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EFECTOS REALES DE LOS TRATAMIENTOS DE SUSTITUCIÓN, EN CASOS DE ADICCIONES.

Por: Diabul

Actualmente uno de los problemas más graves en la sociedad contemporánea, es la adicción a las drogas
tanto de uso legal (alcohol, tabaco, café, medicamentos, etc.), así como las ilegales, (cocaína, crack,
anfetaminas, marihuana, opio, varias drogas sintéticas, medicamentos restringidos y demás), por lo que se
han ideado a través del tiempo varios métodos para tratar de reducir las adicciones, teniendo variados
resultados (lamentablemente la mayoría de los métodos con recaídas en el torbellino de la drogadicción),
por lo que mundialmente se han ido implantando en varios países, métodos con los cuales se pretende
paliar dicho flagelo que azota a la sociedad moderna.

Para empezar, desde su origen, los tratamientos de “sustitución” en casos de drogadicción a una sustancia,
han sido inútiles, e inclusive han producido adicciones peores tanto a nivel personal como a nivel social.
Es el caso del uso de la heroína, para el tratamiento de adicciones a la cocaína y otras drogas.

Esto desde sus comienzos como “tratamientos terapéuticos” hace más o menos 136 años, en que las
compañías farmacéuticas promocionaban como un “curalotodo” a drogas como la heroína, droga
promovida y promocionada por el psicoanalista (ya adicto), Dr. Sigmund Freud (quien por otra parte recibía
subvenciones por parte de compañías farmacéuticas, para que promoviera el uso de dicha droga para
tratar dolores, y “casi todos los males” psicológicos y físicos de sus pacientes).

Pero si bien, estos “tratamientos” en los que el adicto no es curado, sino que es encausado hacia una
adicción a otra droga (que en muchas ocasiones es peor que la adicción anterior), se propagaron en la
década de los años 60s, por iniciativa de médicos y psiquiatras, en centros penitenciarios de Kentucky EUA
como terapia de “mantenimiento”, haciendo que estas “terapias sustitutivas”, tuvieran un auge
incrementándose los centros de “tratamientos contra las adicciones”, siendo exportadas a la gran mayoría
de los países, en donde a pesar de que se hace propaganda en la que se aduce que hay efectos positivos
en los adictos, la realidad es que las personas que tienen adicción a alguna sustancia han ido en aumento
de manera exponencial, y los únicos sectores que se han ido beneficiando del uso de estos
“tratamientos de sustitución” son empresas farmacéuticas y psiquiatras.

Los actuales “tratamientos” con drogas como la metadona, el substitol, la buprenirfina, y otras drogas como
la marihuana (que varios países como España o los Estados Unidos, usan para “tratar” a los pacientes
adictos a otras drogas “fuertes”, como la cocaína, la heroína, el crack, las anfetaminas, la morfina, opiáceos
y demás), Bajo la excusa de que estos ”tratamientos”, disminuyen los dolorosos síntomas del síndrome de
abstinencia (síndrome que es la reacción del propio organismo ante la falta de la sustancia dañina [droga],
y que producen diversos síntomas ante la falta de suministro del veneno al cual ya se ha acostumbrado el
organismo del adicto), pero estas sustancias usadas en las terapias de “sustitución”, no curan al adicto,
sino que simplemente tienen efectos paliativos en cuanto a la adicción (en realidad lo que pasa es que la
persona se hace adicta a otra sustancia), y únicamente aminoran sensaciones psicofísicas, como el dolor
y otros padecimientos consecuencia de la abstinencia a la sustancia dañina.

Esto incluso en “terapias de sustitución leves”, como las utilizadas para tratar adicciones como la del
tabaco, mediante el uso de parches, gomas de mascar u otros medios que incluyen en su composición la
misma sustancia a la que se es adicto, es decir, la nicotina que se halla en gomas de mascar y parches,
cambiando únicamente la forma de administración al organismo de estas sustancias. Sí, se deja de fumar,
pero continuando con la falsa necesidad que el cuerpo adquiere respecto a la sustancia adictiva, en otras
palabras se continúa siendo adicto.
En mi opinión personal, todas estas terapias de sustitución” o de mantenimiento” (como fuere que las
denominen), que se han ido implantando e implementando en programas oficiales en varios países, son
únicamente una forma más de hacer que los recursos económicos que dan los gobiernos a las instituciones
médicas, instituciones psiquiátricas y a las industrias farmacéuticas, para tratar el mal de la adicción a las
drogas, lleguen a los bolsillos de estas personas que no buscan en realidad la cura de las adicciones, sino
el aumento y continuación de estas, para de esta manera seguir percibiendo subvenciones y recursos
económicos, tanto por parte de la sociedad y los gobiernos (donaciones para instituciones de este tipo, que
supuestamente servirían para reducir el número de pacientes adictos), teniendo como resultado la
eternización de miles y miles de personas que se hallan atrapadas dentro de la esfera de una u otra droga,
engañando tanto a los pacientes dándoles esperanzas de curarse, como a los gobiernos y a la población
al percibir recursos económicos que en realidad no se destinan a eliminar las adicciones, sino únicamente
a sustituirlas adicciones por una droga a otra que ellos suministran al enfermo.

