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Historia sobre la hipnosis clínica

Miguel A. Vallejo y Pedro J. Amor

Una buena forma de introducirse en el ámbito de la hipnosis clínica es transitar por la historia de la
hipnosis. De este modo, recorriendo el tiempo y los intereses y esfuerzos puestos para acercarse a
este fenómeno estaremos en mejores condiciones para entenderlo. Se propone, por tanto, un
recorrido histórico que nos sirva para contextualizar la hipnosis y todos los aspectos relacionados
con ella.

Buscando explicaciones

El acercamiento histórico a la hipnosis tiene múltiples facetas. Una de ellas, la más general, tiene
que ver con el conocimiento en sí: la explicación de fenómenos que sorprenden al espectador. Esta
perspectiva se enmarca en el campo de estudio de la ciencia. Ciencia que en los más remotos
tiempos tiene que ver con la filosofía, la antropología e incluso la astronomía, en la búsqueda de la
integración del hombre en el cosmos.

La explicación de los fenómenos observados es, sin duda, uno de los motores de la ciencia, también
de la tecnología. El desconocimiento al respecto es monumental. Se hace cierto el aforismo de que
cuanto más se sabe más se adentra uno en la ignorancia. Esto es especialmente evidente en todo
proceso en que interviene el ser humano como organismo. La psicología y la medicina en su
dimensión clínica son ejemplos de ello. Los interrogantes, al respecto, no son menores ahora que
hace 2000 años. ¿Qué factores en la persona hacen más probable que enferme? ¿Cómo operan los
remedios: actitudes, palabras, experiencias, medicinas y tratamientos diversos? En algunas áreas el
conocimiento, siquiera limitado, ha permitido a la tecnología atajar determinados problemas. Las
enfermedades infecciosas, la cirugía, el conocimiento de la fisiología del organismo ha permitido
aumentar notablemente la eficiencia de los cuidados de la salud. Si bien queda aún mucho por
explicar sobre cuáles son los factores causantes de esas mejoras. Baste recordar que hace mucho
más por la salud una adecuada alimentación, un sistema de alcantarillado, el tratamiento del agua y
unos hábitos higiénicos que cualquier otro sofisticado tratamiento. Algo se puede decir también en
ese mismo sentido sobre las creencias de las personas, la forma en que perciben el mundo y, sobre
todo, su contexto social que también es afectivo y emocional.

Esto nos lleva a acercarnos a la hipnosis desde la óptica de la medicina y de la psicología clínica, o
psicoterapia si se prefiere. Sin embargo, antes de transitar por ese camino que es en el que
propiamente se encuadra la historia de la hipnosis, recalemos un momento en la búsqueda del
conocimiento en el sentido con que comenzábamos esta disertación. La magia, el chamanismo, las
creencias religiosas y la mitología han jugado un papel que a menudo se ha asemejado a ciertos
procedimientos hipnóticos. La referencia a la antigüedad y a Grecia, en concreto, es generalmente
reconocida. Sin embargo, la aportación más rigurosa y entroncada en la filosofía es la que ahonda
en la utilidad de la palabra como terapia, como el fármaco de la mente. Así Platón propone la
sugestión (la palabra sugestiva) como medio de obtener el orden y la armonía de que carece el
enfermo, y Aristóteles, por otro lado, desarrolla la Retórica, como persuasión verbal y la Poética
como forma de tratamiento psicológico y que incluye unas buenas dosis de catarsis. El reconocer el
poder de la palabra como agente susceptible de producir cambios en el organismo es aceptar el
elemento esencial que subyacía y subyace a los fenómenos hipnóticos, aún con dificultades para
superar, en la antigua Grecia, la diferencia existente entre el cuerpo y la mente.

Desde una perspectiva más orgánica (física) se optó no tanto por la fuerza de la palabra sino por una
energía específica: el denominado magnetismo. La existencia de fluidos energéticos está presente
en la medicina desde sus inicios hipocráticos. Su entronque, además, con las fuerzas de los astros
tiene una amplia tradición mitológica que es actualizada en el siglo XVI por la idea de un poder
magnético curativo de los astros, según Paracelso (1493-1541), así como la del "magnetismo
animal" formulado por Van Helmont (1577-1644). La idea de una energía que puede ser dirigida
mediante el pensamiento, la imposición de manos el contacto con otro cuerpo, etc., tiene un gran
atractivo y aunque forma parte de un contexto verbal, parece sugerir que va más allá de lo intangible
para convertirse en una fuerza similar a otras, como el magnetismo, que no por aparentemente invisible
(basta dejar caer un objeto para constatarlo) es menos efectiva.

La capacidad de las personas para incidir en las demás y en sí mismas trasciende, como se ve, de la
palabra a la energía. Esta búsqueda la realmente eficiente (la energía) frente a lo especulativo (lo
humano, lo verbal) tiene un gran atractivo y actualidad. No hay más que recordar las propiedades que
se confieren a determinadas pulseras, objetos e incluso sustancias tan naturales y cotidianas como el
agua, convenientemente magnetizada.

El marco clínico: de la medicina a la psicología clínica

La historia de la hipnosis, más allá de los antecedentes señalados más arriba, comienza con Friedrich
(Franz) Anton Mesmer (1734-1815) y se configura a finales del siglo XIX y principios del XX. Todo
ello lo hace en relación con el denominado magnetismo animal y pasa rápidamente a constituir un
método para el estudio y tratamiento de la histeria como trastorno mental y, por extensión, a otros
desórdenes psicológicos en los que se simultanean trastornos del comportamiento con llamativos
síntomas o alteraciones orgánicas. Es precisamente en este contexto en el que la hipnosis es un capítulo
más en el desarrollo de la psicología clínica. Efectivamente busca explicar cambios orgánicos
“caprichosos” o funcionales desde una perspectiva orgánica atendiendo a factores de tipo psicológico.
Se trata de dar razones psicológicas de problemas psicológicos, al igual que lo hiciera Freud (1856-
1939) o Pavlov (1849-1936), cuando trataban de explicar la histeria o las neurosis. Es de gran utilidad
para el interesado en los tratamientos psicológicos conocer esta perspectiva histórica de la hipnosis
dentro de la psicología clínica. Dicha historia pasa por la aceptación de la relación entre lo psicológico
y lo fisiológico, relación efectiva y plena, no subsidiaria. Esto aún hoy día es difícil de aceptar. La
separación, el dualismo mente cuerpo y la mayor importancia dada, en términos de su carácter
genuino, a lo físico, frente a lo psicológico bien considerado como falsamente físico, determina, en
gran medida, este estado de cosas.

Al igual que Pavlov estableció un nexo de comunicación entre los cambios comportamentales y
emocionales y los cambios somáticos en las neurosis experimentales, la hipnosis establece también
vías de conexión y experimentación entre las propuestas o sugestiones del hipnotizador y cambios
fisiológicos, no por poco llamativos menos genuinos que los que podrían encontrarse sin la
intervención hipnótica. Es precisamente esta posibilidad de experimentación la que hizo y hace de
la hipnosis un medio para superar la separación impuesta por el dualismo mente cuerpo. Los puentes
están tendidos. Es posible percibir un objeto inexistente, por el mero hecho de creerlo presente. La
diferencia entre la realidad y su construcción se hace tenue. Todo ello no sería destacable si no fuera
porque hay cambios físicos que aparecen fuera de lugar. ¡Qué desfachatez!, a ver si va a ser cierto que
es posible mandar a nuestro organismo. Naturalmente, que no se trata, aquí tampoco, de inventar nada.
Todo el mundo acepta que cuando una persona está relajada su sistema neuroendocrino e
inmunológico funciona de modo diferente a cuando vive un suceso amenazante, sin embargo qué
difícil es aceptar que el uso de la hipnosis (o en el entrenamiento en relajación o la terapia
cognitiva) produce cambios positivos concretos y mensurables en el sistema inmunológico de una
persona.

Para el conocedor de la psicología clínica le es ilustrativo y contribuye a aclararle el papel de la


hipnosis como recurso terapéutico, conocer el papel que ha jugado desde sus aplicaciones pioneras.
Con esta finalidad se recorrerán las principales aportaciones que han marcado los hitos históricos
principales.

Mesmer y el magnetismo

Friedrich (Franz) Anton Mesmer (1734-1815) es reconocido como el principal pionero en el desarrollo
de la hipnosis. Médico vienés cuyo principal mérito fue difundir con gran teatralidad la aplicación del
magnetismo animal como fuerza capaz de generar muy diversos efectos. La idea del magnetismo como
fuerza ya provenía, como se ha comentado, de tiempos pretéritos. Mesmer reconoce la realidad de
dicha fuerza y la considera asociada, como en otros fluidos energéticos, a una cierta suerte de
equilibrio que daría lugar a la concepción de la armonía como forma reguladora de la acción del
magnetismo. Ciertamente resultaba difícil para un médico cercano a las peculiares formas de curación
de la época, sustraerse a la atracción de verdaderas fuerzas como la gravitación propuesta por Newton,
o, de modo más cercano, a las propiedades curativas que los imanes tenían y que eran descritas por
Maximilian Hell, director del Observatorio Astronómico de Viena, en 1774. Lo cierto es que la puesta
en escena y las terapias de Mesmer fueron realmente espectaculares. Así lo que, en principio tenía una
orientación científica y de este modo fue recibida, se tornó rápidamente en estrafalario. Naturalmente
el pretendido magnetismo no logró ser encontrado. La imaginación, la sugestión, la palabra y sus
efectos en definitiva eran las responsables de los fenómenos. La puesta en escena era el ingrediente
no el pretendido magnetismo.

A Anton Mesmer le cabe el mérito de llamar la atención de forma efectiva sobre la hipnosis, tanto
desde un punto de vista médico-científico como social. La posibilidad de ese magnetismo
revolucionó a sus coetáneos. Ejemplo de ello fue la investigación que Luis XVI puso en marcha bajo la
dirección del más tarde presidente de los EE.UU. Benjamín Franklin. La notoriedad obtenida actuará
como reclamo de médicos y charlatanes, generando admiración, reconocimiento y rechazo y, en todo
caso, el punto de partida para explorar su utilidad en el ámbito de la histeria y la neurosis.

Continuando el trabajo de Mesmer: Puységur, Faria y Braid

La contribución de Armand J. de Chastenet (1751-1825), marqués de Puységur, en el desarrollo de


la hipnosis fue en cierto modo anecdótica. Siguiendo la estela de Mesmer y practicando en el uso
del magnetismo animal obtuvo en algunas personas un estado de sonambulismo que denominó
“provocado”. Este sonambulismo, además, constituía un estado especial de clarividencia. En él,
según Puységur, las personas recordaban con claridad, podían prever el futuro y conocer acerca de
la naturaleza, diagnóstico y orientación al tratamiento de enfermedades. El marqués de Puységur,
que no era médico, comunicó sus hallazgos a la “Sociedad de la Armonía”. Las “Sociedades de la
Armonía” se constituyeron entre los seguidores de Mesmer y se centraban en la búsqueda del
equilibro (armonía) del magnetismo como fuerza vital.

El hallazgo de Puységur fue difundido en la última década del siglo XVIII y llamó la atención de la
clase médica, en especial por la relación existente entre el sonambulismo, la histeria y las
características especiales conferidas a ese estado de sonambulismo. Así a principios del siglo XIX,
Petetin, médico, relacionó el sonambulismo provocado con la catalepsia histérica. Consideró,
además, que no se trataba de una fuerza magnética sino eléctrica que se originaba en el cerebro y
que confería una especial sensibilidad y receptividad sensorial a las personas. Esto justificaría no
sólo la viva sensibilidad de los catalépticos sino también su especial cualidad para el recuerdo.

José Custodio de Faria (1756-1819) clérigo, nacido en la colonia portuguesa de Goa y doctorado en
Roma, hizo la aportación más relevante al desarrollo de la hipnosis en los comienzos del siglo XIX.
En contacto con Puységur inicia su actividad como hipnotizador y pronto constata lo innecesario del
magnetismo animal para explicar los fenómenos hipnóticos. Así considera que es la sugestión
verbal la responsable de los efectos observados y desarrolla diversos métodos y técnicas para
aplicarla. En esto influirá decisivamente en autores como Liébault y Bernheim precursores de la
hipnosis como es considerada en el momento actual dentro del marco de la psicología clínica. Faria
hizo, además, otras dos aportaciones sustanciales. La primera fue la consideración del por él
denominado “sueño lúcido” como un fenómeno natural y nada extraordinario ni ajeno a la realidad
humana. La segunda fue la aceptación de que los fenómenos observados no dependen de causas
externas (magnetismo, electricidad, etc.), sino que “residen” en el propio sujeto, en su disposición y
aceptación a ser influenciado. Esta vuelta a la realidad, a no buscar causas externas antinaturales no
le sirvió para evitar ese halo de charlatanería al que fueron asociados los seguidores de Mesmer, que
quedó caracterizado de forma pintoresca en el personaje del “abate Faria” que Alejandro Dumas
introdujo en El Conde de Montecristo.

