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Biopolíticas, gobierno y

salud pública
Miradas para un diagnóstico diferencial
BIOPOLÍTICAS, GOBIERNO Y SALUD PÚBLICA. MIRADAS
PARA UN DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL
© Yuing, Tuillang
© Karmy, Rodrigo
© Escuela de Salud Pública, Universidad de Chile
© Ocho Libros Editores
RPI: 246.304
ISBN: 978-956-335-213-9

Diseño y Producción
Ocho Libros Editores: Director editorial Gonzalo Badal; Editora Florencia Velasco;
Director de arte Carlos Altamirano; Postproducción de imágenes Gustavo Navarrete;
Corrección de textos Edison Pérez

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida a


través de cualquier medio, sin la expresa autorización de los dueños del copyright.

Primera edición de 500 ejemplares impresos en los talleres de imprenta


Salesianos Impresores S.A., octubre de 2014.
Impreso en Chile / Printed in Chile
Biopolíticas, gobierno y
salud pública
Miradas para un diagnóstico diferencial
Tuillang Yuing y Rodrigo Karmy, editores

Escuela de Salud Pública. Universidad de Chile


Los autores

Rodrigo Karmy Bolton


Magíster en Filosofía, mención axiología y filosofía política por la Univer-
sidad de Chile. Doctor en Filosofía por la Universidad de Chile. Profesor e
investigador de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Centro de Estudios
Árabes de la Universidad de Chile.
Philippe Monti
Doctor en Filosofía por la Universidad de París 8, Vincennes-Saint Dennis,
profesor de la Universidad de Chartres-Orléans-Tours.
Mariela Cecilia Ávila
Doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
Doctora en Filosofía por la Universidad de Paris 8. Profesora y Licenciada
en Filosofía por la Universidad Nacional de Cuyo. Actualmente es Postdocto-
randa de Fondecyt, con el proyecto 3140089.
Tuillang Yuing Alfaro
Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Valparaíso. Profesor en la
Universidad de Chile y el Colegio Alonso de Quintero. Investigador indepen-
diente.
Miguel Kottow
Profesor Titular Universidad de Chile, Académico Escuela de Salud Pública,
Facultad de Medicina, Universidad de Chile. Doctor en Medicina, Magíster
en Sociología, Maestro de la Bioética por la Sociedad Chilena de Bioética.
Jimena Carrasco Madariaga
Terapeuta Ocupacional y Licenciada en Ciencias de la Ocupación Universi-
dad de Chile. Doctora en Psicología Social Universidad Autónoma de Barce-
lona. Profesora Auxiliar y Subdirectora Instituto Aparato Locomotor y Reha-
bilitación Universidad Austral de Chile.
Sandra Caponi
Doctora en Filosofía por la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP).
Profesora del Departamento de Sociología y Ciencias Políticas y del Progra-
ma Interdisciplinar en Ciencias Humanas (PPGICH-DICH) de la Universi-
dad Federal de Santa Catarina (UFSC). Investigadora de CNPq.
Luis David Castiel
Médico. Doctor en Salud Pública por la Escuela Nacional de Salud Pública
Sergio Arouca de la Fundación Oswaldo Cruz (ENSP-Fiocruz). Profesor del
programa de Posgraduación en Salud Pública e investigador del Departa-
mento de Epidemiología de la ENSP-Fiocruz.
Yuri Carvajal B.
Médico. Doctor en Salud Pública de la Escuela de Salud Pública, Universidad
de Chile. Editor Revista Chilena de Salud Pública.
Jorge Gaete A.
Sociólogo. Maestría en Ciencias Políticas Universidad Simón Bolívar, Cara-
cas. Editor Asociado Revista Chilena de Salud Pública.

5
Índice

Presentación .......................................................................................................... 9

I. inconclusiones de vida.
discusiones teórico-filosóficas
La comunidad monstruosa. La munología en
el pensamiento de Roberto Esposito ........................................................... 21
Rodrigo Karmy
Foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? ............................ 44
Philippe Monti
Entre policía y política. Derivas de un concepto filosófico........................ 72
Mariela Ávila
Biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo ............... 89
Tuillang Yuing A.
Bioética entre salud pública y biopolítica.................................................. 110
Miguel Kottow

II. tratamientos irresolutos:


población, medicinas y salubridad
Salud mental y psiquiatría comunitaria en Chile:
El proceso de configuración de un objeto de gobierno........................... 127
Jimena Carrasco M.
Clasificar y medicar: la gestión biopolítica
de los sufrimientos psíquicos...................................................................... 154
Sandra Caponi
Los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud
alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta......................... 173
Luis David Castiel y col.
La invención de la leche: arqueología de una fragilidad......................... 190
Yuri Carvajal B., Jorge Gaete A.

7
presentación

“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía


más cara”.

Así inicia Susan Sontag una reflexión acerca de las metáforas que
envuelven al cáncer en el paisaje cultural de fines de la década del
setenta. Sugerente fórmula que pone en escena tres motivos en torno
a los cuales se desatan preguntas severas: la vida, la ciudadanía, la en-
fermedad. Esferas inquietantes que pueden tomar otras dimensiones
–la existencia, el Estado, la salud–, pero en cuya yuxtaposición cada
una tiende a desdibujarse y a buscar necesariamente otras significa-
ciones. Solo unos años antes, en 1974, Michel Foucault había dado
inicio a una serie de investigaciones que precisamente examinaban
las hebras que anudaban la vida, el poder y la salud: “El cuerpo es una
realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica”. Es esta
enigmática confluencia la que anima y da pie a las reflexiones que
siguen: ¿Cómo y bajo qué pretexto podría ser oportuno un diálogo
entre biopolítica y salud pública? Esbozar una respuesta primaria y
transitoria requiere, al menos, una demora.
Al parecer, la ruidosa recepción que se ha hecho de una noción
que –si nos restringimos a la obra de Foucault– tiene ya casi cuarenta
años, se debe a que ha dado la posibilidad de interrogar la relación
que el poder ha establecido con la vida más allá de lo que ofrecía
una tradición de la teoría política anclada en concepciones jurídicas
–conflicto, contrato, derecho–, y universales –el Estado, la sociedad, la
democracia–, y que entregaba demasiadas respuestas que, en sí mismas,
eran poco explicadas en cuanto a sus operaciones y funcionamientos.
Como sea, la biopolítica parece haber abierto un nuevo campo de
análisis que la teoría política tradicional parecía haber descuidado
y que hace visible la implementación efectiva de estrategias de corte
administrativo en las que la inclusión de la vida biológica en los “cálcu-
los explícitos del poder” constituye su problema más acuciante. Así, el

9
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

campo de interrogación de la biopolítica se pregunta por las estrategias


a través de las cuales las formas históricas, en las que se despliega un
poder, incluye-excluye a la vida biológica como su objeto más preciado.
Se podría decir que la interrogación biopolítica se hace cargo de
aquello que parece escapar de la teoría política. Sin embargo, esta
suerte de fuga respecto de las interrogantes de la teoría política más
convencional en ningún caso significa una alternativa unívoca. Se trata
más bien de ensayos diversos cuyas diferencias y hasta oposiciones se
van haciendo evidentes a medida que se ahonda y se diversifica en su
análisis. Así, por ejemplo, si Foucault había trabajado en base a esta
categoría entre 1974 y 1979, situando la relación entre biopoder y me-
dicalización, soberanía, guerra, y economía, respectivamente, desde
principios de los años noventa la reflexión teórica italiana profundizará
algunas dimensiones de dichos análisis que no necesariamente habían
sido entrevistos por Foucault. En 1995 Giorgio Agamben inaugura la
saga Homo sacer que, iniciando sus análisis desde la categoría schmit-
tiana de “soberanía” para luego desplazar su análisis hacia la noción
foucaultiana de “gubernamentalidad”, enfoca su trabajo a subrayar
la dimensión “teológica” que se jugaría en las formas del poder en
Occidente. Por su parte, ya en 1993 Roberto Esposito inaugura una
saga orientada hacia el problema de la “comunidad”, vinculando los
análisis de Foucault sobre la biopolítica con el problema moderno de
la comunidad trazado desde la filosofía política de Thomas Hobbes.
Asimismo, será Toni Negri quien, junto a Michael Hardt, vincula-
rá los análisis del obrerismo italiano de finales de los años setenta
desarrollados por Mario Tronti, elaborando en la obra Imperio una
concepción marxista de la biopolítica, situando su emergencia en el
advenimiento del capitalismo y de las nuevas formas en las que el Im-
perio ejerce el poder. De este modo, a partir de Foucault los trabajos
en torno a la cuestión de la biopolítica parecen diversificarse cada vez
más, situando la “teología”, la “comunidad” y el “capitalismo” como
nuevos campos en los que se asienta su reflexión y que dan lugar a
una serie de desarrollos más allá, incluso, de la noción misma de bio-
política en los que se pondrá en juego no solo a lo vivo como campo
de resistencias o “desactivación” de las diversas articulaciones de la
gubernamentalidad, sino también, de la relación de lo humano y lo
animal para con las formas técnicas –económicas y estatales– en las
que esta relación se ha podido articular.
En virtud de lo anterior, hemos preferido agrupar esta serie de artí-
culos bajo la denominación deliberadamente plural de “biopolíticas”.

10
— presentación —

Ya es tiempo de tomar recaudo de las distintas acepciones y derivas


que esta noción lleva a sus espaldas y de su necesaria no concurrencia.
Ya es hora de tomar estos problemas con severidad y advertir los ma-
tices, diferencias y hasta adversiones que existen entre los diferentes
autores que se han servido de la biopolítica como matriz de análisis,
y finiquitar la lectura gruesa que asimila en una misma postura a
Foucault, Agamben, Esposito, Negri, Cavaletti, Virno, Rose e incluso
Rancière. La biopolítica toma distintos pesos y consistencias según
sea el uso que de ella se haga. Es por esto que más que un concepto
resuelto nos parece una llave de acceso hacia un dominio que pone
en juego de manera renovada y fresca sendos conceptos: la vida y la
política. Y más que detenernos a evaluar o a juzgar los “resultados” que
hasta ahora ha producido, nos interesan las puertas que virtualmente
pueda ayudar a descerrajar.
Ahora bien, los artículos que aquí se reúnen obedecen a algunos
sesgos y patrones comunes. Sus autores han asumido una lectura de
la biopolítica desde Latinoamérica, que recoge el innegable impacto
que esta categoría ha tenido en el debate intelectual de los últimos
años. Por cierto, además de la lectura del trabajo de Foucault –espe-
cialmente desde la publicación sistemática de sus cursos en el Collège
de France–, y de los bullados desarrollos llevados a cabo por los
autores italianos mencionados, podemos indicar algunas referencias
significativas de la recepción académica de la biopolítica en el Cono
Sur y especialmente en nuestro país. En primer lugar, la organiza-
ción sistemática de eventos sobre biopolítica a partir del año 2007
en Argentina, Chile, Colombia y Brasil. Estos eventos –seminarios,
coloquios y congresos–, han contado con la presencia de célebres
investigadores sobre el tema, permitiendo un balance periódico de
los alcances de la categoría no solo desde la filosofía, sino también
desde las ciencias sociales y las humanidades en general. Además, al
alero de la actividad académica, y desde luego, emparentado al mer-
cado editorial, ha tenido lugar una serie de publicaciones en torno
a la biopolítica, entre las que nos permitimos destacar: Ensayos sobre
biopolítica. Excesos de vida, de Giorgi y Rodríguez (2007), que recopila
trabajos de Foucault, Deleuze, Agamben, Negri y Žižek que rodean la
pregunta por la vida y su vinculación con la política desde un punto
de vista filosófico; Foucault: neoliberalismo y biopolítica, compilado por
Vanessa Lemm (2010), que recoge algunas de las presentaciones del
coloquio del mismo nombre llevado a cabo en Chile durante el 2009.
Aquí, el debate está centrado en los análisis sobre el liberalismo po-

11
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

lítico y económico, y su relación con los dispositivos de seguridad,


tal como fue desarrollado por Foucault en el curso del Collège de
France del año 1978-79; Biopolíticas del sur, editado por Isabel Cassigoli
y Mario Sobarzo (2010), compilado de trabajos del Primer y Segundo
Coloquio sobre biopolítica realizados en Chile en los años 2007 y
2008, y que abre el debate hacia la pertinencia de la categoría en el
contexto político sudamericano. Especial mención merece Lecturas
foucaultianas. Una historia conceptual de la biopolítica, de Edgardo Cas-
tro (2011), que organiza y analiza los distintos usos que la noción
de biopolítica ha tenido antes, durante y después de Foucault y que
establece algunas distinciones a partir de los diferentes rumbos que
ha tomado la categoría.
Este examen está lejos de ser exhaustivo; sin embargo, nos permite
tomar noticia del interés e incluso la expectativa que la biopolítica
despertó en los últimos años en el medio académico sudamericano.
No obstante, se trata de un interés que parece también ir en re-
tirada –instalándose en su lugar otras nociones, como por ejemplo
la de “gubernamentabilidad”–, al punto que hoy podría parecer
inoportuno volver sobre la biopolítica como categoría de análisis si
se tiene en cuenta que la noción ha caído en cierto desuso, incluso
por los mismos autores que mayormente la revitalizaron. Además,
la efervescencia editorial y académica que hasta hace poco movilizó
un volumen importante de publicaciones, eventos y hasta consignas,
parece dirigir hoy la mirada hacia otros paisajes conceptuales, tal
vez menos rebuscados, tal vez menos pretensiosamente sofisticados.
Sin embargo, este mismo panorama es el que juzgamos favorable
para intentar algo así como una segunda mirada a la biopolítica:
cuando ya la conmoción y el entusiasmo se han dispersado, cuando
las plumas de tanto batir de alas han caído al suelo y permiten ver
con más tranquilidad y menos ansiosamente lo que tras dichos aná-
lisis está en juego. Precisamente, si se atiende a los aportes y trabajos
de los diferentes autores que, de un modo algo apresurado, se han
agrupado bajo la etiqueta de la biopolítica, podemos rescatar que
no hay en ningún caso uniformidad ni univocidad en su sentido
y que, por lo tanto, más que una fórmula que solo cabría aplicar,
la biopolítica es una noción a elaborar, un enfoque que espera el
trabajo detallado y minucioso de análisis circunscritos y focalizados
que implican, en muchos casos, la suspensión o la puesta entre pa-
réntesis de la misma categoría a favor de un problema que le brinda
volumen y consistencia. Se trata entonces ya no de dar una carta

12
— presentación —

de presentación de la categoría, sino de avanzar en la dirección de


problemas específicos sobre el encuentro del poder –instituciones,
leyes, disposiciones, distribuciones, normativas– con la vida, en sus
diferentes consideraciones y atributos. Es momento también para
ensayar un balance de algunas discusiones y tomar recaudo, esta
vez con demora y paciencia, tanto de las aporías e irresolutos que
anidan en sus supuestos, como de las proyecciones decididamente
instrumentales. Creemos, en efecto, que la generosa producción de
análisis amparados en la noción de biopolítica ha recibido algunas
críticas y demandas que, pese a ser muchas veces formuladas de modo
ligero y muy amplio, conviene tener presentes. En términos generales,
creemos que algunos de estos cuestionamientos pueden sintetizarse
de la siguiente forma: La primera tendría que ver con la saturación
de la categoría. Cuando todo puede ser leído como un asunto bio-
político, la noción ha perdido su potencia analítica y descifradora,
transformándose en un comodín que alimenta consignas pero que
impide el desarrollo minucioso y la visibilización de las racionalidades
específicas según las cuales las relaciones de poder se imbrican con
la vida. Otra crítica justificada es aquella que acusa la obviedad de la
fórmula biopolítica o biopoder, toda vez que ésta pone en relación
el poder y la vida. En efecto, ¿sobre qué otra cosa podría ejercerse el
poder? Desde esa perspectiva, la codificación de la biopolítica como
una ruptura en la continuidad de los modos de implementación de
la política, parece antojadiza –y hasta desafortunada– si se considera
que puede desviar la atención de elementos más decisivos en la trama
de las luchas políticas. En ese sentido, la biopolítica no permite com-
prender los fenómenos de dominación de clase o el rol protagónico
del Estado, en beneficio de la gestión de sus aparatos y de la simple
administración de los dispositivos. Aquella evocación de la vida no
sería más que una obviedad. Finalmente, también se encuentra una
crítica que amplifica las anteriores. Una crítica menos elaborada pero
no por eso menos sugerente, según la cual la biopolítica respondería
únicamente a una moda o a pura cursilería. Una pose nacida del es-
nobismo intelectual e inflada por la publicidad editorial y académica
que le ha dado espacio.
Más que intentar rebatir estas críticas, el ejercicio de elaborarlas
y contrastarlas puede ser interesante. Pese a todo, algunas preguntas
pueden servir para no ceder tan cómodamente lugar a la crítica:
¿Qué es lo que la biopolítica ha permitido nombrar y mostrar, y que
ha excedido las categorías políticas y sociológicas convencionales?

13
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

¿Cuál es la potencia de su novedad? ¿De qué modo se ha vinculado a


la vida que parece renovar o hacer emerger un campo de discusiones
y aplicaciones que parecía ensombrecido o desatendido?
Para acercarnos a estas cuestiones, nos hemos propuesto conformar
un coro polifónico que arrebate la voz cantante a la filosofía. Tal vez,
por ser Foucault el vocero indiscutido de la categoría y pertenecer al
grupo de los que –según Platón– debe dirigir la Polis, la filosofía ha
estado tentada de asumir el rol de administradora, aduanera y jueza
del buen uso de la noción de biopolítica en el contexto científico-
académico. No obstante, esta tendencia ha ido, afortunadamente,
desvaneciéndose en el empleo y lectura interesados que se ha hecho
de la noción, principalmente desde las ciencias sociales. En nuestro
caso, hemos pretendido poner en diálogo la filosofía con el distrito
heterogéneo de los salubristas, quienes aportan una “mirada médi-
ca” que refresca, tanto con sentido histórico-documental como con
experiencias cotidianas, interdisciplinariedad –e incluso indiscipli-
na–, el por momentos cansino ejercicio de la revisión bibliográfica
erudita y el refinamiento del comentario. En efecto, hemos preten-
dido erradicar la discusión del distrito exclusivamente filosófico y
llevarla hacia un terreno donde nos parece que el uso de la noción
ha tenido un desarrollo interesante: la salud pública. El enfoque
abierto por la biopolítica ha permitido integrar elementos que, en
cierta medida, habían sido capturados ya sea por un biologicismo
pretenciosamente técnico como por un debate ético exclusivamente
normativo. Claramente, nos parece valioso el diálogo que tiene lugar
cuando las fronteras de las distintas disciplinas o áreas del saber
levantan sus barreras y se ponen a indagar por cómo esos mismos
límites han sido posibles y cómo ello no está exento de causas y
efectos de politicidad. Creemos que la biopolítica es un generoso
agente de esos encuentros. Pero en definitiva: ¿Cuál es el interés que
ofrece la biopolítica cuando acude a los debates e investigaciones
del área de la salud? En primer lugar, debe tenerse presente que
desde, al menos, la formulación foucaultiana, la biopolítica ha estado
ligada a la arremetida de una medicina social que ha contribuido a
la normalización y regulación de los modos de vida. En ese sentido,
la preocupación médica, en su vertiente sanitaria y salubrista, acude
a la conformación de la población como aquel objeto de gobierno
privilegiado del ejercicio biopolítico del poder.
Por esta razón, los artículos que aquí se presentan están atentos a
los cruces e interferencias que la biopolítica pueda tener con la polí-

14
— presentación —

tica pública de salud, y en cierta medida, con la historia de la política


sanitaria de nuestros países.
Además, en todas aquellas tensiones teórico-políticas de la salud
pública en las que se ve implicada una cierta noción de vida, la bio-
política parece contribuir a una desnaturalización de los conceptos,
a una vacilación de las prerrogativas del saber médico o legal y a una
puesta en cuestión de las experticias, en beneficio de un debate crítico,
cuyo único dictamen es que no existe un saber ni último ni primero
sobre la vida, y que por lo tanto, de lo que se trata es de interrogar el
sentido que ésta cobra al interior de tramas siempre litigantes. Pese a los
intentos de toda biologización y allende todo principio trascendental,
la vida es siempre lo que de ella resulta en un encuentro –histórico y
determinado–, con la política.
El primer grupo de trabajos: Inconclusiones de vida. Discusiones teórico-
filosóficas, pone en forma algunas precisiones teóricas en torno a la
racionalidad política que comportan los desarrollos de algunos autores.
Así, en “La comunidad monstruosa. La munología en el pensamiento
de Roberto Esposito”, Rodrigo Karmy desarrolla el decurso que toma
el filósofo italiano a partir de la pregunta por una “ontología de lo
común” como desafío para pensar una biopolítica de la comunidad
que se despliegue de manera afirmativa, enfatizando ya no el poder
sobre la vida sino el poder de la vida. A su vez, Philippe Monti, en
“Foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa?”, formula una
recepción crítica del trabajo de Foucault en torno al neoliberalismo.
La querella es, básicamente, metodológica: Foucault omitiría esta vez
su prescripción de “suspender los universales”, lo que conduce a un
insuficiente examen de los mecanismos del neoliberalismo incapaz de
responder a desafíos actuales. Posteriormente, en “¿Policía o política?
Derivas de un concepto filosófico”, Mariela Ávila trae a colación la
distancia que Jacques Rancière hace de su trabajo frente a la noción
de biopolítica en Foucault. La ubicación del trabajo foucaultiano en
el esquema policial de un reparto de lo sensible, se convierte en el
punto de partida para pensar el lugar de la biopolítica y su relación
con la subjetividad. En “Biopolítica y clínica: notas para una pregunta
por el individuo”, Tuillang Yuing realiza un itinerario analítico por la
noción de individuo en distintos momentos de la obra de Foucault,
poniendo énfasis en la mediación de la muerte para la aproximación
moderna a la vida, y en el rol específico que cumple la medicina en la
conformación de la población como objeto de gobierno. Finalmente,
Miguel Kottow en “Bioética. Entre salud pública y biopolítica”, realiza

15
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

un balance de los efectos de los aportes de la biopolítica al campo


de la salud pública en general y de la bioética en particular, estable-
ciendo una suerte de diagrama de las más importantes discusiones
–y confusiones–, en que se dan cita conceptos ontológicos, éticos,
legales y políticos, para, de este modo, sostener el carácter vigilante
de la bioética como medio de contención de los excesos del biopoder.
La segunda parte: Tratamientos irresolutos: Población, medicinas y salu-
bridad, agrupa artículos en torno a problemas de salud pública que
toman la noción de biopolítica como insumo teórico. De esta manera,
en “Salud Mental y Psiquiatría Comunitaria en Chile: El proceso de
configuración de un objeto de gobierno”, Jimena Carrasco realiza una
genealogía crítica de los programas de salud mental en Chile, aven-
turando una sugerente interpretación de la conformación histórica
de la institucionalidad sanitaria chilena en clave biopolítica. Por su
parte, Sandra Caponi, en “Clasificar y medicar: la gestión biopolítica
de los sufrimientos psíquicos”, realiza un análisis detallado de la con-
formación de las taxonomías y protocolos que rigen la salud mental
al interior de un régimen de patologización y medicalización de la
vida cotidiana. Luis David Castiel, Marcos Santos Ferreira y Danielle
Ribeiro de Moraes, en “Los riesgos y la promoción del autocontrol en
la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta”, revi-
san la orientación general de las propuestas de autocuidado basadas
en el autocontrol y la promoción de la alimentación saludable. Estas
iniciativas se presentan como estrategias de “cuidado de sí”, legitima-
das y naturalizadas en el contexto de una salud nutricional vinculada
a un mandato moralista en el modo de conducirse en la vida. Para
finalizar, Yuri Carvajal y Jorge Gaete en “La invención de la leche:
arqueología de una fragilidad”, recorren el proceso múltiple a través
del cual la leche se vuelve un asunto de población: su estandarización,
su normalización hasta ser convertida en el producto nutricional por
antonomasia, las fortunas y desventuras de su economización, y final-
mente, las gestiones legales, que la integran como elemento central
a las políticas sanitarias, son revisadas desde una perspectiva que
explora el juego de mediaciones múltiples y permanentes –técnicas,
científicas, vitales y hasta animales–, que se ocultan en el encuentro
entre lo sanitario y la población.
En distintos momentos de su obra, Foucault definió su trabajo
como una actividad de diagnóstico. Haciéndose eco de una herencia
nietzscheana, el pensador francés se proponía vigorizar esa mirada
médica que unía “filosofía, fisiología y medicina” para sumergirse,

16
— presentación —

tomar distancia e indicar aquello que constituye el presente. Tarea


compleja, precisamente porque el presente forma parte de aquel
horizonte que sostiene nuestro mismo pensar. No se trata entonces
de acudir al presente para ratificar su buena salud, sino de indicar
sus dolencias y debilidades; en otras palabras, sus fracturas y fragili-
dades, aquello en que su prepotente facticidad se distingue y deja de
ser necesario. En suma, un ejercicio inquieto y aventurado que este
trabajo intenta poner en disputa.

Los editores

17
I
inconclusiones de vida.
discusiones teórico-filosóficas
la comunidad monstruosa
La munología en el pensamiento de Roberto Esposito

rodrigo karmy bolton

1. Munus
En el parágrafo 26 de Ser y Tiempo Martin Heidegger abría un cam-
po inédito en el marco de la analítica existencial del Dasein (ser-ahí),
conduciendo su reflexión hacia la dimensión del Mitsein (ser-con):

Esta coexistencia de los otros queda intramundanamente abierta


a un Dasein y así también para los coexistentes, tan sólo porque el
Dasein es, en sí mismo esencialmente coestar (Mitsein). La afirmación
fenomenológica: el Dasein es esencialmente coestar, (Mitsein), tiene
un sentido ontológico-existencial. 1

La clave del descubrimiento heideggeriano reside en que el Dasein


(ser-ahí) será considerado “esencialmente” un Mitsein (ser-con). Con
ello, desde el punto de vista de su facticidad, Heidegger sitúa al Mitsein
como la existencia misma del Dasein, pero al igual que este último, no
se reducirá a un “sujeto” en particular; tampoco lo será el Mitsein. En
efecto, este último carecerá de toda sustancia, resolviéndose en un
ser-con, sin mayor contenido que su originario tener-lugar. En este
sentido, el Mitsein no será otra cosa que la existencia en su (im)propio
fuera de lugar, allí donde éste co-existe con otros.
Siguiendo la vía abierta por Ser y Tiempo, el pensamiento de Jean-Luc
Nancy constituye un esfuerzo por desarrollar el otrora planteamiento
de Heidegger. Así, la interpretación nancyana de este problema, plan-
tea que la constitución misma del Dasein heideggeriano –incluyendo
toda la indagación de su “estar vuelto hacia la muerte”–, no habría

1 Heidegger, Martin, Ser y Tiempo, Santiago: Universitaria, 1997, p. 145.

21
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

tenido otro sentido más que el de indicar cómo es que el “yo” no es


nunca un sujeto (sea éste el “hombre”, el “individuo” o un “pueblo”
en particular), sino siempre un ser-con y que por ello, no está sino
siempre en un lugar fuera de lugar. Sin embargo, el propio Nancy
no deja de subrayar el modo en que el propio Heidegger se habría
extraviado en su indagación del ser-con que habría conducido al
filósofo alemán a su compromiso político con el nacionalsocialismo.
Para Nancy, ésta sería la prueba filosófica y política a la vez, de que
en el pasaje 26 señalado, el Dasein no habría estado totalmente pen-
sado en la forma de un Mitsein y que, por ello, para Nancy –en parte,
escuchando el eco de Hannah Arendt– se trataría de recuperar esa
vía presente en la filosofía de Heidegger, planteándose la posibilidad
de pensar una ontología de lo común, una co-ontología, “más acá”
de toda metafísica del sujeto y de la identidad.
La recepción italiana de este problema se ha situado, básicamente,
en las investigaciones llevadas a cabo por Roberto Esposito con su
saga dedicada al problema de la comunidad. Pero si la problemática
trazada por Nancy se orienta en función de abordar el cum del térmi-
no latino communitas (el mit indicado por Heidegger) para proponer
una co-ontología del “ser singular plural”, Esposito sigue de cerca el
trabajo de Nancy, pero se orienta en razón de dilucidar la naturaleza
del munus inmanente a toda comunidad.2 Es a partir de esta peque-
ña, pero decisiva inflexión, que el filósofo italiano podrá vincular la
problemática de la comunidad con la deriva biopolítica de la moder-
nidad señalada por Michel Foucault. Más aún, para Esposito se trata
de inscribir el problema del biopoder al interior de la dialéctica de la
comunidad. Por ello, la genealogía de la comunidad que emprende el
filósofo italiano le permitirá dar un horizonte de inteligibilidad a la
propia deriva biopolítica. Así, tendríamos desde ya dos operaciones
estrechamente relacionadas: en primer lugar, una orientación al pro-

2 Es relevante notar que Communitas. Origen y destino de la comunidad, primer


libro que Esposito ha dedicado a la serie sobre la dialéctica comunidad-
inmunidad en la modernidad es, precisamente, prologado por el propio
Jean-Luc Nancy. En una discusión informal mi amiga Constanza Serratore
–a quien debo estas reflexiones– me hizo notar que para Esposito la cuestión
decisiva no es tanto el ser-con heideggeriano que trabaja Nancy sino el munus
maussiano. En este sentido, el trabajo de Esposito difiere de aquél de Nancy.
Las consecuencias se advertirán cuando para el francés se trata de articular
una co-ontología, en cambio para Esposito, una “ontología de la vida” en los
textos posteriores. Véase Esposito, Roberto. Communitas. Origen y destino de la
comunidad. Buenos Aires: Amorrortu, 2003.

22
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

blema de la comunidad, no desde el ser-con entrevisto por Heidegger,


sino desde el munus destacado por la antropología de Marcel Mauss;
en segundo lugar, la entrada a la cuestión del biopoder desde la pro-
blemática que la filosofía política moderna plantea de la comunidad.
La tesis del presente texto es que el pensamiento de Esposito de-
sarrolla el problema de la comunidad en dos tiempos: en un primer
tiempo (sus trabajos de principios de los años noventa), la comuni-
dad es concebida en la forma de una negatividad radical, un objeto
inalcanzable, análogo al objeto a desarrollado por Lacan o al lichtung
(el claro del Ser) en Heidegger; en un segundo tiempo (sus trabajos
de principio de los años dos mil), esa comunidad será configurada a
partir de un pensamiento afirmativo apuntalado desde la filosofía de
Nietzsche (en particular, su lectura deleuziana). Con ello, Esposito
podrá plantear la posibilidad inmanente a la propia modernidad de
una “biopolítica afirmativa”, esto es, una biopolítica que ya no sitúe
el poder sobre la vida (es decir, como un poder que niega a la vida en
función de su propia conservación) sino que, a la inversa, se desplie-
gue como un verdadero poder de la vida (es decir, un poder que abre
la vida a lo otro de sí). A partir de aquí, habría que desprender una
investigación de más largo alcance que trazara la dimensión propia-
mente maquiaveliana del pensamiento de Esposito y la posibilidad que
éste deja entrever de una otra modernidad diferente a la modernidad
propuesta por la filosofía política de Hobbes. “Maquiaveliana” en el
sentido de un pensamiento sin Estado, inmanente y completamente
afirmativo. Así, en el uso espositeano de Nietzsche quizás sea justa-
mente Maquiavelo quien sonría.

2. Communitas
2.1. En principio, no se podría decir que para Roberto Esposito lo
que llamamos “comunidad” es algo, sino que más bien se da. Partien-
do desde la etimología latina de la palabra, Esposito advierte que el
término “comunidad” lleva consigo la partícula latina munus que,
como había visto Marcel Mauss, designa básicamente una relación
de “obligación e intercambio para con los otros” o, lo que es igual,
una relación de donación:

Este, en suma, es el don que se da porque se debe dar y no se


puede no dar (…) el munus indica solo el don que se da, no el que se
recibe. Se proyecta por completo en el acto transitivo de dar. No implica
de ningún modo la estabilidad de una posesión –y mucho menos la

23
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

dinámica adquisitiva de una ganancia–, sino pérdida, sustracción,


cesión: es una prenda, o un “tributo”, que se paga obligatoriamente.3

Así, pues, munus designa una pura relación de donación que el


propio Mauss podía definir como “sistema de prestaciones totales” y
que definirá toda relación de intercambio con otros4. Ciñéndose al
término utilizado por éste, para Esposito, la donación no implicará ni
la “estabilidad de una posesión” ni tampoco la “dinámica adquisitiva
de una ganancia”, porque dicha relación no podrá circunscribirse a
la relación funcional propia de la racionalidad contractual moderna,
sino que constituirá el punto de una “sustracción”, de una “pérdida”,
de una “cesión”: una falta que hará imposible cualquier cálculo.
Esta suplencia no remite al vacío dejado por una presencia ori-
ginaria previa a dicha sustracción, sino que en cuanto relación de
donación, ella misma es una sustracción originaria de toda presencia
plena, de todo “mito” si se quiere. Porque si el mito se puede definir
como aquello que instituye lo “ininterrumpido” de una comunidad
(la continuidad, el plano, la repetición), la comunidad sería, pre-
cisamente, lo que interrumpe y hace imposible cualquier clausura
propiciada por la esfera del mito: “Si hay algo que el mito no puede tolerar
es su interrupción, dado que él no es más que la ausencia de interrupción. O
simplemente: lo Ininterrumpido”.5 De esta forma, podríamos decir que
el mito es la clausura misma de la comunidad, es decir, el punto en
que ésta sustituye o pretende sustituir la sustracción originaria que
constituye a lo común, por una presencia plena que la funda, ordena
y determina históricamente.
En este sentido, para Esposito la comunidad no sería definida a
la luz de aquello que “tiene” (a partir de un “más”), sino de aquello
respecto de lo cual, irremediablemente, se sustrae:

Por lo tanto –escribe Esposito–,communitas es el conjunto de


personas a las que une no una “propiedad”, sino justamente un deber
o una deuda. Conjunto de personas unidas no por un “más”, sino por
un “menos”, una falta (…).6

3 Ibídem, p. 28.
4 Mauss, Marcel. Manual de Etnografía. Buenos Aires: FCE, 2006, p. 75.
5 Esposito, Roberto. Confines de lo político. Nueve Pensamientos sobre política. Ma-
drid: Ed. Trotta, 1996, p. 109.
6 Esposito, Roberto. Communitas, op. cit., pp. 29-30.

24
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

En esa medida, entonces, la comunidad resultará ser el exacto


reverso de lo que la tradición de la filosofía política moderna habría
definido como tal. Porque si la modernidad encuentra una matriz
general en la filosofía política de Hobbes, habría que señalar que
éste sustituye la originaria relación de donación por aquella del con-
trato, precisamente para impedir la consumación de una posibilidad
ínsita a la misma relación de donación: la muerte.7 Justamente para
Esposito, Hobbes habría descifrado, en la fórmula de la “guerra de
todos contra todos”, el secreto intrínseco a la communitas, a saber,
el hecho de que como pura relación de donación, ésta puede llevar
a los hombres a su muerte en la forma de mutua aniquilación.8 De
hecho, en la perspectiva de Hobbes, la erección del Leviatán solo
tiene sentido si logra impedir la guerra civil que secretamente le
recorre.
De ahí que, para Hobbes, sea decisiva la institucionalización del
Estado por parte de un hombre o una “asamblea de hombres”, fun-
dada en un contrato que intercambia la protección proveída por el
soberano a los súbditos por la obediencia de éstos al soberano. Con
ello, Hobbes impide y aleja el peligro de la mutua aniquilación ínsito a
la communitas que el filósofo identifica con el término técnico: “estado
de naturaleza”. Así, en la perspectiva de Esposito la communitas une
a los sujetos no en virtud de una “propiedad” en particular, sino a

7 Esposito señala: “Lo que los hombres tienen en común –que los hace semejantes
más que cualquier otra propiedad– es el hecho de que cualquiera pueda dar muerte a
cualquiera. Y aquí está lo que Hobbes lee en el fondo oscuro de la comunidad. Cómo
interpreta su indescifrable ley: la communitas lleva dentro de sí un don de muerte”.
Ahora bien, ¿no es éste el riesgo que vio Heidegger y que le condujo a pen-
sar en una comunidad sustancial adscribiéndose al nacionalsocialismo? La
propuesta de Esposito muestra que la comunidad lleva consigo la muerte
porque nunca se entifica de una vez y para siempre, es decir, que en tanto
la comunidad es el terreno del otro, la muerte es testimonio de esa otredad
ínsita a lo común. Ibídem. p. 41.
8 Hobbes señala: “En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que
nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están
fuera de lugar. Donde no hay poder común la ley no existe: donde no hay ley no hay
justicia”. La guerra de todos contra todos, entonces ha de ser leída bajo el
registro que propone Esposito: es la comunidad misma en su pura relación
de donación. Allí donde ésta asoma no solo su potenciación de la vida, sino
también su propia potencia mortífera. Esta potencia sería, precisamente,
lo que Hobbes quiere evitar a toda costa. Para ello, instituye el “contrato”,
neutralizando de esta forma la dislocación que lleva consigo la comunidad.
En: Hobbes, Thomas. El Leviatán. O la materia, forma y poder de una república
eclesiástica y civil. Trad. Eugenio Imaz. México, D.F.: FCE, 1994, p. 104.

25
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

partir de una relación de donación, de una “falta” originaria que se


sustrae a toda propiedad posible.
En esa medida, lo que caracterizaría a lo común no sería lo “propio”
sino mas bien, lo “impropio” en su radicalidad absoluta: es común
aquello que no pertenece a nadie:

Imponemos así un giro de ciento ochenta grados a la sinonimia


común-propio, inconscientemente presupuestada por las filosofías co-
munitarias, y restablecemos la oposición fundamental: no es lo propio,
sino lo impropio –o, más drásticamente, lo otro– lo que caracteriza a
lo común.9

De esta forma, si para Hobbes la comunidad política se funda en


la erección de un “hombre artificial” que protege la vida de los indi-
viduos, para Esposito lo común simplemente no se funda. Lo común,
entonces, se da porque tiene la forma de una donación (munus). Por
ello, en la perspectiva de Esposito, lo común es ontológicamente previo
a cualquier fundamento, a cualquier presencia, a cualquier propiedad
que clausure a una comunidad en una sustancia en particular, ya sea
ésta una sustancia étnica, racial o espiritual. Pensar una comunidad
“más acá” de la lógica inmunitaria presupuesta por el horizonte de la
modernidad, he ahí lo que guía la investigación de Esposito.

2.2. La propuesta de pensar una comunidad “más acá” de la lógica


inmunitaria lleva a Esposito a hacer un recorrido conceptual por los
principales hitos de la filosofía política moderna, el que comienza con
Hobbes respecto del cual Esposito reserva su condición de paradigma.
A esta luz, el filósofo italiano va a problematizar el “contrato social” de
Rousseau como también la aporía ínsita a la trascendentalidad de la
Ley en la filosofía de Kant: como es sabido, para Kant, es la Ley y no la
“voluntad” como en Rousseau, la que da lugar a la comunidad política.
Como plantea Esposito, en Kant la Ley sería el marco trascendental
de la comunidad. Una Ley que, sin embargo, nada prescribe y que,
por ello, constituye la relación de donación en la forma pura de la
Ley. Así, pues, la comunidad en Kant sería de suyo irrealizable, como
irrealizable sería el cumplimiento de la Ley: en rigor, los hombres de
una comunidad nunca pueden “cumplir” la Ley en cuanto tal, con lo
cual, el propio Kant puede definir a los hombres bajo la fórmula de

9 Esposito, Roberto. Communitas, op. cit., p. 31.

26
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

la “insociable sociabilidad”.10 En efecto, la clausura de la comunidad


sobre sí misma sería, para Kant, un imposible. Esto es lo que Esposito
subraya, a saber, que a diferencia del contractualismo de Hobbes y
de Rousseau, la comunidad política de Kant es un imposible: “(…) el
hecho de que la comunidad sea imposible quiere decir que ese imposible es la
comunidad”.11 Así, pues, la lectura de Esposito sobre la filosofía política
de Kant sitúa al filósofo alemán como el primero en pensar una co-
munidad “antes” de cualquier lógica inmunitaria, porque en ella los
hombres estarían unidos por una “sustracción” que los atraviesa y los
excede como un “objeto inalcanzable”. Una comunidad que aparece
en la forma de una “impropiedad” que, según habría mostrado la
propia deriva etimológica del munus, definiría a lo común.12 De forma
análoga a Lacan, se podría decir que la communitas de Esposito será
el equivalente al objeto a lacaniano, es decir, una negatividad radical
que es irrepresentable y que, como tal, moviliza toda la estructura
del sujeto.
Una vez considerada la comunidad como lo imposible, el filósofo
italiano interpreta la ontología heideggeriana como una deriva de la
aporía kantiana en torno a la comunidad. Pero si en Kant es todavía la
Ley la que precede al sujeto, en Heidegger será el ser lo que precede a
la Ley. De esta forma, Heidegger habría tocado el punto que Kant no
pudo ver, a saber, la no originariedad de la Ley o, lo que es igual, que
antes de la Ley acontece una relación de donación. Curiosa afinidad

10 En su texto “Idea de una historia Universal en sentido cosmopolita”, publi-


cado en la Gaceta académica de Gotha, Kant escribía su cuarto principio: “El
medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones
es el antagonismo de las mismas en sociedad, en la medida que ese antagonismo se
convierte a la postre en la causa del orden legal de aquéllas. Entiendo en este caso por
antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres, es decir, su inclinación a formar
sociedad que, sin embargo, va unida a una resistencia constante que amenaza per-
petuamente con disolverla”. La lectura de Esposito aquí es, precisamente, que
Kant, como Hobbes, encuentra otra vez a la comunidad en la forma de dicho
antagonismo “sociable-insociabilidad”, pero que, para Kant, este antagonis-
mo es, en algún sentido, irreductible, por lo cual la comunidad política nun-
ca será una comunidad “completa” consigo misma. Siempre estará frente a
la ley que nada prescribe y que, por tanto, es, en sí misma, inalcanzable. Así,
pues, para Kant, la comunidad nunca puede cerrarse completamente sobre
sí misma. En: Kant, Emmanuel, Idea de una historia Universal en sentido cosmo-
polita, En Kant, Immanuel, Filosofía de la Historia, México D.F.: FCE, 1997, p.
46.
11 Esposito, Roberto. Communitas, op. cit., p. 135.
12 Ibídem.

27
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

entre Heidegger y Mauss: tanto la pregunta heideggeriana por el ser


como la problematización del don maussiano definen un irrealiza-
ble que deja a toda comunidad como algo abierto o, acaso, como la
abertura misma. Porque si, según el esquema heideggeriano de la
diferencia ontológica, el ser se da retrayéndose, abandonándose a lo
ente, es porque la comunidad no sería otra cosa que dicho abandono,
allí donde ser-en-el-mundo es, al mismo tiempo, ser-con-otros. A esta
luz, Esposito lee en Heidegger un nuevo estatuto de la comunidad,
al modo de un ser-con-otros que parece definir su “simple existen-
cia”: “Que la comunidad es esencialmente inacabada, que lo inacabado es su
esencia. La esencia –necesariamente carencial– de su existencia. De su ser
simple existencia.13 Es por ello que, siguiendo la consideración kantiana
de la comunidad, la apuesta heideggeriana aparecería, en sí misma,
como “incompleta”. Pero dicha incompletud no sería el problema en
Heidegger, sino precisamente el sentido mismo de su concepción de
lo común: lo común es precisamente, lo que se da sustrayéndose a
toda presencia. Sin embargo, en la perspectiva de Esposito que sigue
a la interpretación de Nancy, la consideración de Heidegger llevaría
consigo un límite. Un límite que habría hecho posible su “compro-
miso” para con un “pueblo” en particular, minando así las propias
posibilidades de su filosofía.14
A esta luz, la figura de Bataille adquiere un grado de suma impor-
tancia para Esposito, en la medida que éste habría desarrollado lo “no
dicho” del pensamiento de Heidegger, quebrando definitivamente
el télos del origen y de la realización desde la cual la modernidad
habría situado su lógica inmunitaria.15 Porque al plantear la vida ya
no desde la “conservación” como hacía Hobbes, sino desde el “gasto”,
Bataille se constituye en el límite mismo de la modernidad política,
allí donde ésta muestra a una comunidad radicalmente impolítica,
en la cual la vida misma se presentaría como la única relación de
donación. Así, en la medida que Bataille sitúa la vida a la luz de un
gasto improductivo,16 hace imposible la realización total y absoluta

13 Ibídem, p. 160.
14 Ibídem.
15 Esposito comenta: “Bataille quiebra definitivamente esta dialéctica de origen y reali-
zación, de pérdida y reencuentro, de desviación y regreso, de la cual el pensamiento de
Heidegger nunca supo desvincularse. No lo hace solo, sino inspirándose ampliamente
en ese mismo Nietzsche que Heidegger había encerrado dentro de los límites de la meta-
física occidental”. Ibídem, p. 186.
16 En su libro La parte maldita, Georges Bataille considera la posibilidad de una
“Economía General”: ¿qué sería, pues, una “economía general” a diferencia

28
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

que caracteriza a la lógica inmunitaria. Aquí resulta decisivo el que


Esposito haga una inflexión respecto del pensamiento de Heidegger
que, a través de Nancy, le permite tomar la consideración batailleana
del “don” (la economía del “gasto” y no la del “contrato”) abriéndole
la puerta a una interpretación no heideggeriana de la filosofía de
Nietzsche. Con ello, Esposito considerará a lo común ya no como
una falta originaria, sino como un suplemento, un exceso respecto
de cualquier forma promovida por la lógica inmunitaria; en suma, la
vida como un impersonal, una “tercera persona”. Como veremos, por
vía de Bataille, la filosofía de Nietzsche tendrá un lugar protagónico
en el esquema propuesto por Esposito a la hora de problematizar la
deriva inmunitaria de lo moderno y, a su vez, la posibilidad de pensar
lo que el filósofo italiano denominará bajo el sintagma “biopolítica
afirmativa”.17
Ahora bien, más allá de los autores que cruzan los trabajos de Es-
posito, lo importante es que, tal como indica su deriva etimológica,
la comunidad contiene la partícula latina munus que la remite a una
economía del “don” y que se inscribirá en su pensamiento a partir de
un triple carácter: improductivo, impropio e impolítico.
En primer lugar, el carácter improductivo remite a la imposibilidad
de que la communitas se convierta en una “obra” que los miembros
debieran o pudieran realizar (por ejemplo en el discurso de la “mi-
sión histórica” que un pueblo tendría que cumplir). Esto significaría
productivizar la communitas hasta el punto de clausurar su constitutiva
falta y, como veremos, revertirla a su envés inmunitario. Así, pues, la
communitas es, en sí misma, falta-de-obra o, como dirá Nancy, una
comunidad des-obrada.18

de la economía política propiamente tal? Al respecto señala: “En fin, vana-


mente debía esforzarme por aclarar el principio de una ‘economía general’, en la que el
‘gasto’ (el consumo) de riquezas es, con relación a la producción, el objeto primero”. A
diferencia de la economía política que parte desde la relación racional como
presupuesto del intercambio, la “economía general” parte del presupuesto
del “gasto improductivo” que testimonia una relación de pura donación. Por
ello, Bataille denomina La parte Maldita a la serie de ensayos sobre economía
general, porque existiría en los hombres una parte “maldita” que excede
todo límite, toda racionalidad instrumental y que cada cultura habría trami-
tado a su manera. En: Bataille, Georges. La Parte Maldita. Ensayo de Economía
General. Buenos Aires: Ed. La Cuarenta, 2007, p. 19.
17 Esposito, Roberto. Bíos. Biopolítica y filosofía. Buenos Aires: Amorrortu, 2006,
véase el capítulo 3 titulado “Biopoder y biopotencia”, pp. 125-174.
18 Nancy, Jean-Luc. La comunidad Inoperante,. Santiago de Chile: Ed. Arcis-Lom,
2000.

29
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

En segundo lugar, el carácter impropio determina el modo de inter-


cambio que tiene la forma de un “don” que define a la communitas. Este
intercambio es impropio, precisamente, porque no puede pertenecer a
nadie. Al contrario, la inscripción de un soberano que pueda dispen-
sarse de la ob-ligación del don sería la operación inmunitaria que se
apropia de aquello que, de suyo, es inapropiable: la communitas. Por ello,
la communitas es impropia, precisamente, porque en la perspectiva de
Esposito, ninguna sustancia (ya sea en la forma del “Hombre”, “Dios”,
la “Historia” o la “Raza”) se puede proponer como su fundamento.
En tercer lugar, el carácter impolítico de la communitas indica el es-
tatuto de alteridad radical para con toda instancia de representación
política propia de la modernidad. Esto supone diferenciar lo impolí-
tico de lo a-político. Para Esposito, lo impolítico es lo político mismo
pero “sustraído a toda plenitud mítico-operativa”.19 Esto significa que
lo impolítico constituye no solo el borde exterior de lo político, sino
además, su más impropia interioridad, su carácter ex-timo.
En este sentido, la communitas no es ni el lugar de lo político ni
tampoco de lo a-político, sino el punto límite en que lo político se
revela como un diferencial, un tercer espacio en que la distinción
entre lo interior y lo exterior, el amigo y el enemigo, queda comple-
tamente bloqueada. Así, la impoliticidad de la comunidad se sustrae
a toda sustancia y de toda relación dicotómica, volviéndose una vida
absolutamente impersonal.

3. Immunitas
3.1. Ahora bien, según Esposito, ¿en qué consistiría el reverso de la
communitas, al cual ésta siempre está expuesta? El reverso de la com-
munitas es la immunitas. La deriva etimológica atribuye a esta última el
ser un vocablo negativo que se presenta como la negación del munus.20
De esta forma, si la communitas introduce una función obligatoria,
el prefijo “im” de immunitas indica la “dispensa”, el levantamiento
de toda obligación, precisamente porque instituye un “privilegio”.

19 Esposito escribe: “(…) Pero no es así. Y no es así en el sentido preciso de que el ‘fuera’
o mejor dicho el punto vacío de sustancia a que lo impolítico remite, está situado desde
el comienzo dentro de lo político. O mejor todavía: es lo político mismo sustraído a su
propia plenitud mítico-operativa”. En: Esposito, Roberto. Categorías de lo Impolíti-
co. Buenos Aires: Ed. Katz, 2006, p. 24.
20 El diccionario etimológico de Corominas señala que Inmune refiere a estar
“exento de cargas y males” o estar “exento de servicios”, “libre de cualquier
cosa”. En: Corominas, Joan. Breve diccionario etimológico de la Lengua Castellana.
Madrid, Gredos, 2005, p. 337.

30
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

De esta forma, la superposición de la “dispensa” y del “privilegio”21


indica que: “(…) la inmunidad es percibida como tal si se configura
como una excepción a la regla que, en cambio, siguen todos los de-
más (…)”.22 Que la inmunidad se configure como la “excepción a la
regla” significa identificarla plenamente con el dominio de la sobe-
ranía. Como planteó en su momento Carl Schmitt, solo la capacidad
de decidir la excepción será lo que define a la soberanía.23 Más allá
de los títulos que designan al poder soberano, éste solo podrá tener
lugar si acaso la comunidad deriva hacia su propio reverso inmuni-
tario que la clausura sobre sí misma. Así, para Esposito la soberanía
encontraría su fuerza solo en la medida que pertenece a las derivas
inmunitarias que, como en Hobbes, se proyectan en función de la
protección negativa de la vida.
Pero, que la soberanía se inscriba en la inmunidad implica algo más;
que esta última no se identifica completamente para con la soberanía.
En efecto, para Esposito resulta sintomático que, en su historia semán-
tica, la palabra “inmunidad” atraviese dos áreas lexicales distintas; la
jurídica y la biomédica. ¿Cuál sería el nexo que une y separa esas dos
áreas semánticas diversas? En este sentido, del mismo modo en que
a la palabra comunidad se la sometió a una indagación etimológica,
Esposito hace exactamente lo mismo con el concepto de “inmunidad”.
Desde un punto de vista etimológico, el concepto de “inmunidad”
indica la exención, la dispensación de esa relación de obligación
propia de la communitas; una dispensación que, en este caso, va a
atravesar tanto la esfera jurídica como la esfera biomédica: “Ya se habló
del desdoblamiento del concepto de inmunidad en dos áreas lexicales distintas,
una de tipo jurídico-político y la otra de carácter biológico-médico. La presente
investigación –destaca Esposito– se aboca por entero a interrogar el margen
que las separa –y a la vez las une– desde el punto de vista categorial”.24 Así,
pues, la lógica inmunitaria atraviesa dos áreas lexicales diferentes que
terminan por yuxtaponerse la una para con la otra.

21 Al respecto, Alain Brossat, tomando el concepto propuesto por Esposito, es-


cribe: “En el mundo romano, la immunitas es, por ejemplo, la exención de
todas las cargas que puede tener un médico pensionado en una polis, con
el fin que esté disponible, sobre todo para luchar contra las epidemias”. En:
Brossat. Alain. La democracia inmunitaria. Santiago de Chile, Ed. Palinodia,
2008, p. 12.
22 Esposito, Roberto. Immunitas. Protección y negación de la vida, Buenos Aires,
Amorrortu, 2005, p. 71.
23 Ibídem, p. 22.
24 Ibídem, p. 31.

31
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

El punto de cruce entre ambas, entre la esfera jurídico-política


y la esfera biomédica, funcionaría a partir de la lógica inmunitaria
que, si bien se remitía originalmente a su dimensión estrictamente
jurídica, se habría extendido progresivamente hacia otros campos
para convertirse, en sí misma, en el paradigma de la modernidad:

No creo que se deba buscar la respuesta a esta pregunta –a la pre-


gunta por las condiciones que hicieron posible el advenimiento
de un biopoder– en los pliegues de un poder soberano que incluye a
la vida excluyéndola. Es más, considero que esa respuesta debe hacer
referencia a la coyuntura de una época a partir de la cual la propia
categoría de soberanía cede lugar a la de inmunización o cuando menos
se entrelaza con ella. Este es el procedimiento general dentro del que se
produce el cruce de político y vida.25

En este pasaje que, sin mencionarlo, parece dirigirse a las prime-


ras investigaciones de Giorgio Agamben dedicadas al problema de la
soberanía, desarrolladas en su obra Homo sacer 1, Esposito se distancia
planteando una hipótesis secuencial, según la cual la categoría de
soberanía propiamente hobbesiana habría cedido el lugar al paradig-
ma inmunitario. Así, pues, el paradigma inmunitario parece consti-
tuirse en la bisagra entre la despolitización moderna diagnosticada
por Schmitt y la aparición de la biopolítica indicada por Foucault: el
ocaso del Leviatán marcaría el nacimiento de biopolítica, en cuyo
tránsito se ubicaría el paradigma inmunitario como una nueva forma
con la cual se ejerce el poder. A esta luz, dicho paradigma no solo se
presentaría como aquello que sustituye la soberanía moderna, sino
también, como aquello que define el punto de cruce entre la soberanía
y el biopoder: allí donde el poder soberano se gubernamentaliza y la
gubernamentalidad se soberaniza, alterándose mutuamente.

3.2. Así, en la perspectiva de Esposito, la modernidad procede de for-


ma igualmente inmunitaria tanto en la esfera jurídico-política como
en la esfera biomédica, a partir de una estrategia de dosificación del
mal que se pretende combatir, la violencia que es preciso detener, la
enfermedad que se pretende prevenir. Dicho de otro modo: el para-
digma inmunitario es absolutamente “preventivo” en la medida que
interioriza aquello a lo que se orienta en destruir. Como en las vacunas

25 Ibídem, p. 197.

32
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

en las que los anticuerpos se producen por la inoculación del virus


en pequeñas dosis, el paradigma inmunitario inunda las diferentes
esferas de la vida social, haciendo de la prevención el modelo a través
del cual tienen lugar las nuevas formas de control.
Según Esposito, lo decisivo de la modernidad sería la progresiva
superposición de estas dos esferas:

De aquí –plantea– el proceso de ilimitada medicalización que va


mucho más allá del campo sanitario, en una ósmosis creciente entre lo
biológico, lo jurídico y lo político. (…) Por lo demás, la actual produc-
ción de leyes en materia de vida y muerte –de fecundación artificial,
eugenesia, eutanasia– está indicando la efectiva superposición de la
esfera de lo vivo con la esfera de lo político (…).26

Política y vida, vida y política se trenzan en una circularidad inmu-


nitaria en la que no solo el poder tenderá a capturar directamente la
vida, sino también la vida intentará por todos los medios perpetuarse
a través del poder. Con ello, la otrora crítica de Schmitt al predominio
de la vida económica por sobre la decisión soberana inscrita desde
el Ius Publicum Europeaum, pero también, la indagación de Foucault
en torno a los mecanismos que hacen entrar a la vida a los cálculos
explícitos del poder, expresan la puesta en escena del paradigma
inmunitario: “Hoy –señala Esposito– no se puede imaginar una política
que no encare la vida en cuanto tal, que no mire al ciudadano desde el punto
de vista de su cuerpo vivo”.27 Porque si la esfera jurídica se superpone a
la esfera biomédica, entonces se produce una circularidad en la cual
todo ciudadano será un cuerpo vivo, como todo cuerpo vivo será a
su vez, el índice de una ciudadanía.
En este marco, Esposito distingue tres características que serían
propias del mentado paradigma inmunitario. En primer lugar, el
paradigma inmunitario actúa como una contra-fuerza que impide
la expresión de otra fuerza. Esto significa, pues, que el mecanismo
ínsito a la inmunidad presupone el “mal” al cual debe enfrentar,
no solo en la medida que este mal funciona como “ justificación” de
una supuesta “necesidad” sino también, en tanto la inmunidad solo
es posible “(…) en la medida que reproduce en forma controlada el mal del

26 Ibídem, p. 196.
27 Ibídem, p. 201.

33
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

que debe proteger”.28 En segundo lugar, el cruce de la esfera jurídico-


política con la esfera biomédica funciona dosificando el “mal” que
debe combatir. Es decir, el paradigma inmunitario no puede sino ser
katechóntico en la medida que combate al mal en la misma medida que
lo alberga en su propio interior. En tercer lugar, si la inmunización
consiste en enfrentar el “mal” desde el propio “mal” (la violencia
desde la violencia estatal-soberana, la enfermedad desde el mismo
virus que la produce), significa que la protección de la vida se hace
posible solo en virtud de su negación.
De esta forma, se configura una dialéctica entre exclusión e inclu-
sión, entre negación y protección, donde la protección (inclusión) de
la vida solo es posible en virtud de su propia negación (exclusión):

De aquí el carácter estructuralmente aporético del procedimiento in-


munitario: al no poder alcanzar directamente su objetivo, está obligado
a perseguirlo, dado vuelta. Pero, actuando de este modo, lo retiene en
el horizonte de sentido de su exacto opuesto: puede prolongar la vida
solo si le hace probar continuamente la muerte.29
Así, pues, el mentado “procedimiento inmunitario” tendría una
dimensión aporética en tanto protege a la vida en la forma de una
negación o, lo que es igual, la incluye solo en la forma de una ex-
clusión. Por ello, en la filosofía política de Hobbes, la vida humana
se protege solo en la medida que ésta renuncia a lo que le es más
propio, a saber, a la capacidad de dar muerte. Por esta razón, –y
esto es lo que Esposito enfatiza una y otra vez– la inmunidad será
siempre una “reacción” a la comunidad, constituyéndose así, en su
exacto reverso.

