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Prefiguras cristológicas
en el arte románico
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carácter, en sus hechos y como comprobaremos sobre todo en su sacrificio, una ma-
yor semejanza con los dos grandes mensajes de los discursos iconográficos de época
románica: la Encarnación y la Redención. Tal asociación no es por supuesto privati-
va de los personajes que vivieron sub Lege, aplicándose principios similares a otros de-
rivados de la mitología –caso de la Ascensión de Alejandro, la asociación de Sansón
como “Nuevo Hércules”, etc.–, a animales –moralización cristiana del Bestiario– e in-
cluso a símbolos abstractos. En algunos casos el carácter de prefiguración es casi
anecdótico y efímero. Como tal podemos considerar la figura del profeta Jonás, que
gozó de notable difusión durante los primeros tiempos del cristianismo para luego
palidecer. Del ciclo se retuvo su estancia durante tres días en el vientre de la ballena
(Jon. 2, 1), al igual que Cristo permaneció tres días en el sepulcro (Mt. 12, 40; Lc. 11,
30), y del mismo modo que fue expulsado por el animal (Jon. 2, 11), así Jesús resucitó.
Por su carácter de símbolo de la Resurrección, el asunto trascendió al retablo de
Nicolás de Verdún que inmediatamente analizaremos, o a las vidrieras de las cate-
drales de Canterbury, Augsburgo, Bourges o Mans, entre otros no muy numerosos
ejemplos. En lo hispano, lo encontramos representado en la fachada de Ripoll, den-
tro de un ciclo que recoge su vocación, la expulsión por la ballena y al profeta tum-
bado bajo la hiedra tras su prédica en Nínive. Mayores dudas interpretativas encierra
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Panel 12: Liberación, con la institución de la Pascua y de los Ácimos (Éx. 12, 7-30),
el Quebrantamiento de los Infiernos y Liberación de los Justos, y Sansón desquija-
rando al león de Timna (Jue. 14, 5-6), éste acompañado del letrero: VIR GERIT ISTE
TUAM LEO MORTIS CHRISTE FIGURAM.
Panel 13: Bendición de Jacob a sus hijos antes de su muerte (Gén. 49, 1-27), resu-
rrección de Cristo (Mt. 28, 1-10; Mc. 16, 1-18; Lc. 24, 1-11; Jn. 20, 1-10) y Sansón por-
tando las puertas de Gaza (Jue. 16, 1-13).
Panel 14: Ascensiones de Enoch (Gén. 5, 24; Heb. 11, 5-6), Cristo (Mc. 16, 19; Lc.
24, 50; Hechos 1, 9) y Elías, transportado por el carro de fuego (2 Re. 2, 9-13).
Panel 15: Noé en el Arca (Gén. 7, 1-18), Pentecostés (Hechos 2, 1-4) y Moisés reci-
biendo las tablas de la Ley (Éx. 19, 16-21).
Panel 16: La Segunda Parusía, con el Pantocrátor (Mt. 24, 29-44 y 25, 31-46; Ap.
20, 1-15), ángeles trompeteros que la anuncian (Mt. 24, 29-31) y la resurrección de los
muertos (Dan. 12, 2; Éx. 37, 12; Jn. 5, 28-29).
Panel 17: La Jerusalén Celeste (Ap. 21 y 22), Cristo-Juez (Ap. 21, 7-8) y el Infierno
(Ap. 21, 8; Job 41).
A una más modesta escala, y sólo como ejemplo del frecuente recurso a evoca-
ciones veterotestamentarias, citemos la decoración del reverso de una cruz relicario
mosana de ca. 1160-1170 conservada en el British Museum, en el que, en cinco placas
de cobre con esmaltes, se desarrolla, en el centro la bendición de Jacob a los hijos de
José, Efraim y Manasés (Gén. 48), y en los extremos, el episodio de Moisés y la ser-
piente de bronce (Núm. 21, 7-9), acompañado de Aarón y otros; el profeta Elías con
la viuda de Sarepta (1 Re. 17, 8-16); un israelita dibujando con sangre de un cordero el
signo de la tau sobre la puerta de su casa, según ordenó Moisés que hiciese su pueblo
tras la institución de la Pascua (Éx. 12, 21-28) y, por último, los exploradores Josué y
Caleb portando entre ambos un enorme racimo de uvas, que llevan ante Moisés
(Núm. 13, 24 y 14, 5-6). La asociación de estos asuntos con la Crucifixión es, salvo el
sacrificio pascual, meramente tipológica, formal, gestual, dibujando cruces la ser-
piente sobre la columna, los brazos de Jacob, el racimo pendiente y la pértiga sobre
la que lo transportan y los dos maderos que porta la viuda de Sarepta. Respecto al
episodio de la serpiente de bronce, la interpretación teológica del aspecto formal lo
convirtió durante el Medievo en simbólica representación del poder salvífico de la
cruz de Cristo. En una placa de esmalte renana de la colección Keir esta interpreta-
ción se explicita con el letrero que porta Moisés en una filacteria: MISTERIUM CRUCIS.