James Braid (1795-1860) fue un médico escocés que ya partió del rechazo al magnetismo animal y
similares elementos asociados al mesmerismo. Como médico tuvo conocimiento de los fenómenos
hipnóticos y le sorprendió la dificultad de los sujetos para mantener los ojos abiertos. Él que entre
sus actividades médicas y quirúrgicas se encontraba la oftalmología y más concretamente la
corrección del estrabismo, pensó que el cansancio producido por la fijación ocular producía unas
alteraciones en el sistema nervioso que facilitaban el sueño. De este modo y mediante un
procedimiento “físico” se podía inducir el estado hipnótico en lo que vino a denominarse el “sueño
nervioso”, frente al “sueño lúcido” de Faria. Braid diferenciará el “sueño nervioso” del sueño y le
utilizará con fines terapéuticos concretamente para el control del dolor, en lo que constituye una
puerta a las aplicaciones clínicas de la hipnosis.

Con las aportaciones de Faria y Braid se deja a la hipnosis a las puertas del siglo XX con un rechazo
efectivo al magnetismo, electricidad y otras explicaciones similares y la aceptación de que es la
participación efectiva del sujeto la que pone en marcha el fenómeno. Que dicho fenómeno puede
ponerse en funcionamiento mediante la palabra o por acción de determinados cambios fisiológicos,
inducidos mediante instrucciones verbales, y que, final y principalmente, que los fenómenos nada
extraordinarios ni sobrenaturales pueden ser útiles para el tratamiento, veremos también
comprensión, de determinadas enfermedades o trastornos.

La hipnosis en sí misma y como método de estudio de lo psicológico

Durante el siglo XIX y principios del XX hay un notable interés de la medicina por definir,
caracterizar y orientar la clínica de los más diversos trastornos. Como ya se vio en tiempos de
Mesmer y dejado de lado el magnetismo, la similaridad entre los fenómenos hipnóticos y ciertos
trastornos nerviosos como la histeria, recalcan el interés de la hipnosis. Así la hipnosis tiene interés
en sí misma, como fenómeno que produce una serie de efectos poco comunes, comparados con el
comportamiento habitual de las personas, y por la similaridad de esos cambios con ciertas
patologías nerviosas puede ser el método, o el puente, a través del cual experimentar con ellas y
avanzar en su conocimiento.

Jean Martin Charcot (1825-1893) es el ejemplo paradigmático de este proceder. Prestigioso médico
de los recién creados hospitales, e investigador de la neurología clínica considera que la hipnosis
tiene interés en sí misma y la caracteriza como tres estados nerviosos sucesivos: cataléptico,
letárgico y sonambúlico. Charcot formará escuela: la escuela de la Salpêtrière, prestigioso hospital
parisino en el que crearía el primer servicio de neurología moderno.
Para Charcot la hipnosis, tanto como fenómeno en sí como método de estudio, se circunscribe en un
ámbito estricta y reduccionistamente neurológico. En consecuencia el uso de la palabra y de la
sugestión es rechazable y, en todo caso, reductible a alguna forma imperfecta de poner en marcha
determinado tipo de reflejos. Este exceso de referencia neurológica y de objetivación física fue el
principal problema de la obra de Charcot. Es más, sus discípulos, singularmente Joseph Babinski
(1857-1932) no tuvieron más remedio que revisar los presupuestos de Charcot en relación con la
sugestión y con respecto a la histeria. En efecto, hubo que aceptar la presencia de la simulación en
la histeria y, por ende, la importancia que la sugestión o contra-sugestión jugaría en su reversión. En
suma, reclamar la psicogenia para los trastornos psicológicos como la histeria, sin que ello suponga,
naturalmente, no atender los cambios neurológicos que conlleva.

Más paradigmático de esta evolución es precisamente la obra de Pierre Janet (1859-1947), seguidor
y defensor de la escuela de la Salpêtrière, no tuvo más remedio que aceptar la importancia de lo
psicológico en el estudio de la histeria. Así la sugestión pasaba a ocupar un lugar primario y los
estudios anatómicos, histológicos y químicos, secundarios, habida cuenta de los resultados
obtenidos con ellos. Por otro lado, resultaba excesivo invertir gran cantidad de tiempo y esfuerzos
que pocos resultados habían ofrecido en estudiar unos fenómenos de laboratorio que poco tenían
que ver con la realidad.

En el uso de la hipnosis como herramienta terapéutica estuvo también Freud. Freud estuvo con
Charcot merced a una beca en 1885. En su estancia en la Salpêtrière tuvo ocasión de conocer el
trabajo de Charcot que le produjo gran admiración por su interés en objetivar la histeria. No
obstante, Freud al igual que los seguidores de Charcot reclamará una mayor importancia de lo
psicológico. Freud fue divulgador y defensor del uso clínico de la hipnosis y el mismo la utilizó y le
sirvió de base para el desarrollo de sus propias técnicas terapéuticas.

La hipnosis como dominio de lo psicológico

Ambroise August Liébeault (1823-1904) fue un médico que ejerció en una localidad próxima a
Nancy y posteriormente en esa misma ciudad. Conocedor de la hipnosis intentó utilizar los métodos
convencionales con diversas dificultades y problemas, incluido el método de fijación ocular de
Braid. El buen resultado que le reportó el método de Faria le llevó a considerar la importancia de la
sugestión como elemento esencial en la hipnosis. Más adelante, al observar cómo este método era
igualmente efectivo en personas normales, no tenía sentido asimilar el efecto de la hipnosis con
estados patológicos sino con estados susceptibles de ser provocados mediante el uso de la sugestión,
de la palabra. La reformulación en términos psicológicos de gran parte de las técnicas utilizadas
hace de la sugestión el elemento central responsable de los cambios obtenidos. Así, los efectos de la
fijación ocular de Braid serían debidos a la concetración de la atención, favorecedora de la
sugestión, frente a los cambios neurológicos propuestos por Braid.

Liébeault publicará en 1892 el libro Terapia sugestiva. En él no sólo se plantea la utilidad clínica de
la sugestión sino que ensaya una teoría sobre cómo son generados ciertos trastornos psicológicos.

La influencia de Liébeault, que no hizo más que recoger puntos de vista y técnicas ya disponibles en
la actualidad, tuvo un efecto importante aunque demorado. Fue Hippolite-Marie Bernheim (1837-
1919) quien también en Nancy desde la Facultad de Medicina, lideraría la conocida cono escuela de
Nancy, que frente a la escuela de la Salpêtrière, defendería el papel de los psicológico y que
constituiría el principal interés del Primer Congreso Internacional de Hipnotismo Experimental y
Terapéutico, celebrado en París en 1889, y el segundo en 1900. Bernheim que también experimentaría
con los métodos tradicionales constataría que lo que tiene en común es la sugestión, sin la que no es
posible obtener ningún tipo de efecto. Lejos, por tanto, de fuerzas mágicas o hipotéticas fuerzas
nerviosas, la hipnosis sería un ejemplo de la puesta en práctica de la sugestión.

La consideración de normalidad constatada por Bernheim deslinda, de nuevo, todo efecto mágico o
cualitativamente diferente de lo que sucede cotidianamente. Así constará la existencia en condiciones
normales de fenómenos análogos, si bien rudimentarios, a los obtenidos mediante la hipnosis, lo que
probaría que son las condiciones contextuales y la aplicación de la sugestión la que se responsabilizaría
de los resultados obtenidos. Para Bernheim la hipnosis no es sino sugestión, la tendencia a aceptar una
idea y a permitir que ésta se transforme en acción. No se asigna entidad alguna a la hipnosis que no sea
la obtenida mediante los efectos producidos por el uso de sugestiones. La sugestión es la causa y efecto
de todo el fenómeno, constituyendo en consecuencia el elemento central de estudio.

Resulta evidente que la postura de la escuela de Nancy inicia el acercamiento de la psicología científica
al estudio de la hipnosis, mientras que los postulados de la Salpêtrière son más próximos a otros puntos
de partida, por ejemplo la psicología dinámica, o aquellos otros que consideran la hipnosis como un
estado especial, físico y psíquico.

El interés por la sugestión y la sugestibilidad va a adquirir una notable importancia psicológica a partir
de los trabajos de Bernheim. Así, por ejemplo, Binet (1900) estudia los efectos de la sugestión y los
distintos tipos de ésta, destacando las diferencias existentes entre las demandas que implican
reacciones motoras inconscientes del resto de las sugestiones. Existe un intento por delimitar y
conceptualizar la sugestión dentro y fuera del marco de la hipnosis. Ghreorghiu (1988) ha realizado
una excelente revisión sobre estas cuestiones situando el papel de la sugestión en su relación con el
condicionamiento, la imaginación y demás aspectos relevantes en su estudio. Las aportaciones de
autores como Binet (1900), Eysenck y Furneaux (1945), Benton y Bandura (1953), Stukat (1958),
entre muchos otros, pueden servir como ejemplo de la importancia conferida a la sugestión y
sugestibilidad en psicología (ver Ghreorghiu, 1988).

Unos de los trabajos más interesantes en el contexto de la sugestión y la hipnosis es el trabajo de Hull,
Clark L. Hull (1933). Este autor neo-conductista retoma las ideas de Bernheim y postula la inexistencia
de diferencias cualitativas entre la sugestión y la hipnosis. Para Hull no existen diferencias entre la
sugestibilidad en estado de vigilia y la sugestibilidad en el denominado estado hipnótico. En todo caso
acepta que las diferencias son cuantitativas, pero no cualitativas.

En resumidas cuentas, cabe hablar de la sugestión y de la hipnosis desde una perspectiva psicológica,
basada en la tradición de la psicología experimental, en la que se hace especial énfasis en las respuestas
del sujeto ante determinadas demandas ambientales concretas. En la respuesta a estas demandas no se
implica necesariamente un cambio cualitativo de estado, aun cuando tampoco se pretende volver a la
formulación dura de la "caja negra". Por ello se acepta la importancia que tiene las variables cognitivas
y constructos mediacionales (en el contexto del aprendizaje social de Bandura, o de la implicación de
las expectativas de autoeficacia ante determinadas situaciones).

Esto implica la eliminación de toda referencia esotérica u ocultista ligada a las palabras sugestión o
hipnosis, lo que no quiere decir que se tengan todas las respuestas a los fenómenos que se producen, ni
los conocimientos que los sustentan. Tampoco, este punto de partida positivo, impide que tanto el
experto como el profano siga asociando sugestión a hipnosis a misterio o misticismo, por ser este uno
de los tópicos socio-culturales y psicológicos más arraigados. Sin embargo, este punto de partida es útil
para el propio trabajo del psicólogo quien, eliminados dichos tópicos y adquiriendo un dominio de la
técnica, cuenta con un recurso terapéutico más.
La hipnosis en España

La referencia histórica de la hipnosis en España está ligada a la influencia que los trabajos de Charcot
ejercieron sobre Luis Simarro (1851-1921) y sobre Ramón y Cajal (1852-1934). Simarro mostró tener
un buen conocimiento de las técnicas y principios de la hipnosis, así como de las polémicas entre
Charcot y la escuela de Nancy. Ramón y Cajal hizo uso, además, de la hipnosis en el tratamiento de
diversos trastorno neurológicos.

Referencias

Las referencias bibliográficas están recogidas en los enlaces de ampliación de información, a


excepción de las recogidas a continuación:

Benton, A.L. y Bandura, A. (1953) "Primary" and "secondary" suggestibility. Journal of Abnormal
Psychology, 48, 336-340.

Binet, A. (1900) La suggestibilité. Paris: Schleicher Frères.

Eysenck, H.J. y Furneaux, W.D. (1945) Primary and secondary suggestibility: an experimental and statistical
study. Journal of Experimental Psychology, 35, 485-503.

Gheorghiu, V.A. (1988) The development of research on suggestibility: critical considerations. En V.A.
Gheorghiu, P. Netter y H.J. Eysenck (eds.). Suggestion and suggestibility. Berlin: Springer-Verlag.

Stukat, K.G. (1958) Suggestibility: a factorial experimental analysis. Stockholm: Almqvist & Wiksell.
ANEXOS

Antigüedad

Parece que la mayor parte de las


culturas han utilizado el hipnotismo de
una u otra forma. Las evidencias más
antiguas de su existencia se
encuentran entre los chamanes,
quienes la extienden desde Asia
septentrional hasta Tíbet. Es muy
probable que en sociedades más
avanzadas, como la egipcia, se haya
practicado el hipnotismo como método analgésico para la realización de trepanaciones y
cesáreas. Existe evidencia de su utilización con diversos fines en Babilonia, Sumeria y
Grecia (Hall, 1986). Durante la Edad Media se construyen teorías y se ejercen
prácticas de hipnotismo brutalmente perseguidas y reprimidas por la Inquisición bajo la
acusación de brujería y pactos con el diablo.

