtitlan quedó fray
Martín de Valencia con fray Francisco de Soto, guardián de San Francisco el viejo, nos
dice el contador Rodrigo de Albornós en su juicio de residencia, y posiblemente fray
Toribio de Motolinía quien aparece en algunos documentos de 1525 como residiendo
en la ciudad de Tenochtitlan.9 Desde México, ya en el mismo año de 15624 fray Martín
9Cfr. Juan de Torquemada, Monarquía Indiana, Libro XV, caps. 12 y 13. El juicio
de residencia de Rodrigo de Albornoz se encuentra en CDIA, XXVIII, 398. Los
documentos en que Motolinía aparece en México los publica Edmundo OGorman en
de Valencia, con ayuda de un intérprete, empieza a recorrer los pueblos de la laguna
comenzando con Xochimilco y Coyoacán. Este incipiente apostolado tuvo cierto éxito,
sobre todo en Cuitlahuac en donde fray Martín bautizó a uno de los indios principales,
a quien puso por nombre cristiano, don Francisco, varón de ejemplar vida cristiana
–nos narra Motolinía– y gran servidor de los frailes en años posteriores.
Probablemente entre fines de 1524 y principios de 1525 los frailes extienden sus
correrías apostólicas hacia el norte, en los pueblos de Cuautitlán y Tepozotlán, y hacia
el sureste, en el pueblo de Tlalmanalco en donde encontramos ya a mediados de junio
de 1525 dos frailes residiendo –fray Juan Suárez y un compañero– en lo que parece
ser un pequeño convento quizá de duración temporal.10
En Tlaxcala inician la evangelización –de acuerdo a una antigua tradición
recogida en el siglo XVII por el cronista Juan Bentura Zapata– fray García de Cisneros,
fray Martín de la Coruña y fray Andrés de Córdoba.11 En cambio desconocemos
quiénes hayan participado en los primeros esfuerzos misioneros de Huejotzingo. En
dos documentos franciscanos de 1526 firmados por los religiosos más importantes de
la Custodia, además de los nombres de fray Martín de Valencia y de fray García de
Cisneros se encuentran los de fray Luis de Fuensalida y de fray Francisco Jiménez.12
¿Serán ellos los guardianes de Huejotzingo y Texcoco, respectivamente? Carecemos de
testimonios por el momento para responder afirmativamente. Sabemos de cierto que
fray Pedro de Gante permaneció en Texcoco hasta 1526, según propia confesión. Es
probable que gracias a su ayuda ya desde 1525 los frailes de Texcoco evangelizasen
los pueblos cercanos como Huejotla, Guatlinchan y Guatepec y posteriormente en
1526 Otumba, Tulancingo y Tepeapulco, como nos narra Motolinía.13
En 1526 se estableció en Cuernavaca el quinto centro de evangelización
franciscana. Desde allí se recorre no sólo la parte sur del actual estado de Morelos
(provincia de Tlahuic) sino también parte del estado de Guerrero. Para 1528 los
frailes habían llegado a Guastepec y Yecapixtla y poco después a la provincia de Taxco
e Iguala (Coyxtla de acuerdo a Motolinía).14
Para 1529,de acuerdo con la primera carta de fray Pedro de Gante al
Emperador (27 de junio 1529) existían 9 conventos que servían como centro de
misión a un buen número de pueblos. Además de los cinco conventos anteriormente
enumerados se puede afirmar que el de Cholula estaba ya fundado y quizá también el
edición de los Memoriales o Libro de las cosas de la Nueva España y de los Naturales de
ella, (México: UNAM, 1971), p. 424.
10 Toribio de Motolinía, Historia de los Indios de la Nueva España, Trat. II, cap. 1;
edición de Fidel de J. Chauvet, Cartas de Fr. Pedro de Gante, O.F.M. (México, 1951),
Motolinía, Historia, Trat. II, cap. 1.
14 Motolinía Historia, Trat. II, cap. 2.
de Tlalmanalco.15 Se conoce una lista de conventos de mediados de 1531.16 En ella se
mencionan doce conventos sin incluir el de México-Tenochtitlan y el –o los– de
Michoacán. A los hasta aquí nombrados se añaden en tal lista los de Coyoacán,
Cuautitlán, Tula, Tepeaca y Yecapistla (Acapistla). Estas listas que aparece en una
información dada en julio de 1931 por los franciscanos del Santo Evangelio para
defender de los cargos que en contra de ellos había presentado Nuño de Guzmán,
viene a confirmar y aclarar los datos un tanto vagos que aparecen en la carta de fray
Martín de Valencia, escrita el mismo año de 1531 al Comisario Cismontano fray Matías
Vueinssens, en que dice que los frailes tenían edificados en la Nueva España “cuasi
veinte” conventos. Asimismo esclarece la frase mucho más general de la carta de
Zumárraga al capítulo general de Tolosa de 1531 en la que afirma que “… en muchos
lugares están edificados iglesias y oratorios”.