Refería Favreau cómo en una cruz procesional del siglo XII conservada en los
Reales Museos de Historia y Arte de Bruselas, en los extremos del travesaño apare-
cían figurados Abel y Caín, mientras en el brazo vertical se acudía nuevamente a re-
presentaciones del Antiguo Testamento que evocaban el propio soporte que decoran
en la cruz, así el sacrificio del cordero pascual –con la inscripción MACTATIO AGNI–,
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2. San Juan de la Peña (Huesca). Capitel del claustro con la muerte de Abel.
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“Por la fe, Abel ofreció a Dios sacrificios más excelentes que Caín, y por ellos fue
declarado justo, dando Dios testimonio a sus ofrendas; y por ella habló aun después
de muerto”, escribe San Pablo en su epístola a los Hebreos (11, 4). Su asesinato a ma-
nos de su hermano resulta así la primera muerte injusta de un justo, convirtiéndose
por analogía en el primer precedente del sacrificio de Cristo. Por contraposición,
Caín, el primer homicida y el primer traidor –lo que lo equipara a Judas–, simboliza
tanto al Anticristo como al pueblo judío, según elaboración esta última ampliamen-
te recogida por los Padres de la Iglesia. Y es que aunque el Génesis es relativamente
parco en la descripción (Gén. 4), el contraste entre los hermanos dio lugar a nume-
rosas interpretaciones y discursos, desde la perspectiva rabínica y desde la patrística.
Tanto los evangelios y San Pablo (Heb. 11, 4 y 12, 24) como San Agustín y otros Padres
incidieron en el carácter prefigurativo de Abel; por su inocencia, su condición de pas-
tor –que le asocia al Buen Pastor que es Cristo–, por su sacrificio agradable a Dios y
su muerte, que el mismo Jesús considera la primera sangre vertida de un justo en su
reproche a los judíos de Mt. 23, 35, haciéndolo así mártir y modelo de mártires. La
propia liturgia recogerá ese pensamiento, citando la ofrenda de Abel junto a las de
Abraham y Melquisedec, y prefigurando su sangre vertida la Pasión del Señor.
Tanto en las pinturas murales de la ermita segoviana de Santa Cruz de Maderuelo,
hoy en el Museo del Prado, como en las sorianas de San Baudelio de Berlanga y San
Miguel de San Esteban de Gormaz, el testero se decora con dos personajes postrados
a ambos lados del Agnus Dei. Flanquean en ellas la peculiar teofanía triunfal –de ca-
rácter eminentemente sacrificial y eucarístico– dos figuras arrodilladas y oferentes; el
del lado del evangelio puede identificarse con Abel, pues alza en ambas manos un
corderillo, y una Dextera Domini surge sobre su cabeza bendiciéndole. La identifica-
ción del personaje del otro lado, que eleva como ofrenda una copa, nos lleva a la fi-
gura de Melquisedec (Gén. 14, 18-20), rey de Salem, quien “sacando pan y vino, como
era sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abraham...”. Con este sentido lo veíamos
ya junto a Abel en un mosaico de San Vital de Rávena.
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COLA. ABEL, KAIN. KAIN IMPIVS, ABEL IVSTVS). La reprobación del crimen se reprodu-
ce en el capitel frontero, bajo la inscripción: KAIN, VBI EST F(rate)R TVV(s) ABEL.
Continúa la serie con otros tres capiteles que atañen al tema que nos ocupa, dedica-
dos a Noé, el sacrificio de Abraham y Sansón venciendo al león.
Un caso enigmático lo constituye la pila bautismal de San Isidoro de León, pieza
de discutida cronología que parece datar de la segunda mitad del siglo XI. De forma
cúbica, tres de sus frentes se decoran con relieves del Nacimiento, y en el otro vemos
dos curiosos leones afrontados. Inscripciones de muy difícil lectura identifican las es-
cenas: ERAT IOSEF MARIA MATER DEI IN EGIPTVN LE / ERAT A ILLOS IO ANNES BASTA.
ZACARIAS / ABEL ET XPS ET IOANNES BAPTISTE, según transcripción de Antonio
Viñayo.