García Cueto, E. (2001) Hipnosis, historia y actualidad. En J.G. Roales-Nieto y G. Buela-


Casal (eds.).: Hipnosis. Fuentes históricas, marco conceptual y aplicaciones en psicología
clínica, pág., 35. Madrid: Biblioteca Nueva.

la palabra como terapia

La tradición filosófica: el criterio favorable a la parte racional del


ser humano

Una de las mejores monografías de Laín Entralgo está dedicada a La curación por la
palabra en la Antigüedad clásica (1958). Tras situar en los fragmentos de los pitagóricos y
de Empédocles el punto de partida de la tradición filosófica griega sobre los «tratamientos
psíquicos», analiza las ideas de los sofistas, en especial Gorgias y Antifonte, que llegaron a
proponer una aplicación «técnica» de la palabra persuasiva. Gorgias afirmó que la fuerza
(dynamis) de la persuasión para el tratamiento de la mente (psykhé) es equiparable a la
de los mejores fármacos para la curación del cuerpo.

Más amplio fue el planteamiento de Platón acerca de la palabra sugestiva. Pensaba que la
sugestión puede producir una «armoniosa y justa ordenación» de todos los elementos de
la vida psíquica (creencias, sentimientos, impulsos, saberes, etc.) y que esta armonía
(sóphrosyné) es condición previa para que sea máximamente eficaz la acción de los
fármacos, por lo que estimaba que la terapéutica no es completa si no es capaz de
conseguirla en los enfermos. «Es seguro que un cultivo práctico y consecuente con los
puntos de vista platónicos -dice Laín- hubiese conducido pronto a la edificación de algo así
como un psicoanálisis griego.» Como veremos a continuación, los médicos hipocráticos no
atendieron en absoluto esta posibilidad.

Aristóteles consagró todo un tratado, la Retórica, a la palabra persuasiva y distinguió


en la Poética una nueva forma de «tratamiento psíquico». Junto a la palabra dialéctica
o convincente y a la retórica o persuasiva, describió la que produce una «catarsis», término
que utilizó con el significado de «liberación o purgación de las pasiones», seguida del
correspondiente alivio. La relacionó asimismo de modo explícito con la terapéutica,
afirmando que un médico que supiera producir en la psykhé de ciertos enfermos efectos
«catárticos» semejantes a los de un poema trágico vería completada radicalmente la eficacia
de sus tratamientos. Tampoco este nuevo programa fue recogido en la medicina posterior, a
pesar del decisivo influjo que recibió de la obra de Aristóteles, no sólo en el terreno de la
biología, la filosofía natural y la lógica, sino también en el de la ética. En la célebre doctrina
aristotélica del «justo medio» entre dos comportamientos extremos se basó directamente el
texto sobre «dietética» de Diocles de Caristo, médico del siglo IV a.C. El término «dietética» no
se refería únicamente a los alimentos, sino que designaba la regulación de todos los aspectos
de la vida humana, tomando la medicina como norma. Este significado se mantuvo durante
la larga vigencia de la higiene individual destinada exclusivamente a los privilegiados y
poderosos, desde la Antigüedad clásica hasta comienzos del siglo XIX.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág.12-13.
Madrid: Alianza.

interesado en los tratamientos psicológicos

Los orígenes de la psicoterapia no tienen solamente un interés histórico debido a la


pervivencia hasta el presente de prácticas y doctrinas de todas las épocas, casi siempre de
forma degradada. En las sociedades actuales, cualquiera que sea su desarrollo
económico, se mantienen los «tratamientos psíquicos» anteriores a la constitución, a finales
del siglo XIX y comienzos del XX, de una psicoterapia propiamente dicha, basada en la
explicación científica de los factores psíquicos que intervienen en la aparición de
enfermedades. Dichos «tratamientos» corresponden a actividades tan heterogéneas
como el recurso a las creencias mágico-religiosas y los intentos de los médicos para
ganarse la confianza de los enfermos, consolarlos y mantener elevado su ánimo,
basándose a veces en doctrinas éticas o en teorías psicológicas de carácter filosófico.
También pervive el «magnetismo animal», doctrina formulada, como veremos, por Mesmer
a finales del siglo XVIII.

A pesar de que muy pronto se comprobó experimentalmente su falta de fundamento y


de que luego fueron explicados sus efectos como fenómenos sugestivos, continúa
utilizándose en manos de curanderos y en productos de consumo como las pulseras y
cruces «magnéticas» o en los artificios para «magnetizar» el agua. La publicidad
consumista que manipula hoy todos los medios de comunicación favorece la explotación
comercial de sus elementos y los del recurso a las creencias mágico-religiosas, aislados
o mezclados de manera arbitraria, lo que no sólo conduce a meros fraudes, sino a
prácticas y productos gravemente peligrosos. A la pasividad de las autoridades se asocia,
además, la irresponsabilidad de muchos medios de comunicación, que difunden
falsedades en aras de lo pintoresco e insólito, por ignorancia o por motivos interesados.

La misma publicidad consumista pretende mantener la creencia en un progreso continuo y


desenfrenado, con noticias diarias de descubrimientos trascendentales. Su tópico favorito es
un milenio de «nuevas tecnologías», cuya directa relación con el lenguaje de las cotizaciones
bursátiles es sobradamente conocida. En este contexto resulta impertinente considerar de
forma seria y honesta los adelantos de la psicoterapia y, todavía más, sus retrocesos.

Hasta finales del siglo XX, las enfermedades mentales han continuado siendo un
problema pendiente, debido a la carencia de fundamentos científicos para formular de
modo riguroso sus entidades nosológicas, es decir, sus tipos con lesiones anatómicas,
disfunciones, causas, mecanismo generador y curso específicos. Incluso es todavía
incompleta la caracterización de aquellas que han motivado una investigación continuada y
brillante, como la enfermedad de Alzheimer: se conocen en detalle los síntomas y el
curso de esta demencia, se han descubierto, a partir de los trabajos de Alois Alzheimer
(1907), las lesiones histopatológicas peculiares de la atrofia generalizada de la corteza
cerebral que en ella aparece de forma progresiva y se han comprobado alteraciones
funcionales enzimáticas, en especial la pérdida de actividad de la acetilcolinesterasa,
pero se ignoran sus causas. Constituye un claro retroceso que muchos psiquiatras no
reconozcan de modo abierto este problema pendiente y parezcan consolar su
«chauvinismo histórico» con fabulaciones especialmente pintorescas acerca de las
«brujerías» y «supersticiones» vigentes en el pasado. Todavía más grave es la confusión
creada al utilizar como diagnósticos en la práctica clínica términos de las clasificaciones de
la Organización Mundial de la Salud o de la American Psychiatric Association, que son
meros consensos de conveniencia destinados a la normalización estadística. Basta leer sus
definiciones para comprobar que su uso acrítico está favoreciendo un escolasticismo
meramente verbalista.

Durante la segunda mitad del siglo XX se ha producido un innegable estancamiento del


estudio científico de los factores psíquicos que intervienen en la aparición de todas las
enfermedades. A pesar de sus avances, la psicología no ha conseguido superar su
fragmentación en tendencias y escuelas que tienen conceptos básicos y métodos
divergentes e incluso incompatibles. Por otro lado, la investigación neurofisiológica no ha sido
capaz hasta el momento de ofrecer una explicación sistemática rigurosa de dichos factores.
Resulta penoso que se hable continuamente de stress como si se tratará de un factor
causal preciso y definido, en lugar de un tópico manoseado que oculta profundas ignorancias.
Parece olvidado el uso de este vocablo inglés como término científico, en el contexto de la
teoría de Hans Selye sobre el síndrome general de adaptación.

La plena consolidación de la psicoterapia no solamente está obstaculizada por el


estancamiento de los estudios sobre las enfermedades mentales y de las investigaciones
acerca de los factores psíquicos en la producción de las somáticas, sino también por una
deficiente cooperación entre la medicina y la psicología. Muchos médicos no han
superado los supuestos tradicionales y tienden a confundir la psicoterapia con el
consuelo de los enfermos, sin tener conciencia de la necesidad de una vertiente del
tratamiento con bases científicas y recursos técnicos equiparables a los somáticos. Entre los
cultivadores de la «psicología clínica» y la «psicología de la salud» no es frecuente una
concepción precisa y rigurosa de sus funciones, ni la convicción de que hay que integrarlas
en un complejo equipo asistencial. El gremialismo y la competencia económica dificultan
todavía más una relación adecuada entre ambas profesiones.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág.7-10. Madrid:
Alianza.

Mesmer

La obra de Mesmer, formulador del «magnetismo animal»

Nacido en la aldea de Itznang, junto al lago de Constanza, Franz


Anton Mesmer (1734-1815) era hijo de un cazador al servicio del
obispo local. Tras realizar estudios de filosofía, teología y derecho,
cursó medicina en Viena, doctorándose con la tesis De planetarum influxu in corpus
humanum (Sobre el influjo de los planetas en el cuerpo humano, 1766). La capital del
Imperio Austríaco era entonces uno de los escenarios centrales de la medicina europea. A la
llamada Alte Wierner Schule (Antigua Escuela Vienesa), encabezada por el holandés
Gerhard van Swieten, principal discípulo de Boerhaave, pertenecían grandes figuras
como Anton de Haën, adelantado de la termometría clínica, Anton Stoerck, autor de
importantes trabajos farmacológicos, y Joseph Leopold Auenbrugger, inventor de la
percusión del tórax. El matrimonio con una viuda muy rica permitió a Mesmer tener una lujosa
mansión a orillas del Danubio, que frecuentaban las más destacadas personalidades del
mundo cultural vienés, entre ellas, los músicos Mozart, Haydn y Glück. En su tesis doctoral
defendió la existencia de un fluido magnético universal, reformulando una doctrina de larga
tradición sobre la base de una interpretación peculiar de las ideas de Newton sobre el
«éter» y la gravitación: «Se mueve con la máxima celeridad, actúa a distancia, se refleja y
refracta, como la luz, es inactivado por algunos cuerpos y cura directamente las
enfermedades nerviosas e indirectamente todas las restantes». Resulta lógico que
encabezase el grupo de médicos que se interesaron por las experiencias sobre las
propiedades curativas de los imanes realizadas en 1774 por Maximilian Hell, director del
Observatorio Astronómico de Viena. Los espectaculares resultados terapéuticos que obtuvo
con láminas y anillos magnéticos fueron el punto de partida de su teoría de «un magnetismo
animal, esencialmente distinto del propio imán», que fue acogida con escepticismo por el
propio Hell, el físico Jan Ingenhousz y el médico Von Stoerck. Sin desanimarse, continuó
realizando pruebas y, en 1775, dirigió una comunicación sobre su «descubrimiento» a todas
las academias médicas de Europa, que solamente contestó la de Berlín, calificándolo de
«ilusorio». En los dos años siguientes viajó por Centroeuropa y se puso en relación con el
sacerdote católico Johann J. Gassner, famoso por sus «curas por exorcización», de cuyas
prácticas tomó algunos elementos relativos a los tocamientos y los pases, aunque
interpretando sus efectos como acciones del magnetismo animal. De regreso a Viena,
Mesmer gozó momentáneamente de un gran prestigio, que terminó a causa de un pleito
en torno a la presunta curación de la ceguera de la compositora Theresia Paradies.

