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Una buena forma de introducirse en el ámbito de la hipnosis clínica es transitar por la historia de la
hipnosis. De este modo, recorriendo el tiempo y los intereses y esfuerzos puestos para acercarse a
este fenómeno estaremos en mejores condiciones para entenderlo. Se propone, por tanto, un
recorrido histórico que nos sirva para contextualizar la hipnosis y todos los aspectos relacionados
con ella.
Buscando explicaciones
El acercamiento histórico a la hipnosis tiene múltiples facetas. Una de ellas, la más general, tiene
que ver con el conocimiento en sí: la explicación de fenómenos que sorprenden al espectador. Esta
perspectiva se enmarca en el campo de estudio de la ciencia. Ciencia que en los más remotos
tiempos tiene que ver con la filosofía, la antropología e incluso la astronomía, en la búsqueda de la
integración del hombre en el cosmos.
La explicación de los fenómenos observados es, sin duda, uno de los motores de la ciencia, también
de la tecnología. El desconocimiento al respecto es monumental. Se hace cierto el aforismo de que
cuanto más se sabe más se adentra uno en la ignorancia. Esto es especialmente evidente en todo
proceso en que interviene el ser humano como organismo. La psicología y la medicina en su
dimensión clínica son ejemplos de ello. Los interrogantes, al respecto, no son menores ahora que
hace 2000 años. ¿Qué factores en la persona hacen más probable que enferme? ¿Cómo operan los
remedios: actitudes, palabras, experiencias, medicinas y tratamientos diversos? En algunas áreas el
conocimiento, siquiera limitado, ha permitido a la tecnología atajar determinados problemas. Las
enfermedades infecciosas, la cirugía, el conocimiento de la fisiología del organismo ha permitido
aumentar notablemente la eficiencia de los cuidados de la salud. Si bien queda aún mucho por
explicar sobre cuáles son los factores causantes de esas mejoras. Baste recordar que hace mucho
más por la salud una adecuada alimentación, un sistema de alcantarillado, el tratamiento del agua y
unos hábitos higiénicos que cualquier otro sofisticado tratamiento. Algo se puede decir también en
ese mismo sentido sobre las creencias de las personas, la forma en que perciben el mundo y, sobre
todo, su contexto social que también es afectivo y emocional.
Esto nos lleva a acercarnos a la hipnosis desde la óptica de la medicina y de la psicología clínica, o
psicoterapia si se prefiere. Sin embargo, antes de transitar por ese camino que es en el que
propiamente se encuadra la historia de la hipnosis, recalemos un momento en la búsqueda del
conocimiento en el sentido con que comenzábamos esta disertación. La magia, el chamanismo, las
creencias religiosas y la mitología han jugado un papel que a menudo se ha asemejado a ciertos
procedimientos hipnóticos. La referencia a la antigüedad y a Grecia, en concreto, es generalmente
reconocida. Sin embargo, la aportación más rigurosa y entroncada en la filosofía es la que ahonda
en la utilidad de la palabra como terapia, como el fármaco de la mente. Así Platón propone la
sugestión (la palabra sugestiva) como medio de obtener el orden y la armonía de que carece el
enfermo, y Aristóteles, por otro lado, desarrolla la Retórica, como persuasión verbal y la Poética
como forma de tratamiento psicológico y que incluye unas buenas dosis de catarsis. El reconocer el
poder de la palabra como agente susceptible de producir cambios en el organismo es aceptar el
elemento esencial que subyacía y subyace a los fenómenos hipnóticos, aún con dificultades para
superar, en la antigua Grecia, la diferencia existente entre el cuerpo y la mente.
Desde una perspectiva más orgánica (física) se optó no tanto por la fuerza de la palabra sino por una
energía específica: el denominado magnetismo. La existencia de fluidos energéticos está presente
en la medicina desde sus inicios hipocráticos. Su entronque, además, con las fuerzas de los astros
tiene una amplia tradición mitológica que es actualizada en el siglo XVI por la idea de un poder
magnético curativo de los astros, según Paracelso (1493-1541), así como la del "magnetismo
animal" formulado por Van Helmont (1577-1644). La idea de una energía que puede ser dirigida
mediante el pensamiento, la imposición de manos el contacto con otro cuerpo, etc., tiene un gran
atractivo y aunque forma parte de un contexto verbal, parece sugerir que va más allá de lo intangible
para convertirse en una fuerza similar a otras, como el magnetismo, que no por aparentemente invisible
(basta dejar caer un objeto para constatarlo) es menos efectiva.
La capacidad de las personas para incidir en las demás y en sí mismas trasciende, como se ve, de la
palabra a la energía. Esta búsqueda la realmente eficiente (la energía) frente a lo especulativo (lo
humano, lo verbal) tiene un gran atractivo y actualidad. No hay más que recordar las propiedades que
se confieren a determinadas pulseras, objetos e incluso sustancias tan naturales y cotidianas como el
agua, convenientemente magnetizada.
La historia de la hipnosis, más allá de los antecedentes señalados más arriba, comienza con Friedrich
(Franz) Anton Mesmer (1734-1815) y se configura a finales del siglo XIX y principios del XX. Todo
ello lo hace en relación con el denominado magnetismo animal y pasa rápidamente a constituir un
método para el estudio y tratamiento de la histeria como trastorno mental y, por extensión, a otros
desórdenes psicológicos en los que se simultanean trastornos del comportamiento con llamativos
síntomas o alteraciones orgánicas. Es precisamente en este contexto en el que la hipnosis es un capítulo
más en el desarrollo de la psicología clínica. Efectivamente busca explicar cambios orgánicos
“caprichosos” o funcionales desde una perspectiva orgánica atendiendo a factores de tipo psicológico.