3.3. Ahora bien, en la perspectiva de Esposito, la categoría de inmu-


nidad permite plantear dos problemas. En primer lugar, situar el
horizonte histórico-filosófico de la biopolítica en el contexto de la
modernidad. Esto significa que la biopolítica constituiría un fenómeno
estrictamente moderno, por cuanto solo ésta habría podido convertir
la inmunidad en un paradigma biopolítico:

La modernidad es el lugar –más que el tiempo– de ese tránsito y de


ese viraje, en el sentido de que, mientras durante un largo período la

28 Ibídem, p. 17.
29 Ibídem, pp. 18-19.

34
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

relación entre política y vida se plantea de manera indirecta mediada


por una serie de categorías capaces de filtrarla, o de fluidificarla, como
una suerte de cámara de compensación, a partir de cierta etapa esas
defensas se rompen y la vida entra directamente en los mecanismos y
dispositivos del gobierno de los hombres”.30

Así, pues, Esposito considera que la modernidad se define, pre-


cisamente, por la ruptura de las mediaciones y por el consecuente
ingreso de la vida a los cálculos “explícitos” del poder. En segundo
lugar, la categoría de inmunidad permite a Esposito mostrar cómo es
que los dos paradigmas políticos (aquél de carácter jurídico-político
y aquél de carácter biomédico) ingresan a una juntura precisa, a una
“articulación interna” que permite inteligir su dimensión estrictamente
aporética. En esa medida, Esposito vuelve a afirmar:

Personalmente, considero que la clave interpretativa que parece es-


capar a Foucault se puede rastrear en el paradigma de “inmunización”.
¿Por qué? ¿En qué sentido puede llenar el vacío semántico, la brecha
de significado, que en la obra de Foucault persiste entre los dos polos
constitutivos del concepto de biopolítica? Señalemos, para comenzar,
que la categoría de “inmunidad”, incluso en su significado corriente, se
inscribe precisamente en el cruce de ambos polos, en la línea de tangencia
que conecta la esfera de la vida con la del derecho..31

En esta cita Esposito advierte sobre el “vacío semántico” dejado


por Foucault y, a su vez, plantea su propia propuesta conceptual: la
categoría de “inmunidad” se sitúa, pues, en el punto de cruce entre
el derecho y la vida. Tal como vimos, esta vía le permite la sustitución
del paradigma clásico de la soberanía por el nuevo paradigma inmu-
nitario. En esta medida, la problemática de la biopolítica se reinscribe
en Esposito al interior de la deriva inmunitaria de la modernidad.
De esta forma, el rendimiento hermenéutico del paradigma in-
munitario permite explicar el “envés” que Foucault habría dejado
impensado entre las dos economías de la vida, entre un “hacer vivir”
y un “hacer morir”: el paso de una “biopolítica” a una “tanatopolí-
tica” sería, precisamente, el paso hecho posible por el paradigma
inmunitario en tanto éste funciona protegiendo la vida en la forma

30 Esposito, Roberto. Bíos. Biopolítica y filosofía, op. cit., p. 47.


31 Ibídem, op. cit., p. 73.

35
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

de una negación o, lo que es igual, incluyéndola en la forma de una


exclusión. Esposito vuelve a afirmar:

(…) la categoría de inmunización nos permite dar un paso hacia


delante o, acaso mejor, hacia el costado también en relación con la brecha
entre las dos vertientes prevalecientes del paradigma de biopolítica: la
afirmativa, productiva, y la negativa, mortífera. Hemos visto que ellas
tienden a constituir una forma recíprocamente alternativa que no prevé
puntos de contacto: el poder niega la vida, o incrementa su desarrollo;
la violenta y la excluye, o la protege y la reproduce; la objetiva o la
subjetiviza, sin término medio ni punto de transición. Ahora bien: la
ventaja hermenéutica del modelo inmunitario reside en que estas dos
modalidades, estos dos efectos de sentido (…), hallan finalmente una
articulación interna, una juntura semántica, que los pone en relación
causal, si bien de índole negativa.32

Así, pues, frente a los dos efectos de sentido de la biopolítica seña-


lados por Foucault, un poder que “hace morir” (que violenta y excluye
a la vida) y un poder que “hace vivir”, (que la desarrolla y la produce),
el paradigma inmunitario propuesto por Esposito permite “articular
internamente” la doble economía del poder. Esto significa, pues,
que el paradigma inmunitario constituye una “ juntura” que, como
señalábamos, permite dar inteligibilidad a la dimensión propiamente
aporética que caracteriza al dispositivo biopolítico moderno. Pero la
“articulación interna” que hace posible el paradigma inmunitario trae
otra consecuencia, a saber, que el paradigma inmunitario se proyecta
en función de la protección de la vida en la forma de una negación.
En otras palabras, que dicho paradigma funciona como una protección
negativa de la vida, tal como aparece en el “prototipo” de la filosofía
política de Hobbes.33
En función de la dimensión “estructuralmente aporética” del
paradigma inmunitario, Esposito examina la experiencia del nacio-
nalsocialismo, precisamente porque, según sugerencia de Foucault,
en dicha situación la lógica del “hacer vivir” con la lógica del “hacer
morir” habrían tocado el punto de su “paroxismo”. Lo que, según

32 Ibídem, p. 74.
33 Esposito escribe: “(…) cuando éste no solo pone en el centro de su perspectiva el pro-
blema de la conservatio vitae, sino que la condiciona a la subordinación a un poder
constrictivo exterior a ella, como es el poder soberano, el principio inmunitario ya está
virtualmente fundado”. En: Ibídem, p. 75.

36
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

Esposito, el paradigma de inmunización permite agregar al análisis


de la experiencia nacionalsocialista, es que dicha experiencia habría
tenido un carácter “homeopático” en la medida que la enfermedad
que los nazis querían combatir “a muerte” no era más que la muerte
misma.34 En dicho combate –diríamos en dicha “guerra total”–, el
sistema inmunitario se apresta a matar hasta el punto de extirpar la
propia muerte. Pero, paradójicamente, al extirpar la propia muerte
ínsita a toda communitas, termina destruyéndose a sí mismo. A esta
luz, Esposito escribe:

[El nacionalsocialismo] Potenció su propio sistema inmunitario


hasta el punto de convertirse en su presa. Por otra parte, morir es la
única manera en que un organismo individual o colectivo puede sal-
vaguardarse definitivamente del riesgo de la muerte. Es lo que Hitler,
antes de suicidarse, pidió que hiciera el pueblo alemán.35

En este sentido, el paradigma inmunitario explica cómo es que la


biopolítica nacionalsocialista se vuelve, inmediatamente tanatopolí-
tica, política de muerte. Y cómo dicha auto-inmunización se habría
expresado en el último llamado de Hitler a consumar el suicidio del
propio pueblo alemán.

4. Bíos o el momento deleuziano


4.1. Toda investigación que se desarrolle desde una perspectiva
biopolítica, tendrá que desplegarse como una reflexión radical de la
relación de la vida con el poder. Sin embargo, ¿qué se entiende aquí
por “vida”, qué por “poder”? En efecto, dicha relación no compor-
ta, de modo alguno, un carácter “externo”: como si pudiera existir
una vida exenta de todo poder y un poder exento de la dinámica
propia de la vida. El Paradigma Inmunitario sería, en este sentido,
no solo el modo en que el poder hace entrar en sus cálculos a la vida
(cuyo hito moderno sería la filosofía política de Hobbes), sino ade-
más la forma en que la propia vida se conserva a sí misma a través del

34 Esposito escribe: “Lo que el paradigma inmunitario agrega a este panorama es el


reconocimiento de la tonalidad homeopática de la terapia nazi. La enfermedad que
los nazis combatieron a muerte no era otra cosa que la muerte misma. Lo que querían
matar en el judío –y en todos los tipos humanos asimilados a éste– no era la vida, sino
la presencia en ella de la muerte: una vida ya muerta en cuanto marcada hereditaria-
mente por una deformación originaria e irremediable”. En: Ibídem, p. 221.
35 Ibídem, p. 222.

37
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

poder.36 Esto significa que en Esposito se desarrolla una ontología


de la vida que difiere sustantivamente de aquella que concibe a la
vida bajo los marcos de la mediación moderna (Hobbes). Así, pues,
la ontología de la vida desarrollada por Esposito sitúa al problema
de la vida como inescindible respecto del problema del poder o, lo
que es igual, que la relación vida-poder es una relación interna. Por
ello, en la perspectiva de Esposito, la ontología de la vida se resolverá
íntegra e inmediatamente en la forma de una ontología política,
pues la vida misma no conocería otros modos de ser que los de su
continuo potenciamiento.
La vía que sigue Esposito se apuntala en la lectura que inició
Georges Bataille cuando en su texto “Nietzsche y los fascistas” es-
cribía: “El movimiento mismo del pensamiento de Nietzsche implica una
debacle de los diferentes fundamentos posibles de la política actual”.37 ¿En
qué sentido, desde el punto de vista de Bataille, el pensamiento de
Nietzsche habría implicado una tal “debacle de la política actual”?
Para Esposito dicha “debacle” estaría dada en razón de la ontología
de la vida que Nietzsche habría inaugurado y que, según Esposito,
situaría al filósofo alemán en forma polémica para con la mediación
neutralizadora de la filosofía política moderna.38 Esto significaría,
entonces, que la filosofía de Nietzsche sería una filosofía estrictamente
política pero no porque trate el problema del “Estado”, el “contrato”
o los “derechos” de los “ciudadanos”, sino porque para Nietzsche, la
vida sería concebida como “voluntad de poder”:

Que la vida –según la tan célebre formulación nietzscheana– sea


voluntad de poder no significa que la vida necesita poder, ni que el
poder captura, intencionaliza y desarrolla una vida puramente bio-

36 Ibídem.
37 Bataille, Georges. “Nietzsche y los fascistas”. Revista Acéphale núm. 2. En:
Georges Bataille, Roger Caillois, Pierre Klossowski, André Masson, Jules
Monnerot, Jean Rollin, Jean Wahl. Acéphale. Buenos Aires, 2006, p. 39.
38 Esposito escribe: “(…) la vida es desde siempre política, si por “política” se entiende
no aquello a lo que aspira la modernidad –vale decir, una mediación neutralizadora
de carácter inmunitario–, sino la modalidad originaria en que lo viviente es o en que
el ser vive”. Bíos. Biopolítica y filosofía, op. cit., 129-130. Es decir, la política es
aquí, no el mecanismo inmunitario que protege a la vida en forma negati-
va, sino el modo de ser mismo de la vida, en tanto ésta no es otra cosa que
su potenciación. Esto significa además que, según Esposito, la polémica de
Nietzsche va dirigida contra la filosofía política de Hobbes como paradigma
de la inmunización moderna.

38
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

lógica, sino que la vida no conoce modos de ser distintos al de una


continua potenciación”.39

Así, pues, que la vida sea “voluntad de poder” implica que ésta es
originariamente conflictiva, aporética consigo misma, en la medida
que no admite límites fijos o fronteras a su haber, sino que siempre
apuntaría a su consustancial sobrepasamiento (Überwindung). En
virtud de dicho estatuto, para Esposito la vida sería inmediatamente
política, no en el sentido que lo entiende la perspectiva inmunitaria
moderna (la cual, como en Hobbes, funcionaría a partir de una me-
diación neutralizante), sino en tanto “modalidad originaria” del ser.
Esto significa que la vida no tenderá solo a su “conservación”, como
en el caso de Hobbes y la filosofía política moderna, sino también,
a su desenfrenada “expansión”. Así, pues, para Esposito la relación
entre la vida y el poder tendría un carácter inmanente en la medida
que el poder sería, precisamente, el modo originario de lo vivo.
Pero que el ser de la vida sea su propio potenciamiento, significa
no solo que la vida sea inmediatamente política, sino que a la inversa,
la política se presenta desde siempre en la forma de una biopolítica:

La vida no cae en un abismo: es más bien el abismo en que ella


misma corre el riesgo de caer. No en un momento dado, sino desde
el origen, pues ese abismo no es sino la hendidura que priva de una
identidad consistente al origen: lo in/originario del origen que la
genealogía nietzscheana ha descubierto en el fondo, y en la fuente,
del ser-con-vida.40

Si la vida “es” el abismo en que la vida siempre está cayendo,


significa que nunca existe un “origen” mítico de la vida, pues la
vida misma estaría desde un principio, “privada de identidad”. Así,
pues, la vida llevará consigo un in/originario origen, precisamente
porque su consistencia no sería otra que la de potenciarse, sobre-
pasarse, diferirse permanentemente: Apolo y Dionisio, como los
dos polos de una misma “tragedia” que, para Esposito, definiría
la economía de la vida en su doble movimiento de conservación
y expansión. El principio apolíneo tiende a la individualización,
estabilización y conservación de la vida cada vez que ésta sobre-

39 Ibídem, p. 130.
40 Ibídem, p. 142.

39
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

pasa sus propios límites en virtud del principio dionisiaco. Porque


si lo apolíneo constituye el punto en que la vida se “inmuniza”, lo
dionisiaco evidencia el lugar de la vida absoluta, esto es, el punto
en que ésta se expande y revela su falta de principio, de identidad,
de una propiedad sustancial.41

4.2. Se debe notar que, en la perspectiva de Esposito, el munus que


define a la dialéctica de la comunidad es, precisamente, la vida abso-
luta movilizada entre el polo apolíneo y el dionisiaco que, sin nunca
encontrar un posible “equilibrio”, no es otra cosa que un permanente
diferimiento. Por ello, para el pensador italiano la vida no carecería
completamente de “forma”,42 sino más bien, la forma sería inmanente a
la vida, en tanto ésta no sería otra cosa que un bíos, una forma-de-vida.
Pero que la forma sea inmanente a la vida no significa que ésta no sea
una y otra vez sobrepasada, diferida por su propio ser-exceso o, por
su exceso-de-ser.43 La forma, siendo inmanente al propio circuito de
la vida, nunca puede ser estable en ella porque la forma no consiste
en otra cosa que en un perpetuo tránsito hacia nuevas formas.
Esta dimensión excesiva de la vida, es lo que Esposito registra como
la característica más propia del munus. Refiriéndose a las categorías
lógicas, el autor indica: “Construyen barreras, límites, diques para ese munus

41 Esposito escribe: “Lo dionisiaco es la vida en su forma absoluta, o disoluta, desli-


gada de todo presupuesto, abandonada a su fluir originario. Pura presencia y, por
consiguiente, no representable en cuanto tal, incluso por carecer de forma, en perenne
transformación, en un continuo tránsito más allá de los límites”. Ibídem, p. 142.
42 Un pasaje de Nietzsche puede ser esclarecedor al respecto: “La forma pasa por
algo duradero y, por lo tanto, valioso; pero la forma es solo algo que hemos inventado; y
aunque frecuentemente ‘se consigue la misma forma’ esto no significa que sea la misma
forma –sino que aparece siempre algo nuevo– y somos nosotros y nadie más quienes, al
comparar, integramos esto nuevo, en tanto que se parece a lo viejo, en la unidad de la
‘forma’. Como si debiera realizarse un tipo que, por así decirlo, inspirara y fuera inhe-
rente a la formación”. Así, pues, para Nietzsche, la “forma” que desde Platón
fue elevada a ente supremo, es algo que la propia vida ha inventado. Por lo
tanto, en Nietzsche, es la vida y no la forma la sustancia, lo cual no quiere de-
cir que la vida carezca por completo de forma. Por el contrario, la vida es una
forma inmanente a los circuitos de la propia vida. Esto es, precisamente, lo
que Esposito toma en consideración: la vida es bíos. En: Nietzsche, Friedrich.
El nihilismo europeo. Fragmentos póstumos. Otoño 1887. Madrid, Ed. Biblioteca
Nueva, 2006, p. 129.
43 Esposito escribe: “No es cuestión de que su vida no tenga forma, de que no sea
“forma de vida”. Pero ésta consiste en una forma de por sí en perpetuo tránsito hacia
una nueva forma, atravesada por una alteridad que al mismo tiempo la divide y la
multiplica”. Bíos. Biopolítica y filosofía, op. cit., p. 170.

40
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

común que a la vez potencia y devasta la vida, empujándola continuamente


más allá de sí misma”.44 Así, para Esposito el munus constituiría, pues,
la bisagra compuesta por dos polos antitéticos: por un lado, el polo
inmunitario (Apolo) y, por otro, el polo comunitario (Dionisio). Por
ello, la vida (bíos) no sería otra cosa que el munus común cuyo proceso
consiste en potenciarse (Dionisio) y, a la vez, contenerse (Apolo). Pero
toda contención inmunitaria es siempre provisoria porque la vida es
una y otra vez, reconducida hacia “más allá de sí misma”, hacia lo otro
de sí, hacia su impropia monstruosidad.
Ahora bien, si esta ontología de la vida coincide perfectamente
con una ontología política, y, por lo tanto, toda política se resuelve en
una biopolítica, la pregunta, entonces, reside en el carácter de dicha
biopolítica, a saber, si es una biopolítica negativa sostenida como una
política sobre la vida que caracterizaría al polo inmunitario, o bien,
una biopolítica afirmativa como una política de la vida que caracteri-
zaría al polo comunitario. El punto reside, entonces, en si acaso esta
biopolítica negativa que, en la perspectiva de Esposito, define a lo
moderno, podría revertirse en la forma de una biopolítica afirmativa.
En esta perspectiva, Esposito intentará revertir “desde el interior”
la variante inmunitaria de la política moderna hacia el sentido más
originario e “intenso” de la communitas.45 Esa inversión sería, precisa-
mente, una biopolítica afirmativa,

(…) que no suponga a la vida las categorías ya constituidas, y, a


estas alturas, destituidas, de la política moderna, sino que inscriba en la
política misma el poder innovador de una vida repensada sin descuidar
su complejidad y articulación. Desde este punto de vista, la expresión
“forma de vida” –precisamente aquello que la biopolítica nazi excluía
mediante la absoluta sustracción de la vida a toda calificación– debe
entenderse más en el sentido de una vitalización de la política que en
el de una politización de la vida, aunque al final ambos movimientos
tiendan a superponerse en un único plexo semántico.46

44 Ibídem, p. 144.
45 Esposito escribe: “¿Qué significa, con exactitud, invertirlas y, más precisamente,
invertirlas desde el interior? Hay que intentar tomar esas categorías de “vida” “cuerpo”
y “nacimiento” (que para Esposito fueron las categorías que definieron la po-
lítica nazi) y transformar su variante inmunitaria, esto es, autonegativa, imprimién-
dole una orientación abierta al sentido más originario e intenso de la communitas”.
Ibídem, p. 252.
46 Ibídem, p. 253.

41
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

La “vitalización de la política”, propia de una biopolítica afirmativa,


sería, entonces, el movimiento de la communitas que opera a la inversa
del de la politización de la vida que va en el sentido de la immunitas.
Los dos polos de la communitas y la immunitas llevan consigo la aporía
propia de la vida. Esa aporía se habría consumado en la modernidad
donde el movimiento inmunitario se habría convertido en “paradigma”,
constituyéndose en el punto de cruce entre la esfera jurídico-política
y la esfera biomédica. De esta forma, la reflexión sobre biopolítica
es reenviada al campo de la comunidad: ¿qué significaría un “vivir-
juntos” no inmunitario? Esposito sitúa a una biopolítica afirmativa
no como punto de llegada, sino más bien, como punto de partida a
una reflexión acerca de las posibilidades de concebir una comunidad
política sin Estado que, como tal, abra la comunidad a su más íntimo
afuera, a la monstruosidad que, sin embargo, ella misma es.

4.3. En un pequeño texto titulado “La inmanencia: una vida...”, Gilles


Deleuze escribe:

¿Qué es la inmanencia? Una vida... Nadie ha narrado mejor que


Dickens lo que es una vida, teniendo en cuenta el artículo indefinido
como índice de lo trascendental. Un canalla, un sujeto vil despreciado
por todos está agonizando y los encargados de curarlo manifiestan
una especie de esmero, de respeto, de amor por el menor signo de vida
del moribundo. Todos se empeñan en salvarlo, al punto de que en lo
más profundo de su coma el villano siente que algo dulce lo penetra.
Pero a medida que retorna a la vida sus salvadores se vuelven más
fríos, y él recupera toda su grosería y su maldad. Entre su vida y su
muerte, hay un momento que no es más que una vida que juega con la
muerte. La vida del individuo le cedió lugar a una vida impersonal, y
sin embargo, singular, de la que se desprende un puro acontecimiento
liberado de los accidentes de la vida interior y exterior, es decir, de la
subjetividad y de la objetividad de lo que pasa. Homo tantum al
que todo el mundo compadece y que alcanza una especie de beatitud. 47

Más allá del sujeto y del objeto, de un interior y un exterior, y más


allá de una personalidad y una despersonalización, acontece una

47 Deleuze, Gilles, La inmanencia: una vida... En: Giorgio, G; Rodríguez, F


(eds.). Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida. Buenos Aires: Ed. Paidós, pp.
37-38.

42
— la comunidad monstruosa. la MUNOLOGÍA en el pensamiento de roberto esposito —

vida... cuyo artículo indefinido “una” le imprime el estatuto, a la vez


singular e impersonal, que se abre más allá del régimen representacional.
La individualidad del yo cede a la singularidad, así como la persona-
lidad del sujeto a la impersonalidad de una vida... Es aquí donde habrá
que explicitar qué es lo que Deleuze –al menos el de este texto último–
entiende por “inmanencia”, a saber, no un ámbito ontológico simplemente
opuesto a la trascendencia, sino más bien, una dimensión de la vida en la
cual causa y efecto, paciente y agente, bíos y zoé, coinciden sin fisuras. In-
manencia vendrá a designar, entonces, la dimensión a-subjetiva de la vida,
allí donde ésta nada significa puesto que no se dirige a nadie en particular
y donde es absolutamente incesurable en la forma de una trascendencia.
Es en este plano donde Esposito comenta:

Precisamente la vida –una vida, como se titula el último texto que dejó
el filósofo– es el término en el que toda la teoría de lo impersonal parece
condensarse y asomarse a una configuración aún indeterminada, pero
por eso mismo cargada de inexpresadas potencialidades. La vida es la
tangente, la línea de fuerza, a lo largo de la cual la inmanencia se repliega
sobre sí misma neutralizando cualquier forma de trascendencia, cualquier
añadido respecto del ser de tal de la sustancia viviente.48

De esta forma, el último Deleuze “condensa” y da pie a Esposito para


proyectar su ontología de la vida y la posibilidad de atender a ésta en la
forma munológica de una biopolítica afirmativa. Esta última solo cobra
fuerza allí donde lo común adquiere la dimensión de lo inmediatamente
impersonal y singular. O, lo que es igual, solo en la medida en que lo
común es entendido más allá del paradigma hobbesiano de la persona.
Para Esposito, se trata entonces, de abrir a la persona a la impropiedad
radical de su ser común, a la no-persona que subterráneamente habita
a toda persona. Los gestos, muecas, sonrisas –dice Deleuze refiriéndose
a los niños– son los rasgos de una vida inmanente que no es más que la
comunidad monstruosa que limita con la polis. Es precisamente en ese
límite donde Deleuze, pero también Esposito, inscriben a la filosofía
toda vez que ésta no hará más que pensar la monstruosidad del acon-
tecimiento, o, lo que es igual, el ser común prenomístico al cual todos
estamos abiertos.

48 Esposito, Roberto. Tercera Persona. Política de la vida y filosofía de lo impersonal.


Buenos Aires: Ed. Amorrortu, 2009, p. 209.

43
foucault y el neoliberalismo:
¿una crítica que no pasa?

philippe monti

En Francia, la crítica “altermundialista” de la globalización liberal,


cuando busca fundamentos teóricos que sobrepasan la mera puesta
en perspectiva de procesos económicos y sociales (financiación, ex-
plosión de las desigualdades, etcétera), se remonta a los tiempos de
Pierre Bourdieu y Michel Foucault. En lo que concierne a Bourdieu
las cosas parecen estar claras: en diversas ocasiones, ha desarrolla-
do una crítica al neoliberalismo que se inscribe en una coherencia
límpida con el conjunto de su obra. Esto es diferente en el caso de
Foucault: para el lector contemporáneo, hay una labor necesaria
de reelaboración, interpretación y actualización que, a pesar de la
existencia de un curso anual del Collège de France dedicado en gran
parte al neoliberalismo, también deberá buscar –en la totalidad de
la obra de Foucault–, los conceptos susceptibles de enriquecer po-
tencialmente la caja de herramientas de la crítica contemporánea.
En efecto, Foucault muere cuando la oleada de políticas guberna-
mentales neoliberales, que están a punto de sacudir el mundo, está
emergiendo. Thatcher y Reagan han llegado al poder unos años
antes.1 Ya a comienzos de los años ochenta, para el pensamiento
crítico resulta todavía difícil medir la amplitud de la mutación del
capitalismo que comienza y que se dispone a transformar, en una
generación, las formas del trabajo, la intensidad de la explotación y

1 Foucault cree, sin embargo, que la “instauración del modelo neoliberal en


Francia” data de 1972 (Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France
1978-79, Paris: Gallimard-Seuil, 2004, p. 206). Edición en español: Foucault,
Michel. Nacimiento de la Biopolítica. Curso en el Collège de France 1977-1978.
Buenos Aires: FCE, 2006, p. 239.

44
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

las condiciones de vida. Además, durante sus últimos años, Fou-


cault concentra su reflexión en temas que aparentemente poco
tienen que ver con este cambio. Sin embargo, algunos años antes
ha juzgado pertinente dedicar un año completo de su seminario
del Còllege de France al estudio del neoliberalismo: el curso de
1978-79 tiene por título “El nacimiento de la biopolítica”, pero
de hecho, está casi íntegramente dedicado al examen de las tesis
sobre el neoliberalismo –y más específicamente aun, a las del or-
doliberalismo alemán y a las del neoliberalismo americano– en
la medida en que ellas manifestarían el paso de una forma de
gubernamentalidad a otra. Según Foucault, después de los bal-
buceos ligados a políticas económicas intervencionistas aplicadas
en todo el mundo capitalista (Keynes, Beveridge, etcétera), la
transformación de la gubernamentalidad del Estado de seguridad
al Estado de derecho se cumple cabalmente. A mediados del siglo
XX, el Estado “liberal” pretende aún proteger el mercado contra
la amenaza de intervenciones exteriores y contra la amenaza de
desviaciones internas (ambas se traducen en el riesgo de creación
de monopolios); ese liberalismo dudoso está a punto de ceder
ante un neoliberalismo que propone invertir las relaciones entre
el mercado y el Estado: en lo sucesivo ya no será el Estado quien
determinará las fronteras del mercado –fronteras al interior de
las cuales reina el laissez-faire. Es el mercado el que va a imponerse
al Estado, porque será considerado como el modelo del Estado.
De un Estado que es aún modelo para el mercado se pasará a un
Estado modelado por el mercado.
En este sentido, quien se aplique pacientemente a la lectura de
ese año de curso, se encontrará con muchas sorpresas e interro-
gantes. La primera de estas sorpresas es la originalidad del objeto
de estudio elegido: en el campo filosófico o político francés, fuera
de los estrechos círculos dirigentes tradicionalmente liberales
(que aprecian poco la publicidad o el debate público y prefieren
los discretos cónclaves), ¿quién se interesa tan escrupulosamente
por la literatura y por el pensamiento de inspiración neoliberal?
En el curso de la lectura, se presenta rápidamente otra pregunta:
¿no habría una inflexión radical en la elección de los objetos de
análisis y en el mismo enfoque de Foucault? En efecto, Foucault
parece abandonar sin explicación los objetos que desde hacía
mucho años venían siendo materia de sus reflexiones: los disposi-
tivos de saber-poder y su evolución en la historia de las formas de

45
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

gubernamentalidad, es decir, los “mecanismos de poder”.2 Sin una


explicación explícita, pero no sin justificación, Foucault vuelve repetidas
veces en el seminario a la continuidad teórica que le lleva a ampliar y
desplazar su objeto de estudio: en lo sucesivo se trata de reflexionar
sobre la evolución contemporánea de la gubernamentalidad, llevando
el análisis a las dimensiones de la sociedad entera (ya no limitado al
examen de objetos específicos y concretos como la locura, la prisión
o la sexualidad).
Otra de las interrogantes que emergen dice relación con el tono
del trabajo desarrollado por Foucault durante el curso del 1978-79: el
“estilo” parece cambiar de naturaleza, ya que dedica gran parte del
curso a una restitución sintética de los escritos y de las ideas de los
ordoliberales y de Hayek (sin duda poco conocidos por su público),
es decir, a una suerte de paráfrasis y comentario de estos escritos,3
como si un sutil deslizamiento desde la genealogía hacia la ideología
tuviese lugar. Y en efecto, parece que en este seminario existe algo
“desestabilizante” para aquel lector que ha frecuentado los trabajos
anteriores de Foucault: el análisis se aleja netamente de las formas –ya
conocidas por este lector: la puesta en perspectiva histórico-crítica del
discurso psiquiátrico, de la institución penal o de los discursos sobre
la sexualidad. Foucault parece renunciar al trabajo “genealógico”
en beneficio de una adhesión apenas velada –e incluso explicitada
muchas veces– a la idea de una reducción del Estado (poderes e
intervenciones estatales) en razón de políticas neoliberales (con un
interés no disimulado por las políticas que conducían en Alemania
las administraciones Schmidt y Brandt).
En este contexto, ¿cómo hacer del Foucault de este curso una fuente
de crítica “altermundialista” de la globalización? ¿Podemos conside-
rar como insignificante el hecho de que cuando evoca largamente a
Hayek, Foucault parece no estar nunca dispuesto a sospechar que el
discurso de denuncia del “dirigismo” necesariamente está acompa-
ñado de dispositivos de control en los que se ejercen micropoderes
eminentemente apremiantes? ¿Habría que reconocer entonces que,

2 Son sin embargo estos “mecanismos de poder” los que caracterizan aún la
biopolítica, tal como la define en el preámbulo al curso del año preceden-
te (ver Sécurité, territoire, population. Cours au Collège de France 1977-78, Paris:
Gallimard-Seuil, 2004, pp. 3-6).
3 El mismo Foucault, veinticinco años antes, había señalado lo nefasta que le
parecía la práctica del “comentario” (ver Naissance de la clinique, PUF, 1983,
p. XII-XIII).

46
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

lejos de poner los rudimentos de una crítica a la globalización que


viene, él adhiere en principio a las políticas neoliberales (que en ese
momento estaban solo en gestación)? ¿Cómo interpretar entonces su
afirmación de una gubernamentalidad confrontada a una alternativa
entre totalitarismo y liberalismo, afirmación que excluye toda posibi-
lidad de una tercera vía?
Una última pregunta emerge en el horizonte de esta relectura
del curso de 1978-1979: ¿Qué habría que pensar de los movimientos
formales que llevan a algunos de nuestros contemporáneos4 al señalar
esta fascinación de Foucault por la gubernamentalidad neoliberal,
sugiriendo que ella ofrece una perspectiva de renovación para todo el
pensamiento crítico contemporáneo? Esta inversión consistiría en hacer
que se enfrentara el neoliberalismo consigo mismo, y en este mismo
movimiento, que lo hiciera el futuro de la crítica con su propio pasa-
do: sería posible exhumar del curso una rehabilitación libertaria –por
anti-estatal– del individuo y de la “libertad”, de sublimar su intención
en un “arte de la insumisión”. Sería entonces, en cierto modo, pensar
con Foucault las categorías del neoliberalismo para emanciparse de la
globalización capitalista. ¿No habría allí un juego de manos (falsamen-
te) dialéctico que pone astutamente conceptos y principios de cabeza?
De hecho, para quien quiere entender lo que Foucault enuncia sin
prestarle segundas intenciones seductoras pero imaginarias, hay que
considerar que el neoliberalismo aparece en el curso de 1978-79 como
el horizonte infranqueable de fines del siglo XX. ¿No habría entonces
alguna contradicción al hacer de Foucault el futuro de la crítica al
neoliberalismo? La crítica, pues, no “pasa”, sea porque este curso es
difícil de digerir para los análisis de la biopolítica que lo precedieron
–como si se tratara de un giro inesperado de Foucault–, o porque, al
contrario, el trabajo crítico continúa sin perder sus colores (sus colores
no estarían deslavados) y su coherencia biopolítica. Y, precisamente,
con esta segunda interpretación, este trabajo nos obligaría hoy a una
revisión de todos nuestros hábitos críticos.

Biopolítica y liberalismo: la coherencia del enfoque


Ahora bien, presentar el seminario de 1978-79 como una conversión
brutal de Foucault al neoliberalismo, es decir, como una inclinación
súbita hacia las tesis y principios políticos que la “segunda izquierda”

4 Por ejemplo, la reciente obra de Geoffroy de Lagasnerie, La dernière leçon de


Michel Foucault. Sur le néolibéralisme, la théorie et la politique, Paris: Fayard, 2012.

47
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

empieza a destacar –como una intención coyuntural de convertir la


izquierda del gobierno al “realismo” y al mercado–, resulta poco res-
petuoso de las explicaciones “estructurales” que el mismo Foucault
entrega. En efecto, desde la lección inaugural del 10 de enero de 1979,
se encarga de graficar la evolución del arte de gobernar: el liberalismo
y el neoliberalismo son descritos como el destino histórico de toda esa
evolución en Occidente. En los siglos XV y XVI, la gubernamentali-
dad toma la forma de la “razón de Estado”: la ambición del soberano
es la de asegurar el poder del Estado. En los siglos XVII y XVIII, la
gubernamentalidad cambia de índole por la incipiente oposición de
los derechos naturales al poder del soberano. Para continuar en un
marco de legitimidad, el soberano debe entonces gobernar dentro
de los límites de esta naturaleza que plantea los derechos. De esta
forma, el derecho se constituye en un límite exterior obligatorio para
el gobierno. No obstante, el siglo XVIII inventa la economía política
y el principio que rige su discurso indica que para gobernar bien hay
que gobernar lo menos posible. Desde ese momento, lo que se conver-
tirá en el límite del gobierno no será un factor externo sino interno.
De allí en adelante el gobierno tendrá que limitarse a sí mismo. Esta
autolimitación presenta dos consecuencias, la primera de ellas da
contenido y cuerpo al liberalismo: su principio será precisamente la
limitación interna del gobierno (constitución, parlamento, prensa,
etcétera). Y la segunda genera “la activación del principio imperial, no
en la forma del Imperio, sino bajo la forma del imperialismo, y esto en
conexión con el principio de la libre competencia entre individuos y
empresas”.5 El liberalismo es entonces presentado desde el inicio por
Foucault como el marco general e ineludible de la biopolítica, dada
su forma de “naturalismo gubernamental”.6
Según Foucault, el paso a la gubernamentalidad liberal en el siglo
XVIII, se realiza gracias a la transición desde un “mercado jurisdiccio-
nal” hacia un “mercado veridiccional”. Foucault explica,7 que bajo el
régimen de la razón de Estado, el mercado producía el precio justo a
través de cierta cantidad de restricciones jurídicas; se trataba de con-
ciliar, gracias a la reglamentación, intereses divergentes: el interés del
vendedor, del comprador, del necesitado, etcétera. En el siglo XVIII, la
economía política promueve la idea de que el “precio justo” se forma,

5 Michel Foucault, Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France 1978-79,


op. cit., p. 24. Edición en español: p. 40.
6 Ibídem, Lección del 24 de enero de 1979, p. 63. Edición en español: p. 81.
7 Ibídem, pp. 33-36. Edición en español: 49-52.

48
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

al contrario, sin intervención reglamentaria. De lo anterior resulta que


el mercado ya no aspira a la justicia, sino a la verdad: su horizonte será
ahora la “verdad de los precios”. Esta modificación de la representación
del mercado –que resta al Estado la determinación del precio– tiene
un impacto determinante sobre la gubernamentalidad: en el futuro
es el mercado el que dirá la verdad sobre la gubernamentalidad, ya
que se convertirá en el índice que permitirá medir la amplitud real del
“gobernar lo menos posible”. La importancia otorgada al mercado es
resultado de la ambición de producir ese “Estado frugal” deseado por
el arte liberal de gobernar lo menos posible. Esta ambición es precisa-
mente la que va acompañando la transición desde un mercado objeto
de jurisdicción (precios reglamentados), hacia un mercado productor
de verdad (la verdad de los precios).
Foucault se toma entonces el tiempo para demostrar que esta
inversión de lo jurisdiccional a lo veridiccional se produce en cada
uno de sus objetos de estudio: en el caso de la locura se ha pasado
del lugar de encierro al discurso “científico” de la psiquiatría. En el
caso de la prisión se ha pasado sutilmente de la pregunta “¿qué has
hecho?” a la pregunta “¿quién eres?”. Respecto a la sexualidad, el punto
de partida han sido las normas que distinguían lo permitido de lo
prohibido, para terminar interrogando la verdad del deseo. En este
sentido, podríamos observar en cada caso un movimiento histórico
que obedecería a una sola y misma dinámica: un primer momento
jurisdiccional, y un segundo momento veridiccional. En este sentido,
es claro que Foucault piensa el momento liberal en la biopolítica
como el producto –a escala de la sociedad entera y del gobierno de
la población–, de un proceso uniforme que él ha actualizado en cada
uno de sus trabajos.
En lo que sigue se explica que el liberalismo entra en crisis durante
la primera mitad del siglo XX. En efecto, para conjurar las amenazas
que plantean a las libertades el comunismo y el nacional-socialismo, el
Estado multiplica las intervenciones coercitivas en la esfera económica.
De este modo, el remedio se convierte en la enfermedad: el libera-
lismo, que pensaba salvarse a través de la coerción, se contradice y
entra en crisis.8 Como resultado de esto, el neoliberalismo se convierte
en una necesidad; no como el resurgimiento raso de un liberalismo

8 Para la exposición de este razonamiento –sobre el cual Foucault no manifies-


ta ninguna reticencia explícita–, ver ibídem, pp. 70-71. Edición en español:
pp. 90-92.

49
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

maltratado por las intervenciones del Estado keynesiano, sino como


la opción renovadora del mercado como modelo para el Estado.
Existe entonces una diferencia de naturaleza entre liberalismo y
neoliberalismo (y no solamente una modesta diferencia de grado,
como lo dice a menudo el sentido común). Según Foucault, esta
diferencia radica en la concepción del vínculo entre el Estado (tam-
bién por tanto la ley) y el mercado: el liberalismo esperaba incluso
que el Estado fijase el intercambio en nombre de la utilidad; por
su parte el neoliberalismo pide al Estado que se rija por el modelo
del mercado sin más. El mercado es entonces muy diferente para
un liberal y para un neoliberal: para el primero el Estado es el lu-
gar del intercambio, mientras que para el segundo es el lugar de la
competencia. Para comprenderlo mejor hay que contemplar la opo-
sición de estas dos visiones respecto al monopolio. Para el liberal,
hay que impedir la creación de monopolios ya que la competencia
lleva naturalmente a la constitución de un monopolio. Al contra-
rio, el neoliberal considera que el monopolio es necesariamente el
resultado artificial de una intervención política del Estado. Así, el
liberal acepta que el Estado intervenga para preservar la compe-
tencia, y poder así, al fin y al cabo, gobernar lo menos posible. El
neoliberal, por su parte, rechaza toda intervención del Estado ya
que la competencia se basta a sí misma, y en este sentido, el mono-
polio sería una contradicción lógica en una verdadera economía de
libre competencia (para sobrevivir, el monopolio estaría obligado
a utilizar el precio del mercado de una economía competitiva y se
destruiría, por este único hecho, como monopolio). En este sentido,
el “gobernar lo menos posible” debe llevar al Estado, no a regular
la competencia, sino a regularse bajo la lógica de la competencia,
es decir, ninguna intervención y comercialización competitiva de
todo aquello que pueda ser.
De este modo, dando una rápida vuelta por la historia del mer-
cado, Foucault se esfuerza en exponer la coherencia y la constancia
de su investigación en los distintos momentos de su obra; es decir,
desde la locura hasta el arte neoliberal de gobernar, desde el gran
encierro hasta la extensión de la competencia.

¿Habría una excepción metodológica en el caso del neoliberalismo?


Desde el comienzo de la primera lección del curso 1978-79, Fou-
cault recuerda el principio metodológico que ha determinado la
forma de todas sus investigaciones histórico-críticas:

50
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

En otras palabras, en vez de partir de los universales para deducir de


ellos unos fenómenos concretos, o en lugar de partir de esos universales
como grilla de inteligibilidad obligatoria para una serie de prácticas
concretas, me gustaría comenzar por estas últimas y, de algún modo,
pasar los universales por la grilla de esas prácticas.9

Para ilustrar lo que significa poner entre paréntesis estos uni-


versales, Foucault se apoya en el método al cual ha recurrido para
escribir Historia de la locura. No se trataba entonces de no caer en
el “historicismo” decretando que la locura no existía, sino de ver el
enlace entre saberes e instituciones que daban forma y realidad a la
categoría (histórica) de locura:

El método consistía en decir: supongamos que la locura no existe.


¿Cuál es entonces la historia que podemos hacer de esos diferentes acon-
tecimientos, esas diferentes prácticas que, en apariencia, se ajustan a
esa cosa supuesta que es la locura?10

En este sentido, los “universales” no existen antes de la historia


y del pensamiento: son al contrario el producto de instituciones, de
poderes y de saberes. Ellos son resultado de la historia. Hasta el fin
de su vida, Foucault nos recordará esta opción metodológica y “on-
tológica”. Así, en el sintético artículo que presenta toda su obra –re-
dactado en 1984 bajo el seudónimo de Maurice Florence–, reitera la
“elección de método”: “un escepticismo sistemático ante los universales
antropológicos”,11 que lleva a “dirigirse como dominio de análisis a
las ‘prácticas, y abordar el estudio por el sesgo de lo que ‘se hace’”.12
En la lección del 10 de enero de 1979, precisa que este método
general implica, con respecto al análisis histórico de las formas de la
gubernamentalidad,

(…) dejar de lado algunas nociones como, por ejemplo, el soberano,


la soberanía, el pueblo, los sujetos, el Estado, la sociedad civil: todos esos
universales que el análisis sociológico, así como el análisis histórico y
el análisis de la filosofía política, utilizan para explicar en concreto la
práctica gubernamental.13

9 Ibídem, pp. 4-5. Edición en español: pp. 17-19.


10 Ibídem, p. 5. Edición en español: p. 18.
11 Dits et écrits, num. 345, tomo IV, París: Gallimard, 1994, p. 634.
12 Ibídem, pp. 634-635.
13 Naissance de la biopolitique, op. cit., p. 4. Edición en español: p. 17.

51
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Así pues, se puede suponer que el análisis de la gubernamentalidad


neoliberal obedece necesariamente a este principio metodológico
que estaría en el origen de todo el trabajo histórico-filosófico de
Foucault. De este modo, para presentar el ordoliberalismo, se debería
entonces partir de lo que “se hacía” en la Alemania de posguerra, es
decir, analizar las prácticas de gobierno para, luego, poder pasar a los
universales, por el “rallador” de lo concreto.
Ahora bien, solo queda al lector constatar que este no fue el caso:
todo el discurso de Foucault se reduce a una larga restitución de los
principios y argumentos del discurso neoliberal. En este sentido, su
exposición se articula constantemente en torno a los “universales” de
este discurso: el mercado, la competencia, el Estado, la libertad, la
sociedad, la empresa. Si bien Foucault retoma la crítica a las prácticas
intervencionistas del Estado keynesiano, dicha crítica se desarrolla
principalmente en torno a universales. Se cita a Hayek, es decir, se
cita un discurso basado en una recusación obsesiva del “dirigismo”,
y esto lleva al rechazo por principio de todas las políticas económicas
concretas llevadas a cabo durante la primera mitad del siglo XX, desde
el comunismo hasta el nazismo, pasando por Keynes y Beveridge. Esto
en virtud de una utopía única de la competencia libre y sin distorsio-
nes, que no existe en ninguna otra parte salvo en los universales del
discurso liberal.
Cuando Foucault presenta la noción de bio-política en La Volonté de
savoir (La voluntad de saber), la define respecto a la ruptura histórica
que esta noción introduce en Occidente durante el siglo XVIII.

Durante milenios el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles:


un animal viviente y además capaz de una existencia política; el hombre
moderno es un animal en cuya política está puesta en entredicho su
vida de ser viviente.14

Eso significa que “el hecho de vivir (...), en parte, pasa al campo de
control del saber y del poder”,15 es decir, que estamos en un período
de “proliferación de tecnologías políticas, que, a partir de ahí, inves-
tirán el cuerpo, la salud, las maneras de alimentarse y de alojarse,

14 Foucault, Histoire de la sexualité, tomo I, “La Volonté de savoir”. París: Galli-


mard, 1976, p. 188. Edición en español: Historia de la sexualidad, tomo I, “La
voluntad de saber”. Madrid: Siglo XXI, 1998, p. 173.
15 Ibídem, p. 187. Edición en español: p. 172.

52
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

las condiciones de vida, el espacio entero de la existencia”.16 Ahora


bien, ¿por qué, cuando se trata del período biopolítico de la guber-
namentalidad neoliberal, el análisis ya no cuestiona ese control, esos
poderes, esas tecnologías políticas que atraviesan el cuerpo y la vida
bajo todas sus formas?
Según Foucault, en la biopolítica, la norma prevalece sobre la ley:

Ya no se trata de hacer jugar a la muerte en el campo de la sobera-


nía, sino más bien de distribuir lo viviente en un dominio de valor y de
utilidad. Semejante poder tiene que calificar, medir, evaluar, jerarquizar,
más bien que exhibir su mortal esplendor; no tiene que trazar la línea
que separa a los súbditos obedientes, de los enemigos del soberano; él
distribuye en torno a la norma.17

¿Por qué, cuando se trata de exponer la doctrina neoliberal, Foucault


no se interesa en las formas de poder que normalizan, distribuyen,
miden y jerarquizan? Además, la insistencia de Foucault en caracterizar
la entrada en la época de la biopolítica como el triunfo de la norma
sobre la ley, parece contradecirse por su presentación del ordolibe-
ralismo como una preocupación por salir definitivamente del Estado
de seguridad para entrar plenamente en el Estado de derecho: ¿cómo
la substitución biopolítica de la norma a la ley puede manifestarse en
pleno siglo XX por una gubernamentalidad basada, de un extremo
a otro, en el Estado de derecho? Foucault, llega a hablar de “una
fase de regresión de lo jurídico”18 para describir el período histórico
que se inaugura en el siglo XVIII con la biopolítica. ¿Cómo puede
ser esto compatible con lo que señala tres años después respecto al
arte neoliberal de gobernar? En este sentido, creemos que el lector
necesitaría algunas aclaraciones para entender la coherencia de lo
que, a primera vista, parece ser un cortocircuito.
Ahora bien, La Voluntad de saber también trata sobre “resistencias”
y “luchas” en la época de la biopolítica. Así, desde simples reivindica-
ciones de derecho, se pasaría a una reivindicación de la vida que toma
la forma del derecho a la salud, del derecho a la felicidad, del derecho
a satisfacer sus necesidades, etcétera. Pero, por un curioso descuido,
Foucault nunca intenta, cuando se trata de neoliberalismo, examinar

16 Ibídem, p. 189. Edición en español: p. 174.


17 Ibídem, pp. 189-190. Edición en español: p. 174.
18 Ibídem, p. 190. Edición en español: p. 175.

53
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

las formas de resistencia y de lucha que este arte de gobernar genera


necesariamente, como sí lo había hecho en todas las demás formas
de gubernamentalidad. Además, evidentemente, cuando Foucault
se interesa por el neoliberalismo, se sustrae de la preocupación de
revelación que impondría la aplicación del principio de suspicacia
que usaba tres años antes para examinar el poder:

el poder es tolerable solo con la condición de enmascarar una parte


importante de sí mismo. Su éxito está en proporción directa con lo que
logra esconder de sus mecanismos.19

No podemos sino sorprendernos frente a la manera como Foucault


considera lo dicho por los neoliberales sin ponerlo en duda; la ingenuidad
con la que no ve en ello más que la realización aparente del “gobernar
lo menos posible”, sin jamás sospechar que se podría “esconder” algo
(normas, controles) detrás del discurso encantador y militante de la
libertad y del mercado.20 El neoliberalismo se hace presente como la
crítica suprema de la gubernamentalidad, y en este sentido cualquier
otra crítica y forma de resistencia parecen condenadas a desvanecerse.
Dado lo anterior, no podemos sino sentir una molestia: ¿por qué
Foucault renuncia a su método, a aquello que era su “marca de fábri-
ca”? ¿Por qué, en cuanto se trata de examinar la gubernamentalidad
neoliberal, ignora el examen de las prácticas, la conexión de las insti-
tuciones con los discursos de verdad, el análisis de los dispositivos de
poder? Las escasas alusiones a la Alemania de Schmidt y a la Francia
de Giscard, incumben más al periodismo –incluso, a veces parecen
incursiones alusivas a polémicas coyunturales– que al trabajo teórico
hasta entonces practicado por Foucault. En suma, ¿por qué el filósofo
de la biopolítica otorga este estatus de excepción metodológica al neolibe-
ralismo? ¿Habría que ver en esto un compromiso por parte de Foucault,
cuya consecuencia sería la de sustraer el neoliberalismo a cualquier
estrategia de sospecha histórico-crítica? Y en tales condiciones, ¿de
qué modo el inteligente relato foucaultiano del catecismo neoliberal
podría dar armas para la crítica del neoliberalismo?

19 Ibídem, p. 113. Edición en español: p. 105.


20 No hay entonces una anticipación de los procesos que mostraron algunos
años más tarde los trabajos del sociólogo Löic Wacquant: el “gobernar lo
menos posible” del neoliberalismo produce una reducción del Estado social
y una expansión paralela del Estado penal: una política que castiga doble-
mente a los pobres.

54
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

El neoliberalismo: ¿una realización de la gubernamentalidad?


La reflexión sobre la gubernamentalidad, tal como hasta ese mo-
mento Foucault la dirige, es un análisis de dispositivos de saber-poder:
los discursos de verdad son interrogados respecto a las instituciones,
y las diversas formas de poder se ponen en relación con las razona-
bles justificaciones de los saberes de la época. Este enfoque estaría
sistemáticamente aplicado a la totalidad de su obra, al menos hasta la
reflexión dedicada al nacimiento de la gubernamentalidad liberal. El
cambio de estilo y de método se hace solamente visible a partir de su
análisis sobre el neoliberalismo. En efecto, Foucault aún desmenuza
el “gobernar lo menos posible” que define al liberalismo con los mis-
mos principios que había establecido en La voluntad de saber. Así, en la
lección del 17 de enero observa que, con el liberalismo, la noción de
interés une el intercambio para acumular riquezas con la utilidad de
elaborar la potencia pública. Explica que la gubernamentalidad liberal
se articula en torno a la “veridicción del mercado” y la limitación del
poder gubernamental por la utilidad, pero que ella también va unida
al nacimiento de un imperialismo europeo en un mercado mundial.21
Foucault interroga luego la “libertad” que proclama el liberalismo:
de hecho, el liberalismo crea “una especie de bocanada de aire para
una enorme legislación, una enorme cantidad de intervenciones gu-
bernamentales que serán la garantía de la producción de la libertad
necesaria”.22 Por consiguiente, continúa fiel a su enfoque; no se deja
engañar por un “universal” como la “libertad” y revela las condicio-
nes históricas de su producción: “gobernar lo menos posible” debe
producir seguridad porque se trata de una “cultura del peligro”.23 El
Estado tendrá entonces que proteger a los individuos contra los peli-
gros inherentes a esta cultura (accidentes laborales, desempleo, vejez,
etcétera). Para ello, va a inventar “seguros” y generar una “formidable
extensión de los procedimientos de control, coacción y coerción que
van a constituir la contrapartida y el contrapeso de las libertades”.24
El lector se encuentra aún en un enfoque cuya dinámica conoce: el
generoso discurso liberal sobre la libertad está históricamente imbri-
cado con los dispositivos y las legislaciones que construyen la red de

21 Naissance de la biopolitique, op. cit., p. 4., p. 62. Edición en espanol: p. 49.


22 Ibídem, p. 66. Edición en español: p. 85.
23 Ibídem, p. 68. Edición en español: p. 87.
24 Ibídem. En este punto se podría legítimamente esperar una incursión en la
cuestión del Estado penal. De parte del fundador del Groupe d’Information sur
les Prisons, esto debería ser evidente, pero no tiene lugar.