En la fachada occidental de Santo Domingo de Soria los temas de Caín y Abel fi-
nalizan el ciclo dedicado al Génesis en los capiteles de la portada. Se inicia con las
ofrendas del fruto de su trabajo en un altar recubierto por un paño (Gén. 4, 3-4); el
primero, con túnica corta y barbado, eleva un haz de trigo mientras que su hermano,
ataviado con larga túnica, alza un cordero sobre el ara. En la cesta siguiente asistimos
a la representación del asesinato, con Caín ante su hermano ya inerte, sosteniendo en
su mano izquierda una azada mientras eleva su diestra. Yahvé, barbado y con nimbo
crucífero, reprende el crimen alzando su mano derecha (Gén. 4, 9-15). Pero aquí en
Soria el ciclo del Génesis no finaliza con el asesinato de Abel, sino con la muerte de
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Caín. Vemos así a dos personajes vestidos con túnicas cortas, de los que el primero,
imberbe, posa su mano en el hombro del otro, como guiándole. Éste, barbado y con
la cabeza vuelta, tensa el arco que sostiene hacia un tercer personaje, enredado en
maleza en la cara corta del capitel. Según la tradición rabínica (Libro Armenio de Adán),
el personaje con el arco es Lamec, uno de los descendientes de Caín quien, aunque
casi ciego, solía salir a cazar guiado por su hijo Tubalcaín. Un día, confundiéndolo con
una presa, Tubalcaín guía la flecha de su padre contra Caín, oculto entre unas ramas.
La iconografía cristiana recoge esta leyenda, que desde su perspectiva no significa
tanto la venganza de la muerte del justo como la perpetuación de la violencia en el
mundo hasta la llegada del Mesías, aunque los ejemplos iconográficos son cierta-
mente escasos. El asunto lo encontramos en el pasaje miniado de la Creación (fol. 6)
de la Biblia de Roda, donde aparecen Caín, Lamec tensando su arco y Tubalcaín,
identificados todos por letreros. En otra miniatura, ésta del fol. 11v. del Beato de
Fernando I (1047) aparece representado Lamec, acompañado del texto identificativo
Noe filius Lamech. El tema de desarrolla en las pinturas protogóticas de la iglesia os-
cense de Concilio, donde concluyen los siete episodios conservados del ciclo del
Génesis, en el segundo registro, con las ofrendas de Abel y Caín, tras las que se ini-
cia un discurso cainita que incluye la preferencia de Dios por la ofrenda de Abel,
Lamec disparando su arco guiado por Tubalcaín, la muerte de Caín y el canto de
Lamec. La escultura románica nos deja los ejemplos borgoñones de sendos capiteles
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de la Ciudad de Dios, esto es, a la Iglesia salvada por la madera en la que se sacrificó
al Redentor. El regreso de la paloma con la rama de olivo se asimiló a Pentecostés,
aproximándolo compositivamente al descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles.
En la antes citada iglesia burgalesa de San Quirce, asociado al ciclo del Pecado
Original y el asesinato de Abel encontramos un capitel dedicado a Noé construyen-
do el Arca y ésta flotando en las aguas con la paloma que anuncia el fin de las lluvias,
bajo una inscripción en el cimacio que reza FECIT S(i)BI NOE ARCA(m) IVXTA
V(er)BV(m) D(omi)NI PROPTE(er) AQUAS DILVVII. Otra espléndida representación si-
milar la podemos ver en un capitel interior de Vézelay. También encontramos repre-
sentado el diluvio en otro del claustro de Alquézar, conservándose bellos ciclos co-
mo los de las pinturas murales de Saint-Savin-sur-Gartempe y Bagüés, o en un capitel
interior de la catedral de Autun, donde se recoge el momento en el que el arca se po-
sa sobre el Ararat.
El sacrificio de Isaac fue una de las más poderosas y recurrentes imágenes vetero-
testamentarias utilizada a modo de premonición del de Cristo. El ejecutor no era
otro que Abraham, el “padre de todos los creyentes” en palabras de San Pablo (Rom.
4, 11), siempre presto a seguir los dictados de Yahvé, con quien selló su alianza ins-
taurando la circuncisión como distintivo del pueblo elegido.
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El ciclo de Isaac fue puesto en paralelo con el del propio Cristo, como vimos en
la sinopsis de los esmaltes de Kloisterneuburg, con paralelos a su Anunciación (Gén.
