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1– INTRODUCCIÓN
4. BIBLIOGRAFÍA
1– Introducción
Entre 1789 y 1791 la elite dirigente (burguesa) del Tercer Estado consigue abrir
paso a una solución revolucionaria, liberal y relativamente templada, a través de dos pasos:
una revolución jurídico–parlamentaria, que entre el 5 de mayo y el 9 de julio convierte a
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los Estados Generales en Asamblea Constituyente, y una gran movilización popular
(urbana y campesina), que en la segunda semana de julio asegura la victoria de aquélla y
suministra los primeros contenidos (revolución municipal, abolición del "régimen
señorial") al proceso de cambio. La declaración de Derechos, la nacionalización de los
bienes de la Iglesia, la Constitución Civil del Clero, la descentralización y racionalización
de la estructura administrativa del país, y la promulgación de una Constitución monárquica,
resumen las principales transformaciones de esta primera fase.
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opuestas. En todo caso, existe un único consenso: la revolución francesa implicó un
cambio fundamental en la estructura de las relaciones políticas, sociales, económicas y
culturales de Francia, y fue un precedente en la generación de las oleadas revolucionarias
atlánticas que habrían de propiciar el salto a la época contemporánea. La revolución
francesa representa un tránsito del monopolio de la dirección del Estado por parte de la
nobleza aristócrata a la capa social de la burguesía y otros grupos sociales cercanos.
Si nos retrotraemos en el tiempo, tal vez uno de los pioneros en iniciar las
interpretaciones sobre la revolución francesa fue el historiador británico Burke. Fue este
personaje, de ideología marcadamente reaccionaria, quien contrapondrá una visión idílica
del Antiguo Régimen, contraponiéndola al período jacobino del terror (como si éste fuera
el único momento evolutivo de la revolución francesa), de tal forma que presentaba un
retrato catastrofista de dicho período.
Por otra parte, y como conviene a esta postura que denuncia el “conspiracionismo”,
en la obra de Burke, si nos atenemos estrictamente a los contenidos, se otorga un
protagonismo casi absoluto a jacobinos y masones, tratados como dos grupos genéricos y
distintos (¿es que no hubo jacobinos masones, o masones no revolucionarios?). También
los “iluminados” y “visionistas”, y otros grupos “sectarios”, movidos por el odio, habrían
apoyado en sus reuniones conspiratorias previas al estallido 1789, a jacobinos y masones.
Por tanto, la revolución francesa no sería un acto espontáneo, ni ligado a unas
circunstancias estructurales, y ni siquiera se tiene en cuenta aspectos tan obvios como la
subida del precio del pan como desencadenante. Enlazando con el papel que los visionarios
desempeñan en el complot supuesto, Burke apela a la postura religiosa panteísta por
entonces vigente, que proclama el «culto al Ser Supremo», como religión del Estado,
justificando de esta forma la persecución del clero (en lugar de apelar a la preeminencia
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social del alto clero, es decir, a la posición entre las clases privilegiadas que ostentan buena
parte de los clérigos encarcelados y guillotinados antes del terror jacobino –época en la que
cualquier persona perteneciente a un colectivo no percibido como revolucionario podía ser
subido al cadalso arbitrariamente–).
En el último cuarto del siglo XIX el célebre historiador Taine continuará esta línea
interpretativa, hablando del efecto de contagio que la revolución francesa habría tenido
sobre las oleadas revolucionarias posteriores. Taine reflexiona sobre este hecho con el telón
de fondo del hundimiento del Segundo Imperio francés, estableciendo un paralelismo
histórico casi mimético entre la revolución francesa y otros movimientos revolucionarios
posteriores. En su visión histórica también, como en el caso de Burke, está muy presente la
valoración de las responsabilidades individuales de masonería y determinados grupos
políticos, presentando igualmente las revoluciones como producto de la voluntad
minoritaria de un sector burgués ávido de poder. En la visión de Taine, por otra parte, se
entremezcla la comparación entre el esplendor de la época de Luís XIV y la penuria de la
Francia finisecular.