55
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

poderes que se ejercen sobre los individuos. De esta manera, estamos


en el área conocida de la “biopolítica” ya que se trata efectivamente
de gobernar a los seres vivos y de normalizar la vida. Sin embargo, ya
es posible percibir cierta simpatía de Foucault por esa “crítica de la
gubernamentalidad” que da su originalidad al liberalismo. Así, en
el resumen del curso de ese año, Foucault no duda en describir el
liberalismo bajo la apariencia de una crítica global y radical del poder
que se ejerce sobre los gobernados:

Más que una doctrina más o menos coherente, más que una política
a la búsqueda de una serie de metas definidas con mayor o menor pre-
cisión, estaría tentado de ver en el liberalismo una forma de reflexión
crítica sobre la práctica gubernamental.25

Foucault no podría destacar con mayor convicción la convergencia


que aprecia entre el trabajo crítico que él mismo desarrolla y aquél
que sugiere el liberalismo. Ni el uno ni el otro son doctrinas, y com-
parten una perspectiva común: la de ser una crítica de prácticas. Una
convergencia, quizás no tan incongruente como podría creerse para
quien, una vez puesta entre paréntesis la intención genealógica, tiene
en la memoria las alianzas o las confusiones estratégicas histórica-
mente recurrentes, entre las diferentes variaciones ideológicas sobre
el tema del anti-estatismo. Además, coyunturalmente, al final de los
años setenta, Foucault no vacila en atacar la tradición del “socialismo”,
tomando prestado, de la segunda izquierda –paradójicamente–, el can-
to a la vez libertario y realista. Sin embargo, el cuidado, reivindicado
por Foucault, de conducir una reflexión que se dirija a las prácticas
más que a las doctrinas, parece disiparse de manera extraña cuando
se trata de enfrentar el neoliberalismo.
Foucault no duda en subrayar de manera insistente las diferencias
que distinguen al neoliberalismo del liberalismo. En efecto, pone énfasis
en la originalidad del neoliberalismo y protesta contra la representa-
ción ingenua que quisiera que este último fuese nada más que una
especie de retorno y repetición del liberalismo luego del paréntesis
keynesiano. Para destacar esta novedad Foucault necesita demostrar
los límites del liberalismo –es decir, emprender una crítica del libe-
ralismo– y evidenciar el modo en que el neoliberalismo sobrepasa
esos límites. No obstante, la evocación de los dispositivos políticos de

25 Ibídem, p. 327. Edición en español: p. 363.

56
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

control subyacentes queda reservada para el arte liberal de gobernar,


sin que se extienda al neoliberalismo. De este modo, en cuanto al arte
neoliberal de gobernar, el lector deberá en adelante contentarse con
la enunciación de los principios explícitamente reivindicados por
los ordoliberales alemanes –por Hayek–, y luego por los neoliberales
americanos, sin una objetivación de los dispositivos subyacentes de
control. ¿Cómo no adivinar entonces detrás de esta descolorida crítica
una discreta fascinación por un neoliberalismo percibido como una
especie de arte de gobernar, que se podría por fin convertir en un
poder minimalista que se ejercería sobre los gobernados?
En esta línea, en la lección del 7 de febrero, Foucault indica que
la pregunta que orienta el neoliberalismo es la siguiente: “¿Puede el
mercado tener un poder concreto de normalización para el Estado
y para la sociedad?”.26 Esa pregunta no es tan trivial como podría
parecer. En efecto, plantearla ofrece la oportunidad de discernir
entre los liberales y los neoliberales, una diferencia fundamental en
su percepción del mercado: para los liberales, lo esencial del merca-
do reside en el intercambio, mientras que para los neoliberales, lo
esencial se encuentra en la competencia. Eso significa que, según los
liberales, el mercado no debe sufrir ninguna intervención de terceros,
y especialmente, dicha intervención no puede provenir de la autoridad
del Estado. Los pensadores liberales no proponen otra cosa, ya que
piensan que la competencia debe resultar fundamentalmente del
juego natural de los apetitos. Para el ordoliberalismo –primera apa-
rición histórica del neoliberalismo– la competencia no es un “dato”
natural sino una construcción formal, es “un juego formal entre
desigualdades”.27 Por consiguiente, la competencia no es un punto
de partida sino un objetivo. Esta debe ser producida y generalizada
por el Estado. Se trata entonces de poner término a la representación
liberal clásica: “entre una economía de competencia y un Estado (…)
la relación ya no puede ser de delimitación recíproca de dominios
diferentes”.28 En este sentido, para el ordoliberalismo no existe, por
un lado, un mercado que consistiría en un espacio económico cercado
–por el Estado– y abandonado al laissez-faire y, por el otro, un Estado
que ejerce su autoridad sobre todo aquello que escapa al mercado.
El Estado debería, entonces, extender sistemáticamente la compe-

26 Naissance de la biopolitique, op. cit., p. 121. Edición en español: p. 150.


27 Ibídem, p. 124. Edición en español: p. 153.
28 Ibídem, p. 124. Edición en español: p. 154.

57
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

tencia y el mercado y, aún más, organizar todo bajo el modelo de la


competencia: “Es preciso gobernar para el mercado y no gobernar a
causa del mercado”.29
Ahora bien, la distinción entre el liberalismo y el neoliberalismo
no debe buscarse en un rechazo más o menos radical de las inter-
venciones del Estado. Foucault cita la expresión “economía social de
mercado” del ordoliberal Mülle-Armack para afirmar esto. De hecho,
dicha expresión da cuenta de la naturaleza de las relaciones y de los
fines que se establecen entre el Estado y el mercado.
Para que la oposición entre liberales y neoliberales con respecto
a la relación entre el mercado y el Estado se haga evidente, Foucault
explica largamente, en la lección del 14 de febrero, el tema del mono-
polio.30 Para los liberales –al igual que para los marxistas–, el juego
“natural” de la competencia lleva a la formación de monopolios.
Entonces, es ineludible que el Estado intervenga ocasionalmente
para preservar la competencia y evitar la constitución de monopolios
que la aniquilarían, pues abandonada a sí misma, la competencia se
autodestruye. Para los neoliberales, la cuestión se plantearía al revés:
es porque no se deja que la competencia se ejerza libremente que se
fragmenta artificialmente el mercado. Se crea así un proteccionismo
que no es deseado; en efecto, se falsea la competencia pretendiendo
preservarla, y se fabrica de modo artificial el contexto político-
económico que deriva en la emergencia de monopolios nacionales.
De este modo, el monopolio no es el resultado espontáneo de una
competencia abandonada a su libre juego, sino por el contrario, el
producto artificial de la intervención política del Estado sobre el
mercado. De hecho, según los neoliberales, una vez que el mercado
es abandonado a la libre competencia, éste se detiene a sí mismo en
un umbral de concentración óptima antes de llegar a la concentra-
ción monopólica. La eficacia económica necesita la competencia y
no al Estado. El tema del monopolio permite comprender que, en el
liberalismo, el Estado tiene que salvar la competencia construyendo
un cerco de laissez-faire, que el poder estatal garantiza contra cada
amenaza externa –una “intervención”–, o interna –la emergencia de
un monopolio. En el caso del neoliberalismo es la competencia la
que salva al Estado (protegiéndolo de los excesos que son parte de su
inclinación natural) solo si éste acepta regularse enteramente bajo un

29 Ibídem, p. 125. Edición en español: p. 154.


30 Ibídem, pp. 139-142. Edición en español: pp. 163-171.

58
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

único modelo. Tenemos entonces, por una parte, un Estado protector


de la competencia en la economía, y por otra, una competencia que
determina la forma de una sociedad de mercado, frente a la cual el
Estado debe inclinarse y debilitarse, e incluso volverse impotente:
para los liberales se trata de la autoridad vigilante del Estado al lado
del mercado; para los neoliberales, de un Estado sumiso a una única
autoridad, la del mercado.
Lo anterior sería la razón por la cual Foucault sugiere una dis-
tinción muy clara entre el liberalismo y el neoliberalismo: el primer
concepto es una “política económica”, mientras que el segundo es una
“política de sociedad”.31 En efecto, contrariamente al sentido común,
el liberalismo no es un repliegue del Estado del ámbito de la econo-
mía; éste todavía interviene para preservar la competencia y proteger
el mercado. Se trata de poner la competencia al abrigo de aquello
que la amenaza desde el exterior –las intervenciones del Estado–, y
desde el interior, el monopolio. No ocurre lo mismo en el caso del
neoliberalismo, ya que éste trata de llevar hasta el extremo el arte de
gobernar lo menos posible, de modo que sea la competencia la que se
convierta en el modelo general de las prácticas gubernamentales y de
toda la sociedad. El Estado liberal asume entonces un rol protector
para el mercado, y para lograrlo, controla y reglamenta en mayor
o menor medida. Por su parte, el Estado neoliberal se pone bajo la
protección de la competencia, y para ello, reduce su autoridad y su
poder de control y reglamentación: va aún más lejos en la frugalidad
del Estado que evocaban los liberales del siglo XIX. De este modo, el
neoliberalismo lleva al límite el movimiento progresivo de tres siglos
de biopolítica orientada según la lógica de un arte de gobernar cada
vez menos intervencionista, ya sea en la vida de las empresas o en la
de los individuos.
Entonces, ¿en qué consiste aquella política de sociedad característica
del neoliberalismo? Foucault lo explica muy claramente:

Esa multiplicación de la forma “empresa” dentro del cuerpo social


constituye, creo, el objetivo de la política neoliberal. Se trata de hacer
del mercado, de la competencia, y por consiguiente, de la empresa, lo
que podríamos llamar el poder informante de la sociedad.32

31 Ibídem, p. 151. Edición en español: p. 180.


32 Ibídem, p. 154. Edición en español: p. 186.

59
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

En este punto solo cabe valorar la agudeza del análisis de Foucault al


predecir sin errores un futuro cuyas premisas, en su época, todavía no
estaban desarrolladas: privatizaciones, desregulación, financiamiento,
debilitación del Estado de bienestar. En efecto, nuestra época será
testigo del traslado de la noción de empresa desde el registro peyora-
tivo –de una representación que la liga a la idea de explotación y de
sufrimiento–, hacia el registro positivo de un a priori ideológico que
postula que el hombre nace emprendedor, pero que está encadenado
al Estado en todo momento. No obstante, puede sorprender que el
autor de Vigilar y castigar y de La voluntad de saber, renuncie a mirar en
dirección a los dispositivos de control que van a sufrir los individuos
sometidos a los micropoderes de esta generalización de la empresa
en todos los aspectos de la vida social e individual. Incluso, Foucault
justifica abiertamente ese cambio de sociedad puesto que, según él,
lejos de provocar una uniformización bajo la tutela de la mercancía,
va a difundir y garantizar mayor diversidad:

Se trata (…) de alcanzar una sociedad ajustada no a la mercancía


y su uniformidad, sino a la multiplicidad y la diferenciación de las
empresas.33

Foucault recusa por adelantado la denuncia que viene de la


“mercantilización del mundo” y su uniformización, y tendríamos
que hacernos los sordos para no escuchar en esa presentación –que
nunca confronta la apariencia del discurso con la realidad oculta de
los poderes sobre la vida y los vivientes– la fascinación que el mode-
lo neoliberal ejerce sobre él. En ese momento no guarda ninguna
precaución: no podemos leer ninguna objeción a esa promesa de un
futuro emprendedor feliz.
Con la emergencia de esta “sociedad ajustada a la forma de la em-
presa”, entramos en “una sociedad en la que la institución judicial es
el servicio público principal”.34 He aquí otra característica esencial del
neoliberalismo: éste se acompaña de una generalización del Estado
de derecho. Esta evolución constituye para Foucault algo que el mar-
xismo en sí mismo no permite percibir. En efecto, en la clase del 21
de febrero Foucault comienza explicando que para los marxistas hay
un solo tipo de capitalismo, el que definen de una manera exclusiva-

33 Ibídem, p. 155. Edición en español: p. 187.


34 Ibídem.

60
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

mente económica. Ahora bien, según los neoliberales, existen varias


formas de capitalismo, que pueden ser distinguidas no solo desde el
punto de vista económico, sino también desde el derecho: las diversas
instituciones jurídicas distinguen capitalismos diferentes. En este
punto Foucault vuelve a la oposición entre Estado policial y Estado de
derecho: el primero confunde los actos de la soberanía –lo que atañe
a la ley–, con las medidas administrativas –locales y coyunturales. Es,
precisamente, esta confusión aquello que deshace el Estado de derecho,
ya que permite que los ciudadanos tengan, en nombre de la ley, recur-
sos contra las medidas administrativas del poder público, lo que sería
imposible en un Estado policial. A partir de este punto, la renovación
contemporánea del capitalismo por el neoliberalismo adquiere todo su
sentido: “introducir los principios generales del Estado de derecho en la
legislación económica”.35 Por consiguiente, la originalidad del neolibe-
ralismo ya no es de naturaleza económica, sino de naturaleza jurídica.
Corresponde necesariamente a un “progreso” para los individuos ya
que aporta, no un endurecimiento de las condiciones de explotación
–percepción del unilateralismo económico marxista–, sino recursos en
contra de los dispositivos de control del poder de Estado.
Así, el neoliberalismo se constituye como una profunda mutación
en el arte de gobernar. En efecto, mientras el liberalismo asociaba
libertad económica y control social: “Libertad económica (…) y téc-
nicas disciplinarias: también aquí las dos cosas están perfectamente
ligadas”,36 es este vínculo el que deshace el neoliberalismo y es, ade-
más, lo que eleva al ordoliberalismo al rango de ruptura capital en la
historia del capitalismo:

Creo que allí no tenemos simplemente la consecuencia lisa y llana


y la proyección en una ideología, o en una teoría económica, o en una
elección política, de las crisis actuales del capitalismo. Me parece que lo
que vemos nacer es, por un período tal vez breve o tal vez un poco más
largo, algo así como un nuevo arte de gobernar, o en todo caso cierta
renovación del arte liberal de gobernar.37

Este resumen neutro, desapasionado, constatativo del arribo de la


gubernamentalidad neoliberal, está precedido por un largo alegato

35 Ibídem, p. 176. Edición en español: p. 205.


36 Ibídem, p. 68. Edición en español: p. 88.
37 Ibidem, pp. 181-182. Edición en español: p. 213.

61
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

a favor de una renovación anti-intervencionista del capitalismo


(alegato que multiplica las referencias a El camino de la servidum-
bre, de Hayek). Podríamos titular sobriamente las páginas 176 a
17938 del curso de 1978-79 como “Otro capitalismo es posible”. Lo
sorprendente es el hecho de que Foucault no manifieste preocu-
pación respecto a los probables estragos sociales –desempleo,
desigualdades, pobreza, etcétera– que podemos temer de esta
completa expulsión del Estado de la regulación económica y social,
en favor del mercado y la libre competencia. Si bien se menciona el
carácter socialmente destructor de una política neoliberal, éste se
encuentra compensado por la esperanza abstracta de una terapia
por la competencia.

Una política social privatizada para gobernar lo menos posible


Los neoliberales defienden una no-intervención estricta del Estado
en la economía. Ello inspira, por principio, una desconfianza hacia
cualquier política social que dependa de la intervención estatal, ya
que podría deformar el libre juego de la competencia y su eficacia
óptima. La economía “social de mercado” de los ordoliberales se verá
entonces obligada a tomar una forma paradójica: el Estado neoliberal
puede contar con una política social, pero esta política debe tener
la ambición de no deformar el libre juego de la competencia y de
no trabar la propagación del modelo de empresa.
Ahora bien, esto no significa que haya que intervenir directamen-
te sobre el desempleo, ya que “Lo que debe salvarse, y salvarse en
primer lugar y ante todo, es la estabilidad de los precios”.39 Foucault
atribuye a Röpke este devastador comentario, que no obstante es falso:
¿Qué es el desocupado? No es un discapacitado económico. El
desocupado no es una víctima social. ¿Qué es? Un trabajador en
tránsito. Un trabajador en tránsito entre una actividad no rentable
y una actividad más rentable.40
Apoyándose en otro pasaje imaginario –también atribuido a
Röpke–, Foucault precisa los contornos del ajuste de la política social
al formato de la competencia: ella no debe aspirar a compensar los
efectos sociales de los procesos económicos, y “no puede fijarse la
igualación como objetivo”.41 Esa síntesis del ordoliberalismo alemán

38 Edición en español: pp. 204-210.


39 Ibídem, p. 145. Edición en español: p. 171.
40 Ibídem.
41 Ibídem, p. 148. Edición en español: p. 176.

62
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

desemboca en la enunciación de orientaciones técnicas que debería


dar una política social neoliberal:

[La] política social deberá ser una política cuyo instrumento no será
la transferencia de una parte de los ingresos de un sector a otro, sino la
capitalización más generalizada posible para todas las clases sociales,
cuyo instrumento será el seguro individual y mutuo y, por último, la
propiedad privada.42

La descripción de lo que debiera ser dicha política “social” en un


régimen neoliberal acaba naturalmente por una predicción de Fou-
cault. “Esa es la línea de pendiente: la política social privatizada”.43
En este punto es difícil separar lo que debe atribuirse a Foucault y
lo que solo sería una paráfrasis inocente y distanciada. Parece que,
presentada así, esta política social debiera ser un pasaje obligatorio
para gobernar lo menos posible y para la extensión del Estado de
derecho, como si la crítica neoliberal de la gubernamentalidad no
pudiera evitar una “liberalización” de la protección social.
Globalmente la relación entre el Estado y la sociedad deberá ser
guiada por un principio simple y brutal: “el gobierno neoliberal (…)
tampoco tiene que corregir los efectos destructivos del mercado
sobre la sociedad”.44 Y esto tiene una buena razón, pues son los “me-
canismos competitivos” los que deben “tener el papel de regulador”.
En ese punto, Foucault concede que pueden existir efectos negativos
en el neoliberalismo. Sin embargo, no expresa ninguna reserva ante
el remedio heroico que proponen los neoliberales: la competencia
generalizada. Si bien Foucault toma en cuenta la existencia de daños
colaterales que acompañan esa terapia, no les opone ninguna objeción
(y hará comprensible por qué hay que “pasar por esta etapa” cuando
aluda a la alternativa característica del fin del siglo XX).
Hay que reconocer en Foucault una suerte de inteligencia anticipa-
toria –poco común al final de los años 1970– de lo que realmente iba a
producirse después. No obstante, el lector actual puede sorprenderse
de no escuchar al inventor del concepto de biopolítica examinar los
dispositivos de control y las tecnologías de poder que acompañan
necesariamente esta sumisión de la sociedad bajo la tutela del mer-

42 Ibídem, p. 149. Edición en español: p. 177.


43 Ibídem, p. 150. Edición en español: p. 179.
44 Ibídem, p. 151. Edición en español: p. 179.

63
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

cado. A su vez, resulta vano buscar alguna alusión a lo que semejante


dispositivo de normalización de la política social va a provocar, ne-
cesariamente, en los sujetos –en ambos sentidos del término–, de las
resistencias y las luchas. No hay ninguna evocación de las “prácticas”
de aquellos sujetos sometidos y constituidos por una fuerte obligación
de competencia; no hay ninguna preocupación por pensar aquello que
podría ser resistido, o lo que podría desviarse de aquellos dispositivos
neoliberales. Incluso, veremos que Foucault desacredita por principio
la crítica de Marcuse en El hombre unidimensional, o la de Debord en
La sociedad del espectáculo.
¿Qué podemos opinar de esto? Hay al menos dos preguntas que se
nos presentan: Foucault, en virtud del principio liberador de “gobernar
lo menos posible”, ¿no se habrá convencido de la necesidad de renovar
–¿o “revolucionar”? – la política económica y social del capitalismo
enfermo para regularla solamente por la competencia? Y, –lo que es
sin duda más importante para nosotros que conocemos los efectos
alienantes y destructores de treinta años de esta política neoliberal:
¿cómo puede acogerse como una herramienta de resistencia esta
atenta lectura foucaultiana de la doctrina neoliberal?

De la contradicción principal
La idea de una renovación del capitalismo lleva a desplazar la “con-
tradicción principal” interna al capitalismo y a su historia. Foucault
sigue el razonamiento de Hayek y sustituye la división capitalismo/
socialismo por una división Estado totalitario/ Estado liberal. Sin em-
bargo, agrega a esta división un matiz personal importante, también
adherido al esquema general de Hayek. En efecto, desde el principio
de su obra El camino de la servidumbre, Hayek explica que todas las
formas de intervencionismo estatal deben ser metidas en el mismo
saco: desde el comunismo hasta el fascismo pasando por las diversas
variedades de socialismo, de Keynes o Beveridge; cada vez que el
Estado interviene, se toma un camino peligroso que lleva fatalmente
a la eliminación de las libertades individuales y al totalitarismo.45
Foucault toma como propia esa manera de desplazar la “con-
tradicción principal”, pero va a agregarle un toque “foucaultiano”
específico. En efecto, la lógica propuesta por Hayek para distribuir

45 Esta obra se publica en 1944, en plena guerra contra el nazismo. Es entonces


que la política beveridgiana se instala en Inglaterra. Cfr. Hayek, Friedrich
von, El camino de la servidumbre. Madrid: Alianza Editorial, 2005.

64
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

los sistemas políticos que compiten en la Historia del siglo XX, ya fue
ilustrada por el análisis del nazismo propuesto por los ordoliberales
alemanes: ellos ven en el nazismo “un proteccionismo, una economía
dirigida y un crecimiento del poder del Estado”.46 De hecho, tanto
para los ordoliberales como para Hayek, todo se organiza en torno
“al crecimiento indefinido de un poder estatal”.47
No obstante, esta interpretación del nazismo no coincide con la
de Foucault, quien ve en éste, al contrario de los ordoliberales, “la
tentativa más sistemática de debilitar al Estado”.48 El guiño que hay en
la elección de la expresión debilitamiento del Estado está evidentemente
destinado a sugerir un acuerdo y una discrepancia con los neoliberales.
El punto de acuerdo se refiere a colocar comunismo y nazismo en la
misma categoría, mientras que el punto de desacuerdo se refiere a la
supuesta hipertrofia del Estado totalitario.
Foucault vuelve con más detalles sobre este tema en su clase del 7
de marzo, donde indica que el nazismo y el comunismo no son esen-
cialmente un desarrollo del poder del Estado. Más aún, la esencia del
totalitarismo es la sumisión del Estado al aparato del partido:

(…) ese llamado Estado totalitario no es en absoluto la exaltación


del Estado, sino que constituye, por el contrario, una limitación, una
disminución, una subordinación de su autonomía, su especificidad y
su funcionamiento característico. ¿Con respecto a qué? Con respecto a
algo distinto que es el partido.49

El Estado totalitario correspondería entonces a una “disminu-


ción de la gubernamentalidad de Estado por obra de la guberna-
mentalidad de partido”. 50 ¿Quiere decir esto que el militante del
Grupo de Información sobre las Prisiones se convirtió súbitamente a
la concepción de un Estado neutro y protector? No exactamente,
ya podemos adivinarlo. En este sentido, es posible resumir todo el
análisis en dos ideas:
1. A finales del siglo XIX, la gubernamentalidad evoluciona por una
inversión de la dinámica histórica conocida desde la Edad Media:
mientras el poder Estatal hasta entonces había aumentado, a partir

46 Naissance de la biopolitique, op. cit., p. 118. Edición en español: p. 146.


47 Ibídem.
48 Ibídem, p. 115. Edición en español: p. 142.
49 Ibidem, p. 196. Edición en español: p. 224.
50 Ibidem, p. 197. Edición en español: p. 224.

65
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

de ese momento entra en una fase –todavía actual– de retroceso


y de regresión.
2. El decrecimiento histórico del Estado toma entonces dos formas
totalmente contradictorias, por una parte, la del Estado totalitario
–donde un único partido domina y somete al Estado–, y por otra,
el Estado liberal, caracterizado por el “gobernar lo menos posible”,
que se logra con el neoliberalismo.
Por consiguiente, la historia de la biopolítica y de la gubernamen-
talidad nos coloca hoy en día frente a una alterativa simple y brutal:
Estado totalitario o Estado liberal. Y formulada de esta manera, no
existe una verdadera posibilidad de elección. Foucault mismo se encargó
de cerrar la puerta a una tercera opción, la de una salida “por arriba”
de esa opción inexistente: él ironiza sobre la “invariante anti-liberal”
que vincula los regímenes totalitarios, y no duda en estigmatizar la
inconsistencia del socialismo:

Pero creo que no hay gubernamentalidad socialista autónoma. No


hay racionalidad gubernamental del socialismo. De hecho, el socialismo
–y la historia lo ha demostrado– solo puede llevarse a la práctica si se
lo conecta con diversos tipos de gubernamentalidad.51

Así, el socialismo estaría condenado a optar, o bien por la guber-


namentalidad liberal, o bien por la gubernamentalidad totalitaria. Se
entiende entonces fácilmente en qué consiste la opción de Foucault, y
el porqué adhiere de esa manera, sin ninguna reserva o prevención,
a la deriva neoliberal, deseada y fomentada por lo que se llamaba en-
tonces, la “segunda izquierda”. Por arriba del enfrentamiento histórico
y arcaico entre una izquierda intervencionista –ligada a la idea de
igualdad y de derechos sociales–, y una derecha anti-intervencionista
–ligada a la libertad y la competencia–, los neoliberales de ambas
orillas podrían en adelante tenderse la mano. El arte de gobernar
superaba la lucha de clases.

La extensión de la competencia y no de la mercancía (o la


liquidación de la crítica anticapitalista del proyecto neoliberal)
En línea con la ambición de hacer que el socialismo adhiera al
neoliberalismo, Foucault ajusta enérgicamente cuentas con el pen-
samiento crítico anticapitalista de los años 1960-1970. Según él, los

51 Ibídem, p. 93. Edición en español: p. 118.

66
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

marxistas necesariamente se equivocan porque oponen ingenuamente


socialismo y capitalismo, puesto que solo ven en el capitalismo una
formación económica uniforme –basada sobre la propiedad privada y
los medios de producción–, y no distinguen la diversidad de sus formas
jurídicas tan determinantes en el arte de gobernar y las existencias
individuales. Esa perspectiva errónea los conduciría, precisamente,
a dirigirse hacia la servidumbre y nos coloca irremediablemente en
el camino del Estado totalitario.
En esta línea, las teorías críticas del capitalismo que no se inspiran
directa y exclusivamente en el marxismo, son también hechas trizas.
Todas ellas reposan, de una u otra manera, en la idea de que la ex-
tensión del mercado y de la competencia produce una mercantiliza-
ción –la extensión de la mercancía– que uniformiza: es justamente
en la denuncia de esta uniformización de donde parte la crítica de
El hombre unidimensional de Marcuse. Pero es también, en esta misma
estigmatización ilusoria de la extensión de la mercancía, que se cons-
truye la crítica de La sociedad del espectáculo de Debord. Ahora bien,
según Foucault, estos trabajos se basan en un prejuicio erróneo, ya
que el neoliberalismo no es una extensión de la mercancía sino de
la competencia:

En otras palabras, ¿la cuestión, en ese arte neoliberal de gobierno,


pasa por la normalización y el disciplinamiento de la sociedad a partir
del valor y de la forma mercantiles? (…) No creo, en verdad. No es la
sociedad mercantil la que está en juego en ese nuevo arte de gobernar.
(…) La sociedad regulada según el mercado en la que piensan los neoli-
berales es una sociedad en la cual el principio regulador no debe ser tanto
el intercambio de mercancías como los mecanismos de la competencia
(…) Es decir que lo que se procura obtener no es una sociedad sometida
al efecto mercancía, sino una sociedad sometida a la dinámica compe-
titiva. No una sociedad de supermercado: una sociedad de empresa.52

Al leer este extracto, es posible entender que Foucault recusa


de antemano todos los discursos, pasados, actuales y futuros, que
denuncian la “mercantilización”. Y sorprende que los discursos críti-
cos actuales de la globalización liberal busquen en él un inspirador
teórico: “el mundo no es una mercancía” es un eslogan que, sin
duda, nunca hubiera obtenido la adhesión de Foucault, puesto que

52 Ibídem, p. 152. Edición en español: pp. 181-182.

67
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

articula una asimilación del neoliberalismo con una extensión de


la mercancía. No obstante puede que exista algo más esencial que
esta polémica: ¿por qué Foucault no sigue con su trabajo de análisis
de la biopolítica interrogando ese arte neoliberal de gobernar que
normaliza y disciplina la sociedad a partir del valor y de la forma de
la competencia? No basta con rehuir las críticas de la normalización
del mercado; habría que considerar la normalización de la compe-
tencia, sus formas, sus efectos, sus redes de poder, sus discursos de
verdad: discursos que son los del neoliberalismo a los que Foucault
vuelve en su curso del año 1978-79. Pero Foucault se calla, como si
con la extensión de la competencia no hubiera más normalización de
la sociedad y de los individuos. Supongamos que sea el caso, todavía
quedaría –¡y no es poco!– explicar por qué el liberalismo tendría el
extraordinario privilegio de iniciar una ruptura tan importante en
la continuidad de la biopolítica desde que ella apareció. Ahora bien,
semejante cosa no existe en el discurso de Foucault.
Es posible asombrarse también, simplemente, de ver que se opo-
ne tan perentoriamente la lógica de la competencia y la extensión
de la mercancía: si la competencia penetra todos los sectores de la
vida social, ¿no es decir que lo que ayer estaba protegido de la lógica
mercantil –el servicio público–, mañana ya no lo estará? ¿Cómo se
puede explicar la obcecación de Foucault frente a la convergencia
lógica entre la puesta en competencia y la mercantilización, de otra
forma que no sea por una prevención contra cualquier crítica al
capitalismo y por una adhesión al neoliberalismo? Esa prevención y
esa adhesión son, por lo demás, coherentes con la alternativa entre
Estado totalitario y Estado liberal. Y, lo que es bastante inoportuno,
es que la historia que hemos vivido –pero que Foucault no vivió– nos
enseña que, concretamente, no existe una diferencia significativa en-
tre una lógica mercantil y una lógica de competencia. Y, sobre todo,
nuestra experiencia de treinta años de política neoliberal nos obliga a
constatar que esta lógica de dominación por el mercado tiene dispo-
sitivos disciplinarios y normalizadores, y que no puede prescindir de
discursos normalizadores; autonomía del individuo, substitución del
contrato a la ley, etcétera. Esperaríamos, por ejemplo, que el autor de
Vigilar y castigar, se inquietara por la política de seguridad que parece
acompañar el debilitamiento del Estado social. Sin embargo Foucault
se satisface con la fuerza crítica que atribuye al arte neoliberal de go-
bernar. Como si este arte de gobernar fuera un discurso que pudiera
prescindir del poder; representación que difícilmente “pasa” para el

68
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

lector que hasta ahora ha seguido a Foucault en su elaboración y usos


del concepto de gubernamentalidad.

Una extraña imprecisión en las fuentes


Queda un último aspecto abrumador por evocar: la manera en la
que Foucault trabaja durante el curso del 1978-79. Una lectura atenta
del abundante y riguroso aparato crítico que acompaña la publicación
de este curso permite señalar al menos dos problemas inquietantes e
inhabituales en las reflexiones dedicadas al ordoliberalismo. En primer
lugar, existen numerosos y sistemáticos extractos que pertenecen a
una única tesis de doctorado. Durante la clase del 14 de febrero, las
notas señalan no menos de catorce extractos de la tesis de F. Bilger,
El pensamiento económico liberal de la Alemania contemporánea (1964). Las
demás lecciones dedicadas al ordoliberalismo también multiplican las
referencias a este trabajo universitario. Se trata, evidentemente, de la
principal fuente de información de Foucault, y en tanto tal, de una
información “indirecta”. Los extractos del texto de la tesis parecen
haber sido sistemáticamente omitidos, no obstante se encuentran
señalados con precisión en las notas de fin de capítulo.
Hay algo más extraño aún: esta fuente mayor de inspiración lleva
frecuentemente a Foucault a atribuir erróneamente extractos de esa
tesis a pensadores conocidos y reconocidos como Hayek o Röpke. En
efecto, esas falsas citas parecen abundar y el texto rebosa de aproxi-
maciones. Entonces, ¿cómo explicar que el archivista meticuloso haya
abandonado ese año la preocupación escrupulosa de la búsqueda de
fuentes de información? Este desplazamiento en el método de trabajo
no solo consiste en el “olvido” de analizar los biopoderes y los disposi-
tivos característicos del neoliberalismo, y en satisfacerse con restituir
argumentos explícitos de la literatura neoliberal, sino que también
afecta el tratamiento de las fuentes y el rigor en las referencias. Sería
muy temerario aventurarse en una interpretación de este curioso
relajamiento. No obstante, aquél que lee la totalidad de las notas que
acompañan la publicación del curso no puede más que sorprenderse
por las numerosas imprecisiones y los múltiples errores de atribución
de citas. Es como si Foucault considerase que el neoliberalismo for-
mara un conjunto teórico coherente, al punto que no sería necesario
prestar atención al origen exacto de tal o cual análisis, de tal o cual
argumento. En este sentido, que se trate de uno u otro teórico neo-
liberal, poco importa: éstos se pueden intercambiar al punto que no
es necesario demorarse en eventuales matices. Dichos textos serían

69
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

tan transparentes que no sería útil buscar y descubrir lo no dicho, ni


preocuparse de objetivar los ineludibles 53 del pensamiento neoliberal,
es decir, los conceptos o discursos que obstruyen la vista y esconden
algo de la realidad normalizadora del neoliberalismo.
Dado lo anterior, es posible decir que con el Nacimiento de la
biopolítica, estamos ante un texto engorroso por varias razones. En
principio, si tomamos globalmente el trabajo, pareciera ser que
el análisis se aleja del enfoque desarrollado por Foucault hasta el
momento; es decir, aquel enfoque que aspira a descubrir dispositi-
vos de saber-poder, tecnologías de normalización, mecanismos de
poder o técnicas de sumisión de mentes y cuerpos. Este trabajo ya
no registra los archivos de la Administración, de la Justicia o de la
Policía, sino que opta por la restitución –sin una segunda intención
suspicaz y sin oponer distancia–, del bloque de convicciones de los
pensadores neoliberales. El trabajo de Foucault consiste entonces
en demostrarnos que esas convicciones se inscriben en la línea de la
dinámica histórica de la gubernamentalidad, y que acaban en una
crítica radical de la gubernamentalidad de Estado. Esto es, como si
nos encontráramos con una especie de “fin de la gubernamentali-
dad”. Lo anterior lleva a Foucault a formular algunas orientaciones
de política gubernamental, de las cuales nunca sabremos demasiado
si gozaban de sus simpatías, o atraían su mirada de historiador del
siglo XX. No obstante, globalmente solo quedarían dos opciones
contemporáneas de gubernamentalidad; el socialismo carecería de
originalidad histórica y estaría él mismo condenado a elegir entre
el Estado liberal y el Estado totalitario. No existiría entonces una
gubernamentalidad alternativa, otro mundo posible. Frente a esas
dos opciones –que en definitiva no son más que una–, hay que ren-
dirse ante la evidencia: para evitar que el Estado caiga prisionero
del partido único habrá que aceptar que sea liberado por la com-
petencia. La sociedad debe en consecuencia modelarse en la ética
de la empresa. Y mientras tanto, por parte del Estado, ya no debe
haber ni plan, ni intervención, ni políticas redistributivas.

53 “En el sentido primero de este adjetivo, puesto en vigencia por Foucault, y


que la moda utiliza a contramano para designar lo que hay que haber visto o
leído obligatoriamente si se quiere vivir con su tiempo, pese a que en Fou-
cault este adjetivo designa, por el contrario, lo que lamentablemente nos blo-
quea la vista de otra cosa y hace imposible ir más allá”. Paul Veyne, Foucault,
sa pensée, sa personne. Paris: Albin Michel, 2008, p. 44, note 1.

70
— foucault y el neoliberalismo: ¿una crítica que no pasa? —

Parece entonces audaz y arriesgado hacer como si este curso


fuese considerado naturalmente como un instrumento crítico del
neoliberalismo: son más bien las críticas que ya existen del neoli-
beralismo las que salen nuevamente laminadas de la exposición
de Foucault. Ahora bien, a partir de esto, ¿podemos reinstalar a
Foucault, sin más, en el “campo” de los evangelistas del mercado y
la competencia, y hacer de él un pensador neoliberal entre otros?
Sin duda esto sería quitarle mérito al resto de su obra y al conjunto
de su trabajo teórico. En este sentido, tal vez podríamos considerar
sus herramientas –elaboradas anteriormente en sus análisis de la
biopolítica– para aplicarlas a este curso, con el fin de plantearle una
crítica. Una suerte de Foucault versus Foucault: ¿Por qué no desdo-
blar al propio Foucault para dilucidar un doble discurso sobre la
gubernamentalidad a fines del siglo XX?

71
entre policía y política.
derivas de un concepto filosófico

mariela ávila. idea, usach.

Introducción
En una entrevista del año 2000, publicada en el primer número de
la revista Multitudes 1 que Éric Alliez hace a Jacques Rancière, se inicia
una reflexión en torno a la noción de biopolítica y sus repercusiones
en el ámbito filosófico. La principal línea de diálogo de esta entrevista
se dirige a vislumbrar el lugar que la noción de biopolítica tendría al
interior del propio trabajo de Rancière. Así, la idea del entrevistador,
Alliez, es mostrar un posible nexo entre la reflexión de Rancière sobre
la política, la policía, los sujetos y la biopolítica, tanto en sus inicios
foucaultianos, como en sus posteriores desarrollos teóricos. En este
marco, y como respuesta a las inquisiciones de Alliez, Rancière hace
un rápido recorrido por algunos de los puntos fundamentales de su
propuesta filosófica, como por ejemplo, el lugar de la policía y la po-
lítica en relación a la desigualdad. Es precisamente en este momento
del diálogo donde cobra relevancia el análisis de Rancière sobre la
asignación de las sensibilidades, que es desarrollado en trabajos como
El reparto de lo sensible. Estética y política 2 y El desacuerdo. Política y Filosofía.3
Al explayarse en estas ideas, Rancière delimita conceptualmente el
lugar que ciertas categorías tienen en su obra. Así, y a partir de este

1 Esta es una publicación trimestral de carácter artístico, político y filosófico,


que se realiza en Francia, y cuyo primer número es precisamente el del año
2000, donde se encuentra esta entrevista a Rancière. Uno de sus anteceden-
tes es la revista Futur Antérieur, fundada por Antonio Negri y Jean-Marie Vin-
cent en el año 1990.
2 Rancière Jacques, El reparto de lo sensible. Estética y política, Santiago: LOM edi-
ciones, 2009.
3 Rancière Jacques, El desacuerdo. Política y Filosofía, Buenos Aires: Nueva Vi-
sión, 2007.

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— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

diálogo, muestra que su reflexión en torno a las nociones de policía


y política busca poner en evidencia dos estructuraciones del mundo
común que, sin embargo, presentan diferentes estatutos, reglamenta-
ciones y repartos. Ahora bien, en este punto, es necesario señalar que
para Rancière policía y política no se constituyen como dos modos de
vida que se puedan considerar opuestos, sino que cada una de estas
categorías representa una forma diversa de situarse en el tiempo y en
el espacio ante el reparto de las sensibilidades:

No habrá que olvidarse tampoco que si la política pone en acción


una lógica completamente heterogénea a la de la policía, siempre está
anudada a ésta.4

Entonces, a grandes rasgos podemos decir que mientras, por una


parte, la policía tiende a perpetuar y, por lo tanto, a mantener estática
una forma particular de reparto, por otra, la política se afinca en el
desacuerdo frente a una determinada forma de repartición, y desde
allí, propicia la posibilidad de subvertir ese orden dado de división
de las sensibilidades. A continuación trataremos de clarificar estas
nociones rancierianas, a fin de entender con mayor plenitud la rela-
ción que establece el autor entre su trabajo y la noción de biopolítica
foucaultiana. Nuestro interés se centra, entonces, en evidenciar los
alcances que hace Rancière en esta entrevista, pues creemos, dan
luces para seguir reflexionando desde diversas perspectivas sobre el
trabajo de Foucault en torno a la biopolítica. En efecto, las distancias
conceptuales que asume Rancière respecto del trabajo foucaultiano
iluminan un plexo de relaciones entre conceptos filosóficos que nos
parece interesante mostrar, pues abren nuevos ámbitos analíticos que
ponen en cuestión la noción misma de biopolítica, ejercicio que cree-
mos necesario dadas las derivas por las que atraviesa este concepto.

Policía y política, dos modos de ver el mundo


Como hemos indicado, hay ciertas nociones clave en la reflexión de
Rancière que se convierten en un punto de partida para comprender
su trabajo, pero también, para vislumbrar las posibles uniones –o des-
uniones– respecto a las indagaciones de Foucault, particularmente
en el caso de aquellas referidas a la biopolítica. En este contexto y
para entrar en tema, caracterizaremos rápidamente las nociones de

4 Ibídem, p. 47.

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— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

policía y política a partir de su relación con la igualdad, categoría


cara en el trabajo de Rancière.
De este modo, es posible decir que la tarea de la policía es la de
mantener y estructurar ciertas formas de asignación de lugares,
aptitudes y funciones a una parte o a la totalidad de la comunidad.
En palabras de Rancière: “De este modo, la policía es primeramente
un orden de los cuerpos que define las divisiones de los modos del
hacer, los modos del ser y los modos del decir, que hace que tales
cuerpos sean asignados por sus nombres a tal lugar y a tal tarea (…)”. 5
Este reparto policial, en el que se adopta una forma particular de
desigualdad –incluso en el ámbito de la inteligencia– impediría la
irrupción de nuevas formas de ordenamiento, es decir, nuevas formas
de reparto de lo sensible. Así, la tarea de la policía es la de vigilar y
perpetuar una forma de asignación injusta que se ha generalizado
sobre la población, y que la determina y condiciona en todos sus
ámbitos: “(…) es un orden de lo visible y lo decible, que hace que
tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea
entendida como perteneciente al discurso y tal otra al ruido”.6 Según
Rancière, la policía no aportaría ninguna forma de suplemento a
la vida, al bíos, ya que asume como verdadera cierta asignación de
espacios, tiempos, tareas, en la que algunos sujetos quedan fuera de
la repartición, pues parecen no tener ninguna parte en lo común,
es decir, en la comunidad. Ahora bien, siguiendo la reflexión de
Rancière, podríamos decir que por otro lado, el lugar de la política
es el del litigio, y desde allí, precisamente, es desde donde se puede
llevar a cabo una sospecha sobre la asignación y cristalización de las
reparticiones de lo sensible. La política se centraría, entonces, en
una suerte de desacuerdo sobre las irregularidades y desigualdades
en el reparto que se ha hecho de las sensibilidades al interior de la
comunidad. En palabras de Rancière:

La actividad política es la que desplaza a un cuerpo del lugar que


le estaba asignado o cambia el destino de un lugar; hace ver lo que no
tenía razón para ser visto, hace escuchar un discurso allí donde solo el
ruido tenía lugar (…).7

5 Ibídem, p. 44.
6 Ibídem, pp. 44-45.
7 Ibídem, p. 45.

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— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

En este sentido, la política sería el lugar en donde se podría reconocer


la materialidad y performatividad de aquellos discursos que tienden a
reproducir modos de adecuación de cuerpos, lugares, tiempos y prác-
ticas a una estructura de mundo común. La política tiene, entonces,
como punto de partida la igualdad, y es el momento del desacuerdo
el que evidencia una cuadrícula de lo sensible que desagrega ciertos
cuerpos, dejándolos fuera de la comunidad. Ahora bien, y respecto a
la noción de igualdad, es necesario indicar que,

(…) no es un dato que la política aplica, una esencia que encarna


la ley ni una meta que se propone alcanzar. No es más que una presu-
posición que debe discernirse en las prácticas que la ponen en acción.8

Siendo entonces la igualdad de las inteligencias el punto de partida


de la política, es, a su vez, el lugar de la sospecha de las asignaciones,
pues es “(…) condición absoluta de toda comunicación y de todo orden
social (…)”.9 De esta forma, es la subjetivación política la que tiene la po-
sibilidad de tomar la palabra que le había sido negada, y extenderla a un
nuevo orden de tiempos, espacios, cuerpos y tareas. A modo de ejemplo,
podemos recordar a los obreros del siglo XIX que presenta Rancière
en La noche de los proletarios.10 En efecto, estos sujetos roban tiempo a su
descanso para presentar un reparto de lo sensible diferente, en el que
hacen uso de la palabra que les es negada a partir de su autoinstrucción,
construyendo una forma completamente distinta de asignaciones tem-
porales –pero también espaciales– al ocupar de una manera diversa los
lugares destinados para el trabajo. Así, la noche se extiende, las fábricas
se convierten en imprentas, en lugares de discusión, donde se plantea
otro modo de concebir las asignaciones y el punto de partida es la total
igualdad de las inteligencias. A su vez, este problema de la igualdad de
las inteligencias es analizado por Rancière en la práctica educativa de
Joseph Jacotot,11 quien a partir de la singularidad de la experiencia, da
cuenta de la posibilidad de una emancipación intelectual.
De este modo, Rancière muestra que la política puede ser considerada
como “el conjunto de actos que efectúan una ‘propiedad’ suplementaria,

8 Ibídem, p. 49.
9 Ibídem, p. 51.
10 Rancière, Jacques. La noche de los proletarios. Archivos del sueño obrero. Buenos
Aires: Tinta Limón, 2010.
11 Rancière, Jacques. El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación inte-
lectual. Buenos Aires: Tierra del Sur, 2006.

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— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

una propiedad biológica y antropológica inencontrable: la igualdad


de los seres hablantes”.12 Para comprender esta afirmación con mayor
plenitud, nos retrotraeremos –desde la reflexión de Rancière– a una
suerte de arquetipo del reparto de lo sensible. Dicho arquetipo guarda
una relación directa con lo que podríamos considerar la fundación
antropológica de la política. Este origen antropológico de la política,
que es posible vislumbrar, precisamente, en la Política de Aristóteles,
establece una tajante división entre la voz y la palabra –entre phoné y
logos–, trazando una infranqueable distancia entre animalidad y hu-
manidad. En efecto, a partir de esta separación, la voz –en tanto grito
que solo puede expresar dolor o placer– queda relegada al ámbito
animal, y extendiendo la categoría, a la esfera privada del hogar. Por
su parte, el logos dice relación con la palabra, el concepto y la razón,
elementos prerrogativa absoluta de la humanidad. Así, a partir del
logos los hombres pueden distinguir lo justo de lo injusto, lo bueno de
lo malo, y esa capacidad netamente humana, se expresa en el ámbito
público, donde las personas adquieren su pleno estatuto de humanos.
Es posible ver, entonces, que desde la Política de Aristóteles –conside-
rada una de las obras fundacionales de la política en Occidente– se
asienta una tajante división teórica, pero también práctica, en la que
se coloca al hombre del lado de la palabra y de la razón, y al animal
del lado del grito, sin ninguna posibilidad de un bíos politikós. Ahora
bien, en la reflexión de Rancière este origen antropocéntrico y an-
tropológico de la política es ya una forma de asignación de lugares,
es decir, una forma de reparto de lo sensible. En efecto, los espacios,
los tiempos y las tareas se asignan de diferentes maneras al interior
de la comunidad, generando diversos modos de vida, entre los cuales,
algunos son considerados más humanos que otros. En este sentido,
el análisis de Rancière se dirige a mostrar cómo, desde el momento
fundacional de la política en Occidente, se hace presente el litigio
entre policía y política. Pareciera que este momento primero y fun-
dador, que cimienta con argumentos tranquilizadores el reinado del
hombre como dueño del logos sobre el resto del mundo, es solo un
modo de dividir y de repartir lo sensible. Podríamos pensar entonces,
que este momento fundacional no se constituye en un fundamento,
sino en “el punto fundamental y permanente del litigio que separa
la política de la policía”.112 Así, ante la primigenia separación entre

12 Rancière, Jacques. “¿Biopolítica o política? ”. En: El tiempo de la igualdad. Diálo-


gos sobre política y estética. Barcelona: Herder, 2011, p. 123.

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— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

logos y phoné, estaríamos, simplemente, ante una forma de reparto de


lo sensible, que genera una estructura de mundo común que parece
haberse perpetuado por varios siglos, y que ha cimentado las bases
de múltiples desarrollos filosóficos, sobre todo en el orden de la bio-
política. La división entre phoné y logos al interior de la comunidad,
ha propiciado también una división al interior del sujeto, escindiendo
su parte “natural” de su parte “política”. La reconocida separación
entre zoé y bíos de los griegos va en esta línea, pues en este particular
y fundador reparto de lo sensible, hay, por un lado, una vida animal
y privada que está desde siempre designada en los límites del hogar,
mientras que por otro lado, existe una vida política que se asienta en
el ámbito de lo público donde debe permanecer aséptica de la phoné
y sus consecuencias. Remarquemos también otra de las consecuencias
de este reparto de lo sensible, que genera, a su vez, un reparto entre
los hombres, ya que solo algunos son los destinados al logos, pues
solo algunos de ellos parecen ser los dueños de la palabra y del bíos
politikós. En esta línea de análisis, la repartición original de lo político
entre phoné y logos se constituye como el lugar del agravio, pues pone
en evidencia una repartición muy poco igualitaria de lo sensible.
Dicho modo de asignación ha tenido diversas consecuencias, y allí la
policía ha jugado un papel primordial, pues ha dirigido sus fuerzas
a mantenerla y perpetuarla. Al mismo tiempo, y de manera no nece-
sariamente opuesta, la tarea de la política ha sido la de quebrar un
reparto marcadamente desigual, que niega a un sector de la población
la posibilidad de tener parte en la comunidad, pero también, en sus
puntos más álgidos, la prerrogativa de integrar la “humanidad”.
Dado lo anterior, creemos que la reflexión de Rancière se dirige
a poner en entredicho, o al menos a sospechar, de ese momento fun-
dacional de la política en Occidente, y mostrar que allí ya habita el
litigio entre dos formas diferentes de repartición de las sensibilidades,
que en última instancia, configuran sujetos, saberes y discursos. Pues,
en efecto, el reparto de lo sensible se asienta en discursos que son, a
su vez, performativos. No es posible olvidar la performatividad del
lenguaje, a partir de la que se construyen prácticas, saberes, pero
también, subjetividades. Y es esta performatividad, precisamente, la
que puede generar discursos opresivos, o policiales, pero también
discursos emancipadores que den lugar a nuevas prácticas políticas.
Así, el lugar de la política en tanto práctica posible, sería el del des-
acuerdo, un desacuerdo que dice relación con las formas de reparto
y las consecuencias que de estos modos de división se desprenden. En

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— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

este contexto, son los sujetos quienes puede generar discursos emanci-
patorios que sitúen bajo sospecha la repartición de las sensibilidades;
precisamente, a partir de la subjetivación política, se pone en entredi-
cho el presente y se busca configurar otros modos de dividir lo común.
Es por esto que Rancière considera la política como un suplemento
del bíos, ya que tiene la capacidad de mostrar la desigualdad que ha
producido su particular configuración y de pensar nuevas formas de
reparto. En efecto, si la política es el lugar del litigio y del desacuerdo, el
sujeto político es quien puede pensar otros modos de asignación, pero
esta vez, asumiendo la igualdad como punto de partida. Es este sujeto
político el que es capaz de reconocer como artificioso y artificial cierto
modo de imposición de un reparto de lo sensible que la policía trata de
conservar, haciéndolo pasar, en muchos casos, por un orden natural y
validado de visibilización o invisibilización de los cuerpos. La tarea del
sujeto que toma la palabra política a partir de su subjetivación, es la de
sospechar de las invisibilizaciones, de quebrar su tendencia a la eterni-
dad, y dar parte en el nuevo reparto a los que no tienen ninguna parte
en la comunidad. Esta tarea implica hacer visible lo invisibilizado, hacer
audible lo enmudecido, hacer presente lo ausente que ha dejado tras
de sí un reparto desigual de lo común, pues, en efecto, la desigualdad
policial sume los cuerpos, las palabras y las prácticas de aquellos que
en la asignación de las sensibilidades parecen haber quedado fuera del
espacio y del tiempo, es decir, en la oscuridad de la negación.

¿Y qué sucede con la biopolítica?


Para introducir el problema diremos que: “(...) habría que ha-
blar de ‘biopolítica’ para designar lo que hace entrar a la vida y sus
mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al
saber-poder en un agente de transformación de la vida humana (...)”.13
En esta aproximación al término, Foucault da cuenta del modo en
que la vida entra en relación al ámbito político, en tanto elemento
de cálculos y regulaciones del dispositivo saber-poder. La vida se
constituye así como fundamento de lo político, ya que se despliegan
regulaciones y tecnologías sobre la población a fin de administrar-
la. Se percibe a su vez en este pequeño extracto la aparición de la
categoría de transformación, que da cuenta de un movimiento que,
si bien no está explicitado, guardaría relación con la posibilidad de

13 Foucault, Michel. La voluntad de saber. Historia de la sexualidad. Buenos Aires:


Siglo XXI, 2003, p. 173.

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— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

subjetivación. En esta línea de reflexión, y al ser interrogado por el


lugar que ocupa la biopolítica al interior de sus indagaciones sobre
la filosofía política en general –y sobre el reparto de lo sensible en
particular–, Rancière parece no situar su trabajo en el mismo do-
minio de análisis que Foucault, no de manera plena al menos. Esta
distancia estaría dada, en principio, por el estatuto de los objetos
de reflexión foucaultianos de los que se deriva su producción inte-
lectual en torno a la biopolítica, ya que, según Rancière, el análisis
de Foucault se enmarcaría dentro del esquema policiaco. Si nos
atenemos a los cuerpos, las poblaciones y los discursos en relación
al poder como materia de indagación foucaultiana, vemos que para
Rancière, estos análisis se circunscriben ya dentro de un reparto
determinado de lo sensible, que sería policial. De este modo, según
Rancière, las indagaciones biopolíticas desarrolladas por Foucault
no estarían situadas dentro de una estructuración política, sino
dentro de un esquema policial, que ante la ausencia del suplemento
político, asigna roles y funciones a los cuerpos y a las poblaciones a
partir de sus relaciones con el poder. Es decir, el trabajo de Foucault
desde la perspectiva rancieriana sería meramente descriptivo de las
relaciones de poder. Y avanzando aún más en esta hipótesis, Rancière
afirma que Foucault no parece haberse interesado por los modos
de asignar un suplemento al bíos, es decir, por una subjetividad po-
lítica como el modo de pensar otras posibles formas de reparto de
lo sensible. Aún vislumbrando la posible distinción entre biopoder
y biopolítica –que por lo demás le resulta confusa–, Rancière sitúa
el pensamiento de Foucault del lado de la policía, y le arroga la im-
posibilidad de hacerse cargo de lo que él considera la subjetivación
política en tanto litigante, al menos desde una perspectiva teórica.
Si para Rancière el lugar de la política es el del desacuerdo, esto
no puede ser tan claramente observado en el trabajo de Foucault,
donde más que vislumbrarse litigios políticos, desde la perspectiva
rancieriana, solo se abren dominios de análisis en los que el autor
pone en evidencia modos de ser, formas de objetivación y de subjeti-
vación, en los que la sensibilidad ya ha sido repartida. La intención
de Foucault no sería entonces, para Rancière, la de mostrar modos de
prácticas políticas, sino solo analizar las formas en que se estructura
el presente desde su pasado, y cómo prácticas y discursos, a partir
de su relación con el poder, inciden en las subjetividades. En esta
línea, Rancière ve en el análisis de Foucault una suerte de clarifica-
ción de prácticas policiacas que evidencian modos de reparto de lo

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— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

sensible divergentes del auténtico litigio y desacuerdo, es decir, de la


política. Así, para Rancière, la tarea de Foucault sería la de mostrar los
modos en que se constituye la realidad histórica –incluso de un modo
genealógico a partir de sus rupturas– pero de ninguna manera la de
situarse en el lugar del desacuerdo y la posibilidad de llevar a cabo
una subjetivación política que reconfigure el mundo dado. Siguiendo
con la reflexión, Rancière separa el análisis foucaultiano del poder
en relación a la vida, de la disposición originaria del hombre como
animal naturalmente político. En este sentido, dice:

]L]a idea de sujeto político, de la política como modo de vida que


desarrolla una disposición natural característica de una especie viviente
singular, no puede asimilarse a lo que analiza Foucault: los cuerpos y
las poblaciones como objeto de poder”.14

El trabajo de Foucault, para Rancière, se aleja de la reflexión que


ve en un momento fundacional una división al interior de la vida. Por
el contrario, para él, el análisis de Foucault parece alejarse de toda
asignación naturalista, ya que da cuenta de las relaciones de poder
presentes tanto en los cuerpos individuales, como en las regulaciones
que se producen sobre las poblaciones. No obstante, esto no basta
para situar al pensamiento biopolítico foucaultiano del lado de la
política, pues aunque esté separado del naturalismo, no despliega
una verdadera subjetivación emancipatoria. Creemos que la ubicación
del análisis foucaultiano que hace Rancière en un dominio policial
implica, en principio, una delimitación de ámbitos de análisis. Pues
como hemos visto, según Rancière, el trabajo de Foucault busca vis-
lumbrar las prácticas y discursos que cimentan y emanan de la relación
del poder con los sujetos, lo que implicaría ya una reflexión situada
en una cuadrícula particular, que sería una asignación del reparto
de las sensibilidades. Este reparto en tanto tal, para Rancière sería
policial, y en esa asignación se desplegaría el trabajo foucaultiano,
cuya tendencia sería mostrar un determinado orden de tiempos y
espacios, analizarlo, evidenciarlo, exponer sus ramificaciones, develar
sus efectos, pero en ningún caso hacerse cargo de una subjetividad
política o erigir un momento litigante y emancipatorio sobre tal.

14 Rancière, Jacques. ¿Biopolítica o política?, op. cit., p. 123.

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— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

El problema de la subjetivación política


Tal como hemos indicado, Rancière sitúa la reflexión foucaultiana
sobre la biopolítica en un ámbito policial, pues esta sería un análisis
sobre lo ya dado, y en este sentido, se alejaría del desacuerdo subjetivo
que supone la política –que implicaría hacer evidente que la división de
lo sensible es desigual y que su proyección invisibiliza y deja sin parte
a ciertos sujetos al interior de la comunidad. La política para Ranciè-
re es, entonces, una tarea que no se agota en el diagnóstico, pues la
subjetivación política tiene que ver precisamente con el desacuerdo,
y con la reasignación de las sensibilidades desigualmente otorgadas a
los cuerpos. En efecto, “La política es asunto de sujetos, o más bien de
modos de subjetivación”15 y en este sentido, el punto de confluencia de
la reflexión rancieriana sobre la política desemboca necesariamente
en una práctica, pero no en cualquier práctica, sino en una subjetiva
e individual, de carácter subversivo y emancipador. Ahora bien, para
clarificar esta afirmación, es necesario vislumbrar que:

Por subjetivación se entenderá la producción mediante una serie


de actos de una instancia y una capacidad de enunciación que no eran
identificables en un campo de experiencia dado, cuya identificación, por lo
tanto, corre pareja con la nueva representación del campo de la experiencia.16

Es decir, que la subjetivación implica una reordenación de la asig-


nación dada, una nueva forma de estructurar lo sensible a partir de los
discursos que emergen de esta experiencia. En este punto nos parece
interesante notar que el análisis de Rancière sobre la policía y la política
no puede ser pensado por fuera de los márgenes del poder. En efecto,
en el reparto de lo sensible policial, en el que se invisibilizan ciertos
cuerpos, es posible ver prácticas y tecnologías de poder. Incluso, esto
puede ampliarse al momento del desacuerdo, en el que operaría una
suerte de visibilización de lo invisibilizado, que implica una inadecuación
a un determinado reparto, con un carácter de resistencia disidente.
No obstante, esto no implica que la reflexión rancieriana inscriba la
práctica policial dentro de la institucionalidad, ya que para el autor,
la policía no tiene que ver con un aparato represivo institucional, sino
con el modo en que se distribuyen lugares y propiedades desiguales.
Sobre esto dice Rancière:

15 Rancière, Jacques. El desacuerdo. Política y Filosofía, op. cit., p. 52.


16 Ibídem.

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— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Sin embargo, no identifico a la policía con lo que se designa con el


nombre de ‘aparato de Estado’. La noción de aparato de Estado, en efecto,
está atrapada en el supuesto de una oposición entre Estado y sociedad
donde el primero es representado como la máquina, el ‘monstruo frío’
que impone la rigidez de su orden a la vida de la segunda.17

La policía no tiene que ver entonces con la represión estatal, sino


con el modo en que los cuerpos son agregados o desagregados en el
ámbito de lo común. En todo caso, al hablar de un cuerpo inscrito en
un esquema policial o político, Rancière no alude al cuerpo en sentido
foucaultiano, ya que, según él,”el cuerpo al que se refiere la ‘biopolítica’
de Foucault es un cuerpo objeto de poder, un cuerpo localizado en
el reparto policial de los cuerpos y de las agregaciones de cuerpos.
Ahora bien, esta cuestión no es la cuestión de la política. La cuestión
de la política empieza en el momento en que se trata del estatuto del
sujeto que es apto para ocuparse de la comunidad”.18 Entonces, a la
vez que se distancia de la relación vida-poder que trabaja Foucault
en la biopolítica, deslinda la posibilidad de un verdadero ejercicio
de subjetivación político dentro del esquema foucaultiano, pues,
“La subjetivación política produce una multiplicidad que no estaba
dada en la constitución policial de la comunidad, una multiplicidad
cuya cuenta se postula como contradictoria con la lógica policial”.19
Y esta multiplicidad contradictoria es, precisamente, lo que Rancière
no encuentra en el trabajo de Foucault. A primera vista, podríamos
indicar que este diagnóstico podría ser puesto en duda, pues la no-
ción misma de biopolítica pareciera albergar en sí una posibilidad de
resistencia, y en tanto tal, de emancipación. Y esto más aún, cuando
tenemos en cuenta que para Rancière la emancipación producto de
la subjetivación política es “siempre local y ocasional”, 20 tal como la
resistencia foucaultiana. Sin embargo, para Rancière esto no parece
estar tan claro, pues para él son las categorías de biopolítica y de
biopoder las que cimentan en principio la confusión. Al respecto,
podemos decir que si bien la referencia al biopoder y a la biopolítica,
en principio, parece ser indistinta en el trabajo de Foucault, con el
tiempo se cimenta una distinción que separa la primera de la segun-
da. En efecto, mientras que el biopoder tendría más que ver con el

17 Ibídem, p. 44.
18 Rancière, Jacques. ¿Biopolítica o política?, op. cit., p. 123.
19 Ibídem.
20 Rancière, Jacques. El desacuerdo. Política y Filosofía, op. cit., p. 173.