Se trata de dar razones psicológicas de problemas psicológicos, al igual que lo hiciera Freud (1856-
1939) o Pavlov (1849-1936), cuando trataban de explicar la histeria o las neurosis. Es de gran utilidad
para el interesado en los tratamientos psicológicos conocer esta perspectiva histórica de la hipnosis
dentro de la psicología clínica. Dicha historia pasa por la aceptación de la relación entre lo psicológico
y lo fisiológico, relación efectiva y plena, no subsidiaria. Esto aún hoy día es difícil de aceptar. La
separación, el dualismo mente cuerpo y la mayor importancia dada, en términos de su carácter
genuino, a lo físico, frente a lo psicológico bien considerado como falsamente físico, determina, en
gran medida, este estado de cosas.
Al igual que Pavlov estableció un nexo de comunicación entre los cambios comportamentales y
emocionales y los cambios somáticos en las neurosis experimentales, la hipnosis establece también
vías de conexión y experimentación entre las propuestas o sugestiones del hipnotizador y cambios
fisiológicos, no por poco llamativos menos genuinos que los que podrían encontrarse sin la
intervención hipnótica. Es precisamente esta posibilidad de experimentación la que hizo y hace de
la hipnosis un medio para superar la separación impuesta por el dualismo mente cuerpo. Los puentes
están tendidos. Es posible percibir un objeto inexistente, por el mero hecho de creerlo presente. La
diferencia entre la realidad y su construcción se hace tenue. Todo ello no sería destacable si no fuera
porque hay cambios físicos que aparecen fuera de lugar. ¡Qué desfachatez!, a ver si va a ser cierto que
es posible mandar a nuestro organismo. Naturalmente, que no se trata, aquí tampoco, de inventar nada.
Todo el mundo acepta que cuando una persona está relajada su sistema neuroendocrino e
inmunológico funciona de modo diferente a cuando vive un suceso amenazante, sin embargo qué
difícil es aceptar que el uso de la hipnosis (o en el entrenamiento en relajación o la terapia
cognitiva) produce cambios positivos concretos y mensurables en el sistema inmunológico de una
persona.
Mesmer y el magnetismo
Friedrich (Franz) Anton Mesmer (1734-1815) es reconocido como el principal pionero en el desarrollo
de la hipnosis. Médico vienés cuyo principal mérito fue difundir con gran teatralidad la aplicación del
magnetismo animal como fuerza capaz de generar muy diversos efectos. La idea del magnetismo como
fuerza ya provenía, como se ha comentado, de tiempos pretéritos. Mesmer reconoce la realidad de
dicha fuerza y la considera asociada, como en otros fluidos energéticos, a una cierta suerte de
equilibrio que daría lugar a la concepción de la armonía como forma reguladora de la acción del
magnetismo. Ciertamente resultaba difícil para un médico cercano a las peculiares formas de curación
de la época, sustraerse a la atracción de verdaderas fuerzas como la gravitación propuesta por Newton,
o, de modo más cercano, a las propiedades curativas que los imanes tenían y que eran descritas por
Maximilian Hell, director del Observatorio Astronómico de Viena, en 1774. Lo cierto es que la puesta
en escena y las terapias de Mesmer fueron realmente espectaculares. Así lo que, en principio tenía una
orientación científica y de este modo fue recibida, se tornó rápidamente en estrafalario. Naturalmente
el pretendido magnetismo no logró ser encontrado. La imaginación, la sugestión, la palabra y sus
efectos en definitiva eran las responsables de los fenómenos. La puesta en escena era el ingrediente
no el pretendido magnetismo.
A Anton Mesmer le cabe el mérito de llamar la atención de forma efectiva sobre la hipnosis, tanto
desde un punto de vista médico-científico como social. La posibilidad de ese magnetismo
revolucionó a sus coetáneos. Ejemplo de ello fue la investigación que Luis XVI puso en marcha bajo la
dirección del más tarde presidente de los EE.UU. Benjamín Franklin. La notoriedad obtenida actuará
como reclamo de médicos y charlatanes, generando admiración, reconocimiento y rechazo y, en todo
caso, el punto de partida para explorar su utilidad en el ámbito de la histeria y la neurosis.
El hallazgo de Puységur fue difundido en la última década del siglo XVIII y llamó la atención de la
clase médica, en especial por la relación existente entre el sonambulismo, la histeria y las
características especiales conferidas a ese estado de sonambulismo. Así a principios del siglo XIX,
Petetin, médico, relacionó el sonambulismo provocado con la catalepsia histérica. Consideró,
además, que no se trataba de una fuerza magnética sino eléctrica que se originaba en el cerebro y
que confería una especial sensibilidad y receptividad sensorial a las personas. Esto justificaría no
sólo la viva sensibilidad de los catalépticos sino también su especial cualidad para el recuerdo.
José Custodio de Faria (1756-1819) clérigo, nacido en la colonia portuguesa de Goa y doctorado en
Roma, hizo la aportación más relevante al desarrollo de la hipnosis en los comienzos del siglo XIX.
En contacto con Puységur inicia su actividad como hipnotizador y pronto constata lo innecesario del
magnetismo animal para explicar los fenómenos hipnóticos. Así considera que es la sugestión
verbal la responsable de los efectos observados y desarrolla diversos métodos y técnicas para
aplicarla. En esto influirá decisivamente en autores como Liébault y Bernheim precursores de la
hipnosis como es considerada en el momento actual dentro del marco de la psicología clínica. Faria
hizo, además, otras dos aportaciones sustanciales. La primera fue la consideración del por él
denominado “sueño lúcido” como un fenómeno natural y nada extraordinario ni ajeno a la realidad
humana. La segunda fue la aceptación de que los fenómenos observados no dependen de causas
externas (magnetismo, electricidad, etc.), sino que “residen” en el propio sujeto, en su disposición y
aceptación a ser influenciado. Esta vuelta a la realidad, a no buscar causas externas antinaturales no
le sirvió para evitar ese halo de charlatanería al que fueron asociados los seguidores de Mesmer, que
quedó caracterizado de forma pintoresca en el personaje del “abate Faria” que Alejandro Dumas
introdujo en El Conde de Montecristo.