17, 16-17), nacimiento (Gén. 21, 1-3) y circuncisión (Gén. 21, 4). No obstante es el sa-
crificio del esperado y tardío hijo habido con Sara el pasaje que, con diferencia, fue
más representado en la iconografía románica (Gén. 22, 1-18), asociado a la Pasión del
Señor. La dura prueba encomendada por Yahvé fue obedecida sin dilación. En la fra-
se “y tomando Abraham con presteza la leña para el holocausto, se la cargó a Isaac,
su hijo”, los Padres de la Iglesia –San Ireneo, Orígenes, etc.– vieron una prefiguración
de Jesús con la cruz camino del Calvario, del mismo modo que en la intervención di-
vina que impide la inmolación de Isaac, reemplazándolo por “un carnero enredado
por los cuernos en la espesura” (que, a su vez, prefigura la aportación del Hombre-
Dios convertido en víctima), así como en la confianza de Abraham en la promesa di-
vina, se vio una imagen de la Resurrección. El que el lugar del holocausto fuese en-
contrado “al tercer día”, lógicamente, no pasó inadvertido a este respecto. Orígenes
afirma que “Isaac porta los troncos de la cruz como figura de Cristo, que porta él mis-
mo su cruz” (vínculo recogido en el retablo de Nicolás de Verdún, vidrieras de Saint-
Denis y de la catedral de Canterbury), y añade que “Abraham ofreció a Dios un hijo
mortal que no debía morir. Dios entregó a la muerte, para redimir a los hombres, un
Hijo inmortal”.
Según la composición más repetida, Abraham aparece en el momento de esgrimir
el cuchillo contra su hijo, siendo detenido por el ángel, que le muestra –o le aporta–
el cordero enredado en las ramas. En Sainte-Croix-du-Mont el ara del sacrificio pre-
senta una abertura que recuerda la de un horno, mientras en otros casos vemos la pi-
ra citada en el Génesis.
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4. José, el Patriarca
La historia del patriarca José, hijo de Jacob, llena la cuarta parte del libro del
Génesis (Gén., 35-50). Fruto de la envidia suscitada entre sus hermanos por ser el pre-
ferido de su padre, así como por su rectitud y dones, fue traicionado por ellos, arro-
jado a un pozo y luego vendido a los ismaelitas. Llevado a Egipto, tras demostrar su
castidad al negarse a las pretensiones de la esposa de Putifar, fue encarcelado, aunque
el favor de Yahvé le llevó a ser elevado al máximo rango administrativo tras el propio
faraón, convirtiéndose en providencial salvador de judíos y gentiles, a los que libró
del hambre que asolaba la tierra, al mismo tiempo que, con generosidad, perdonó a
sus hermanos.
La venta de José por sus hermanos es comparada con la traición de Judas en unos
tituli compuestos por Helpidius Rusticus para una basílica de la misma Rávena.
También varios sermones de Pedro Crisólogo (432-450) abundaron en esa condición
de antetipo no sólo de Cristo, sino también del Bautista. En su Sermo CXLVI, sobre
la Natividad, citado por Schapiro, afirma que “los sueños proféticos de José despier-
tan celos, y las visiones proféticas de Cristo provocan la envidia; José es arrojado al
pozo de la muerte y sale de él vivo, Cristo es entregado al sepulcro y también sale vi-
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vo; con José se hace un trueque, a Cristo se le vende por un precio; José es llevado a
Egipto, y a Egipto huye Cristo; José proporciona abundancia de pan al pueblo ham-
briento, y Cristo satisface a las naciones del mundo entero con el pan celestial”. El
obispo milanés San Ambrosio también dedica importantes reflexiones en varios de
sus tratados a esta figura, caso de De Ioseph patriarcha (P. L., XIV, col. 642-672) o De
officiis ministrorum (P. L., XVI).
Tales rasgos, aquí sólo esbozados, convirtieron su figura en precursora de la de
Cristo. E incluso en el magnífico trono de Maximiano de Rávena, obra de mediados
del siglo VI estudiada por Meyer Schapiro, se representaron varias escenas de su vida
dentro de un contexto en el que aparece como modelo para los mismos prelados, no
sólo en sentido moral sino también como patriarca, esto es, como admirable gestor
de los asuntos espirituales y mundanos. Su inserción en el programa de la cátedra
episcopal, como sospechaba el ilustre historiador norteamericano, quizás se debiese
a una elección del propio arzobispo Maximiano, quien se vería identificado con la fi-
gura veterotestamentaria.
En las ya referidas vidrieras de la catedral de Canterbury se asimila la escena de
José saliendo del pozo con la resurrección de Cristo. En un capitel del nártex y otro
alto del lado sur de la nave de Vézelay encontramos repetido el pasaje de José y la
mujer de Putifar. Escenas del ciclo de José las vemos en las pinturas de Saint-Savin.