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— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

poder que administra y regula la vida, la biopolítica se centraría en


la posibilidad de creación y resistencia que brinda ese mismo arte
de gobernar. Ahora bien, la diferencia entre biopoder y biopolítica
no es tan evidente para Rancière, lo que lo lleva a deslegitimar los
numerosos trabajos que tienen como punto de partida este deslinde.
En efecto, Rancière afirma que la noción de biopoder es clara en la
reflexión de Foucault, mientras que la de biopolítica, al contrario,
presenta ciertas confusiones que han derivado en un uso extendido de
esta categoría, que sería ajeno al pensamiento del propio Foucault.21
De este modo, para Rancière, las nociones de biopoder y biopolítica
irían en una misma línea dentro de la reflexión de Foucault, que no
sería para nada la de la subjetivación política:

Si Foucault pudo hablar indiferentemente de biopoder y biopolítica, es


porque su pensamiento de la política se construye en torno a la cuestión
del poder, porque nunca se ha interesado teóricamente por la cuestión
de la subjetivación política.22

En este momento nos permitimos sostener que esta concepción


rancieriana tendría como punto de partida una comprensión estrecha
de la noción de poder en Foucault. Si pensamos el poder como mera-
mente represivo, el esquema policial se hace patente en cada análisis
de Foucault relativo a la biopolítica. Sin embargo, si recordamos que el
poder no solo dice no, sino que produce, y que en tanto tal está anudado
a la resistencia, a la libertad y a la subjetividad, sería posible pensar la
etapa biopolítica de Foucault como una estética de la existencia. La
resistencia no es solo un contrapoder, sino la posibilidad de pensar y

21 Con esta apreciación Rancière se refiere principalmente a Agamben, a quien


acusa de ontologizar la biopolítica a partir de la influencia de Heidegger. En
este sentido, creemos que la crítica de Rancière tiene un fundamento sólido
al mostrar que Agamben introduce una dimensión ontológica al extender la
forma biopolítica a la totalidad de la política en Occidente, haciendo desapa-
recer la inmanencia histórica que presenta el análisis de Foucault. Otro de
los puntos de crítica es la unión de la biopolítica a la noción de soberanía, lo
que contradeciría la reflexión del propio Foucault. Estas referencias pueden
extenderse, en mayor o menor medida, a aquellos otros pensadores, apar-
te de Agamben, que han continuado trabajando en biopolítica, como por
ejemplo Antonio Negri y Roberto Esposito. Véase Negri, Antonio y Hardt,
Michel. Commonwealth. El proyecto de una revolución del común. Madrid: Akal,
2009, p. 74 y ss.
22 Rancière, Jacques. ¿Biopolítica o política?, op. cit., p. 124.

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— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

crear algo nuevo, de salirse de la dicotomía poder-contrapoder para


generar otra opción que sería un modo de subjetivación de carácter
ético. En una entrevista del año 1984, podemos leer lo siguiente:

Es solamente en términos de negación que hemos conceptualizado la


resistencia. Tal como usted la comprende, sin embargo, la resistencia no
es solo una negación: es proceso de creación; crear y recrear, transformar
la situación, participar activamente en los procesos, esto es, resistir.
Foucault responde: Sí, es así como yo definiría las cosas. Decir “no”
constituye la forma mínima de resistencia. Pero, naturalmente, en ciertos
momentos eso es muy importante. Hay que decir no y hacer de ese no
una forma decisiva de resistencia.23

Rancière pareciera no atender entonces a la productividad del


poder en tanto resistencia, pues para él la totalidad del despliegue
filosófico de Foucault en torno a la biopolítica se encuentra dentro
de una asignación policial. Y esto porque, según él, la noción de bio-
poder vendría a dar cuenta de la relación entre vida y poder como un
modo de hacer patente un reparto policial de lo sensible, tanto a nivel
individual como poblacional, todo esto sin un suplemento, es decir,
en un marco policial. La posibilidad de subjetivación política queda
completamente erradicada de este esquema, pues según Rancière,
abordar esto teóricamente no habría sido materia de interés para
Foucault. Ahora bien, creemos que este primer momento de distancia
que emprende Rancière respecto al trabajo de Foucault, y que dice
relación con el problema de la subjetivación política, puede presentar
algunos problemas. En efecto, el hecho de indicar tajantemente que
Foucault no se interesó por la subjetivación política a nivel teórico,
trae aparejados algunos inconvenientes conceptuales. El primero de
ellos tiene que ver con el modo en que el propio Foucault percibe su
trabajo en sus últimos años. Esta referencia se encuentra en un texto
publicado en el año 1983,24 donde dice:

23 Foucault, Michel. Dits et écrits IV, p. 741. Citado por Lazzarato, Maurizio. Du
biopouvoir à la biopolitique. En: Multitudes. Biopolitique et biopouvoir, num. 1,
Paris, 2000, p. 56 (la traducción es nuestra).
24 Este trabajo fue publicado como epílogo a la segunda edición en inglés del
texto Michel Foucault: beyond structuralism and hermeneutics, de Dreyfus y Ra-
binow, editado por Chicago University Press. En español: Dreyfus, Hubert
y Rabinow, Paul. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica.
Buenos Aires: Nueva Visión, 2004.

84
— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

Mi propósito no ha sido analizar el fenómeno del poder, ni tampoco


elaborar los fundamentos de tal análisis, por el contrario mi objetivo ha
sido elaborar una historia de los diferentes modos por los cuales los seres
humanos son constituidos en sujetos (…) Por lo tanto, no es el poder,
sino el sujeto, el tema general de mi investigación.25

Es posible ver de este modo que es el propio Foucault quien acerca


su trabajo al sujeto, y sobre todo a partir de sus reflexiones sobre la
sexualidad, se preocupa expresamente por la subjetivación, es decir,
por “los modos por los cuales los seres humanos son constituidos en
sujetos”.26 Rancière reconoce que en esta etapa de Foucault hay un
claro despliegue de la subjetividad, pero lo atribuye solo al ámbito de la
sexualidad en relación al poder, lo que lo lleva, una vez más, a pensar
el trabajo de Foucault inmerso en un reparto policial de lo sensible.
No obstante, hay que tener en cuenta que la reflexión sobre el poder
en Foucault es esencial para comprender la subjetivación, pues da
cuenta del modo en que los sujetos se relacionan y resisten al poder, y
no solo en el ámbito de la sexualidad, sino en todos los demás. Según
Etienne Tassin,27 el trabajo de Foucault sobre la subjetivación atraviesa
dos momentos que es posible diferenciar. El primero de ellos vinculado
a las relaciones de poder y los modos de sujeción que se instauran al
interior de los sujetos. En este primer momento, la subjetividad esta-
ría unida a los modos de dominación y vigilancia que constituyen al
sujeto como tal. Ahora bien, es la hipótesis del poder como creador de
resistencias la que daría paso a un segundo momento. Este segundo
momento tiene que ver con la posibilidad con que cuentan los sujetos
de autotransformarse a partir de su actuar. Esta reflexión está inserta
en el marco de la sexualidad, que dice relación con los usos de sí que
puede hacer el sujeto, que reconfiguran su relación consigo y con los
demás. A partir de lo anterior, sería posible pensar que la reflexión
de Rancière sobre la ausencia de la subjetividad política entre los in-
tereses de Foucault estaría equivocada. En efecto, es Foucault quien
desprende su análisis del poder del interés que tiene por pensar la

25 Foucault, Michel. El sujeto y el poder. En: http://www.philosophia.cl/biblio-


teca/Foucault/El%20sujeto%20y%20el%20poder.pdf p. 3. [Recuperado
17.10.2013]
26 Ibídem.
27 Tassin, Etienne. De la subjetivación política. Althusser/Rancière/Foucault/
Arendt/Deleuze. En: Revista de Estudios Sociales. Universidad de los Andes.
Agosto 2012. [Recuperado 15.10.2013]

85
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

subjetividad. A su vez, creemos que precisamente son los procesos


de subjetivación –a partir de los que el individuo se apropia y hace
uso de sí mismo– los que permitirían un verdadero pensamiento del
afuera. Solo a partir de una reapropiación de carácter ético, el sujeto
puede pensar y pensar-se de otro modo, rompiendo las estructuras
que lo sujetan y lo objetivan. Ciertamente –y en esto concordamos
con Tassin– Foucault nunca se interesó por una subjetivación política
que partiera de la igualdad, y que tuviera que ver con un reparto de
lo sensible. En efecto, el tema de la comunidad política no fue par-
ticularmente abordado en torno a los procesos de subjetivación. Tal
vez la clave esté en analizar qué es lo político en estos autores, y ahí
podría verse que, efectivamente, no es solo la subjetivación política
lo que atrajo la atención de Foucault, sino la subjetividad en general,
unida siempre a una perspectiva ética. Esta relación de la subjetividad
con el poder es lo que le permite a Rancière pensar que el trabajo
de Foucault se aleja de un verdadero ejercicio político, pues exilia el
momento del desacuerdo al mostrar el modo en que actúa el poder.
No obstante, y esperamos haber podido mostrar esto, creemos que
esta afirmación debe ser al menos matizada y repensada, pues hay
numerosos elementos que permitirían afirmar lo contrario.28

A modo de conclusión: ¿Política o biopolítica?


Para finalizar, retomamos el nombre de la entrevista: “¿Política o
biopolítica?” es el nombre de este diálogo que emprenden Alliez y
Rancière, y que desde el principio, da cuenta de una disyuntiva que,
creemos, es posible pensar con detenimiento al punto de ponerla en
duda. Esperamos con este trabajo, al menos haber iniciado el cami-
no en este proceso. En este sentido, y respecto a la disyunción que
se hace presente desde el principio del diálogo, podemos decir que
si bien Rancière muestra aquellos elementos que le permiten pensar
la obra de Foucault como parte de un reparto de lo sensible policial,
creemos que esta afirmación merece al menos ser reconsiderada.
En efecto, el hecho de alejar a la obra de Foucault de la subjetividad
política nos parece un tanto apresurado, e incluso, poco generoso
con su trabajo. Sobre el despliegue analítico rancieriano respecto
a las desigualdades que se hacen presentes en la repartición de las

28 Véase Lazzarato, Mauricio. Une lecture parallèle de la démocratie: Foucault et Ran-


cière. En: http://uninomade.org/lebensformen/lazzarato-enonciation-et-
politique/ (Citado por Etienne, Tassin).

86
— entre policía y política. derivas de un concepto filosófico —

sensibilidades al interior de la comunidad, podemos decir que es una


reflexión que presenta interesantes aristas, y que el requerimiento de
una subjetivación política anclada en la emancipación se transforma
en un elemento clave para pensar la política actual. En este marco
analítico es posible vislumbrar la biopolítica desde una perspectiva
policial, esto es, desde una particular relación con el poder, que para
Rancière implica ya una asignación de lo sensible. Y en este sentido,
no nos parece del todo errada la posibilidad de pensar –desde el
esquema rancieriano– la biopolítica como una relación particular
del poder con la vida, lo que produce una serie de dispositivos,
tecnologías y regulaciones. No obstante, y en este contexto, lo que
sí nos parece un tanto estrecho, es desconocer el lugar que tiene la
subjetivación en este proceso, pues aunque Foucault no hable de po-
licía o política en el mismo sentido que Rancière, y no apellide a la
subjetividad con el calificativo de “política”, creemos que esto no es
suficiente para desconocer el lugar que el sujeto, la subjetividad y sus
procesos, tienen al interior del trabajo foucaultiano. En este sentido,
nos atrevemos a decir que la expulsión de la subjetividad política de
la reflexión foucaultiana tiene como fuente principal la equiparación
total entre biopoder y biopolítica a la que alude Rancière. Si bien en
un primer momento, tal como lo indicamos, Foucault usa de manera
indistinta estos dos términos –biopoder y biopolítica– al final de su
trabajo habría una distinción que evidenciaría la importancia de la
subjetividad y de los usos que el sujeto puede hacer de sí a partir de
la resistencia y la creación como parte de un despliegue biopolítico.
De esta manera, creemos que sería fundamental un reconocimiento
de los momentos por los que atraviesa la noción de biopoder –pero
sobre todo la de biopolítica– al interior del trabajo de Foucault, lo
que le permitiría a Rancière reconsiderar sus afirmaciones en torno
al desinterés teórico de Foucault por la subjetivación política. A su vez,
sería interesante recordar el uso que hace Foucault de la noción de
‘desigualdad’ en las relaciones de fuerza, que se encuentra presente
como inductora de estados de poder. Si bien la desigualdad en este
punto no tiene que ver directamente con un reparto de lo sensible,
sí participa en la estructuración de una racionalidad que da por re-
sultado un estado de poder con una particular visibilización de los
cuerpos. Es precisamente en la parte denominada “Método” de La
voluntad de saber –el primer volumen de la Historia de la sexualidad–
donde Foucault hace la siguiente afirmación: “donde hay poder hay
resistencia, y no obstante (o mejor por lo mismo), ésta nunca está en

87
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

posición de exterioridad respecto del poder”.29 Es decir, que donde


hay poder hay resistencia, porque en última instancia, lo que resiste
es la vida, y en este sentido, en términos rancierianos podemos decir
que ante un reparto policial de lo sensible, estaría presente siempre
la posibilidad de una práctica política. En efecto, si Rancière ve la
biopolítica como un reparto policial, siempre está la posibilidad de
libertad y de creación que trae consigo el poder, pues donde hay poder
hay resistencia, lo que permitiría una práctica política emancipatoria.
Con esto queremos decir que no creemos que sea tan claro el lugar de
la biopolítica en un ámbito policial, y que en este sentido, preferimos
situar esta noción a medio camino entre policía y política, pero más
cercana a esta última. De todas maneras, sostenemos que la riqueza
de la entrevista de Alliez a Rancière permite poner en cuestión la
noción de biopolítica, ejercicio, a nuestro juicio, necesario, para en-
sayar un balance de la categoría hoy. En esta dirección va la crítica
que Rancière hace al trabajo de Agamben, al que caracteriza como
una biopolítica “ontologizada”. Si bien no desarrollamos esto con
profundidad, nos parece importante abordar desde la perspectiva
foucaultiana las posteriores reflexiones sobre biopolítica, no con un
ánimo purista, pero sí con la intención de delimitar conceptualmente
esta noción, lo que quizá dé por resultado nuevas categorizaciones.
Para finalizar, insistimos en la idea de que, al interior del trabajo de
Foucault no habría una contraposición excluyente entre política y
biopolítica, ya que finalmente, el poder que se ejerce sobre la vida
lleva en sí mismo la posibilidad de resistencia. En efecto, el elemento
que resiste es la vida, y en este sentido, es la que nos permite pensar
y actuar de otra manera, y en última instancia, ser otros que nosotros
mismos. Porque como indica Foucault: “mostrar las determinaciones
históricas de lo que somos es mostrar lo que hay que hacer. Porque
somos más libres de lo que creemos, y no porque estemos menos de-
terminados, sino porque hay muchas cosas con las que aún podemos
romper “para hacer de la libertad un problema estratégico, para crear
libertad. Para liberarnos de nosotros mismos”.30 Quizá la propuesta
biopolítica para Foucault tenga que ver con una apuesta ética, con
la posibilidad de autoesculpirnos, pero esto de todos modos, es una
forma de emancipación.

29 Foucault, Michel. La voluntad de saber, op. cit., p. 116.


30 Citado por Miguel Morey en la Introducción de: Foucault, Michel. Tecnolo-
gías del yo. Y otros textos afines. España: Ediciones Paidós Ibérica, 1990, p. 44.

88
biopolítica y clínica:
notas para una pregunta por el individuo

tuillang yuing a.

Hay algunas nociones que sin ser gestadas directamente en los


estudios que Foucault realiza bajo la denominación de biopolítica,
se constituyen como elementos transversales que ofrecen mayor
claridad y consistencia a lo que se juega en dichas investigaciones.
Intentaremos entonces dar cuenta del decurso que posee la noción
de individuo en distintos momentos de la obra del filósofo francés.
En ese sentido, la medicina clínica, la conformación de un específico
encuentro entre sujeto y objeto, el rol iluminador de la muerte en
vistas a la conformación de un saber sobre el hombre, entre otros
nudos teóricos, forman parte de un itinerario que ilustra el espesor
que la individualidad se reserva cuando pasa a integrar el esquema
analítico de la biopolítica. Con todo, se trata de notas que en ningún
caso tienen una pretensión resolutiva, sino tan solo la de sugerir un
balance que sirva para refinar y desde luego renovar el uso de estos
aportes principalmente en el área de la medicina.

La muerte del sujeto y el nacimiento del individuo


En primer lugar, la aproximación que Foucault hace a la medicina
lleva a sus espaldas una interrogación filosófica decisiva, mucho más
profunda que la aparente inquietud epistemológica. El nacimiento de
la clínica de 1963, obra aparecida en la colección Historia y filosofía
de la biología y la medicina, dirigida por el filósofo y médico Georges
Canguilhem, lleva como subtítulo “Una arqueología de la mirada
médica”. En términos generales, este trabajo revisa las transforma-
ciones y mutaciones del quehacer y el saber médico desde fines del
siglo XVIII hasta mediados del XIX. Se trata, para Foucault, de un
período en el que tiene lugar la constitución de la medicina como

89
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

práctica y como ciencia bajo parámetros modernos. En este sentido,


Foucault destaca la emergencia de la anatomía patológica como un
punto de reorganización de la medicina en el que concurren elementos
económicos, políticos y sociales.
Ahora bien, en el despliegue de esta mutación, Foucault advierte
una torsión en las formas de ver y decir que sostienen el saber y la
práctica médica. Se trata, en todo caso, de uno de los tópicos más
recurrentes de la arqueología: todo aquello que es posible de ver,
decir y pensar, está entrañablemente definido por una época. En este
caso, Foucault señala como factores concurrentes la reorganización
del ámbito hospitalario, la transformación y reconfiguración de la
enseñanza médica, y la emergencia de teorías y prácticas científicas
referenciales.
De este modo, el Nacimiento de la clínica se revela como una obra
que anticipa algunas de las interrogantes que estarán contenidas en
las investigaciones biopolíticas de Foucault. Esta obra permite tam-
bién un balance entre el pensamiento científico médico y la noción
de verdad que lo sostiene. Asimismo indaga sobre las condiciones de
posibilidad de la experiencia médica moderna y más precisamente
por las condiciones históricas de constitución de la medicina a partir
de la emergencia de la experiencia clínica. Pero por otro lado, de esta
investigación se desprende una pregunta por el individuo viviente, o
más precisamente, por la relación entre vida e individuo en un doble
sentido: por una parte demanda por las condiciones que han hecho
de la vida humana un objeto de saber científico, y a su vez, reconstruye
las condiciones de emergencia de un discurso sobre la vida que ha
dado nacimiento a una serie de dispositivos que tendrán por función
gobernarla y controlarla:

Para que la experiencia clínica fuera posible como forma de conoci-


miento, ha sido menester toda una reorganización del campo hospita-
lario, una definición nueva del estatuto del enfermo en la sociedad y la
instauración de una cierta relación entre la asistencia y la experiencia,
el auxilio y el saber; se ha debido envolver al enfermo en un espacio
colectivo y homogéneo.1

1 Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médi-


ca. Argentina: Siglo XXI, 1990, p. 275.

90
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

Estas constantes interacciones entre saber y poder, y las circuns-


tancias de estas comunicaciones han dado lugar al individuo bajo la
forma del paciente.
Con todo, es el capítulo “Abrid algunos cadáveres”, el que da
ocasión al autor para revisar con detención el momento en que el
trabajo de investigación médica pone en forma una nueva disposi-
ción de la práctica bajo el modo de la clínica, que estaría fundada
de manera decisiva por un trabajo con cadáveres que se torna, a
partir de ese momento, habitual, pero que sobre todo, se apoya en
una mirada inédita fundadora del “volumen anatomo-clínico”.2 A
este respecto, Foucault destaca cómo la mirada del médico se vuelve
penetrante, en el sentido de liberar una espacialidad nueva, profun-
da e interior. No se trata simplemente del acceso a una interioridad
ya existente, sino más bien de una mirada médica que inaugura un
nuevo régimen de enunciabilidad, traspasando la superficialidad del
síntoma para descubrir la esfera espesa de la profundidad geológica
de la enfermedad. Aparece entonces la interioridad del cuerpo: un
mundo virgen pero pletórico de causas donde parecen encontrar
explicación buena parte de las dolencias y enfermedades. Es el
adentro del cadáver lo que ofrece así la posibilidad de develar la
verdad donde reposa el saber médico. Adviértase entonces el valor
ilustrativo e iluminador de la muerte. En efecto, para Foucault la
muerte adquiere un protagonismo simultáneamente epistemológico
y metodológico: es la muerte, en su severa docilidad, la que permite
dar razón de la salud y en última instancia, también de la vida. Con
una tonalidad que raya en lo poético, Foucault señala: “La noche
viva se disipa en la claridad de la muerte”. 3
Si bien Foucault no ha explicitado el lugar protagónico del cuerpo
dirigido y disciplinado como efecto de la transformación del poder
real en una serie de técnicas –como lo hace, por ejemplo, en Vigilar
y castigar–, igualmente El nacimiento de la clínica ilustra el soporte
anatómico de un sistema de pensamiento en mutación. La clínica
es el lugar de nacimiento de una nueva mirada sobre el cuerpo, que
se transforma –para el médico–, en un texto sobre el cual es posible
leer la enfermedad:

2 Delaporte, François. Filosofía de los acontecimientos. Medellin: Editorial Univer-


sidad de Antioquia, 2002, p. 228.
3 Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica, op. cit., p. 209.

91
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

En lo sucesivo, la mirada médica no se posará sino en un espacio


lleno por las formas de composición de los órganos. El espacio de la
enfermedad es, sin residuo ni deslizamiento, el espacio mismo del orga-
nismo. Percibir lo mórbido, no es otra cosa que percibir el cuerpo. La
medicina de las enfermedades ha terminado su tiempo; empieza una
medicina de las reacciones patológicas, estructura de experiencia que
ha dominado el siglo XIX y hasta cierto punto el XX ya que, no sin
modificaciones metodológicas, la medicina de los agentes patógenos
vendrá a alojarse en ella.4

De un modo más específico, Foucault hace de la Anatomía General


de Bichat, el punto de balance entre la experiencia clínica –observacio-
nes cotidianas en la cama de enfermos–, y la nueva mirada anátomo-
patológica que accede a la verdad de la enfermedad en la muerte y
la disección de los cuerpos. Bichat distingue entre muerte violenta
–que tiene que ver con la interrupción de las funciones vegetativas–,
y la muerte natural, esa que se apaga progresivamente. Esta última
implica una muerte que se despliega en un sinfín de detalles parciales
que van afectando y comprometiendo alternativamente a los órganos
y funciones fundamentales –pulmones, corazón y cerebro. La muerte
desdibuja su valor de acontecimiento y se hace coextensiva a la vida,
al punto que permite a Bichat sugerir aquella fórmula inspiradora
a la que Foucault dio un estatuto político: la vida es el conjunto de
funciones que resisten a la muerte. 5 Se trata del concurso de una
muerte que se integra a la vida, que la invade en su cotidianeidad,
una relación inquisidora quizás no tan agresiva pero sí acechante.
Para Foucault, a partir de ahí, va a tener lugar una profunda
transformación en nuestra relación con la salud, tomando en cuenta

4 Ibídem, p. 271.
5 Véase ibídem, p. 206. Desde luego, avanza en estos análisis, a partir de los
aportes de Canguilhem en torno a lo normal y lo patológico, en los que se
pone en discusión una cierta continuidad entre la vida y la muerte, toda vez
que la primera gana en salud cuando es amenazada en su normatividad. La
vida se muestra entonces como una polaridad dinámica. El diálogo, algo
solapado, entre estos autores se puede rastrear en: Canguilhem, Georges. Lo
normal y lo patológico. Argentina: Siglo XXI editores, 1971, pp. 230-232. Tam-
bién, Canguilhem, Georges. El conocimiento de la vida. Barcelona, Anagrama,
1976, p. 201 y ss. Foucault, Michel. La vie: l’expérience et la science. En: Dits
et écrits. Volume II, texte num. 361, Paris: Quarto Gallimard, 2001. Para un
balance filosófico de este problema y su dimensión política, véase, Deleuze,
Gilles. Foucault. Argentina: Paidós, 1987, p. 125 y ss.

92
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

las consecuencias políticas y sociales que traen enfermedades que


rutinariamente se ciernen sobre la población. Foucault advierte que
la preocupación por las endemias –preocupación médica focalizada
en el contagio y la higiene–, va a llevar a la medicina a considerarse
concretamente como una policía del territorio y la ciudad: “No habría
medicina de las epidemias, sino reforzada por una policía”.6 Tal vez
por primera vez, los individuos son obligados a integrar cotidiana-
mente en sus actos y hábitos, la presencia de médicos con una mirada
vigilante, inspectores minuciosos del diario vivir. Para la medicina del
siglo XVIII, se trata de interpretar simultáneamente los fenómenos
endémicos de la enfermedad, por una parte, como fenómenos de
población, pero a la vez, como la imagen de una muerte inminente
que se trata de neutralizar y contener de modo habitual.
Según Foucault, la emergencia de la anatomo-patología establece
un contrato de significación entre tres nociones que van a dominar
y liderar la consolidación de la clínica. Tiene lugar una íntima com-
plicidad entre vida, enfermedad y muerte, que va a constituir una
triada conceptual que conforma un dispositivo analítico técnico para
la construcción del saber médico. Paradójicamente, es la muerte la
que dispone los elementos para un saber sobre la vida cuya positivi-
dad estará dirigida a enfrentar y derrotar la enfermedad. En cierta
medida, el saber sobre la vida que hasta hoy se maneja, arrastra a sus
espaldas el fantasma de la muerte: su administración, organización y
distribución en torno a la experimentación y el laboratorio. Conviene
entonces tener en vistas la pregunta por el coeficiente de mortalidad
que se incorpora en todo saber sobre la vida, la que toma entonces
con la muerte, un espectral parecido de familia: ¿Qué tanto hay de
laboratorio, de simulacro, en fin, de una vida no viva, en nuestras
preguntas y debates en torno a la vida?
Ahora bien, este encuentro habitual y desacralizado con la muerte
que se abre hacia la profundidad, inicia una transformación de las
tecnologías médicas e incluso una reorganización de la medicina,
que señala a su vez una mutación en los modos de percibir la vida y
la muerte. En efecto, a partir de este momento la vida se configura
estrictamente como objeto de saber científico: “(...) este descubri-
miento implicaba a su vez como campo de origen y de manifestación
de la verdad, el espacio discursivo del cadáver: el interior revelado”.7

6 Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica, op. cit., p. 47.


7 Ibídem, p. 275.

93
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

En virtud de aquello, el saber positivo de la vida del hombre reposa


sobre su muerte, vale decir, sobre la constitución de lo humano como
objeto. En la misma medida, la conformación de un saber sobre “el
sujeto” solo es posible por su conversión y consideración como objeto.
¿Qué es este saber positivo que se inaugura con el método anatomo-
clínico? ¿Cuál es el distrito en que organiza su significación? En cierta
medida se trata de un conocimiento del individuo, tanto más cuanto
que la enfermedad y su curación va, desde ahora, a cobijarse bajo
una figura atómica, claramente limitada y por tanto individual. El
lugar y el rol que cobra este individuo –estamento solvente del ritual
médico–, es también relevante al momento en que Foucault, más de
una década después, vuelva a dar a la noción de vida un lugar visible
en sus análisis, esta vez, desde la perspectiva y la nomenclatura de la
biopolítica:

Será sin duda decisivo para nuestra cultura que el primer discurso
científico, tenido por ella sobre el individuo, haya debido pasar por este
momento de la muerte. Es que el hombre occidental no ha podido cons-
tituirse a sus propios ojos como objeto de ciencia, no se ha tomado en
el interior de su lenguaje y no se ha dado en él y por él, una existencia
discursiva sino en la apertura de su propia supresión. Y en seguida
agrega: (…) de la integración de la muerte, en el pensamiento médico,
ha nacido una medicina que se da como ciencia del individuo.8

Desde luego, estas consideraciones tomarán lugar algunos años


más tarde en la célebre figura de la muerte del hombre que Foucault
denuncia en Las palabras y las cosas. El hombre no es más que un re-
coveco formado por los nudos de positividad en que se han instalado
las ciencias humanas: por una parte el lenguaje, asentado en una
historicidad material inconmensurable; por otra, el trabajo, como
fuente primera de las relaciones de producción y de la economía
política. Finalmente la vida, como principio oculto que organiza el
desarrollo y el despliegue de todas las formas de vida sobre el plane-
ta. Al alero de estas grandes incógnitas, el fundamento sobre el que
todas las ciencias humanas van a prosperar, es la posibilidad anfi-
bológica del humano de asumir el papel tanto de sujeto como el de
objeto. El hombre se disuelve entonces en una gama de cajas negras
infinitamente interrogables bajo la condición de ser previamente

8 Ibídem, p. 276.

94
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

inmovilizadas, recortadas, individualizadas y convertidas en objetos


científicos. Ya en el prefacio de El nacimiento de la clínica, Foucault
sintetiza este punto. A fines del siglo XVIII, la densidad, la solidez y
la profundidad del cuerpo van a revelarse a la mirada médica. Pero
simultáneamente esta consistencia es oscura; más que una transpa-
rencia, se trata de un tejido que parece esconder en sus pliegues
el misterio de una vida que nunca se presenta sino en sus efectos y
sus materializaciones. La vida encuentra su verdad en una manifes-
tación somática cuya densidad va a cobijar la verdad del objeto, que
no es, en este caso, sino otro modo de nombrar al individuo. Será
la cualidad objetivable del individuo la que va a autorizar y validar
un saber sobre la vida del hombre:

La mirada ya no es reductora sino fundadora del individuo en su


calidad irreductible. Y por eso se hace posible organizar alrededor de él
un lenguaje racional. El objeto del discurso puede bien ser así un sujeto,
sin que las figuras de la objetividad sean, por ello mismo, modificadas.9

De este modo el individuo establece un especial contrato de sentido


entre sujeto y objeto, que sirve de fundamento para un conocimiento
del cuerpo, y que da lugar a un saber con carácter científico sobre
la vida del hombre. El individuo es entonces una resultante de este
conocimiento que anuda severamente bajo las mismas condiciones a
un sujeto y a un objeto.
La experiencia clínica inaugura un territorio que hace posible al
individuo. Este se transforma en el punto de encuentro de la relación
médico-enfermo. Y así, la objetivación de lo humano se finiquita bajo
la figura del paciente. Foucault identifica esta reorganización que
representa la clínica a través de la sustitución de la pregunta ¿Qué
tiene usted? –propia de la medicina del siglo XVIII–, por la pregunta
¿Dónde le duele?, que implica una tercerización de la enfermedad y
en consecuencia del cuerpo. De paso, el cuerpo individual abre la
posibilidad de algo en común y de un lenguaje compartido y objetivo
sobre la enfermedad que se desprende de todo coeficiente “personal”
y subjetivo.10 Tal como lo mostrará en Las palabras y las cosas, el saber
de la episteme clásica concebirá las enfermedades a la manera de un
cuadro. Una suerte de botánica de la enfermedad hará un inventario

9 Ibídem, p. 8.
10 Véase, Canguilhem, Georges. Lo normal y lo patológico, op. cit., p. 155 y ss.

95
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

de las dolencias según una esencia que les atribuye una consistencia
ontológica propia, separada entonces del cuerpo y de los individuos. En
ese sentido, el cuerpo individual solo viene a contaminar o intensificar
el conocimiento de la esencia pura de la enfermedad ya clasificada
y organizada; por consiguiente, el conocimiento de la enfermedad y
la pregunta por su constitución buscan abstraerse de toda referencia
al individuo por ser un elemento que sólo interfiere y complica la
comprensión de la enfermedad. Al contrario, en la anatomía patoló-
gica, la enfermedad se revela como atada al individuo, a su cuerpo,
a sus lesiones y morfologías. El individuo obtiene de esta forma una
consistencia positiva acreedora de cientificidad.

Entre disciplina y biopolítica: un espacio individual


Dos décadas después –en Vigilar y castigar, de 1975–, Foucault
llegará al análisis de la relación entre norma e individuo, cuando
sus preguntas demanden por aquello que es efecto de las relaciones
de poder. Ciertamente, esta singular conformación según la cual el
hombre accederá al distrito del saber científico en relación a formas
de poder que lo normalizan, va a ser una de las claves de buena parte
de la obra de Foucault. Adviértase, por ejemplo, que el subtítulo de Las
palabras y las cosas es, precisamente, “Una arqueología de las ciencias
humanas”, donde –como ya mencionamos–, la lingüística, la biología
y la economía política van a marcar el umbral a partir del cual se
sostiene el saber positivo sobre el hombre. Esta preocupación tendrá
también su correlato en Vigilar y castigar, cuando Foucault, al definir
los criterios metodológicos de su investigación sobre la penalidad,
dirija su atención también a las ciencias humanas:

En lugar de tratar la historia del derecho penal y de las ciencias


humanas como dos series separadas […] buscar si no existe una matriz
común y si no dependen ambas de un proceso de formación “epistemológico
jurídico”; en suma, situar la tecnología del poder en el principio tanto de
la humanización de la penalidad como del conocimiento del hombre.11

Esta historia común de las relaciones de poder y las relaciones de


objeto, es la que proporciona las coordenadas dentro de las cuales la
pregunta por el hombre tiene lugar en el trabajo de Foucault como

11 Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo


XXI, 1998, p. 30.

96
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

una querella por “[…] cómo un modo específico de sujeción ha


podido dar nacimiento al hombre como objeto de saber para un
discurso con estatuto ‘científico’”.12 De este modo, se comprende
en qué medida las ciencias humanas deben su desarrollo a las tec-
nologías de poder –disciplinarias y biopolíticas–, que han surgido
y complejizado el panorama social y político entre los siglos XVII
y XIX. Así, por ejemplo, las tecnologías disciplinarias permitieron
acotar a los hombres espacial y temporalmente, al menos lo suficiente
para conformar con ellos un objeto de saber. Pero inversamente, el
estatuto adquirido por este saber como “ciencias” humanas, permitió
una gestión del poder más legitimada y justificada.
En un sentido estricto, es la disciplina la que explica la emergen-
cia del individuo. En cuanto “anatomía política del detalle”, ésta
apunta a la normación minuciosa del cuerpo individual. Se busca
alcanzar con el cuerpo del individuo, la absoluta y total correspon-
dencia con un estado final normativo. Por eso, la disciplina es una
tecnología eminentemente institucional, que abastece y alimenta
organizaciones definidas en sus metas y clausuradas en su espacio,
donde entonces los sujetos son capturados espacio-temporalmente.
Desde ese enfoque, bien podría pensarse que este individuo ca-
davérico, con un cuerpo a la vez domesticado y laboratorizado,
no tiene nada que ver con la biopolítica. Sin embargo, a nuestro
juicio, cuando este individuo rebasa los límites de la institución,
vale decir, cuando participa de un espacio y un tiempo que no
pueden ser exhaustivamente regulados, es cuando la vida se revela
como un problema de orden político, o más precisamente, de go-
bierno. Dicho de otro modo, la biopolítica se dirige al cuerpo –y
por tanto al individuo–, cuando éste no se identifica con ninguna
función específica y abandona su condición cadavérica; cuando se
cancela su contrato de sentido con la muerte y deja que aparezca
su dimensión vital: es entonces cuando emerge todo aquello que
la vida tiene de irreductible e imprevisible, pero que por el mismo
motivo, es materia de regulación y normalización. La imposibili-
dad de un dominio total y exacto de los individuos fuera de los
márgenes de la institución, conduce a una administración de los
efectos de esos rebasamientos considerados entonces endémicos: la
biopolítica es la consideración de este individuo en su dimensión
errática, errante y equívoca.

12 Ibídem, p. 31.

97
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Desde esa perspectiva, es la articulación entre el ejercicio disciplinario


y el ejercicio biopolítico del poder, en conjugación con la conformación
de discursos de saber, lo que permite evaluar la densidad de la noción
de individuo al interior de un régimen que, pese a todo, no se define
ni cancela en una tecnología completamente individualizante ni en
otra totalmente reguladora. Pero también, como ya hemos señalado,
el individuo es resultado de una elaboración discursiva que guarda
una relación especial –material y simbólica– con la muerte, y en ese
sentido, con la vida.
Se sabe que de las investigaciones destinadas por Foucault para
publicación, los vocablos “biopolítica” o “biopoder” aparecen al alero
del proyecto de una historia de la sexualidad, es decir, cuando se
persigue una historia que no se identifica con la de una institución
definida. Al contrario, Foucault muestra que la sexualidad es simul-
táneamente un discurso y un uso, un asunto social, cultural, cuya
experiencia o problematización transita transversalmente. Toda una
serie de apuestas y aproximaciones metodológicas van a concurrir en
Foucault para poder contener y aislar la sexualidad como punto de
atención. No obstante, una noción permite a Foucault por esos años
dibujar los límites de su inquietud: la sexualidad es, entre otras cosas,
un problema o asunto de población. Quisiéramos sostener entonces
que cuando ese individuo generado por la disciplina es atendido
como población, estamos en el ámbito de la biopolítica. Como bien
se sabe, para Foucault estos procesos tienen un especial empuje en
el siglo XIX. En efecto, en el curso del año 1975 el autor señala:

Me parece que uno de los fenómenos fundamentales del siglo XIX fue
y es lo que podríamos llamar la consideración de la vida por parte del
poder; por decirlo de algún modo, un ejercicio del poder sobre el hombre
en cuanto ser viviente, una especie de estatización de lo biológico o, al
menos, cierta tendencia conducente a lo que podría denominarse la
estatización de lo biológico.13

No obstante, se trata de una estatización que no se encapsula


estrictamente en ninguna institución, o si se prefiere, que prolifera
en una multiplicidad de operaciones institucionales compartidas y
diversas, que suponen o ponen en forma la caída definitiva de los

13 Foucault, Michel. Defender la sociedad. Curso en el Collège de France 1975-


1976. Buenos Aires: FCE, 2001, p. 217.

98
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

muros protectores de la soberanía, la que desde entonces admite


e integra tanto el libre tránsito de la población moderna como las
variadas torsiones en el régimen de politicidad que ello implica. El
cambio desde un hacer morir y dejar vivir, hacia un dejar morir y hacer
vivir, es la célebre fórmula con la que Foucault sintetiza esta mutación.
De esta manera, se asiste a un ejercicio de poder que, a diferencia de
la soberanía, se apoya –de distintos modos– sobre aquel individuo que
las disciplinas han elaborado a través del cálculo corporal. En efecto,
la disciplina –la anatomía política del detalle–, tiene como punto de
aplicación el cuerpo individual, el mismo que en cierta medida había
sido construido y prefigurado por la clínica:

Volvemos, entonces, a cosas familiares: puesto que en los siglos


XVII y XVIII constatamos la aparición de las técnicas de poder que se
centraban esencialmente en el cuerpo, el cuerpo individual.14

No obstante, Foucault parece referirse al despliegue del cuerpo


más allá –o si se quiere–, pese al poder disciplinario. La biopolítica
en ese sentido señala también un poder que, impotente frente a la
vida, no puede sino sumarse a aquello que nunca termina de relegar
ni finiquitar:

A diferencia de la disciplina, que se dirige al cuerpo, esta nueva técnica


de poder no disciplinario se aplica a la vida de los hombres e, incluso,
se destina, por así decirlo, no al hombre/cuerpo sino al hombre vivo,
al hombre ser viviente, en el límite, si lo prefieren, al hombre/especie.15

En efecto, las disciplinas arremeten sobre el cuerpo, dando forma


al individuo, pero en un acercamiento que no es necesariamente vital.
La vida es considerada como un proceso biológico global del hombre/
especie, que es materia de reorganización. Quizás forzando un poco
las nociones, podríamos decir que si la clínica había puesto en forma
un cuerpo individual en la misma medida que decretaba su muerte,
la disciplina evacúa entonces al cuerpo de su vitalidad. No obstante,
la vida pasa a distribuirse en un ámbito colectivo –la población–, el
cual se renuncia a gestionar con rigor en beneficio de una distribución
que ya no se dirige al cuerpo singular.

14 Ibídem, p. 219.
15 Ibídem, p. 220.

99
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Ahora bien, al contrario de la suspensión de lo viviente que sugiere


la disciplina, en la biopolítica la vida es atendida como una masa global
que padece endémicamente procesos de conjunto. La enfermedad,
entonces, pasa a contar como uno de esos factores cuyos efectos solo
cabe matizar y promediar:

En suma, la enfermedad como fenómeno de población: ya no como


la muerte que se abate brutalmente sobre la vida –la epidemia– sino
como la muerte permanente, que se desliza en la vida, la carcome cons-
tantemente, la disminuye y la debilita.16

Nótese en este sentido la semejanza en la consideración que se


tiene de la vida a partir de Bichat, y que permite considerar la vida
como el conjunto de fuerzas que se resisten a la muerte. Una vez más,
todavía bajo la lógica de la biopolítica, la muerte conduce el manejo
que se hace de la vida. En un plano un tanto metafórico, se advierte
una separación de la vida y del cuerpo, lo que confirma el acerca-
miento al individuo como cadáver, como algo inanimado, fruto de la
aniquilación del hombre en tanto sujeto. Foucault señala al respecto
algo que podríamos indicar como síntoma social: la privatización de la
muerte, su retiro vergonzoso de la esfera pública y por tanto política,
para recluirse en la esfera de lo privado. La muerte ya es solo cosa
de laboratorio, y en el ámbito de la biopolítica, la muerte es apenas
cosa de estadística:

Una técnica que es disciplinaria: está centrada en el cuerpo, produce


efectos individualizadores, manipula el cuerpo como foco de fuerzas que
hay que hacer útiles y dóciles a la vez. Y, por otro lado, tenemos una
tecnología que no se centra en el cuerpo sino en la vida; una tecnología
que reagrupa los efectos de masas propios de una población, que procura
controlar la serie de acontecimientos riesgosos que pueden producirse
en una masa viviente.17

Con todo, una serie de elementos concurren en esta reorganiza-


ción del poder que atiende a la vida: la higiene pública, la centrali-
zación de la información, la organización e institucionalización de
la práctica médica, los sistemas de previsión, la consideración global

16 Ibídem, p. 221.
17 Ibídem, p. 225.

100
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

de la natalidad y la morbilidad. En este panorama el individuo se


transforma en una suerte de célula sin rostro, considerado única-
mente como un factor a gestionar y organizar. Su identidad estará
signada por la estadística: promedios, tasas, curvas, van a mostrar
un individuo sin nombre, intercambiable, cuantificable, anónimo.
Como ejemplo de la constitución de las poblaciones, Foucault va a
mencionar la forma en que se pensaron las ciudades bajo un modelo
e intencionalidad obrero-fabril. Estas ciudades fueron pensadas para
ser habitadas por este tipo de individuo: familias individualizadas,
dispuestas en hogares donde las habitaciones indican a su vez una
organización precisa. En virtud de estos repartos y distribuciones,
es posible un diagrama que accede “separadamente” a cada uno
de ellos. De este modo, el individuo obrero solo responde a una
serie de funciones y variables de gran escala. Bajo esa consideración
impersonal el obrero no existe, no tiene singularidad y solo es fruto
del promedio y la estadística. Este individuo no es nadie, pero a
la vez el perfil de cualquiera: un modelo o paradigma anónimo.
Desde ese enfoque, la biopolítica favorece la adquisición de un
nuevo estatuto para el individuo. Como átomo de la población, el
individuo es objeto de gobierno, abandonándolo a un solipsismo,
en el que se refiere y basta a sí mismo. Incapaz de concertar con
otros, el individuo se agota en las cualidades promedio que lo
definen. En este sentido, el individuo carece de las condiciones de
un sujeto político para constituirse, al contrario, como la célula de
una población. Así, el individuo se convierte en calculable y por
tanto, reemplazable. Su espesor señala un lugar vacío que puede ser
ocupado por cualquiera según los propósitos que se le asignen y las
características en las que se reconozca. De este modo, la población
elude el desborde de la vida singular de los sujetos a través de una
estandarización de lo humano, que da lugar a individuos imposi-
bilitados de irrumpir colectivamente, atendidos como una simple
agregación pasiva: una sumatoria de fuerzas y brazos dóciles y en
ese sentido inertes. Población silenciosa y sin matices, capturada
en su estadística inmovilidad.

Individuo y población: una cuestión médica


Dadas estas tensiones, no debe sorprender que al momento de
emplear la noción de biopolítica, Foucault tenga en vista algunos
análisis acerca de la medicina y su puesta en forma social y pública.
Por cierto, hay una concurrencia entre la figura del individuo y

101
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

la salud pública a través de la historización de la sexualidad como


cuestión médica. En este contexto, Foucault atribuye a la sexualidad
una importancia estratégica decisiva, puesto que atañe tanto a la
corporalidad individual y disciplinaria, como a la regulación de las
fuerzas de la población por medio de la administración de los temas
de procreación y natalidad. Así, remitiendo al individuo, la sexualidad
se ofrece como oportunidad para supervisar y disponer de procesos
biológicos de conjunto en el mismo punto donde la planificación
familiar se encuentra también con la preocupación por cuestiones
de tipo degenerativo. Todo ello convierte la sexualidad en un objeto
privilegiado para la emergencia de un control que es a la vez médi-
co y político: “La extrema valoración médica de la sexualidad en el
siglo XIX tiene su principio, me parece, en la posición privilegiada
que ocupa entre organismo y población, entre cuerpo y fenómenos
globales”.18 Se trata, por cierto, de una conexión que no solo da pro-
tagonismo a la sexualidad sino que comporta un estatuto diferente
para la medicina, la cual gana una espesura social funcional a las
operaciones de gobierno. En ese sentido, el vínculo entre medicina e
higiene, y su articulación como política sanitaria, va a ser gravitante
para establecer el nexo entre la población regulada y el individuo
vigilado. La clínica como espacio de saber extiende su campo de
operación institucional como policía médica, constituyéndose en un
dispositivo técnico-político de intervención:

La medicina es un saber/poder que se aplica, a la vez, sobre el cuerpo


y sobre la población, sobre el organismo y sobre los procesos biológicos; que
va a tener, en consecuencia, efectos disciplinarios y regularizadores.19

En resumen, si bien en la disciplina el cuerpo dócil es en cierta


forma separado de la vida en una operación incompleta que da lugar
al individuo, a nivel de población, la vitalidad asoma en su imprevisi-
bilidad. La vida, entonces, es regulada por otro ejercicio de poder. La
biopolítica considera a este individuo reanimado o resucitado, bajo
una operación que necesariamente oculta su nombre y su subjetividad,
conduciéndolo al anonimato y finiquitando su capacidad colectiva. En
ese sentido, la medicina permite la articulación de ambos ejercicios:
en cuanto clínica dispone del individuo como un caso, bajo la figura

18 Ibídem, p. 227.
19 Ibídem, p. 228.

102
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

del paciente, pero en tanto medicina social, da lugar ya no al caso,


sino al individuo anónimo, aquel que sin identidad y negado en sus
matices, se construye fruto de la curva y la estadística.

El individuo como forma contemporánea de politización médica


Resta, desde luego, la pregunta por cómo compatibilizar lo
social y lo público, con lo individual. Dicho de otro modo, cómo
restablecer una escena colectiva a partir de la individualidad. De
algún modo es una manera de tasar el lugar que el individuo posee
dentro del escenario biopolítico y preguntar al mismo tiempo por
el rol que tiene la medicina en ello. Desde luego, este estatuto y
rol del individuo no está exento de oscilaciones que conviene pre-
cisar. Por cierto, la clínica es una articulación de dos ejercicios de
saber-poder. Por un lado aquel que implementa la atención al caso
individual, representado simbólicamente por la práctica de la aus-
cultación. Pero al mismo tiempo la clínica abre una escena colectiva
que bajo el dictamen de la higiene inaugura el distrito de la salud
pública. De este modo, uno de los elementos centrales de nuestra
racionalidad médica es esta combinación estratégica que se dirige
simultáneamente al individuo aislado así como a la regulación de
la población en su conjunto.
Al menos veinte años después de El nacimiento de la clínica, Fou-
cault formula algunos alcances en esta dirección. Otro nacimiento,
esta vez El nacimiento de la medicina social, es ocasión para indicar
puntos de encuentro entre medicina y biopolítica. Por cierto, como
es su estilo, Foucault lo plantea en términos de una historia de la
medicalización de las poblaciones: “La cuestión estriba en saber si la
medicina moderna, científica, que nació a fines del siglo XVIII entre
Morgani y Bichat, con la introducción de la anatomía patológica, es
o no individual”.20 En este caso, Foucault es tajante en su postura: la
medicina moderna no es individual ni individualista si por ello se
entiende el completo finiquito de lo social en favor de una economía
capitalista y de relaciones de mercado. Desde luego, la invasión del
mercado en la distribución de la relación médico-paciente da lugar a
un enfoque de la salud que es altamente individualista, pero no por
ello la medicina evacúa su espesor público sino que lo recodifica por
medio de “una cierta tecnología del cuerpo social”.21 Lejos de una

20 Foucault, Michel. Obras Esenciales, tomo II. Barcelona: Paidós, 1999, p. 365.
21 Ibídem, p. 365.

103
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

equivalencia liviana entre el capitalismo y las políticas de mercado


liberales, Foucault atiende a un desarrollo del capitalismo que duran-
te todo el siglo XIX condujo un proceso de socialización del cuerpo
productivo en beneficio de la fuerza de trabajo. En este sentido, es
otra vez el cuerpo el soporte sobre el que se administra la producción
y el crecimiento del capitalismo, y para ello la herramienta de gestión
no es otra que la medicina:

Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo


somático, lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina
es una estrategia biopolítica.22

No obstante, este panorama toma forma a través de tres etapas


indicativas de las distintas fases de la medicina social: la emergencia
de la medicina de Estado en la Alemania de fines del siglo XVIII; el
desarrollo y organización de la medicina urbana en la Francia de
la segunda mitad del mismo siglo; y finalmente, la intromisión de
la medicina en la población entendida como fuerza de trabajo, que
tuvo su despegue en Inglaterra ya entrado el siglo XIX. Como puede
observarse, a diferencia de El nacimiento de la clínica, la preocupa-
ción por la historia de las relaciones entre operaciones políticas y la
configuración del saber médico es aquí mucho más explícita. En el
primero de estos episodios, Foucault destaca el vínculo que anuda
poder político y medicina. En efecto, es la escasez de desarrollo po-
lítico y económico, lo que lleva al diseño de nuevas estructuras que
dotan a la medicina de una sistematización policiaca: centralización y
especificación de la información, normalización del saber y ejercicio
médico, además de una organización administrativa directamente
enlazada por el gobierno, todos elementos que establecen un nuevo
régimen de relaciones entre medicina y población. En la experiencia
francesa –propiamente parisina–, Foucault hace hincapié en la medicina
como factor de regulación urbana. Una serie de conflictos en torno
a las condiciones de vida, se despliegan a la par del crecimiento de
la ciudad, lo que llevó a las autoridades a implementar una serie de
medidas cuyos antecedentes remiten necesariamente a los planes de
urgencia puestos en forma para enfrentar las grandes epidemias. De
este modo, es principalmente el modelo de cuarentena de la peste,
el paradigma bajo el cual se libera el dominio de lo sanitario, de la

22 Ibídem, p. 366.

104
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

salubridad y la higiene en las ciudades. El cuidado y control de estos


aspectos pone a la medicina en un lugar de cuestión y asunto público.
Es en este momento de la medicina urbana donde podemos encontrar
mayores coincidencias con las preocupaciones de El nacimiento de la
clínica. Una vez más, la muerte cobra protagonismo. Es, en efecto, la
gestión de los cementerios una de las tareas más demandadas a los
encargados de higiene, y es precisamente la individualización de los
cadáveres la respuesta que domestica y apacigua los temores de la
ciudad. Los cementerios son llevados a las afueras de la ciudad y las
tumbas comienzan a individualizarse: el cadáver gana un nombre
propio y cae bajo la responsabilidad de una familia:

La individualización del cadáver, del ataúd y de la tumba aparecie-


ron a fines del siglo XVIII por razones no teológico-religiosas de respeto
al cadáver, sino por motivos político-sanitarios de respeto a los vivos.
Para proteger a los vivos de la influencia nefasta de los muertos, era
preciso que estos últimos estuviesen clasificados tan bien –o mejor; si era
posible– que los vivos.23

Se trata de una implicancia coincidente con el ya mencionado replie-


gue privado de la muerte: la muerte se recluye y se exilia de la escena
pública en un movimiento que permite simultáneamente su gestión y el
control. La medicina –ahora convertida en un aparato político–, hace
de la muerte un ámbito necesariamente gobernado por el individuo.
No obstante, a diferencia de lo indicado en El nacimiento de la clínica,
Foucault no atribuye a la anatomo-patología el mérito de convertir a la
medicina en una práctica con estatura científica. Esta urbanización de
la medicina entrega un abanico generoso de otros factores que logran
el avance de la cientificidad de la medicina a través del contacto y apoyo
con las otras ciencias naturales. En este mismo sentido, la medicina
urbana, tal y como se desarrollo en Francia, es, según Foucault, una
medicina de las cosas, vale decir, una medicina que atiende al cuerpo
a través de los elementos que entran en relación con la vida: el aire, el
agua, los desechos, todo aquello que conforma el medio, pasa a ser ob-
jeto de una medicina que hace de la higiene una de sus preocupaciones.
En ese sentido, esta medicina urbana llega al individuo a través de sus
condiciones de existencia definidas como un nivel de salubridad que
puede favorecerlo o perjudicarlo.

23 Ibídem, p. 376.

105
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Como podemos observar, las transformaciones del saber y el


ejercicio médicos, notifican el decurso que ha tenido la articulación
entre la noción de individuo y el colectivo o escenario público en que
se cobija. Más allá de las oscilaciones, acentos y hasta ambigüedades
que se encuentran en los análisis que Foucault hace al respecto, es de
todos modos claro que remiten siempre a una preocupación por la vida
en sentidos que nunca se terminan de precisar. Ahora bien, algunos
autores han avanzado en esta pregunta y señalan que la medicina hoy
individualiza a través de la noción de riesgo. En un panorama donde
todas las dimensiones de la salud están aferradas ineluctablemente
a cuestiones económicas y en especial de mercado; las estrategias
de gestión y prevención de riesgos brindan a la responsabilidad in-
dividual un lugar prioritario en el tema sanitario y epidemiológico.
La predisposición y el estilo de vida serían los blancos de un control
que bajo el mandato de vivir sano establece al menos dos tipos de
escisiones; primeramente entre individuos en y fuera de riesgo, pero
también entre lo que sería la responsabilidad privada y el cuidado
de lo público y el colectivo. Si bien Foucault no extendió sus análisis
sobre la salud de manera detenida al contexto de las democracias
liberales actuales, es importante levantar la crítica al valor que se le
ha asignado a la responsabilidad como una dimensión restringida a
la acción, y ajena a los efectos, influjos y determinaciones de la esfera
pública. En ese sentido, Luis David Castiel nos indica que: “(…) al
lado de las preocupaciones de orden distributivo, son perceptibles
los elementos de tecnología política y moral y de sus valores indivi-
dualistas en los escenarios futuros de orden sociocultural”.24 Así, pese
a que el actual panorama no ha cancelado una cierta relación con
la salud colectiva y que, al contrario, su gestión comporta una cierta
definición de lo público y de sus modos de vida saludables, “perma-
necemos en el omnipresente eje de gestión individual y racional de
las cuestiones de salud”.25
Cuando se implementa una política de salud cuyo énfasis está pues-
to en el autocuidado preventivo de los individuos, lo que se trasluce
es una biopolítica que se superpone con el control disciplinario de
cuerpos reducidos a la supervivencia y por tanto atados a su finitud.
El primado del riesgo indica el reinado longevo de una vida empa-

24 Castiel, Luis David; Álvarez-Dardet, Carlos. La salud persecutoria: los límites de


la responsabilidad. Buenos Aires: Lugar editorial, 2010, p. 141.
25 Ibídem, p. 141.