James Braid (1795-1860) fue un médico escocés que ya partió del rechazo al magnetismo animal y
similares elementos asociados al mesmerismo. Como médico tuvo conocimiento de los fenómenos
hipnóticos y le sorprendió la dificultad de los sujetos para mantener los ojos abiertos. Él que entre
sus actividades médicas y quirúrgicas se encontraba la oftalmología y más concretamente la
corrección del estrabismo, pensó que el cansancio producido por la fijación ocular producía unas
alteraciones en el sistema nervioso que facilitaban el sueño. De este modo y mediante un
procedimiento “físico” se podía inducir el estado hipnótico en lo que vino a denominarse el “sueño
nervioso”, frente al “sueño lúcido” de Faria. Braid diferenciará el “sueño nervioso” del sueño y le
utilizará con fines terapéuticos concretamente para el control del dolor, en lo que constituye una
puerta a las aplicaciones clínicas de la hipnosis.
Con las aportaciones de Faria y Braid se deja a la hipnosis a las puertas del siglo XX con un rechazo
efectivo al magnetismo, electricidad y otras explicaciones similares y la aceptación de que es la
participación efectiva del sujeto la que pone en marcha el fenómeno. Que dicho fenómeno puede
ponerse en funcionamiento mediante la palabra o por acción de determinados cambios fisiológicos,
inducidos mediante instrucciones verbales, y que, final y principalmente, que los fenómenos nada
extraordinarios ni sobrenaturales pueden ser útiles para el tratamiento, veremos también
comprensión, de determinadas enfermedades o trastornos.
Durante el siglo XIX y principios del XX hay un notable interés de la medicina por definir,
caracterizar y orientar la clínica de los más diversos trastornos. Como ya se vio en tiempos de
Mesmer y dejado de lado el magnetismo, la similaridad entre los fenómenos hipnóticos y ciertos
trastornos nerviosos como la histeria, recalcan el interés de la hipnosis. Así la hipnosis tiene interés
en sí misma, como fenómeno que produce una serie de efectos poco comunes, comparados con el
comportamiento habitual de las personas, y por la similaridad de esos cambios con ciertas
patologías nerviosas puede ser el método, o el puente, a través del cual experimentar con ellas y
avanzar en su conocimiento.
Jean Martin Charcot (1825-1893) es el ejemplo paradigmático de este proceder. Prestigioso médico
de los recién creados hospitales, e investigador de la neurología clínica considera que la hipnosis
tiene interés en sí misma y la caracteriza como tres estados nerviosos sucesivos: cataléptico,
letárgico y sonambúlico. Charcot formará escuela: la escuela de la Salpêtrière, prestigioso hospital
parisino en el que crearía el primer servicio de neurología moderno.
Para Charcot la hipnosis, tanto como fenómeno en sí como método de estudio, se circunscribe en un
ámbito estricta y reduccionistamente neurológico. En consecuencia el uso de la palabra y de la
sugestión es rechazable y, en todo caso, reductible a alguna forma imperfecta de poner en marcha
determinado tipo de reflejos. Este exceso de referencia neurológica y de objetivación física fue el
principal problema de la obra de Charcot. Es más, sus discípulos, singularmente Joseph Babinski
(1857-1932) no tuvieron más remedio que revisar los presupuestos de Charcot en relación con la
sugestión y con respecto a la histeria. En efecto, hubo que aceptar la presencia de la simulación en
la histeria y, por ende, la importancia que la sugestión o contra-sugestión jugaría en su reversión. En
suma, reclamar la psicogenia para los trastornos psicológicos como la histeria, sin que ello suponga,
naturalmente, no atender los cambios neurológicos que conlleva.
Más paradigmático de esta evolución es precisamente la obra de Pierre Janet (1859-1947), seguidor
y defensor de la escuela de la Salpêtrière, no tuvo más remedio que aceptar la importancia de lo
psicológico en el estudio de la histeria. Así la sugestión pasaba a ocupar un lugar primario y los
estudios anatómicos, histológicos y químicos, secundarios, habida cuenta de los resultados
obtenidos con ellos. Por otro lado, resultaba excesivo invertir gran cantidad de tiempo y esfuerzos
que pocos resultados habían ofrecido en estudiar unos fenómenos de laboratorio que poco tenían
que ver con la realidad.
En el uso de la hipnosis como herramienta terapéutica estuvo también Freud. Freud estuvo con
Charcot merced a una beca en 1885. En su estancia en la Salpêtrière tuvo ocasión de conocer el
trabajo de Charcot que le produjo gran admiración por su interés en objetivar la histeria. No
obstante, Freud al igual que los seguidores de Charcot reclamará una mayor importancia de lo
psicológico. Freud fue divulgador y defensor del uso clínico de la hipnosis y el mismo la utilizó y le
sirvió de base para el desarrollo de sus propias técnicas terapéuticas.
Ambroise August Liébeault (1823-1904) fue un médico que ejerció en una localidad próxima a
Nancy y posteriormente en esa misma ciudad. Conocedor de la hipnosis intentó utilizar los métodos
convencionales con diversas dificultades y problemas, incluido el método de fijación ocular de
Braid. El buen resultado que le reportó el método de Faria le llevó a considerar la importancia de la
sugestión como elemento esencial en la hipnosis. Más adelante, al observar cómo este método era
igualmente efectivo en personas normales, no tenía sentido asimilar el efecto de la hipnosis con
estados patológicos sino con estados susceptibles de ser provocados mediante el uso de la sugestión,
de la palabra. La reformulación en términos psicológicos de gran parte de las técnicas utilizadas
hace de la sugestión el elemento central responsable de los cambios obtenidos. Así, los efectos de la
fijación ocular de Braid serían debidos a la concetración de la atención, favorecedora de la
sugestión, frente a los cambios neurológicos propuestos por Braid.