En enero de 1778 se trasladó a París, donde publicó su Mémoire sur la découverte du


magnétisme animal (Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal, 1779),
principal obra en la que resumió los principios teóricos y las aplicaciones terapéuticas de
su método. En la capital francesa tuvo muy pronto una nutrida clientela, especialmente de
origen aristocrático, pero al no conseguir el reconocimiento académico se retiró a Spaa en
1781. Tres años después volvió a París reclamado por sus seguidores, que abrieron una
suscripción para ofrecerle apoyo económico y fundaron en varias ciudades las llamadas
«Sociedades de la Armonía», nombre alusivo al «armónico equilibrio» al que conducía el
tránsito del «fluido magnético» a través del sistema nervioso, tras producir un estado de
«crisis», con fuerte agitación o pérdida de la conciencia. El éxito de Mesmer fue de nuevo
extraordinario, llegando a estar sus salones repletos de enfermos y de curiosos. Las
instituciones oficiales no pudieron desconocer por más tiempo su presencia y, en el mismo año
1784, dos comisiones fueron encargadas de emitir informes sobre el magnetismo animal: una
compuesta por cuatro profesores de la Facultad de Medicina y cinco miembros de la Real
Academia de Ciencias y otra nombrada por la Real Sociedad de Medicina. No trabajaron con
Mesmer, que consideró inaceptables sus planes de trabajo. La primera tenía como objetivos
comprobar la existencia del fluido y verificar, en el caso de que existiera, su acción sobre los
seres vivos. Tras minuciosas pruebas, en las que sus mismos componentes fueron
sometidos a «magnetización», llegó a la conclusión de que «nada prueba la existencia del
fluido magnético animal», atribuyendo a la imaginación los efectos observados durante los
tratamientos mesméricos. Igualmente negativo fue el informe de la segunda comisión, cuya
misión consistía en observar los resultados terapéuticos del método. Dividió los enfermos en
un grupo con afecciones «evidentes y conocidas», otro con «molestias ligeras y vagas» y
un tercero de «melancólicos». Concluyó que ninguno de los enfermos del primer grupo
había sido curado ni «notablemente aliviado», tras un tratamiento de cuatro meses, y que,
en cambio, varios de los otros dos declaraban «encontrarse mejor», aunque se trataba de
fenómenos subjetivos imposibles de controlar, sin que pudiera atribuirse al magnetismo
animal ningún efecto terapéutico específico. Uno de los comisionados, el célebre botánico
Gaspard Laurent de Jussieu, no quiso firmar este informe y publicó uno particular en el que,
compartiendo muchos aspectos, consideró insuficiente invocar la imaginación para explicar
ciertas curaciones observadas y afirmó que correspondía a la ciencia descubrir y hacer
aprovechable la «parte de verdad enmascarada por falsas hipótesis y especulaciones».

Los informes de ambas comisiones supusieron el comienzo del descrédito de Mesmer.


Apoyadas en su autoridad, aparecieron duras críticas, sobre todo de los aspectos más
pintorescos de la «magnetización», y la polémica que motivaron no consiguió impugnarlos. En
la prensa y en el teatro se sucedieron las burlas y las bromas. Finalmente, el fracaso de Mesmer
al tratar a algunos personajes célebres, como Enrique de Prusia y la princesa de Lamballe, le
obligó a abandonar Francia. Tras viajar por varios países y volver fugazmente al París del
Consulado, fijó su residencia en Meersburg, otra localidad junto al lago de Constanza, donde
murió.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág.30-33.
Madrid: Alianza.

puesta en escena y las terapias

Mesmer habló del magnetismo animal, de


fluidos universales en el cuerpo sano, de la
magnetización de objetos no animados tales
como la madera, el metal y el agua, de la
importancia de las caricias corporales
("pases") con objeto de magnetizar al
paciente, de la influencia de los planetas
sobre el hombre y de muchos otros
fenómenos extraños. Al mismo tiempo que
Mesmer hablaba y escribía acerca de estas
insólitas ideas, obtuvo algunas curas bastante
asombrosas y dramáticas. Tales curas, a
menudo con individuos que eran incurables
mediante enfoques médicos tradicionales,
sucedían como resultado de una "crisis" que
habría provocado su procedimiento de
"inducción hipnótica". La principal
característica distintiva de su sala tratamiento
era el baquett. Este artilugio, considerado
como el centro del fluido magnético,
constaba de una gran cuba de roble llena
de limaduras de hierro, agua y cristal pulverizado. Esta cuba tenía una serie varillas de hierro
sobresalientes mediante las que el paciente podía obtener un "flujo magnético",
normalmente dirigido hacia las zonas doloridas. Con frecuencia, el número de varillas
superaba las treinta y, por consiguiente, ese era el número de "pacientes" que
podían ser magnetizados simultáneamente ¡El mismo Mesmer aumentó la solemnidad
de la ocasión, no sólo al usar la música apropiada, sino al pasear majestuosamente
alrededor de la persona, con togas de seda largas y amplias, llevando consigo una
varita mágica! Pasaba entre los pacientes, tocando a algunos, haciendo "pases" a otros
con su varita mágica y, de vez en cuando, fijando a los pacientes con una mirada y
mandándoles que se durmiesen. Gradualmente, los pacientes individuales se volvían
impacientes y agitados hasta que sucedía una "crisis". Un paciente gritaría, se pondría a
sudar y a convulsionarse, y los demás le imitarían hasta que la mayor parte de los
presentes hubiesen liberado sus emociones. Mesmer argumentaba que era el
magnetismo animal el que producía la crisis, pero que la "cura" se lograba por la
crisis misma. A su vez, debería anotarse que Mesmer creaba una atmósfera de mucha
confianza al establecer una buena relación con sus pacientes; así, les permitía "bajar
sus defensas", de tal modo que la descarga emocional podía acontecer sin
obstáculos. También se dio cuenta de que los estados emocionales son "contagiosos", y
de que se requiere algún grado de expectativa.

Hawkins, P.J. (1998) Introducción a la hipnosis clínica, pág. 13. Valencia: Promolibro.

El «sonambulismo provocado» de Puységur

El mismo año en el que los informes académicos desautorizaron el


magnetismo animal, un seguidor de Mesmer que no era médico,
Armand J. de Chastenet, marqués de Puységur, presentó a la
«Sociedad de la Armonía» un fenómeno que modificó profundamente
el mesmerismo. Había comenzado a «magnetizar» a los servidores y
aldeanos de sus posesiones y en uno de ellos se produjo un estado
parecido al sueño, pero distinto del natural, ya que hablaba y caminaba
como si estuviera despierto, obedeciendo automáticamente las órdenes
del magnetizador. Por su semejanza con el sonambulismo espontáneo, le
dio el nombre de «sonambulismo provocado». En sus Mémoires pour servir a l'histoire du
magnetisme animal (Memorias para servir a la historia del magnetismo animal,
17841785), Puységur afirmó que los «sonámbulos provocados» tenían cualidades
extraordinarias para la predicción de acontecimientos futuros, la visión con los ojos
cerrados y a través de los cuerpos opacos y, sobre todo, para el diagnóstico de las
enfermedades propias y ajenas, permitiendo la elección de los remedios adecuados en cada
caso. La actividad de Puységur condujo a una gran expansión del mesmerismo. Las
«Sociedades de la Armonía» se extendieron por toda Francia y los países vecinos, las
«curaciones» se multiplicaron y creció el número de seguidores y el de publicaciones. En
su Mémoire sur la découverte des phénoménes que présentent la catalepsie et le
somnambulisme (Memoria sobre el descubrimiento de los fenómenos que presentan la
catalepsia y el sonambulismo, 1787), Jacques H. D. Petetin, destacado médico de Lyon que
hasta entonces se había opuesto al magnetismo animal, relacionó la histeria con el
sonambulismo y describió cuatro formas de «catalepsia histérica». Defendió que el
«fluido eléctrico elaborado por el cerebro» se acumula en el epigastrio y otras zonas
corporales, produciendo una sensibilidad tan viva que los «catalépticos» pueden ver, oler,
oír y gustar por el epigastrio y también por los dedos de la manos y de los pies.

Eclipsado momentáneamente por la Revolución Francesa, el magnetismo animal


volvió a resurgir durante los dos primeros decenios del siglo XIX. En 1807 apareció una
nueva obra de Puységur, en 1808, otro libro de Petetin y, en 1813, la Histoire critique
du magnétisme animal (Historia crítica del magnetismo animal), de Joseph P. F Deleuze,
botánico y bibliotecario del Museo de Historia Natural, de París, una de las más importantes
instituciones científicas de la época. Admitiendo sus supuestos básicos, Deleuze intentó una
valoración del magnetismo animal basada en los hechos y ajena a la especulación.
Ofreció una exhaustiva revisión que demuestra que la mayoría de los fenómenos del
hipnotismo fueron ya observados por los magnetizadores. Describió el estado
sonambúlico en los siguientes términos:

Cuando el magnetismo produce el sonambulismo, el sujeto que se encuentra en él


adquiere una extensión prodigiosa en la facultad de sentir... El sonámbulo no ve por los
ojos ni oye por los oídos, pero ve y entiende mejor que el hombre despierto... Está
sometido a la voluntad de su magnetizador, percibe el fluido magnético. Ve, o mejor,
siente el interior de su cuerpo y el de otros, pero no capta ordinariamente más que las
partes que no están en condición natural y perturban la armonía... Trae a su memoria el
recuerdo de cosas que había olvidado durante la vigilia.

Como Pierre Janet indicó en 1909, la principal característica de esta segunda fase del
magnetismo animal fue la dedicación al estudio del sonambulismo y a la «fabricación»
de «sonámbulos extralúcidos» mediante un paciente entrenamiento.

En el terreno teórico, predominó el mantenimiento de la concepción fluidista, identificando


el fluido con la electricidad orgánica o utilizando el concepto de «fluido nervioso vital». Para
explicar el «tránsito de la emanación curativa», se recurrió a la influencia de la
voluntad del magnetizador, capaz de dirigir su propio fluido al organismo del enfermo.
Esta idea, presente ya en la obra de Mesmer, fue recogida y ampliada por Puységur y,
sobre todo, por Deleuze. La intervención de la voluntad condujo a que se diera importancia a
los factores éticos en la relación entre magnetizador y magnetizado:

El fluido magnético -dijo Deleuze- es una emanación de nosotros mismos dirigida por la
voluntad [... ] Magnetizar para curar es socorrer con la propia vida la vida desfalleciente de un
ser que sufre [...] Una vez que los nervios están empapados de cierta cantidad de fluido,
adquieren una susceptibilidad de la que no tenemos idea en estado ordinario. Considerad
al individuo magnetizado como formando parte de su magnetizador de alguna forma, y no os
extrañe que la voluntad de éste actúe sobre él y determine sus movimientos.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 34-36.
Madrid: Alianza.

El «sueño lúcido» de Faria

Nacido en Candolim, localidad perteneciente a la


colonia portuguesa de Goa, José Custodio de Faria
(1756-1819) siguió la carrera eclesiástica y se doctoró
en Roma el año 1780. Residió en Lisboa hasta que, en
1788, tuvo que exiliarse a Francia, al descubrirse que
había participado en una conspiración para liberar a
Goa del dominio portugués. En París participó
activamente en la revolución, especialmente a partir del
Directorio (1795). Con la excepción de dos años en los
que fue profesor de filosofía en los liceos de Marsella y de
Nimes (1811-1813), permaneció hasta su muerte en la
capital francesa. Hacia 1800 comenzó su práctica como
magnetizador, tras ponerse en contacto con Puységur,
a quien dedicó más tarde su libro. Aunque al principio
debió seguir los planteamientos fluiditas, a su regreso a París en 1813 comenzó a dar
cursos públicos sobre su teoría y sus métodos psicológicos. Igual que había sucedido con los
de Mesmer, dichos cursos tuvieron una amplia repercusión y motivaron una dura polémica
entre los que creían en su honestidad y aceptaban sus puntos de vista y los que lo
consideraban un charlatán. Le perjudicó gravemente el éxito de una pieza teatral titulada
Magnetisme (1816), que lo satirizaba duramente, y pasó los tres últimos años de su vida en
condiciones muy modestas, dedicado a la redacción del libro De la cause du sommeil lucide
(Sobre la causa del sueño lúcido), proyectado en varios volúmenes, de los cuales sólo el
primero fue publicado meses después de su fallecimiento (1819). A nivel popular, su figura
quedó envuelta en un halo pintoresco al ser utilizada por Alexandre Dumas como personaje
(el «abate Faria») de la novela El conde de Montecristo (1844). Sin embargo, en el
terreno científico tuvo notables seguidores, entre ellos, el ingeniero Noizet y el ingeniero y
doctor en medicina Alexandre Bertrand. Más tarde veremos que la obra de Faria fue la base
del método hipnótico de Ambroise August Liébault, técnica adoptada y difundida por Hippolite-
Marie Bernheim, fundador de la psicoterapia sugestiva.

La teoría de Faria tiene dos supuestos fundamentales. El primero es la consideración del


«sueño lúcido» como una serie de fenómenos naturales, ajenos a lo extraordinario y
maravilloso: «Nada se desenvuelve en el sueño lúcido fuera de la esfera natural [...]
Haremos ver que nada hay en este asunto que sobrepase los límites de la razón
humana». El segundo consiste en el abandono de la hipótesis del fluido, demostrando
mediante numerosas experiencias que la causa de aparición de los fenómenos reside en
el propio sujeto, en su convicción de ser influenciado. Según Faria, el verdadero agente
es el «magnetizado», término que abandonó por parecerle absurdo, sustituyéndolo por
el de «concentrado» y el metafórico epopta (iniciado). En su teoría hay, por tanto, un
cambio radical: el «magnetizador», que en el mesmerismo era el protagonista, con el
poder de su voluntad para concentrar y dirigir el fluido, pasa a un segundo plano como
mera causa ocasional e incitadora, ya que lo principal es la capacidad de concentración
del «magnetizado». Añadió que dicha capacidad depende de un factor constitucional,
puesto que no «caen en el sueño lúcido» más que las personas predispuestas: «No se
hacen epoptas cuando se quiere, sino solamente cuando se encuentran epoptas
naturales».