106
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

lidecida y monótona en perjuicio de su pluralidad, su diversidad,


sus excesos, sus desvíos y por cierto de su carácter errático; la vida
que se fuga permanentemente del cálculo. Además, hay un evidente
contraste entre, por una parte, una sociedad que, anclada en un
proyecto moderno de progreso, ha generado una enorme cantidad
de herramientas de seguridad y control, y por otro lado, la sensación
de inseguridad, fragilidad e incluso amenaza que se experimenta en
diferentes ámbitos culturales. En cierta medida, se puede conjeturar
que se trata no tanto del riesgo como del uso y administración que
de él se hace. En efecto, a lo largo de la historia, las sociedades han
estado expuestas a diferentes riesgos –y en grados aun mayores a los
de hoy–, pero lo que es inédito en nuestra época, es la información y
el conocimiento que de ellos se tiene. Hablar de riesgo acusa entonces,
necesariamente, hablar del uso que se hace de su información, de su
difusión y sus efectos, además de los agentes que intervienen su gestión,
los sesgos que tienen lugar y las operaciones que ofrece. De este modo,
se asiste a un escenario asimétrico entre el conocimiento del riesgo y
la capacidad de prevenirlo o de conjurarlo. El ideal de control total y
absoluto de todo riesgo posible se ve frustrado, colisiona con su misma
definición, y produce un denominador común, un telón de fondo de
ansiedad y algo de paranoia, suelo fértil para la implementación de
políticas persecutorias e hiperpreventivas en salud.
Quisiera además establecer una distinción que podría ser útil para
pensar los excesos del riesgo y la sobrerreacción en salud e intentar así
acusar sus debilidades y puntos inerciales. Debe tenerse presente que
la implementación de políticas de prevención, precaución e incluso
de protección, nunca extirpa del todo los riesgos. Es imposible tomar
recaudo de todas las variables, incluso –o quizás precisamente– si se
toma en cuenta la cantidad de información que existe. Además, la
predictibilidad nunca es totalmente exacta ni unívoca. Todo esto nos
indica que siempre resta un margen de riesgo e incertidumbre con el
cual se debe lidiar. No obstante, muchos de estos riesgos son, en buena
medida, previsibles: son los puntos de fuga que obedecen a la misma
lógica de la prevención. Indican las casillas vacías, aquellas variables
sobre las que se sabe de antemano los límites de la precaución. En esa
misma medida, constituyen riesgos esperables, que de por sí se antici-
pan gracias a la racionalidad preventiva y que por ello no constituyen
una sorpresa sino tan solo una eventualidad incalculable. Otra cosa es
pensar en el riesgo como lo inimaginable, como la amenaza espectral
que está fuera de toda lógica y de todo cálculo, y frente a la cual no

107
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

quedaría más que “prepararse para lo peor”. Este tipo de considera-


ción es indicativa de una política que hace de la mera supervivencia, 26
su valor fundamental, y que en esa medida renuncia a toda idea de
proyecto, a toda proyección e incluso a toda utopía, en beneficio del
resguardo frente a lo amenazante. De este modo, se vislumbra otra
variante de la biopolítica; una que en nombre de la vida cancela toda
posibilidad de otro proyecto de vida. Al amparo de esta racionalidad
se elaboran programas preventivos frente a peligros muchas veces
virtuales: una mutación inesperada que da origen a una epidemia sin
freno, una catástrofe natural sorpresiva, el colapso informático de los
mercados, el desabastecimiento energético, y todas aquellas fábulas
que alimentan la ficción de Hollywood pero también los discursos
electorales y algunos protocolos de políticas públicas. Se trata de una
vida que se atesora al mismo tiempo que se la anestesia, despojándola
de toda errancia y de todo desvío nómade: una burbuja biopolítica.
Se advierte entonces una dislocación que, de la mano del riesgo y la
protección, sustrae a la vida su autonomía e incluso la posibilidad
de su fortalecimiento a través del enfrentamiento con aquello que la
desafía. Es en ese escenario donde cobra sentido demandar y cues-
tionar por los efectos del diagnóstico y el tratamiento preventivo de
enfermedades que quizás no tengan nunca lugar, pero cuya sombra
se extiende tenebrosa cubriendo una zona que confunde seguridad,
control y rédito político.
Pero al mismo tiempo, se hace necesario interrogar esta burbuja
de protección cuando intenta hacer del individuo el gestor de su se-
guridad. En definitiva, ¿en quién descansa la prevención? La idea de
alojar la prevención en la responsabilidad individual, obedece, por
cierto, a una privatización del cuidado. Según este enfoque, anular el
riesgo es, mayoritariamente, tarea singular, competencia del “sujeto”
liberal que posee un abanico de ofertas de seguridad. El individuo es
entonces libre de elegir, o más bien de consumir seguros, seguridad
y tranquilidad. Todo esto, por supuesto, en el mercado, es decir, en
un espacio de lo privado que se expande en detrimento de un espa-
cio público o social que aparece entonces como vacío de garantías y
precario en mecanismos de protección. Pero no se trata únicamente
de la dicotomía entre Estado y mercado, o entre público y privado,

26 Véase Abélès, Marc. Política de la supervivencia. Buenos Aires: Eudeba, 2008.


También, Yuing, Tuillang. “El lugar de la historia en tiempos de globaliza-
ción: Un análisis a partir de Marc Abélès y Michael Hardt–Antonio Negri”,
en: Estudios de Filosofía e Historia de las Ideas, vol. 13, núm. 1, 2011, pp. 91-101.

108
— biopolítica y clínica: notas para una pregunta por el individuo —

sino más bien de la posibilidad de pensar la salud más allá del distrito
de lo individual y de pensar modos de articulación entre lo público
y lo político que incluyan información, debate e implementación de
espacios de discusión y acción. En definitiva, hacer de la salud algo que
ofrezca autonomía y responsabilidad social, y no mero clientelismo o
asistencialismo. Cobra sentido entonces, preguntar por políticas de
salud que vayan en la dirección de sujetos que conecten y sintonicen
colectivamente, y que desde esa mirada, asuman una responsabilidad
y un cuidado de todos.
Además, en cierta medida, ocurre que se ha naturalizado la pro-
tección. A tal punto se han domesticado y neutralizado los riesgos,
que se cree natural y obvio el estar protegido. Desde esta perspectiva,
el trabajo de una política de salud –aun otorgando seguridad–, no
se debe corresponder con un individuo pasivo desfasado o dislocado
socialmente. Al contrario, se deben proporcionar elementos para
enfrentar conjuntamente los riesgos reales, sin alarma, sin sobrepro-
tección y por supuesto, sin temor. Solo una sociedad sin miedos puede
dar lugar a una política donde la vida se disperse con comodidad.
No obstante, el lugar protagónico que posee el temor en la gestión
de la política anida en la reclusión tácita a la que se ha destinado la
muerte, la que a partir de ese exilio se ha vuelto cada vez más po-
derosa y determinante. En ese sentido, la pregunta por el modo de
oposición entre la vida y la muerte que –de modo solapado– atraviesa
el conjunto de la obra de Foucault, está lejos de ser respondida: ya sea
como el “silencio” de la locura, como la muerte del hombre, como el
cadáver de Bichat, como la elaboración de un individuo dócil objeti-
vado al interior de las ciencias humanas, e incluso como aquel hablar
verdadero que expone la vida al límite más allá del cual no hay indivi-
duo; en todos esos careos con la muerte, la vida representa un punto
afirmativo de imprevisibilidad. Tal vez el hecho de que la vida –la del
hombre– esté expuesta desde la cuna a una muerte desplegada en un
sinfín de derrotas, indica que, pese a todo, la muerte y su amenaza
no deja de ser un momento secundario al despliegue sin proyecto de
la vida, convertida en un momento sin cálculo, un momento errático
que escapa incesantemente a la individualidad aun cuando se vista
con los trajes de la salud.

109
bioética entre salud pública y biopolítica

miguel kottow

Introducción
Ingresar a los discursos de la biopolítica requiere una cierta dosis
de impudicia para ocupar espacios sobresaturados e indispuestos a más
ajetreo, de imprudencia por hollar un escenario reducido a hollejo, de
ingenuidad al proponer otro texto con pretensión de abrir algún pliegue
residual aún no tocado por los predadores académicos. Sin embargo,
es de recordar lo que Wittgenstein nos dijera: de lo que no se puede
callar, hay que hablar. La salud pública y, ante todo, la reflexión bioética
que asienta en ella, reconocen y acusan el impacto de la biopolítica y
solicitan, con cierta urgencia, investigar estas relaciones con respeto
cartesiano por la nitidez y claridad de las ideas y los conceptos relacio-
nados con salud. Aunque es frecuente que las aclaraciones más bien
oscurezcan, cual luz difractada por una superficie opaca e irregular.
Encargo complejo considerando la polisemia carnavalesca con la cual
el concepto de biopolítica es manejado desde su origen en los escritos
de M. Foucault1 (1976): el cuerpo como máquina –anatomo-política del
cuerpo humano–, y los “controles reguladores: una biopolítica de la población.2
Cuando ese texto primeramente se publica, la bioética apenas balbucea
y la salud pública tradicional es embestida por la Nueva Salud Pública;3
arrecia la mundialización del neoliberalismo y la neoliberalización del
mundo, con el consecuente debilitamiento del Estado y el traspaso al
mercado de sus servicios sociales, incluyendo medicina poblacional y

1 Foucault, Michel. Defender la sociedad. Curso en el Collège de France 1975-


1976, Buenos Aires: FCE, 2006.
2 Foucault, Michel, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Madrid: Siglo
XXI, 2009, p. 148.
3 Kottow, Miguel, “Bioética y la Nueva Salud Pública.”, Nuevos Folios de Bioética
núm. 4, Santiago: Escuela de Salud Pública, 2011, pp. 7-38.

110
— bioética entre salud pública y biopolítica —

atención médica. Aún no se vislumbraba el impacto de carácter biopo-


lítico que estas disciplinas, la bioética en ciernes y la salud pública en
dextroviraje, habían de sufrir. “Lo que está en juego en la biopolítica
es, precisamente, la politización de la vida biológica”.4 Claro está, pero,
¿a qué vida se refiere la vida biológica? La adjetivación ya sugiere que
hay vida no biológica, distinguiendo vida de logos de la vida. La vida
biológica aludida, ¿se refiere al ser humano? ¿Dónde queda el animal?
¿Quién es ser humano: el concebido, el nacido, el racional, el uncido
a un respirador artificial, el individuo en estado vegetativo persistente
(EVP) que regula ciertas funciones “vitales” como respirar, mantener
una homeostasis básica? ¿Qué ocurre con la pregunta acaso la vida es
sistema abierto o cerrado? Y si se caracteriza por ser un ente capaz de
“error”,5 ¿es corregible por autocompensación, como un Dasein perma-
nentemente obligado de estibarse? ¿O es el ser que se sabe errático,
enfermable, mas también susceptible de ser recuperado del error:
un ser autopoiético que al enfermar no se vuelve heteropoiético sino
impoiético, requirente de ayuda, solicitante de diaconía (Levinas)? Im-
posible, desde miradas comprometidas con salud y enfermedad como
lo son, para la óptica de la presente disquisición, la salud pública y la
bioética, ignorar las cuestiones planteadas o directamente rechazar el
oxímoron “vida biológica”, o dejar de retornar a la pregunta ¿qué es
eso que se denomina biopolítica?

¿Desde dónde mirar la biopolítica?


Como ocurre con otros campos del saber, es más accesible saber lo
que algo no es; difícil definir justicia pero fácil de vivenciar injusticia,
debatir perpetuamente sobre bienestar pero reconocer de inmediato
un malestar, hablar de salud mientras se identifica enfermedad. Del
mismo modo, no requiere gran esfuerzo reconocer las propuestas
que no definen biopolítica o lo hacen de un modo disfuncional
para el debate. La biopolítica, en esencia, se caracteriza por ser un
planteamiento de bienestar, de salud pública, de normalización y de
racionalización que hoy atraviesa al conjunto de la Humanidad.6 Basta

4 Castro, Edgardo, “¿Qué es la política para la biopolítica?”. En Cassigoli I., So-


barzo (eds.): Biopolíticas del Sur, Santiago: Editorial Arcis: 21-33, 2010, p. 22.
5 Karmy, Rodrigo, “¿Es la vida un sistema? Para una crítica de la “Biología del
Conocer”. Revista Paralaje, núm. 9: 181-192, 2013.
6 Gil Claros, M. G., “Introducción a la biopolítica: una mirada en torno a la in-
clusión y a la exclusión”. En Sierra Castillo, M. E. (comp.): Biopolítica. Reflexio-
nes sobre la gobernabilidad del individuo, Madrid: S&S Editores: 13-41, 2010, p. 21.

111
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

salir a la calle, tener en mente los trabajos de Bauman, Bourdieu, R.


Castel, de la literatura ecológica catastrofista, o la subcultura de los
preppers,7 para reconocer que “el conjunto de la Humanidad” vive su-
mida en inseguridades, turbulencias y amenazas; quienes hablan de
bienestar, normalización ¿qué normas? y de racionalización (¿?) apenas
si constituyen minorías enclavadas en sociedades económicamente
robustas. Característico de la biopolítica es el corte poblacional que
escinde y separa incluidos de excluidos, recurriendo a un estado de
excepción que no es una dictadura (constitucional o inconstitucional,
comisarial o soberana), sino un espacio vacío de derecho, una zona
de anomia en la cual todas las determinaciones jurídicas –y, sobre
todo, la distinción misma entre público y privado– son desactivadas.8
Alarmante es que el estado de excepción se vuelve infiel a su deno-
minación, por cuanto conforme a una tendencia activa en todas las
democracias occidentales, la declaración del estado de excepción
está siendo progresivamente sustituida por una generalización sin
precedentes del paradigma de la seguridad como técnica normal de
gobierno.9 Ni duda hay que la convivencia democrática se ve maculada
por situaciones catalogadas como emergentes y autojustificadas para
decretar medidas biopolíticas; pero parece impropio entenderlas como
variantes de Auschwitz o Guantánamo. Lo que ha de preocupar a la
salud pública y a la bioética es que se deslicen al interior del orden
social democrático normas y leyes que tienen carácter biopolítico sin
revertir el estado de derecho, sino desarrollando determinadas políticas
públicas que son de inclusión y exclusión al modo soberano de “hacer
vivir y dejar morir”. Esta formulación foucaultiana del poder político
que nace en el siglo XIX, es por él matizada en dos aspectos: por un
lado, “el poder es cada vez menos el derecho de hacer morir y cada
vez más el derecho de intervenir para hacer vivir, sobre la manera de
vivir y sobre el cómo de la vida”;10 por otra parte, “cuando hablo de dar
muerte no me refiero simplemente al asesinato directo, sino también
a todo lo que puede ser asesinato indirecto: el hecho de exponer a la
muerte, multiplicar el riesgo de muerte de algunos o, sencillamente,

7 Preppers son grupos de personas que centran su vida en preparación del veni-
dero apocalipsis global. Véase Duclos, Denis, “Les casaniers de l‘apocalypse”,
en: Le Monde Diplomatique. Julio de 2012.
8 Agamben, Giorgio. Estado de excepción, Buenos Aires: Adriana Hidalgo edito-
ra, 2004, p. 99.
9 Ibídem, p. 44
10 Foucault, Michel, Defender la sociedad, op. cit., p. 224.

112
— bioética entre salud pública y biopolítica —

la muerte política, la expulsión, el rechazo, etcétera”.11 Agamben


resaltará el carácter destructivo, tanatológico de toda biopolítica,
sea totalitaria o esté disimuladamente enquistada en democracias,
y los esfuerzos de Esposito por dar nacimiento a una biopolítica
afirmativa se empinan sobre el reconocimiento que por ahora, y a
los ojos de muchos, se entiende la biopolítica como una “política de
la muerte”.12 Implícito pero desatendido queda que “la biopolítica”
es un discurso analítico, en tanto “las “biopolíticas” son modos es-
pecíficos de hacer política, de aplicar el biopoder. Esta distinción es
especialmente importante si se reconoce que los estados de excepción
encajan en sistemas democráticos, es decir, la juridicidad arbitraria
de una biopolítica convive con el Estado de derecho, a diferencia de
la implantación de un Estado totalitario que reemplaza y distorsiona
toda la estructura judicial preexistente. La escisión entre colectivos
incluidos y excluidos no se da en el vacío ni en la teoría, pues afecta a
los individuos que forman parte de las poblaciones reclutadas, lleva en
sí privilegiar a los incluidos y dañar a los excluidos. La biopolítica es
un dictamen sobre grupos humanos –“tiene que ver con la población
(…) ese nuevo cuerpo (…) con muchas cabezas”,13 pero se “destina
(…) al hombre vivo, al hombre ser viviente (…) la disciplina trata de
regir la multiplicidad de los hombres en la medida que esa multipli-
cidad puede y debe resolverse en cuerpos individuales que hay que
vigilar, adiestrar, utilizar y, eventualmente, castigar”.14 La perspectiva
desde la cual se desarrolla este texto requiere una precisión adicio-
nal, señalando que los cortes biopolíticos pueden ser normativos,
afectando los derechos de las personas, o interventores que ejercen
su discriminación directamente sobre el cuerpo, sobre la biología sin
más. Posiblemente esta decisión no sea del todo limpia, pero queda
sugerida, nuevamente por Foucault, cuando señala: una tecnología
de adiestramiento disciplinario opuesta o distinta de una tecnología
de seguridad; una tecnología disciplinaria que se distingue de una
tecnología aseguradora o regularizadora; una tecnología que sin
duda es, en ambos casos, tecnología del cuerpo, pero en uno de ellos
se trata de una tecnología en que el cuerpo se individualiza como
organismo dotado de capacidades, y en el otro, de una tecnología en

11 Ibídem, p. 231.
12 Esposito, Roberto, Bíos. Biopolítica y filosofía, Buenos Aires: Amorrortu edito-
res, 2011, p. 312.
13 Foucault, Michel. Defender la sociedad, op. cit., p. 222.
14 Ibídem, p. 220.

113
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

que los cuerpos se reubican en los procesos biológicos de conjunto.15


La cita es interpretable como sugiriendo que las capacidades del or-
ganismo se refieren al cuerpo en cuanto unidad biológica lesionada,
forzada y reprimida, en tanto la reubicación se propone manipular el
rango de derechos de acción del cuerpo, permitiendo o prohibiendo
conductas en cuanto normadas a nivel poblacional.

Bioética y biopolítica
Más que pensar en una relación conjuntiva, hay propuestas de
fundir la bioética en la biopolítica: “¿No será que en vez de bioética
lo que en realidad necesitamos es una biopolítica?”.16 De modo similar,
el filósofo colombiano C. Maldonado afirma que “la biopolítica cons-
tituye, al mismo tiempo, un capítulo de la bioética y una superación
o realización de la misma”.17 Si en nuestra sociedad se ha producido
una profunda imbricación entre ‘vida’ y ‘política’, las posibilidades
abiertas por la bioética de Potter deberían combinarse con el estu-
dio de la biopolítica impulsado por Foucault.18 En consecuencia, la
autora presenta la biopolítica como “un capítulo o una derivación
de la bioética”.19 Mientras se continúe estudiando la relación entre
bioética y biopolítica, será insoslayable hacer referencias a los escri-
tos del filósofo belga G. Hottois, director junto a J-N. Missa, de una
contundente enciclopedia de bioética, 20 dedicados a filosofía de la
técnica, bioética y biopolítica. Basten algunas citas para ilustrar el
estado de confusión en que se encuentra el tema: “Podríamos definir
la bioética (…) diciendo que ésta designa un conjunto de cuestiones
con una dimensión ética (…) suscitadas por el, cada vez mayor, poder
de intervención tecno-científica en el ámbito de la vida orgánica”.21
“[L]a bioética cubre un conjunto de investigaciones, de discursos y

15 Ibídem, p. 225.
16 Castoriadis, Cornelius. El avance de la insignificancia, Buenos Aires: EUDEBA,
1997, p. 156.
17 Maldonado, Carlos. Biopolítica de la guerra, Bogotá: Siglo de Hombre, 2003,
p. 15.
18 Véase Quintanas, Anna, “Bioética, biopolítica y neoliberalismo”. En: Quin-
tanas, Anna. (ed.). El trasfondo biopolítico de la bioética, Girona: Documenta
Universitaria: 97-111, 2013, p. 103.
19 Ibídem, p. 204.
20 Hottois, Gilbert y Missa, Jean-Noël. Nouvelle encyclopédie de bioéthique. Bruxe-
lles: De Boeck Supérieur, 2001.
21 Hottois, Gilbert, Essais de philosophie bioéthique et biopolitique, Paris: Libraire
Philosophique J. Vrin, 1991, p. 170.

114
— bioética entre salud pública y biopolítica —

de prácticas, generalmente pluridisciplinarias y pluralistas, que tie-


nen como objeto aclarar y, si es posible, resolver preguntas de tipo
ético suscitadas por la I&D biomédicos y biotecnológicos en el seno
de sociedades caracterizadas, en diversos grados, por ser individua-
listas, multiculturales y evolutivas”.22 Hasta aquí, parece presentarse
una mera disputa conceptual al interior y en derredor de la bioética,
dislocada de su raíz y de su eje central, si no tuviese un colofón que
recurre al plural mayestático. “A decir verdad (…) la bioética no nos
interesa de entrada (d’emblée)… Dicho de otro modo, la bioética nos
ha interpelado bajo una forma que sería más exacto describir como
‘biopolítica’, vinculada con cuestiones propias de filosofía política en
una civilización multicultural (…) confrontada a problemas suscitados
por investigación y desarrollo tecno-científicos”.23 Falacias categoria-
les, diría Ryle, necesarias de mencionar para desarrollar la idea que
entre bioética y biopolítica no hay conjunción ni disyunción, pues son
profundamente antagónicas, en una oposición directa y trascendental
al plantear el rol de la reflexión ética sobre salud pública tanto en su
dimensión política como en su estatus epistemológico.

Bioética versus biopolítica


Tienta la idea, algo simplista, de adscribir la bioética a una
preocupación por el bíos –la forma propia de vivir de un individuo o
un grupo–en tanto la biopolítica aborda la zoé –el simple hecho de
vivir, común a todos los seres vivos.24 Pero pensar la zoé como “simple
mantenimiento biológico” y el bíos como “forma de vida…” que ter-
mina por también “naturalizarse”, es “situarse en una zona de doble
indiscernibilidad”.25 En efecto, la bioética se siente incómoda si se
la entiende dedicada a la vida humana en tanto existencia, Dasein,
proyecto, porque además tiene que ocuparse de entes oligocelulares
que para unos son un conceptus con estatus ontológico y moral de ser
humano potencialmente persona, mientras otros lo ven como procesos
moleculares inespecíficos, un material biológico éticamente neutro. En
el otro extremo, existen los seres reducidos a cuerpo que vive –respira,
late– dependiente de aparatos y de procesos artificiales de nutrición,

22 Hottois, Gilbert, ¿Qué es la bioética? Bogotá: Universidad El Bosque, 2004,


p. 26.
23 Hottois, Gilbert. Essais de philosophie bioéthique et biopolitique, op. cit., pp. 21-22.
24 Agamben, Giorgio. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: PRE-
TEXTOS, 2003, p. 9.
25 Esposito, Roberto. Bíos, Biopolítica y filosofía, op. cit., p. 25.

115
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

regulación, homeostasis, en EVP. Son cuerpos (inglés corpse = cadá-


ver), en estado de sarcófago clínico (sarkos = carne, phagos = comer),
consumidos por un aparato tecno-médico antes que los fagocite el
ataúd. “El cuerpo (Körper) es en gran medida una cosa morfológica-
mente delimitada”,26 en tanto el Leib (raíz del alemán arcaico lib, lip,
conservado en inglés como life) es incorporado a la fenomenología y
a la bioética como “cuerpo vivido” (Merleau-Ponty): “El Leib humano
“no es ‘cualquier cosa’ poseedora de ciertas características; es el ori-
gen de relaciones con un mundo que elige y por el cual es elegido”.27

Zoé, bíos, persona


¿Acaso existe la categoría de zoé en la medicina o en la bioética?
El individuo en EVP no es homo sacer (“La vida insacrificable y a la
que, sin embargo, puede darse muerte, es la vida sagrada” 28 precisamente
porque no cualquiera puede darle muerte, pero sí es sacrificable
para posturas que estiman que la abolición irreversible de la per-
sonalidad, y aunque el cuerpo “técnicamente” siga vivo, implica la
pérdida de “significación moral”, y permite la eutanasia activa o
pasiva, 29 aceptando una “desviación de la tradicional sacralidad de
la vida” cuando, “careciendo de toda experiencia [vivencia], sus vidas
no tienen valor intrínseco”.30 El tema de la persona es desatendido
por la biopolítica y enfocado por la bioética en forma deficiente al
exacerbar las miradas que pretenden llenar la brecha “entre hom-
bre y ciudadano, espíritu y cuerpo, derecho y vida”. 31 El trabajo de
Esposito, basado en parte en S. Weil, desentraña que el concepto
de persona pretende una universalidad que no puede alcanzar por
constituir un “mecanismo de separación y de exclusión, construido
en nombre de la persona”,32 resaltar la idea de lo impersonal como
aquello que es efectivamente universal, “sagrado” como dice Weil.
El asunto es crucial para la bioética, reiteradamente culpable de
desarrollar la idea de que son personas solo quienes tienen ciertos
atributos –intereses, racionalidad–, y lo es, asimismo, para la bioética

26 Plûgge H. Vom Spielraum des Leibes. Salzburg: Otto Müller Verlag, 1970, p. 23.
27 Buytendijk (1954), citado por Plûgge H. Vom Spielraum des Leibes, op. cit., p. 25.
28 Agamben, Giorgio. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, op. cit., p. 108.
29 Véase: Harris, John, The value of life. London and New York: Routledge, 1991.
30 Singer, Peter. Practical ethics. Cambridge, New York: Cambridge University
Press, 1979, p. 139 ss.
31 Esposito, Roberto, Comunidad, inmunidad y biopolítica. Barcelona: Herder,
2009, p. 191.
32 Ibídem, p. 198.

116
— bioética entre salud pública y biopolítica —

personalista que refunda, desde Mounier, Maritain, Ricoeur, el respeto


del ser humano considerado trascendentalmente persona.33
Fuera del contexto médico, la bioética tampoco encuentra aplicación
para un zoé humano, porque el hombre nudo, ¡quién lo sabe mejor
que Primo Levi! es “Muselmann”: “no hombre” a quien se “duda en
llamar[lo] vivo (…) se duda en llamar muerte a su muerte”.34 ¿Cómo
puede un no hombre ser hombre nudo? Si zoé es el simple hecho de vivir,
¿acaso vive quien está dudosamente vivo, en un estado que lleva a una
muerte problemática, porque es imposible saber si la muerte ya llegó.
Levi titula uno de sus capítulos “Más acá del bien y del mal” y Hanna
Arendt introduce el concepto de la banalidad del mal, porque ese mal
“no fue causado por motivos humanos o humanamente comprensibles.
En eso consiste el horror del mal, y su banalidad”.35 Su diagnóstico
de Eichmann y sus congéneres ha sido muy controvertido y no parece
defendible, aunque debe entenderse que no se refiere a la banalidad
del mal, sino al perpetrador que se escuda tras la banalidad de no
haber sabido, de haber cumplido órdenes, de haber sido engañado.
Desde la perspectiva ética, el agente siempre es responsable a menos
que sea víctima de coerción ineludible. En el caso de Auschwitz, que
emblemáticamente representaría la banalidad del mal en campos
de concentración donde sistemáticamente bíos es degradado a zoé,
la bioética queda sobrepasada frente a las biopolíticas tanatológicas
desenfrenadas y en extremo malignas allí desplegadas.

Inclusión/exclusión
De esta escueta incursión semántica surge que las categorías zoé/
bíos no son adecuadas para la bioética, a diferencia de su empleo en
el discurso biopolítico. Hay otras incongruencias: todo planteamien-
to ético se basa en relaciones interpersonales y respeta la distinción
original de Weber, entre ética de convicciones –ética de conciencia–,
que se mantiene kantianamente en el espacio de la voluntad autóno-
ma del individuo, y la ética de responsabilidad, que distingue agente
de afectado y requiere del primero hacerse cargo de sus actos en la
medida que lesionan a otros y demandan justificación, compensa-
ción, arrepentimiento, retribución. Los esfuerzos deliberativos de
la bioética pueden llevar a propuestas, jamás a determinaciones; su

33 Véase: Taboada, P., Cuddeback, K.F., Donohue-White, P. Person, Society and


Value. Dordrecht: Kluwer Academic Publishers, 2002.
34 Véase: Levi, Primo. Si esto es un hombre. Barcelona: Muschnik, 2003.
35 Véase: Arendt, Hannah. Über das Böse. München: Piper Verlag, 2003.

117
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

afán de universalizabilidad (trabalenguas introducido por Hare)


no significa pretender ser universales, a lo más aspiran a una gene-
ralización ceteris paribus. La bioética es indefectiblemente reflexiva,
metódicamente deliberativa, argumentativa, debatible, lo cual la
obliga a ser plural e inclusiva. Las posturas bioéticas que incluyen/
excluyen son únicamente válidas y vinculantes para sus acólitos,
carece de toda legitimidad moral pretender hacer proselitismo o
inspirar normas y leyes que respetarán a unos, coartando a otros; de
allí que las normas que pudiesen surgir como propuestas bioéticas no
pueden sino ser tolerantes para validarse en sociedades democráticas
y plurales, en contraposición al autoritarismo biopolítico. Razones
de espacio obligan a dejar de lado un aspecto nuclear de la bioética,
donde se hace cómplice de la biopolítica que hace vivir dejando mo-
rir. Una corriente importante en la bioética anglosajona se propone
distinguir en forma plausible entre persona y ser humano pues, si
fuesen sinónimos, se estaría devaluando y haciendo redundante el
concepto de persona. Sin embargo, la distinción ontológica no auto-
riza a perpetrar el inaceptable error de permitir una discriminación
moral al sostener que solo en tanto persona puede el ser humano
integrarse en la comunidad moral. Falta la esencial distinción entre
agente moral, que solo puede serlo quien sabe de su autonomía y
se compromete a actuar en responsabilidad, a diferencia del ser
humano que, no pudiendo aún, nunca, o ya no, ejercer actos en li-
bertad y responsabilidad, es sin embargo sujeto moral en el sentido
de corresponderle un trato moral por quienes actúan sobre y por él.
Solo entendiendo que el discurso moral atañe a todo ser humano y,
para muchos, a todo ser vivo, podrá la bioética oponerse a aquellas
biopolíticas que tienden a “unificar persona y cuerpo aplastando a
la primera sobre la materia biológica del segundo”.36

Transgresión de espacios
Consecuencia de la anterior es la lisis de la tradicional barrera
entre espacio público y ámbito privado: los principales problemas
políticos hoy en día tratan directamente con la vida privada: la
fecundación y el nacimiento, la reproducción y la sexualidad, la
enfermedad y la muerte.37

36 Esposito, Roberto. Tercera Persona. Buenos Aires: Amorrortu, 2009, p. 23.


37 Touraine (1985) citado por Cohen, Jean; Arato, Andrew. Sociedad civil y teoría
política. México, D.F: FCE, 2002, p. 578.

118
— bioética entre salud pública y biopolítica —

Al hacer traslúcida a la persona para alcanzar directamente al


cuerpo, al destrozar el bíos en busca del zoé humano herido de muer-
te, la biopolítica actúa en nombre de un espacio público por ella
definido, invadiendo el espacio privado, decretando su caducidad
y denudando el ámbito íntimo que constituye un reducto nuclear
dentro del mundo privado. La panóptica moderna de la televigilancia
que todo lo ve y el énfasis en una transparencia que nada deja sin
escudriñar, son vectores protagónicos en la licuefacción de los límites
entre los público y lo privado, hasta la invasión del núcleo íntimo de
la persona.38 Allí donde se impone una biopolítica, queda anulada la
deliberación bioética porque nada queda por defender, silenciados el
apelativo a la autonomía individual y a la equidad entre los individuos.
La biopolítica apresa al individuo otorgándole la categoría de perso-
na non grata y, por ende, es una no persona. La bioética, en cambio,
solicita a la política que respete a la persona en nombre de derechos
y valores universales, cayendo en la trágica contradicción de definir
persona, definición que es la especificación –persona, dentro de un
género –seres humanos–, es decir, una inclusión que margina a los
excluidos. Los malogrados intentos de poner la dignidad humana como
el sustrato común a todo ser humano, no aprueba la indagación que
pregunta quién es ser humano y qué contenido darle a la dignidad:
“La dignidad no se construye por el hombre, sino que se respeta del
hombre”.39 Un axioma que permite construir una bioética, pero no
explica por qué tanta humanidad vive en condiciones indignas, some-
tidos a tratos indignantes que demuestran lo contrario: la dignidad
se construye y destruye por el hombre. El diccionario biopolítico no
contiene la entrada “dignidad”, en tanto para la bioética es una amante
apasionante pero despechada. Si la dignidad fuese trascendental a
lo humano, alojaría en un espacio privado inexpugnable, inviolable
incluso para la reflexión bioética.40

Salud pública y biodisciplinas


Desde mediados del siglo XX, el término salud pública se ha vuelto
polisémico en la medida que es aventurado hablar de un concepto

38 Véase Marzano, Michela, Publicisation de l’espace privé et privatisation de


l’espace public. http://www. Raison-publique.fr/article644/.html. Consulta-
do 25.11.2013.
39 Andruet (h), Armando. S. “De la bioética a la biopolítica”, en: Jurisprudencia
Argentina, vol. 4: pp. 3-9.
40 Gracia, Diego. Fundamentos de bioética. Madrid: Triacastela, 2008, p. 11.

119
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

cuyos componentes “salud” y “público” están sometidos a variadas,


controvertidas e incompatibles interpretaciones. Reconociendo que
las políticas sanitarias se inician formalmente en Alemania (Frank
1779, Neumann y Virehow, 1848) y tienen uno de sus desarrollos más
integrales en Gran Bretaña (National Health Service 1946), se sugiere,
para efectos del presente debate, utilizar una definición germana y
otra anglohablante:

La salud pública es el proceso de movilización local, estadual, na-


cional e internacional de recursos para resolver problemas mayores de
salud que afectan a comunidades.41
Public health The science and art of promoting health and preventing
disease through the organized efforts of society.42

El estrecho vínculo entre salud pública y biopolítica es reconocido


en los inicios del tema tratado por Foucault, que en forma continua y
reincidente entrevera políticas sanitarias de protección y promoción,
con biopolíticas empeñadas en la cesura inclusión/exclusión, privi-
legiados (hacer vivir) y desprotegidos (dejar morir): vacunaciones
obligatorias, cuarentenas, normativas relacionadas con VIH/SIDA,
normativas referentes a los extremos de la vida –anticoncepción, aborto,
eutanasia–, leyes punitivas en relación con adicciones, disposiciones
dictaminadas en arbitrariamente declarados estados de excepción –
bioterrorismo–. Justamente por ser biopolíticas, no existe regulativo
democrático que las legitime ni arbitraje ético que dirima lo que son
intereses corporativos de lo que es buena práctica sanitaria, como
ocurrió paradigmáticamente en torno a la “pandemia” H1N1 de 2009-
2010, en que los intereses de expertos y de la industria farmacéutica
generaron grandes pérdidas fiscales e intranquilidad pública. El
encuentro de tres siglos de salud pública con apenas cuatro decenios
de bioética, en los cuales solo muy recientemente aparece el llamado
a la ética en salud pública,43 marcado por adaptar, complementar o

41 Gutzwiller, Felix; Jeanneret, Olivier (eds.). Sozial-und Präventivmedizin Public


Health, Bern: Hans Huber Verlag, 1999, p. 25.
42 Pomerleau, Joceline; McKee, Martin (eds.). Issues in public health. Maiden-
head, New York: Open University Press, 2005, p. 218.
43 Véase Weed, Douglas. L (1995), “Epidemiology, the humanities, and public
health”, American Journal of Public Health, 85(7): 914-918; Kass, Nancy. E.
(2001). “An Ethics Framework for Public Health”. Am J Public Health 91: 1776-
1782. También Callahan, Daniel; Jennings, Bruce (2002). “Ethics and Public
Health: Forging a Strong Relationship”. Am J Public Healtlh 92: 169-176.

120
— bioética entre salud pública y biopolítica —

tímidamente marginar los principios bioéticos de Georgetown a la


(bio)ética cuestiones grupales o sociales.44 Muy en ciernes se encuentra
el reconocimiento de la especificidad requerida por una bioética
adaptada a agentes institucionales que actúan sobre colectivos humanos,
y de los conflictos inherentes a toda política pública sanitaria que
invariablemente encuentra resistencias y oposiciones individuales,
tropezando en conflictos entre norma y autonomía personal de
quienes presentan posturas atendibles de rechazo. Al dictaminar
disposiciones generales cuya eficacia depende de un cumplimiento
disciplinado que no admite excepciones so riesgo de fracasar en
sus afanes preventivos, la salud pública adopta un autoritarismo
cuya justificación ha de someterse a escrutinio ético para validarse
en democracia. Es tarea de la bioética discriminar entre acciones
de salud pública validadas por investigaciones epidemiológicas
y justificadas en recurrir a obligatoriedad en tareas preventivas.
Con la presencia cada vez mayor de acciones promocionales que se
proponen recomendar estilos de vida saludables, recurriendo incluso
a extensas prohibiciones –leyes antitabáquicas–, se hace aún más
necesaria la justificación de recursos destinados a modificar hábitos
y costumbres, exigiendo la robusta fundamentación de evidencia
que justifique el movimiento hacia la Nueva Salud Pública con su
énfasis en autorresponsabilidad para gestionar individualmente lo
que tradicionalmente ha sido tarea y servicio del Estado.

El baremo bioético entre salud pública y biopolíticas sanitarias


En naciones de desigualdad socioeconómica e inequidad en asuntos
de salud y atención médica, la validación de las políticas sanitarias
ha de darse en tres frentes: el técnico-científico, el disciplinario y au-
toritario, y el de equidad de acceso y oportunidad a lo dictaminado
y lo promocionado. Al desatender alguno de estos tres momentos de
legitimación, las disposiciones de la salud pública caen en ser biopolí-
ticas negativas: incluyen/excluyen, crean un corte entre privilegiados
–a quienes hace vivir–, y excluidos que, al quedar desamparados, deja
morir. Un servicio nacional de salud que segrega a quienes garantizará
atención médica a costa de desatender las necesidades médicas de
otros, es un ejemplo de biopolítica sanitaria: el sistema público cubre
ciertas patologías y bajo determinadas condiciones, a costa de los que

44 Véase: Coughlin, Steven. S, Ethics in epidemiology & Public Health Practice.


Washington, D.C: American Public Health Association, 2009.

121
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

tienen otras enfermedades o no cumplen los criterios de inclusión,


como ocurre con el GES/AUGE (Chile), el POS (Colombia) el PMO
(Argentina), en forma más velada pero muy real en el SUS (Brasil), el
Medicaid/Medicare (EE.UU.). La medicina es un saber/poder que se
aplica, a la vez, sobre el cuerpo y sobre la población, sobre el organis-
mo y sobre los procesos biológicos, que va a tener, en consecuencia,
efectos disciplinarios y regularizadores.45 Lo que aquí nos interesa
especialmente es, sin embargo, que en el horizonte biopolítico que es
característico de la modernidad, el médico y el científico se mueven en
esa tierra de nadie en la que, en otros tiempos, solo el soberano podía
penetrar.46 Las “fronteras angustiosas e incesantemente ampliadas”
que se mencionan al debatir sobre el coma dépassé –la denominación
original de lo que hoy se conoce como EVP–, “son fronteras biopolíti-
cas”, cuya “definición indica que el ejercicio del poder soberano pasa
más que nunca a través de aquéllas y se ha situado nuevamente en la
encrucijada de las ciencias médicas y biológicas”.47

Bioética de protección
Esta propuesta de protección bioética pretende someter las acciones
y políticas de salud pública a un baremo de la legitimidad que evite
la propagación de medidas biopolíticas empeñadas en privilegiar
y proteger a costa de dañar a los excluidos.48 Sus cinco postulados
muestran claramente el antagonismo entre bioética y biopolítica, la
distinción entre salud pública y biopolítica sanitaria:
r 5PEBBDDJÓOEFTBMVEQÙCMJDBIBEFSFTQPOEFSBMBOFDFTJEBEEF
enfrentar un problema o amenaza de la salud colectiva.
r -BTBDDJPOFTEFTBMVEQÙCMJDBIBOEFTFSFGJDBDFTmSFTPMWFSFMQSP-
blema– y efectivas –tener una relación aceptable entre beneficios/
costos y riesgos.
r -PTQSPHSBNBTEFTBMVEQÙCMJDBIBOEFTFSMPTNFKPSWBMJEBEPTFO
existencia, no recurriendo a insuficiencias basadas en lo localmente
disponible (en recursos, en capacidad de gestión, ayuda externa
condicionada).
r -PTSJFTHPTEFFGFDUPTTFDVOEBSJPTJOEFTFBCMFTEFCFOEJTUSJCVJSTF
aleatoriamente en el colectivo comprometido. Es éticamente in-

45 Foucault, Michel, Defender la sociedad, op. cit., p. 228.


46 Agamben, Giorgio, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. op. cit., pp. 202.
47 Ibídem, p. 208.
48 Véase: Kottow, Miguel, Ética de protección, Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia/U, 2007.

122
— bioética entre salud pública y biopolítica —

aceptable emprender acciones de salud pública que afectan nega-


tivamente a determinadas personas o grupos, como ha ocurrido
con la vacunación oral contra la poliomielitis que desencadena la
enfermedad en niños con insuficiencias inmunitarias.
r $VNQMJEPTMPTDVBUSPSFRVFSJNJFOUPTBOUFSJPSFT MBTBMVEQÙCMJDB
queda legitimada para obligar a los renuentes, negándoles la deci-
sión autónoma de no participación si ella pudiese poner en riesgo
la eficacia de la acción programada.

Conclusión
Biopolítica y bioética son cristalinas, no en su transparencia, sino
en su dureza. Rasguñar esas superficies tan resistentes ha sido la
intención del presente ensayo, posiblemente destinado al fracaso al
carecer de la dureza diamantina que permita cuestionar la solidez y la
inmunidad a toda penetración crítica, pero que, destino del artesano,
no puede dejar de intentar lo que difícilmente logrará. Busca su refu-
gio, este intento, al sostener que la (bio)ética no es utilitarista ni, en
última instancia, pragmática: no valida sus esfuerzos en términos de
logros sino de necesidad del esfuerzo, cuya oportunidad y efectividad
queda librada a fuerzas que están más allá de su influencia. Mientras
la biopolítica mantenga, aunque atenuado, su cariz tanatológico, no
podrá la bioética firmar paz o siquiera una entente con ella. Persistirá
su mirada vigilante para que la salud pública valide su idoneidad y se
legitime éticamente, evitando caer en la tentación de hacer biopolítica.
Una vez más es Esposito quien busca una salida, deliberando sobre la
posibilidad de una biopolítica afirmativa. Pero, dónde buscar, cómo
pensar, qué puede significar hoy una democracia biopolítica o una
biopolítica democrática –capaz de ejercitarse no solo en los cuerpos,
sino a favor de los cuerpos– son cosas muy difíciles de indicar de una
manera determinada. Por el momento, apenas lo hemos entrevisto.
Lo que sí es cierto es que para activar una línea de pensamiento en
esta dirección, hace falta deshacerse de todas las viejas filosofías de la
historia y de todos los paradigmas conceptuales a los que éstas remi-
ten.49 Desde un prisma bioético que reniega de dogmas y principios, 50
prefiriendo dejar jugar la imaginación en busca de nuevos entendi-

49 Esposito, Roberto, Comunidad, inmunidad y biopolítica, Barcelona: Herder,


2009, p. 188.
50 Véase: Kottow, Miguel; Carvajal, Yuri, “Principios en bioética”, en Nuevos Fo-
lios de Bioética y Pensamiento Médico. Santiago, Escuela de Salud Pública/Ocho-
libros, núm. 11, 2013.

123
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

mientos, el esbozo de una biopolítica afirmativa sugiere un camino


común, ambos bioesfuerzos laborando a favor de los cuerpos. La salud
pública ha de estar atenta a la posibilidad de una biopolítica-bioética,
una bioética-biopolítica que la oriente desde su tradicional sumisión
al biopoder hacia el emprendimiento social de cautelar y promover
la salud colectiva de las poblaciones a su cargo.

124
II
tratamientos irresolutos:
población, medicinas
y salubridad
salud mental y psiquiatría
comunitaria en chile:
El proceso de configuración de un objeto de gobierno

jimena carrasco m.

Introducción
A partir de la década de los noventa, luego del término de la
dictadura militar, el sistema de salud chileno ha experimentado una
serie de transformaciones en lo referente a la atención de personas
con enfermedades mentales y/o problemas de salud mental. El do-
cumento “Plan Nacional de Salud Mental y Psiquiatría” (PNSMP)
tuvo su primera edición el año 2001 y su objetivo fue dar directrices
a nivel nacional para las acciones en este ámbito. En él se propone
una transformación de los problemas a intervenir y de las formas de
intervención, presentando el enfoque comunitario como una inno-
vación para una mejor comprensión y abordaje de la enfermedad y la
salud mental. Tomando los aportes de Foucault, considero relevante
abordar este tema desde una perspectiva crítica y preguntarme por
los procesos sociales e históricos que han configurado las categorías
que actualmente dotan de sentido y significado a lo que se denomina
Salud Mental y Psiquiatría Comunitaria (SMPC) en Chile. A través
de un recorrido por los que creo, son los principales aspectos invo-
lucrados, pretendo dar cuenta de las diferentes racionalidades en
juego en la intervención de personas y grupos, propia de esta nueva
categoría (SMPC). Como aspectos relevantes propongo los procesos
de configuración de la política social y de salud en Chile, entendiendo
el nacimiento de la psiquiatría y de la salud mental como un punto de
confluencia de ambos. Esta historia nos da cuenta de una variedad de
formas de organización de las entidades abocadas a la intervención,
y de transformaciones en clasificaciones y categorías, identidades
profesionales y campos disciplinarios, que han cristalizado por inscrip-

127
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

ciones institucionales. Cada una de ellas, en su tiempo, ha asegurado


ser la mejor, por lo que caben entonces las preguntas planteadas por
Still y Volody: “¿Qué evidencia hay de que nuestro entendimiento de
estos fenómenos ha mejorado?, ¿qué certezas actuales son más confia-
bles que aquellas en el pasado?”.1 Tales preguntas implican poner en
cuestión las clasificaciones contemporáneas propias de la SMPC que
plantean un esfuerzo inclusivo, y que suelen ser difíciles de cuestionar.
Entendiendo la SMPC como realidades en generación, recombinación
y transformación constante que se deben delimitar de forma contingen-
te, finalmente propongo que ésta es una forma de intervención social,
enmarcada en la política de salud, que para su análisis crítico, puede
ser comprendida desde una perspectiva de gubernamentalidad, es decir,
como una serie de tecnologías que buscan alinear los fines de gobierno
con las subjetividades de ciertas personas y grupos.

Poder y gobierno en la casa de objeto público


El manicomio, según Foucault, es posible por un reordenamiento
social a partir del siglo XVIII en Europa, que instauró el encierro de
indigentes como una práctica política (no médica). El objetivo era
mantener el orden afuera y no sanar a los que estaban adentro. Sin
embargo, el orden institucional de este encierro permite una mirada
perfeccionada sobre los sujetos, a través de la clasificación, la vigilancia
y la supervisión de los registros de los internos. Se construye así un
objeto de conocimiento y un nuevo saber experto. La emergencia de
la enfermedad mental será luego producto de una reconfiguración de
la locura en el espacio de la salud y la enfermedad y como tal, se sitúa
en la experiencia clínica. En Chile, el manicomio como institución
está atravesado por procesos históricos y sociales particulares tales
como la Colonia, la Independencia y el surgimiento de un Estado
republicano. En primer lugar, la encomienda, como forma de orden
social colonial, configuró una lógica basada en la territorialidad y
en el señorío, que se mantendrá durante los primeros años de la Re-
pública. En este orden social los siervos son responsabilidad de un
señor, y deben permanecer fijos en el territorio que le ha sido dado
en encomienda a éste. De ahí el problema de la vagancia: quienes
no pertenecen a un lugar, y por tanto a un señor, no pueden ser dis-
ciplinados. El problema de la disciplina y de la moralización de los

1 Véase Still, Arthur; Velody, Irving, Rewriting the History of Madness. Studies in
Foucault`s “histoire de la folie”. Londres: Routledge, 1992.

128
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

sujetos que no tienen un señor –los vagos–, es tratado con estrategias


de control espacial y social: se les asigna un espacio que supla la función
de una casa señorial. La noción de “casas de objeto público” se utilizaba
durante la Colonia para designar aquellas viviendas que no eran de fa-
milia, pero en donde habitaba gente. En el censo de 1813 esta categoría
se utilizaba para designar parroquias, iglesias, conventos, monasterios,
cárceles, casas de corrección, hospitales, hospicios, casas de educación y
fábricas. Es decir, a esta categoría correspondían aquellas viviendas que
suplían la función social de la casa señorial: brindar protección a cam-
bio de sumisión y obediencia, por tanto, donde se fundan la asistencia
y penalidad. Con la Independencia este orden no desaparece, pero se
reconfigura bajo las coordenadas del discurso ilustrado, propio de la
modernidad europea. El censo de 1813 reconoce y contabiliza los asilos
como casas de objeto público, con lo cual estos establecimientos se man-
tienen bajo una categoría propia de la Colonia, pero son incorporados a
la lógica del registro y el control desde el Estado, característica también
de la modernidad. Se puede entender como un primer intento de hacer
de las casas de objeto público un elemento de conocimiento racional
para su gobierno. Ahora bien, para Foucault, el gobierno es resultado del
pensamiento político reciente y da cuenta del proceso a través del cual
surge una cierta racionalidad intrínseca al arte de gobernar, que es el arte
de ejercer poder en la forma y según el modelo de la economía. Foucault
muestra cómo esto lleva a un desplazamiento desde la focalización en el
territorio, a una preocupación por los hombres y secundariamente por
las relaciones que éstos establecen con otros aspectos, tales como recursos
y territorio. La idea de soberanía como búsqueda del bien común que
remite al cumplimiento de la ley en un territorio, lentamente es reem-
plazada por la idea de gobierno, que hace referencia a la búsqueda de
un fin específico conveniente para cada cosa a gobernar. No se trata de
imponer leyes, sino de utilizar múltiples tácticas y disponer de las cosas
para que una multiplicidad de fines sean alcanzados.
En Chile, con el surgimiento del Estado, no se da automáticamente
una institucionalidad que norme y estructure un aparato burocrático
de gobierno. El orden social seguirá por mucho tiempo en torno al
predominio de la élite tradicional y el Estado servirá como instru-
mento para la mantención de la estructura social oligárquica. En este
sentido, el régimen portaliano 2 se puede entender como un esfuerzo

2 Nombre con que se conoce la serie de medidas pensadas e implementadas por


Diego Portales, quien fue ministro del Interior, Relaciones Exteriores, Guerra

129
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

del orden social tradicional por mantenerse, pero a través del uso
de una lógica republicana y racional. Para Portales, la Guerra de
Independencia y las ideas liberales habían traído consigo el desor-
den y por tanto, era necesario volver al orden. En la medida que
los preceptos republicanos eran ineficientes para la mantención de
éste, fueron reemplazados por las formas tradicionales (oligárqui-
cas) pero legitimados por la lógica republicana. Así, por ejemplo,
en 1830 se restituye el Protomedicato, 3 antigua institucionalidad
colonial que tenía atribuciones sobre el ejercicio médico. Desde la
Independencia éste había sido sustituido por diferentes institucio-
nes que, inspiradas en el liberalismo europeo, se organizaban en
asambleas gremiales y pretendían la discusión de las políticas de
salud. Sin embargo, Portales vio como un fracaso tales instituciones,
en la medida en que no lograron restablecer el orden, y se restituyó
la función de regular el ejercicio y asistencia médica a manos de
una institución de origen colonial, pero ahora por decisión política
en el orden republicano. Luego, a partir de 1832, los hospitales y
asilos (ahora sí diferenciados de otras casas de objeto público) fue-
ron entregados a un jefe con la denominación de administrador 4 y
se nombró a un tesorero y una junta directora, responsables de la
administración financiera.
Con esta medida se estableció una supervisión del Estado sobre
estos establecimientos, puesto que el rol de secretario de la junta
directora recaía en un funcionario técnico y especializado de
gobierno. Sin embargo, la dirección financiera siguió en manos
de particulares, cuidadosamente elegidos. Los indicados para di-
cha tarea eran ciudadanos filántropos, que pertenecían a la élite
tradicional y mercantil, que históricamente había realizado obras
piadosas, como expresión de su ejemplar moral cívica y religiosa.
Así, la obligación por el correcto funcionamiento de la administra-
ción de hospitales y asilos siguió siendo el resultado de los elevados
sentimientos y buena voluntad de particulares, y como tal, no pudo

y Marina, designado por el presidente José Tomás Ovalle; vicepresidente y


ministro de Guerra y Marina durante el gobierno de José Joaquín Prieto.
3 Véase Disposiciones vigentes en Chile sobre policía sanitaria y beneficencia pública,
Santiago, Roberto Miranda (ed.), 1889.
4 Véase Reglamento de la Administración y Junta Directora de Hospitales y Casas de
Expósito, Santiago, 18 de diciembre de 1832, Colección de ordenanzas, reglamen-
tos i decretos referentes a los establecimientos de beneficencia de Santiago 1832-1874,
Santiago: Imprenta de El Independiente, 1874, p. 7.

130
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

ser campo de las leyes positivas. 5 La moral religiosa y filantrópica


que inspiraba las obras piadosas en la sociedad colonial (propia de
la élite mercantil) fue el origen de una normativa interna, instituida
ahora por reglamento. Esto se conjugó con la racionalidad ilustrada,
y generó un orden establecido al interior de los hospitales, cuya legi-
timidad reposaba en primer lugar, en una moral de clase, y luego en
la autoridad republicana, ahora con carácter obligatorio mediante
una primera forma de institucionalidad:

Así por fin triunfó la justicia […] en este hospital el orden, la moral,
la economía, el respeto, la subordinación y finalmente la caritativa
asistencia a las enfermas, que si por desgracia no es ejercida allí con
todo el celo que inspiran los principios religiosos, lo es al menos por las
obligaciones que impone el reglamento.6

El reglamento de hospitales de 1837 recreó y reforzó el orden de


la casa señorial por medio de instrumentos racionales propios de los
poderes modernos. Además de establecer el encierro moralizador como
estrategia racional de sanación, fijó las prácticas en el ámbito domés-
tico, de modo de mantener el pacto entre la élite (el administrador
y la junta directiva) y la plebe (enfermos y empleados): protección a
cambio de respeto, fidelidad, obediencia, sumisión y agradecimiento:

Art. 15º. 9ª: Últimamente las atribuciones del administrador se


estienden á cuanto tenga por objeto la economía y conservación del
órden del establecimiento de su cargo, con facultad de imponer penas
á los empleados ó sirvientes, pecuniarias, de arresto en el mismo Hos-
pital, ó al presidio, ó casa de corrección, hasta por el termino de un
mes, por las fallas que cometiere en el desempeño de sus obligaciones, y
principalmente por insubordinación, reincidencia, embriaguez ó actos
lubrigos que cometan.
Art. 16º 11ª Respetar y obedecer [los empleados y sirvientes] ciega-
mente al administrador en todo lo que mandare.7

5 Véase Castillo, Eduardo, La beneficencia pública en Chile, memoria para optar


al grado de licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales: Universidad de Chile,
1937.
6 Véase Reyes, Ignacio de. Informe de Conclusiones del Comisionado del Hospital
San Francisco de Borja, Santiago, 28 de diciembre de 1837: Archivo Ministerio
de Interior, vol. 73.
7 Ibídem, p. 13.

131
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

El orden institucional al interior del hospital comenzó cuando éste


entró a constituir un objeto de gobierno. Luego se conjugará con las
transformaciones en la medicina y las lógicas de la corrección y el
control social, para dar origen a la Casa de Orates en Chile.

La legitimidad que vino desde Europa: encierro,


mirada médica y psiquiatría
Con la idea de gobierno aparece la población como sujeto de nece-
sidades y aspiraciones y como objeto de intervención. La gubernamen-
talidad es un concepto desarrollado por Foucault para dar cuenta de
la mentalidad con que se gobierna a las personas y cómo es posible el
ejercicio del poder en los Estados modernos. Esta noción se pone en
forma a través de dos grandes proyectos: por un lado el desarrollo de
una “genealogía del Estado”, y por otro, una “genealogía del sujeto”.
Así, el Estado soberano moderno y el individuo autónomo moderno
están estrechamente relacionados de manera que cada uno es central
en la aparición del otro. El poder produce lo pensable y practicable,
a partir de lo que Foucault llama “las manifestaciones de verdad”. En
los Estados modernos éstas surgen de un ejercicio de poder sobre un
objeto que se busca controlar: la población; se necesita conocerla de
forma precisa, a fin de gobernarla por reglas racionales, con lo cual el
sujeto moderno es constituido como un “objeto de conocimiento” y así
también es convertido en un objeto de control. Esta racionalidad luego
cristaliza en una razón de Estado, que no tiene su fundamento en ideas
cosmológicas, filosóficas o morales, sino en el conocimiento verdadero
de lo que se quiere gobernar. En el caso de Chile, “las manifestaciones
de verdad” en torno a la enfermedad mental vendrán desde fuera,
tanto en lo referente a las prácticas del encierro, como en lo referente
a la mirada médica y la psiquiatría.
La Colonia y luego la idea de modernidad ponen a los países eu-
ropeos en una situación más avanzada en relación a América Latina.
Producto de lo anterior, en Chile al igual que en todo el continente,
se asumió que el proyecto de la Modernidad requería de una visión
racional y verdadera del mundo, que venía desde otro lugar: Europa.
Por lo tanto, las verdades que se asentaron como fundamento del
encierro, la clínica, la psiquiatría, entre otras, solo fueron posibles
en la medida en que se originaron en la legitimidad del lugar de
enunciación propia de la modernidad colonial.8 En lo referente a las

8 Véase Quijano, Anibal; Wallerstein, Immanuel, “Americanity as a Concept or

132
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

prácticas de encierro, en 1820 se fundó la Casa Correccional de San-


tiago, una “casa de objeto público” que se diferenció de otras porque
se sostuvo en las ideas modernas del castigo y el control social, y más
específicamente en las ideas ilustradas de Jeremy Bentham, sobre
los medios más adecuados para la corrección moralizadora. Pese al
influjo de Bentham, en Chile el panóptico solo se materializó en la
Casa Correccional de Santiago a fines de la década de 1840, aunque
desde el inicio se implementaron medidas inspiradas en la crítica del
pensador inglés a la administración pública, que planteaba que sus
funcionarios descuidaban la administración debido a que no estaban
en juego sus intereses privados. La Casa de Corrección de Santiago
era administrada por privados y el Estado solo se hizo cargo de la
vigilancia armada. Los administradores debían enseñar un oficio y
hacer productivos a los reclusos, a fin de sustentar económicamente
a la institución y dejar ganancias para el administrador. Entonces,
la corrección moralizadora en Chile parece ser que se produjo pri-
mero por medio de la adopción del hábito al trabajo, con el fin de
sustentar económicamente al administrador y a la institución. Solo
más tarde se dio la espacialidad que posibilita la acción automática
y no individualizada del poder; sin embargo, las transformaciones
se justificaron a partir de las modernas formas que adoptaba el
encierro en Europa. Por otra parte, en lo referente a la mirada
médica, que Foucault desarrolla en El nacimiento de la clínica, en
Chile tuvo lugar un proceso de importación de los conocimientos
médicos desde Europa. Éstos fueron validados como verdades y
luego llevaron a una transformación de la práctica médica y de la
realidad social. La mirada médica, según Foucault, es el resultado
de procesos sociales e históricos en Europa, tales como la reorga-
nización del campo hospitalario, la redefinición de la situación del
enfermo en la sociedad y la relación entre la asistencia y el saber,
todo lo cual llevará a que el conocimiento médico adopte una nueva
forma. Con el surgimiento de la anatomía patológica, la nosología
(clasificación de las enfermedades) se transforma por la observación
de los cuerpos enfermos, y más aún, por la posibilidad de ver el
interior de los cuerpos diseccionados. Así, se logró localizar en los
organismos los signos de la enfermedad, con lo que se habría dado
paso a la clínica, es decir, a una nueva forma de saber médico que

the Americas in the Modern World-System”, International Social Science Jour-


nal, núm. 134, noviembre, 1992, pp. 23-40.