Liébeault publicará en 1892 el libro Terapia sugestiva. En él no sólo se plantea la utilidad clínica de
la sugestión sino que ensaya una teoría sobre cómo son generados ciertos trastornos psicológicos.
La influencia de Liébeault, que no hizo más que recoger puntos de vista y técnicas ya disponibles en
la actualidad, tuvo un efecto importante aunque demorado. Fue Hippolite-Marie Bernheim (1837-
1919) quien también en Nancy desde la Facultad de Medicina, lideraría la conocida cono escuela de
Nancy, que frente a la escuela de la Salpêtrière, defendería el papel de los psicológico y que
constituiría el principal interés del Primer Congreso Internacional de Hipnotismo Experimental y
Terapéutico, celebrado en París en 1889, y el segundo en 1900. Bernheim que también experimentaría
con los métodos tradicionales constataría que lo que tiene en común es la sugestión, sin la que no es
posible obtener ningún tipo de efecto. Lejos, por tanto, de fuerzas mágicas o hipotéticas fuerzas
nerviosas, la hipnosis sería un ejemplo de la puesta en práctica de la sugestión.
La consideración de normalidad constatada por Bernheim deslinda, de nuevo, todo efecto mágico o
cualitativamente diferente de lo que sucede cotidianamente. Así constará la existencia en condiciones
normales de fenómenos análogos, si bien rudimentarios, a los obtenidos mediante la hipnosis, lo que
probaría que son las condiciones contextuales y la aplicación de la sugestión la que se responsabilizaría
de los resultados obtenidos. Para Bernheim la hipnosis no es sino sugestión, la tendencia a aceptar una
idea y a permitir que ésta se transforme en acción. No se asigna entidad alguna a la hipnosis que no sea
la obtenida mediante los efectos producidos por el uso de sugestiones. La sugestión es la causa y efecto
de todo el fenómeno, constituyendo en consecuencia el elemento central de estudio.
Resulta evidente que la postura de la escuela de Nancy inicia el acercamiento de la psicología científica
al estudio de la hipnosis, mientras que los postulados de la Salpêtrière son más próximos a otros puntos
de partida, por ejemplo la psicología dinámica, o aquellos otros que consideran la hipnosis como un
estado especial, físico y psíquico.
El interés por la sugestión y la sugestibilidad va a adquirir una notable importancia psicológica a partir
de los trabajos de Bernheim. Así, por ejemplo, Binet (1900) estudia los efectos de la sugestión y los
distintos tipos de ésta, destacando las diferencias existentes entre las demandas que implican
reacciones motoras inconscientes del resto de las sugestiones. Existe un intento por delimitar y
conceptualizar la sugestión dentro y fuera del marco de la hipnosis. Ghreorghiu (1988) ha realizado
una excelente revisión sobre estas cuestiones situando el papel de la sugestión en su relación con el
condicionamiento, la imaginación y demás aspectos relevantes en su estudio. Las aportaciones de
autores como Binet (1900), Eysenck y Furneaux (1945), Benton y Bandura (1953), Stukat (1958),
entre muchos otros, pueden servir como ejemplo de la importancia conferida a la sugestión y
sugestibilidad en psicología (ver Ghreorghiu, 1988).
Unos de los trabajos más interesantes en el contexto de la sugestión y la hipnosis es el trabajo de Hull,
Clark L. Hull (1933). Este autor neo-conductista retoma las ideas de Bernheim y postula la inexistencia
de diferencias cualitativas entre la sugestión y la hipnosis. Para Hull no existen diferencias entre la
sugestibilidad en estado de vigilia y la sugestibilidad en el denominado estado hipnótico. En todo caso
acepta que las diferencias son cuantitativas, pero no cualitativas.
En resumidas cuentas, cabe hablar de la sugestión y de la hipnosis desde una perspectiva psicológica,
basada en la tradición de la psicología experimental, en la que se hace especial énfasis en las respuestas
del sujeto ante determinadas demandas ambientales concretas. En la respuesta a estas demandas no se
implica necesariamente un cambio cualitativo de estado, aun cuando tampoco se pretende volver a la
formulación dura de la "caja negra". Por ello se acepta la importancia que tiene las variables cognitivas
y constructos mediacionales (en el contexto del aprendizaje social de Bandura, o de la implicación de
las expectativas de autoeficacia ante determinadas situaciones).
Esto implica la eliminación de toda referencia esotérica u ocultista ligada a las palabras sugestión o
hipnosis, lo que no quiere decir que se tengan todas las respuestas a los fenómenos que se producen, ni
los conocimientos que los sustentan. Tampoco, este punto de partida positivo, impide que tanto el
experto como el profano siga asociando sugestión a hipnosis a misterio o misticismo, por ser este uno
de los tópicos socio-culturales y psicológicos más arraigados. Sin embargo, este punto de partida es útil
para el propio trabajo del psicólogo quien, eliminados dichos tópicos y adquiriendo un dominio de la
técnica, cuenta con un recurso terapéutico más.
La hipnosis en España
La referencia histórica de la hipnosis en España está ligada a la influencia que los trabajos de Charcot
ejercieron sobre Luis Simarro (1851-1921) y sobre Ramón y Cajal (1852-1934). Simarro mostró tener
un buen conocimiento de las técnicas y principios de la hipnosis, así como de las polémicas entre
Charcot y la escuela de Nancy. Ramón y Cajal hizo uso, además, de la hipnosis en el tratamiento de
diversos trastorno neurológicos.
Referencias
Benton, A.L. y Bandura, A. (1953) "Primary" and "secondary" suggestibility. Journal of Abnormal
Psychology, 48, 336-340.
Eysenck, H.J. y Furneaux, W.D. (1945) Primary and secondary suggestibility: an experimental and statistical
study. Journal of Experimental Psychology, 35, 485-503.
