Vous êtes sur la page 1sur 20

TEMA 37

EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO SOBRE LA


REVOLUCIÓN FRANCESA

Versión a
1– INTRODUCCIÓN

2. LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA:

2.1– LA HISTORIOGRAFÍA LIBERAL


2.2– LA HISTORIOGRAFÍA SOCIALISTA EN FRANCIA
2.3– LA ESCUELA HISTORIOGRÁFICA MARXISTA

3. LOS NÚCLEOS DE CONFLICTO EN LA INVESTIGACIÓN DE LA


REVOLUCIÓN FRANCESA

4. BIBLIOGRAFÍA

1– Introducción

La revolución francesa participa de un proceso general de cambio histórico


(político, social y económico) que arranca en la segunda mitad del siglo XVIII y se
desarrolla a lo largo de la centuria siguiente. Pero, tanto por su amplitud como por su
intensidad, los acontecimientos franceses se revisten de una importancia superior a la de
cualesquiera otros; porque impulsan una gran transformación política y social, de signo
liberal y burgués, cuya onda conmueve al continente europeo; influye en los movimientos
insurgentes de la América española y portuguesa; sirven, en fin, de permanente referencia a
las luchas liberales y democráticas durante todo un siglo.

La contradicción entre el importante peso de la burguesía y campesinado, por una


parte, y la tendencia al endurecimiento de los privilegios aristocráticos por otra (reacción
señorial, en el campo; reacción nobiliaria, para el control del Estado) genera las
condiciones del conflicto y explica la magnitud social del mismo. La crisis económica,
debida a su vez al cambio general de coyuntura desde la década de los setenta, favorece la
crispación de la población rural.

La crisis política desencadenante del proceso revolucionario francés tiene su


motivación inmediata en el problema financiero, que sirve al recrudecimiento de las
tradicionales tensiones entre los estamentos privilegiados y la monarquía por el dominio
del aparato político. A través de los Estados Generales, la prerrevolución aristocrática
tratará de frenar en beneficio propio los avances del absolutismo monárquico, pero solo
consigue franquear la puerta a la peculiar revolución del Tercer Estado.

Entre 1789 y 1791 la elite dirigente (burguesa) del Tercer Estado consigue abrir
paso a una solución revolucionaria, liberal y relativamente templada, a través de dos pasos:
una revolución jurídico–parlamentaria, que entre el 5 de mayo y el 9 de julio convierte a

1
los Estados Generales en Asamblea Constituyente, y una gran movilización popular
(urbana y campesina), que en la segunda semana de julio asegura la victoria de aquélla y
suministra los primeros contenidos (revolución municipal, abolición del "régimen
señorial") al proceso de cambio. La declaración de Derechos, la nacionalización de los
bienes de la Iglesia, la Constitución Civil del Clero, la descentralización y racionalización
de la estructura administrativa del país, y la promulgación de una Constitución monárquica,
resumen las principales transformaciones de esta primera fase.

Sin embargo, la estabilización de un constitucionalismo moderado resulta


imposible. En los años 91 y 92 la inercia revolucionaria y la amenaza de contrarrevolución,
conectada con la reacción exterior de las potencias, impulsan un proceso de radicalización
socialmente sostenido por el elemento sans–culotte, de extremado sentimiento patriótico.
La guerra exterior, deseada por el rey, conduce a la caída de la monarquía (revolución
popular del 10–VIII–1792), y a la reunión por sufragio universal de una nueva asamblea
constituyente (Convención). Se desencadena el primer terror y se conjura en la victoria de
Valmy la amenaza de invasión prusiana.
La burguesía se escinde: los girondinos desean la vuelta al orden y la normalidad;
los montañeses encarnan el rigor autoritario revolucionario: en 1793 se imponen, siendo el
tiempo de la dictadura revolucionaria, del segundo terror, ahora institucionalizado, de los
controles económicos, de las primeras medidas sociales. Derrotan con la leva en masa a los
contrarrevolucionarios. El propio Robespierre acabará cayendo en desgracia en 1794.

De nuevo en manos de los moderados, la Convención persigue a los montañeses,


liquida los instrumentos y política del período precedente y aprueba una nueva constitución
(IX–1795), que inaugura el llamado régimen del Directorio. Es el gobierno de los notables
y el tiempo de los negocios, de una burguesía escarmentada de aventuras revolucionarias y
deseosa de consolidar las nuevas posiciones conseguidas. Pero el Directorio es frágil:
porque es un régimen que impulsa la guerra de expansión, y recurre en el interior a la
fuerza, hasta que dependa de la estabilidad que el joven general Bonaparte brindará en
forma de régimen personalista a partir de noviembre de 1799.

Se trata, pues, de un período complejo, confuso, de grandes cambios en cuanto a su


protagonismo; y sobre el que los historiadores no siempre se ponen de acuerdo a la hora de
priorizar causas.

El desarrollo del tema intenta recoger las principales orientaciones y controversias


en la investigación actual sobre la Revolución Francesa.

Los estudios sobre la Revolución francesa han originado un material muy


abundante del que pueden contarse más de 50.000 títulos. Pueden citarse multitud de
congresos, instituciones ––Comission d'histoire économique et sociale de la Révolution
française, Institut d'histoire de la Révolution française (Universidad de París–Sorbona),
Comission Internationale d'histoire de la Révolution française–– y revistas ––Annales
historiques de la Révolution française–– específicas sobre el tema.

2. LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA.

La revolución francesa es uno de los aspectos históricos que más obras


historiográficas y estudios de todo tipo ha suscitado, con interpretaciones diametralmente

2
opuestas. En todo caso, existe un único consenso: la revolución francesa implicó un
cambio fundamental en la estructura de las relaciones políticas, sociales, económicas y
culturales de Francia, y fue un precedente en la generación de las oleadas revolucionarias
atlánticas que habrían de propiciar el salto a la época contemporánea. La revolución
francesa representa un tránsito del monopolio de la dirección del Estado por parte de la
nobleza aristócrata a la capa social de la burguesía y otros grupos sociales cercanos.

Y, en consecuencia, la revolución francesa establece las bases de la modernidad, de


nuestros regímenes políticos constitucionales, con vertientes como la Declaración de los
Derechos Humanos, promulgación de las libertades democráticas, etc.

La toma de posiciones historiográficas se inició de forma coetánea a la revolución


francesa, y se extendió hasta nuestros días, en ocasiones con una mezcla de juicios y
proyecciones de valores morales y políticos, existiendo una especial trascendencia de la
toma de postura que cada historiador, e incluso cada persona pública adopta respecto a la
revolución francesa, de tal forma que el debate sobre la revolución francesa acaba
inexorablemente englobando posturas filosóficas, ideológicas, que se mezclan con
postulados estrictamente historiográficos y metodológicos en indisoluble amalgama.

Si nos retrotraemos en el tiempo, tal vez uno de los pioneros en iniciar las
interpretaciones sobre la revolución francesa fue el historiador británico Burke. Fue este
personaje, de ideología marcadamente reaccionaria, quien contrapondrá una visión idílica
del Antiguo Régimen, contraponiéndola al período jacobino del terror (como si éste fuera
el único momento evolutivo de la revolución francesa), de tal forma que presentaba un
retrato catastrofista de dicho período.