133
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

crea una relación entre lo visible y lo enunciable, y con ello logra


“dar a ver al decir lo que ve”.9
Esta visibilidad de la enfermedad, dada por la posibilidad de
descifrar sus signos en los cuerpos, será la evidencia de su existencia
positiva. La clínica, como forma de mirar, logra desprender así la
enfermedad de la metafísica y hacerla visible, legible, abierta al len-
guaje y a la mirada. Esta mirada luego se sistematiza en un método de
análisis que proporciona reglas de observación e interpretación para
transformar las manifestaciones corporales en significados patológicos
del cuerpo; es decir, transformar los síntomas en signos. En Chile,
durante los primeros años de independencia, el discurso médico se
mantuvo en torno a reconceptualizaciones medievales, y la formación
de los médicos se sustentó en el comentario de textos y la especula-
ción sobre el cuerpo humano. Solo a partir de la llegada de médicos
europeos se comenzó a instalar el discurso de la modernidad, y se
planteó la necesidad de una enseñanza médica basada en los estudios
de anatomía. En 1813, el médico peruano Gregorio Paredes, en un
informe a la Junta de Educación de Chile, expresó la utilidad de una
práctica médica basada en la observación de los cuerpos y los signos
de la enfermedad, a fin de que los juicios médicos estuvieran fundados
en un conocimiento exacto. Como conclusión el informe propuso
la construcción de un anfiteatro de anatomía.10 Recién en 1833 se
estableció un plan de estudios de medicina en el Instituto Nacional.
Éste, si bien incorporaba el curso de anatomía, no logró instalar la
práctica de la observación de los cuerpos diseccionados: el anfiteatro
de anatomía fue más una condición de modernidad que un ejercicio
efectivo. La formación clínica en los hospitales era escasa y disconti-
nua debido a las condiciones sociales y materiales de los recintos. Así,
se optó más bien por una formación médica centrada en la cátedra,
que reproducía el conocimiento médico que se generaba en Europa.
Como consecuencia, el discurso médico continuó por varios años
centrado en la descripción y clasificación de enfermedades, es decir,
en la nosología. La enfermedad siguió sin asentarse en el espacio de
los cuerpos, sin una localización, y por consiguiente, sin existencia
positiva. Sin embargo, ésta se dio por sentada gracias al conocimiento
que se generaba a través de la práctica clínica en Europa. A partir de

9 Foucault, Michel, El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médi-


ca, México D. F: Siglo XXI, 1991, p. 270.
10 Véase Salas Olano, Eduardo, Historia de la medicina en Chile. Santiago de Chi-
le: Vicuña Mackenna, 1894.

134
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

1860, se produjo una transformación en el estatuto de los médicos,


quienes dejaron de ser empleados subordinados a las decisiones de
los benefactores y miembros de las juntas de beneficencia, y fueron
asignados en la dirección de los establecimientos hospitalarios.11 Se
creó una junta de médicos que participaba de las decisiones respecto
a los mejores medios curativos,12 con lo cual se les permitió comenzar
a asumir responsabilidad técnica y en la organización asistencial. Solo
entonces fue posible que los hospitales participaran de la formación
médica en Chile. Tanto el cambio de estatus de los médicos, como
la incorporación de prácticas clínicas en los hospitales, se lograron
por imitación de lo que ocurría en Europa. En lo referente al surgi-
miento de la psiquiatría como rama de la medicina, Foucault propone
que el tratamiento moral, inaugurado por Pinel, es el que plantea la
posibilidad y el deber de curar y rehabilitar a los sujetos recluidos,
ya que sustituye la lógica del poseído por la lógica del privado de
las altas facultades del ser humano. Se introduce así la idea de un
“tratamiento a los insanos”, que hace posible pensar en la sanación
a través de una intervención. Esto incorpora técnicas, discursos y
disposiciones espaciales que permiten la clasificación, distribución y
perfeccionamiento de habilidades de los cuerpos, como estrategias
efectivas para asegurar la transformación de los seres. En Chile, la
Casa de Orates de Santiago (1852-1891), que en sus inicios mantuvo
similares características de otras “casas de objeto público”, comenzó
poco a poco a convertirse en un lugar de encierro moralizador y disci-
plinamiento de ciertos grupos,13 incorporando las técnicas, discursos
y disposiciones espaciales propios de la psiquiatría y el tratamiento
moral europeo, pero trasvasijados a la realidad chilena. El médico inglés
Guillermo Benham fue traído por el gobierno chileno como médico

11 Véase Decreto sobre el Médico en jefe de los Hospitales i Casas de Expósito, Santiago,
26 de octubre de 1861, Colección de ordenanzas, reglamentos i decretos supremos
referentes a los establecimientos de Beneficencia en Santiago 1832-1874, Santiago:
Imprenta de El Independiente, 1874.
12 Véase Reglamento que organiza una Junta compuesta de los médicos de los estableci-
mientos de beneficencia de Santiago. Santiago, 18 de noviembre de 1870, Colec-
ción de ordenanzas…, op. cit., 1874.
13 Un gran porcentaje de los mapuches que llegaban a Santiago fueron reclui-
dos en la Casa de Orates. La presencia mapuche en esta institución queda
más clara con la aparición de la “psicosis onírica”, cuadro psiquiátrico que
solo se dio en Santiago y que designaba a la patología en que se daban aluci-
naciones que mezclaban elementos de la cultura mapuche con elementos de
la cultura criolla.

135
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

residente. Su principal innovación fue incorporar el trabajo como


terapia, en medio del contexto social y económico de Chile de esos
años, es decir, previo a un proceso de industrialización. La naciente
institución psiquiátrica llegó luego a convertirse en un espacio que
reproducía el orden propio de la industrialización, y respondía así
a un cambio en las formas tradicionales de control social. Mientras
en Chile la propuesta del tratamiento moral de Pinel asentó este
tipo de prácticas, en Europa modificó las formas de comprender la
enfermedad. Pinel era heredero de la anatomía patológica, pero
desde ahí participó en una reconfiguración de la nosología. A partir
de la anatomía patológica se buscaban manifestaciones locales de la
enfermedad en los cuerpos, mientras que con el nacimiento de la
psiquiatría, se pretendió ver la enfermedad a través de sus síntomas,
aun sin necesidad de situarla:

De hecho, lo que Pinel localizaba no eran las enfermedades, sino los


signos: y el valor por el cual éstos eran afectados no indicaba un origen
regional, un lugar primitivo del cual la enfermedad sacaría a la vez su
nacimiento y su forma; permitía únicamente reconocer una enfermedad
que daba esa señal como síntoma característico de su esencia. En estas
condiciones, la cadena causal y temporal que debía establecerse no iba
de la lesión a la enfermedad sino de la enfermedad a la lesión, como a
su consecuencia y a su expresión quizá privilegiada.14

La locura como enfermedad, y por tanto como hecho positivo,


pasó a ser objeto de la gestión de una ciencia objetiva: la medicina,
y con ello, se dio su clasificación, adquirió causas y posibilidad de
solución. La organización de la institución del manicomio se explicó y
justificó como una forma de tratamiento y no solo por el aislamiento
del resto de la sociedad. Pero al mismo tiempo la incorporación de la
locura en el ámbito de la enfermedad llevó a nuevas formulaciones.
La nosología que se inauguró con la psiquiatría ya no pretendía esta-
blecer las causas orgánicas de la enfermedad mental, pues estableció
otra lógica explicativa: las causas, aunque no se encontraban en el
cuerpo, eran entendidas de forma análoga a las causas orgánicas,
pero desplazadas fuera del cuerpo. La lógica de la anatomía pato-
lógica se extendió por analogía al cuerpo social, donde se buscaba

14 Foucault, Michel. Historia de la locura en la época clásica, México D. F: FCE,


1976, p. 253.

136
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

localizar las causas de la enfermedad mental. Luego, desde las


ciencias sociales el discurso fue transcrito en términos biológicos,
de manera de hacer pensable la sociedad como un organismo, en
el que se podía localizar el origen de las enfermedades mentales.
En Chile, las causas de las enfermedades mentales se relacionaron
con lo que se denominó “la cuestión social”, categoría con la que
se designó una serie de problemas originados por el proceso de
industrialización, que implicó una migración masiva del campo a
la ciudad. Como consecuencia se empezaron a desarrollar focos de
asentamientos de población migrante en las periferias de la ciudad,
que se caracterizaron por el hacinamiento y la ausencia de urba-
nización. La problematización de este proceso, y su relación con
los problemas sanitarios, llevó a un cambio en el discurso y en las
prácticas en temas de intervención de los problemas sociales y de
la salud de la población. Los inicios de la psiquiatría en Chile están
fuertemente asociados a “la cuestión social”. Augusto Orrego Luco,
además de ser quien acuñó el término, fue uno de los pioneros de la
psiquiatría chilena. Profesor de la Facultad de Medicina de la Uni-
versidad de Chile, internista y psiquiatra, formado en Francia en la
clínica del profesor Charcot, activo miembro de la Sociedad Médica
de Santiago, colaborador de la Revista Médica de Chile y miembro
del Consejo de Instrucción Pública de 1885 a 1888,15 fue un repre-
sentante de la élite médica y de las modernas nociones de higiene y
salubridad pública provenientes de Europa. Orrego Luco consideraba
una anomalía y un peligro para la raza el aumento de la mortalidad
infantil y la migración. Relacionó “la cuestión social” con el avance
abrupto de la sífilis, la cual consideró causa de enfermedad mental:
uno de sus principales efectos sería el retardo mental de los hijos.
Esta relación también fue visualizada por Lorenzo Sazié y Ramón
Elguero, otros pioneros de la psiquiatría en Chile. El doctor Orrego
Luco fue uno de los primeros en proponer transformaciones en las
formas de tratar a los enfermos mentales. Estas transformaciones
debían imitar lo que ocurría en Europa:

Fue, como ya hemos dicho, en Inglaterra i a mediados del siglo último,


donde se abrió el primer hospital únicamente destinado al tratamiento
de locos. Ese hospital fue el de San Lucas en Londres. Poco después los

15 Véase “Boletín de Instrucción Pública”. Anales de la Universidad de Chile, no-


viembre de 1885, p. 920.

137
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

cuáqueros de York abrieron otro i con eso se detuvo el primer impulso


de ese esfuerzo generoso i compasivo.16

La llamada “cuestión social”, además de su estrecha relación con


los inicios de la psiquiatría, tiene relevancia por haber sido una pla-
taforma para los procesos de configuración de la intervención social
y la salud pública en Chile.

La cuestión social y los inicios del proyecto biopolítico


Previo al surgimiento de la cuestión social, la vida de la población
no había sido una preocupación del Estado: las formas de hacer frente
a la enfermedad eran obras de caridad de privados y más tarde, de
la organización de los trabajadores en asociaciones mutualistas.17 Sin
embargo, la poca preocupación del Estado por la salud de la población
poco a poco fue reemplazada por el discurso del “orden y el progreso”
y la necesidad de cuidar la fuerza de trabajo de la nación. Al mismo
tiempo, los movimientos obreros fueron progresivamente exigiendo al
Estado cumplir con la función del cuidado de sus vidas. A principios
del siglo XX, en los asentamientos de población en las periferias de la
ciudad de Santiago, hubo una proliferación de enfermedades conta-
giosas tales como cólera, viruela, tuberculosis, pulmonía, escarlatina,
tifus, sífilis, entre otras, lo que se tradujo en una altísima mortalidad
infantil. La solución a este nuevo problema fue dada por el discurso
de la modernidad y la ciencia. Especial importancia tuvo en esto el
movimiento de médicos que comenzó a tomar fuerza luego de la crea-
ción y modernización de la carrera de Medicina en la Universidad de
Chile. El éxito de la profesión médica se consolidó luego con la idea
de que la medicina era un aspecto central en el bienestar del pueblo,
capaz de asegurar el progreso del país.

16 Citado por Leyton, César, “La ciudad de los locos: industrialización, psiquia-
tría y cuestión social. Chile 1870-1940”, Frenia, vol. VIII, 2008, pp. 259-276.
17 Las asociaciones mutualistas han sido consideradas la primera forma de
protección social en Chile. Pretendían ser una alternativa a la caridad para
afrontar la enfermedad y la muerte de los trabajadores y sus familias. Estas
organizaciones eran iniciativas de artesanos y obreros, inspirados por ideas
liberales provenientes de Europa. En 1912 se contabilizaban 517 en todo el
país. Se agrupaban en la Sociedad de Socorros Mutuos y contaban con un
reconocimiento legal desde el Estado, aunque nunca recibieron apoyo ma-
terial de éste. Véase Illanes, María Angélica, En Nombre del pueblo, del Estado y
de la Ciencia... Historia Social de la Salud Pública. Chile 1880-1973, Santiago de
Chile: Colectivo de Atención Primaria, 1993.

138
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

La preocupación del Estado por el cuerpo como el soporte de los


procesos biológicos de la especie (la reproducción, la duración de la
vida, los niveles de salud, la mortalidad), según Foucault se traduce
en una serie de intervenciones y controles, que denomina “biopolítica
de la población”:

Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constitu-


yen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del
poder sobre la vida. El establecimiento, durante la edad clásica, de esa
gran tecnología de doble faz –anatómica y biológica, individualizante
y especificante, vuelta hacia las realizaciones del cuerpo y atenta a los
procesos de la vida–, caracteriza un poder cuya más alta función no
es ya matar sino invadir la vida enteramente.18

Para Foucault la valoración y gestión del cuerpo vivo, y la distribu-


ción de sus fuerzas fueron tecnologías de poder indispensables para el
desarrollo del capitalismo, que requería insertar de forma controlada
los cuerpos en el aparato de producción, y ajustar los fenómenos de
la población a los procesos económicos. A estas estrategias de poder,
Foucault las denomina biopoder: lo biológico se refleja en lo político
y la vida deja de ser algo que emerge o se termina por azar, para pasar
a ser objeto de conocimiento y de intervención. En el caso de Chile es
posible proponer que existió un proyecto biopolítico, surgido de inte-
lectuales, en su mayoría médicos, que veían la necesidad de adoptar
técnicas modernas para abordar los problemas. Esto implicó que la
intelectualidad debió primero evidenciar el problema ante el poder
político. “La cuestión social” delimitó una problemática que solo pudo
cobrar existencia con el apoyo de grupos de intelectuales. Éstos invo-
lucraron posteriormente a otros actores, tales como los movimientos
obreros, la prensa escrita y la Iglesia católica. Economía política y ciencia
biológica coincidieron en sus fines: rescatar la vida humana de las con-
diciones que la dañaban como fuerza laboral: “El concepto moderno
va valorizando la vida humana como factores de progreso y de riqueza
pública, en términos que antes se desconocía y se miraba con relativa
indiferencia”.19 La intelectualidad científica, fuertemente influida por

18 Foucault, Michel. Historia de la Sexualidad I: La voluntad de saber. México: Siglo


XXI, 1978, pp. 168-169.
19 Del Río, Roberto; Aldunate, Emilio, “Enseñanza y perfeccionamiento de los
médicos en la higiene y patología de la infancia en la primera edad”. Primer
Congreso de protección a la infancia. Santiago de Chile, 1912, p. 147.

139
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

las ideas de progreso y apoyándose en las ciencias modernas, escudriñó


en los lugares donde se localizaba la pobreza; las instituciones para
pobres y los asentamientos urbanos se constituyeron en objetos de
un conocimiento objetivo bajo las coordenadas de la entonces ciencia
hegemónica: la biología. La inteliguentsia 20 profesional junto con la
obrera produjeron un saber sobre el cuerpo del pobre, y éste despertó
conciencias en torno a él, que provocaron una voluntad de cambio en
las formas de gobierno: “La pobreza del cuerpo, las demandas por la
subsistencia, y la valorización de su fuerza de trabajo constituyó tam-
bién la categoría política que legitimó su movilización”.21 La demanda
del movimiento obrero por el “derecho a la vida del pueblo”, 22 final-
mente cristalizó en un proyecto de ley, con lo cual, por primera vez
en Chile se expresó una nueva lógica que relacionó soberanía y vida
biológica. Al mismo tiempo, la caridad cristiana comenzó a ampliar
sus acciones más allá de las instituciones, a través de la práctica de
la “visitación”,23 conciliando así los mandatos religiosos propios del
orden tradicional católico y aristocrático, con acciones de educación
en técnicas modernas de higiene y puericultura.
En definitiva, podemos plantear que el proyecto biopolítico en
Chile combinó elementos modernos (científicos) con elementos tra-
dicionales o premodernos (filantrópicos). En 1920 el candidato a la
presidencia, Arturo Alessandri Palma, en su proyecto político hizo del
“pueblo” una categoría de gobierno nacional, central para el logro del
bienestar y el progreso. Esto contará con una amplia base de apoyo
popular que le dará el triunfo en las elecciones. Luego, los sectores de
la intelectualidad, especialmente ligados a la medicina, le demandarán

20 Se refiere a un grupo social caracterizado por sus actividades intelectuales.


21 Illanes, María Angélica. El cuerpo de la política. La visitación popular como me-
diación social. Génesis y ensayo de políticas sociales en Chile, 1900-1940. Tesis para
optar al grado de Doctor en Historia. Pontificia Universidad Católica de Chile,
Facultad de Historia, Geografía y Ciencias Políticas, Instituto de Historia, p. 30.
22 Esta fue la consigna de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, que
durante 1918 y 1919 aglutinó a diversos grupos de asalariados urbanos, de
diferentes orientaciones políticas en torno a la demanda al poder político
por la sobrevivencia del pueblo.
23 La visitación fue una práctica que consistía, básicamente, en ir hasta las casas
de los pobres y educarlos. Las “señoras benéficas”, luego conocidas como
“señoras visitadoras”, eran una organización de mujeres de la élite, y se les
reconoce como el origen de la asistencia social en Chile, disciplina clave en
la implementación de las políticas sociales. Véase Illanes, María Angélica, El
cuerpo de la política. La visitación popular como mediación social. Génesis y ensayo de
políticas sociales en Chile, 1900-1940, op. cit.

140
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

voluntad política para poner en marcha las reformas, y continuar así


con la lucha en contra de los males que afectaban el “cuerpo de la
sociedad”.24 Sin embargo, el proyecto de Alessandri no logró superar
los obstáculos que le presentó el Poder Legislativo, conformado prin-
cipalmente por aristócratas y empresarios, que veían tales propuestas
como una amenaza a sus intereses. Finalmente, el Congreso aprobó
un conjunto de leyes, y luego de la renuncia forzada de Alessandri
Palma, la junta militar que posteriormente tomó el gobierno, creó
el Ministerio de Higiene, Asistencia, Trabajo y Previsión Social. Este
ministerio quedó a cargo del médico Alejandro del Río,25 ícono de la
intelectualidad médica y activo partícipe de los movimientos civiles
dirigidos a controlar la enfermedad y la muerte de la población. Con
su llegada al poder gubernamental, por primera vez se reconocía la
competencia médica en las políticas de seguridad sanitaria. Finalmente
la Constitución Política de la República de Chile de 1925 proclamó
como deber del Estado la mantención de un Servicio de Salud Pública
destinado a cuidar el “bienestar higiénico” de la población.

La miseria, la explotación, la historia real de la dominación se


convertía en objeto de tratamiento científico abordable a través de la
hermandad de la Asistencia (ciencia social), la medicina (ciencia bio-
lógica) y el Estado (poder).26

A partir de entonces en Chile se irán configurando diferentes


leyes e instituciones para hacer efectivas las estrategias de gestión
de la vida de la población. Estos procesos han girado alrededor de
diferentes concepciones del Estado, de los derechos sociales y de
los sistemas de protección social, de manera que los discursos, las
políticas y las instituciones en salud, en cada momento histórico,
se pueden comprender como intentos de resolución del conflicto

24 Véase Revista de la Asociación de Educación Nacional, año VI, noviembre-diciem-


bre, 1920.
25 El Dr. Alejandro Del Río estudió Higiene en las escuelas de Pattenkoffer y
Koch, en Alemania. En 1897 fue director del Instituto de Higiene y creó la
Revista de Higiene y Demografía; en 1918 participó activamente del estudio y
promulgación del primer código sanitario y en 1920 creó la primera Escuela
de Enfermeras en el Hospital Arriarán de Santiago. En 1925 creó la primera
Escuela de Servicio Social de América Latina, al alero de la Junta Central de
Beneficencia.
26 Illanes, María Angélica, En Nombre del pueblo, del Estado y de la Ciencia... Historia
Social de la Salud Pública. Chile 1880-1973, op. cit., pp. 210-211.

141
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

en torno a las diferentes concepciones antes mencionadas; es decir,


como realidades que se generan, recombinan y transforman, por
procesos de negociación entre los diferentes actores involucrados.
En este contexto se transformaron también las maneras de tratar a
los enfermos mentales, incorporando prácticas que intentarán hacer
de éstos, sujetos coherentes con un nuevo orden social y económico:

En el ámbito de la asistencia psiquiátrica se impone un nuevo mo-


delo, el psiquiátrico industrial o de dispersión, donde la influencia de
un sistema económico fuerte, el capitalismo moderno, afecta la forma
de terapia de esta disciplina médica. La ergoterapia es parte de una
mirada orgánica que se está instaurando para toda la sociedad. El
psiquiátrico industrial es una nueva fábrica de subjetividades, donde
se recupera y se cura a los pacientes para un nuevo sistema económico,
que necesita una mano de obra sana.27

Lógicas y tecnologías de gobierno en el sistema de salud chileno


Desde el marco de la gubernamentalidad Rose y Miller proponen
una forma de comprender el surgimiento de un determinado orden
social desde lo que ellos llaman una “perspectiva de gobierno”. A partir
de una crítica a la sociología histórica, este marco pretende ahondar
en la comprensión de las estrategias de gobierno, incorporando a
diferentes actores sociales más allá del Estado.
Desde esta perspectiva, se puede entender cómo se han ido moldean-
do las mentalidades de gobierno en torno a la salud, por la trayectoria
de las políticas y de la institucionalidad. Para esto es importante tener
en cuenta dos elementos fundamentales: las racionalidades políticas y
las tecnologías de gobierno. Las primeras tienen forma de moral y se
elaboran en el campo del deber ser, y consideran los ideales y principios
desde los cuales el gobierno debiera ser dirigido (libertad, justicia,
igualdad, responsabilidad, ciudadanía, etcétera). Las segundas son los
elementos que se utilizan para hacer efectivo y perfectible el ejercicio
de poder. Ambas, racionalidades políticas y tecnologías de gobierno,
se encuentran unidas en la práctica. En este sentido, la gubernamen-
talidad en el cuidado de la salud en Chile, sufre una transformación
importante entre 1938 y 1952, período durante el cual se llevó a cabo
un proceso de expansión de los sistemas de protección social, y en

27 Leyton, César, “La ciudad de los locos: industrialización, psiquiatría y cues-


tión social. Chile 1870-1940”, Frenia, vol. VIII, pp. 259-276. 2008, p. 274.

142
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

consecuencia, del aparato estatal. Una de las primeras diferencias en


las lógicas de gobierno al interior de la coalición del Frente Popular,28
se puede ver reflejada en la Ley de Medicina Preventiva y su crítica:
dicha ley introdujo los principios de prevención como un tema central
en las políticas de salud, basadas en la relación directa entre la salud
del obrero y la economía del país.29 Por su parte, la crítica apuntó a
la vigilancia sobre el individuo sano, solo por su valor económico.30
En 1946 asumió el gobierno González Videla, quien hará un giro
definitivo hacia la derecha, incorporando en su administración a
conservadores, liberales, socialcristianos y falangistas, y dando la
espalda al sector de izquierda.31 En este escenario se creó el Servicio
Nacional de Salud (SNS), inspirado en el National Health Service
inglés. Esto significó una reconceptualización de la función social del
Estado en materias de salud, resultado de un complejo proceso de
negociación entre la derecha, el centro y la izquierda, en medio de
las presiones de la corporación médica. Finalmente este organismo
aglutinó las diferentes instituciones de salud bajo una misma lógica
de Estado, fuertemente influenciada por el gremio médico. Luego,
la enfermedad y su gestión pasarán a ser cada vez más un asunto de
la ciencia médica y menos de la política.
En 1968, el Colegio Médico impulsó la ley de Medicina Curativa32
que incorporó la Modalidad de Libre Elección (MLE) para los em-
pleados particulares, que no tenían acceso al SNS. Esto conjugaba las
aspiraciones del Colegio Médico con el discurso inclusivo del gobierno

28 Coalición política constituida por radicales, socialistas y comunistas.


29 Véase Cruz-Coke, Eduardo, Medicina preventiva y medicina dirigida. Santiago
de Chile: Editorial Nacimiento, 1938.
30 Uno de los impulsores de esta crítica fue Salvador Allende, ministro de Salu-
bridad, Prevención y Asistencia Social, entre 1939 y 1942. Influenciado por
la medicina social, sostenía que los factores socioeconómicos y el medio am-
biente incidían directamente sobre la salud de las personas, y por lo tanto, el
Estado debía intervenir directamente en éstos. Véase Allende, Salvador, La
realidad médico-social Chilena, Santiago de Chile: Ministerio de Salud, 1939.
31 La Ley 8.987 impulsada por González Videla canceló la inscripción del Parti-
do Progresista Nacional, nombre que utilizaba el Partido Comunista en Chi-
le para las elecciones. Además, borró del registro electoral a sus militantes e
inhabilitó a sus regidores, alcaldes, diputados y senadores electos. Esto se ha
asociado a la Guerra Fría, las presiones de Estados Unidos y la necesidad de
obtener financiamiento externo para los planes del gobierno.
32 Véase “Historia Fidedigna de la Ley 16.781”, que otorga asistencia médica y
dental a los imponentes activos y jubilados de los organismo que señala; D.O.
de 2.05.1968; Biblioteca del Congreso Nacional.

143
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

de la época. El primero buscaba detener la medicina funcionaria e


institucionalizar el ejercicio libre de la profesión; el segundo propo-
nía que el Estado debía proveer los medios legales para hacer posible
el derecho a la salud, incluso cuando no se cuenta con los recursos
económicos para ello. Así se estableció la división entre tres grupos
sociales, que se mantendrá en las lógicas de gobierno en lo referente a
Salud: los patrones autosuficientes en la resolución de sus necesidades,
los empleados y profesionales con capacidad de ahorro, y los obreros
y campesinos que requieren de protección.
En 1970, Salvador Allende asume la Presidencia de la República,
con un programa de gobierno que pretendía la construcción del so-
cialismo por la vía democrática. Durante su gobierno el Estado y las
ciencias sociales se aliaron con el propósito de planificar la transfor-
mación de la sociedad y se propició una gran producción académica
acerca de la marginalidad y la pobreza, que se tradujo en técnicas de
intervención. Dicha producción académica asociada a la intervención
social será retomada después del retorno a la democracia, y re con-
figurada bajo una lógica de gobierno neoliberal. Luego del Golpe
de Estado de 1973, y de un período de ajuste económico, Augusto
Pinochet tomó un papel protagónico por sobre la junta militar y se
inclinó por soluciones tendientes a la privatización y la responsabi-
lidad individual de la salud. Así, la dictadura militar, de la mano de
un equipo tecnocrático, los llamados “Chicago Boys”,33 implementó
una serie de medidas económicas neoliberales, las que luego se verán
reflejadas en la Constitución de 1980, vigente hasta hoy. En ésta se
defiende y prioriza el derecho a la propiedad privada y se establece
un rol subsidiario al Estado.
La dictadura militar elaboró siete reformas; en salud, éstas comen-
zaron a implementase en 1979 con la creación del Fondo Nacional
de Salud, Fonasa, que debía recaudar y asignar los recursos. En lo
administrativo, el SNS fue reemplazado por Servicios de Salud (en
adelante SS) regionalizados y autónomos. Luego, a partir de 1981, la
administración de la atención primaria fue traspasada a los municipios
y para su financiamiento se incorporó la Facturación por Atención
Prestada (FAPEM). En 1982, el gobierno militar anunció el proyecto

33 Se le denomina “Chicago Boys” a la generación de economistas formados en


la Universidad de Chicago, bajo la dirección de Milton Friedman y Arnold
Harberger, que luego tuvieron una decisiva influencia en las reformas eco-
nómicas y sociales en Chile. Fueron los responsables de la aplicación de un
programa de privatización y reducción del gasto fiscal.

144
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

de Prestaciones de Salud que creaba las Instituciones de Salud Previ-


sional (Isapre): aseguradoras privadas que captan las cotizaciones de
salud obligatorias de los trabajadores que optaran por ese sistema, y
que hoy coopta al 16 por ciento de los de mayores ingresos. Además,
se estableció un nuevo sistema general de prestaciones que sustituía
las leyes de Medicina Preventiva, del SNS y de Medicina Curativa, es
decir, todo el cuerpo legal en torno a la salud, que se había generado
a lo largo de un siglo de proyectos y debates políticos e ideológicos.
El sistema se configuró entonces como “mixto”, es decir, la existencia
de un fondo de cotización estatal y otro privado, así como centros
de atención públicos y privados. La separación entre las decisiones
económico-financieras y las técnicas, trajo como consecuencia que
el Ministerio de Salud pasó a depender del Ministerio de Hacienda,
entidad que asigna los recursos en base a una exacerbada lógica de
mercado, de modo que el rol de expertos que habían cumplido los
médicos fue ahora asumido por economistas. Las acciones realizadas
por los SS debían ser subsidiarias y focalizadas, es decir, acciones de
asistencia directa para la solución de problemas puntuales. En el caso
de la salud mental, esto llevó a poner el foco en signos y síntomas y,
en algunos casos, en el entorno más cercano: la familia. Se eliminó
toda la producción académica surgida durante la Unidad Popular y
se hizo desaparecer la comprensión de los problemas de salud como
parte del sistema social.
En paralelo, se desarrolló una serie de programas, dependientes
de la ayuda internacional bajo el alero de las llamadas Organizacio-
nes no Gubernamentales (ONG), muchas de ellas ligadas a la Iglesia
católica. Éstas pretendían ser una forma de colaboración a las víctimas
del régimen militar y desarrollaron un conjunto de planteamientos
alternativos para las acciones de intervención social, que intentaban
mantenerse lejos de aspectos ideológicos. Estas organizaciones fueron
pioneras en formas de intervención de personas con enfermedades
mentales, que luego del retorno a la democracia serán retomadas por
las políticas de salud mental. Después del término de la dictadura mi-
litar, Chile entró en un proceso de reacomodo de las políticas sociales
que modificó las relaciones entre el Estado y la sociedad civil. Esta
transformación fue acompañada de un despliegue de tecnologías de
gobierno que posibilitaron el ensamblaje técnico propio del arte de
gobierno liberal. Las múltiples tácticas de gobierno que emergen de
este nuevo discurso político son reunidas en un solo pensamiento, lo
que les otorga una coherencia lógica: Rose propone que lo que reúne

145
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

las múltiples tecnologías de gobierno neoliberal es la idea de que el


sujeto libre solo es posible en cierta condición social y cultural. Esta
racionalidad se constituye como la posibilidad de hacer pensables
nuevas formas de gobierno que incorporan prácticas que regulan la
economía y que influyen en aspectos que antes no estaban considerados,
como son el cuidado médico y el bienestar de la población. Desde esta
perspectiva, las nuevas experticias y técnicas en torno a la salud, no
deben ser pensadas como una institución, una ideología, una teoría o
una filosofía de la libertad individual, sino como una forma de hacer
pensable y practicable una cierta actividad de gobierno. Desde allí se
entiende lo que hay que gobernar y desde dónde debe hacerse, es decir,
cómo se modela el espacio de gobierno. En el pasado la sociedad se
habría configurado como un objeto de gobierno, en la medida en que
fue pensada como un organismo cuyo discurso político fue transcrito
en términos biológicos. Rose plantea que en la actualidad, el discurso
político estaría siendo transcrito al modelo de la economía política
del siglo XIX, y con esto se estaría dando una nueva modelación del
espacio de gobierno. Así, la economía habría llegado a ser el objeto
y el blanco de los programas políticos.
En el caso de Chile, este proceso se ve reflejado en la reforma a la
salud iniciada durante el gobierno de Ricardo Lagos. Ésta se planteó
como una respuesta a los cambíos en el perfil epidemiológico de
la población y a la grave crisis en el sistema de salud, producto de
la política neoliberal de la dictadura. Lo paradójico de la reforma
propuesta es que no cambió el espíritu o mentalidad neoliberal de
las transformaciones hechas durante la dictadura militar, sino que
mantuvo sus estructuras. Al mismo tiempo, modificó la definición
del quehacer del sector salud, los objetivos sanitarios y el modelo de
atención. Los cambíos en la configuración de los problemas de salud,
conllevaron modificaciones en la organización de los aparatos estata-
les y privados. En definitiva, la reforma a la salud se tradujo en cinco
proyectos de ley, entre ellas la Ley 19.937, que modifica la autoridad
sanitaria, y la Ley 19.966, que establece Garantías Explícitas en Salud
(GES). Mientras la primera reformula las estructuras y la organización
del sector, tanto en lo público como en lo privado, a fin de mejorar la
gestión y la eficacia; la segunda plantea una estrategia de distribución
de los recursos, basada en una nueva forma de priorización de los
problemas de salud. Es decir, estas leyes fueron un cambio definitivo
en las formas de gobierno en el tema salud, ya que significaron una
reconfiguración tanto del tipo de mentalidad que se debe utilizar para

146
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

gobernar, como del ámbito de gobierno (el objeto del gobierno). La


autoridad sanitaria debe gestionar la red asistencial de su territorio,
haciendo uso de toda la oferta de servicios. De este modo las acciones
en salud ya no son propias de órganos del Estado, sino que de una red
de servicios públicos y privados. Esto haría necesario un mayor nivel
de autonomía y flexibilidad de los recursos humanos así como de los
financieros. Los problemas de salud ya no se restringen a las tasas
de natalidad y mortalidad de la población, como ocurrió en décadas
pasadas. Ahora incorporan las condiciones de vida de los sujetos y,
por lo tanto, se requiere de nuevas formas de control, que involucren
nuevas formas de subjetivación. En lo referente al objeto de gobierno
en salud, se crea el plan de Acceso Universal con Garantías Explícitas
(AUGE),34 resultado de otros modos de priorizar los problemas de
salud basado en un nuevo indicador (AVISA),35 que se establece en
relación a los años de vida saludable, y por tanto, considera no solo
la mortalidad, sino además la discapacidad que puede ocasionar
una enfermedad durante los años productivos de una persona. Esto
significa que el criterio económico no solo está presente en la forma
de administración del sistema de salud, sino también en la definición
misma de lo que es el ámbito a intervenir, que ahora se establece en
términos de productividad de las personas. Así, el criterio econó-
mico constituye el objeto y el medio de gobierno. Por otra parte, las
enfermedades crónicas y/o degenerativas se relacionan no solo con
aspectos biológicos, sino también sociales, por lo que las acciones en
salud deben tender a nuevas esferas de la vida de las personas, más
allá del radio de acción tradicional de los prestadores de salud. Esto
significa abarcar aspectos tales como la educación, el ocio, las acti-
vidades comunitarias, etcétera. Todo a fin de prevenir problemas de
salud que limiten o restrinjan los años de vida productivos y saludables.
Como ya hemos mencionado, en Chile, desde principios del siglo
XX conviven diferentes formas de concebir las políticas sociales y
de salud. Los criterios que se han impuesto en diferentes momentos
de la institucionalidad se pueden comprender como el resultado de
procesos de conflictos y negociación en relación a: 1) el rol del Estado
y 2) el derecho a la salud pública. Pero aparentemente ahora, estos

34 Nombre original con el que se denominó al actual GES: un conjunto de pro-


blemas de salud, para los cuales se definieron protocolos de procedimiento
basados en criterios de costo/efectividad. Posteriormente se eliminaron las
dos primeras letras de la sigla.
35 Sigla que indica “años de vida saludable perdidos”.

147
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

puntos de tensión son subsumidos por una nueva forma de entender


el espacio y el objeto de gobierno en salud. Por un lado, el espacio
de gobierno queda convertido en una red, donde se hace difícil dife-
renciar qué es el Estado y qué no. Por otro lado, el objeto de gobierno
queda ahora convertido en las condiciones de vida de las personas,
donde también cuesta distinguir qué es lo que compete a la salud y
qué no. De este modo, las transformaciones en la intervención de
personas con enfermedades mentales se deben entender también
a partir de esta nueva lógica. Los sujetos de intervención ya no son
exclusivamente quienes padecen una enfermedad mental, sino todos
quienes tienen posibilidades de padecerla, y especialmente aquellos
en edad productiva. Estos últimos son el objetivo de lo que se ha
denominado Salud Mental.
Así la SMPC reúne mentalidades y tecnologías de gobierno pro-
pias de las transformaciones en salud, junto con otras derivadas de
la reforma de la institución psiquiátrica y la configuración de la in-
tervención comunitaria.

Salud mental y psiquiatría comunitaria como forma de


gubernamentalidad
Luego de la recuperación de la democracia en la década de 1990, el
Ministerio de Salud elaboró la primera versión del PNSMP, en el que
se explicita el propósito de las autoridades de llevar a cabo un proceso
de desinstitucionalización de los pacientes psiquiátricos, siguiendo el
modelo de países europeos, especialmente España, e incorporando
un enfoque de comunidad. Desde su aparición, el PNSMP ha sufrido
algunas modificaciones, pero ha mantenido como base la crítica al
modelo institucional y la adopción del enfoque comunitario. El juicio
a la institución psiquiátrica fue parte de un movimiento social crítico
de todas las formas de poder disciplinar, que tuvo lugar en las décadas
de 1960 y 1970, e intentó socavar el supuesto de que la enfermedad
mental tiene un origen biológico, evidenciando que la psiquiatría
no había logrado demostrarlo y postulando que era necesaria una
comprensión social de esta enfermedad. Pese al movimiento de la
antipsiquiatría,36 la disciplina logró reacomodar su discurso incorpo-

36 El movimiento antipsiquiátrico tiene sus primeros indicios en la década de


1960, liderado por intelectuales provenientes de la psiquiatría psicoanalí-
tica y las ciencias sociales. Laing en Inglaterra, Szasz en Estados Unidos y
Basaglia en Italia, son reconocidos como sus principales exponentes. Este
movimiento criticó las intervenciones clínicas en los pacientes, tales como

148
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

rando elementos de la crítica al poder disciplinar y alineándose con


las nuevas mentalidades de gobierno.37 Con ello, la psiquiatría logró
reconfigurar las nociones de salud y enfermedad mental y ampliar
sus propios límites de acción: A partir de los procesos de reforma de
la institución psiquiátrica, se incorporan profesionales de las cien-
cias sociales a los equipos médicos, incluyéndose contenidos propios
de éstas en la formación de los profesionales de la salud mental y
la psiquiatría. Todo esto llevará a planear una intervención social
(o psicosocial) de personas y grupos como estrategia de control y
prevención de la enfermedad mental, para lo cual se hace necesario
trasladar a los agentes terapéuticos fuera del hospital, es decir, hacia la
comunidad. El proceso de reforma de la institución psiquiátrica está,
por tanto, estrechamente ligado a estrategias de intervención social,
que implican ampliar el control más allá de la institución psiquiátrica.
Todavía más, la preocupación por la desinstitucionalización de los
pacientes psiquiátricos, solo se puede comprender bajo la lógica de
una sociedad de control. Como propone Johnson:

Este quiebre profundo de los lugares institucionales de poder coincide


con la dispersión de tecnologías de subjetivación a través del campo
social. Los individuos en una sociedad disciplinaria son el locus de
las tecnologías de poder, pero esas tecnologías ya no están ligadas a
contextos institucionales específicos. La tarea del Estado neoliberal es
de alineación: no fijadas en espacios institucionales para optimizar
la productividad individual, sino para coordinar el deseo y logro de
libertad individual con los intereses del Estado.38

La reforma de la institución psiquiátrica se entiende como parte


de una transformación de las lógicas de gobierno, propia de una

la prescripción desmedida de medicamentos neurolépticos, la aplicación de


electroshock y la psicocirugía.
37 En Inglaterra, Francia, Italia, Alemania y Estados Unidos se produjeron pro-
cesos de reestructuración de los sistemas de salud mental y psiquiatría. Los
más significativos fueron el traspaso de la administración de los servicios a
instancias de gobierno local, el reconocimiento de los derechos de los pa-
cientes, la priorización de los tratamientos ambulatorios por sobre la inter-
nación, la integración de los sistemas de salud mental en el sistema de salud
general y la inclusión de los aspectos sociales en el tratamiento.
38 Johnson, Davi A. “Managing Mr. Monk: Control and the Politics of Madness”,
Critical Studies in Media Communication, vol. 25, núm. 1, marzo, pp. 28-47.
2008, p. 31.

149
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

sociedad de control. En ésta, la intervención social posibilita el ejer-


cicio del poder en un contexto de libertad, ya que logra alinear las
subjetividades con los propósitos de gobierno. La intervención social
(o psicosocial) implica una serie de estrategias que buscan solucionar
lo que se ha definido como un problema social. Para esto se crean y
se redefinen constantemente modelos teóricos que se basan en una
serie de supuestos sobre qué es lo social, cuáles son sus problemas y
sus causas, y cómo se pueden solucionar. Estos modelos validan ac-
ciones de ciertos actores, que influyen directamente en las vidas de
determinados sujetos. En el caso de Chile, la intervención social en
salud mental y psiquiatría adoptará el enfoque comunitario. Así, a
partir de la década de 1990, la planificación de políticas sociales en
nuestro país comienza a incorporar aspectos subjetivos, tales como
características personales, género, raza, etnia, entre otras. La ejecución
de estas políticas demandará cada vez más la experticia psicológica.
Luego, la incorporación masiva de psicólogos en programas sociales
de gobierno será central para la emergencia de una nueva disciplina
académica –la Psicología Comunitaria–, que comienza a dictarse de
forma masiva como asignatura de pregrado y programas de posgrado.
Actualmente, lo que se denomina intervención comunitaria,39 en Chile
no se puede entender como una formulación teórica, metodológica
y/o disciplinar, sino más bien como una hibridación entre una gran
diversidad de planteamientos, con diferentes marcos epistémicos,
reunidos en estrategias de intervención social que tienen en común
un mismo sujeto: el pobre. Con la institucionalización académica y
profesional, el enfoque comunitario adquirió elementos de las polí-
ticas públicas, que tienen como base la idea de que el crecimiento
económico es el medio para la superación de los problemas sociales.

39 Este concepto surge en 1960, como una serie de estrategias para dar solución
a problemas derivados de las tomas de terrenos en la periferia de la ciudad.
Estas estrategias se proponían generar cooperación entre los pobladores con
base en la pertenencia a un territorio. Luego, durante la dictadura militar,
algunos elementos fueron incorporados a las acciones realizadas por ONG,
y después del retorno a la democracia, éstas se validaron con desarrollos teó-
ricos latinoamericanos como la Educación Popular y la Investigación Acción
Participativa. Véase Garcés, Mario, Tomando su sitio; el movimiento de pobladores
de santiago, 1957-1970. Santiago de Chile: LOM Ediciones, 2002. También
Asún, Matías, Para leer la psicología comunitaria: contextualización histórica en
Santiago de Chile. Tesis para optar al grado de Licenciado en Psicología. Uni-
versidad Diego Portales, Facultad de Ciencias Humanas y Educación, Escue-
la de Psicología, 2004.

150
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

La intervención de las comunidades será entonces una estrategia


para abordar a sujetos y grupos de los sectores marginados, a fin de
integrarlos a una sociedad de individuos competentes para la mo-
dernización y el crecimiento. Esto se traduce en que los sujetos y las
comunidades de menores recursos se vuelven objeto de la interven-
ción de la SMPC, dado que se asume que se encuentran mayormente
sometidos a circunstancias estresantes de vida, y por lo tanto se les
considera en riesgo, de alta vulnerabilidad o con mayor necesidad de
atención. Las acciones orientadas a estos sujetos y grupos se caracteri-
zan por tener un enfoque de inserción social-territorial, y proveer de
herramientas para que los individuos se desempeñen adecuadamente
en sus entornos. Esto queda de manifiesto en el propósito del PNSP
en su última versión que, entre otras metas, se propone:

Contribuir a que las personas, las familias y las comunidades alcancen


y mantengan la mayor capacidad posible para interactuar entre sí y con el
medio ambiente, de modo de promover el bienestar subjetivo, el desarrollo y uso
óptimo de sus potencialidades psicológicas, cognitivas, afectivas y relacionales,
el logro de sus metas individuales y colectivas, en concordancia con la justicia
y el bien común.40

Se asume que la salud mental no es solo el resultado de factores


biológicos, sino la conjugación de múltiples factores psicosociales,
en los que juegan un rol fundamental las condiciones de la comuni-
dad donde las personas viven. Las estrategias de intervención deben
considerar acciones intersectoriales y participativas, de modo de
involucrar a las personas, las familias, los grupos organizados de la
comunidad y los servicios de otros sectores (no exclusivamente de
salud). El financiamiento también debe ser compartido, y los progra-
mas de salud que cuenten con aportes del Ministerio, deben ofrecer
apoyo técnico a las acciones intersectoriales. Se debe rearticular la
red social fuertemente dañada durante la dictadura militar, a fin
de que las personas, grupos e instituciones se hagan cargo de sus
problemas. La comunidad adopta la forma de una red, es decir, un
entretejido de relaciones de colaboración que se potencian para el
logro de los objetivos de gobierno. Los programas de SMPC deben
privilegiar la atención ambulatoria por sobre la hospitalización. Para

40 Ministerio de Salud. Plan nacional de salud mental y psiquiatría. Santiago de


Chile: Gobierno de Chile, 2006, pp. 2-3.

151
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

esto se ha creado una Red de Salud Mental y Psiquiatría, compuesta


por diversos dispositivos pequeños, que atienden las diferentes necesi-
dades de las personas con problemas de salud mental o enfermedades
psiquiátricas, con distintas estrategias, evitando la hospitalización.
En ese sentido, se define a las personas como libres y autónomas,
activas y responsables por su propio bienestar,41 y al mismo tiempo
se establecen los mecanismos para que las personas adopten estas
características, es decir, se establecen estrategias para alinear las
subjetividades con los fines de gobierno. Las acciones destinadas a
dirigir la conducta de los individuos conectan las formas de gobier-
no con las experticias o técnicas, en un nivel local o de relaciones
interpersonales. En esto juegan un rol central las disciplinas acadé-
micas, en la medida en que se alinean con las lógicas de gobierno
para configurar un nuevo objeto de conocimiento y nuevos medios
para intervenir. De esta forma se crea también la intersubjetividad
que valida a ciertos agentes para intervenir y controlar capacidades,
competencias y voluntades de los sujetos. En el caso de la SMPC, los
equipos de profesionales y técnicos conforman los agentes de inter-
vención: sus prácticas son promovidas y direccionadas por políticas y
programas de gobierno, y desde ahí participan en la generación de
conocimiento y técnicas de intervención de las subjetividades que
deben ser coherentes con éstas. Así se constituyen en un importan-
te recurso de gubernamentalidad; es decir, se ubican en la interfase
entre las racionalidades de gobierno y las prácticas de provisión de
servicios de salud a individuos y comunidades. El conocimiento ge-
nerado por los registros y las evaluaciones constantes de las formas
de intervención, configuran un nuevo saber que otorga autoridad
e identidad a los profesionales y técnicos de la SMPC, pero a su vez,
éstos también son objeto del control constante de un nuevo saber: la
contabilidad y la gestión financiera. Estas nuevas experticias actúan
modificando las acciones de profesionales y técnicos de la SMPC en
pro de la buena gestión y optimización de los recursos. Como pro-
pone Rose, esto implica que las acciones de los interventores ya no
radican solo en sus propios criterios y campos de experticias, sino
que deben ajustarse a criterios de otros expertos: los economistas.
Así se reconfiguran las tecnologías de gobierno que se aplican a los

41 Véase documentos de la Cámara de Diputados: Sobre Los Derechos y Deberes


De Las Personas En Materia De Salud. 2002. Consultado 22.08.2010, en: http://
www.camara.cl/pley/pley_detalle.aspx?prmID=2140&prmBL=2727-11

152
— salud mental y psiquiatría comunitaria en chile. el proceso de configuración de un objeto de gobierno —

enfermos mentales y a los “sectores vulnerables”. Desde esa perspec-


tiva, Rose nos advierte:

Pero ellos hacen un complejo set de estrategias, utilizando y estable-


ciendo los nuevos conocimientos positivos de la economía, la sociedad
y el orden moral y los atan existiendo microcampos de poder en orden
a juntar objetos gubernamentales con actividades y eventos lejanos en
distancia y tiempo.42

Las disciplinas emanadas de este proceso son el “punto de contacto”


entre las técnicas de poder propias de la lógica neoliberal de gobier-
no, y las técnicas del yo. Estas últimas se refieren a temas relativos a
la subjetividad y la moral, que hacen posible el ejercicio del poder
en el Estado moderno, por instauración de técnicas de autocontrol o
gobierno de sí mismo. En este sentido, son eminentemente políticas,
aun cuando se quieran presentar como neutrales.

42 Rose, Nikolas. Inventing our selves. Psychology, Power, and Personhood. Londres:
Cambridge University, 1998, p. 18.

153
clasificar y medicar: la gestión
biopolítica de los sufrimientos psíquicos

sandra caponi

En Defender la sociedad,1 Foucault explora las alianzas entre la


constitución de los Estados modernos y la biopolítica, destacando
el lugar estratégico ocupado por las empresas colonialistas y por las
tecnologías de gobierno destinadas a los pueblos colonizados. Dirá
que, para que la biopolítica pueda ejercer una relación positiva con la
vida, para que ella pueda construir técnicas de gobierno destinadas
a maximizar y aumentar la fuerza y el equilibrio de las poblaciones,
las sociedades modernas han aceptado convivir, de modo explícito o
implícito, con su negación: los procesos de exclusión de todo aque-
llo que puede aparecer como una amenaza, o como una fuente de
degradación de la vida. Hablará de las estrategias que se validan en
procesos de regulación por exclusión. Y argumentará que la acep-
tación de esas estrategias es el resultado de una partición operada
en el campo de lo biológico por el racismo. El racismo debe enten-
derse en un sentido amplio y no literal, no se limita a la distinción
de razas, si no a una verdadera jerarquización biológica por la cual
se instalan vínculos de exclusión, de negación y hasta de aversión,
entre grupos humanos. El racismo aparecía como elemento central
para comprender las estrategias de exclusión y de muerte edificadas
en los siglos XVIII y XIX por los nacientes Estados modernos. En ese
momento los discursos racistas parecían estar validados y legitimados
por una proliferación de nuevos saberes considerados científicos,
particularmente aquellos saberes provenientes del campo de la me-
dicina, de la biología y de la criminología que, en la última mitad del

1 Véase Foucault, Michel, “Il faut défendre la societé”. Cours au Collège de France,
1975-1976. París: Gallimard-Seuil, 1997.

154
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

siglo XIX, se transformarán en referencia para las intervenciones


de los alienistas e higienistas.
Ciertamente, en nuestra modernidad tardía las estrategias bio-
políticas referidas a las poblaciones ya no pueden inscribirse en ese
mismo marco de análisis. Ya no sería legítimo hablar de discursos
científicos o de estrategias de poder construidas alrededor del eje
racismo, aunque en muchos casos los discursos racistas perduren
y se multipliquen fuera del campo de los saberes aceptados por la
comunidad académica. Aun cuando podamos hablar de una com-
pleta superación de los límites impuestos por el racismo, límites
que observamos cotidianamente con los problemas derivados de
los flujos migratorios, de la xenofobia y de la intolerancia racial en
diferentes países del mundo, hoy se hace necesario pensar de qué
modo operan las estrategias biopolíticas en contextos más amplios
que exceden e integran el clásico problema del racismo. Nuevos
discursos y saberes construidos alrededor del eje normal-patológico,
que ya no se inscriben en el eje del racismo, imponen el desafío de
pensar las estrategias biopolíticas hoy existentes. Nuevas certezas
se instalan en el campo de las ciencias de la vida, nuevas interven-
ciones sobre las poblaciones que se validan en las promesas de un
saber medico y psiquiátrico obcecado por anticipar riesgos, evitar
el dolor y garantizar la meta imposible de una vida sin sufrimientos.
Analizar el surgimiento de esas nuevas formas de maximización de
la vida que adopta la biopolítica en la contemporaneidad, así como
detenerse en los nuevos modos de exclusión que ésta implica, exige
un entendimiento previo sobre los alcances y límites del concepto
de biopolítica. Teniendo esta problemática como marco general,
intentaré responder a una pregunta específica: ¿sería posible pensar
la actual expansión de los diagnósticos psiquiátricos relacionados
con los comportamientos cotidianos, como una estrategia biopolíti-
ca hoy hegemónica y casi universalmente aceptada? Considerando
que la palabra biopolítica se convirtió en un marco de referencia
para innumerables debates y temas, muchas veces sin una reflexión
sobre sus alcances y limites, pretendo: i) Inicialmente, analizar
los ejes centrales en relación a los cuales se articula el concepto
foucaultiano de biopolítica, para ii) posteriormente, centrar la
discusión en un texto recientemente publicado por Allen Frances2

2 El texto de Allen Frances que será analizado aquí ha suscitado diversos de-
bates entre la comunidad mundial de psiquiatras, psicoanalistas y trabaja-

155
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

(ex jefe del Grupo de Tareas del DSM), en el que se cuestionaba el


proceso de elaboración de la quinta edición del Manual de Diagnóstico
y Estadística de Trastornos mentales, DSM V, publicado el 18 de mayo
de 2013. La cuarta edición de este Manual (DSM IV), ampliamente
utilizada como referencia obligatoria para definir diagnósticos psi-
quiátricos en el mundo entero por profesionales de salud, psiquiatras
y hasta educadores, pasará rápidamente a ser substituida por el DSM
V. Es posible argumentar que muchas de las críticas formuladas por
Frances en relación al DSM V, perfectamente aplicables también al
DSM IV –por él coordinado–, permiten evidenciar que el Manual de
Diagnóstico y Estadística de Trastornos Mentales, se articula alrededor de
los mismos ejes que, de acuerdo con Foucault, posibilitan la creación
de los dispositivos de seguridad propios de la biopolítica de las po-
blaciones. Como veremos, la dificultad de establecer fronteras más
o menos precisas entre lo normal y lo patológico (a diferencia de lo
que ocurre en el campo de la medicina clínica, en la que la psiquia-
tría encuentra su legitimidad); la preocupación por la anticipación
de los peligros y el control de los riesgos; el uso de las estadísticas
con la finalidad de demarcar fronteras entre normalidad y desvíos
que deben ser corregidos y anticipados, son elementos que permiten
entender la estrategia de clasificación y diagnóstico del DSM como
dispositivo biopolítico.

El concepto de biopolítica
El concepto de biopolítica fue enunciado por primera vez por
Michel Foucault en 1976 en el último capítulo de La voluntad de sa-
ber, sin embargo desarrolla y lleva hasta sus límites las implicaciones
teórico-políticas de este concepto en dos cursos del Collège de France,
Defender la sociedad y Seguridad, Territorio y Población. Será fundamental
en esos dos textos y en el curso Los anormales donde Foucault define el
concepto de biopolítica. Más adelante, en el Nacimiento de la biopolítica,

dores del campo de la salud mental. La relevancia de ese texto radica en


que, por primera vez, un psiquiatra que estaba directamente comprometido
con la clasificación del DSM, señala las fallas y dificultades inherentes a esa
estrategia, reforzando los argumentos presentados por los colectivos “Stop
DSM” organizados en España y Francia en 2010. Véase Frances, Allen, Ope-
ning Pandoras Box: The 19 Worst Suggestions For DSM5. Rev. Psychiatric Times.
vol. 1 núm. February 11, 2010. Para conocer el debate véase García Maldona-
do, Gerardo et al. “El DSM-V. Luces y sombras de un manual no publicado.
Retos y expectativas para el futuro”. Revista Salud Mental. núm. 34, pp. 367-
378. Madrid, 2011.