Gheorghiu, V.A. (1988) The development of research on suggestibility: critical considerations. En V.A.
Gheorghiu, P. Netter y H.J. Eysenck (eds.). Suggestion and suggestibility. Berlin: Springer-Verlag.
Stukat, K.G. (1958) Suggestibility: a factorial experimental analysis. Stockholm: Almqvist & Wiksell.
ANEXOS
Antigüedad
Una de las mejores monografías de Laín Entralgo está dedicada a La curación por la
palabra en la Antigüedad clásica (1958). Tras situar en los fragmentos de los pitagóricos y
de Empédocles el punto de partida de la tradición filosófica griega sobre los «tratamientos
psíquicos», analiza las ideas de los sofistas, en especial Gorgias y Antifonte, que llegaron a
proponer una aplicación «técnica» de la palabra persuasiva. Gorgias afirmó que la fuerza
(dynamis) de la persuasión para el tratamiento de la mente (psykhé) es equiparable a la
de los mejores fármacos para la curación del cuerpo.
Más amplio fue el planteamiento de Platón acerca de la palabra sugestiva. Pensaba que la
sugestión puede producir una «armoniosa y justa ordenación» de todos los elementos de
la vida psíquica (creencias, sentimientos, impulsos, saberes, etc.) y que esta armonía
(sóphrosyné) es condición previa para que sea máximamente eficaz la acción de los
fármacos, por lo que estimaba que la terapéutica no es completa si no es capaz de
conseguirla en los enfermos. «Es seguro que un cultivo práctico y consecuente con los
puntos de vista platónicos -dice Laín- hubiese conducido pronto a la edificación de algo así
como un psicoanálisis griego.» Como veremos a continuación, los médicos hipocráticos no
atendieron en absoluto esta posibilidad.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág.12-13.
Madrid: Alianza.
Hasta finales del siglo XX, las enfermedades mentales han continuado siendo un
problema pendiente, debido a la carencia de fundamentos científicos para formular de
modo riguroso sus entidades nosológicas, es decir, sus tipos con lesiones anatómicas,
disfunciones, causas, mecanismo generador y curso específicos. Incluso es todavía
incompleta la caracterización de aquellas que han motivado una investigación continuada y
brillante, como la enfermedad de Alzheimer: se conocen en detalle los síntomas y el
curso de esta demencia, se han descubierto, a partir de los trabajos de Alois Alzheimer
(1907), las lesiones histopatológicas peculiares de la atrofia generalizada de la corteza
cerebral que en ella aparece de forma progresiva y se han comprobado alteraciones
funcionales enzimáticas, en especial la pérdida de actividad de la acetilcolinesterasa,
pero se ignoran sus causas. Constituye un claro retroceso que muchos psiquiatras no
reconozcan de modo abierto este problema pendiente y parezcan consolar su
«chauvinismo histórico» con fabulaciones especialmente pintorescas acerca de las
«brujerías» y «supersticiones» vigentes en el pasado. Todavía más grave es la confusión
creada al utilizar como diagnósticos en la práctica clínica términos de las clasificaciones de
la Organización Mundial de la Salud o de la American Psychiatric Association, que son
meros consensos de conveniencia destinados a la normalización estadística. Basta leer sus
definiciones para comprobar que su uso acrítico está favoreciendo un escolasticismo
meramente verbalista.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág.7-10. Madrid:
Alianza.
Mesmer
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág.30-33.
Madrid: Alianza.
Hawkins, P.J. (1998) Introducción a la hipnosis clínica, pág. 13. Valencia: Promolibro.
Como Pierre Janet indicó en 1909, la principal característica de esta segunda fase del
magnetismo animal fue la dedicación al estudio del sonambulismo y a la «fabricación»
de «sonámbulos extralúcidos» mediante un paciente entrenamiento.
El fluido magnético -dijo Deleuze- es una emanación de nosotros mismos dirigida por la
voluntad [... ] Magnetizar para curar es socorrer con la propia vida la vida desfalleciente de un
ser que sufre [...] Una vez que los nervios están empapados de cierta cantidad de fluido,
adquieren una susceptibilidad de la que no tenemos idea en estado ordinario. Considerad
al individuo magnetizado como formando parte de su magnetizador de alguna forma, y no os
extrañe que la voluntad de éste actúe sobre él y determine sus movimientos.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 34-36.
Madrid: Alianza.
La aportación más importante de Faria fue, sin duda, la inducción del sueño por medio de
la sugestión verbal. Su procedimiento era muy sencillo. Tras indicar al paciente que
concentrara la atención en la idea de dormir, le daba una orden verbal imperiosa, que en la
mayor parte de los casos bastaba para producir el sueño. En los sujetos más resistentes
utilizaba recursos complementarios, como la fijación de la mirada en un punto o la presión
en algunas partes del cuerpo para facilitar la «abstracción de los sentidos». Las numerosas
experiencias de Faria fueron expuestas con detalle por Noizet en la Memoire sur le
somnambulisme et le magnétisme animal (Memoria sobre el sonambulismo y el
magnetismo animal) que envió en 1820 a la Real Academia de Ciencias de Berlín. Entre
ellas se encuentran la sugestiones posthipnóticas y en estado de vigilia y la producción y
resolución de parálisis por sugestión verbal, que ocuparon una posición destacada en los
orígenes de la psicoterapia. En la línea del efecto placebo, también consiguió la sugestión
indirecta con medicamentos sin acción farmacológica:
Muchas veces, medicamentos simples e indiferentes, pero tomados con confianza, producen
efectos más saludables que los reconocidos como más eficaces [...] La convicción íntima, que
crea la más alta confianza, regula mejor que todos los medios farmacéuticos.