No siendo tema común en el románico hispano, fuera de los libros miniados, lo en-
contramos –con dudas– en un capitel de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo
(Palencia), asociado temáticamente el pasaje de la venta con otra prefiguración cris-
tológica como es el sacrificio de Isaac y junto a una lucha de guerreros.
5. Moisés. La Alianza
Con la entrega a Moisés por Yahvé de las Tablas de la Ley (Éx. 31, 18 y 32, 15) la hu-
manidad entra en el periodo sub Lege, convirtiendo al profeta y liberador del pueblo
judío de la sumisión egipcia en figura central del Antiguo Testamento. Sin duda por
tal motivo, para los teólogos medievales constituyó Moisés una de las prefiguracio-
nes cristológicas más consistentes. Su nacimiento (Éx. 2, 1-10) se equiparó a la
Natividad, la huida de la corte del faraón con la Huida a Egipto, el paso del Mar Rojo
(Éx. 14, 16-31) con Cristo andando sobre las aguas, el Maná que cae en el desierto (Éx.
16) con la multiplicación de los panes y los peces, al profeta haciendo brotar el agua
de la roca de Horeb (Éx. 17, 1-7) con el Bautismo del Mesías o la Eucaristía (“pues be-
bían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”, 1 Cor. 10, 4), los rayos
de luz que brotan de su frente al bajar del Monte Sinaí (Éx. 34, 29-30) con la
Transfiguración, la institución de la Pascua (Éx. 12, 1-28) con la de la Eucaristía en la
Última Cena, la elevación de la serpiente de bronce (Núm. 21, 4-9) con la
Crucifixión, del mismo modo que la tau pintada con sangre del cordero en la Pascua
sobre los dinteles por los judíos se asimila a la cruz, etc. La misma figura aislada de
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Moisés con las Tablas de la Ley (Éx. 24, 12 y 34; Dt. 10, 1-5) viene a ser un contrapunto
compositivo de la Maiestas Domini con el Libro.
Las representaciones de Moisés, frecuentes en las artes decorativas y la pintura
(Saint-Savin-sur-Gartempe), no abundan en la escultura fuera de su imagen con las
Tablas de la Ley en series de profetas, así en las del Pórtico de la Gloria de Santiago
de Compostela o la catedral de Ciudad Rodrigo, en un capitel del pórtico de San
Isidoro de León o la portada de San Miguel de Estella. Un ciclo bastante completo
lo encontramos en los relieves de la fachada de Ripoll, con el maná y la lluvia de co-
dornices, la fuente brotando de la roca de Horeb, o Moisés con los brazos en cruz en
la batalla contra Amalec, y algunos capiteles de Saint-Nectaire y Vézelay.
La Transfiguración de Cristo (Mt. 17, 1-13, Mc. 9, 2-13 y Lc. 9, 28-36) en compañía
de Moisés y Elías y ante San Pedro, San Juan y Santiago no fue un asunto excesiva-
mente representado en el arte románico, aunque contamos con algunos ejemplos so-
bre pintura mural y artes decorativas. En escultura anotamos los franceses de
Charlieu, el claustro tolosano de La Daurade, el de Moissac y el excepcional tímpa-
no de La Charité-sur-Loire.
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zado con su larga melena, pues como les había dicho el ángel a sus padres, sería aquel
“cuya cabeza no ha de tocar navaja”. Un relieve procedente según Forsyth del claus-
tro de la abadía de Saint-Martin de Souvigny (hoy en Estados Unidos, en la Colección
Brummer) nos muestra al héroe inscrito en un tondo desquijarando al león, con su
larga melena y manto al viento, acompañado de la inscripción SAMSOM, mientras en
las otras caras del pilar vemos a Sansón enredado en follaje, ya cegado siendo acom-
pañado por el joven y derruyendo el templo de los filisteos.
El sometimiento del león de Timna fue considerado prefiguración del Cristo ven-
cedor del maligno. Señala también Forsyth cómo en el altar de Nicolás de Verdún y
otros ejemplos escultóricos y miniados, se sitúa en paralelo el episodio de las puertas
de Gaza con la resurrección de Cristo, que lleva al Cielo las quebrantadas puertas del
infierno, asunto desarrollado por Padres como San Agustín y San Ambrosio. Los pa-
ralelos, amén de los episodios del león y de las puertas de Gaza, son extendidos por
los comentarios patrísticos al hecho de que el héroe veterotestamentario extiende
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sus brazos para derribar las columnas del templo, dibujando una cruz con la que ven-
ce a sus enemigos, al igual que Cristo, así como la traición de Dalila, comparada con
la de Judas.