156
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

dirá que se propone realizar un estudio sobre el arte de gobernar


en el liberalismo y neoliberalismo con la finalidad de entender las
condiciones de posibilidad de la biopolítica. Sin embargo, ese con-
cepto será abandonado a lo largo del texto. En la clase del día 17 de
marzo del curso ofrecido en el Collège de France en 1976, Defender
la sociedad, Foucault profundiza y desarrolla la noción de biopolítica,
estableciendo los alcances y los límites de un concepto que permanece
absolutamente actual y que ha posibilitado innumerables reflexiones,
desdoblamientos y aplicaciones en los más diversos campos de estudio.
Como es sabido, la publicación de los cursos en el Collège de France
ofrecidos por Foucault desde 1971 hasta su muerte en 1984, todavía
inacabada, contribuyó a despertar un renovado interés por su trabajo
y, particularmente, por el concepto de biopolítica. Como ya había sido
mencionado, en La voluntad de saber y en el curso Defender la sociedad,
Foucault dirá que al finalizar el siglo XVIII y comenzar el siglo XX se
produce una transformación en el modo de organizar y gestionar el
poder, una mutación por la cual la antigua potestad del soberano, su
derecho sobre la vida y la muerte de los súbditos, considerada como
uno de sus atributos fundamentales por la teoría jurídica clásica,
dejará lugar a un nuevo modo. El viejo derecho de dejar vivir y de hacer
morir propio del soberano, será substituido por el derecho o por el
poder de hacer vivir y dejar morir, configurándose así el dominio de
los biopoderes relacionados con los cuerpos y las poblaciones. Todo
ocurre como si el poder de soberanía descubriese su inoperancia para
lidiar con los fenómenos propios de la naciente sociedad industrial:
la explosión demográfica, los problemas de urbanización, los nuevos
conflictos derivados de la industrialización. Este poder de soberanía
sufrirá un primer proceso de acomodación con las tecnologías disci-
plinares estudiadas por Foucault en Vigilar y Castigar, estrategias que
se dirigen a los cuerpos, y que están destinadas a multiplicar su fuerza
y su capacidad de trabajo, y disminuir su fuerza política.
Un segundo proceso de acomodación surgirá más tarde, fortale-
ciéndose a lo largo del siglo XIX sin excluir o sustituir la tecnología
disciplinaria sino integrándola y utilizándola parcialmente para di-
rigirse a un nuevo objeto de intervención: los procesos biológicos y
bíosociológicos propios de los fenómenos poblacionales. Mientras que
las disciplinas se refieren al cuerpo, el nuevo poder regulador no se
dirige al cuerpo, sino a la vida, y tiene por objeto específico de interés
el hombre en cuanto ser vivo, el hombre en cuanto especie biológica.
A diferencia de las disciplinas, la nueva tecnología que será puesta

157
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

en práctica se refiere a la multiplicidad de hombres, no en cuanto


cuerpos individuales, sino en la medida en que ellos constituyen una
masa global afectada por los procesos de conjunto que son propios
de la vida, como los procesos de nacimiento, muerte, reproducción
y enfermedades.3
Se trata pues de dos estrategias de poder que se suceden: la pri-
mera individualizante, la segunda masificadora; la primera referida
al hombre en cuanto poseedor de un cuerpo, la segunda referida al
hombre en cuanto hace parte de una especie biológica, la especie
humana. Esa nueva tecnología de poder demanda la construcción
de nuevos saberes sobre las poblaciones, los registros y estadísticas
referidos a la proporción de nacimientos y muerte, las tasas de re-
producción, de fecundidad, de longevidad. Un inmenso conjunto de
datos demográficos comenzara a ser colectado, inicialmente a nivel
local para luego posibilitar comparaciones y estadísticas globales que
serán centralizadas por organismos estatales como los registros na-
cionales de estadística y demografía. Esos indicadores cuantitativos,
en la medida en que son pensados como un fiel reflejo de la realidad
económica de un país, de un poder de un Estado, o del progreso de
los pueblos, constituye la base privilegiada a partir de la cual serán
construidas estrategias concretas de intervención sobre las poblaciones.
La biopolítica de las poblaciones tiene algunos espacios privilegiados
de intervención, entre ellos: las políticas de control de la natalidad; el
control de las morbilidades y endemias (que substituirá el temor por
las grandes epidemias vistas como amenazas desde la Edad Media);
el estudio y el control de la expansión y duración de las patologías
prevalentes, pensadas como factores que debilitan la fuerza de trabajo
e implican costos económicos para todos; las intervenciones sobre la
vejez, los accidentes, las enfermedades y las anomalías que excluyen
a los individuos del mercado de trabajo; la gestión de las relaciones
entre especie humana y medio externo, sea que se trate de proble-
mas con el clima y la naturaleza (los pantanos, por ejemplo), o con
el medio urbano. En estas estrategias de intervención se articulan
diversos dominios de saber y de acción política. De un lado, están
los conocimientos elaborados por la higiene, la medicina social, la
demografía y la estadística; por otro lado, las estrategias de poder
que adoptan la forma de esquemas de regulación, gestión, asistencia,
control de riesgos y mecanismos de seguridad. La biopolítica se cons-

3 Véase Foucault, Michel, “Il faut défendre la societé”, op. cit., p. 216.

158
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

tituye como una tecnología científica-política que se ejerce sobre las


poblaciones entendidas como multiplicidad biológica, que se refiere
específicamente a los procesos vitales, y que tiene como preocupación
inmediata anticipar los riesgos. Así, ese conjunto de fenómenos que
se presentan como aleatorios e imprevisibles, cuando se analizan
como hechos que afectan a un determinado individuo, aparecen
como constantes que es posible anticipar, cuando son observados en
perspectiva poblacional. Los estudios estadísticos permitirán estudiar
esos fenómenos en series de corta duración y de ese modo anticipar
los riesgos o peligros a los cuales esa población estaría sometida. Esas
predicciones y estimaciones estadísticas referidas a hechos sociales
(poblacionales) y no a individuos, permiten crear mecanismos regu-
ladores destinados a mantener un estado de equilibrio o de atender
la medida estadística deseada (bajar la mortalidad, prolongar la
vida, estimular la natalidad). El objetivo último de la biopolítica será
instalar para cada riesgo o peligro que pueda ocurrir, mecanismos
de seguridad que tienen ciertas semejanzas y ciertas diferencias
con los mecanismos disciplinarios. Ambos se proponen aumentar
y maximizar la fuerza de trabajo, tenemos así: “una tecnología de
poder sobre la población en cuanto tal, sobre el hombre como ser
vivo, un poder continuo, científico, que es el poder de hacer vivir”.4
Del mismo modo que en las disciplinas se conjuga la maximización
de las fuerzas productivas con la disminución de la capacidad polí-
tica, en la biopolítica debe ser considerada otra duplicidad, que se
refiere, por una parte, a la maximización de la fuerza y de la vitalidad
de las poblaciones y, por otra, al olvido de aquellos individuos que
se mantienen en las márgenes del auxilio y de la protección estatal,
aquellos que los gobiernos simplemente ignoran o “dejan morir”. Para
poder comprender los alcances y límites de este concepto complejo
y ambiguo que es la biopolítica, resulta indispensable analizar los
dos elementos que lo componen. Es decir, intentar explicar de qué
modo operan y se vinculan entre sí los ejes de lo vital, bíos, y el de
lo político, en el campo del debate abierto por Foucault. Particular-
mente, deberemos analizar dos cuestiones: a) de qué modo lo vital
se establece como eje articulador de una multiplicidad de discursos
y saberes referidos a lo anormal y a lo patológico, y b) cuáles son las
dificultades y limites inherentes al concepto de “política” cuando
éste se refiere al dominio de lo vital.

4 Ibídem, p. 220.

159
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

a. El bíos como objeto de saber. Aunque en los cursos del Collège de


France Foucault explora las diversas fases que adopta la biopolítica
en la modernidad, no existe una referencia clara a la noción de
‘vida’ sobre la cual se construye y se articula ese concepto. Algunos
autores, como Didier Fassin, opinan que esa noción, que constituye
el corazón de la biopolítica, no fue suficientemente explicitada por
Foucault. Es verdad que en los cursos no existe ningún apartado que
la analice exclusivamente; sin embargo, para poder comprender la
especificidad de este bíos, que antecede a la política, resulta necesario
situarlo en una perspectiva más amplia, sin olvidar que Foucault
dedicó diversos textos y estudios a problematizar esa noción. De
hecho, la problemática de la vida acompaña a Foucault desde sus
primeros escritos, particularmente desde el Nacimiento de la Clínica
de 1963 y Las palabras y las cosas, hasta el último texto que envía para
publicación poco antes de su muerte, un texto en homenaje a Geor-
ges Canguilhem denominado La vida, la experiencia y la ciencia. Se
trata de un problema que Foucault nunca abandonó, de modo que
para comprender el concepto de vida al cual la biopolítica se refiere,
debemos abordarlo respetando su complejidad. Inicialmente, será
necesario hacer referencia a las reflexiones dedicadas a los discursos
científicos referidos a la vida, provenientes del campo de la biología
y de la medicina, que fueron centrales en los estudios arqueológi-
cos; luego abordar los diversos modos a través de los cuales opera
la partición entre lo normal y lo patológico en la construcción de
tecnologías y de estrategias de poder, para, por fin, analizar el modo
como se vinculan los procesos de subjetivación y la construcción
de subjetividades con nuestra corporalidad, nuestros sufrimientos
físicos, nuestra decadencia vital y, en fin, nuestra propia muerte. La
centralidad de la noción de vida en los estudios biopolíticos se hace
evidente en la siguiente afirmación de Foucault:

Me parece que uno de los fenómenos fundamentales del siglo XIX


ha sido lo que podríamos denominar una invasión de la vida por el
poder: o si ustedes prefieren, un ejercicio de poder sobre el hombre en
cuanto ser vivo, una suerte de estatización de lo biológico, o por lo menos
una cierta tendencia a lo que se podría denominar una estatización
de lo biológico.5

5 Ibídem, p. 286.

160
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

Ese texto no solo permite situar la noción de vida como articuladora


de los nuevos dominios de saber y de intervención; también delimita
claramente el alcance de esa noción. El poder no se refiere aquí a la
vida cotidiana, ni a nuestro día a día, ni a la vida como hecho esencial;
se trata de una clara identificación de la vida con el dominio de lo
biológico, de la vida en cuanto objeto de estudio de la biología, de
la medicina, en fin, de esos saberes denominados, justamente como
ciencias de la vida. Como ya fue mencionado, Foucault considera que
el hecho determinante en la construcción de las sociedades modernas
es el proceso por el cual la vida, es decir, la vida que compartimos
con los animales, pasa a ser gestionada por cálculos explícitos y por
estrategias de poder: el momento en que lo biológico ingresa como
elemento privilegiado en el registro de la política. Así, en el Nacimiento
de la biopolítica afirma su objetivo:

Entender de qué modo la práctica gubernamental intentó racionali-


zar los fenómenos de un conjunto de seres vivos construidos como una
población: problemas relativos a la salud, a la higiene, la natalidad,
la longevidad, las razas y otros.6

Para poder tematizar ese bíos en relación al cual se estructuran las


estrategias biopolíticas, será necesario hacer referencia a un registro
que es al mismo tiempo científico y político, pues la vida se presenta
tanto como hecho biológico y como objeto de intervención y de poder.
Será necesario mirar hacia la construcción de discursos y clasificacio-
nes científicas, y a su vez, hacia las prácticas concretas de intervención
que transforman la vida de los individuos. Será necesario recordar las
deudas teóricas que Foucault mantiene, desde el Nacimiento de la clínica
hasta su última publicación, con Georges Canguilhem. Los estudios
que Canguilhem7 dedica a la medicina y a la biología, en particular
su crítica al modo como se establecen los parámetros de normalidad y
patología en las ciencias de la vida recurriendo a patrones estadísticos,
no pueden ser desatendidos cuando analizamos los alcances y límites
de la noción de vida inmersa en el concepto de biopolítica. Canguil-
hem supo mostrar, con mucha claridad, la duplicidad constitutiva del
concepto de normal, esencial para comprender los hechos biológicos

6 Foucault, Michel. Naissance de la Biopolitique. Cours au Collège de France, 1978-


1979. París: Gallimard-Seuil, 2005, p. 27.
7 Véase Canguilhem, Georges. O normal e o patológico. Rio de Janeiro: Forense
Universitaria, 1990.

161
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

y sus intervenciones médicas. Lo normal define valores de referencia,


las medidas y las variaciones admisibles para un determinado fenó-
meno biológico (sea la tasa de colesterol o de suicidio), establecidas
a partir de los valores estadísticamente más frecuentes; pero también
se trata de un concepto valorativo y normativo que define aquello
que debe ser considerado deseable en un determinado momento y
en una determinada sociedad. Así, y gracias a la utilización de las
normas y las medias estadísticas es que la medicina puede llegar a
afirmar de qué modo un hecho biológico, una función orgánica, un
proceso vital o una conducta directa o indirectamente vinculada a lo
biológico, debe o debería ser. El saber médico y la noción de norma,
en relación a la cual ese saber se construye, son indispensables para
comprender las estrategias biopolíticas: no solo porque permiten
la articulación entre el conocimiento científico y las intervenciones
concretas, sino también porque es en torno de la norma que pueden
ser creadas estrategias de poder que corresponden a los cuerpos de
los individuos (las disciplinas) y a los procesos biológicos de la especie
(la biopolítica). Como afirma Foucault, El elemento que circula de
lo disciplinario a lo regulador, que se aplica del mismo modo a los
cuerpos y a los eventos aleatorios de una multiplicidad biológica, ese
elemento que circula de uno a otro, es la norma.8
En la tercera conferencia publicada en Seguridad, Territorio y
Población, Foucault establece una distinción entre las estrategias de
normación, propias de la sociedad disciplinar, y las estrategias de
normalización, propias de la biopolítica de las poblaciones. Lo cierto
es que hablar de un poder que se refiere a la vida significa afirmar
que el hombre en cuanto especie se transformó en objeto de tecno-
logías de saber y poder normalizadoras que permiten regularizar los
hechos biológicos propios de las poblaciones, teniendo como marco
de referencia los parámetros establecidos por las ciencias de la vida.
b. La biopolítica como gobierno sobre la vida. Si la vida remite, de un lado,
por vía de las normas al campo de los discursos biológicos, médicos e
higiénicos, y por otro lado, también se vincula de un modo peculiar
al campo de lo político. De hecho, deberíamos decir que cuando
Foucault habla de biopolítica no es realmente la política de la vida lo
que está en juego, sino las prácticas sociales que se ejercen sobre los
cuerpos y las poblaciones. La noción de vida volverá al centro de la
escena, ya no como objeto de tematización de las ciencias biológicas,

8 Véase Foucault, Michel, “Il faut défendre la societé”, op. cit., p. 225.

162
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

sino como un espacio privilegiado para garantizar la gubernamen-


talidad y la gestión de las poblaciones en las sociedades modernas.
El ejercicio de la biopolítica supone que, para poder gobernar las
sociedades, basta reducir la multiplicidad de circunstancias propias
de la condición humana a su dimensión biológica, al dominio de lo
vital, ese dominio que limita a los hombres a su identidad en cuanto
especie. Sin embargo, y aquí se encuentra la mayor contradicción in-
herente al concepto de biopolítica, en la medida en que el gobierno
de las poblaciones opera exclusivamente sobre los hechos biológicos,
éste deberá dejar en las sombras, como ya lo anticipaba Aristóteles,
justamente la dimensión política de la existencia, nuestra capacidad
de reflexión y el diálogo argumentativo, nuestros vínculos sociales,
nuestros afectos, sueños y pesadillas. Recordemos que, no por azar,
es justamente por oposición a la concepción aristotélica de “hombre”
que Foucault piensa el ejercicio de la biopolítica. En esta frase, muchas
veces citada, afirma: “Por milenios el hombre permaneció lo que era
para Aristóteles: un animal viviente y además, capaz de existencia
política; el hombre moderno es un animal en cuya política está en
juego su existencia como ser vivo”.9
Con la finalidad de entender la compleja articulación entre vida
y política supuesta en esa afirmación, será necesario, como afirma
Didier Fassin, hacer referencia a dos filósofos que de modo directo e
indirecto están presentes en los argumentos de Foucault: uno es Georges
Canguilhem y la otra, Hannah Arendt. Vimos de qué modo la noción
de vida en relación a la cual se construyó el concepto de biopolítica es
fuertemente deudora de los estudios epistemológicos que Canguilhem
dedica a las ciencias de la vida: a la centralidad de la norma, a las re-
ferencias a las medias y desvíos estadísticos, una vida, en fin, sujeta a
cálculos, a medidas de frecuencia, a la anticipación de riesgos, en la que
no queda ningún espacio –como afirma Canguilhem–, para el cuerpo
vivido, para el cuerpo subjetivo, único parámetro capaz de determinar
el momento preciso en que se inicia una enfermedad. A partir del aná-
lisis de Canguilhem, la vida parece ser vista por las ciencias biológicas
y médicas, siempre mediada por la idea de norma.
Si Canguilhem influencia el modo como Foucault piensa la vida a
partir de una perspectiva epistemológica, es recurriendo a Hannah
Arendt que podemos comprender la relación entre vida y política en

9 Foucault, Michel. Historia de la Sexualidad I: La voluntad de saber. México: Siglo


XXI, 1978, p. 184.

163
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

torno de la cual se teje el concepto de biopolítica. Para Fassin, no es


posible imaginar que Foucault ignorase a Hannah Arendt, pues aunque
nunca fue citada por éste, ella “también puso la vida en el centro de
su obra, después de la tipología de las tres formas de vida de La Con-
dición Humana hasta su análisis del proceso vital realizado en Sobre la
Revolución”. Diversos autores mencionan la proximidad existente entre
Arendt y Foucault en relación al modo de pensar los fenómenos vitales.
De hecho, es muy simple comprender esa proximidad en la medida en
que tanto Arendt como Foucault mencionan sus deudas teóricas con
Aristóteles y su forma de pensar el dominio de lo biológico por oposición
al espacio de lo político. Es por referencia a Aristóteles que se entiende la
gran novedad que se produce en el mundo moderno, de la cual hablan
tanto Foucault como Arendt: la identificación entre lo vital y lo político.
En el mundo griego, los hechos vinculados con lo biológico hacían par-
te del dominio de lo pre-político y estaban reservados al ámbito de lo
privado, es decir, al oikos, la vida doméstica organizada en relación con
las necesidades de la familia. Un espacio que se opone al registro de lo
público, entendido como dominio de la vida políticamente autorizada.
Si aceptamos la distinción entre vida y política establecida por Aristóteles
y retomada por Arendt, quizá debamos afirmar que el concepto de bio-
política, que literalmente significa “política de o sobre la vida”, implica
un oxímoron, implica una contradicción interna entre dos dominios
irreductibles. Más que una política de la vida, la biopolítica se refiere a
un modo de gestión y administración de las poblaciones. La vida que aquí
está en juego no es la de los ciudadanos capaces de diálogo y existencia
jurídico-política sino la de las poblaciones reducidas a cuerpo-especie,
atravesadas y definidas por la mecánica de lo biológico, una multitud de
sujetos intercambiables y sustituibles. En el momento en que el dominio de
la ética y de la política es reducido al campo de lo biológico, del cuerpo-
especie, nuestros sufrimientos individuales y cotidianos, nuestros vínculos
sociales, miedos y deseos pasaron a estar mediados por intervenciones
terapéuticas o preventivas –sean éstas médicas o psiquiátricas–, intere-
sadas en clasificar todos los asuntos propios de la condición humana en
términos de normalidad o de patología, limitando cada vez más nuestro
margen de decisión ética y de acción política.

Biopolítica y clasificación psiquiátrica


Partiendo de ese marco de análisis podemos afirmar, en primer
lugar, que la vida no es considerada por la biopolítica en un sentido
coloquial o vulgar. Todo lo contrario, ésta lleva la carga epistemológica

164
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

de una vida objetivada por los discursos, los modos de clasificar, medir,
intervenir y evaluar propios de las ciencias biológicas y médicas, cons-
truidos en torno a la oposición normal-patológico. Por esta razón la
medicina, la higiene y la salud pública, ocupan un lugar privilegiado
en las sociedades modernas, posibilitando la articulación entre los
saberes sobre lo biológico y las intervenciones gubernamentales sobre
los individuos y las poblaciones. En segundo lugar, se puede afirmar
que la vida a la cual se refiere la biopolítica no es un complemento
de la política sino su opuesto, aquello que anula y niega la política.
Como afirma Lazzarato, la biopolítica “es un factor de despolitización
y de neutralización de lo político”.10 Ésta no puede entenderse en
sentido literal, como una política de la vida; al contrario, significa un
modo de gestión, de administración, ciertas estrategias de gobierno
destinadas a una población reducida al dominio de las necesidades
biológicas y a los procesos de nacimiento, reproducción y muerte. La
biopolítica es justamente aquello que se opone a la subjetividad. Aque-
llo que permite sustituir el diálogo argumentativo –esencial para la
construcción del espacio político–, por la urgencia, por la inmediata
e irreflexiva satisfacción de las necesidades, reduciendo la pluralidad
de la condición humana a los procesos biológicos. En fin, la vida de
la biopolítica no se refiere a sujetos capaces de trazar narrativas sobre
su propia historia; se refiere a sujetos anónimos e intercambiables,
cuyas historias carecen de significación, pues de lo que se trata es de
poblaciones, de cuerpos sustituibles que deben ser maximizados y per-
feccionados, no de sujetos morales de sus propias acciones. Situando
la biopolítica en ese espacio de diálogo podemos identificar cuatro
mecanismos que nos permiten individualizar la especificidad de ese
modo de ejercicio de poder estudiado por Foucault.
Éstos son: 1. La centralidad de la norma y la oposición normalidad-
patología; 2. Los estudios estadísticos referidos a los fenómenos vitales
que caracterizan a las poblaciones; 3. La problemática del riesgo-
seguridad, es decir, la idea de que es posible anticipar los riesgos para
evitar el surgimiento de futuros daños; 4. Estos mecanismos configuran
un peculiar modo de ejercer el gobierno sobre las poblaciones, que
excluye las narrativas de los sujetos y sus historias de vida. La gestión
de las poblaciones en cuanto multiplicidad biológica debe dejar en las
sombras, como anticipó Aristóteles, nuestra capacidad de existencia

10 Lazzarato, Maurizio. “Biopolitique/Bioéconomie”. Multitudes, núm. 22, oto-


ño, 2005, p. 53.

165
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

pública y política, los diálogos argumentativos, las narrativas individuales,


los vínculos sociales.
Pretendo analizar aquí de qué modo operan esos mecanismos
en el campo de la psiquiatría contemporánea, más específicamente,
propongo revisar las criticas recientemente enunciadas por el psiquiatra
americano Allen Frances, jefe del Grupo de Tareas del DSM IV. En
el mes de mayo de 2012, en un artículo publicado por la revista Psi-
quiatric Time, afirma:

El DSM-5 insiste en ofrecer propuestas que inadecuadamente causan


el rótulo de “trastorno mental” a millones de personas ahora consideradas
“normales”. Estas sugerencias no encuentran soporte científico y son fuer-
temente combatidas por 51 asociaciones de salud mental, sin embargo la
APA continúa rechazando los pedidos de revisión externa independiente.11

Este artículo retoma los argumentos presentados en el 2010, después


de la aparición del primer borrador del DSM V, un texto denominado:
“Abriendo la caja de Pandora, las 19 peores sugerencias del DSM V”,12
en el cual afirmaba que el primer borrador del DSM V anticipaba la
aparición de una verdadera pandemia de trastornos mentales.
Además de realizar una crítica al secreto innecesario que acompaña
el proceso de elaboración del Manual, que más tarde será publicado
sin grandes alteraciones, a las ambiciones exageradas y a los métodos
poco rigurosos, el autor formula algunas críticas epistemológicas y
teóricas que son perfectamente aplicables a las anteriores ediciones del
DSM, en las que Frances tuvo una participación activa. En este texto
afirma que: El DSM V podría crear decenas de millones de nuevos
pacientes mal identificados como “falsos positivos”, exacerbando así
en alto grado los problemas causados por un ya demasiado inclusivo
DSM IV. Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones
innecesarias, de alto costo y frecuentemente bastante perjudiciales.13
Se trata de construir una estrategia de clasificación estadística en
torno de uno de los tres mecanismos apuntados aquí como articula-
dores de la biopolítica: la distinción normal-patológico. Sin embargo,

11 Véase Frances, Allen. DSM 5 Continues to Ignore Criticism From Petitioners. Pos-
ted: 6.20.2012. Disponible en: http://www.huffingtonspost.com/allen-fran-
ces/dsm-5-5petition_b_1610569.html?view=print&comm_ref=false.
12 Véase Frances, Allen. “Opening Pandoras Box: The 19 Worst Suggestions For
DSM5”. Rev. Psychiatric Times, vol. 1 núm. Febrero 11, 2010.
13 Frances, Allen. DSM 5 Continues to Ignore Criticism From Petitioners, op. cit., p. 1.

166
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

lo que Frances identifica como un nuevo problema no es más que


un hecho inherente a toda y cualquier clasificación psiquiátrica:
la elasticidad de los criterios diagnósticos y las fronteras difusas e
imprecisas existentes entre lo normal y lo patológico. Esa ambigüe-
dad que Philippe Pignarre identifica como la mayor dificultad y
limitación de los diagnósticos psiquiátricos, es lo que posibilita su
elasticidad, su capacidad de expansión y la indefinida integración
de nuevos diagnósticos y de nuevos comportamientos de riesgo a las
clasificaciones psiquiátricas. El hecho de que estas propuestas lleven
a clasificar inadecuadamente con el rótulo de “trastorno mental”
a millones de personas, que antes eran consideradas “normales”,
no es nuevo ni accidental, ni resulta de una elección metodológica
equivocada realizada por el Grupo de Tareas del DSM V. Todo lo
contrario, se trata de una cuestión teórica y política que es con-
temporánea a la propia ambición clasificatoria de la psiquiatría.
Frances afirma que de ser aceptadas las afirmaciones presentes en
el borrador presentado por la comisión que elabora el DSM,14 se
incrementarán drásticamente las tasas de trastornos mentales en la
población. Ese proceso podrá ocurrir de dos formas: por la creación
de nuevos diagnósticos que transforman en patológicos comporta-
mientos comunes en la sociedad, y que la industria farmacéutica se
encargará de popularizar (como la tristeza, los pequeños déficit de
cognición, las explosiones de rabia, los comportamientos sexuales,
adicciones a ciertas conductas cotidianas como comprar, el uso de
sustancias tóxicas, etcétera) y por el establecimiento de un umbral
de diagnóstico más bajo para muchas patologías ya existentes (un
ejemplo sería retirar la excepcionalidad concedida a los casos de
luto para el diagnóstico de depresión). Se trata de dos estrategias ya
presentes en las anteriores ediciones del Manual y que reaparecen
aquí de modo exacerbado. En palabras de Frances:

El mayor impacto partiría de la sugerencia de eliminar el criterio de


“significación clínica” que era requerido en el DSM IV para los trastornos
en los que existen límites difusos con la normalidad (aproximadamente
dos tercios de los diagnósticos). Eliminando ese requisito se reducirá el
papel del juicio clínico (…) incrementándose las ya infladas tasas de
diagnósticos psiquiátricos.15

14 El DSM V fue publicado el día 18 de mayo de 2013.


15 Ibídem, p. 3.

167
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Una pregunta surge de modo inevitable: ¿quién sustituye el juicio


clínico del especialista? o entonces: ¿quién determina si cierta situa-
ción de angustia o de impedimentos indican o no la existencia de una
patología psiquiátrica una vez eliminado el criterio de “significación
clínica”? La respuesta a esa pregunta exige hacer referencia al segundo
mecanismo articulador de la biopolítica antes mencionado: el uso de
las estadísticas, de las medias y desvíos poblacionales. Pues, lo que
sustituye la evaluación de la significación clínica, serán las nuevas
estrategias diagnósticas, con mayor pretensión de objetividad, que
incluyen la aplicación de tests, de check list, de valoraciones dimen-
sionales para rasgos de personalidad, puntuaciones de severidad;
en fin, todo un arsenal cuantitativo que ya estaba presente en las
ediciones anteriores del DSM y que en el DSM V se intensifica.
El uso de instrumentos cuantitativos en el campo de la psiquiatría
no es nuevo, ya está presente desde la construcción de la primera cla-
sificación unificada de patologías mentales realizada en 1898; fue ese
un instrumento esencial que posibilitó la elaboración de las anteriores
ediciones del Manual de Diagnóstico y Estadística de Trastornos Mentales
(DSM). El desplazamiento de la mirada clínica en favor de parámetros
pretendidamente objetivos, como el uso de instrumentos estadísticos
de evaluación y diagnóstico, está directamente asociado a la dificultad
para establecer fronteras más o menos precisas entre normalidad y
patología psíquica en un campo que, como la psiquiatría, se legitima
con los parámetros de la medicina clínica indisolublemente vincula-
dos a esa polaridad. Las estadísticas sustituyen aquí los parámetros
de validación clásicos utilizados por la medicina clínica, como la
identificación de lesiones orgánicas o los marcadores biológicos. Por
fin, el continuo normal-patológico y su operacionalización estadística
permitirán la identificación de un tercer mecanismo, esencial para
la construcción de una biopolítica de los sufrimientos psíquicos: la
identificación precoz de riesgos y la necesidad de intervenir y medicar
los desvíos, es decir, la instalación de la estrategia biopolítica identifi-
cada por Foucault como el dispositivo “riesgo-seguridad”. Es posible
afirmar que una de las estrategias indispensables para garantizar la
indefinida ampliación de diagnósticos y de categorías psiquiátricas es
la obsesión por identificar pequeñas anomalías, angustias cotidianas,
pequeños desvíos de conducta como indicadores de una patología psi-
quiátrica grave por venir. El riesgo, en la medida en que aparece como
un modo de anticipar un peligro posible (real o imaginario) sobre
la vida y la salud, constituye la estrategia biopolítica por excelencia,
que permite garantizar la legitimidad y aceptabilidad de ese modo de
168
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

ejercer el gobierno de las poblaciones. La ambición por identificar


comportamientos de riesgo cada vez más sutiles, con la finalidad de
construir una psiquiatría preventiva, es central para comprender el
modo como los pequeños desvíos de conducta y las tristezas cotidianas
ingresan en el campo de las intervenciones psiquiátricas iniciando
un verdadero proceso de medicalización de lo no patológico. Será en
torno a la problemática del riesgo y la seguridad (en el doble sentido
de seguridad para el enfermo y para la sociedad) que se estructura
el Tratado de la Degeneración Física, Mental y Moral de Morel en 1857;
los estudios de Magnan sobre alcoholismo de 1893; el discurso de
los higienistas y diversos textos de Kraepelin. En cada uno de estos
autores el problema del riesgo y el proyecto de detección precoz de
problemas psiquiátricos a partir de la observación de comportamien-
to normales se vincula, de modo diferente, con sus propuestas de
clasificar patologías mentales. Sin embargo, será a partir de 1980,
con la publicación del DSM III que esa biopolítica se generaliza en
el campo psiquiátrico. Cada nueva edición del DSM, repite la misma
certeza de que la identificación precoz de comportamientos conside-
rados de riesgo permitirá, en el futuro, evitar la cronicidad de ciertas
patologías psiquiátricas. Sin embargo, es justamente este proceso de
identificación de comportamientos de riesgo, lo que permite crear
nuevas patologías psiquiátricas leves y de identificación ambigua, que
podrán pasar a ser adicionadas a las clasificaciones psiquiátricas de
diagnósticos ya existentes. Y es esa lógica la que se evidencia en el
texto de Frances, aquí analizado, cuando afirma que:

Los psiquiatras esperan identificar pacientes más tempranamente y


crear tratamientos efectivos para reducir la cronicidad de las patologías.
Desafortunadamente, los miembros del Grupo de Tareas usualmente
tienen un punto ciego al olvidar que cualquier esfuerzo por reducir
las tasas de falsos negativos debe inevitablemente elevar las tasas de
falsos positivos (frecuentemente de modo dramático y con fatales con-
secuencias). Si alguna vez será posible lograr la esperada ventaja de
detección precoz de casos, deberemos tener pruebas diagnósticas especí-
ficas y tratamientos seguros. En contraste, las propuestas del DSM V
llevan a la particularmente peligrosa combinación de diagnósticos no
específicos e inadecuados, con tratamientos no probados y dañinos.16
Uno de los muchos ejemplos presentados por Frances es el síndro-

16 Frances, Allen. “Opening Pandoras Box: The 19 Worst Suggestions For


DSM5”, op. cit., p. 6.
169
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

me de riesgo de psicosis. En este caso, según afirma, se cuenta con la


alarmante tasa de falsos positivos de 70 a 75 por ciento. Esto indica
que, de ese modo, centenas de millones de adolescentes y jóvenes
pueden llegar a recibir, sin necesidad, la prescripción de antipsicóticos
atípicos que causan efectos colaterales serios, como aumento de peso,
impotencia sexual y reducción de expectativa de vida, daños severos
en el sistema digestivo, entre otros. La problemática de riesgo y la
ambición por la detección precoz de individuos con probabilidad
de padecer una patología psiquiátrica que puede ser prevenida
antes de que ésta se vuelva crónica, es uno de los grandes tópicos
que acompañan a la psiquiatría moderna a lo largo de su historia.
Ese principio ha llevado a un proceso masivo de medicalización de
la infancia que se inicia con el nacimiento de la psiquiatría y que
permanece hasta hoy.

A modo de conclusión
Es probable que una mirada atenta y cuidadosa sobre los diversos
modos a través de los cuales las clasificaciones psiquiátricas se vincu-
lan con la temática del riesgo, de la prevención, con los dispositivos
de seguridad, con la distinción entre lo normal y lo patológico, y
con los procesos de cuantificación de los sufrimientos, nos permita
retomar una pregunta que Frances formula en su crítica. Cuando
se le interroga por la posibilidad de que la expansión del número
de diagnósticos no se deba a motivos clínicos, sino a la influencia
cada vez mayor de la industria farmacéutica, de los planes y seguros
de salud, o en fin, de los asuntos económicos de costo-beneficio, él
negará absolutamente esa posibilidad. En ese contexto, y en defensa
de sus colegas del Grupo de Tareas, él se pregunta: “¿Cómo pueden
personas tan inteligentes y escrupulosas hacer tantas sugerencias
erradas?”.17 Dando a esa pregunta una ambigua y extraña respuesta,
dirá:

“Ha sido mi experiencia consistente (obtenida trabajando en los


tres previos DSMs) que cada grupo de trabajo tiene siempre una fuerte
(frecuentemente irresistible) ansia de expandir los límites de los desór-
denes de su sección. Ese previsible imperialismo de diagnóstico de los
Grupos de Tareas debe ser siempre reconocido y resistido. Los expertos
tienen mucha expectativa en reducir los falsos negativos para sus tras-

17 Ibídem, p. 5.

170
— clasificar y medicar: la gestión biopolítica de los sufrimientos psíquicos —

tornos favoritos y en anular la necesidad de recurrir a la etiqueta “no


especificado de otro modo”.18

Difícilmente podríamos construir un ejemplo más claro del modo


como opera esta biopolítica de los comportamientos cotidianos y de los
sufrimientos psíquicos leves. Aun cuando pueda resultar impensable
imaginar un grupo de cardiólogos que defienda su “ansia irresistible
de multiplicar los trastornos cardiacos” o de “expandir los límites de
sus diagnósticos favoritos”, esa parece ser la estrategia que sustenta la
expansión de los diagnósticos referidos a los sufrimientos psíquicos
leves. Se crea así una alianza indisociable entre un discurso de verdad
(una clasificación diagnóstica cuyos límites se expanden cada vez más)
y una estrategia de poder (que opera con la lógica del dispositivo de
seguridad). Las consecuencias que la aceptación de esa alianza puede
tener en el modo como cada uno de nosotros lidia con sus sufrimientos
psíquicos, más o menos leves, puede ser determinante en la elección
del modo como construimos nuestra subjetividad, del modo como
respondemos a nuestros desafíos y problemas. Llegamos así al último
de los elementos antes apuntados como constitutivos de la biopolítica
de las poblaciones. Para comprender esa dimensión biopolítica como
gobierno de los otros que excluye y silencia el gobierno de sí, será
necesario salir de los textos que Foucault dedica a la biopolítica de la
población para recordar brevemente el curso del Collège de France
administrado en 1982, denominado El gobierno de sí y de los otros. Por lo
dicho hasta aquí, la biopolítica de los sufrimientos psíquicos aparece
como un modo de ejercer el gobierno de los otros que se vale de cri-
terios pretendidamente científicos y validados de clasificación, donde
se privilegia un modo de intervención: la terapéutica farmacológica.
Ese dispositivo excluye las narrativas de los sujetos y sus historias de
vida o las subordina a las explicaciones biológicas relacionadas con
las alteraciones o déficit de neurotransmisores. Como ya fue dicho,
es propio de la biopolítica dejar en las sombras nuestra capacidad de
existencia pública y política, los diálogos argumentativos, las narra-
tivas individuales y los vínculos sociales. Quizá podamos entender la
aceptación de esa alianza si pensamos que el proceso de ampliación de
las patologías psiquiátricas, en la medida en que suponen la exclusión
de las narrativas y de la historia de vida de los pacientes, sustituye la
dimensión ética de nuestra existencia, la construcción subjetiva del

18 Frances, Allen. DSM 5 Continues to Ignore Criticism From Petitioners, op. cit., p. 5.

171
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

yo, por la obediencia al gobierno que autoridades externas (médicas o


psiquiátricas) ejercen sobre nuestras vidas. En el momento en que los
sufrimientos dejan de hacer parte de nuestra historia para pensarnos
en términos de déficit de serotonina o de noradrenalina, ingresamos
en el dominio de especialistas que definen nuestros padecimientos
con diagnósticos específicos y limitan nuestras posibles elecciones a
una terapéutica privilegiada: la respuesta farmacológica. Ese proceso
nos inhibe de ejercer plenamente el gobierno sobre nosotros mismos,
manteniéndonos en los registros de la minoridad, de la cómoda obe-
diencia a los mandatos externos. Con lo dicho hasta aquí podemos
concluir que, como afirma Pignarre, resulta necesario “Abandonar el
método de diagnóstico existente y comprender el sufrimiento psíquico
como una experiencia que se inscribe en la duración de una vida,
que se transforma de acuerdo al modo como lo enunciamos, al modo
como somos oídos y a las intervenciones y terapéuticas propuestas”.19
De modo que en lugar de preguntar: ¿Cómo pueden personas
tan inteligentes y escrupulosas hacer tantas sugerencias erradas?,
probablemente sería más interesante reformular la pregunta en los
siguientes términos: ¿Cuáles son las razones que llevan, a cada uno
de nosotros, a aceptar una biopolítica de los sufrimientos leves que,
inadecuadamente, puede llegar a aplicar el rótulo de “trastorno men-
tal” a millones de personas que hoy son consideradas “normales”?
La respuesta a esta pregunta ya no podrá ser buscada en las medidas
estadísticas, en los parámetros de normalidad y patología, en las cla-
sificaciones de diagnóstico, sino en el campo de gobierno de sí, en la
capacidad de crear redes terapéuticas capaces de auxiliarnos en el
complejo proceso de construcción reflexiva de nuestra subjetividad.

19 Pignarre, Philippe. Les malheurs des psys: psychotropes et médicalisation du social.


Paris: La Découverte, 2006, p. 76.

172
los riesgos y la promoción del
autocontrol en la salud alimentaria:
moralismo, biopolítica y crítica
parresiasta

luis david castiel


co-autores:
marcos santos ferreira, danielle ribeiro de moraes

Este trabajo pretende tratar las cuestiones que envuelven las


propuestas de autocuidado en promoción de salud nutricional, que
tienen como foco principal la fórmula del autocontrol, especialmente
para evitar el aumento de peso y moderar la ingestión de alimentos
que no sigan el ideario de la “alimentación saludable”. Dichas propo-
siciones se presentan como estrategias de cuidado de sí, consagradas
y naturalizadas en el ámbito de la salud pública y de la prevención
de modo general.
Aparentemente, de manera esquemática, parece prevalecer al
interior de esas concepciones la perspectiva dualista de una posible
apelación a una mente sabia que se pautea por análisis racionales de
la existencia humana. Estos análisis participan de una domesticación
de los cuerpos potencialmente insanos con sus impulsos nocivos,
frente a las posibilidades de placer ofrecidas por la vida moderna. El
premio para este esfuerzo sería alcanzar la mayor longevidad (con
vitalidad) posible.
Es preciso situar que esto tiene lugar al interior del capitalismo
globalizado neoliberal con sus cánones relativos a la libertad de
elección, al derecho de decidir y a proposiciones sustentadas por el
individualismo metodológico. Esta perspectiva de entendimiento de
la realidad social considera que los fenómenos sociales son mejor ex-
plicados por las características de los individuos comprendidos en el

173
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

fenómeno. O sea, todo análisis que envuelve explicaciones sociológicas


en un contexto macro debería, a priori, ser colocado en términos de
explicaciones en el contexto de los individuos y sus acciones.
En otras palabras, el modelo se configura a partir del sujeto autó-
nomo y responsable, capaz de establecer relaciones de costo-beneficio
(pero que también podrían ser de “gasto-maleficio”) en sus acciones
e intercambíos ante el mundo en que vive. Así, los individuos serían
capaces de elegir lo que sería más adecuado para sus necesidades
y demandas, en función de su capacidad de actuar efectivamente,
una vez conscientes de sus acciones como agentes de consumo en un
mercado que ofrece múltiples opciones a los consumidores.
Sin embargo, los efectos adversos de este modelo –que no son
pocos ni triviales–, muchas veces implican una dura cara de pre-
carización y sufrimiento humano de contingentes excluidos. Una
forma de lidiar con estos efectos indeseables se da a través de la
patologización del malestar. Eventualmente se responsabiliza a los
individuos que no saben adecuarse de buena manera a las dinámicas
de vida establecidas socialmente, que no asumen de modo explícito
su carácter moralista, sobre todo en el ámbito de la salud. Para lidiar
con esta problemática, se adopta una estrategia analítica de carácter
biopolítico que hace uso de conceptos filosóficos de la escuela cínica
helénica –como es el caso de la parresía–, también abordada por
Foucault,1 al tratar sobre el cuidado de sí. Nuestro estudio enfoca los
aspectos morales del autocontrol en las proposiciones de compor-
tamiento saludable en la alimentación. Desde esta perspectiva, son
estudiados guiones de videos de orientación nutricional disponibles
en internet, que estimulan el autocontrol, y una serie humorística
de televisión que problematiza la cuestión.
Antes de continuar, caben algunas aclaraciones sobre el trabajo. Los
argumentos de este ensayo pretenden ser descriptivos, sin pretensión
de establecer un análisis de cuño sociológico, histórico o filosófico y
todas las posibles derivaciones de sentido de los términos empleados,
tarea compleja que, por otra parte, sobrepasaría las limitaciones de
espacio de publicación. Así, en el transcurso del trabajo, se utilizan
palabras que permiten variaciones semánticas, inclusive en relación
a sus perspectivas teóricas, tales como “racionalidad”, “ambigüedad”,
“individualismo”, “moral”, “ética”, “moralismo”.

1 Foucault, Michel. In: Pearson J, organizadores. Fearless Speech. Los Angeles:


Semiotext (e), 2001.

174
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

Asimismo, creemos que existe la posibilidad de comprender el


flujo argumentativo sin que sea necesario un inapropiado desenvol-
vimiento explicativo que escape al contexto de un ensayo con limita-
ciones de espacio. Tampoco se establece, al menos en este momento
de elaboración, la construcción de conceptos clave en el abordaje
de cuestiones relativas al autocontrol basado en la idea de riesgo. El
referencial contextual desde el cual el abordaje intenta situarse, alude
–aunque de modo genérico–, al ambiente de la sociedad de consumo
occidental, como ejemplifican los ensayos de Zygmunt Bauman sobre
esta temática.2
Con todo, conviene aclarar que el recurso de descripción de vi-
deos pretende servir como ilustración del autocontrol en los medios
de comunicación, sin pretensiones metodológicas de análisis como
representación o muestra de una determinada sociedad.

Parresía, verdad y crítica


Importa mencionar aquí que parresía proviene del griego.3 Esta
palabra fue utilizada primordialmente en los escritos de Eurípides,
para significar en un sentido etimológico “decir todo” y, por extensión,
“hablar con libertad” y, por lo tanto, “coraje de decir la verdad”.4 Cabe
entonces designar con el término “parresiasta” a aquél que practica
la parresía.
Aunque no es de interés del presente texto profundizar el estudio
del concepto, no obstante conviene indicar que se trata de una de las
características del cinismo como doctrina filosófica. En términos su-
cintos, en la Grecia antigua, el cinismo se manifiesta como una crítica
al convencionalismo moral que establece reglas artificiosas del vivir
humano. Por el contrario, propone que la autenticidad de la acción
se dará por intermedio de una vuelta a un contexto moral naturalista
que asume la animalidad como modelo de conducta (cino-can).5
En síntesis, las tres características de la Escuela Cínica son:
anaideia, expresión que significa libertad de acción, desvergüenza,

2 Bauman, Zygmunt. Vida para consumo: a transformação das pessoas em mercado-


rias. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2008. 
3 Saxonhouse, AW. Free speech and democracy in ancient Athens. Ann Arbor: Cam-
bridge University Press, 2005. 
4 Belo F, Andrade PGG. “Foucault, Direito e Parresia: Um projeto de pesqui-
sa”. In: Congresso Nacional do CONPEDI; 2007; Belo Horizonte. p. 6186-
205.
5 Safatle V. Cinismo e Falência da Crítica. São Paulo: Boitempo Editorial, 2008.

175
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

provocación, irreverencia: es el trazo que vincula la analogía de es-


tos pensadores con los perros; parresía, que implica no solamente la
libertad de expresión, sino también la responsabilidad de hablar con
verdad para el bien común, inclusive enfrentando el peligro personal;
adiaphoria, que significa indiferencia frente a las normas sociales, sin
preocupaciones sobre lo que los demás puedan pensar acerca de sus
modos de actuar; y presentarse con actitud desafiante y provocativa,
fuera de convencionalismos.6
Bauman,7 considera que las nociones de responsabilidad y elección
responsable que se localizaban en el terreno semántico de la obligación
ética y preocupación moral por el otro, pasaron al territorio de la autorrea-
lización y del cálculo de riesgos. De modo que la idea de responsabilidad
apagó al otro y asumió el lugar de la responsabilidad autorreferida. Aquí,
el sociólogo polaco se refiere a la adiaforización como declaración de que
las acciones cargadas de opciones morales son éticamente neutras y se
presentan como exentas de validaciones y censuras éticas.
La adiaforización es especialmente razonable para ser pensada en
el ámbito de la salud, en términos de los efectos de la abundancia de
estudios sobre el riesgo epidemiológico productor de evidencias. Tales
evidencias determinan prácticas preventivas cuya responsabilidad está
dirigida al sí mismo, que de por sí envuelven aspectos morales, pero
que no son habitualmente tratados.
Ahora bien, se supone que la característica –digamos “antisocial”– del
cinismo, ha influido en la derivación de sentidos reprobables social-
mente, al punto que la idea de cinismo ha llegado a significar “desfa-
chatez”. La virtud cínica residía en la simplicidad básica de los actos y
las costumbres, en la negación del vínculo con los objetos superfluos
e incluso en la indiferencia en relación a ellos. Por lo tanto se deduce
una inconclusa discusión entre el falso y el verdadero cinismo, en la
cual se vislumbra una relación de la moral naturalista con enunciados
amorales.8 Hay controversias sobre si el fundador de la escuela ha sido
Antístenes. No obstante, Ferrater Mora9 señala a Diógenes como tal
figura. Por otra parte, referencias al carácter anecdótico de su obra
podrían comprometer su valor intelectual. Antístenes y Diógenes ha-

6 Reale G, Antiseri D. Filosofia pagã antiga. In: Reale G, Antiseri D, organizado-


res. História da filosofia. São Paulo: Paulus, vol. 1, 2003.
7 Cfr. Bauman Zygmunt, Vida para consumo: a transformação das pessoas em merca-
dorías, op. cit.
8 Safatle V. Cinismo e Falência da Crítica. São Paulo: Boitempo Editorial, 2008.
9 Ferrater-Mora J. Diccionario de filosofía. Madrid: Alianza Editorial, 1986.

176
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

brían conducido la ironía socrática a enunciados llenos de sarcasmos,


aspecto que, ya en aquella época, habría comprometido la “seriedad”
necesaria para ser considerado un verdadero filósofo. Además, se dis-
cute si, de hecho, el cinismo se habría constituido como una escuela
filosófica. De cualquier forma, Ferrater Mora asume la dificultad de
escribir una verdadera historia del cinismo.
Para Foucault, la parresía se constituía como una de las técnicas
esenciales de las prácticas de cuidado de sí en la antigüedad. A su vez,
en la tradición epicúrea, define una cualidad del médico que sabe
de la naturaleza y establece una relación entre médico y paciente,
al hablar de las verdades naturales que pueden intervenir el modo
de ser de aquel que está enfermo. También, de forma ampliada, se
dirige a aquella relación maestro- alumno que no se refiere a la ac-
titud moral del maestro y a las técnicas de transmisión de verdad al
discípulo, evitando los efectos de adulación del alumno y la retórica
en su perspectiva persuasiva.
Las reglas de la retórica son distintas de las reglas de la parresía. La
parresía consiste en “la palabra libre, independiente de las reglas, libre
de los procedimientos de la retórica, porque ella debe, ciertamente,
adaptarse a la situación, a la ocasión, a las particularidades del auditor;
pero sobre todo y fundamentalmente, es una palabra que, del lado de
quien la pronuncia, equivale a un compromiso, equivale a un nexo,
constituye un determinado pacto entre el sujeto de la enunciación y
el sujeto de la conducta”.10
Foucault resume la parresía como una “actividad verbal en la cual
el hablante expresa su relación verbal con la verdad, y arriesga su
vida porque reconoce que decir la verdad es un deber para mejorar
o ayudar a otras personas (así como a sí mismo)”.11
Entonces, basados en Peters,12 se puede sintetizar que la parresía
posee tres funciones: una epistémica, en el sentido de enunciar de-
terminadas verdades acerca del mundo; una política, en la medida en
que se critica las leyes y las instituciones; y otra terapéutica o espiritual,
que se expresa en la acción de delinear la relación entre la verdad y
las formas de vida de las personas.

10 Castro E. Vocabulário de Foucault: um percurso pelos seus temas, conceitos e autores.


Belo Horizonte: Autêntica, 2009.
11 Foucault, Michel. In: Pearson J, organizadores. Fearless Speech. Los Angeles:
Semiotext (e), 2001.
12 Peters MA. Truth-telling as an educational practice of the self: Foucault, Pa-
rresía and the ethics of subjectivity. Oxford Rev Educ 2003; 29(2): 207-23.

177
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Para los propósitos de este texto, cabe caracterizar la parresía cínica


como la práctica de aquel que pretende analizar temas que deben
ser tratados por teorías críticas, en la tentativa de visibilización de
otros escenarios que tienden a no ser puestos en escena más allá de
las cuestiones de hablar(se) con verdad. Incluso se requiere establecer
los regímenes de verdad que usamos, toda vez que las evidencias
empíricas de las ciencias de la salud se instituyen también como un
régimen de producción de verdades. Así vista, la parresía consistiría
más propiamente en un recurso, en el lugar posible de la crítica en
el complejo ámbito sanitario con sus enfoques predominantemente
biopolíticos.
Sin embargo, la parresía cínica está ligada a ejercicios de humor
utilizados para enfatizar los aspectos de las manifestaciones paradójicas
que nos asolan. La jocosidad se coloca como modo razonable de
hablar sobre el régimen de verdad en el ambiente académico, donde
la seriedad no debe ser entendida como gravedad. Es sabido que el
humor subvierte significaciones establecidas. Así, se entiende por
qué los enunciados filosóficos cínicos se explicitaban bajo formatos
humorísticos.
Entonces, es posible hacer uso de este estudio analítico para correr
por los caminos del humor como elemento que permite pertinentes
ejercicios de crítica, sobre todo cuando ella se muestra aparentemente
perdida e incómoda en los actuales contextos universitarios de las
ciencias de la salud, preocupados por la productividad “bibliometri-
zable”, bajo el primado del orden simbólico de la “ciencia”, del modo
ritual de la “eficacia instrumental” y de la ideología dominante de la
“práctica racional”.13
Más allá de estos alcances, importa considerar el cinismo –en una
acepción moderna–, como una clave analítica crucial para entender
las dinámicas de funcionamiento de la racionalización en acción, de
los diversos aspectos del capitalismo actual con sus correspondientes
formas de interacción social. Hay un modo cínico de operación de
las estructuras de racionalidad vigentes en dicho capitalismo.
En síntesis, solo es posible tener este modo de racionalización,
donde se manifiestan crisis de legitimidad, en función de las para-
dojas producidas por un modelo de crecimiento económico y desen-

13 Comaroff J. Medicine: symbol and ideology. In: Wright P, Treacher A, orga-


nizadores. The problem of medical knowledge. Edinburgh: Edinburgh University
Press, 1982. pp. 49-68.

178
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

volvimiento propios del nuevo espíritu del capitalismo globalizado


contemporáneo y de su “modelo de acumulación ilimitada de capital
por medios formalmente pacíficos”.14
Este “nuevo espíritu del capitalismo” está a merced de una forma
generalizada de cinismo configurado por la presencia de estructuras
normativas duales,15 que producen una plétora de situaciones de la
vida cotidiana en las que acontecen manifestaciones marcadas acen-
tuadamente por la sensación de ambigüedad. En otras palabras, se
trata de la incorporación simultánea de dos racionalidades normativas
que, aunque contradictorias, se conjugan de manera integrada. Por
una parte, estableciendo reintegraciones de las formas de interacción
social y de las metas simbólicas de autorregulación (en el nivel de las
formas, observando una perspectiva de gestión poblacional), y por
otra, imperativos comportamentales que sobrepasan las tentativas de
establecer fronteras, mediante las demandas de satisfacción ilimitada
(con miras a la fruición individual sin restricciones).
Para la gestión de la “población”, ésta debe ser entendida, siguiendo
a Foucault, como un “cuerpo social” que resulta de la descripción de
los que serían sus procesos de interés, representados especialmente
por las tasas de crecimiento y de mortalidad, duración de la vida,
producción de riqueza y su circulación. La totalidad de los procesos
vitales concretos de una población es el propósito de las “tecnologías de
seguridad”, que se dirigen a los fenómenos de masa de las poblaciones
para, hipotéticamente, prevenir o compensar los peligros y riesgos que
resultan de la existencia de la población como una entidad biológica.
Los instrumentos aplicados aquí son la regulación y el control más
que la disciplina y la supervisión.16
Los objetos de la biopolítica no son los seres humanos en sus
singularidades, sino sus marcaciones biológicas medidas y sumadas
al nivel de las poblaciones. Este dispositivo hace posible establecer
normas, definir patrones e instaurar valores medios. La “vida” se trans-
forma en un elemento independiente, objetivo y medible, además de
constituirse en una realidad práctica y epistemológicamente aparte
de los seres vivos concretos y de las peculiaridades de la experiencia

14 Boltanski L, Chiapello È. O novo espírito do capitalismo. Rio de Janeiro: Martins


Fontes, 2009.
15 Zizek S. Eles não sabem o que fazem - O sublime objeto da ideologia. Rio de Janeiro:
Jorge Zahar, 1992.
16 Lemke T. Biopolitics: An advanced introduction. New York: New York Univesity
Press, 2011.

179
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

individual. La noción de biopolítica se relaciona con la emergencia


de disciplinas como la estadística, la demografía, la epidemiología y la
biología. Todas ellas permiten analizar procesos vitales de la población,
y gobernar a individuos y colectivos con vistas al desenvolvimiento de
la corrección, la exclusión, la normalización, la disciplina, la terapia
y la optimización.17
El miedo a correr riesgos y la transformación de la seguridad se
constituyen en las principales virtudes de la sociedad. Esto alimentó
una inclinación a exagerar los problemas que esta sociedad enfrenta,
generando un contexto hiperpreventivo e hiperansioso. Este panorama
se refleja en una conducción de vida que enfatiza la alta conciencia
del riesgo, la predisposición al pánico, el miedo a lo extraño, la sus-
ceptibilidad al abuso/ser abusador, además de la preocupación por
el control de individuos que se descontrolan, que reinciden, que son
negligentes en un contexto frágil para las relaciones de confianza.18
Todo esto se despliega como si hubiera una forma de vida compatible
con las demandas paradójicas del capitalismo, que exigen una peda-
gogía para orientar a las personas en cómo moverse con efectividad
en un contexto donde se manifiestan contradicciones y ambivalencias.
Además, ha habido una contrarrevolución en los años ochenta
y noventa, producto de la moralidad conservadora tradicional y del
neomoralismo de la corrección política. A su vez, disminuyó el cuestio-
namiento a los presupuestos de las relaciones de dominación. Tenemos
entonces otra vuelta de tuerca de la corrección política en el ámbito de
la salud en términos de regulación de la conducta a través del riesgo;
una “tecnología moral” que participa de esa “neomoralidad” sanita-
ria que es sustentada por los imperativos científicos de las evidencias
empíricas –especialmente de la epidemiología–, y las justificaciones
éticas sobre lo que es bueno y malo en términos de la relación de cada
uno con su salud, es decir, en términos de autocuidado.
Ambos elementos pretenden dar sentido narrativo al individualismo,
pero acaban aislando y alienando a los individuos en la generación
de sus subjetividades e identidades. En pocas palabras, las hipótesis
sobre los posibles orígenes de la corrección política se localizan en
movimientos supuestamente de la izquierda intelectual académica
estadounidense de los años ochenta, contra las discriminaciones del

17 Ibídem.
18 Furedi F. Culture of fear revisited: risk-taking and the morality of low expectation.
London: Continuum Books, 2006.

180
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

moralismo tradicional de supuesta inspiración marxista y de la Escuela


de Frankfurt. En este contexto, se desenvuelve un considerable voca-
bulario moral adecuado a la tarea de luchar contra los preconceptos
por medio de la crítica cultural. Algunos de los nuevos términos
nombran sistemas moralmente preocupantes de dominación, por
ejemplo, racismo, sexismo, clasismo, heterosexismo y colonialismo.
El éxito de este neomoralismo se debe a que se dirige al individuo
atomizado y a que procura dar sentido a su experiencia de aislamiento
alienado, a través de narrativas individualistas volcadas a la gestión
de sí mismo. Simultáneamente, el neomoralismo intenta reducir los
excesos del capitalismo basado en el consumo y se mezcla también con
elementos del moralismo tradicional, ya que muchos de sus elementos
son coherentes con los correspondientes preceptos conservadores:
idolatría de la seguridad, énfasis en la restricción y la moderación,
basados en el principio de precaución delineado por filósofos de los
siglos XIX y XX.
Esta nueva manifestación del individualismo acompañó la desregu-
lación de los años ochenta, con vistas a disminuir la intervención del
Estado para no obstaculizar así los flujos de capital de los mercados
globales en las bolsas de valores: privatización de empresas estatales;
flexibilización de los contratos fijos de trabajo; aumento de la ofer-
ta de empleos de corta duración mal remunerados en el sector de
servicios; caída de los beneficios de la seguridad social; sustitución
de operadores profesionales por sistemas de software informáticos;
expulsión de individuos activos para el desempleo de larga duración,
la jubilación e incluso la delincuencia.19
El fenómeno social traducido por el principio de precaución, llevó
igualmente al desenvolvimiento de una filosofía de la precaución, cons-
truida sobre la base de una historia de la prudencia, que revela, desde
el principio, el dominio del paradigma de la responsabilidad. El “estilo
de vida saludable” demanda prevención total. Pueden considerarse
hasta las modalidades de abstinencia como defensa supuestamente
responsable, a partir de normas y reglas contra los potenciales vicios
y adicciones propiciados por la moderna vida de consumo.
En el terreno del individualismo sanitario, los individuos están
constantemente enfocados en cuestiones relativas a la propia seguridad
ontológica, y son compelidos a seguir recomendaciones de autocuidado:

19 Türcke C. Sociedade excitada: filosofia da sensação. Campinas: Editora Unicamp,


2010.

