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JEAN-PAUL SARTRE

SER-PARA-SÍ
EL HOMBRE EN LO QUE TIENE DE SER HUMANO Y NO DE REALIDAD COSIFICADA: EL SER SUJETO O
SUBJETIVIDAD.

En el hombre podemos distinguir dos niveles de ser distintos, el propiamente humano y


libre, y la parte común con los seres no humanos, la dimensión de cosa u objeto, la existencia ya
hecha; a esta última la llama Sartre “la facticidad del para-sí” y tiene cuatro aspectos principales:
1. el hombre es cosa, en primer lugar, por su cuerpo; es un cuerpo entre los demás
cuerpos;

2. el hombre es facticidad por su pasado: el pasado es la parte de nosotros que ya


está hecha, terminada, y, como tal, que no podemos modificar; en tanto que busco
realizar una meta hago mi propio ser, soy sujeto, pero en la medida en que tengo una
historia, una biografía, ya soy, tengo rasgos con los que debo contar, que me pueden
definir, soy un objeto;
3. el hombre es cosa también por su situación la circunstancia concreta que nos toca
vivir puede limitar nuestras posibilidades de escoger; precisamente la libertad aparece
como un enfrentamiento con la situación, como el afán de dejarla de lado, de superarla;

4. finalmente, y en el límite, la muerte nos convierte definitivamente en una cosa, en


algo ya fijo, establecido; y la muerte es algo gratuito pero inevitable, está fuera de mis
posibilidades, está más allá de mi subjetividad. Con ella culmina el absurdo de la
existencia: “Es absurdo que hayamos nacido, es absurdo que muramos”.

La parte de nosotros que va más allá de las cosas es la subjetividad, la conciencia. Que
seamos cogito implica en la filosofía de Sartre al menos lo siguiente:

 que nos relacionamos intencionalmente con las cosas: las queremos,


detestamos, conocemos, recordamos, deseamos, imaginamos...

 que somos conscientes de nosotros mismos: este ser conscientes al que se


refiere Sartre no es el conocimiento que de modo temático, explícito, podemos
alcanzar de nosotros mismos; en realidad, piensa Sartre, en esta forma de
captarnos a nosotros mismos nos captamos como objetos, no como sujetos; sin
embargo existe un conocimiento más básico de nuestra subjetividad: antes de
cualquier acto de reflexión o de conciencia temática de sí mismo, la conciencia
tiene cierta noticia de sí mismo (a esta consciencia la denomina “cogito
prerreflexivo” o “conciencia no-tética de sí”): miramos un paisaje, pasa un
tiempo y recordamos haberlo mirado; cuando vivimos en este recuerdo somos
conscientes de nosotros mismos de forma temática, nuestro tema, el objeto de
nuestro conocimiento, es nuestro haber contemplado el paisaje, como en la
vivencia primera nuestro tema era el paisaje mismo; pero cuando en esta
vivencia primera nuestra atención estaba dirigida al paisaje, también, aunque
de un modo indirecto, éramos conscientes de estar mirando el paisaje; éste ser
conscientes de nosotros mismos cuando mirábamos el paisaje es una forma de
autoconciencia y es una dimensión fundamental del “cogito prerreflexivo”. Ya
desde sus primeros escritos, desde la época de “La trascendencia del ego”,
Sartre considera que esta presencia de la conciencia a sí misma es un rasgo
básico del para-sí: “el modo de existencia de la conciencia es ser consciente de
sí misma”.

El hecho del estar presente la conciencia ante sí misma es un signo de la existencia de


una cierta dualidad o separación en el interior de la conciencia, pues no parece posible el
conocimiento de uno mismo sin una cierta distancia. Sartre se pregunta por lo que en el interior
de la conciencia separa a ésta de sí misma y permite su presencia ante sí misma, su ser
consciente de sí. Eso que separa no puede ser ninguna cosa, es más bien un no-ser, es la nada.
Mientras que el ser-en-sí es lo lleno, lo macizo, el ser pleno, el ser-para-sí, la conciencia, está
hueca, en ella hay un vacío, una escisión, una cierta nada. El hombre se convierte así en el ente
por el que la nada adviene al mundo. Esta nada presente en el interior del hombre es lo que le
hace ser libre, le permite estar abierto siempre al futuro y nunca identificarse completamente con
su ser actual: “El para sí no es lo que es, y es lo que no es”.

A partir de las reflexiones anteriores, Sartre concluye que otra dimensión fundamental del
para sí es la libertad: dado que el para-sí no es tiene que hacerse; así, por su libertad, el hombre
es su propio fundamento. De aquí se deriva el principio característico del existencialismo: “la
existencia precede a la esencia”, “no hay una naturaleza humana”: el hombre no tiene ser, por lo
que sólo le cabe hacerse y ser aquello que ha querido ser. La libertad absoluta del hombre da
lugar a los sentimientos de angustia, desamparo y desesperación, sentimientos que abren la
puerta a la conducta de mala fe, u ocultación de la propia responsabilidad y muestra de la
tentación de ser una mera cosa.

Como para todos los filósofos existencialistas, la temporalidad es también para Sartre una
categoría fundamental en la comprensión de la realidad humana; la vida humana se desenvuelve
en las tres dimensiones de la temporalidad, pasado, presente y futuro. Como doctrina de la acción,
el existencialismo señala la importancia del presente, pues sólo en el acto encontramos realidad,
pero como doctrina de la libertad acaba otorgando al futuro la primacía en el mundo humano: es
el futuro lo que nos mueve, e incluso lo que hace inteligible mi presente, pues éste sólo es real y
tiene un sentido para mí en tanto que es un medio para alcanzar mis fines, en tanto que es una
fase para la realización de mi proyecto.

Finalmente, en el interior del para-sí se encuentra la tensión o disposición hacia el otro,


se encuentra el para-otro. O, en términos más sencillos: la sociabilidad humana, el necesitar de
los otros hombres, es también uno de los rasgos fundamentales del para-sí.

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