La amplia tradición exegética se plasma también en las ya citadas vidrieras de la
catedral de Canterbury, donde se pone en paralelo a Sansón durmiendo con el entie-
rro de Cristo. Ciclos de Sansón los vemos en un capitel de Notre-Dame-des-Doms
de Avignon hoy en el Fogg Art Museum de Cambridge, Massachussets (EE.UU.) y en
Aulnay-de-Saintonge, sobre dos capiteles. Encontramos numerosas representaciones
en el románico hispano, así en Soto de Bureba, San Isidoro de León, San Vicente y
San Pedro de Ávila, galerías sorianas de Barca, las dos de Rejas de San Esteban, por-
tadas de Miño de San Esteban, Villasayas, Torreandaluz –donde aparece también el
rey David y sus músicos–, Bocigas de Perales, etc. Destacaremos una serie de iglesias
del norte de Palencia, zona inmediata de Burgos y sur de Cantabria, caracterizadas
por una sorprendente proximidad iconográfica y estilística: capitel de la galería de
Rebolledo de la Torre, de los triunfales de Dehesa de Romanos, Vallespinoso de
Aguilar, Cezura, Santiago, y Henestrosa de las Quintanillas, otro de Santa María la
Real de Aguilar de Campoo (hoy en el Museo Arqueológico Nacional) y de la porta-
da de San Juan de Moarves de Ojeda.
Un espléndido estudio de Robert Favreau sobre la iconografía del león en las ins-
cripciones medievales analiza en detalle la relación entre este animal, a la sazón en su
interpretación positiva símbolo a su vez de Cristo, y tres de los antetipos cristológi-
cos sobre los que nos hemos detenido: Sansón, David y Daniel.
Prefiguración y antepasado directo de Cristo, rey de Judá y tras siete años de to-
do Israel, hijo de Jessé y padre de Salomón, aparece David en la iconografía en sus fa-
cetas de rey y profeta, figurado con corona y por lo general músico. De todos los epi-
sodios del dilatado relato davídico y amén de su recurrencia en las representaciones
del Árbol de Jessé –girola de la catedral de Santo Domingo de la Calzada–, la icono-
grafía románica ha retenido de modo especial tres: su faceta de pastor, protector de
su rebaño, su victoria sobre el gigante filisteo Goliat, y cuando, ya coronado, aparece
como músico, teniéndosele por autor de la mayoría de los Salmos (catedral de Jaca,
San Isidoro de León, capitel del claustro de La Daurade de Toulouse, claustro de
Moissac, etc.). Es en las dos primeras donde David se erige en antetipo de Cristo, re-
sultando a veces confusa su identificación fuera de un contexto preciso, ante la par-
cial coincidencia con la figura de Sansón.
David era el octavo hijo de Isaí (o Jessé), dedicado a pastorear las ovejas, y fue un-
gido en Belén, donde nació, por Samuel (1 Sam. 16, 4), pasando por sus dotes con el ar-
pa al servicio del rey Saúl. En su enfrentamiento con los filisteos, antes de tomar David
la responsabilidad de combatir con el gigante, argumenta su decisión ante Saúl di-
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ciendo: “cuando tu siervo apacentaba las ovejas de su padre y venía un león o un oso y
se llevaba una oveja del rebaño, yo le perseguía, le golpeaba y le arrancaba de la boca
la oveja; y si se volvía contra mí, le agarraba por la quijada, le hería y le mataba” (1 Sam.
17, 34-35). Este texto nos hace plantearnos ciertas cuestiones sobre la identificación co-
mo Sansón o David de algunas imágenes tradicionalmente interpretadas como el pri-
mero, como aquellas en las que podemos ver una cabeza humana entre las fauces del
león, separadas por una figura que en principio responde a la caracterización clásica de
Sansón, con larga barba y melena y el manto al viento, así en los capiteles de Santa
Eufemia de Cozuelos o Prádanos de Ojeda. En la nave de la epístola de Vézelay, las du-
das interpretativas se despejan al estar acompañado David por una oveja y un pastor
con su cayado; en uno de los capiteles del muro norte de la nave central de esta mis-
ma iglesia se recoge su victoria contra el gigante filisteo Goliat, que San Agustín con-
sideraba precursora de la victoria de Cristo sobre el demonio. El profeta Ezequiel
avanza además el carácter de Cristo como nuevo David cuando escribe en relación a
los pastores del pueblo de Israel: “suscitaré para ellas un pastor único, que las apacen-
tará. Mi siervo David, él las apacentará, él será su pastor. Yo, Yahvé, seré su Dios, y mi
siervo David será príncipe en medio de ellas” (Ez. 34, 23-24).