Son numerosos los filósofos e intelectuales de finales del XVIII y principios del
XIX que suscriben una interpretación similar, justificando la necesidad de la revolución
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francesa por encima de sus excesos y desmanes. En esta línea podrían apuntarse nombres
tan significativos como los de Kant, Hegel, Fichte, Herder, Schiller y Paine, quienes se
situarán a la estela de las obras, ampliamente difundidas en su tiempo de Sielles.
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las masas populares, campesinas y ciudadanas. Por tanto, las consecuencias de la
revolución francesa, como la abolición del monopolios de los gremios, el fin del régimen
jurídico en que se asienta la propiedad feudal, etc., son una consecuencia derivada de las
circunstancias concretas, una vez que el citado proceso se desencadenó, y por encima de la
voluntad inicial de sus principales actantes, la burguesía progresista.
La novedad historiográfica que presenta esta corriente es la preocupación por la
situación social y económica, suponiendo al mismo tiempo una visión histórica no centrada
en los grandes acontecimientos y las clases dirigentes, sino en las masas populares. En esta
misma línea se ubicarían los pioneros estudios del historiador Labrousse sobre los salarios
y los precios en el Antiguo Régimen y período de la revolución francesa. Por otra parte,
algunos historiadores como Rudé abordarán aspectos hasta entonces no analizados nunca,
como la mentalidad de las masas revolucionarias, la generación de corrientes de
pensamiento político en la opinión pública, etc.
Desde 1917 hasta los años 60, la historiografía marxista fue dependiente del aparato
de Estado de la URSS (alimentando, por ejemplo, los textos escolares de los ciudadanos de
los países del Este europeo, Cuba y los restantes países socialistas). Sin embargo, en los
años 50 y, fundamentalmente, en la década siguiente, se trata de postulados historiográficos
que saltarán a Europa occidental, con una visión menos mecanicista y más rica en matices
que la que presentara la ortodoxia marxista.
Hemos de señalar, por otra parte, que Marx y Engels ya habían realizado un análisis
tal vez no muy sistemático de los acontecimientos de la revolución francesa, si bien no
centrado en el período histórico en sí mismo, sino en la definición del “modelo productivo”
precontemporáneo y en el surgimiento del capitalismo. Obviamente, los acontecimientos,
“globalizados” como decimos, son filtrados por el punto de vista del materialismo
histórico.
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condicionamientos férreos en los que se había basado la anterior perspectiva marxista,
empeñada, por decirlo de forma resumida, en acomodar el discurso histórico a la
demostración de la inexorabilidad de la lucha de clases como motor de la historia, la
prevalencia estructural de los factores económicos (y la proyección superestructural de la
ideología y otras componentes sistémicas), o la creación de períodos antitéticos como parte
del esquema evolutivo histórico (tesis, antítesis y síntesis).
Con esta contradictoria fusión de intereses, la burguesía habría sido capaz de vencer
a la aristocracia y ostentar una novedosa posición dominante en la sociedad y en el Estado.
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descrito, se transformaron simultáneamente la estructura socioeconómica (o modo de
producción, en el lenguaje histórico marxista) y la superestructura ideológica (estructuras
políticas, leyes de organización del Estado e ideas circulantes). Por tanto, la revolución
francesa produjo una transición de la sociedad feudal a la capitalista.
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distintos grupos sociales, con sus respectivos intereses específicos a veces antagónicos,
siendo capaz de proporcionar una visión integradora aunque tal vez excesivamente rígida
de la relación entre cada grupo social o simplemente grupo de presión. Tal vez el excesivo
celo por resaltar las reformas estructurales que en el breve interludio de 1792 y 1793 lleva
a cabo la burguesía y presentarlas como un sistema inequívocamente capitalista ofrece una
visión un tanto simplista de la realidad.
Si tuviéramos que buscar un denominador común a todas ellas, podríamos decir que
los historiadores de los que vamos a hablar no consideran la revolución francesa como el
producto inequívoco de una confrontación social, casi inevitable por el “desfase”
productivo-social (inevitabilidad a la que alude la historiografía marxista como premisa
central de su análisis), sino que la concibe como una crisis política exclusivamente.