Evidentemente, su finalidad última era repudiar las revoluciones antinobiliarias de


cualquier índole, presentando en su forzado retrato histórico una monarquía francesa
sustentadora de una constitución socialmente equilibrada y protectora de las clases
humildes, junto a una nobleza injustamente inmolada, o un estado clerical al servicio de la
sociedad, y, por último, un estamento llano laborioso, que pronto va a ser manipulado
perversamente por las ansias burguesas de medrar. Y bien: a partir de la clásica obra de
Burke se presentó una primera e influyente interpretación de sesgo inequívocamente
conservador, en la que la revolución francesa queda equiparada al uso gratuito de violencia,
a la descomposición innecesaria de una sociedad “armónica” (en palabras del propio
Burke), que correspondía a una legalidad histórica que provenía de antiguo; y con unas
consecuencias nefastas para todas las clases sociales, incluida la propia burguesía.

Por otra parte, y como conviene a esta postura que denuncia el “conspiracionismo”,
en la obra de Burke, si nos atenemos estrictamente a los contenidos, se otorga un
protagonismo casi absoluto a jacobinos y masones, tratados como dos grupos genéricos y
distintos (¿es que no hubo jacobinos masones, o masones no revolucionarios?). También
los “iluminados” y “visionistas”, y otros grupos “sectarios”, movidos por el odio, habrían
apoyado en sus reuniones conspiratorias previas al estallido 1789, a jacobinos y masones.
Por tanto, la revolución francesa no sería un acto espontáneo, ni ligado a unas
circunstancias estructurales, y ni siquiera se tiene en cuenta aspectos tan obvios como la
subida del precio del pan como desencadenante. Enlazando con el papel que los visionarios
desempeñan en el complot supuesto, Burke apela a la postura religiosa panteísta por
entonces vigente, que proclama el «culto al Ser Supremo», como religión del Estado,
justificando de esta forma la persecución del clero (en lugar de apelar a la preeminencia

3
social del alto clero, es decir, a la posición entre las clases privilegiadas que ostentan buena
parte de los clérigos encarcelados y guillotinados antes del terror jacobino –época en la que
cualquier persona perteneciente a un colectivo no percibido como revolucionario podía ser
subido al cadalso arbitrariamente–).

En el último cuarto del siglo XIX el célebre historiador Taine continuará esta línea
interpretativa, hablando del efecto de contagio que la revolución francesa habría tenido
sobre las oleadas revolucionarias posteriores. Taine reflexiona sobre este hecho con el telón
de fondo del hundimiento del Segundo Imperio francés, estableciendo un paralelismo
histórico casi mimético entre la revolución francesa y otros movimientos revolucionarios
posteriores. En su visión histórica también, como en el caso de Burke, está muy presente la
valoración de las responsabilidades individuales de masonería y determinados grupos
políticos, presentando igualmente las revoluciones como producto de la voluntad
minoritaria de un sector burgués ávido de poder. En la visión de Taine, por otra parte, se
entremezcla la comparación entre el esplendor de la época de Luís XIV y la penuria de la
Francia finisecular.

Otros ejemplos de historiografía ultrarrealista y conservadora se encuentran mucho


más próximos en el tiempo, como sucede con las obras de Gaxotte y Aubry, por más que
estos postulados historiográficos van a ser tempranamente superados.

2.1– La historiografía liberal.

Desde los primeros momentos de la revolución francesa autores como Sieyés


defenderán la “legalidad” de la revolución francesa, a la que se plantea como una especie
de pacto implícito de las restantes clases sociales contra la aristocracia parasitaria. Y por
tanto, se trataba de superar un sistema social y político anacrónico, que había entrado en
vigor muchos siglos atrás, y constituía una rémora para el desarrollo del país. En síntesis,
esta corriente historiográfica coincide con las intervenciones parlamentarias de los
primeros momentos de la revolución francesa: la improductiva aristocracia debía
abandonar su papel predominante en las instituciones políticas, y ser desposeída de sus
privilegios y prebendas, tal como desde las páginas de la Enciclopedia o los textos
volterianos se venía reclamando.

Y la cita a los ilustrados no es gratuita, ya que en las primeras obras históricas


liberales se insiste en el papel activo que el pensamiento ilustrado tiene en la creación de
una conciencia en el Tercer Estado, de la que la burguesía sería, según esta visión, mera
portavoz.

Además, la historiografía liberal coetánea a la revolución francesa destaca como los


hitos fundamentales aspectos tales como la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano (finales de agosto de 1789) o la aprobación de la primera Constitución (la de
setiembre de 1791), textos a los que consideran los realmente representativos de la obra
revolucionaria. De esta forma, distinguen los aspectos “positivos” y “dignos de encomio”
de los revolucionarios de los que consideran “negativos” o “execrables”, tales como la
dictadura jacobina (a la que sin embargo ubican en el lugar de lo ineludible, dada la
amenaza de la nación proveniente de las potencias absolutistas europeas)

Son numerosos los filósofos e intelectuales de finales del XVIII y principios del
XIX que suscriben una interpretación similar, justificando la necesidad de la revolución

4
francesa por encima de sus excesos y desmanes. En esta línea podrían apuntarse nombres
tan significativos como los de Kant, Hegel, Fichte, Herder, Schiller y Paine, quienes se
situarán a la estela de las obras, ampliamente difundidas en su tiempo de Sielles.

En el contexto de la nueva mentalidad romántica, el pensamiento historiográfico


liberal se continuará mediante autores como el célebre Michelet o Aulard. En la
interpretación de este último autor, es realmente el pueblo el protagonista de esta lucha por
su liberación, trasladando el protagonismo de la revolución francesa de la Asamblea a la
calle, o de la burguesía ilustrada a las masas populares. Es preciso tener en cuenta que la
mayoría de los defensores de esta visión romántica son republicanos militantes, y que la
misma se fragua en el contexto histórico de la III República.
Coincidiendo con esta concepción populista de revolución francesa, el país va a
comenzar a rendir culto a las fechas y actos donde más señalada fue la intervención
popular: se mitifica el l4 de julio (declarado significativamente fiesta nacional), y se
identifica el espíritu de la revolución con la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789. En los libros de historia se destaca la participación de todas las clases
sociales no privilegiadas en la toma de la Bastilla (aspecto que está perfectamente
representado también en el lienzo La libertad guiando al pueblo), al mismo tiempo que se
resalta el espíritu laicista de la revolución (obviando, intencionadamente, los excesos
anticlericales de los revolucionarios). Hasta cierto punto, el programa republicano se
“proyectaba” hacia atrás en el tiempo.

2.2– La historiografía socialista en Francia

Los historiadores franceses de caracterizadas ideas socialistas, como Soboul (tal


vez el autor con más repercusión historiográfica), Jaurés, Mathiez y Lefebvre han supuesto
un hito en la interpretación historiográfica de la revolución francesa. Puede decirse, a
grandes rasgos, que la historiografía posterior no ha hecho sino posicionarse en uno u otro
sentido respecto a estos autores, los primeros que brindan una explicación con pretensiones
estructurales (sean o no aceptables sus puntos de vista). Pero no se trata de una corriente
homogénea, ni siquiera circunscrita en el tiempo. Así, con frecuencia se ha intentado
establecer un paralelismo entre los citados autores y los “protosocialistas” o socialistas
utópicos, entre los que sin duda debemos destacar a Blanc.