Tanto teológica como iconográficamente fue recurrentemente utilizado el paren-
tesco entre David y el propio Cristo, anunciado por Jeremías en su promesa de res-
tauración: “he aquí que vienen días –oráculo de Yahvé– en que yo suscitaré a David
un vástago justo, y reinará como rey prudentemente, y hará justicia y derecho en la
tierra. En sus días será salvado Judá, e Israel habitará confiadamente...” (Je., 23, 5-6),
así en la inscripción que rodea la mandorla del Pantocrátor de Moradillo de Sedano,
que reza: VICIT LEO DE TRIBV IVDA, RADIX DAVID, ALLELUA, extraído del Ap. 5,5.
Numerosos Padres de la Iglesia se ocuparon de su figura, poniéndola en paralelo
con la del Mesías, así San Hilario, San Ambrosio, San Agustín, San Basilio, etc. San
Agustín, en su Sermón 197, señala que “David, estrangulando al león y al oso, uno de
los cuales tiene la fuerza en sus garras, y el otro en sus fauces, es la imagen de Cristo
descendiendo a los Infiernos para liberar a aquéllos que estaban prisioneros allí y sa-
car de su Iglesia el poder del diablo” (recogido por Réau, L., op. cit. en la bibliogra-
fía, 1957 (1996), p. 305). Hugo de San Víctor escribía: “Así como David ha sido saca-
do de su condición de pastor para recibir el reino, Cristo ha salido de su hogar judío
para reinar sobre las naciones. Como David ha matado al filisteo Goliat, Cristo ha
vencido a Satán”.
Junto a Tobías, Job es el personaje de la Antigua Ley que de un modo más insis-
tente encarna la paciencia y la confianza en el Señor. El acoso y los tormentos a los
que es sometido por el demonio fueron interpretados como prefiguraciones del
Escarnio y la Pasión de Cristo, y también como anticipo de las persecuciones sufri-
das por la Iglesia. A ello contribuyó sin duda la celebérrima obra de San Gregorio
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12. David y sus músicos en la portada del Cordero de San Isidoro de León.
Magno Expositio in Librum beati Job sive Moralia, donde el autor reconoce en Job y sus
hijos antetipos de Cristo y los discípulos. Aparte las numerosas copias de las Moralia
in Job, algunas ricamente ilustradas, contamos con ciertos ejemplos escultóricos de
notable calidad, como el capitel del claustro de la catedral de Pamplona en el Museo
de Navarra, de mediados del siglo XII, decorado con Job y su familia celebrando un
banquete bajo una representación de Dios disputando con el demonio, el santo re-
zando y el anuncio por los ángeles de su destino de penurias, su ganado muerto, su
casa destruida por demonios, falleciendo sus hijos, él mismo cubierto de pústulas y
el anuncio del Señor del fin de sus desgracias. Otro ejemplo, también estilísticamen-
te muy notable, es el procedente del claustro de La Daurade, conservado en el Museo
de los Agustinos de Toulouse.
8. Daniel, el poder de la fe
La escena más recurrente de la iconografía de Daniel, uno de los más grandes pro-
fetas veterotestamentarios, aparece recogida desde los primeros tiempos del cristia-
nismo, y es la que lo sitúa en el foso de los leones (Dan. 6, 16-24 y 14, 30-43). Así en
los frescos de las catacumbas de Priscila y Domitila y en numerosos sarcófagos, ya
desde el siglo II, asentándose entonces el tipo de figura orante con los brazos eleva-
dos, ataviado con túnica recogida con cinturón y rodeado por dos leones, bien pa-
santes o bien con la cabeza agachada en señal de sumisión.
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Daniel ha sido considerado, desde los primeros tiempos del cristianismo, como
una prefiguración de la resurrección de Cristo, al mismo tiempo que el personaje ape-
la a la protección del Señor. Más infrecuente es la iconografía de un capitel de la por-
tada occidental de la seo jaquesa, donde el profesor Serafín Moralejo reconocía a
Daniel venciendo al dragón de los babilonios (Dan. 14, 23-31), lo que provoca su se-
gundo intento de martirio.
Enoch, padre de Matusalén, y Elías comparten el privilegio de ser los únicos per-
sonajes de la Antigua Ley que fueron apartados de la muerte física y “arrebatados” del
mundo por Yahvé, y por ello, su ascensión prefigura la de Cristo.