En conclusión, el uso de drogas en tratamientos para disminuir las adicciones, únicamente es una técnica
paliativa, encaminada a administrar las adicciones en el beneficio económico de grupos de psiquiatras,
corporaciones farmacéuticas y asociaciones afines, y no a la búsqueda de una solución real para provecho
del enfermo adicto a una sustancia.

Diabul Grotescum
Colombia es una nación, no un “reality”
Por Felipe Úsuga Pérez

La nación colombiana tiene ahora desafíos más complejos de lo que puede parecer: el destino histórico
de Colombia está en juego, y las circunstancias son especiales para una rectificación del rumbo. La clave
está en pensar en el mediano y largo plazo, y salir del humo coyuntural que obstruye la proyección
histórica del país. Aclaro: hablo de la nación, más que del Estado o del gobierno.

Es conveniente –y necesario– comprender los verdaderos problemas estructurales y complejos que sufre
Colombia y repensar soluciones profundas e integrales basadas en el interés nacional, no el interés de
Estado ni en el interés del Gobierno. El gusto por la inmediatez es una grave enfermedad del pueblo, y
los medios y los políticos son expertos en aprovecharse de esto y en agudizarlo. El resultado es que la
sociedad civil se dedica a discutir temas coyunturales y con tintes ideológicos, que no necesariamente
deben ser ignorados, pero que se alejan de esas necesarias soluciones. Que si Duque se pinta el pelo,
que si Fajardo se va a ver ballenas, que si tal político se tomó un tinto con tal político, que si Uribe se cae
del caballo, que si Hidroituango es culpa de Uribe o de Petro, que si Metro elevado como Peñalosa o que
si subterráneo como Petro, que si Paulina Vega y Silvestre Dangond son uribistas, que si Santos tiene un
castillo en Londres…

Humo, puro humo. Bobadas en medio de la necesidad de definir el rumbo histórico de la Colombia de las
próximas décadas. Chismes de realitysobre unas personas ajenas a todas esas habladurías, mientras la
realidad del país no es satisfactoria y el futuro no se muestra esperanzador. La conciencia colectiva de la
sociedad colombiana va mucho más allá de Petro, Uribe o Santos. En diez o 20 años, esos hombres
estarán en viejos periódicos, pero la vida de los colombianos seguirá avanzando. ¿Qué diremos
entonces? Que veíamos discusiones de tres días en Twitter sobre la pintura de Uribe en la casa de
Paloma Valencia o sobre los zapatos de Petro, pero que a pocos se les venía a la mente la lógica
necesidad de pensar en ciencia, tecnología e innovación como elementos estratégicos para ese futuro no
tan lejano que compartiríamos todos. ¿Eso diremos?
Aquí hay que definir la nación colombiana: hay que repensar los valores, identidades e intereses
nacionales y poner el Estado a trabajar en eso. Hay que interiorizar la historia de Colombia y darle la
importancia merecida al ser “nuestra” historia. Hay que pensar en el papel que podría tener Colombia en
el orden internacional. Aquí hay que poner en el debate nacional temas serios: hay que hablar de
educación, de desarrollo y crecimiento económico, de desarrollo humano, de medio ambiente, de
urbanidad y civismo, de seguridad —desde la tradicional hasta la alimentaria—, de perfeccionamiento del
sistema político, de fortalecimiento de la democracia y de estabilidad económica e institucional, entre
muchos otros temas realmente importantes. Y no solo ponerlos en el debate nacional, sino hacer que se
vuelvan políticas de Estado (y no solo de Gobierno) y proyectarlos con ambición hacia un futuro
prometedor y medio utópico.

Los colombianos tenemos que hablar en serio de quiénes somos y para dónde vamos. Colombia no es
una novela ni es un reality. Esto es una nación, un país con muchos problemas y 50 millones de
personas, y su destino está en juego. Pongámonos serios

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