Hacia mediados del XIX, Blanc percibe en el período jacobino y su contundencia


revolucionaria un buen ejemplo del Estado socialista al que la sociedad francesa debe
propender. Señala, por otra parte, en su análisis, lo que constituye una desnaturalización de
la obra revolucionaria, especialmente en tiempos de Napoleón.

También Jaurés, autor de la crucial obra Histoire socialiste de la Révolution


française, editada en los primeros momentos del XX, asume la interpretación socialista
anterior, defendiendo la revolución francesa como una manifestación de la luchas de clases,
y su resultante como la toma del poder político por la burguesía, que refrenda así su
posición de preeminencia económica. Hasta cierto punto, supone la aplicación de algunos
postulados del materialismo histórico marxista al análisis de la revolución francesa, con
una elaboración mucho más sistemática que los escritos de Marx. La nobleza “feudal” (en
palabras textuales) se ve derrotada por una democracia social, producto del desarrollo del
capitalismo moderno; si bien inicialmente la burguesía no presenta una confrontación
abierta a la aristocracia, y es la intervención extranjera y la negativa de la aristocracia a
aceptar una política de hechos consumados lo que lleva a la burguesía a buscar el apoyo de

5
las masas populares, campesinas y ciudadanas. Por tanto, las consecuencias de la
revolución francesa, como la abolición del monopolios de los gremios, el fin del régimen
jurídico en que se asienta la propiedad feudal, etc., son una consecuencia derivada de las
circunstancias concretas, una vez que el citado proceso se desencadenó, y por encima de la
voluntad inicial de sus principales actantes, la burguesía progresista.
La novedad historiográfica que presenta esta corriente es la preocupación por la
situación social y económica, suponiendo al mismo tiempo una visión histórica no centrada
en los grandes acontecimientos y las clases dirigentes, sino en las masas populares. En esta
misma línea se ubicarían los pioneros estudios del historiador Labrousse sobre los salarios
y los precios en el Antiguo Régimen y período de la revolución francesa. Por otra parte,
algunos historiadores como Rudé abordarán aspectos hasta entonces no analizados nunca,
como la mentalidad de las masas revolucionarias, la generación de corrientes de
pensamiento político en la opinión pública, etc.

Como puede presuponerse, la interpretación historiográfica de los autores de


ideología socialista otorga un papel protagónico a los pequeños productores amenazados
por la ruina, que se ven obligados a endeudarse y finalmente entregar en venta sus tierras a
la nobleza o al clero. En cambio, según esta hipótesis, la gran burguesía o burguesía
comerciante fue a la zaga de esta otra clase social, adaptándose a las innovaciones políticas
que se van proponiendo, en la medida que no impliquen una merma de su posición social y
económica respecto a los demás grupos sociales. Por eso, primero apoyarán la solución
monárquica constitucionalista, y llegarán a dar validez y legitimidad a la vía girondina;
aunque rechazarán y reaccionarán en contra de la dictadura jacobina: este período, según
los historiadores referidos, se caracterizaría por la asunción de protagonismo por parte de
las clases bajas, como artesanos modestos y campesinos (visión demasiado esquemática de
la realidad, luego puesta en cuestión)

2.3– La escuela historiográfica marxista.

Desde 1917 hasta los años 60, la historiografía marxista fue dependiente del aparato
de Estado de la URSS (alimentando, por ejemplo, los textos escolares de los ciudadanos de
los países del Este europeo, Cuba y los restantes países socialistas). Sin embargo, en los
años 50 y, fundamentalmente, en la década siguiente, se trata de postulados historiográficos
que saltarán a Europa occidental, con una visión menos mecanicista y más rica en matices
que la que presentara la ortodoxia marxista.

Hemos de señalar, por otra parte, que Marx y Engels ya habían realizado un análisis
tal vez no muy sistemático de los acontecimientos de la revolución francesa, si bien no
centrado en el período histórico en sí mismo, sino en la definición del “modelo productivo”
precontemporáneo y en el surgimiento del capitalismo. Obviamente, los acontecimientos,
“globalizados” como decimos, son filtrados por el punto de vista del materialismo
histórico.

Por otra parte, fueron continuadores de esta visión marxista de la revolución


francesa algunos de los principales líderes de la revolución soviética, comenzando por el
propio Lenin y abarcando incluso a Stalin (cuya aportación tiene hoy en día escaso valor
historiográfico).

A partir de estos antecedentes, autores como el francés Mazauric y el germano


occidental Markow realizarán un nivel de lectura materialista–histórico sin los

6
condicionamientos férreos en los que se había basado la anterior perspectiva marxista,
empeñada, por decirlo de forma resumida, en acomodar el discurso histórico a la
demostración de la inexorabilidad de la lucha de clases como motor de la historia, la
prevalencia estructural de los factores económicos (y la proyección superestructural de la
ideología y otras componentes sistémicas), o la creación de períodos antitéticos como parte
del esquema evolutivo histórico (tesis, antítesis y síntesis).

Mazuric y Markow han analizado la revolución francesa como un ejemplo


paradigmático del enfrentamiento entre una burguesía capitalista, que coyunturalmente
había atraído a “su” causa a la pequeña burguesía, a las clases rurales , al proletariado de
las ciudades y los pobres que colmaban las ciudades principales de la Francia
prerrevolucionaria sin ocupación alguna. Todos ellos, amalgamados inicialmente, afirma
Markow, reaccionan contra un sistema obsoleto, incapaz de asumir e integrar las nuevas
formas productivas y, sobre todo, la indiscutible preeminencia social burguesa.

Desde la óptica materialista, y siguiendo casi al pie de la letra la división en


períodos históricos realizada por Marx, consideran al sistema prerrevolucionario como un
sistema feudal absolutista y de sesgo reaccionario.

Como conviene a la noción marxista de la “vanguardia” revolucionaria, la


historiografía histórico–materialista pone especial énfasis en el protagonismo de los sans
culottes, de los campesinos, con especial interés por temas como Babeuf, los enragés, etc.
Por otra parte, como una forma de justificar la dictadura jacobina, analizan
exhaustivamente la respuesta internacional que recibirá la revolución francesa, a la que
califican como una contrarrevolución absolutista. Por último, desde el punto de vista del
análisis historiográfico realizado, merece la pena aludir a la prospección de las ideologías
que, a medida que avanza la revolución francesa, se manifiestan, llegando incluso a
presuponer la existencia de un pensamiento protocomunista en algunos de los protagonistas
de la revolución.

El sistema feudal y absolutismo monárquico que, a la altura de 1789, ostentaba la


Francia borbónica, fue incapaz por tanto de asumir la variación de las relaciones
económicas y sociales. El resultado de ese desfase, la diferencia entre las fuerzas
productivas y la superestructura política (una monarquía absoluta valedora de la
aristocracia) será la generación de un abierto antagonismo en las décadas precedentes a la
revolución francesa. Por tanto, y sin desdeñar las circunstancias concretas de la revolución
de 1789, a las que tratan como meros detonantes puntuales, centran su análisis en lo que
podríamos calificar como condiciones estructurales genéricas, ciñendo su prospección a la
incardinación imposible de las nuevas relaciones de producción en un sistema político
feudal.