Estos tres documentos –la información de los frailes de julio de 1531, la carta
de fray Martín de Valencia y la de Zumárraga– constituyen tres interesantes
testimonios en los que se puede ver la forma como los religiosos evaluaban los
primeros resultados de sus actividades misioneras. Entre los logros obtenidos
enumeran el gran número de bautizados, la educación de los niños en los conventos, y
su ejemplar vida cristiana, el aprendizaje de los idiomas nativos y la destrucción de las
religiones antiguas.
Fray Martín de Valencia dice que “sin exagerar” los frailes habían bautizado
“cerca de un millón de indios”; “más de un millón de personas” afirma Zumárraga; los
frailes en su testimonio de 1531 no dan número alguno. La cifra de un millón podría
parecer exagerada y confirmar los cargos que se han hecho a los misioneros de
bautizar masivamente. La falta de datos exactos lo limita a uno a hacer sólo
observaciones generales. De tener en cuanto información provenientes de otras
fuentes, se puede decir que las cifras de los frailes en este caso no parecen tan
abultadas. Fray Martín de Valencia al enumerar los bautizados se refiere a “los doce
primeros” atribuyéndoles a cada uno 100,000 bautizos. A esta cifra hay que hacer las
siguientes aclaraciones. Se sabe ciertamente que no todos “los doce” bautizaron
durante los siete año a los que se refiere esta carta, –de 1524 a 1531– Por ejemplo,
fray Juan de Suárez y fray Juan de Palos salieron de Nueva España desde 1526 y no
regresaron a ella. Fray Antonio de Ciudad Rodrigo se encuentra en España en 1527 y
no vuelve a México sino hasta 1529. Por otra parte los bautizos en grandes grupos
parecen encontrarse sólo desde 1526.17 Hay que recordar, sin embargo, que a partir
de 1525 el número de misioneros aumenta. Se sabe con seguridad que en 1526
llegaron ocho frailes con Zumárraga; según fray Juan de Torquemada otros cuatro
habrían llegado en 1525; nos consta además que a partir de 1529 llegó una gran
misión, quizás de unos treinta religiosos, organizada por fray Antonio de Ciudad
Rodrigo. Con todos estos datos no es exagerado suponer que a partir de 1527 por lo
menos quince frailes estaban dedicados a la administración del sacramento del
Zumárraga las incluye Mendieta en su Historia Eclesiástica Indiana, Lib. V, cap. 15 y 30.
17 Motolinía, Historia, Trat. II, cap. 1.
bautismo. Esto nos daría como resultado que en el término de cinco años (1526-1531)
cada fraile bautizaría aproximadamente 67,000 personas, o sea 13,400 cada año. Si
descendemos aún a más detalles y tomamos en consideración que los frailes
administraban el sacramento sólo los domingos y días de fiesta –o sea alrededor de
unas sesenta ocasiones al año– resulta que cada fraile bautizaría un promedio de 225
personas por ceremonia. Este dato concuerda bien con el que años más tarde nos
ofrece un fraile de experiencia misionera innegable, fray Toribio de Motolinía, quien
escribiendo en 1537 dice que en Tlaxcala había semanas… “[en] que se bautizan niños
de pila trescientos”. Es interesante notar que estos testimonios se citan muy poco al
describir los métodos misionales de los franciscanos de la Nueva España.. Se prefiere
tomar frase mucho más generales como aquella del mismo Moto0linía en la que nos
afirma que en los primeros años “… acontecía a un sólo sacerdote bautizar en un día
cuatro, cinco y seis mil [indios”.] Aceptar como práctica general aquel caso de
Xochimilco en el que, de acuerdo al mismo Motolinía, en un sólo día dos frailes
bautizaron cerca de 15,000 indios, creo que resulta un poco desproporcionado.18
Este gran número de bautizados seria difícil de comprender sin una pequeña
reflexión sobre el enorme e ingenioso esfuerzo catequético del misionero, por otra
parte ya muy conocido gracias a estudios bien documentados.19 Concentrándonos
aquí únicamente en los testimonios de 1531 que venimos examinando, se debe
señalar la importancia que los frailes dan a la educación que se estaba impartiendo a
los niños en los conventos que para entonces tenían establecidos, enseñándoles no
sólo la doctrina cristiana, sino también a “… a leer y escrebir”, así como “el canto de
iglesia”, los servicios litúrgicos, y el “vivir en cristiana policía”. En los grandes
conventos, como en el de San Francisco de México, se llegaban a juntar, según afirma
fray Pedro de Gante, “seiscientos niños naturales”. Añade: “… entre ellos hay muchos
que saben muy bien leer y escribir e oficiar las misas e canto de órgano e llano e todo
lo demás, e decir las [h]oras e otras muchas cosas de nuestra Santa Fe Catholica…”.20
Teniendo en cuenta los conventos que enumeran para 1531, afirman los frailes
que había un total de 5,000 niños educados en sus escuelas. Estos muchachos
formaron un adiestrado cuerpo catequético que, al menos ya desde 1527, si no antes,
empieza a recorrer los pueblos que circundan los conventos –e inclusive otros más
lejanos– enseñando la doctrina cristiana a su gente. Algunas autoridades civiles –
notablemente la primera audiencia– vieron en estos jóvenes un peligro religioso y
político por su posible inmadurez en la fe; se les hacen varios cargos, sobre todo por
abuso de autoridad, que documentalmente son difíciles de probar.