La aportación más importante de Faria fue, sin duda, la inducción del sueño por medio de
la sugestión verbal. Su procedimiento era muy sencillo. Tras indicar al paciente que
concentrara la atención en la idea de dormir, le daba una orden verbal imperiosa, que en la
mayor parte de los casos bastaba para producir el sueño. En los sujetos más resistentes
utilizaba recursos complementarios, como la fijación de la mirada en un punto o la presión
en algunas partes del cuerpo para facilitar la «abstracción de los sentidos». Las numerosas
experiencias de Faria fueron expuestas con detalle por Noizet en la Memoire sur le
somnambulisme et le magnétisme animal (Memoria sobre el sonambulismo y el
magnetismo animal) que envió en 1820 a la Real Academia de Ciencias de Berlín. Entre
ellas se encuentran la sugestiones posthipnóticas y en estado de vigilia y la producción y
resolución de parálisis por sugestión verbal, que ocuparon una posición destacada en los
orígenes de la psicoterapia. En la línea del efecto placebo, también consiguió la sugestión
indirecta con medicamentos sin acción farmacológica:
Muchas veces, medicamentos simples e indiferentes, pero tomados con confianza, producen
efectos más saludables que los reconocidos como más eficaces [...] La convicción íntima, que
crea la más alta confianza, regula mejor que todos los medios farmacéuticos.
Alexandre Bertrand fue primero discípulo de Deleuze, pero por influencia de Faria a través
de Noizet abandonó la doctrina fluidista. En su Traité du somnambulisme et les différentes
modifications qu'il présente (Tratado sobre el sonambulismo y las diferentes modificaciones
que presenta, 1823), además de no admitir la existencia de ningún tipo de agente físico, afirmó
que la causa del «sonambulismo» reside en el propio paciente, que se influencia a sí mismo
mediante la imaginación cuando se encuentra en «un estado de exaltación del cerebro con
parálisis de los sentidos» en el que domina fácilmente una idea. En la formulación teórica
del hipnotismo, ello significó el avance de introducir un proceso autosugestivo para explicar
los fenómenos «magnéticos».

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 39-42.
Madrid: Alianza.

El «sueño nervioso» de Braid

James Braid (1795-1860) nació en la localidad


escocesa de Fifeshire y comenzó su actividad
profesional como médico de una mina. En 1841
ejercía la cirugía en Manchester y tenía cierto
prestigio por sus trabajos sobre el tratamiento
quirúrgico del estrabismo y del pie plano. Como
tantos otros médicos de su tiempo, tomó contacto
con el mesmerismo a través de la asistencia a las
sesiones públicas de un magnetizador. Su actitud
inicial fue de total incredulidad:
De acuerdo con lo que había leído y comprendido sobre el tema,
yo era francamente escéptico y consideraba las experiencias
prácticas y todos los fenómenos que se provocaban como el
resultado de una connivencia secreta o como una ilusión,
estando decidido si me era posible a descubrir y poner al
desnudo la superchería por la que el operador se imponía al público.

Sin embargo, durante las sesiones magnéticas observó un fenómeno que le


hizo deponer sus prejuicios: la imposibilidad de que los pacientes magnetizados
tenían para mantener abiertos los ojos. Su experiencia oftalmológica le
condujo a pensar que los temblores parpebrales que había presenciado eran un
síntoma que no podía ser simulado y, al darse cuenta de que el método utilizado
exigía la fijación de la mirada, lo atribuyó a la tensión de los músculos oculares y a
la fatiga de los nervios correspondientes.

Para verificar esta hipótesis, Braid realizó pruebas en las que únicamente
hacía fijar la vista durante cierto tiempo en un pequeño objeto brillante, sin
ninguna otra clase de maniobra ni contacto con el enfermo. Los resultados le
produjeron una gran sorpresa, ya que los pacientes «caían más o menos
rápidamente en un profundo sueño, presentando todos los fenómenos
habituales del magnetismo animal o mesmerismo tal como los describen los
libros clásicos del género». Pensó que había encontrado «la clave secreta del
mesmerismo» y, a finales de noviembre de 1841, pronunció una conferencia
sobre el tema. Su teoría era que, a causa de la tensión muscular producida por la
fijación sostenida de la mirada, se originaba un cansancio o agotamiento de
determinados centros cerebrales que alteraba el equilibrio del sistema nervioso,
dando lugar a una disminución global de su actividad que se expresaba por un
especial estado de sueño. Se trataría, por tanto, de un fenómeno «fisiológico y
natural», cuya causa radicaría en el propio paciente, no siendo necesario
recurrir para explicarlo a ningún tipo de operador.

Esta teoría, expuesta en una serie de conferencias y demostraciones públicas,


produjo una gran sensación entre el público general, convirtiéndose en seguida en
objeto de violentas críticas, que acompañaron a Braid durante el resto de su
vida. Su primera publicación sobre la materia, en junio de 1842, fue
precisamente una contestación al duro ataque que le había dirigido un teólogo
de Liverpool, acusándole de actos diabólicos y de haber engañado al público.

Médico práctico ante todo, Braid tuvo conciencia desde el principio de las
posibilidades terapéuticas de su procedimiento. Comenzó a aplicarlo en su
clínica, consiguiendo curaciones que, junto a la repercusión popular del tema,
hicieron que acudieran enfermos de toda la región. Sin abandonar la práctica
quirúrgica, se dedicó fundamentalmente a partir de entonces al estudio del
«sueño nervioso», realizando una activa difusión personal y escrita de sus
ideas, en constante polémica con sus numerosos detractores. Con las
excepciones que a continuación anotaremos, pasaron inadvertidas para la gran
mayoría de los médicos británicos de su época o fueron acogidas con
escepticismo. Sus seguidores y críticos procedieron generalmente de ambientes
ajenos a la medicina, como el mesmerismo, el movimiento espiritista y el sector
más intransigente de los teólogos del país.

En 1843, transcurrido apenas año y medio de sus primeras experiencias,


publicó Braid su obra fundamental: Neurypnology, or the Rationale of Nervous
Sleep considered in relation to Aninal Magnetism, illustrated by Numerous
Cases of Succesful Application in Relief and Cure of Disease (Neurohipnología, o
razón del sueño nervioso considerado en relación con el magnetismo animal,
ilustrada con numerosos casos de aplicación satisfactoria al alivio y la
curación de la enfermedad). En ella expuso por vez primera su método, así como
su concepción inicial del mecanismo y propiedades del estado que obtenía, o
«sueño nervioso», denominando «hipnotismo» a su forma extrema, en la que
existe amnesia al despertar. Tal como indica su título, gran parte del libro está
dedicada a la explicación terapéutica del procedimiento, ejemplificada con la
descripción de sesenta y seis casos de curaciones de todo tipo de dolencias, algunas
de ellas difícilmente creíbles. Contiene una larga y algo confusa digresión sobre
las relaciones cuerpo-alma, en la que realiza una ardiente defensa del
dualismo psicofísico, defendiéndose de la acusación de materialista. El último
capítulo trata de las aplicaciones del «sueño nervioso» a la frenología, que
Braid defendió en una línea semejante a la de Elliotson, aunque sus relaciones
fueron siempre hostiles.

Aunque habitualmente sólo se cita este único libro suyo, Braid publicó entre
1843 y 1860 varios folletos y cerca de treinta artículos, que en su mayoría son
notas clínicas. Destacan el titulado Hypnotic Therapeutics illustrated by Cases
(Terapéutica hipnótica ilustrada con casos, 1853), donde resumió el resultado
de sus «curaciones» de forma más ponderada y objetiva que diez años antes, y
una carta dirigida en 1860 a la Academia de Ciencias de París, en la que
rectificó sus ideas iniciales, pasando a considerar el «sueño nervioso» como
una forma particular y extrema de «monoideísmo», es decir, un estado de
máxima aptitud para el desarrollo de «ideas dominantes». Continuó
afirmando que las principales características de dicho estado son la
«impresionabilidad» y la «plasticidad», pero atribuyéndolas a las
peculiaridades mentales del hipnotizado:

En estos pacientes se puede actuar en un momento apropiado del sueño como sobre un
instrumento musical [...] Su juicio y su voluntad se encuentran oscurecidos de tal
manera, sometidos de tal forma a un momentáneo encantamiento y excitada a tal punto su
imaginación que ven, sienten y actúan como si todas las impresiones que bullen en su
mente fueran realidad.

Aparte de abandonar la doctrina frenológica, este nuevo planteamiento le


condujo a modificar su método, centrándolo como había hecho Faria en la
sugestión verbal directa:

Para despertar ideas en los pacientes mientras mantienen los ojos abiertos y parecen
encontrarse en estado de vigilia normal, no hay medio más activo que decir en voz alta,
en forma de orden terminante, lo que se desea introducir.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia,
pág. 46-50. Madrid: Alianza.

Charcot

Jean Martin Charcot nació el año 1825 en París, en el seno de


una familia procedente de Champagne. Aunque había habido
muchos médicos con el mismo apellido, su padre y su abuelo eran
fabricantes de carruajes. Desde la adolescencia, Charcot sintió
inclinación a la medicina, aunque también tenía gran afición por la
pintura, para la que estaba notablemente dotado. Se decidió
finalmente por la medicina, llegando a interne des hópitaux (interno
de los hospitales) en 1848, el mismo año de la revolución
democrática y de la fundación de la Société de Biologie parisina.
Durante nueve años trabajó en el servicio del hospital de la
Salpétriére dirigido por Pierre E O. Rayer, el gran estudioso de las
enfermedades renales que asoció la línea más exigente del método
anatomoclínico con la investigación microscópica y química. Doctorado en 1853 con una tesis
sobre la artritis deformante, Charcot obtuvo tres años más tarde el título de médecin des
hópitaux (médico de los hospitales). En 1862 volvió a la Salpétriére como director de una
de sus secciones que con su gran talento de organizador fue convirtiendo en el primer
servicio neurológico moderno. Introdujo el uso sistemático de la termometría, la
oftalmoscopia y el electrodiagnóstico, comenzó montando a sus propias expensas un
pequeño laboratorio histopatológico, que luego fue ampliado, y creó un gabinete fotográfico
y de dibujo, una sección de oftalmología y, por último, tres años antes de su muerte en 1893,
un laboratorio de psicopatología.

Paralelamente se convirtió en un profesor de creciente prestigio, hasta ser una de las


«glorias oficiales» de la medicina y, en general, de la cultura francesa. En 1872 fue
nombrado profesor de anatomía patológica de la Facultad de Medicina de París y diez años
después fue creada para él la primera cátedra de neurología clínica que hubo en el mundo. A
sus lecciones -sobre todo a las que daba los martes por la mañana, las célebres
Lecons du mardi- no sólo asistían numerosos médicos franceses y extranjeros, sino muchas
personas ajenas a la medicina, entre ellas, celebridades de las letras, la ciencia o la política.

Charcot fue autor de una amplísima obra escrita, a la que hay que añadir la gran
cantidad de publicaciones de sus colaboradores y discípulos dirigidas o inspiradas por él. El
primer periodo de su actividad científica estuvo principalmente dedicado a las
enfermedades geriátricas y crónicas, temas sobre los que realizó aportaciones que hubieran
bastado para asegurarle un notable puesto en la medicina de su época. Sin embargo,
la parte de su obra más importante desde todos los puntos de vista fue la relativa a las
enfermedades del sistema nervioso. Aunque incorporó, como hemos visto, las nuevas técnicas
de laboratorio, su método continuó basándose en los supuestos anatomoclínicos. Se
trataba, en primer término, de describir cuadros clínicos típicos y regulares, invariables
en cualquier circunstancia, por estar sometidos a condicionamientos orgánicos constantes.
En segundo lugar, había que explicar los fenómenos de tales cuadros clínicos por medio de
las lesiones anatómicas localizadas que les servían de base. Los lazos de unión entre la
clínica y los datos lesionales eran, por supuesto, los signos anatomopatológicos, hechos
objetivos que el médico podía recoger en el cuerpo del paciente como señales ciertas de las
alteraciones morfológicas subyacentes y como fundamento firme de la regularidad y
carácter típico del cuadro descrito.