Desde su punto de vista, la participación de campesinos, clases urbanas y otros


grupos sociales al margen de la burguesía en la revolución francesa fue a cambio de las
exiguas contrapartidas que ésta se ve obligada a otorgar a cambio de su apoyo.

Con esta contradictoria fusión de intereses, la burguesía habría sido capaz de vencer
a la aristocracia y ostentar una novedosa posición dominante en la sociedad y en el Estado.

A partir de entonces, valiéndose del aparato estatal, abolió cuantos obstáculos se


interponían en el camino hacia un modelo productivo capitalista. Y, fruto de ese proceso

7
descrito, se transformaron simultáneamente la estructura socioeconómica (o modo de
producción, en el lenguaje histórico marxista) y la superestructura ideológica (estructuras
políticas, leyes de organización del Estado e ideas circulantes). Por tanto, la revolución
francesa produjo una transición de la sociedad feudal a la capitalista.

Es obvio decirlo, los historiadores marxistas establecen implícitamente un


paralelismo entre la revolución francesa y la soviética, como momentos culminantes de la
evolución histórica, como momentos de transición entre modelos contrapuestos de
producción.

Según Mazuric y otros historiadores marxistas, en la revolución francesa pueden


distinguirse dos fases diametralmente opuestas, a las que califican como fase ascendente y
fase descendente o contrarrevolucionaria. La primera de ellas estuvo condicionada por la
ya aludida fusión de intereses entre burguesía y masa popular rural y urbana. Ambas clases
reaccionan frente al sistema de relaciones sociales dominado por la aristocracia, al que,
como ya sucede desde la propia revolución francesa, se denominará “Antiguo Régimen”.

No se concibe la revolución francesa, afirman, sin la activa participación de las


masas populares, empleada como resorte de una burguesía ávida de poder. Desde su acceso
a la estructura del Estado, comenzaría a transformar la sociedad según los principios
capitalistas que convienen a sus intereses.

Pero desde el comienzo se produce una escisión en la clase burguesa: la alta


burguesía, a la que no convendría cuestionar hasta sus últimas consecuencias el sistema de
preeminencia social (su posición es “tendente al ennoblecimiento”, se señala), se separa de
la burguesía mesocrática de talante demócrata y del resto de los revolucionarios. Su
actuación es interpretada por estos historiadores como inequívocamente
contrarrevolucionaria. Consideran exponentes de esta alta burguesía a los girondinos y los
feuillants.

A partir de ese momento, suscribirán implícitamente un compromiso con la


aristocracia, que ha sido comparado con la Revolución inglesa de 1688. Sin embargo, las
masas populares reaccionaron ante este pacto contrario a sus expectativas, asumiendo ya
abiertamente el mando de la revolución francesa los años 1792 y 1793. Pero esta toma
efímera del poder no sería suficiente para desmotar las relaciones de producción propicias
a la burguesía que se venían configurando.

Desde 1794, superada la fase jacobina, se produce la reacción burguesa, desligada


ya abiertamente de los puntos de vista e intereses de la masa: a esta reacción, punto de
inflexión de la revolución francesa, es a lo que califica la historiografía marxista de los
años 60 como “fase descendente”, a partir de la cual la burguesía hará explícitos sus
verdaderos intereses sociales.

De la historiografía marxista han perdurado numerosos e interesantes aspectos


sobre la ulterior visión de la revolución francesa. Por una parte, realiza un análisis certero
de las fases revolucionarias (se esté o no de acuerdo con la explicación de las causas que
las generan que dichos autores ofrecen), siendo hoy un lugar común en historiadores no
marxistas hablar de la reacción pendular experimentada, o de la contrarrevolución posterior
a período jacobino. Por otra parte, y al menos hasta los años 70, la escuela histórica
marxista ha sido la que ha brindado un análisis más matizado de la participación de los

8
distintos grupos sociales, con sus respectivos intereses específicos a veces antagónicos,
siendo capaz de proporcionar una visión integradora aunque tal vez excesivamente rígida
de la relación entre cada grupo social o simplemente grupo de presión. Tal vez el excesivo
celo por resaltar las reformas estructurales que en el breve interludio de 1792 y 1793 lleva
a cabo la burguesía y presentarlas como un sistema inequívocamente capitalista ofrece una
visión un tanto simplista de la realidad.

2.4– Las interpretaciones revisionistas

Con este epígrafe no queremos aludir a una escuela historiográfica circunscrita,


sino referirnos a un heterogéneo conjunto de análisis que tienen en común una reacción
frontal contra las visiones marxistas.

Si tuviéramos que buscar un denominador común a todas ellas, podríamos decir que
los historiadores de los que vamos a hablar no consideran la revolución francesa como el
producto inequívoco de una confrontación social, casi inevitable por el “desfase”
productivo-social (inevitabilidad a la que alude la historiografía marxista como premisa
central de su análisis), sino que la concibe como una crisis política exclusivamente.

Lo cierto es que durante mucho tiempo, y especialmente en la historiografía que va


de la segunda mitad del XIX a la segunda mitad del XX, esta había sido la interpretación
usual, en autores como A. de Tocqueville (si nos referimos al siglo XIX) o historiadores de
nuestro tiempo como Godechot y Cobban, o autores de la Escuela de los Annales como
Richet y Furet.

La Escuela de los Annales ve en los sucesos de la Francia de 1789 la confluencia de


dos factores revolucionarios (esto es, dos núcleos revolucionarios):

1 – los diputados de Versalles, encerrados en la Sala del Juego de la Pelota


2 – las capas bajas y pequeño–burguesas en las ciudades y campo (resaltándose,
específicamente de esta masa rural, que existe una honda tradición de levantamientos
antiseñoriales, y que mantendrán sus propias expectativas e intereses).

Para los autores de la Escuela de los Annales (y específicamente para dos de sus
más insignes especialistas en la revolución francesa, Furet y Richet), se trata de una
reacción de sesgo político reformista liberal iniciada por las elites de los tres estamentos, y
dirigido inicialmente contra todo tipo de privilegios. Su pretensión sería establecer la
igualdad y seguridad personal en la legislación.

Por tanto, no existe en la revolución francesa nada parecido a la interpretación


marxista de las pretensiones de transformación del orden socioeconómico, siendo la
finalidad determinante la sustitución de la monarquía absoluta por régimen igualitario,
anticipación de la veta constitucionalista y liberalista decimonónica. Para estos
historiadores la sublevación popular no fue el aspecto más notorio ni representativo de la
revolución francesa, sino que su verdadero núcleo fue la promisión de una nueva
organización jurídica.

Se insiste, al respecto, en la derogación de los derechos feudales como el eje que

9
guió la revolución, y se señalan como los aspectos que concretan la verdadera razón de ser
de la revolución a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la
Constitución civil del clero, la venta de bienes nacionales, la creación de «Départements»
(las relaciones jurídicas entre los habitantes y el Estado y su cabeza suprema pasaban a
organizarse a partir de demarcaciones homogéneas, igualitarias, hasta cierto punto
arbitrarias...), o la supresión de los monopolios gremiales.