Los frailes por su parte pusieron un gran interés en aprender los idiomas
indígenas para poder participar directamente en la catequesis de los indios. Fray
18 Todos estos datos se encuentran en Motolinía, Historia, Trat. II, cap. 3, Fray
Pedro de Gante en su carta citada anteriormente también habla de algunos bautizos
en grandes masas. Se estará refiriendo a los mismos casos que cita Motolinía? Cfr.
Chauvet, Cartas, p. 14.
19 Cfr. Rober Ricard, La Conquista Espiritual de México (México: Jus, 1947), Pedro
“…[Que el dicho testigo, fray Alonso de Guadalupe] ha visto la arte que los dichos
religiosos tienen para aprender la lengua, e que todos trabajan de la aprender, esebto este
testigo y otros que son ya de mucha edad, e que los que ansi la saben predican en ella a los
naturales e los confiesan e se face mucho fruto. E queste testigo ve que en esta casa de
señor Sant Francisco donde al presente [1531] este testigo reside hay mucha copia de
muchachos, los cuales los dichos religiosos enseñan con mucha vigilancia e solicitud a leer
e escribir e a cantar canto llano e canto de órgano contrapunto e decir las [h]oras,
mayormente las de nuestra señora que las dicen siempre, e ofician las misas, e queste
testigo ve que entre ellos hay algunos que leen e escriben muy bien…”. 21
Este trabajo de aprendizaje y educación iba acompañado por otro que los frailes
consideraban igualmente importante, la destrucción de los templos e ídolos indígenas,
demolición que les ganó las críticas de sus contemporáneos y de los nuestros. Fray
Juan de Zumárraga en su carta citada dice que los frailes habrán “derribado por tierra
quinientos templos de ídolos y hecho pedazos y quemado más de veinte mil figuras
de demonios”. Los frailes en su testimonio de 1531 afirman que trabajan en los
pueblos de indios “… quitándoles sus ídolos, cues e sacrificios humanos… e edificando
casas de oración”. Sobre el número de templos derribados no dan cifra ninguna. Este
tema –como los demás contenidos en estos testimonios– son presentados en una
forma bastante general y, para comprenderlos, hay que recurrir a la información que
nos ofrecen otros misioneros, sobre todo los que trabajaron personalmente en esta
demolición. Sabemos con seguridad, por la autodefensa que hace de este asunto fray
Jerónimo de Mendieta, que ya varios españoles criticaron este celo destructivo de los
frailes. El Consejo de Indias prefirió en este punto seguir la línea moderada. En 1536
Carlos V escribía a los obispos de México que el Virrey tenía órdenes de cuidar que los
templos de los indígenas “…se derruequen con aquella prudencia que convenga, de
manera que de derriballos no resulte escándalo en los naturales”.22
21 Ibid.
22 Cfr. Motolinía, Historia, Trat. I, cap. 4 y Trat. III, cap. 20; Mendieta, Historia
Eclesiástica, Lib. III, cap. 21. La carta de Carlos V a los obispos la publica José María
Carreño, Un Cedulario Desconocido del siglo XVI (México, 1944), p. 121.
Expansión y organización
Juan de Zumárraga, Primer obispo y Arzobispo de México (México, 1881), apéndice No.