En el terreno de las enfermedades orgánicas del sistema nervioso, los resultados que Charcot
obtuvo con este método constituyen un gran capítulo clásico de la patología y la clínica.
Describió y localizó los trastornos resultantes de las lesiones de los centros motores de la
corteza cerebral. Redujo el temblor a un síntoma, distinguiendo el propio de la parálisis
agitante del «intencional» de la esclerosis múltiple. Hizo un completo estudio de esta
última afección, así como de la esclerosis lateral amiotrófica, que diferenció de la atrofia
muscular progresiva, así como de la poliomielitis y la tabes dorsal. Aparte de otras
muchas contribuciones clínicas y anatomopatológicas que no resulta oportuno detallar
aquí, prestó particular atención a la iconografía neurológica, mediante fotografías y dibujos
aparecidos en sus libros y artículos y en las serie Iconographie photographique (1877-
1880) y Nouvelle Iconographie de la Salpétriére (1888-1891). Se preocupó incluso de
recoger la correspondiente a la historia del arte en dos libros y varios artículos en
colaboración con su discípulo Paul Richer, que era un gran dibujante.

Por el contrario, las características de la histeria parecían desafiar todos sus principios
metódicos. El enfrentamiento de la mentalidad anatomoclínica con las neurosis había
sido hasta entonces un rotundo fracaso. Sobre todo la histeria, la grande névrose, no
había podido ser reducida a un cuadro clínico típico y regular. Se presentaba con una
fenomenología proteiforme, irreductible a leyes orgánicas e indiferencialbes de algunos
padecimientos neurológicos y también de meras simulaciones. Habían fracasado,
además, todos los intentos de encontrar una lesión anatómica localizada que le sirviera de
base. Resulta lógico que Charcot se propusiera acabar con una situación tan poco
satisfactoria. Sus importantes hallazgos le animaban a ello y su propio servicio hospitalario
-en el que se reunían histéricos y enfermos neurológicos, muchos de ellos epilépticos- así lo
exigía. Por consiguiente, durante un cuarto de siglo (1868-1893), Charcot y sus
discípulos aplicaron estrictamente los postulados del método anatomoclínico al estudio de la
histeria. Con la finalidad de caracterizar sus cuadros clínicos, reunieron un amplio número
de signos (trastornos de la sensibilidad, contracturas, «estigmas», etc.), que utilizaron para
describir la «histeroepilepsia» como su manifestación convulsiva más desarrollada y las
fases del «gran ataque histérico» (pródromos, «epileptoide», «contorsiones y los grandes
movimientos», «actitudes pasionales» y periodo terminal con delirios y alucinaciones).
Aceptaron la inexistencia de lesiones anatómicas visibles, pero intentaron salvar el criterio
localista y morfológico, recurriendo al postulado de una «lesión dinámica» de carácter
fugaz, como razón de la semejanza de los síntomas de la histeria con los fenómenos
neurológicos orgánicos («neuromimesis»).

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia,
pág. 56-59. Madrid: Alianza.

Babinski

En una sesión de la Sociedad de Neurología de París celebrada


en noviembre de 1901, Babinski presentó una comunicación
en la que, bajo el título «Definition de l'hystérie», expuso su
concepción personal de la enfermedad, proponiendo, ante la
radical novedad que a su juicio representaba, el abandono del
tradicional término de «histeria» y su sustitución por el de
«pitiatismo» por creerlo más expresivo de la verdadera naturaleza
de sus fenómenos. Perfilada y defendida apasionadamente por su
creador en publicaciones posteriores, criticada por la mayoría de
los especialistas, la doctrina del «pitiatismo» tuvo una amplia
difusión en toda Europa, siendo bien acogida en general en los
ambientes neurológicos. Sus nociones básicas han influido
directamente en la imagen que sobre la histeria mantienen cien años después amplios
sectores de clínicos.

Charcot, como hemos visto, fue consecuente con su mentalidad anatomoclínica,


incurriendo a causa de ello en el fructífero error de su doctrina sobre la histeria. Su antiguo
discípulo no pudo hacer otro tanto, al no encontrar en la clínica los «caracteres fáciles de
observar», comunes y exclusivos de los fenómenos histéricos que su formulación exigía. La
imagen negativa de la exploración no bastaba para la descripción nosológica de la histeria
y, ante esta situación, Babinski tuvo que situar el nexo común entre los cuadros histéricos en la
patogenia de la afección. En consecuencia, la definió de la forma siguiente:

La histeria es un estado psíquico que hace capaz de autosugestionarse al sujeto que se


encuentra en él. Se manifiesta principalmente por trastornos primitivos y accesoriamente
por algunos trastornos secundarios. Lo que caracteriza a los trastornos primitivos es que
resulta posible reproducirlos por sugestión con una exactitud rigurosa en ciertos sujetos y
hacerlos desaparecer bajo la influencia exclusiva de la persuasión.

Resulta patente que no significaba ninguna novedad, ya que el uso de la noción de


psicogenia como fundamento de la concepción de la histeria era el denominador común de
todas las teorías sobre la «gran neurosis» posteriores a Charcot, enunciadas en su mayoría
antes de 1900. Lo mismo que habían hecho muchos autores, entre ellos Freud, Babinski
extendió a toda la histeria las conclusiones de su maestro sobre el mecanismo de producción
de las «parálisis histerotraumáticas». Escasamente interesado en la psicología, no realizó
ninguna elaboración ni desarrollo de sus posibilidades. También procede de Charcot el
segundo componente de la definición, es decir, la posibilidad de hacer desaparecer los
fenómenos del «pitiatismo» por un mecanismo inverso de «contrasugestión» o persuasión.
Los conceptos de sugestión y persuasión generalmente aceptados en la época eran los
que había formulado Bernheim: ambas consistían en la introducción de una idea en la mente,
que el enfermo no sometía a crítica en la sugestión, mientras que la aceptaba en la
persuasión. Babinski los modificó, caracterizando la sugestión por la índole irracional,
falsa o absurda de la idea:

La palabra sugestión debe indicar que la idea que se intenta insinuar no es razonable. En
efecto, si no se diera a este término este sentido especial, seria sinónimo de persuasión;
esta confusión es la que se comete cuando se pretende obtener curaciones por sugestión.
Decir a un enfermo afecto de una parálisis psíquica que este trastorno es puramente
imaginario y que puede desaparecer instantáneamente por un esfuerzo de voluntad,
obteniendo así la curación, no es realizar una sugestión, sino al contrario, ya que la idea
emitida, lejos de ser irracional es eminentemente sensata; el médico al actuar así, lejos
de intentar sugestionar al enfermo, tiende a aniquilar la sugestión o autosugestión que
causa la enfermedad. No actúa por sugestión, sino por persuasión.

Atribuyó la desaparición casi total de los síntomas descritos por Charcot a la modificación
del ambiente y, sobre todo, al cambio de actitud de los médicos:

Desde que se ha conocido toda la importancia de la sugestión en la génesis de los


desórdenes histéricos, sugestión ejercida sea por el medio familiar, sea por el medio
hospitalario, sea por el médico mismo, y se evita a los que serían susceptibles de sufrir
sus efectos, las manifestaciones de la histeria han llegado a ser, particularmente en los
hospitales, mucho menos frecuentes que lo eran antes.

Babinski afirmó que los síntomas histéricos deben resolverse con rapidez y facilidad
mediante la persuasión:

Los trastornos pitiáticos verdaderos deben ceder rápidamente ante una psicoterapia
hábil [...] Yo estimo que el fracaso de la psicoterapia práctica en buenas condiciones y
con perseverancia debe inclinarnos hacia la hipótesis de la simulación.

Básicamente se trataba de convencer al enfermo de que estaba incurriendo en un «error».


Si el paciente era sincero, el reconocimiento de dicho error ante la verdad ofrecida por el
médico bastaba para producir su curación. Sin embargo, en la práctica utilizaba, junto
a la persuasión verbal, una amplia gama de procedimientos más o menos violentos, como la
electrización dolorosa, sorprender a un enfermo paralítico empujándole para demostrarle
que podía mantenerse en pie, y lo que denominó «tratamiento brusco», destinado a
emocionar, aturdir y desorientar al paciente por medio de series de preguntas,
órdenes y pruebas exploratorias.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 90-93.
Madrid: Alianza.

Janet

El abandono de la teoría de Charcot

Janet abandonó la teoría de Charcot sobre el hipnotismo a finales del


siglo XIX. El primer texto en el que se manifestó este cambio fue
el capítulo Traitement psychologique de l'hystérie, publicado el año
1898 en el gran tratado de terapéutica dirigido por Albert Robin. Aunque comenzó con
un resumen de sus estudios psicológicos anteriores sobre la histeria, dejó de
considerarlos «accesorios» y únicamente útiles para «comprender mejor los
fenómenos patológicos», llegando a afirmar que la investigación psicológica estaba mucho
más adelantada que la biológica:

Actualmente, los estudios anatómicos, histológicos e incluso los químicos [...] no están
adelantados lo suficiente para dar la explicación de los síntomas clínicos [... ] de
momento, los fenómenos mentales, mejor conocidos, explican los hechos observados y
desempeñan el papel principal en la interpretación de la enfermedad.

En este contexto, valoró positivamente la obra de Bernheim y las teorías psicogénicas de


la histeria que habían generalizado las conclusiones de Charcot acerca de las parálisis
histerotraumáticas. Sin embargo, el cambio fundamental fue recomendar la utilización
terapéutica del hipnotismo y la sugestión:

Uno de los procedimientos que ciertamente ejerce mayor influencia contra los accidentes
histéricos graves en el uso metódico del sueño hipnótico [...] Sea cual fuere la opinión que
se tenga acerca del hipnotismo, es preciso reconocer que constituye un modificador
poderoso de los fenómenos psicológicos [...] El médico no tiene derecho a despreciar el
partido que puede obtenerse de un agente tan eficaz, que debe convertir en inofensivo y útil.

En consecuencia, le dedicó la mayor parte del capítulo e incluso afirmó que los efectos de los
«procedimientos físicos» se deben a la sugestión:

Es preciso observar que, en muchos casos, numerosos autores han debido ilusionarse
respecto al modo de actuar estos procedimientos. Es posible que, en algunos de ellos, la
electricidad sobre todo, y el masaje, tengan una influencia directa y exciten los centros
sensoriales, originando un gran número de impresiones bastante vivas. No obstante, a
menudo estos procedimientos obran de una manera indirecta. Para comprenderlo, en
vez de una placa de hierro, pongamos sencillamente sobre la mano anestesiada una oblea
de color y roguemos al paciente que la deje pegada en este sitio [...] frecuentemente. sin
que el enfermo se dé cuenta de la transición, la mano recobrará la sensibilidad.

Un ejemplo ilustrativo de la rigurosa crítica a la que es necesario someter las


declaraciones autobiográficas es que Janet afirmara en Les médications
psychologiques (1925-28): «No habiendo recibido de nadie enseñanza alguna, ajeno a una y
otra escuela [la Salpétriére y Nancy], yo había llegado ya [entre 1883 y 1889] a la
convicción completa del error de Charcot».

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia,
pág. 112-113. Madrid: Alianza.

Freud

La importancia terapéutica y teórica del hipnotismo

Nunca se ponderará bastante la importancia del hipnotismo para la


historia de la génesis del psicoanálisis. Tanto en sentido teórico como
terapéutico, el psicoanálisis administra una herencia que el hipnotismo le
transmitió.
Esta afirmación de Freud, procedente de una conferencia de 1910, refleja claramente la
influencia del hipnotismo en el punto de partida de su obra. Tras asistir a la sesión de un
hipnotizador durante sus años de estudiante, comenzó a interesarle desde el punto de vista
médico cuando Breuer le informó sobre sus experiencias hipnóticas en el caso de «Anna
O.». Su estancia en París y su relación con Charcot y Bernheim le hicieron tomar plena
conciencia de las posibilidades que ofrecía la hipnosis como método de diagnóstico y
tratamiento.

A partir de 1886, Freud fue un destacado defensor del hipnotismo en el mundo


médico de lengua alemana. Junto a sus traducciones y comentarios de las obras de Charcot y
Bernheim, publicó, como hemos dicho, reseñas del libro de Forel y de otros textos acerca
del tema y, en el capítulo sobre la histeria del diccionario enciclopédico dirigido por Villaret,
recomendó la sugestión hipnótica como el recurso terapéutico más apropiado.

Tras comprobar, durante más de un año, la ineficacia de la electroterapia, los masajes y otros
métodos físicos en el tratamiento de la histeria, a finales de 1887 comenzó a utilizar la
sugestión hipnótica, al principio con el procedimiento de Bernheim y más tarde con la
llamada «técnica catártica» de Breuer. Desde 1892 hasta 1896, fecha en la que abandonó
definitivamente el hipnotismo, desarrolló su método de asociación libre, aprovechando
experiencias y aspectos técnicos de la hipnosis, especialmente la demostración por
Bernheim de la posibilidad de recuperar los recuerdos del estadio hipnótico durante la vigilia
mediante la concentración voluntaria.