No se remarca, como en la historiografía marxista, la pugna entre la clase burguesa


contra la nobleza, sino que resaltan la pugna entre las elites ilustradas y liberales de los tres
estamentos: en lugar de lucha de clases, se habla de una lucha de elites.

La revolución francesa sería el producto del fracaso de los sucesivos gobiernos en


la generación de las necesarias reformas económicas, fiscales y de todo tipo. Ésta sería,
para dichos historiadores, la causa del agotamiento del Antiguo Régimen, junto con el
vacío de poder que se vive en los momentos precedentes a la revolución francesa.

La inicial intención revolucionaria no pasaba por una abolición de la monarquía, ni


siquiera en apartar al monarca del proceso político, ni lograr el sufragio universal. Los
acontecimientos desbordaron las intenciones, y a partir de la Convención, la sublevación se
apartó de sus iniciales objetivos, por la interferencia creada al superponerse la revolución
de campesinos, artesanos y sans-culottes.

Furet y Richet hablan, significativamente, del «patinazo» revolucionario, al que


contribuye no poco la actitud del rey, incapaz de reconciliarse con las intenciones
constitucionales de los revolucionarios.

Otra notable diferencia con los historiadores marxistas es que el período 1792–94
no supone para ellos el punto culminante de la revolución burguesa, sino un paréntesis de
la misma, un intermedio prescindible que no tendrá consecuencias: la revolución recobró
su auténtico carácter durante el Directorio napoleónico.

Es obvio que para estos historiadores el proyecto de los protagonistas de la


revolución francesa, dejando al margen al interludio jacobino, coincide en lo sustancial con
la visión de la Ilustración, a la que consideran una causa de la revolución.

Por otra parte, otorgan gran importancia al período 1795–1798, por suponer la
expansión de la revolución. Al tiempo, el acceso al poder de Napoleón en 1799 habría sido
producto de la planificación en la sombra de los mismos protagonistas de la revolución
burguesa, que pactan para proteger sus conquistas del peligro de una involución al Antiguo
Régimen.

3. Los núcleos de conflicto en la investigación de la revolución francesa

Sería difícil establecer una visión rigurosa de los puntos principales de disensión
respecto a la revolución francesa que han sido campo de lid de las distintas corrientes
historiográficas. Por tanto, hemos de contentarnos con un breve bosquejo de algunas de las
polémicas que generan puntos de partida tan dispares como los que hemos abocetado.

No podríamos dejar de citar la controversia sobre los cambios “estructurales” que la

10
revolución francesa inicia. Para la historiografía marxista la revolución francesa supuso la
destrucción del orden feudal y su transmutación en un orden burgués o capitalista.

Sin embargo, para otros autores el sistema feudal era prácticamente inexistente en
Francia en el momento de la revolución francesa, existiendo por contra un capitalismo
agrario. Más que un sistema feudal, debe considerarse la existencia de onerosos impuestos
y prestaciones obligatorias del vasallo al señor, quien no presta ya contrapartidas (y
debiendo considerar que muchos de estos señores son nobles que acceden a condición de
propietarios: la burguesía poseía cerca del 30 por 100 del suelo francés). No puede hablarse
de una concomitancia de intereses entre los distintos grupos burgueses, según este punto de
vista.

Otro punto de confrontación es quién fue la clase social “motor” de la revolución


francesa. Para algunos historiadores la burguesía revolucionaria, a la altura de 1789, no
constituía ni mucho menos una clase en ascenso, emergente, sino que estaba nutrida
fundamental por antiguos funcionarios de la Corona francesa, que por su cualificación
habían ido desplazando de los puestos de la Administración a parte de la nobleza. En
cambio, la burguesía industrial y comercial apenas habría participado en la revolución, ni
estuvieron representados en ninguna de las corporaciones creadas por ley.

También es polémico el análisis sobre la situación en la Francia prerrevolucionaria.


Para muchos historiadores tradicionales, había sido la “refeudalización” el agente que
desencadenó la revolución, junto con la negativa a admitir una revisión de los privilegios
anacrónicos. En una línea similar se posiciona el marxismo, llevando esta resistencia
numantina al cambio al campo de la lucha de clases.

En cambio, algunos historiadores de los Annales han insistido en que esta


“refeudalización” es una leyenda cultivada por los propios artífices de la revolución del
1789, y que en la Francia de dicho momento no existía ningún veto social contra el Tercer
Estado en su posible promoción a determinados puestos de la administración. Las medidas
del Gobierno en la década de los años 1780 (por ejemplo, la exigencia de tener cuatro
generaciones nobles por la línea paterna para alcanzar algunos rangos en el ejército) se
dirigían contra las aspiraciones de la nueva nobleza “arribista”.

Otro de los problemas largamente abordado ha sido la consideración de las


revoluciones de Independencia de EE.UU. y las pertenecientes a la Europa de la primera
mitad del siglo XIX como análogas, llegándose a acuñar el término unitario “revoluciones
atlánticas” (en expresión de Robert R. Palmer y Jacques Godechot). El análisis de los
rasgos concomitantes a todas las revoluciones occidentales no ha estado exento de
polémica, siendo por ejemplo tenaz la resistencia de la historiografía socialista a abandonar
sus tesis de una revolución francesa sin parangón, singular, que no admite comparación con
los restantes procesos.
Igualmente controvertido ha sido el hecho de suponer la existencia de varias
“revoluciones” concomitantes en el tiempo pero protagonizadas por grupos sociales con
intenciones distintas. Mientras algunos historiadores hablan de una revolución francesa con
tres etapas, sucesión lógica de los acontecimientos (como hemos descrito, en el fondo es
producto de la alianza “contra natura” de burguesía y masas urbanas y campesinas, pronto
rota), mientras que otros hablan simplemente de tres revoluciones distintas, que
únicamente tienen en común las causas estructurales y coyunturales.

11
Como en parte ha quedado dicho a lo largo del tema, la interpretación del período
jacobino es también uno de los puntos más debatidos. Para algunos historiadores constituye
el punto culminante de la revolución, en tanto que para otros es un exceso (un “patinazo”
de la revolución) sin más consecuencias en un camino que, desde el principio, apuntaba
hacia lo que se logrará de forma estable con el Directorio. Para los historiadores socialistas,
la revolución se “desvirtúa”, se “aburguesa” tras la reacción antijacobina.

4– BIBLIOGRAFÍA

COBBAN, A.: La interpretación social de la Revolución Francesa. Narcea, Madrid, 1971.

HOBSBAWM, E.J.: Las revoluciones burguesas. Europa, 1789–1848. Guadarrama,

Madrid, 1974 (y ediciones sucesivas la última de 2005 con el título de La era de las

revoluciones).

JAURÈS, J., Causas de la Revolución francesa. Crítica, Barcelona, 1982.

LEFEBVRE, G., La Revolución Francesa y el Imperio. F.C.E., Méjico, 1975.

MATHIEZ, A.: La Revolución Francesa. Labor, Barcelona, 1935.

