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Iván Márquez y sus secuaces le notifican al país que no piensan hacer secuestros,
pero que van a buscar “colaboraciones” de los empresarios y agricultores. Eso en
plata blanca quiere decir que se dedicarán a extorsionar, hacer terrorismo selectivo
y proteger a toda costa su negocio de drogas. Son, en los términos de la ley, un
GAO (grupo armado organizado residual).
De todo esto deben sacarse varias lecciones, para evitar que en el futuro los
miembros de las Farc que sigan delinquiendo se puedan volar, como lo hizo Jesús
Santrich, con decisiones y garantías judiciales que no siempre se les otorgan a los
demás colombianos.
En el ojo del huracán queda la JEP, pues a pesar de que su presidenta, doctora
Patricia Linares, sostiene que actuaron con estricto apego a la Constitución y a la
ley, queda claro que esa jurisdicción no quedó bien montada. No estoy diciendo
que se debe acabar, como pretenden algunos uribistas, pero sí se deberían revisar
los procedimientos que la rigen. Hoy Iván Márquez y demás no han sido
expulsados de la JEP aun cuando hay medidas cautelares que les permiten a las
autoridades perseguirlos. A pesar de que salen armados hasta los dientes
amenazando al país toca seguir los procedimientos. Así es la ley y los magistrados
de la JEP no pueden hacer nada distinto.
Por eso sostengo que el caso de Jesús Santrich debe servirle al país para tomar
medidas que eviten fugas futuras. La JEP se demoró meses para resolver un
recurso interpuesto por la Procuraduría. Sin duda alguna se deberían revisar todos
los procedimientos. De todos los errores y, tratándose de una jurisdicción nueva y
de hechos derivados de un proceso de paz que nunca se había hecho, es claro que
todos debemos aprender.
Por lo pronto, sabiendo que están siendo protegidos por Nicolás Maduro, el
Gobierno colombiano debería pedirle a los Estados Unidos que le dé un ultimátum
al dictador, pues se pone en peligro la seguridad nacional de nuestro país. Mientras
estén en Venezuela, las autoridades no podrán combatirlos como corresponde.