Alexandre Bertrand fue primero discípulo de Deleuze, pero por influencia de Faria a través
de Noizet abandonó la doctrina fluidista. En su Traité du somnambulisme et les différentes
modifications qu'il présente (Tratado sobre el sonambulismo y las diferentes modificaciones
que presenta, 1823), además de no admitir la existencia de ningún tipo de agente físico, afirmó
que la causa del «sonambulismo» reside en el propio paciente, que se influencia a sí mismo
mediante la imaginación cuando se encuentra en «un estado de exaltación del cerebro con
parálisis de los sentidos» en el que domina fácilmente una idea. En la formulación teórica
del hipnotismo, ello significó el avance de introducir un proceso autosugestivo para explicar
los fenómenos «magnéticos».
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 39-42.
Madrid: Alianza.
Para verificar esta hipótesis, Braid realizó pruebas en las que únicamente
hacía fijar la vista durante cierto tiempo en un pequeño objeto brillante, sin
ninguna otra clase de maniobra ni contacto con el enfermo. Los resultados le
produjeron una gran sorpresa, ya que los pacientes «caían más o menos
rápidamente en un profundo sueño, presentando todos los fenómenos
habituales del magnetismo animal o mesmerismo tal como los describen los
libros clásicos del género». Pensó que había encontrado «la clave secreta del
mesmerismo» y, a finales de noviembre de 1841, pronunció una conferencia
sobre el tema. Su teoría era que, a causa de la tensión muscular producida por la
fijación sostenida de la mirada, se originaba un cansancio o agotamiento de
determinados centros cerebrales que alteraba el equilibrio del sistema nervioso,
dando lugar a una disminución global de su actividad que se expresaba por un
especial estado de sueño. Se trataría, por tanto, de un fenómeno «fisiológico y
natural», cuya causa radicaría en el propio paciente, no siendo necesario
recurrir para explicarlo a ningún tipo de operador.
Médico práctico ante todo, Braid tuvo conciencia desde el principio de las
posibilidades terapéuticas de su procedimiento. Comenzó a aplicarlo en su
clínica, consiguiendo curaciones que, junto a la repercusión popular del tema,
hicieron que acudieran enfermos de toda la región. Sin abandonar la práctica
quirúrgica, se dedicó fundamentalmente a partir de entonces al estudio del
«sueño nervioso», realizando una activa difusión personal y escrita de sus
ideas, en constante polémica con sus numerosos detractores. Con las
excepciones que a continuación anotaremos, pasaron inadvertidas para la gran
mayoría de los médicos británicos de su época o fueron acogidas con
escepticismo. Sus seguidores y críticos procedieron generalmente de ambientes
ajenos a la medicina, como el mesmerismo, el movimiento espiritista y el sector
más intransigente de los teólogos del país.
Aunque habitualmente sólo se cita este único libro suyo, Braid publicó entre
1843 y 1860 varios folletos y cerca de treinta artículos, que en su mayoría son
notas clínicas. Destacan el titulado Hypnotic Therapeutics illustrated by Cases
(Terapéutica hipnótica ilustrada con casos, 1853), donde resumió el resultado
de sus «curaciones» de forma más ponderada y objetiva que diez años antes, y
una carta dirigida en 1860 a la Academia de Ciencias de París, en la que
rectificó sus ideas iniciales, pasando a considerar el «sueño nervioso» como
una forma particular y extrema de «monoideísmo», es decir, un estado de
máxima aptitud para el desarrollo de «ideas dominantes». Continuó
afirmando que las principales características de dicho estado son la
«impresionabilidad» y la «plasticidad», pero atribuyéndolas a las
peculiaridades mentales del hipnotizado:
En estos pacientes se puede actuar en un momento apropiado del sueño como sobre un
instrumento musical [...] Su juicio y su voluntad se encuentran oscurecidos de tal
manera, sometidos de tal forma a un momentáneo encantamiento y excitada a tal punto su
imaginación que ven, sienten y actúan como si todas las impresiones que bullen en su
mente fueran realidad.
Para despertar ideas en los pacientes mientras mantienen los ojos abiertos y parecen
encontrarse en estado de vigilia normal, no hay medio más activo que decir en voz alta,
en forma de orden terminante, lo que se desea introducir.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia,
pág. 46-50. Madrid: Alianza.
Charcot
Charcot fue autor de una amplísima obra escrita, a la que hay que añadir la gran
cantidad de publicaciones de sus colaboradores y discípulos dirigidas o inspiradas por él. El
primer periodo de su actividad científica estuvo principalmente dedicado a las
enfermedades geriátricas y crónicas, temas sobre los que realizó aportaciones que hubieran
bastado para asegurarle un notable puesto en la medicina de su época. Sin embargo,
la parte de su obra más importante desde todos los puntos de vista fue la relativa a las
enfermedades del sistema nervioso. Aunque incorporó, como hemos visto, las nuevas técnicas
de laboratorio, su método continuó basándose en los supuestos anatomoclínicos. Se
trataba, en primer término, de describir cuadros clínicos típicos y regulares, invariables
en cualquier circunstancia, por estar sometidos a condicionamientos orgánicos constantes.
En segundo lugar, había que explicar los fenómenos de tales cuadros clínicos por medio de
las lesiones anatómicas localizadas que les servían de base. Los lazos de unión entre la
clínica y los datos lesionales eran, por supuesto, los signos anatomopatológicos, hechos
objetivos que el médico podía recoger en el cuerpo del paciente como señales ciertas de las
alteraciones morfológicas subyacentes y como fundamento firme de la regularidad y
carácter típico del cuadro descrito.
En el terreno de las enfermedades orgánicas del sistema nervioso, los resultados que Charcot
obtuvo con este método constituyen un gran capítulo clásico de la patología y la clínica.