MAZAURIC, C.: Sur la Révolution française. París, 1970.

PALMER, R.: Les révolutions de la liberté et de l'égalité. París. 1969.

RUDÉ, G., La Europa revolucionaria, 1730–1840. Siglo XXI, Madrid, 1974.

SOBOUL, A.: La Revolución francesa. Oikos–Tau, Barcelona, 1981.

SURATTEAU, J.R. : La Révolution Française. Certitudes et controverses. PUF, París,

1973.

Debate historiográfico sobre la Revolución


Francesa
De Wikipedia

La Revolución Francesa ha sido estudiada por multitud de autores desde el mismo


momento en el que se produjo. La discusión sobre su comienzo, duración, etapas y hechos,
ha estado en el centro de la polémica historiográfica desde un principio.

12
La Revolución Francesa ha sido siempre un asunto complicado de interpretar por la
Historiografía. Fue considerada como modelo de revolución política, en el que la burguesía
desplazaba a la aristocracia en el poder. Sin embargo, no fue una mera transferencia de
poder, sino un cambio en el concepto del ejercicio poder y de administración del país.
También se discute si hubo una revolución o varias. Existen problemas políticos,
económicos e institucionales que dificultan el análisis.

Uno de los primeros autores que trató la Revolución Francesa fue Adolphe Thiers, que en
1827 destacaba el aspecto catastrófico de la revolución, apoyado por una enorme cantidad
de datos, obtenidos de fuentes directas.

Pero la visión más extendida en el siglo XIX era la romántica, que sostenían Lamartine,
Michelet y otros, los cuales reivindicaban el papel del pueblo como protagonista de la
historia. Tocqueville fue uno de los más célebres, y en 1856 su interpretación se
fundamenta en la recopilación de datos de archivo. Taine fue otro de los autores
decimonónicos que en 1875 mantiene que la revolución fue obra de una minoría, contra la
monarquía. Tiene una especial aversión al periodo jacobino, y lo que representa.

También en Estados Unidos e Inglaterra hubo autores que se preocuparon por analizar la
Revolución Francesa, como Charles Fox, Thomas Paine y Thomas Jefferson. Ellos tienen
su propia revolución y su constitución, por lo que ven con simpatía los comienzos de la
revolución, el período de la monarquía constitucional, la Declaración de los Derechos del
Ciudadano e incluso la etapa de la Convención, pero rechazan el período del Terror.

En el siglo XX cambia, en buena medida, la interpretación de la Revolución Francesa.


Autores como Mathiez se dedican al estudio de las fuerzas económicas que se encuentran
en el proceso revolucionario. Lefebvre destaca la importante labor del campesinado en los
acontecimientos. Labourse proporciona datos históricos y estadísticos, principalmente
económicos, y destaca la evolución, al alza, del precio del pan, como desencadenante de la
revolución. Autores como Soboul y Godechot hacen una integración de los aspectos
políticos, económicos y sociales. Las últimas interpretaciones se han hecho con motivo del
bicentenario de la revolución. Autores como Furet defienden una interpretación política de
la revolución, divulgada con este motivo.

Tabla de contenidos

[ocultar]

 1 Delimitación y fases de la Revolución Francesa

 2 Rasgos fundamentales del debate

 3 Interpretación conservadora

 4 Interpretación liberal

 5 Interpretación de los socialistas franceses

13
 6 Interpretación marxista-leninista

 7 Interpretación estructuralista

 8 Controversias y objetivos de la investigación actual

Delimitación y fases de la Revolución Francesa

Con la revolución se produjo un cambio fundamental en la estructura de las relaciones


políticas, sociales, económicas y culturales de Francia. La burguesía accede al poder, y a
partir de ahora el dinero y el patrimonio será quien marque las diferencias de clase,
quedando anticuada la estructura estamental.

Para Furet, la Revolución Francesa comienza con las Reformas de Turgot en 1774, y no
concluye hasta 1880, año en que se reafirma el sistema republicano. Se caracteriza por
consolidar una legislación secularizada, en la que destacan cuestiones como la del divorcio,
la escuela laica, la enseñanza obligatoria o la libertad de prensa.

Sin embargo, los contemporáneos de la revolución tomarán la fecha del 14 de julio de 1789
(fecha de la toma de la Bastilla) cómo comienzo de la Revolución. Este día, a instancia de
Víctor Hugo en 1880, se convierte en la fiesta nacional francesa.

Cien años después se pretenden olvidar los períodos trágicos de la revolución. La época del
Terror es obviada en la historiografía, y en los libros de texto de las escuelas. Se
considerará como comienzo de la revolución el 5 de mayo de 1789, fecha de la reunión de
los Estados Generales.

En los años treinta del siglo XX, el Partido Comunista Francés hace una interpretación de
la historia en la que funde la Revolución Francesa con la Revolución Rusa, como parte de
un mismo proceso y una única matriz ideológica. Para defender esto, Jaurès escribe
«Historia socialista de la Revolución francesa». Según esta interpretación, Robespierre y la
época del Terror son los hechos culminantes de la revolución, y se comparan con el
bolchevismo. Para autores como Mathiez el bolchevismo y el jacobinismo son dos
dictaduras de clase.

Con motivo del bicentenario de la Revolución se pretende resaltar su herencia moral: la


proclamación de los Derechos Universales del Hombre y el Ciudadano, la Constitución de
1791, los valores democráticos, etc., y se pretende olvidar la lucha social y el Terror. En
realidad hay una cierta mitificación oficial de la Revolución Francesa.

Actualmente se consideran como antecedentes de la revolución la bancarrota en la que se


encontraba el Estado en 1788 y la negativa a convocar a los Estados Generales por parte de
Luis XVI, para aumentar los impuestos. Se toma como comienzo de la revolución la
convocatoria de los Estados Generales el 5 de mayo de 1789, que se erigen en Cortes
Constituyentes. Se considera que la Revolución Francesa tuvo dos fases fundamentales:
una, primera, de Monarquía Constitucional, entre 1789 y 1792; y otra, segunda, de
Gobierno de la Convención, entre 1792 y 1794, en la cual que se distingue el periodo del

14
Terror, de 1793 a 1794, en la que se imponen las reivindicaciones sociales de los sans-
culottes.

Algunos autores consideran que también pertenece al ciclo de la revolución la Restauración


burguesa, de 1794 a 1799, en la que se incluye la época del Directorio, desde 1795 hasta el
golpe de Estado de Napoleón el 18 de brumario de 1799. También hay autores que
consideran la época napoleónica, de 1799 a 1815, como parte de la Revolución Francesa.

Rasgos fundamentales del debate

El estudio de la Revolución Francesa está marcado por las principales ideologías


contemporáneas. En numerosas ocasiones se identifica, de una manera simplista, la
revolución con el periodo del Terror. Muchas de las interpretaciones toman el período de la
República como paradigma de la Revolución.

La interpretación de Adolphe Thiers, en 1823, durante la Restauración borbónica en


Francia, hace una exposición coherente desde la visión de la gran burguesía liberal. Utiliza
en sus estudios los testimonios de los testigos presenciales. Esta interpretación es
completada por François-Auguste Mignet, en 1824, que se dedica al estudio del mundo
ideológico que actúa en la revolución.