19. La carta a fray Francisco del Castillo se encuentra en Zumárraga an His Family
(Washington, 1979), pp. 94-109.
participantes de la autoridad episcopal, sino como súbditos, principalmente en lo que
se refiere a la administración de los sacramentos. Estos conceptos, que toman su
forma definitiva con los reglamentos del Concilio de Trento, tuvieron repercusiones
muy serias en las relaciones de los religiosos con los obispos a partir de la segunda
mitad del siglo XVI.
Anteriormente a esta época, todavía en la década de 1530, los franciscanos
gozan de bastante libertad en su actividad misionera. A partir de 1532 –apoyados
probablemente por la favorable actitud de la segunda audiencia y por el gran número
de misioneros que llega a principios de esa década– se nota una expansión de la
misión franciscana por varios puntos. Hacia el norte para el año de 1535 existía ya los
conventos de Tepetezcuco [¿Tepozotlán?] y de Meztitlán. Ambos conventos fueron de
corta duración, pero al menos uno de ellos, el de Meztitlán, abrió el camino para
entrar a Pánuco en años posteriores.
Por la zona de Texcoco hacia 1534 se establecen los conventos de Otumba y
Tepeapulco, y un año después, 1535, el de Acolma, convento de muy corta duración.
Alrededor de estos años se debió establecer el convento de Xochimilco, en la zona de
México-Tenochtitlán. En la zona de Huejotzingo se nota una larga expansión con el
establecimiento de conventos en la Puebla de los Ángeles –quizá 1531– Huaquechula
hacia 1534, y Calpa y Tehuacán hacia 1535. Por el rumbo del este aparece el convento
de Zacatlán hacia 1535, y por el sur de Chietla en 1536.26 Con estos conventos y los
fundados en la década anterior, la Custodia del Santo Evangelio fue nombrada
Provincia en el capítulo general de Niza de 1535. Un año después, en el primer
capítulo provincial del Santo Evangelio, se concedió –al parecer– el rango de Custodia
a los conventos de Michoacán y Jalisco.
La fecha de fundación de los conventos de la Custodia de Michoacán y Jalisco
resulta difícil de determinar. Las crónicas son ambiguas y contradictorias en este
punto. Documentalmente sabemos que para 1530existe ya un convento en Zinzusan.
Los de Acámbaro y Zinapécuaro en Michoacán, Atoyac y Etzatlán en Jalisco parece
bien establecidos para 1539. Posteriormente aparece el convento de San Miguel de los
Chichimecas, en 1543, el de Pátzcuaro, Ucareo y Araro en 1544, y el de Zacapu y
Nuevo Michoacán [Morelia] en 1545.27 Por la región de Jalisco notamos la existencia
de conventos en Zapotlán, Tuspa y Tamazula para 1544. El hecho de que estos
monasterios aparezcan en documentos oficiales en los años aquí indicados nos
muestra que probablemente ya llevaban algún tiempo establecidos. Es posible,
además, que otros conventos que no están aquí citados, tuvieran ya buen tiempo de
existencia.
Volviendo a los conventos del Santo Evangelio, podemos señalar que la década
de 1540 fue también de expansión, no tanto por nuevos pueblos evangelizados, sino
por el establecimiento de conventos en zonas en donde los frailes habían trabajado
tiempo atrás. Así, en la zona Huejotzingo-Tlaxcala entre 1543 y 1544 notamos el
establecimiento de conventos en Topoyanco, Atlihuetzia, Tecamachalco, Jalapa,
ochenta conventos que menciona el ministro provincial fray Francisco Toral para
1559. Cfr. Cartas de Indias (Madrid, 1877), pp. 141-142.
CUADRO 1
CONVENTOS FRANCISCANOS FUNDADOS ANTES DE 1550
Conventos y Pueblos
Háhuatl, épocas novohispánicas y moderna (México: UNAM, 1974). Sobre los artesanos
véanse los datos proporcionados por Motolinía en su Historia, Trat. I, cap. 12.
34 George Kubler, Mexican Architecture of the Sixteenth Century (2 vols., New
III, 26.
51 En “Relación apuntamientos y avisos…” CDIA, VI, 513.
52 Estas ordenanzas forman parte de unas primitivas constituciones de la Provincia
del Santo Evangelio aprobadas por el Ministro General fray Vicente Lunel. Mendieta
nos reproduce sólo parte de ellas en su Historia Eclesiástica, Lib. III, cap. 31.