Para los autores de la Escuela de los Annales (y específicamente para dos de sus
más insignes especialistas en la revolución francesa, Furet y Richet), se trata de una
reacción de sesgo político reformista liberal iniciada por las elites de los tres estamentos, y
dirigido inicialmente contra todo tipo de privilegios. Su pretensión sería establecer la
igualdad y seguridad personal en la legislación.
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guió la revolución, y se señalan como los aspectos que concretan la verdadera razón de ser
de la revolución a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la
Constitución civil del clero, la venta de bienes nacionales, la creación de «Départements»
(las relaciones jurídicas entre los habitantes y el Estado y su cabeza suprema pasaban a
organizarse a partir de demarcaciones homogéneas, igualitarias, hasta cierto punto
arbitrarias...), o la supresión de los monopolios gremiales.
Otra notable diferencia con los historiadores marxistas es que el período 1792–94
no supone para ellos el punto culminante de la revolución burguesa, sino un paréntesis de
la misma, un intermedio prescindible que no tendrá consecuencias: la revolución recobró
su auténtico carácter durante el Directorio napoleónico.
Por otra parte, otorgan gran importancia al período 1795–1798, por suponer la
expansión de la revolución. Al tiempo, el acceso al poder de Napoleón en 1799 habría sido
producto de la planificación en la sombra de los mismos protagonistas de la revolución
burguesa, que pactan para proteger sus conquistas del peligro de una involución al Antiguo
Régimen.
Sería difícil establecer una visión rigurosa de los puntos principales de disensión
respecto a la revolución francesa que han sido campo de lid de las distintas corrientes
historiográficas. Por tanto, hemos de contentarnos con un breve bosquejo de algunas de las
polémicas que generan puntos de partida tan dispares como los que hemos abocetado.
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revolución francesa inicia. Para la historiografía marxista la revolución francesa supuso la
destrucción del orden feudal y su transmutación en un orden burgués o capitalista.
Sin embargo, para otros autores el sistema feudal era prácticamente inexistente en
Francia en el momento de la revolución francesa, existiendo por contra un capitalismo
agrario. Más que un sistema feudal, debe considerarse la existencia de onerosos impuestos
y prestaciones obligatorias del vasallo al señor, quien no presta ya contrapartidas (y
debiendo considerar que muchos de estos señores son nobles que acceden a condición de
propietarios: la burguesía poseía cerca del 30 por 100 del suelo francés). No puede hablarse
de una concomitancia de intereses entre los distintos grupos burgueses, según este punto de
vista.
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Como en parte ha quedado dicho a lo largo del tema, la interpretación del período
jacobino es también uno de los puntos más debatidos. Para algunos historiadores constituye
el punto culminante de la revolución, en tanto que para otros es un exceso (un “patinazo”
de la revolución) sin más consecuencias en un camino que, desde el principio, apuntaba
hacia lo que se logrará de forma estable con el Directorio. Para los historiadores socialistas,
la revolución se “desvirtúa”, se “aburguesa” tras la reacción antijacobina.
4– BIBLIOGRAFÍA
Madrid, 1974 (y ediciones sucesivas la última de 2005 con el título de La era de las
revoluciones).
1973.
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La Revolución Francesa ha sido siempre un asunto complicado de interpretar por la
Historiografía. Fue considerada como modelo de revolución política, en el que la burguesía
desplazaba a la aristocracia en el poder. Sin embargo, no fue una mera transferencia de
poder, sino un cambio en el concepto del ejercicio poder y de administración del país.
También se discute si hubo una revolución o varias. Existen problemas políticos,
económicos e institucionales que dificultan el análisis.
Uno de los primeros autores que trató la Revolución Francesa fue Adolphe Thiers, que en
1827 destacaba el aspecto catastrófico de la revolución, apoyado por una enorme cantidad
de datos, obtenidos de fuentes directas.
Pero la visión más extendida en el siglo XIX era la romántica, que sostenían Lamartine,
Michelet y otros, los cuales reivindicaban el papel del pueblo como protagonista de la
historia. Tocqueville fue uno de los más célebres, y en 1856 su interpretación se
fundamenta en la recopilación de datos de archivo. Taine fue otro de los autores
decimonónicos que en 1875 mantiene que la revolución fue obra de una minoría, contra la
monarquía. Tiene una especial aversión al periodo jacobino, y lo que representa.