Thomas Carlyle, en 1837, inicia la visión romántica de la revolución, que ayuda a su


mitificación. Los románticos mitificarán, sobre todo, la oposición a la monarquía y la
experiencia republicana.

Alexis de Tocqueville afirmará, hacia 1850, que la mayor parte de los cambios que se
produjeron durante la Revolución Francesa se habían gestado durante el Antiguo Régimen,
y que la auténtica revolución se dio en 1848. En realidad afirma que la revolución no sirvió
para nada, ya que el Antiguo Régimen tenía flexibilidad suficiente como para asumir los
cambios.

Hippolyte Taine también condenó, en 1876, la Revolución Francesa, por estar en el origen
de todos los conflictos presentes en las sociedades contemporáneas.

Alphonse Aulard mitificará el período republicano, sobre todo la figura de «el Buen
Dantón» opositor de Robespierre y máximo representante de la fase laica de la revolución,
pero con un sentido más democrático.

Esta no es más que una referencia de los numerosos estudios que sobre la Revolución
Francesa se han hecho.

Interpretación conservadora

La interpretación conservadora es la más antigua, ya que es la visión de los conservadores


monárquicos. Durante mucho tiempo fue la más generalizada. Su juicio de la revolución
se fundamenta en la crítica a los hechos concretos, apelando a los valores tradicionales,
cuando no naturales, que se vulneraron durante la revolución.

15
Para los conservadores monárquicos, la revolución comenzó el 17 de junio de 1789 y fue
expuesta por los portavoces conservadores de la Asamblea Nacional Constituyente:
Jacques de Cazalés, Gérard de Lally-Tollendal y Jean-Sifrein Maury.

Esta interpretación fue iniciada por Edmon Burke, en Inglaterra, tres años antes del Gran
Terror, y se prolonga hasta el rechazo de la revolución de Taine. Es curioso que se
condenen los hechos, por violentos, mucho antes de que se produjesen los acontecimientos
más sangrientos.

Según esta interpretación, la monarquía francesa poseía una constitución íntegra y un


parlamento del que eran guardianes la nobleza y el clero: los estamentos virtuosos de la
sociedad. La revolución es una cosa de hombres ambiciosos y sin escrúpulos que conspiran
para arrebatar el poder a sus legítimos dueños. Burke, en 1791, no sabe nada del bloqueo
del parlamento por parte de los estamentos privilegiados, ni de la bancarrota en la que se
encuentra el Estado. Para él, la transformación que supone la revolución es arbitraria y ha
sido promovida por círculos secretos y masónicos.

Esta interpretación es la visión oficial de la Iglesia Católica, del conservadurismo inglés, de


la Alemania conservadora y de todos los conservadores monárquicos, en general.

Interpretación liberal

Para los liberales, la Revolución Francesa comienza con el mismo acto revolucionario: la
convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente el 17 de junio de 1789. Se trataba de
liquidar de un golpe la representación particular de los intereses de los estamentos
privilegiados.

Para la burguesía liberal el Juramento del Juego de Pelota el 20 de junio de 1789 y el asalto
a la Bastilla el 14 de julio de 1789 son los hechos centrales de la revolución, un tanto
mitificados. Pero los puntos culminantes de la Revolución Francesa, y los más
decididamente enaltecidos, son: la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, del 26 de agosto de 1789, y la primera constitución escrita, el 3 de diciembre
de 1791.

Esta interpretación mitifica el periodo de la Monarquía Constitucional y hace un repudio


absoluto de la época de la Convención, no sólo del Terror. Pero este rechazo se debe no
tanto a la violencia del momento, el Terror se considera cómo un mal necesario, sino por el
socialismo incipiente que suponen las posturas más radicales.

Para los liberales, la Ilustración es un elemento condicionante de la revolución, el sustrato


ideológico sin el cual no hubiera sido posible. Personajes como Montesquieu, Voltaire y
Rousseau son los padres espirituales de la revolución.

Se considera a la aristocracia y al clero como una casta privilegiada que ocupan los puestos
del Estado, y que no gobiernan en beneficio de todos, sino para mantener un sistema de
privilegios caduco, lo que implicaba una mala gestión y la corrupción en el Estado.

Jules Michelet es el gran teórico que defiende esta postura. Para él, con la revolución, el
gran pueblo de Francia ha roto sus cadenas y ha conseguido la Libertad. Pero los
protagonistas de la revolución son los grandes hombres, que interpretan los deseos de la

16
nación y de la opinión pública para llevar a cabo la revolución. Esta es una de las
interpretaciones más extendidas en la actualidad.

Interpretación de los socialistas franceses

La interpretación que de la Revolución Francesa hacen los socialistas franceses está un


tanto alejada del materialismo histórico. Este análisis es el de mayor resonancia en Francia,
y Jean Jaurès, Albert Mathiez, George Lefebvre y Albert Soboul sus mejores valedores.

La interpretación de los socialistas franceses hace una gran aportación al conocimiento de


los antecedentes y a la situación previa a la revolución. Esta labor se lleva a cabo desde la
Sociedad de Estudios Robesperristas, que publica los Anales históricos de la Revolución
francesa.

Sin embargo, la interpretación de los socialistas franceses tiene numerosas corrientes, y


disparidad de criterios. Louise Blanc, en 1847, hace la primera exposición socialista de la
cuestión. Blanc vio en el Terror el primer paso hacia el futuro Estado de la fraternidad, y en
Robespierre a un socialista adelantado a su tiempo.

Jean Jaurès, en 1901, escribe la Historia socialista de la Revolución francesa, teñida de un


humanismo socialista, que concibe la revolución como un modelo histórico de ataque al
poder político por parte de una clase que dominaba económicamente, la burguesía, contra
la clase que tenía el poder político, la aristocracia. La revolución es también un modelo de
democracia social, durante la época de la Convención, y Robespierre es el gran valedor de
la democracia reformista.

Albert Mathiez, en los años veinte del siglo XX, redescubre la figura de Robespierre, al
que comparó con Lenin. Relaciona las revoluciones francesa y rusa, y considera la
dictadura jacobina como la primera dictadura del proletariado.

Para los socialistas franceses, la revolución fue el resultado de la lucha de clases, de la


burguesía contra la nobleza, y la victoria del capitalismo. En principio no había que
liquidar a la nobleza como clase, pero fue necesario ante el apoyo exterior a la monarquía.
Para lograrlo fue necesaria la alianza de la burguesía con el pueblo, lo que llevó a la
revolución a la fase de la Convención y el Terror. Pero los logros realmente importantes de
la revolución se dieron después de los acontecimientos revolucionarios, como la formación
de un mercado nacional, y la desaparición del concepto feudal de la propiedad en favor del
nuevo concepto burgués; para lo cual se reparte la propiedad agraria feudal y se liberaliza
la vinculación de los campesinos. La cuestión agraria es un tema central, ya que la mayor
parte de la sociedad vive del campo.

El análisis de los socialistas franceses no desprecia los métodos cuantitativos, y da


importancia al estudio de la evolución del precio del pan, los salarios, la situación
económica, la deuda del Estado, etc.