Describió y localizó los trastornos resultantes de las lesiones de los centros motores de la
corteza cerebral. Redujo el temblor a un síntoma, distinguiendo el propio de la parálisis
agitante del «intencional» de la esclerosis múltiple. Hizo un completo estudio de esta
última afección, así como de la esclerosis lateral amiotrófica, que diferenció de la atrofia
muscular progresiva, así como de la poliomielitis y la tabes dorsal. Aparte de otras
muchas contribuciones clínicas y anatomopatológicas que no resulta oportuno detallar
aquí, prestó particular atención a la iconografía neurológica, mediante fotografías y dibujos
aparecidos en sus libros y artículos y en las serie Iconographie photographique (1877-
1880) y Nouvelle Iconographie de la Salpétriére (1888-1891). Se preocupó incluso de
recoger la correspondiente a la historia del arte en dos libros y varios artículos en
colaboración con su discípulo Paul Richer, que era un gran dibujante.
Por el contrario, las características de la histeria parecían desafiar todos sus principios
metódicos. El enfrentamiento de la mentalidad anatomoclínica con las neurosis había
sido hasta entonces un rotundo fracaso. Sobre todo la histeria, la grande névrose, no
había podido ser reducida a un cuadro clínico típico y regular. Se presentaba con una
fenomenología proteiforme, irreductible a leyes orgánicas e indiferencialbes de algunos
padecimientos neurológicos y también de meras simulaciones. Habían fracasado,
además, todos los intentos de encontrar una lesión anatómica localizada que le sirviera de
base. Resulta lógico que Charcot se propusiera acabar con una situación tan poco
satisfactoria. Sus importantes hallazgos le animaban a ello y su propio servicio hospitalario
-en el que se reunían histéricos y enfermos neurológicos, muchos de ellos epilépticos- así lo
exigía. Por consiguiente, durante un cuarto de siglo (1868-1893), Charcot y sus
discípulos aplicaron estrictamente los postulados del método anatomoclínico al estudio de la
histeria. Con la finalidad de caracterizar sus cuadros clínicos, reunieron un amplio número
de signos (trastornos de la sensibilidad, contracturas, «estigmas», etc.), que utilizaron para
describir la «histeroepilepsia» como su manifestación convulsiva más desarrollada y las
fases del «gran ataque histérico» (pródromos, «epileptoide», «contorsiones y los grandes
movimientos», «actitudes pasionales» y periodo terminal con delirios y alucinaciones).
Aceptaron la inexistencia de lesiones anatómicas visibles, pero intentaron salvar el criterio
localista y morfológico, recurriendo al postulado de una «lesión dinámica» de carácter
fugaz, como razón de la semejanza de los síntomas de la histeria con los fenómenos
neurológicos orgánicos («neuromimesis»).
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia,
pág. 56-59. Madrid: Alianza.
Babinski
La palabra sugestión debe indicar que la idea que se intenta insinuar no es razonable. En
efecto, si no se diera a este término este sentido especial, seria sinónimo de persuasión;
esta confusión es la que se comete cuando se pretende obtener curaciones por sugestión.
Decir a un enfermo afecto de una parálisis psíquica que este trastorno es puramente
imaginario y que puede desaparecer instantáneamente por un esfuerzo de voluntad,
obteniendo así la curación, no es realizar una sugestión, sino al contrario, ya que la idea
emitida, lejos de ser irracional es eminentemente sensata; el médico al actuar así, lejos
de intentar sugestionar al enfermo, tiende a aniquilar la sugestión o autosugestión que
causa la enfermedad. No actúa por sugestión, sino por persuasión.
Atribuyó la desaparición casi total de los síntomas descritos por Charcot a la modificación
del ambiente y, sobre todo, al cambio de actitud de los médicos:
Babinski afirmó que los síntomas histéricos deben resolverse con rapidez y facilidad
mediante la persuasión:
Los trastornos pitiáticos verdaderos deben ceder rápidamente ante una psicoterapia
hábil [...] Yo estimo que el fracaso de la psicoterapia práctica en buenas condiciones y
con perseverancia debe inclinarnos hacia la hipótesis de la simulación.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 90-93.
Madrid: Alianza.
Janet
Actualmente, los estudios anatómicos, histológicos e incluso los químicos [...] no están
adelantados lo suficiente para dar la explicación de los síntomas clínicos [... ] de
momento, los fenómenos mentales, mejor conocidos, explican los hechos observados y
desempeñan el papel principal en la interpretación de la enfermedad.
Uno de los procedimientos que ciertamente ejerce mayor influencia contra los accidentes
histéricos graves en el uso metódico del sueño hipnótico [...] Sea cual fuere la opinión que
se tenga acerca del hipnotismo, es preciso reconocer que constituye un modificador
poderoso de los fenómenos psicológicos [...] El médico no tiene derecho a despreciar el
partido que puede obtenerse de un agente tan eficaz, que debe convertir en inofensivo y útil.
En consecuencia, le dedicó la mayor parte del capítulo e incluso afirmó que los efectos de los
«procedimientos físicos» se deben a la sugestión:
Es preciso observar que, en muchos casos, numerosos autores han debido ilusionarse
respecto al modo de actuar estos procedimientos. Es posible que, en algunos de ellos, la
electricidad sobre todo, y el masaje, tengan una influencia directa y exciten los centros
sensoriales, originando un gran número de impresiones bastante vivas. No obstante, a
menudo estos procedimientos obran de una manera indirecta. Para comprenderlo, en
vez de una placa de hierro, pongamos sencillamente sobre la mano anestesiada una oblea
de color y roguemos al paciente que la deje pegada en este sitio [...] frecuentemente. sin
que el enfermo se dé cuenta de la transición, la mano recobrará la sensibilidad.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia,
pág. 112-113. Madrid: Alianza.