También en Estados Unidos e Inglaterra hubo autores que se preocuparon por analizar la
Revolución Francesa, como Charles Fox, Thomas Paine y Thomas Jefferson. Ellos tienen
su propia revolución y su constitución, por lo que ven con simpatía los comienzos de la
revolución, el período de la monarquía constitucional, la Declaración de los Derechos del
Ciudadano e incluso la etapa de la Convención, pero rechazan el período del Terror.
Tabla de contenidos
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3 Interpretación conservadora
4 Interpretación liberal
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6 Interpretación marxista-leninista
7 Interpretación estructuralista
Para Furet, la Revolución Francesa comienza con las Reformas de Turgot en 1774, y no
concluye hasta 1880, año en que se reafirma el sistema republicano. Se caracteriza por
consolidar una legislación secularizada, en la que destacan cuestiones como la del divorcio,
la escuela laica, la enseñanza obligatoria o la libertad de prensa.
Sin embargo, los contemporáneos de la revolución tomarán la fecha del 14 de julio de 1789
(fecha de la toma de la Bastilla) cómo comienzo de la Revolución. Este día, a instancia de
Víctor Hugo en 1880, se convierte en la fiesta nacional francesa.
Cien años después se pretenden olvidar los períodos trágicos de la revolución. La época del
Terror es obviada en la historiografía, y en los libros de texto de las escuelas. Se
considerará como comienzo de la revolución el 5 de mayo de 1789, fecha de la reunión de
los Estados Generales.
En los años treinta del siglo XX, el Partido Comunista Francés hace una interpretación de
la historia en la que funde la Revolución Francesa con la Revolución Rusa, como parte de
un mismo proceso y una única matriz ideológica. Para defender esto, Jaurès escribe
«Historia socialista de la Revolución francesa». Según esta interpretación, Robespierre y la
época del Terror son los hechos culminantes de la revolución, y se comparan con el
bolchevismo. Para autores como Mathiez el bolchevismo y el jacobinismo son dos
dictaduras de clase.
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Terror, de 1793 a 1794, en la que se imponen las reivindicaciones sociales de los sans-
culottes.
Alexis de Tocqueville afirmará, hacia 1850, que la mayor parte de los cambios que se
produjeron durante la Revolución Francesa se habían gestado durante el Antiguo Régimen,
y que la auténtica revolución se dio en 1848. En realidad afirma que la revolución no sirvió
para nada, ya que el Antiguo Régimen tenía flexibilidad suficiente como para asumir los
cambios.
Hippolyte Taine también condenó, en 1876, la Revolución Francesa, por estar en el origen
de todos los conflictos presentes en las sociedades contemporáneas.
Alphonse Aulard mitificará el período republicano, sobre todo la figura de «el Buen
Dantón» opositor de Robespierre y máximo representante de la fase laica de la revolución,
pero con un sentido más democrático.
Esta no es más que una referencia de los numerosos estudios que sobre la Revolución
Francesa se han hecho.
Interpretación conservadora
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Para los conservadores monárquicos, la revolución comenzó el 17 de junio de 1789 y fue
expuesta por los portavoces conservadores de la Asamblea Nacional Constituyente:
Jacques de Cazalés, Gérard de Lally-Tollendal y Jean-Sifrein Maury.
Esta interpretación fue iniciada por Edmon Burke, en Inglaterra, tres años antes del Gran
Terror, y se prolonga hasta el rechazo de la revolución de Taine. Es curioso que se
condenen los hechos, por violentos, mucho antes de que se produjesen los acontecimientos
más sangrientos.
Interpretación liberal
Para los liberales, la Revolución Francesa comienza con el mismo acto revolucionario: la
convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente el 17 de junio de 1789. Se trataba de
liquidar de un golpe la representación particular de los intereses de los estamentos
privilegiados.