181
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

adoptar comportamientos saludables virtuosos, además de consumir


productos y expedientes preventivos como fórmula para la deseada
vitalidad longeva y para minimizar las manifestaciones de malestar
provenientes de aspectos precarios de los modos de vida actuales.

La promoción del autocontrol en la salud nutricional. Video


preventivo del aumento de peso
La perspectiva parresiasta permite el ejercicio crítico de los enunciados
de una de las caras de la dualidad cínica actual: aquella que enfatiza la
contención y la restricción propias de la promoción del autocontrol en
salud nutricional, sustentada por los discursos biopolíticos del riesgo y
en consonancia con las perspectivas de racionalidad del neoliberalismo
paradójico generador de ambigüedades. Por ejemplo, la idea de que la
capacidad de resistir a una tentación puede influir “favorablemente”
muchos aspectos de nuestra vida surgió a fines de los años ochenta,
con el psicólogo Walter Mischel, entonces investigador de la Universi-
dad de Stanford. Él decidió proponer un desafío simple a los niños en
edad preescolar: si ellos, solos en una sala, resisten por 15 minutos el
impulso de comer un marshmallow en un plato al frente suyo, ganarían
un dulce extra. Cerca del 30 por ciento de los pequeños voluntarios
consiguieron llegar hasta el final del test. Hasta ahí ninguna gran sor-
presa. Ésta llegó cuando el investigador resolvió chequear lo que había
acontecido con los mismos niños una vez crecidos. Mischel descubrió
que quienes consiguieron esperar por el segundo marshmallow eran
más exitosos en varios aspectos de la vida.20
Una de las “evidencias” más recientes en estudios de esta línea, fue
el resultado de la investigación hecha en Nueva Zelanda y publicada
en el 2011 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciencies
of Unites States of America. Los investigadores acompañaron a mil per-
sonas hasta los 32 años, midiendo su autocontrol de varias maneras:
aplicando cuestionarios, entrevistando a padres, profesores y a los
propios individuos. Los niños capaces de moderar su comportamiento
se convirtieron en adultos más saludables, con menor tendencia a la
obesidad, con menos casos de enfermedades de transmisión sexual y
hasta menos caries en los dientes. También tenían menos problemas
con el alcohol, las drogas y las deudas. En fin, eran aptos para actuar

20 Lehrer J. Don’t! The secret of self-control. The New Yorker 2009 Mai 18;
Consultado 11.08.2012; Disponible en: http://www.newyorker.com/
reporting/2009/05/18/090518fa_fact_lehrer?currentPage=all.

182
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

“responsablemente”, conteniéndose mediante apelaciones inevitables


al consumo desenfrenado de alimentos o de otras tentaciones.21
Es posible disipar errores de análisis y no considerar que el “bajo
autocontrol” y el ulterior resultado social indeseado, puedan ambos
originarse de algún otro factor no tomado en cuenta. En este caso,
es ingenuo pensar que “enseñar” un mejor autocontrol afectará di-
rectamente los resultados indeseables.
Pero, asimismo, parece que el autocontrol es un concepto clave para
lidiar con las tentaciones poco saludables y seductoramente ofrecidas
por el consumo en la actualidad. La meta racional que se presenta es
parte del ideario liberal: libertad de elección y capacidad de decisión,
desde luego bien informada. En otras palabras: consuma siempre, pero
con muchos cuidados para evitar el potencial amenazador adictivo que cada
uno de nosotros carga al interior de su cuerpo.
Como ilustración, hay un portal denominado www.howcast.com –que
se presenta como una reunión de los “mejores videos de cómo hacer de
la red” (the best how to videos on the net)– ofreciendo recomendaciones
y recetas de los más variados tipos para estilo, comida, tecnología,
recreación, estado físico, salud, casa, familia, dinero y educación,
relaciones sociales y videojuegos, entre otros diversos tópicos.
En el ámbito de la salud y la alimentación, en ese portal hay varios
videos que presentan diferentes tipos de dietas, por ejemplo, “Cómo
perder peso con cinco sugerencias secretas”, “Cómo restringir su
apetito naturalmente”, “Cómo mantener su estómago con apariencia
plana (flat)”, “Cómo perder peso usando las últimas tendencias” y
“Cómo evitar que una dieta se torne un trastorno alimentario”. En
este artículo analizamos un video que, de cierta forma, sirve como
emblema de los ya mencionados en términos de temáticas, pedagogía
y desenvolvimiento didáctico. Un video sintomática y apropiadamente
denominado “Cómo restringir su apetito naturalmente”.
En el video, desde el minuto 2:36, vemos a una atractiva mujer
rubia, joven y delgada, en escenas de gestión de su cotidianeidad. El
texto que lo acompaña es el siguiente:

Es difícil perder peso si usted está todo el tiempo con hambre. Reduzca
la angustia por la comida naturalmente con estas sugerencias. Usted

21 Moffitt TE, Arseneault L, Belsky D, Dickson N, Hancox RJ, Harrington H et


al. A gradient of childhood self-control predicts health, wealth, and public
safety. Proc Natl Acad Sci, USA 2011; 108(7): 2693-8.

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— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

necesitará aceite de menta, ocho horas de sueño por noche, una dieta rica
en fibras, ejercicio aeróbico, comidas que den sensación de satisfacción y
goma de mascar. Opcional: caminatas de 15 minutos y comidas crocan-
tes. Paso 1: inhale levemente el aceite de menta antes de la comida. Los
participantes del estudio que así lo hicieron, consumieron tres mil calorías
totales menos de grasas y carbohidratos por semana, puesto que su nivel de
hambre se redujo drásticamente después de cada inhalación del aroma. El
aceite de menta está disponible en tiendas de alimentos saludables. Paso 2:
tenga como meta ocho horas de sueño todas las noches. Las personas que
duermen esa cantidad de horas tienen niveles más elevados de la hormona
leptina, un depresor del apetito. Por otra parte, las personas privadas
de sueño tienen niveles más elevados de la hormona grelina que dice al
cerebro que usted está con hambre. Paso 3: procure alimentarse de modo
consciente, lo que significa comer lentamente y considerar después de cada
bocado si usted aún está con hambre o no. De acuerdo con la Asociación
Dietética Americana, su cerebro puede tardar 20 minutos en enviar una
señal a su estómago, para decirle que está satisfecho, entonces, eche un
vistazo a su cuerpo a medida que come para evitar hacerlo en demasía.
Paso 4: coma más fibras. Esto le mantiene más satisfecho por más tiempo.
En un estudio, los participantes que comieron 14 gramos de fibra extra por
día, consumieron 10 por ciento menos de calorías diarias que aquellos que
comieron menos fibras. Paso 5: haga ejercicios aeróbicos. Las personas que
los realizan desarrollan niveles más elevados de una proteína sanguínea
llamada factor neurotrófico, derivada del cerebro, que se cree suprime el
apetito. De acuerdo con un estudio, caminar durante 15 minutos ayuda
a disminuir la angustia por los chocolates. Paso 6: coma alimentos que
le hagan sentir satisfecho más rápidamente y por más tiempo. De acuerdo
con las investigaciones, se incluyen camotes cocidos, naranjas, manzanas,
pescado, masas de harina integral, nueces, carne, porotos cocidos, uvas,
pan integral, zapallo y palta. Escoja comidas crujientes. Las investiga-
ciones muestran que cuanto más tiempo lleve masticar su comida, menos
calorías totales usted consumirá. Paso 7: masque goma de mascar después
de las comidas. En un estudio, se indica que las personas que mascan
chicles después del almuerzo consumen menos refrigerios durante la tarde
y sienten menos angustia por los dulces que las personas que no lo han
hecho. ¿Sabía usted que la angustia por la comida y la que siente un
adicto por la droga, vienen de la misma parte del cerebro? 22

22 Howcast. How to curb your appetite naturally. Consultado 11.08.2012. Dispo-


nible en: http://www.youtube.com/watch?v=Yb9kbTYxsR0.

184
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

Prácticamente, el video propone protocolos de comportamiento,


con vistas a una vigilancia constante, en general descontextualizada
de las contingencias de la vida, en busca de la moderación de apetitos
y placeres ante factores aparentemente triviales que conspiran en
favor de adicciones/vicios que pueden llevar a un aumento de peso
indeseable y nocivo. Todo esto debidamente basado en una fórmula
que asocia evidencias de estudios científicos y juicios morales implí-
citos sobre lo que es correcto en la gestión de la existencia basada en
el autocontrol.
La recomendación señalada de “alimentarse de modo consciente”
(mindful eating),23 se refiere a una propuesta que asume un estilo con-
templativo en el acto de ingerir comida como recurso para desarrollar
el autocontrol en la alimentación. En efecto, existe un portal del Centro
para la Alimentación Consciente (http://www.tcme.org) que sigue, en
síntesis, una orientación que mezcla rituales alimentarios con rasgos
religiosos de las virtudes cardinales cristianas como la templanza, la
fortaleza y la prudencia en el acto de comer.
Esto se da en un contexto de cierta forma emparentado al movi-
miento que convencionalmente se llamó New Age. Así, se convocan
teorías holísticas que preconizan una experiencia singular con las
comidas inconscientes, mediante decisiones individuales que incluyen
“todos” los aspectos envueltos en el acto de comer. Este debe ocurrir
de modo atento y enfocado, sin preocuparse, aparentemente, de los
resultados de salud, pero teniendo en cuenta los efectos nocivos de
la alimentación sin conciencia. Al mismo tiempo, también se busca
alcanzar objetivos específicos en términos de salud, en la medida que
la experiencia de comer se vuelve cada vez más ligada a sensaciones de
salud y, por supuesto, a vínculos con alimentos, otros seres vivientes
y la madre-tierra.24
El breve ideario de principios de la propuesta es esclarecedor para
explicar en qué consiste la alimentación consciente. En síntesis, pare-
ce tratarse de estrategias que no dejan de proponer el autocontrol a
partir de presupuestos y disposiciones basados en narrativas y rituales
ordenadores: “permitirse ser consciente de las oportunidades positivas
y nutritivas disponibles a través de la preparación y el consumo de co-
mida con relación a nuestra propia sabiduría; escoger comer alimentos

23 Chozen-Bays J. Mindful Eating: a guide to rediscovering a healthy and joyful rela-


tionship with Food. Boston: Shambhala Publications, 2009.
24 The Center for Mindful Eating. Principles. Consultado 11.08.2012. Disponi-
ble en : http://www.tcme.org/principles.htm.

185
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

que son tan placenteros para usted como nutritivos para su cuerpo,
empleando todos sus sentidos para explorar, saborear y degustar;
reconocer respuestas a la comida inconsciente (gusta, indiferente,
disgusta); experimentar la conciencia respecto de las inclinaciones
del hambre física y la saciedad, para orientar la decisión de comenzar
y parar de comer”.25
Siguiendo la perspectiva del autocontrol, cabe traer a colación a
uno de los ideólogos responsables de su importancia en la vida actual,
a través del ejercicio de la fuerza de voluntad: el psicólogo investigador
estadounidense Roy F. Baumeister, de Florida State University, quien
junto a John Tierney publicó Fuerza de voluntad. El re-descubrimiento
del poder humano. En líneas generales, los autores consideran que la
mayoría de los problemas que afectan a los individuos modernos –adic-
ción, comer en exceso, crimen, violencia doméstica, enfermedades de
transmisión sexual, prejuicios, embarazo no deseado, deudas, fracaso
educacional, mal desempeño escolar, falta de ahorro, dificultades
para excitarse–, reflejan algún grado de falla de autocontrol como
aspecto central. La psicología habría identificado dos características
principales que parecen producir grandes beneficios: la inteligencia
y el autocontrol. Si no tiene como sustentar de forma duradera el
aumento de su inteligencia, el autocontrol puede ser fortalecido.26
Tanto el guión del video como el libro recién mencionado sirven
como emblemas del autocuidado mediante el autocontrol, de acuerdo
con el “espíritu de la época” dominante, y siguen la misma retórica
de producción de narrativas para dar cuenta de la experiencia de un
individualismo que aísla y aliena. Ambos dan recetas objetivas de cómo
fiscalizar racionalmente nuestros cuerpos –máquinas bioquímicas,
capaces de salirse de nuestro control–, para perder o mantener el
peso de modo disciplinado. Todo esto en nombre de la longevidad,
por medio de recomendaciones en nombre de la salud, al punto de
llegar a ocupar considerable predicación moralista.
Intentando un ejercicio de parresía cínica, ilustraremos los contenidos
y recetas de los videos citados, junto a las afirmaciones y presupuestos
–altamente discutibles y conservadores– del libro arriba mencionado,
con una serie de televisión estadounidense, también exhibida en los
canales brasileños.

25 Ibídem.
26 Baumeister RF, Tierney J. Força de Vontade: a redescoberta do poder humano. São
Paulo: Lafonte-Larousse, 2012.

186
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

The Big Bang Theory y la inmortalidad como ejercicio parresiasta


frente al moralismo sanitario
La serie de comedia The Big Bang Theory se estrenó en el 2007
en los Estados Unidos y tuvo pronto éxito. Sus creadores son Chuck
Lorre y Bill Prady. La comedia muestra la relación entre los colegas
“nerds” 27 que comparten un mismo departamento: Leonard y Shel-
don –físicos académicos–, y la atractiva vecina, Penny, que trabaja
como mesera. Leonard y Sheldon acostumbran ser visitados por
dos amigos y compañeros de trabajo en la universidad, Rajesh y
Howard. Todos se dedican en su tiempo libre a diversiones espe-
cialmente “nerds”.
En el segundo episodio de la cuarta temporada de 2010, titulado
“La ampliación del vegetal crucífero”, Sheldon llega a la conclu-
sión de que la tecnología necesaria para trasplantar su mente en
un robot será inventada poco después de su muerte, dentro de los
cálculos compatibles con su expectativa de vida. Así, decide adoptar
un comportamiento saludable con las correspondientes medidas
nutricionales –como una dieta con verduras crucíferas– como una
manera de prolongar su longevidad para así acceder a la tecnología
de la “inmortalidad”.
Su primera comida dietética consiste en apenas un plato de
repollos de bruselas. Pero tarde en la noche, Sheldon comienza a
sentir malestares abdominales y va a despertar al amigo Leonard
para que lo lleve al hospital. Le presenta varias hipótesis diagnós-
ticas absurdas buscadas en internet, pero Leonard, más realista,
sospecha que puede tratarse de una apendicitis. Antes de salir de
casa, Leonard es sorprendido por una manifestación corporal
que lo lleva a concluir que se trata, solamente, de exceso de gases
intestinales. El episodio sigue otros rumbos y, por fin, Sheldon
desiste de la dieta.
El título del episodio se debe a la ocurrencia de “ampliación” de
un vegetal crucífero (sus flores tienen cuatro pétalos en forma de
cruz) como es el caso del zapallito de bruselas, así como de otros
vegetales saludables como repollos, brócolis, coliflor, coles, nabos,

27 Palabra que en la lengua inglesa viene de la jerga estudiantil, probablemen-


te de una deformación de la jerga de los años cuarenta, del vocablo “nert”
que quiere decir “persona estúpida o chiflada”, a su vez derivada de “nut”
que alude a las personas locas. Cfr: Harper D. Online Etymology Dictio-
nary. Consultado 27.09.2012. Disponible en: http://www.etymonline.com/
index.php?term=nerd.

187
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

rábanos y otros. Hay estudios epidemiológicos con este grupo de ve-


getales, ricos en glicosinolatos, que señalan que tendrían una acción
preventiva comprobada contra cánceres de pulmón y estómago.28
Entonces, nada más “racional”, para alguien como Sheldon, que
el hecho de que una dieta crucífera sirva para ampliar su tiempo de
vida y alcanzar la longevidad suficiente para obtener la inmortalidad
robótica. De cierta forma, una caricatura de algo que es pregonado
implícitamente por los discursos preventivos de autocuidado: pro-
longar la vida para ser lo más longevo posible, como una posibilidad
para quienes pueden asumir los eventuales costos de tal modalidad
de consumo.
Debemos entonces repetir que se trata de un ejercicio parresiasta
cínico en su vertiente humorística, como crítica al moralismo cada
vez más vigente en salud.
Independientemente de esto, la iniciativa caricatural todavía
pertenece al terreno de la ficción científica propia de alguien con las
peculiaridades y el modo de ser de Sheldon.
La ciencia y la tecnología se presentan como instancias cruciales para
comprender las experiencias de vida y la producción de normatividades
relacionadas a los procesos de salud/padecimiento de personas de la
tercera edad. Tal contexto incluye productos farmacéuticos, aparatos
auxiliares para dificultades de locomoción, teléfonos celulares, toda
vez que estos objetos técnicos entran en interacción constante con los
ancianos. Y, quien sabe, algún día existan robots con memoria donde
pueda ser almacenada “nuestra memoria…”.
Es también razonable atender, en relación al miedo a subir de peso,
al contexto de ansiedades ante el riesgo, tal como lo señala Crawford,29
al considerar que el moderno “imperativo de salud” es identificar pe-
ligros para controlarlos. Las cuestiones centrales en las ideologías de
salud que se establecen son: a) circunscribir los riesgos y sus formas
de autocontrol individual (especialmente enfatizados), corporativos
o gubernamentales; b) el nivel apropiado de control. Parece haber
un desfase cada vez mayor en relación a las percepciones de peligro y
la efectividad de las prácticas –políticas, médicas o personales–, para
lidiar con tal situación.

28 Kim MK, Park JHY. Cruciferous vegetable intake and the risk of human can-
cer: epidemiological evidence. Proc Nutr Soc 2009; 68(1): 103-10.
29 Crawford R. Risk ritual and the management of control and anxiety in medi-
cal culture. Health (London), 2004; 8(4): 505-28.

188
— los riesgos y la promoción del autocontrol en la salud alimentaria: moralismo, biopolítica y crítica parresiasta —

Consideraciones finales
La cuestión actual relativa al miedo a engordar, llama la aten-
ción tanto por las dimensiones morales del problema, como por la
perspectiva de ansiedad excesiva frente al riesgo y la demanda por
el respectivo autocontrol de la ingesta. De todas formas, la relación
entre la promoción en salud nutricional y el aumento de peso tiende a
inscribirse en el ámbito de los tratamientos morales que acompañan el
malestar en la civilización capitalista globalizada y su correspondiente
racionalidad cínica en la operación de estructuras normativas duales
que, simultáneamente, estimulan y restringen. Las personas, de un
modo variable, no pasan incólumes a las precarizaciones y sufrimientos
provocados por este panorama.
En fin, para concluir, importa enfatizar que la búsqueda de hablar
con verdad, en términos de parresía, tiene sentido, aun cuando no esté
basada en evidencias empíricas. Pues estas últimas, como hemos visto,
ocupan una posición adiaforizante, vale decir, parecen indiferentes
respecto a su responsabilidad en las implicaciones morales resultantes
de las dinámicas de su utilización personal.
Incluso, vale la perspectiva trazada por Foucault, de considerar
el acto parrhesiasta de decir-se la “verdad” –sobre todo en el sentido
de mantener la perspectiva crítica en nombre de ella. Ésta sería una
de las formas para poder cuestionar los contextos contemporáneos
de dominación que acompañan la producción tecnocientífica en su
relación con la producción de subjetividades.
En verdad, tenemos una tarea en el ámbito moral; la de actuar en
busca de otros compromisos ético-políticos que se alejen de la pers-
pectiva utilitaria de los agentes supuestamente autónomos y racionales
–con derecho de decidir y escoger sus propios beneficios frente a los
costos estipulados–, pero dentro de posibilidades bastante reducidas
y alejadas de dimensiones emancipatorias.
Es necesario un análisis crítico de los modos de opresión, produci-
dos por la racionalidad cínica, que se naturalizan y que sustentan la
demanda por los enfrentamientos de modos de sujeción. Esto ocurre,
por ejemplo, cuando buscamos presentar –mediante un tratamiento
moralista de los riesgos en salud, a través de una normatividad res-
trictiva–, la promoción en salud nutricional transformada en una idea
exacerbada de control del peso.

189
la invención de la leche:
arqueología de una fragilidad

yuri carvajal b.*


jorge gaete a.

“El único acto intelectual auténtico es la invención” 1

Invención de un paisaje
Es aconsejable que el lector se dirija hasta la calle Salas Errázuriz,
dejando a su espalda Conferencia, con todo el horror que eso implica.
A su izquierda verá tres chimeneas ligeras y enormes. Dos metálicas
y la otra de cemento, con su remate roto. Al llegar a Exposición, le
sugerimos que rote en sentido anti horario y camine por la fachada
de esta maestranza de noche, admire la insoportable levedad de los fa-
roles colgantes, sostenidos por una armazón de fierro y luego, tenga
un encuentro fenomenológico con la fachada, en el ocultamiento
provisto por una arboleda canosa y despeinada. Vuelva su mirada al
norte y husmee en el pasaje poblacional.
Si lo propuesto no le acomoda, entonces recurra a Google maps
y usando el homúnculo del extremo superior izquierdo, navegue
simplemente.

* El autor agradece el apoyo del Fondecyt al proyecto 3130585 Controversias


tecnocientíficas en la reforma de salud: análisis desde la sociología de la traducción.
1 Serres, Michel, Pulgarcita. El mundo cambió tanto que los jóvenes deben reinventar
todo, una manera de vivir juntos, instituciones, una manera de ser y de conocer…,
Buenos Aires: FCE, 2013, p. 58.

190
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

Si tampoco esto le complace, pues recurra a las imágenes que se


adjuntan.
No hay nada de qué preocuparse. Nuestra invitación solo pretendía
recorrer la superficie de esta invención, que como animal pre diluviano
herido, jadeando sin avergonzarse de su anatomía, escamas y espinas,
sobrevive en nuestros días merced a una fisiología, que podría ser
tanto posmoderna como poiquiloterma.
No más que un intento por desfragmentar las preguntas que produ-
jeron esta bio-arquitectura, y tanteando sus glándulas, por sobre todo
otro propósito, sugerir cuál habría sido su gruñido frente a los arponeos
de biopolíticos y foucaultianos, antes de volverse una especie extinta.

La Fábrica Central
de Leche y su paisaje
poblacional.

191
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

“Un líquido tan frágil”


Stassanización
La Fábrica Central de Leche –hoy reencarnada como Liceo Indus-
trial de la Construcción “Héctor Bezanilla Salinas”–, fue una respuesta
pausterizadora e industrializante, al recién nacido “problema de la
leche”.
Esas chimeneas animaron la estassanización que, entre 1935 y 1960,
hacía posible un consumo masivo de leche segura entre los habitantes
de la ciudad de Santiago. El sistema, ideado en el Instituto Pasteur en
1927 por Enrico Stassano, consistía en el paso de agua calentada a
77 ºC por fuera de un cilindro, en el cual se movía a contracorriente
la leche. Llevada a 75 grados y a una presión de dos atmósferas, las
bacterias eran sometidas a una política de exterminio casi total. La
aniquilación se encontraba amparada por la Ley 4869 sobre pasteuri-
zación obligatoria aprobada en 1930. Aunque su entrada en vigencia
debió ser negociada, hasta hacerse efectiva en noviembre de 1937,
cinco años después de lo presupuestado.
Toda una tecnología de gobierno para producir una leche homo-
génea, limpia, estable y al pie del consumidor. Más que una biopo-
lítica, un esfuerzo por producir un objeto sin vida, con dinámicas
laminares de sus flujos, aséptica y estéril, sin signos de la animalidad
vacuna, conteniendo su liquidez en botellas de vidrio, con el logo
oficial de la industria y una reorganización de sus componentes según
las recomendaciones nutricionales. Normalización, estabilización,
estandarización, estassanización.
Política económica liberal y proteccionista que el 26 de junio de
1937, constituyó la sociedad anónima “Central de Leche Santiago”,
con cien mil acciones de la Caja del Seguro Obligatorio y doscientas
en manos de otros diez socios: Gregorio Amunátegui Solar, Victor
Celis Maturana,2 Luis Quezada, Guillermo Noguera Prieto,3 Joaquín

2 Abogado, diputado y senador radical en 1918-24, subsecretario del Ministe-


rio de Salubridad, vicepresidente de la Caja del Seguro Obrero, explotó con
sus hermanos Armando y don Manuel Antonio, los fundos Santa Felícitas y
Rastrojos, en Caupolicán y el fundo y balneario El Tabo en Cartagena. Véase
Empresa Periodística Chile, Diccionario biográfico de Chile, Santiago: “La Salle”,
1944, pp. 213-214.
3 Ingeniero civil, presidente de la Cooperativa Lechera Santiago, sus herma-
nos Alfredo y Hernán, agricultores y lecheros en Melipilla. Ibídem, pp. 736-
214.

192
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

Echeñique Letelier,4 Hernán Edwards Sutil, 5 Alfredo Santa María,6


Fernando Errázuriz Lastarria, Carlos Morel Hesketh y Miguel Rui-
señor Rodrigo. Y que simétricamente, provocó la centralización de
los productores en la Cooperativa Agrícola Lechera Santiago Ltda.,
ese mismo 1935.7
Administración de los espacios no solo industriales, sino de las
habitaciones obreras:

Con el ánimo de mejorar las cualidades físicas de la planta y las


de sus obreros, fue la Caja del Seguro Obrero Obligatorio la que tuvo a
cargo la construcción de la Población Central de Leche asociada a la
Fábrica a partir de 1938 (Dirección de Obras Municipales, “Boleta de
Permiso para Edificar”). Como resultado, se construyen dos manzanas
al norte de la fábrica con tipos edificatorios diferentes: bloques de depar-
tamentos de tres pisos, por un lado, y casas en hilera de dos, por otro.8

La historia está muy bien contada en el seminario de tesis de Nicolás


Carmona que ya hemos citado. El desenlace es breve: si “La década de
1940 fue, sin duda, un periodo de apogeo para la Central de Leche”,9
en 1948 los problemas empiezan a notarse. Su denunciante sistemá-
tico, la Cooperativa Agrícola Lechera se transformó en Sociedad de
Productores de Leche (Soprole) y en 1951 inauguraron una planta

4 Agricultor. Explota el fundo Tobalaba en Santiago que dedica especialmente


a lechería con ganado Holstein. Director Sociedad Nacional de Agricultura
desde 1936 y presidente de ella desde 1943, presidente de la Cooperativa
Lechera Santiago. Ibídem, p. 322.
5 Ingeniero civil, experto en electricidad y comunicaciones, intervino en la
confección de los contratos destinados al suministro de energía y a la Soc.
Fábrica de Cementos El Melón y a las Cristalerías de Chile, por la Cía. Chile-
na de Electricidad. Propietario del Huerto San Luis en La Florida y gerente
de Cemento Melón.
6 Abogado, ex alcalde de Santiago y miembro honorario del Directorio del
Cuerpo de Bomberos, socio del Club de la Unión y de la Liga de Estudiantes
Pobres. Empresa Periodística Chile, Diccionario biográfico de Chile, op. cit., p.
938.
7 Para mayores detalles sobre este proceso véase Carmona, Nicolás, La Central
de Leche “Chile”. Un caso de industrialización fallido (1935-1960), Seminario para
optar al grado de licenciado en Historia, Universidad de Chile. 2008, p. 107.
8 Ibarra, Macarena; Bonomo, Umberto. (2012). “De la fábrica a la vivienda.
la protección de la memoria obrera en torno a la Fábrica Central de Leche,
Santiago de Chile”. Apuntes, vol. 25, núm. 1. 2012, 50-61, p. 57.
9 Carmona, Nicolás, La Central de Leche “Chile”. Un caso de industrialización falli-
do (1935-1960), op. cit., p. 142.

193
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

pasteurizadora propia. Las inversiones de la Fábrica Central de Leche


desplegadas ante una perspectiva de expansión, contrastan con la
reducción creciente de la leche recibida. La constitución en 1952 del
Servicio Nacional de Salud limita su autonomía y lastra con nuevas
dificultades financieras a la Central, que culminan por colapsarla:
“Según consta de la escritura pública otorgada el 11 de agosto de
1960, ante el notario de Santiago, el 11 de agosto de 1960 la Sociedad
Anónima, don Renato Gazmuri Gómez, suplente del titular don Jaime
García Palazuelos, la Sociedad Anónima denominada “Central de
Leche Chile S.A.” acordó su disolución anticipada en Junta General
Extraordinaria de Accionistas, celebrada el 31 de Mayo de 1960”.10

Delicada y frágil
Carlos Porcher califica la galactorrea de las vacas con especial
terneza: “...esta materia prima tan delicada que es la leche (...) hasta
qué punto es frágil la leche” en charla de 1928.11 Su propuesta de
creación de un Instituto de la Leche, es parte de la Reforma de la
Enseñanza Agrícola del gobierno de Ibáñez. En la presentación que
a estas ideas hace Álvaro Blanco, traza el problema y su solución:
“La Ciencia y la Técnica habíanse mostrado incapaces de penetrar el
ambiente rural; rústico, duro, reacio de suyo (…) Y se recordó que la
agricultura moderna, esencialmente evolutiva, tiene solo una senda:
la Ciencia; solo un medio, la Técnica; una finalidad, la Riqueza y el
Bienestar social...”. Y refiriéndose a Porcher agrega: “Contratado al
servicio de nuestro país, viene él pletórico de cariño por esta tierra
y ansioso de prestar su concurso al progreso de nuestra Enseñanza
Agronómica”.12
El énfasis de Porcher en la inestabilidad de la leche, quiere dar
cuenta de la multitud de involucrados en su adecuada producción
y del cuidado en los detalles: la enumeración considera al productor,
agrónomo, industrial lechero, transformador, químico, bacteriólogo, veterinario,
médico, las personas que se dedican a las obras de la infancia, hombre público,
consumidor: “Tenía pues, razón, hace un momento, cuando decía que
el problema de la leche interesaba a todo el mundo”.13

10 Ibídem, p. 176.
11 Porcher, Carlos. “El estado actual de la industria lechera en Chile y las posi-
bilidades de su futuro desarrollo”. Anales de la Universidad de Chile [en línea],
0 (1929): pp. 1077-1102. Consultado: 29.08.2013, pp. 1090-1097.
12 Ibídem, pp. 1080-1082.
13 Ibídem, p. 1093.

194
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

La delicadez de la leche exige para Porcher un cuidado especial


de las tecnologías del cuerpo: “Queremos preparar obreros atentos y
cuidadosos, que comprendan bien el trabajo, que puedan explicarse
todos los movimientos que hacen y que en estas condiciones no son
ya más simples empíricos”.14 Pero estas técnicas, no serán suficientes.
Las infecciones asociadas a las mammites, requieren además: “un ver-
dadera policía sanitaria que se aplique a ella”.15

De la cuestión social a la pasteurización


La Fábrica de Leche Santiago, devenida Chile en febrero de 1941,
con Allende como ministro de Salubridad, no es el único litigante
en el debate sobre la pasteurización. El tránsito del epónimo capi-
talino al nacional, más que significar la distribución a lo largo de la
república, de su producto, implicaba el monopsonio sobre la leche y
el monopolio de la pasteurización.
Durante la primera mitad del siglo XX, la leche de vaca ha pasa-
do a ubicarse en el centro de lo que antes era la cuestión social y la
vitalidad de la raza. Mientras en las Gotas de Leche* se consideraba
“La alimentación natural, que es la única que debe usarse por lo
menos hasta que el niño tenga nueve meses”,16 en los años treinta
nos encontramos ubicados en el problema más general de la ali-
mentación, condensando y multiplicando oposiciones. La leche ha
tomado un lugar jerárquico como representante de los alimentos y
una peculiar taxonomía de los nutrientes la ha puesto a la cabeza
de la monarquía republicana de lo que comemos: “La leche figura
entre los alimentos en déficit en primer lugar y a gran distancia de
los otros, por lo cual la mayor parte del esfuerzo financiero y ad-
ministrativo en favor de la alimentación debe dedicarse a ella”.17 Es
el indiscutible delegado de vitaminas, proteínas, grasas y calorías
y el punto crucial en que se juega el destino del pueblo: “podemos

14 Ibídem, p. 1094.
15 Ibídem, p. 1099.
16 Calvo, Luis, “Lo que deben saber las madres para criar bien a sus hijos”,
Primer Congreso Nacional de Protección á la Infancia. Trabajos y actas, Santiago:
Impr., Lit. y Enc. Barcelona, 1912, p. 6.
17 Mardones, Jorge; Cox, Ricardo. La alimentación en Chile. Santiago: Imprenta
Universitaria, 1942, p. 274.
* Red de consultorios enfocados en pediatría y orientación nutricional para
el cuidado materno. Las Gotas de Leche, nacen durante el gobierno de Ra-
món Barros Luco (1910) en estrecho vínculo con el Patronato Nacional de la
Infancia (Nota del Editor).

195
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

decir que de la cantidad de leche de que disponga el organismo en


crecimiento dependerá la futura constitución del adulto y por consi-
guiente del pueblo entero”.18 “La leche constituye el más importante
de todos los alimentos protectores”.19 En este sentido, las palabras
de Eduardo Cruz-Coke son elocuentes:

No quiero hablar aquí de lo que la leche representa como alimento


ideal para una multitud de funciones y de cómo, a través de su consumo
creciente, los grandes países civilizados han construido la fortaleza de
sus hombres.
Si a los niños chilenos sucediera algún día la desgracia de que, por
nuestra desidia, llegara a no gustarles la leche, deberíamos inventar
los medios para hacerles recuperar este justo y constructor apetito.20

Schwarzenberg y Steeger por su parte enfatizan: “Tendremos que


concluir que en la leche encontramos un alimento precioso, casi
irremplazable para la infancia”.21 De alguna manera, el problema
organizado como “cuestión social” en torno a la población22 en Mu-
rillo y Orrego Luco, de raza, alcoholismo, higiene y salario, ahora se
ha vuelto un problema de calcio y fósforo, de albúminas y grasa, de
bacilos. Pero también, y esto es lo que resulta importante destacar,
un problema agronómico, comercial y económico.
Convocados en 1942 por la Sociedad Chilena de Pediatría, el
jueves 10 de septiembre, los relatores –Arturo Scroggie, por un lado,

18 Landa, Francisco, “El problema de la leche en relación con la alimentación


popular en Chile”, Revista Chilena de Higiene y Medicina Preventiva, vol. 2,
núm. 1: 21-46. 1939, p. 28.
19 Allende, Salvador. La realidad médico social chilena. Santiago: Imprenta La-
throp, 1939, p. 39.
20 Cruz-Coke, Eduardo. Discurso pronunciado en el Senado el 13 de septiem-
bre de 1944, con ocasión de discutirse el proyecto de ley sobre fomento de la
industria de lechería, en Discursos. Política - Economía - Salubridad - Habitación -
Relaciones Exteriores - Agricultura, Santiago: Editorial Nascimento, 1946, p. 285.
21 Schwarzenberg, Julio; Steeger, Adalberto, “Nuestro problema de la leche”,
Revista Chilena de Pediatría, vol. 13, núm.10, Santiago, octubre 1942, 869-920.
1942, p. 873.
22 Véase Murillo, Adolfo, La mortalidad urbana en Chile. Santiago de Chile: Im-
prenta Roma,1896; Orrego Luco, Augusto, La cuestión social en Chile, en Ana-
les de la Universidad de Chile, 119, núm. 121-122, pp. 43-55, 1961. También el
análisis y discusión del problema en Carvajal, Yuri; Yuing, Tuillang. “Gramáti-
cas de vida: el censo de 1907 y la población como uso de gobierno”, Historia,
Ciências, Saúde-Manguinhos, vol. 20, núm. 4: 1473-1490, 2013.

196
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

y Julio Schwarzenberg y Adalberto Steeger por otro– debaten. Scrog-


gie dice que “El problema de la leche no puede ser abordado por
especialistas en niños, sino que desde un punto, el aspecto médico-
social”.23 Schwarzenberg y Steeger replican: “De ahí que para llegar
a la finalidad que nos preocupa, a más de lo que pueda interesar al
médico sociólogo, que se fundamenten y formulen ciertos principios
agronómicos, comerciales y económicos”.24
Scroggie califica la producción nacional de “exigua... Ahora si
aplicamos las resoluciones del Comité de la Liga de las Naciones en
que hasta el menor de 15 años debía ingerir medio litro de leche al
día, tenemos un déficit en la alimentación en base de leche”.25 “Lo que
vale para el niño desde el punto de vista de su crecimiento y desarrollo,
puede valorarse también para el adulto, considerando la necesidad
de mantener las funciones normales de los tejidos del organismo a
esa edad, en que el trabajo físico y psíquico aumenta sus consumos
y por ende, sus exigencias”.26 Citan luego un informe del Comité de
expertos de la Sociedad de las Naciones, evaluando la entrega de
un vaso de leche entre el desayuno y el almuerzo o repartido en dos
raciones: “Parece que en todas partes la salud y el rendimiento de
los obreros ha mejorado; las ausencias por razones de enfermedad
han disminuido sensiblemente y los obreros mismos se han declarado
todos muy satisfechos de la medida”.27
Este acuerdo básico, da paso a una oposición categórica en cuanto
a la economía de la leche. Landa en 1939 se mostró un defensor de la
pasteurización y sus logros: “organismos políticos para que ejerciten sus
influencias en el sentido de abolir la Ley de pasteurización, que es y será
siempre una seguridad para la salud pública, dada la organización de
nuestra producción lechera actual”.28 En la sesión de 1942 la crítica es
de los tres relatores. Tanto Scroggie como Schwarzenberg y Steeger, son
escépticos de los resultados de la pasteurización. Para ellos la persistencia
de enfermedades entéricas en el verano, es un signo del fracaso de la

23 Scroggie, Arturo. “El problema de la leche.”, Revista Chilena de Pediatría, San-


tiago, vol. 13, núm.10, Santiago, octubre 1942, p. 863.
24 Schwarzenberg, Julio; Steeger, Adalberto, “Nuestro problema de la leche”,
op. cit., p. 869.
25 Scroggie, Arturo. “El problema de la leche.”, op. cit., p. 863.
26 Schwarzenberg, Julio; Steeger, Adalberto, “Nuestro problema de la leche”,
op. cit., p. 873.
27 Ibídem.
28 Landa, Francisco. “El problema de la leche en relación con la alimentación
popular en Chile”, op. cit., p. 38.

197
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

pasteurización. Cuestionan abiertamente el monopolio de la Central,


insistiendo en la necesidad de mejorar los precios de la leche, multiplicar
el de los productores pequeños, “la eliminación completa del Estado de
toda concomitancia en la explotación de la industria lechera y Supresión
lo más rápidamente que fuera posible, del monopolio (…) revisión de
la Ley de Pasteurización”.29 Scroggie valora las leches condensadas y
desecadas: “la alimentación a base de leches en conserva, constituye en
el medio proletario la salud y la vida del niño; la pasteurización debe
quedar solo reservada a leches de óptima calidad y que por su alto pre-
cio sirvan solo para el consumo de la gente adinerada”.30 Por su parte,
Jorge Mardones, en 1941, se sitúa a media distancia:

La planta del Seguro Obrero –la central “Santiago”– ha pasteurizado


la mayor cuota de la leche de consumo de la capital. Sin embargo, con-
siderada como una inversión industrial, esta planta ha irrogado en sus
balances cuantiosas pérdidas a la Caja del Seguro. Como negociacion
se ha encontrado siempre en una situación difícil entre los productores
y el público consumidor, debido principalmente al problema de los ex-
cedentes de leche con respecto a las colocaciones y a la competencia de
las pequeñas plantas particulares que más fácilmente pueden hacerse
de una clientela segura.31

En 1912 en Nueva York, Milton Rosenau había propuesto la pas-


teurización como solución a “The Milk Question”.32 Sin tardanza en
Chile ha emergido en pocos años nuestro problema de la leche.33
Déficit de producción y falta de consumo, ausencia de demanda y
oferta, dos negatividades simétricas, que al ser sumadas y vueltas del
revés, trazan la verdad positiva y problemática de la leche.

Números argumentantes
La leche ha logrado situarse en lugar de privilegio, gracias a unas
operaciones que también echan mano de una buena cantidad de

29 Schwarzenberg, Julio; Steeger, Adalberto. “Nuestro problema de la leche”,


op. cit., pp. 904-905.
30 Scroggie, Arturo. “El problema de la leche”, op. cit., p. 868.
31 Mardones, Jorge; Cox, Ricardo. La alimentación en Chile, op. cit., p. 53.
32 Véase Dupuis, E. Melanie, Nature’s Perfect Food, New York: New York University
Press, 2002.
33 Véase Aguilera, Mariela; Zúñiga, Carla, Políticas Estatales de Asistencia Social
en Chile: El problema de la leche (1930-1970). Seminario para optar al grado de
licenciado en Historia, Universidad de Chile, Santiago, 2006.

198
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

números. Algunos de ellos toman especial valor.34 Cincuenta litros


año por habitante y medio litro de leche, constituyen una especie de
“números argumentantes”, pues su sola mención refiere sin citación
explícita, a una secuencia de argumentos, que por supuesto se dan
ya resueltos, y por tanto, se hacen indiscutidos por indiscutibles. Esos
números privilegiados han tenido una suerte de selección darwiniana
en los debates, pasando de artículos a tabla y nuevos textos, sobre-
viviendo como los más aptos, gracias al cuidado de sus criadores.
El problema con esos números no se agota en denunciarlos como
convenciones, operación que oculta buena parte de la resistencia que
han debido mostrar a los variados cuestionamientos, para sostener su
existencia. No nos ilusionemos con el trabajo consensual como posi-
bilidad política. Hay una cierta dureza retórica en las cifras que les
permite transformar la fragilidad de la leche en una necesidad básica
alimentaria. La operación que realizan los guarismos no es del mero
orden de las convenciones. Su fuerza está en producir convicciones a
través de argumentos materiales, en los cuales la operación retórica
se torna opaca.
Uno de los escenarios en que podemos asistir a la disputa del
protagonismo lácteo en el seno de una verdadera compañía teatral
de números, es el libro de Jorge Mardones y Ricardo Cox, publicado
en 1942, como resultado de “una labor de agrupación ordenada de
los datos conocidos” 35 sobre la alimentación en Chile. El lugar en
donde se realiza este trabajo es el Consejo Nacional de Alimentación.
La leche, por supuesto, es el mandala del texto:

El defecto fundamental de nuestra alimentación popular, es el bajo


consumo de algunos alimentos protectores. Es especialmente grave la
poca participación que tiene la leche y sus derivados en la alimentación
del niño y de la madre embarazada y nodriza. En el adulto, que realiza
trabajo muscular, es de consecuencias el bajo consumo de alimentos
portadores de vitamina B.36

Para describir uno de los problemas de la leche, contrastan dos


mapas de producción. Una imagen, la anual y otra, las cifras del día
del censo, 8 de abril de 1936. En el contraste de ambas imágenes la

34 Véase Daniel, Claudia, Números públicos. Las Estadísticas en la Argentina (1890-


2010). Buenos Aires: FCE, 2013.
35 Mardones, Jorge; Cox, Ricardo. La alimentación en Chile, op.cit., p. 3.
36 Ibídem, p. 269.

199
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

conclusión es sencilla: “la producción de la región lechera austral es


de temporada”.37 Las otras dos características de la producción de
la leche son: “la lechería es en Chile, una explotación industrial, no
doméstica” 38 y “la escasez y pobreza de sus instalaciones”.39 Situando
en Cruz-Coke la figura de un cambio radical en la política de la
leche, desde una orientación sanitaria hacia una de alimentación:

Pero en 1937, el ministro Cruz-Coke inició una política general


de alimentación, orientada de una manera concreta a obtener un
progreso en el consumo de alimentos ricos en proteínas. Denuncia
por una parte el escaso consumo de leche, y por otra, la importancia
insustituible de este alimento en el desarrollo y defensa del organismo,
especialmente en los niños, acentuó elocuentemente el divorcio entre la
necesidad y el consumo de la leche como el aspecto esencial de nuestro
problema alimentario. A partir de esa época, los problemas relaciona-
dos especialmente con la leche han permanecido constantemente en el
primer plano de la atención pública y oficial, sin que haya variado el
objetivo central señalado desde el primer día: obtener un incremento
útil en el consumo de leche. Una acción dirigida a este objetivo puede
considerarse bajo cuatro aspectos distintos, pero solidarios entre sí:
producción, distribución, consumo y precio de la leche, sin olvidar por
eso el aspecto sanitario. De todos esos aspectos se ocupa el Consejo de
la Industria Lechera, creado por el ministro Etchebarne.40

En la política de la leche que proponen Mardones y Cox destaca su


capacidad de ver en los niños un rol especial como sujetos de consumo:

El estímulo del consumo es pues un aspecto importantísimo de la


política lechera. Ahora bien, hay una circunstancia extraordinariamente
feliz que caracteriza el consumo de la leche y que permite fundar las
mayores espectativas en una política de estímulo de su consumo: es que
el consumidor útil de la leche es el niño, y este consumidor es un sujeto
pasivo que puede ser compelido fácilmente al consumo y convertido en
un consumidor y un propagandista junto con recibir los beneficios del
consumo de leche.41

37 Ibídem, p. 39.
38 Ibídem, p. 269.
39 Ibídem.
40 Ibídem, p. 54.
41 Ibídem, p. 56.

200
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

Los precios, el consumo, la producción


Además de la capacidad de invención de consumidores, de copro-
ducción de demanda y oferta, la cuestión de los precios será el afán
de la segunda parte del texto de Mardones. Los autores desechan la
denuncia del precio elevado y plantean: “lo que en realidad sucede
respecto de este artículo es que recibe un escaso estímulo de parte del
consumidor”.42 La segunda parte del libro, “Precios”, se concentrará
en la producción de equivalentes entre los alimentos que combinen
precios y valor nutritivo: “uno de nosotros (Mardones), ha establecido
un método para someter este valor a medida aproximada (Boletín
del Ministerio de Salubridad, Febrero de 1940)”. Este método se basa
en la consideración del valor nutritivo de los alimentos. Estos cuatro
aspectos son: a) el valor energético; b) el valor proteico; c) el aporte
en vitaminas; d) el aporte en sales minerales. El método Mardones,
prescindiendo de su aplicación a cada alimento, que es bastante com-
plicada, se basa en atribuir valor a cada uno de estos aspectos del valor
biológico de los alimentos (…) La escala adoptada por Mardones toma
como término de comparación la necesidad de un hombre-adulto al
día que se considera =100.43
Esta puesta en valor, una verdadera operación de producción de la
leche como objeto económico, en el seno de una economización de los
nutrientes, termina por ubicarla en una condición privilegiada. En el
ordenamiento de 15 alimentos básicos, se ubica en el quinto lugar de
valor por unidad nutritiva, antecedido solamente por papas, porotos,
pescada y chuchoca. La leche, gracias a las operaciones matemáticas,
resulta ser un alimento barato.
Lo más atractivo de este trabajo, son los gráficos (pág. siguiente)
preparados para responder tres preguntas económicas, cuyas respues-
tas hoy nos parecen intuitivas. Las respuestas dadas a partir de los
datos, van en sentido opuesto a lo que hoy pasa por sentido común:
“Es corriente oír que los precios y los consumos se encuentran
unidos por una relación inversa, según la cual a un mayor precio
corresponde un menor consumo y viceversa”.44 La respuesta de los
trazados es equívoca, crisis del 29 mediante.
“La oferta del producto es un factor del precio, pero no el único.
Por eso la correlación es baja entre el precio y consumo. Los demás

42 Ibídem, p. 57.
43 Ibídem, pp. 191-192.
44 Ibídem, p. 206.

201
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

100

110

100

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100

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100

110
80

90

90

90

90
ENERO ENERO ENERO ENERO

FIDEOS

VACUNO
FEBRERO FEBRERO FEBRERO FEBRERO

CARNE
ACEITE

FREJOLES
e
MARZO MARZO MARZO MARZO

a
f

c
ABRIL ABRIL ABRIL ABRIL

MAYO MAYO MAYO MAYO

JUNIO JUNIO JUNIO JUNIO

JULIO JULIO JULIO JULIO

AGOSTO AGOSTO AGOSTO AGOSTO

SEPTIEMBRE SEPTIEMBRE SEPTIEMBRE SEPTIEMBRE

OCTUBRE OCTUBRE OCTUBRE OCTUBRE


Precios mensuales y anuales de la leche y otros (Mardones y Cox, 1942, pp. 162 y 166).

NOVIEMBRE NOVIEMBRE NOVIEMBRE NOVIEMBRE

DICIEMBRE DICIEMBRE DICIEMBRE DICIEMBRE


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110

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100

110

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80

90

80

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ENERO ENERO ENERO

PAPAS
FEBRERO FEBRERO FEBRERO

OVEJUNO
LECHE

CARNE
d
MARZO MARZO MARZO
g

b
ABRIL ABRIL ABRIL

MAYO MAYO MAYO

JUNIO JUNIO JUNIO

JULIO JULIO JULIO

AGOSTO AGOSTO AGOSTO

SEPTIEMBRE SEPTIEMBRE SEPTIEMBRE

OCTUBRE OCTUBRE OCTUBRE

NOVIEMBRE NOVIEMBRE NOVIEMBRE

DICIEMBRE DICIEMBRE DICIEMBRE


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110
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50
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50
60
70
80
90
PAN

0
PAN
HA

1930 1929
RIN
TRIG

1931 1930
A
O

PR
EC

1932 1931
LECHE
IO
PO

1933 1932
g
R
M
EN

1934 1933
OR
PO

1935 1934
ND
ER

1936 1935
AD
O

1937 1936

1938 1937

1939 1938
$/10 Kg.

$/10 Kg.

p/10 Kg.
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5
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1928 1928 1928


1929 1929 1929
YERBA
MATE
CAFÉ

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e

1930
c

1931 1931 1931


1932 1932 1932
1933 1933 1933
1934 1934 1934
1935 1935 1935
1936 1936 1936
1937 1937 1937
1938 1938 1938
1939 1939 1939

202
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

factores del precio suelen determinarlo en forma preponderante,


como sucede durante la crisis con la contracción del volumen y de la
circulación monetaria”.45
Luego los grafos van a ser usados para responder a la cuestión de si
“el precio de un producto agrícola actúa según sea alto o bajo, como
estimulante o calmante de su producción”,46 a lo que se responde:
“(…) no está probado que esta tendencia general de desarrollo de
las siembras se encuentra a su vez influida por las grandes fluctuacio-
nes ni por la tendencia general de los precios.
La tercera pregunta es si (…)
…el público consumidor, cuando un determinado alimento baja
de precio, lo consume con cierta preferencia, o a la inversa, se retrae
de consumirlo cuando su precio sube”.47
La respuesta:
“Se ve entonces que hay algunas coincidencias entre cifras de
precios y consumos conformes con la hipótesis de un desplazamiento
de los consumos originados por los precios. Pero estas coincidencias
son escasas y las divergencias mucho más numerosas. De modo que la
hipótesis de que los consumos se desplazan de acuerdo con los precios
se ve en conjunto desmentida por los hechos”.48
Desencastrados mediante estos gráficos, cifras y argumentos, pre-
cios, demanda y oferta, se torna posible comprender como entre los
silencios del consumo y de la producción, se ha establecido el ruidoso
problema de la leche.

Neoliberalismo y biopolítica
Hemos intentado movernos en sentido inverso a la sentencia
foucaultiana: “una vez que se sepa qué es ese régimen gubernamen-
tal denominado liberalismo, se podrá, me parece, captar qué es
la biopolítica”.49 Poniendo la operación intelectual en la dirección
liberalismo→biopolítica, me parece que Foucault nos ha dado una
clave engañosa. Clave, porque permite pensar si acaso la economía no
es más que el efecto de un régimen de gobierno. Engañosa, porque
intenta vincular en forma establecida, dos cuestiones que por su parte
son asimismo frágiles y delicadas.

45 Ibídem, p. 210.
46 Ibídem.
47 Ibídem, p. 211.
48 Ibídem, p. 223.
49 Foucault, Michel, Nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: FCE, 2007, p. 41.

203
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Al seguir los meandros de la aparición de una economía de los


objetos, junto con la producción de las cosas, la formalización de sus
valores y precios y la estandarización industrial de sus materiales, a la
vez que la expresión gráfica y tabular de esas cifras, hemos escogido
senderos erráticos que a la manera de los cadillos, se agarran unos
a otros y a nosotros.

Cosas y colectivos
Allí donde hay colectivos, hay invención, artificio y creación de
objetos. Si hubiera que dibujar el sentido de las relaciones, las flechas
habrían de moverse en varias direcciones, interrumpirse y continuar
un poco más allá. De los objetos a los colectivos y viceversa. Elegimos
la leche por sus múltiples ambigüedades: entre la biología y la química,
entre la física de fluidos y la veterinaria, entre la medicina y la econo-
mía, hasta hoy la clasificación de la leche está pendiente. Mirados de
cerca, ¿cuántos de los objetos de los que está hecha la salud pública,
comparten una evanescencia parecida? Acostumbrados como esta-
mos a despolitizar las cosas, a deshistorizarlas y a no escarbar en sus
costuras, damos por sentado que ellas son de una vez y para siempre,
nacidas adultas. Y sin embargo, basta asomarse a las destempladas
declaraciones de hace algunas décadas, para leer cuánto tienen de
erráticas y posibles. Como ni siquiera basta el médico sociólogo para
dar cuenta de ellas, sino que necesitamos convocar al calculador de
precios, el agrónomo y el comercial. Y al político y al empresario.
La leche tiene la marca de una intimidad confusa entre humanos y
animales50 y por eso mismo, la provocación regular a una indistinción.
Punto evidente de lo errático que se tornan la decisiones que hacen
ser a las cosas como son. Hileras de elecciones anónimas, históricas
y fragmentadas, que han separado lo vivo de lo no vivo, lo humano
de lo no humano, lo social de lo natural. La economía de la leche,
sus cifras, sus mediciones, tabulaciones y comparaciones, son uno de
tantos ejemplos de esos anonimatos, historicismos y fragmentaciones.
La estabilización de las medidas, precaria. No en vano, Carlos Ramírez
Sánchez, técnico en Lechería e Industria de Leche, ex ayudante del
Control Lechero de la Sociedad Nacional de Agricultura, ex ayudante

50 Véase Carvajal, Yuri; Castiel, Luis, “Literaturas baguales: prosando híbridos


continentalmente posibles.”, Paralaje, Revista de Filosofía, núm. 9, 2013: 154-
166 [en línea]. Disponible en: http://paralaje.cl/index.php/paralaje/arti-
cle/viewFile/268/214.

204
— la invención de la leche: arqueología de una fragilidad —

del Laboratorio Químico de la Central de Leche Santiago, ex ayudante


de la sección Ganadería y Lechería de la Escuela de Agronomía de la
Universidad de Chile, dedica su libro a desplegar las técnicas indis-
pensables para producir una leche más o menos regular.51 Pero, una
vez que las técnicas de esterilización parecían aquietar las leches, la
biotecnología ha venido a poner a la hormona bovina del crecimiento
en su forma recombinante (rBGH) en medio.52 O los residuos de DDT
en los pastos y la persistencia y concentración grasa de los órganos
clorados. O la lactosa, que por su parte ha endulzado y acelerado el
tránsito de los debates.
¿Será la palabra biología lo suficientemente estable en el tiempo
para ponerle un cuño epocal a la política, ese otro animal tan esquivo?
¿Habrá en esa biología un secreto guiño a “la doctrina moderna más
perniciosa de todas desde el punto de vista político, es decir, la idea
de que la vida constituye el bien más alto y que el proceso vital de la
sociedad constituye la trama de la actividad humana?”.53
Sospechamos que hasta los mismos biólogos han visto transfor-
marse vertiginosamente sus objetos ante sus narices y con ellos,
la biología misma. Como aquellas lascas que tallamos hasta hace
pocos años, que finalmente casi no tenían que ver con la obsidiana
original, ¿qué nos queda de la inocente doble hélix de Watson y
Crick de abril de 1953? 54 ¿Cómo habría podido sobrevivirle a su
vez, una biología-cosa, materialmente estable, idéntica a sí misma,
durante estos años?
Quizás la Fábrica Central de Leche, echada, rumiando y con sus
glándulas marchitas, oculte en este barrio industrial de Santiago
envejecido, algunas marcas ordoliberales, pero más de aquellos que
como Wilhem Röpke tuvieron vivas controversias y distancias con
Ludwig von Mises, o del liberalismo de un William Beveridge y sus
evidentes preferencias keynesianas. Pretender que ese ordoliberalis-
mo es también idéntico a sí mismo hasta devenir en monetarismo y
desembocar en el triunfo violento de Arnold Haberger contra André

51 Véase Ramírez, Carlos. La Leche y las industria de la leche. Santiago de Chile:


Zig-Zag, 1949.
52 Véase Dupuis, E. Melanie, Nature’s Perfect Food, op. cit.
53 Arendt, Hannah, Sobre la revolución, Buenos Aires: Alianza Editorial, 2006, p.
84.
54 Watson, James; Crick, Francis, “Molecular structure of nucleic acids. A struc-
ture for deoxyribose nucleic acid.”, Nature, vol. 171, April 1953, num. 4356:
737-738.

205
— biopolíticas, gobierno y salud pública. miradas para un diagnóstico diferencial —

Gunder Frank,55 obligaría a deshacerse de buena parte de la invención


que aquí hemos bosquejado.
La economía de la leche es una historia. La del encuentro de muchos
artificios para sostener un objeto, para moverlo, para hacer un colec-
tivo con él, por él y para él. La hazaña de producir el bosón de Higgs
se empequeñece ante la leche en las botellas de la Fábrica Central,
con su tapa, a veces de cartón y a veces de aluminio. Nada esencial, ni
detrás ni debajo, ni mucho menos, en el filo de estas palabras.

55 Frank, André, Carta abierta en el aniversario del golpe chileno. Véase el capítulo
“Carta abierta de aniversario”, pp. 119-157, Madrid: Alberto Corazón Editor,
1974.

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