53 Motolinía, Historia, Trat. I, cap. 12.
fray Francisco Soto (1543-46) quien por cierto, según Mendieta, lamentó mucho la
arquitectura de la capilla mayor para llevar en lo alto ciertas figuras labradas en
piedra, pese a que la “obra no era de mucha suntuosidad, sino bien moderada”.54
Este caso de Xochimilco quizá pueda ilustrar lo que será a partir de mediados
del siglo XVI el gran conflicto en la actividad constructora de los frailes motivados, de
un lado, por los reglamentos del Virrey y de su Orden que lo orientan hacia los
edificios moderados y pobres, y del otro, por lo que parece ser afición y gusto por las
grandes construcciones. Es probable que empujen también a los proyectos espaciosos,
la importancia de los pueblos y los monumentos pre-cristianos. Cualquiera sea la
explicación, de 1550 en adelante se multiplica la construcción de iglesias y conventos
franciscanos de todo tipo de traza, moderada y solemne. Bien amplia es, por ejemplo,
la iglesia y convento de Cholula que en 1550 estaba en construcción, como consta por
un pago que se da a Bartolomé González, síndico de la Orden, para comprar
herramientas –entre otras, diez picos, diez escodas, cuatro almádenas e cuatro cuñas–
que se necesitaban “para la obra de un monesterio… que se hace en el pueblo de
Chelula”.55 Dos años más tarde los naturales de Cholula, con merecido orgullo,
escribían al Emperador que “a nuestras propias expensas hemos hecho y edificado un
templo para servicio del culto divino e monesterio tan sutuoso e de tal obra que es
uno de los principales e de más costo que hay en toda la Nueva España, e que hemos
gastado más de veinte mil pesos de oro, sin nuestro trabajo e industria de nuestras
personas”. La iglesia parece ser sólo el principio de un proyecto más grande, pues
añaden líneas más abajo que “tienen voluntad de hacer el dicho pueblo [de Cholula]
con los edificios e calles e casas de cabildo e abdiencias como a estilo dEspaña, pues
tiene el templo tal cual dicho tenemos…”.56
Mucho menos solemnes y más bien dentro de la traza moderada, son tres
conventos que también se están construyendo en 1550: Huaquechula, Tochimilco y
Atlixco, a quienes se les da respectivamente en ese año 100 pesos de oro común “para
proseguir la obra de [sus] monesterios”.57 Contemporánea a esta obra puede ser la de
Tula, a cuyo pueblo se le mandó librar 200 pesos de oro común el 23 de noviembre de
1551 “para proseguir la obra de la iglesia e monesterio”.58 La construcción se había
empezado el año anterior por mandato de Motolinía, provincial de entonces, y según
Mendieta se acabó en 1554, aunque existen noticias de que aún en 1561 se continuaba
construyendo, probablemente el convento.59
También a la década de 1550 parece ser que pertenece la obra del convento e
iglesia de Tacuba según se ve por un pleito de los naturales de ese pueblo que en 1555
discrepancia con los que encontramos en los libros de Contaduría del AGI. Es posible
que a veces las Crónicas den por terminada una obra aunque su construcción se
continúe por varios años más.
alegan como prueba de que les pertenecen las estancias de Xalacingo y Tlascala el
hecho de que les están ayudando en la construcción de la iglesia de Tacuba.60 Nos
consta, además que para 1557 se ha iniciado la obra de los conventos de Atlihuetzia,
Zinapécuaro (en la provincia de Michoacán), Quecholac, Topoyanco y Acacingo, y para
1558 la de Itzatlán, Zacapu (ambos en Michoacán), Zempoala y Tepeji.61
La edificación de estos conventos coincide en varios casos con la congregación
de pueblos, y evidentemente la gran actividad constructora de la década de 1550 está
relacionada con el interés del segundo virrey de la Nueva España, Luis de Velasco,
congregar indios.62 En el caso particular de Acacingo existe la escritura de concierto
que hacen “siete barrios” sujetos a Tepeaca para congregarse en un solo pueblo bajo la
dirección de los franciscanos. El papel importante que juega el convento en esta
congregación se ve por la forma en que se comprometen poblar:
“Cosa inaudita que los predicadores del evangelio, que en una genta tan nueva de doce
años, que no ha más que se comenzaron a bautizar de golpe, que sus padres, y de San
Francisco, fuesen sus jueces y sus atormentadores y sus sayones, pues ellos les mandaban
dar los tormentos; ellos se los daban…”. 68
Balance final
CUADRO 2
DOCTRINAS EN LOS OBISPADOS DE LA NUEVA ESPAÑA
1589
Obispados
Franciscanos 36 28 21 36 — 23 144
Agustinos 38 11 13 — — — 62
Dominicos 18 8 — — 29 — 55
Fuentes: AGI, México 287, “Relación de la Provincia de Michoacán, 1585”, en Archivo Ibero Americano, Primera Serie, XVIII.