En el terreno teórico, el hipnotismo proporcionó e Freud dos conceptos básicos del


psicoanálisis, que califico de «enseñanzas fundamentales e inolvidables». El primero,
procedente de las experiencias de Charcot, fue el de patogenia psíquica, que le permitió
adquirir «la convicción de que ciertas singulares alteraciones somáticas no eran sino
el resultado de ciertas influencias psíquicas activadas en el caso correspondiente». El
segundo, resultante de las sugestiones poshipnóticas de Bernheim, el de proceso psíquico
inconsciente, ya que:

la conducta de los pacientes después de la hipnosis producía la clara impresión de la


existencia de procesos anímicos que sólo podían ser inconscientes [...] Lo inconsciente
era ya tiempo atrás, como concepto teórico, objeto de debate entre los filósofos, pero se
hizo por vez primera corpóreo, tangible y objeto de experimentación en los fenómenos
del hipnotismo.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 112-113.
Madrid: Alianza.

Liébeault

Ambroise August Liébeault (1823-1904) nació en la


aldea de Fariéres, en la Lorena, y estudió medicina en la
Universidad de Estrasburgo. Ejerció como médico
general, primero en una pequeña localidad cercana a
Nancy, y posteriormente en esta ciudad. Siendo todavía
estudiante, tras la lectura del informe de la Academia de
Medicina de París de 1831, se interesó por el
magnetismo animal e inició algunas experiencias que
fueron interrumpidas por sus profesores. En los años cincuenta, cuando comenzó su ejercicio
profesional, la práctica del magnetismo había quedado relegada en Francia al nivel de los
curanderos. A pesar de ello, se dedicó a analizar sus posibilidades terapéuticas, siguiendo la
recomendación de estudiar rigurosamente los fenómenos «magnéticos», que tres décadas
antes habían hecho dos personalidades médicas tan prestigiosas como Georget y Rostan.
Utilizó en primer término el método habitual de los magnetizadores para producir el
«sueño artificial», en el que encontró «inconvenientes» como «una gran lentitud». Pasó a
«ensayar el de Braid», que consideró inferior y proclive a ocasionar algunos accidentes.
Finalmente introdujo la sugestión verbal, «ya utilizada por el abate Faria», principal
fundamento de su propio método: «A partir de esta reforma capital en mi manera de
hipnotizar, mis enfermos se durmieron tranquilamente y con mucha mayor rapidez».
Incorporó también la sugestión colectiva: «Hipnotizamos a nuestros pacientes en grupos
de quince o veinte, produciéndose así un ambiente propicio a la aparición de los efectos, el
necesario entrenamiento y una actitud confiada y favorable de los enfermos». Como
veremos después, su demostración de que podían ser hipnotizadas personas
psíquicamente normales fue uno de los principales argumentos que Bernheim opuso al
concepto de «neurosis provocada» formulado por Charcot.

En el procedimiento de Liébeault, basado «en la contemplación con la ayuda de la


mirada, en la sugestión verbal y el instinto de imitación», la fijación de la mirada -en un
objeto o en los ojos del hipnotizador- no tiene la función primordial que le había atribuido
Braid. Su única finalidad es lograr, por la concentración de la atención en el órgano de la
vista, un estado inicial de inercia del cerebro, haciéndolo más sensible a la sugestión. Lo
fundamental es la sugestión verbal, bien mediante una orden imperiosa, tal como hacía
Faria, o todavía mejor, anunciando repetidas veces en voz baja la aparición de los
principales síntomas del estado inicial del sueño: «Así por una sugestión múltiple, pero
tendiendo al mismo fin, la idea de dormir se insinúa poco a poco en la mente y acaba
por quedar fija en ella». Liébeault no se atribuyó en ningún momento la originalidad del
método, que presentó como el resultado de combinar los elementos más adecuados de los
anteriores, en especial el de Faria: «Al procedimiento ya conocido por los magnetizadores
durante largo tiempo, añadimos la sugestión del sueño, ya utilizada por el abate Faria».

En 1866, Liébeault expuso los resultados de tres lustros de experiencias en el libro Du


sommeil et des états analogues considerés surtout au point de vue de l'action du
moral sur le physique (Sobre el sueño y estados análogos considerados sobre todo
desde el punto de vista de la acción de lo moral sobre lo físico). Volvió a defender que los
fenómenos «magnéticos», especialmente el sonambulismo, son procesos fisiológicos
«naturales». Faria, con un criterio descriptivo, había hablado de «sueño lúcido». Braid,
subrayando su dependencia de modificaciones cerebrales, de «sueño nervioso».
Liébeault, situando en primer plano su causa, prefirió denominarlo «sueño provocado».
Para explicar el mecanismo psicosomático de la sugestión, concedió gran importancia a
la atención como «fuerza activa procedente del cerebro» que, por una parte, a través del
sistema nervioso permite el funcionamiento de los órganos de los sentidos, dando lugar a
las sensaciones y las percepciones; por otra, actuando sobre la información ofrecida por
los sentidos, conduce a las ideas y, por lo tanto, al pensamiento, que consiste
fundamentalmente en «la reacción de la atención sobre las ideas recordadas». La
propiedad de la atención de «condensarse allí donde es llamada y disminuir al mismo
tiempo en otros puntos» condiciona dos formas distintas de los efectos de la «fuerza
nerviosa» en el organismo: el «estado libre o activo», propio de la vigilia máxima, y el
«estado de acumulación o pasivo», propio del sueño y de situaciones análogas. La clave
explicativa de los fenómenos hipnóticos reside en que la sugestión, actuando en
situaciones de «estado pasivo», produce desplazamientos de la «fuerza nerviosa».

La edición original del primer libro de Liébeault pasó inadvertida, ya que hasta 1882
sus estudios no fueron «descubiertos» por el profesorado de la Facultad de Medicina de
Nancy. Por el contrario, tras el enfrentamiento entre Bernheim y Charcot, la segunda edición
(1889) y la traducción al alemán (1892) se difundieron ampliamente en los ambientes
médicos académicos de toda Europa. El mismo año de su jubilación publicó un segundo
libro con el significativo título de Therapéutique sugestive (1891), que debe considerarse
uno de los hitos más importantes del proceso de constitución de la psicoterapia. La
introducción definitiva de la sugestión verbal como tratamiento fue consecuencia directa de su
análisis de los procedimientos que habían utilizado magnetizadores e hipnotizadores:

Después de haber empleado los métodos más comunes, insuflaciones, pases,


consultas a los sonámbulos, tratamientos por ellos prescritos y, finalmente, la sugestión,
me he quedado con este último, que los comprende a todos y que resume su
quintaesencia.

En este aspecto, la obra de Liébeault no sólo superó los planteamientos de Faria, sino
también los de Braid, para quien la sugestión tenía solamente una función indirecta en la
producción de los fenómenos.

Sin embargo, Liébeault no se redujo a introducir la «terapéutica sugestiva» y a


demostrar su eficacia en miles de casos, ya que la fundamentó en un intento de teoría
psicogénica. El capítulo inicial de su segundo libro está dedicado a explicar «cómo ciertas
enfermedades nacen moralmente y cuál es su mecanismo dinámico de formación y
mantenimiento». Dando por incuestionable su existencia, afirma que dependen
básicamente de la formación de una «idea fija persistente» en «estados pasivos», es
decir, de inercia de la mente. Según sea el origen de esta última, admite tres modos posibles
de aparición de fenómenos patológicos: la fijación de la atención en una idea sin
acompañamiento emotivo, por imitación o «contagio psíquico», el nacimiento de la idea
morbosa en la situación psíquica creada por una emoción brusca y su desarrollo en la
originada por una emoción persistente. Este mecanismo no solamente contribuye a producir
las enfermedades consideradas «nerviosas», sino también orgánicas con lesiones
anatómicas, cuyo eslabón patogénico es la acumulación o disminución de la «fuerza
nerviosa» en ciertos plexos vegetativos, con los consiguientes trastornos de las funciones y
alteraciones locales de los órganos. «Desde la simple dispepsia hasta el cáncer -concluye-
surgen en una pléyade de enfermedades ecos amplificados de la acción de la mente». El
mantenimiento del proceso morboso se realiza a través de un círculo vicioso en torno a la
«idea fija central», ya que:

una vez ocupada la mente por la idea fija de que se está realmente enfermo de una
afección grave en una parte cualquiera del cuerpo, se establece un circuito de donde no es
fácil salir. Es la serpiente que se muerde la cola, es el mal que vive del mal.

Según Liébeault, en estos mecanismos psicogénicos influye la predisposición


individual, en parte hereditaria y en parte adquirida, a «caer en estados de inercia mental»,
de donde deduce la idea de su prevención, de una especie de higiene mental destinada
a conseguir la fortaleza frente a las sugestiones propias y ajenas.

El segundo capítulo del libro se ocupa de «encontrar las circunstancias de las


curaciones por acción del pensamiento sobre el organismo y conocerlos modos funcionales
de estas curaciones, su ley». Se producen por un mecanismo inverso al que da lugar a la
aparición de alteraciones patológicas, mediante la «sustitución de una idea fija morbosa por
una idea fija de la curación», acompañada de modificaciones fisiológicas consistentes en
desplazamientos de la atención con el consiguiente aumento o disminución de la «fuerza
nerviosa» en la parte afecta. Liébault considera que la explicación del mecanismo de
las curaciones psíquicas espontáneas no tiene en sí misma significación terapéutica. Lo
realmente nuevo e importante es disponer de un método para reproducirlo:

Si se prueba que se pueden reproducir artificialmente con finalidad terapéutica las mismas
reacciones mentales en sentido inverso que las que favorecen la formación de un gran número
de enfermedades, situándose por consiguiente en las condiciones de la naturaleza curativa por
influencia psíquica, el método racional de curar por medio de la mente no puede tardar en
entrar en la ciencia.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 62-67.
Madrid: Alianza.

Bernheim:
crítica del concepto de hipnotismo de Charcot y psicoterapia sugestiva

Nacido en la ciudad alsaciana de Mulhouse, Hippolite-Marie


Bernheim (1837-1919) cursó medicina en Estrasburgo y amplió
sus estudios en París y en Berlín. En 1878, tras la guerra franco-
prusiana y el traslado a Nancy de la Universidad francesa de
Estrasburgo, obtuvo la cátedra de clínica de su Facultad de Medicina,
que ocupó hasta su jubilación en 1910. No fue un seguidor de los
planteamientos anatomoclínicos de la escuela de París, sino de la
mentalidad fisiopatológica alemana, cuya visión dinámica del
organismo condicionó su obra sobre el hipnotismo y la
psicoterapia.

Durante sus primeros años en Nancy, Bernheim realizó intentos de hipnotización y


experiencias sobre magnetoterapia, a los que se refirió en su madurez, destacando que
correspondían a «una época en la que yo no conocía la sugestión y en la que atribuía a los
imanes una acción que hoy creo puramente sugestiva». En 1882 comenzó a utilizar el
método de Liébeault y un año más tarde publicó su primer trabajo sobre el hipnotismo,
iniciando una amplia producción escrita en la que destacan los libros De la suggestion et ses
applications a la thérapeutique (1886) e Hypnotisme, suggestion, psychothérapie (1891).
Sus puntos de vista, opuestos desde el primer momento a los de Charcot, fueron duramente
criticados por los miembros de la escuela de la Salpétriére, dando lugar a una célebre
polémica durante cerca de diez años.

Frente a la concepción del hipnotismo como una «neurosis provocada», Bernheim puso de
relieve, de acuerdo con las aportaciones de Liébeault, que una elevada proporción de
personas psíquicamente normales podían ser hipnotizadas. También contradijo las tres
fases propuestas por Charcot:

Si no he aceptado como punto de partida de mis estudios las tres fases del hipnotismo histérico,
tal como Charcot las describe: letargia, catalepsia y sonambulismo, es porque no he
podido comprobar por mis observaciones la existencia de esos estados diversos como fases
distintas.

Desde estas discrepancias iniciales llegó al punto central de su labor crítica al


demostrar que los «signos objetivos» de la hipnosis, en los que Charcot había basado sus
concepciones, eran fenómenos sugeridos por el hipnotizador, que sin darse cuenta
provocaba los resultados que esperaba encontrar. El fundamento de esta crítica era la
verificación de la teoría de Liébeault sobre la sugestión:

La sugestión, es decir, la penetración de la idea del fenómeno en el cerebro del sujeto por la
palabra, el gesto, la vista o la iimitación, me parece que es la clave de todos los hechos
hipnóticos que he observado. Sin la sugestión no he podido producirlos.

Por último, dedicó un capítulo de su segundo libro a exponer la artificiosidad de la


descripción clínica de la histeria realizada por Charcot, indicando la participación de
factores sugestivos. Desmintió el «gran ataque histérico» con una serie de experiencias, en
alguna de las cuales utilizó enfermas de la Salpétriére, en las que mediante la sugestión produjo
crisis histéricas variando a voluntad los síntomas y el orden de las fases. Su conclusión fue
terminante: «creo que el ataque de gran histeria que la Salpétriére da como clásico,
desarrollándose en fases netas y precisas como un rosario histérico, es una histeria de
cultivo».