Para la burguesía liberal el Juramento del Juego de Pelota el 20 de junio de 1789 y el asalto
a la Bastilla el 14 de julio de 1789 son los hechos centrales de la revolución, un tanto
mitificados. Pero los puntos culminantes de la Revolución Francesa, y los más
decididamente enaltecidos, son: la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, del 26 de agosto de 1789, y la primera constitución escrita, el 3 de diciembre
de 1791.
Se considera a la aristocracia y al clero como una casta privilegiada que ocupan los puestos
del Estado, y que no gobiernan en beneficio de todos, sino para mantener un sistema de
privilegios caduco, lo que implicaba una mala gestión y la corrupción en el Estado.
Jules Michelet es el gran teórico que defiende esta postura. Para él, con la revolución, el
gran pueblo de Francia ha roto sus cadenas y ha conseguido la Libertad. Pero los
protagonistas de la revolución son los grandes hombres, que interpretan los deseos de la
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nación y de la opinión pública para llevar a cabo la revolución. Esta es una de las
interpretaciones más extendidas en la actualidad.
Albert Mathiez, en los años veinte del siglo XX, redescubre la figura de Robespierre, al
que comparó con Lenin. Relaciona las revoluciones francesa y rusa, y considera la
dictadura jacobina como la primera dictadura del proletariado.
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unidad, que concibe el Estado como una estructura unitaria y centralista. Lefebvre y
Soboul han matizado la postura idealizada del socialismo francés, por no ser estrictamente
socialista, ya que no se pueden comparar la Revolución Francesa con la rusa: una es una
revolución burguesa, y la otra es una revolución socialista.
Interpretación marxista-leninista
La interpretación marxista-leninista estuvo, hasta los años sesenta del siglo XX, restringida
a la Unión Soviética y su entorno, pero desde esa época se extendió por todo el mundo. Es
un análisis que se fundamenta en el materialismo histórico. Concibe a la Revolución
Francesa como una, la primera, revolución burguesa, a la que temporalmente se unieron el
campesinado y el proletariado, así como los pequeños burgueses, para derrotar al sistema
feudal absolutista. La revolución fue, así, resultado de la lucha de clases.
Para Lenin, uno de los hechos más significativos de la revolución es la toma de la Bastilla,
el 14 de julio de 1789, a la cual considera como el comienzo de la revolución, por la
participación de las masas en el proceso.
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En la interpretación marxista-leninista no se identifica la Revolución Francesa con la rusa
ya que una es una revolución burguesa y la otra una revolución socialista.
Interpretación estructuralista
Furet y Richet consideran que el fenómeno es más complejo. Opinan que hay tres
revoluciones simultáneas: la de los diputados de Versalles, la de las capas bajas y la
pequeña burguesía, y la de los campesinos.
Alfred Cobban opina que la revolución lo único que consigue es destruir la Administración
monárquica e imponer otra, republicana y napoleónica, desconectada de todo el contexto
político, ideológico y social.
A pesar del tiempo y los estudios sobre la Revolución Francesa, aún están por aclarar
numerosas cuestiones, como si se dio una revolución, o al menos una reacción, de la
aristocracia contra el rey, al ver que podían perder sus privilegios. O si hubo una o tres
revoluciones como indican Furet y Richet.
Estas y otras cuestiones son motivo de estudio hoy en día, ya que la discusión sobre lo que
fue y las consecuencias que tuvo la Revolución Francesa aún están vigentes; no en vano es
el hecho que, tradicionalmente, inaugura la Edad Contemporánea.
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Lo que actualmente se estudia de la Revolución Francesa se centra sobre la estructura
organizativa y administrativa del Antiguo Régimen, que es la parte más desconocida. Así
como su estructura social y económica.
También se estudian el origen social, las motivaciones y los objetivos de los protagonistas
de la revolución, así como los grupos sociales que actuaron durante las distintas fases del
periodo revolucionario.
También se estudia la herencia que nos ha dejado la Revolución Francesa. Según René
Rémond la revolución está en el origen de la sociedad moderna en la que hoy vivimos día a
día.
Obtenido de:
"http://es.wikipedia.org/wiki/Debate_historiogr%C3%A1fico_sobre_la_Revoluci%C3%B3n_Francesa"
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