De Enoch sólo dice el Génesis que “anduvo constantemente en la presencia de
Dios, y desapareció, pues se lo llevó Dios” (Gén., 5, 22-23), escena que, al modo de
una Ascensión, se representó en las pinturas murales de Saint-Savin-sur-Gartempe.
Su figura, glosada en apócrifos y comentarios, aparece por lo común asociada a la del
profeta Elías, cuyo ciclo (1 Re., 17-19; II Re., 1-2) muestra, por su amplitud, mayores
posibilidades de traslación iconográfica. Del II Re. 2, 9-14 proviene el tema –inspira-
do en el arte clásico– de la ascensión del profeta Elías al cielo en un carro de fuego,
dejando caer su manto, que es recogido por su discípulo Eliseo. El sentido de prefi-
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15. San Pedro de Soria. Salomón y reina de Saba en un capitel del claustro.
lo que quisieron; de la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte
de ellos. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista”.
Por otro lado, el pasaje de la Transfiguración de Cristo (Mt. 17, 1-13, Mc. 9, 2-13 y
Lc. 9, 28-36) en compañía de Moisés y Elías constituye una revelación teofánica, pa-
rangonable a la de la Ascensión, pero aquí reduciendo los testigos a San Pedro, San
Juan y Santiago.
No es tema frecuente, aunque encontramos representado el arrebatamiento de
Elías en la fachada de la catedral de Fidenza o en la portada de la iglesia orensana de
Santa Eulalia de Beiro. Inserto en una visión celestial aparece Elías en una pintura
mural del ábside de Santa María de Esterri d’Aneu (Museo de Arte de Cataluña).
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El ciclo del Bautista le convierte en un muy cercano alter ego de Cristo, coetáneo de
su figura y poseedor de un ciclo en cierto modo paralelo al del Mesías, siendo eviden-
tes las similitudes iconográficas y compositivas que por tal cercanía se suscitan. Tal pa-
ralelismo entre ambas figuras viene expresado en el inicio del evangelio de Lucas,
quien narra el periodo de la Infancia intercalando los parejos acontecimientos que de-
terminan ambos casos. Como ocurría con el ya analizado ejemplo de Salomón, la anun-
ciación por San Gabriel de San Juan refleja la intervención divina en su concepción (Lc.
1, 5-25): hijo del sacerdote Zacarías y de su estéril esposa Isabel –prima de la Virgen, lo
que enlaza hasta en el parentesco a Jesús y San Juan– en su anuncio se señala que “se-
rá grande ante el Señor (…) y ya en el seno de su madre será lleno del Espíritu Santo”,
así como que “caminará delante de él [Cristo] con el espíritu y poder de Elías (…) para
preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. La misma concepción del Bautista (Lc. 1,
39-56) se produjo en el momento de la Visitación, cuando, en referencia a Isabel, se di-
ce que “saltó el niño en su seno”. Tras su nacimiento y al escoger el nombre de Juan,
Zacarías recuperó el habla que su incredulidad le hizo perder, entonando un cántico
parejo al de María tras la Visitación, y en él avanza que el infante será “llamado profe-
ta del Altísimo, / pues irás delante del Señor / para preparar sus caminos”.
Sobre la infancia de San Juan Bautista contamos con un curioso ejemplo icono-
gráfico de su Anunciación en un capitel de la portada de Fuencaliente de Lucio,
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del carácter pasional de su mensaje: ECCE AGNUS DEI en el primer caso (Jn. 1, 29 y 36)
y SICUT OVIS en el segundo (Is. 53, 7). La inscripción que rodea al Agnus Dei nos pre-
cisa el significado de victoria sobre la muerte gracias al sacrificio: MORS EGO SUM
MORTIS VOCOR AGNUS SUM LEO FORTIS, asociando la fortaleza al león, símbolo de la
Resurrección. Completa el mensaje de la banda superior del tímpano un epígrafe gra-
bado en la cenefa que lo enmarca, que reza: REX : SABBAOTH : MAGNUS : DEUS : EST :
ET : DICITUR : AGNUS, esto es, “El rey de los ejércitos celestiales es el gran Dios y es
llamado el Cordero”.
La primacía en ese carácter de precursor, además de trascender ampliamente a los
discursos iconográficos, fue reconocida, por ejemplo, en la inscripción de dedicación
de la basílica a él consagrada en Baños de Cerrato por el rey Recesvinto, en 661, que
reza: “Precursor del señor, mártir Juan Bautista, posee esta casa, construida como
don eterno, la cual, yo mismo, Recesvinto rey, devoto y amante de tu nombre, te de-
diqué de lo mío propio. En la era de seiscientos noventa y nueve”.
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