Partiendo de la obra de Liébeault, Bernheim formuló tres fundamentos conceptuales de


la psicoterapia sugestiva: el carácter relativo de los métodos de hipnotización, la peculiar
individualidad de cada hipnotizado y la sugestión en estado de vigilia. En 1889 presentó al
Primer Congreso Internacional de Hipnotismo la ponencia Valeur relative des divers
procedés á provoquer l'hypnose et á augmenter la suggestibilité au point de vue
therapéutique (Valor relativo de los diversos métodos de producir la hipnosis y aumentar la
sugestibilidad desde el punto de vista terapéutico, 1889). Comenzó destacando la
paradoja de que «existiendo tantos procedimientos como hipnotizadores, ya que cada uno
tiene su propio método», todos consiguieran resultados similares. Tras exponer sus
análisis de los más difundidos, llegó a la conclusión de que:

todos los procedimientos, pases, tocamientos y excitaciones sensoriales son


solamente efectivos cuando están asociados a la idea dada al sujeto o adivinada por
él [...] Impresionar al sujeto y hacer penetrar la idea en su cerebro, tal es el problema.

En consecuencia, resultaban innecesarias las minuciosas reglamentaciones


técnicas, siendo aconsejable una práctica flexible adaptada a las peculiaridades del
médico y el enfermo: «Cada operador debe llegar a hacerse su propio modo [...] e
igualmente conviene que varíe para adaptarlo a la individualidad psíquica de cada uno de
sus pacientes».

Bernheim también realizó un minucioso análisis de los fenómenos hipnóticos y de los


diferentes tipos, grados y fases que habían intentado sistematizarlos. En su libro de 1891,
desde una perspectiva diametralmente opuesta a los «cuadros típicos y regulares» de la
escuela de la Salpétriére, negó la existencia de datos clínicos que permitieran su
diferenciación y ordenación. Atribuyó la falta de regularidad a la decisiva influencia en
cada caso de la peculiar individualidad del sujeto hipnotizado, su grado y modo especial de
sugestibilidad:

No hay un estado hipnótico especial, no hay más que sugestibilidades diversas que
podemos demostrar, que afectan las diversas funciones motoras, sensitivas, ideativas,
emocionales, de cumplimiento de actos; cada sujeto presenta acerca de estas
funciones una impresionabilidad especial [...] Cada sujeto tiene una individualidad
sugestiva.
La falta de relación entre los diversos grados del sueño y, sobre todo, la posibilidad de
producir fenómenos como los hipnóticos en estado de vigilia le condujo a
considerar que:

el sueño o la idea de sueño no es más que uno de los fenómenos obtenidos [...] sin que
este fenómeno sea ni preludio obligado ni mecanismo generador de los otros, que pueden
estar disociados del sueño, como igualmente pueden estarlo entre sí.

Por otra parte, estudió fenómenos similares en estados patológicos, no sólo en las
neurosis y en la catalepsia y el sonambulismo «espontáneos», sino también en las
psicosis, los tumores cerebrales y en enfermedades infecciosas, especialmente en la fiebre
tifoidea. Confirmó el carácter inespecífico de la hipnosis al comprobar su semejanza con
una serie de funciones automáticas y reflejas habituales de la vida normal: «El estado
normal, el estado fisiológico, presenta de forma rudimentaria fenómenos análogos a
los que se observan en el hipnotismo». Citó como ejemplos típicos las «modificaciones de
nuestro estado psíquico» en los estados emotivos y en la concentración de la atención
en torno a una idea, que explicó en el plano psicológico, por la debilitación momentánea del
control de la razón sobre las ideas presentes en la conciencia y en el
neurofisiológico, por la disminución de la actividad funcional de la corteza cerebral:

todo aquello que disminuye la actividad de las facultades racionales, todo lo que suprime
o atenúa el control cerebral, refuerza por una parte la credulidad y por otra exalta el
automatismo cerebral, es decir, la aptitud de transformar la idea en acto.

El título de su libro de 1891 -Hypnotisme, suggestion, psychotherapie- corresponde a


su trayectoria desde que asimiló las aportaciones de Liébeault hasta la formulación de
estos tres fundamentos conceptuales de la psicoterapia sugestiva. De acuerdo con su
mentalidad fisiopatológica, afirmó que la sugestión produce efectos «ideodinámicos», es
decir, la realización automática de la idea sugerida una vez «aceptada» por el cerebro,
mediante un mecanismo de «inhibición» o «dinamogenia» del correspondiente centro
cerebral.

López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 67-72.
Madrid: Alianza.

referencia histórica de la hipnosis en España

Un ejemplo de empleo de la hipnosis en España: Ramón y Cajal

Cajal también tuvo interés por el estudio de


los mecanismos y la eficacia de los
tratamientos clínicos y sí consta que utilizó el
método de la hipnosis. Cajal había creado en
Valencia un comité de investigaciones
psicológicas interesado por "la investigación de
la esencia del pensamiento humano" (véase
Albarracín 1987, p.102). La vida psicológica no
se entiende en ese momento como un conjunto
coherente de procesos organizados sino
dispuesta en una estructura bipolar. En uno
de los extremos se encuentra la acción
normal del sujeto, en el extremo opuesto la patológica. Para Cajal las investigaciones de
Charcot, Bernheim y otros sobre la "psicología mórbida" sirvieron para entender muchos de
los milagros narrados por Mesmer y sus seguidores (Ramón y Cajal, 1923, p. 192).
Cajal pretende estudiar las manifestaciones humanas que parecen milagrosas pero que más
bien deberían calificarse como sorprendentes. Con esta finalidad creó un pequeño centro
de investigación y tratamiento. Pronto la barahunda que se organiza con el ir y venir de
neurasténicos, maniacos, histéricos o espiritistas y la divulgación de los supuestos milagros
que allí acontecen le atrae la fama. Al lugar acuden "enjambres de desequilibrados y hasta
locos de atar y Cajal decide poner fin a aquellos experimentos que llevaba a cabo sin
afán crematístico, pero que bien podían haberle reportado pingües beneficios. Entre otros
fenómenos Cajal se interesó por experimentar con la hipnosis y aplicó la técnica con éxito
logrando "la transformación radical del estado emocional de los enfermos, la restauración
del apetito en histeroepilépticas inapetentes y emaciadísimas, la cesación brusca de
ataques de histerismo con pérdida del conocimiento, el olvido radical de acontecimientos
dolorosos y atormentadores y la abolición completa de los dolores del parto en mujeres
normales" (Albarracín 1987, p. 102). En la Gaceta Médica escribió sobre los beneficios de la
técnica aplicados al parto, reconociendo que el hipnotismo puede ser de provecho
atenuando el dolor como acontece en el sueño clorofórmico (Ramón y Cajal, 1889).

Simarro ante el fenómeno del hipnotismo

Entre los papeles de Simarro figura un breve ensayo


sobre la hipnosis con veintiuna cuartillas
mecanografiadas. El trabajo titulado "Diversas opiniones
sobre el hipnotismo" (Simarro s/f) es de comienzos del
siglo según se deduce de la afirmación de la página 1,
que señala lo "mucho [que] se ha adelantado [en el
estudio del hipnotismo], sobre todo en el siglo pasado".
Es probablemente anterior a la segunda edición de 1911
del libro de Wundt Hypnotismus und Sugestión y a
1908 que es cuando se supone que pudo aparecer la traducción española de la primera
edición. Merece la pena un breve comentario de este trabajo, porque bien puede ser un
fiel reflejo de su opinión ante el fenómeno del hipnotismo y nos muestra el actualizado
nivel de los conocimientos de Simarro y del estado de la cuestión en la época en que se
escribió.

En el texto se hace referencia a diez y ocho autores, de los que sólo uno de los
referidos por Simarro -Aragón Obejero- publicó su trabajo original en español. Por otra parte
de los ocho libros en castellano de autores españoles o extranjeros que se ocuparon
del hipnotismo antes de 1908, y que figuran recogidos en el libro de Quintana et als. (1997),
Simarro sólo menciona a dos de ellos: Richet y Binet. Es curioso el alejamiento entre los
textos en español que el público tiene fácilmente a su alcance y los que maneja
Simarro, de autores más acreditados por lo general y sin traducir, (v.gr. Braid,
Charcot, Bernheim, Liebeault o Janet). Significativamente no menciona el libro de
Wundt de 1892 que fue reeditado en 1911 y tampoco hace ninguna referencia a la posible
utilidad clínica de la técnica.

El trabajo comienza presentando de forma bien documentada las diversas opiniones sobre
el hipnotismo y planteando abiertamente las diferencias entre Charcot y sus seguidores y
los de la escuela de Nancy. Se pregunta que hay de verdadero y de falso en el fenómeno
diferenciando entre los grados posibles (sonambulismo, inmovilidad, letargo profundo).
Luego clasifica los posibles fenómenos, algunos de los cuales le parecen claramente
explicables como el sueño hipnótico, los fenómenos vegetativos y los de orden motivo y
algunos cognoscitivos. "Tales fenómenos, comenta, parece que no se pueden poner en
duda; será su explicación la que se quiera pero la autenticidad de los hechos no da lugar a
vacilación sobre la realidad y existencia de tales fenómenos (p.3)" Dice que son todavía
inexplicables algunos cognoscitivos y los del ocultismo, pero veremos como al final del
trabajo expresa su recelo ante algunos de ellos.

Conoce con detalle el procedimiento de para provocar el fenómeno y se sirve de


Braid para describirlo como sigue:

"Tomad cualquier objeto brillante entre el pulgar, el índice y el medio de la


mano izquierda, tenedlo a la distancia de 25 a 45 centímetros de los ojos en
una posición tal encima de la frente que haga indispensable el mayor
esfuerzo del lado de los ojos y párpados para que la persona mire fijamente el
objeto".

En cualquier caso sea cual sea su naturaleza del hipnotismo -morbosa o normal- no cabe
pensar en nada oculto ni sobrenatural, ya que es "propio de la naturaleza del hombre". "Esta
es la opinión hoy reinante y verdaderamente científica" (p.13). Las opiniones de autores
como Figuiero el padre Franco que hacen referencias a fluidos nerviosos, magnético-
vitales o sobrenaturales le parecen decididamente anticuadas o extravagantes.

Las causas efectivas del fenómeno nerveo habría que buscarlas en la sugestión que el
hipnotizador ejerce sobre el hipnotizado. Se "rompe entonces el equilibrio nervioso de los
diversos centros ganglionarios y encefálicos que en el estado normal, por decirlo así,
distribuyen toda la facultad del espíritu entre las diversas potencias. El fenómeno se produce
debido al "equilibrio inestable entre los diferentes centros y a esa excitabilidad exaltada
en los centros inferiores, el hipnotismo no es más que el preludio obligado de la
sugestión (p17).

Concluye este trabajo señalando que hay fenómenos observables pero "la sugestión... el
prejuicio y el desequilibrio nervioso pueden todo eso y mucho más. Y yo me pregunto: en
todos eso fenómenos últimamente descritos, ¿no habrá algo de exageración? Sabido es
que cuando ocurre alguno de esos casos raros y extraños el afán natural de publicarlo
hace exagerar y aumentarla verdad. Quitando pues eso poco o mucho que puede haber de
hiperbólico, bien podemos fiarnos de los que competentes en la materia nos aseguran que
todo eso se explica naturalmente"(pp 20-21).

Referencias Bibliográficas

Albarracín, A. (1987). El Dr. Simarro y la escuela histológica española Investigaciones


Psicológicas: 4: Los orígenes de la Psicología científica en España: El Dr. Simarro
(coord.. J.J. Campos y R. Llavona).

Quintana, J. , Rosa, A., J.A. Huertas, Blanco, F. (Eds.) (1997) La Incorporación de la


Psicología Científica a la Cultura Española. Siete Décadas de Traducciones (1868-
1936). Madrid, Universidad Autónoma de Madrid Ediciones.

Ramón y Cajal, S. (1889). Dolores del parto considerablemente atenuados por la sugestión
hipnótica. Gaceta Médica Catalana, XII, 292, 485-486.

Ramón y Cajal, S. (1923), Recuerdos de mi vida, 3a ed., Madrid, p 192 (citado en Albarracín,
1987). Salcedo Ginestal, E. (1926) El Dr Simarro Lacabra. Madrid E. Teodoro, p 38
Campos Bueno, J.(2002) Simarro, Charcot y los orígenes de la práctica de la neuropsiquiatría
y neuropsicología en España: Informes médico-legales e ideas sobre la hipnosis. Revista de
Historia de la Psicología, 23, 85-102.

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