Para Lefebvre y Soboul, la Convención fue un instrumento de los pequeños propietarios


autónomos para defender sus intereses, no un instrumento del pueblo. La revolución es un
fenómeno específicamente francés con tres aspectos fundamentales: el concepto de
libertad, que está en el origen de las libertades modernas; el concepto de igualdad, que se
centra sobre la consecución de unas menores diferencias económicas; y el concepto de

17
unidad, que concibe el Estado como una estructura unitaria y centralista. Lefebvre y
Soboul han matizado la postura idealizada del socialismo francés, por no ser estrictamente
socialista, ya que no se pueden comparar la Revolución Francesa con la rusa: una es una
revolución burguesa, y la otra es una revolución socialista.

Interpretación marxista-leninista

La interpretación marxista-leninista estuvo, hasta los años sesenta del siglo XX, restringida
a la Unión Soviética y su entorno, pero desde esa época se extendió por todo el mundo. Es
un análisis que se fundamenta en el materialismo histórico. Concibe a la Revolución
Francesa como una, la primera, revolución burguesa, a la que temporalmente se unieron el
campesinado y el proletariado, así como los pequeños burgueses, para derrotar al sistema
feudal absolutista. La revolución fue, así, resultado de la lucha de clases.

Karl Marx ve en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano la


concreción de las aspiraciones de la revolución. Una revolución que se caracteriza por
promover el individualismo extremo del ciudadano privado y la consagración de la
propiedad privada absoluta, con lo que no se ha aportado nada a la superación de la
alienación humana. Fue una revolución dirigida en nombre de las ideas, aunque lo que
venció fueron los intereses de la burguesía, ya que el pueblo no tenía ideología política.
Cuando en 1830 la burguesía apoya la restauración borbónica, abandona sus ideales
universales y afianza sus intereses de clase. Para entonces, la revolución a calado en todos
los estratos de la sociedad, que está dispuesta a defenderla.

Lenin se interesó más por el activismo revolucionario de la etapa de la Convención, y por


la dinámica de la participación popular. También estudio las causas profundas de la
revolución, y las circunstancias en las que se encontraba el sistema feudal absolutista.
Sugiere que, durante la revolución, se produce una transformación simultanea de la base
socioeconómica y la superestructura. En este proceso estallan las tensiones de clase,
aunque en un principio la burguesía recibe el apoyo del campesinado y de las clases bajas
urbanas.

Para Lenin, uno de los hechos más significativos de la revolución es la toma de la Bastilla,
el 14 de julio de 1789, a la cual considera como el comienzo de la revolución, por la
participación de las masas en el proceso.

Durante la revolución se produce la liquidación del feudalismo para fortalecer el


capitalismo. La burguesía se hace contrarrevolucionaria cuando no es capaz de controlar la
revolución. En 1792 el pueblo continúa con la revolución, con el ataque a las Tullerías para
capturar al rey, dando comienzo al periodo de la Convención. El rey sería decapitado en
1793, dando paso a la fase del Terror. Pero esta etapa también fue dominada por la
burguesía, con hombres como Robespierre, que en realidad era un revolucionario burgués.
En 1794 se hizo una alianza de la burguesía con el campesinado, tras la desaparición del
peligro contrarrevolucionario, y se entró en el periodo del Directorio.

Para Lenin también la época napoleónica pertenece a la revolución, ya que es la fase en la


que la burguesía se asienta en el poder. Las revoluciones de 1830 suponen que la gran
burguesía se instale en el poder definitivamente.

18
En la interpretación marxista-leninista no se identifica la Revolución Francesa con la rusa
ya que una es una revolución burguesa y la otra una revolución socialista.

Interpretación estructuralista

La interpretación estructuralista se centra en la resolución de problemas específicos, como


los que se observan en la economía, la sociedad, el derecho o las instituciones. Pretende
una interpretación del conjunto de los hechos de la revolución y con múltiples puntos de
vista.

Según Palmer y Godechot, la Revolución Francesa es una más de las revoluciones


atlánticas, que tiene las mismas aspiraciones que otras revoluciones de la zona. Esto no
deja de ser determinismo geográfico, se produce una revolución por estar enclavado en una
región. Pero, además, es muy discutible lo de las «revoluciones atlánticas».

Furet y Richet consideran que el fenómeno es más complejo. Opinan que hay tres
revoluciones simultáneas: la de los diputados de Versalles, la de las capas bajas y la
pequeña burguesía, y la de los campesinos.

Para la interpretación estructuralista, la Revolución Francesa fue una revolución burguesa,


que intentó establecer la igualdad y la seguridad personal en la legislación, de ahí el
constitucionalismo y el liberalismo económico que triunfa durante la misma. El factor
decisivo en su éxito fue la puesta en marcha de la reestructuración constitucional del
Estado por medio de una Asamblea Nacional.

Alfred Cobban opina que la revolución lo único que consigue es destruir la Administración
monárquica e imponer otra, republicana y napoleónica, desconectada de todo el contexto
político, ideológico y social.

La interpretación estructuralista se centra tanto en la evolución de las instituciones que


frecuentemente olvida los movimientos sociales que se produjeron. Sin embargo, está es la
visión de la revolución que más está triunfando en al actualidad, aunque aún no es la más
popular. Son los historiadores modernos quienes defienden este punto de vista.

Controversias y objetivos de la investigación actual

A pesar del tiempo y los estudios sobre la Revolución Francesa, aún están por aclarar
numerosas cuestiones, como si se dio una revolución, o al menos una reacción, de la
aristocracia contra el rey, al ver que podían perder sus privilegios. O si hubo una o tres
revoluciones como indican Furet y Richet.

También está en discusión de si la dictadura jacobina fue el punto culminante de la


revolución; o si fue una revolución burguesa; o incluso si hubo durante la revolución una
ruptura con el Antiguo Régimen o más bien se dio una continuidad.

Estas y otras cuestiones son motivo de estudio hoy en día, ya que la discusión sobre lo que
fue y las consecuencias que tuvo la Revolución Francesa aún están vigentes; no en vano es
el hecho que, tradicionalmente, inaugura la Edad Contemporánea.

19
Lo que actualmente se estudia de la Revolución Francesa se centra sobre la estructura
organizativa y administrativa del Antiguo Régimen, que es la parte más desconocida. Así
como su estructura social y económica.

También se estudian el origen social, las motivaciones y los objetivos de los protagonistas
de la revolución, así como los grupos sociales que actuaron durante las distintas fases del
periodo revolucionario.

Otro de los objetos de estudio es la mentalidad de los grupos, y la dinámica revolucionaria


de estos en las distintas fases de la revolución.

También se estudia la herencia que nos ha dejado la Revolución Francesa. Según René
Rémond la revolución está en el origen de la sociedad moderna en la que hoy vivimos día a
día.

Obtenido de:

"http://es.wikipedia.org/wiki/Debate_historiogr%C3%A1fico_sobre_la_Revoluci%C3%B3n_Francesa"

Categorías: EL | Revolución Francesa

Una muy detallada cronología de la Revolución (en francés) en:


http://fr.wikipedia.org/wiki/Chronologie_de_la_R%C3%A9volution_fran%C3%A7aise

20

Vous aimerez peut-être aussi