Freud
Tras comprobar, durante más de un año, la ineficacia de la electroterapia, los masajes y otros
métodos físicos en el tratamiento de la histeria, a finales de 1887 comenzó a utilizar la
sugestión hipnótica, al principio con el procedimiento de Bernheim y más tarde con la
llamada «técnica catártica» de Breuer. Desde 1892 hasta 1896, fecha en la que abandonó
definitivamente el hipnotismo, desarrolló su método de asociación libre, aprovechando
experiencias y aspectos técnicos de la hipnosis, especialmente la demostración por
Bernheim de la posibilidad de recuperar los recuerdos del estadio hipnótico durante la vigilia
mediante la concentración voluntaria.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 112-113.
Madrid: Alianza.
Liébeault
La edición original del primer libro de Liébeault pasó inadvertida, ya que hasta 1882
sus estudios no fueron «descubiertos» por el profesorado de la Facultad de Medicina de
Nancy. Por el contrario, tras el enfrentamiento entre Bernheim y Charcot, la segunda edición
(1889) y la traducción al alemán (1892) se difundieron ampliamente en los ambientes
médicos académicos de toda Europa. El mismo año de su jubilación publicó un segundo
libro con el significativo título de Therapéutique sugestive (1891), que debe considerarse
uno de los hitos más importantes del proceso de constitución de la psicoterapia. La
introducción definitiva de la sugestión verbal como tratamiento fue consecuencia directa de su
análisis de los procedimientos que habían utilizado magnetizadores e hipnotizadores:
En este aspecto, la obra de Liébeault no sólo superó los planteamientos de Faria, sino
también los de Braid, para quien la sugestión tenía solamente una función indirecta en la
producción de los fenómenos.
una vez ocupada la mente por la idea fija de que se está realmente enfermo de una
afección grave en una parte cualquiera del cuerpo, se establece un circuito de donde no es
fácil salir. Es la serpiente que se muerde la cola, es el mal que vive del mal.
Si se prueba que se pueden reproducir artificialmente con finalidad terapéutica las mismas
reacciones mentales en sentido inverso que las que favorecen la formación de un gran número
de enfermedades, situándose por consiguiente en las condiciones de la naturaleza curativa por
influencia psíquica, el método racional de curar por medio de la mente no puede tardar en
entrar en la ciencia.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 62-67.
Madrid: Alianza.
Bernheim:
crítica del concepto de hipnotismo de Charcot y psicoterapia sugestiva
Frente a la concepción del hipnotismo como una «neurosis provocada», Bernheim puso de
relieve, de acuerdo con las aportaciones de Liébeault, que una elevada proporción de
personas psíquicamente normales podían ser hipnotizadas. También contradijo las tres
fases propuestas por Charcot:
Si no he aceptado como punto de partida de mis estudios las tres fases del hipnotismo histérico,
tal como Charcot las describe: letargia, catalepsia y sonambulismo, es porque no he
podido comprobar por mis observaciones la existencia de esos estados diversos como fases
distintas.
La sugestión, es decir, la penetración de la idea del fenómeno en el cerebro del sujeto por la
palabra, el gesto, la vista o la iimitación, me parece que es la clave de todos los hechos
hipnóticos que he observado. Sin la sugestión no he podido producirlos.
No hay un estado hipnótico especial, no hay más que sugestibilidades diversas que
podemos demostrar, que afectan las diversas funciones motoras, sensitivas, ideativas,
emocionales, de cumplimiento de actos; cada sujeto presenta acerca de estas
funciones una impresionabilidad especial [...] Cada sujeto tiene una individualidad
sugestiva.
La falta de relación entre los diversos grados del sueño y, sobre todo, la posibilidad de
producir fenómenos como los hipnóticos en estado de vigilia le condujo a
considerar que:
el sueño o la idea de sueño no es más que uno de los fenómenos obtenidos [...] sin que
este fenómeno sea ni preludio obligado ni mecanismo generador de los otros, que pueden
estar disociados del sueño, como igualmente pueden estarlo entre sí.
Por otra parte, estudió fenómenos similares en estados patológicos, no sólo en las
neurosis y en la catalepsia y el sonambulismo «espontáneos», sino también en las
psicosis, los tumores cerebrales y en enfermedades infecciosas, especialmente en la fiebre
tifoidea. Confirmó el carácter inespecífico de la hipnosis al comprobar su semejanza con
una serie de funciones automáticas y reflejas habituales de la vida normal: «El estado
normal, el estado fisiológico, presenta de forma rudimentaria fenómenos análogos a
los que se observan en el hipnotismo». Citó como ejemplos típicos las «modificaciones de
nuestro estado psíquico» en los estados emotivos y en la concentración de la atención
en torno a una idea, que explicó en el plano psicológico, por la debilitación momentánea del
control de la razón sobre las ideas presentes en la conciencia y en el
neurofisiológico, por la disminución de la actividad funcional de la corteza cerebral:
todo aquello que disminuye la actividad de las facultades racionales, todo lo que suprime
o atenúa el control cerebral, refuerza por una parte la credulidad y por otra exalta el
automatismo cerebral, es decir, la aptitud de transformar la idea en acto.
López Piñero, J.M. (2002) Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia, pág. 67-72.
Madrid: Alianza.
En el texto se hace referencia a diez y ocho autores, de los que sólo uno de los
referidos por Simarro -Aragón Obejero- publicó su trabajo original en español. Por otra parte
de los ocho libros en castellano de autores españoles o extranjeros que se ocuparon
del hipnotismo antes de 1908, y que figuran recogidos en el libro de Quintana et als. (1997),
Simarro sólo menciona a dos de ellos: Richet y Binet. Es curioso el alejamiento entre los
textos en español que el público tiene fácilmente a su alcance y los que maneja
Simarro, de autores más acreditados por lo general y sin traducir, (v.gr. Braid,
Charcot, Bernheim, Liebeault o Janet). Significativamente no menciona el libro de
Wundt de 1892 que fue reeditado en 1911 y tampoco hace ninguna referencia a la posible
utilidad clínica de la técnica.
El trabajo comienza presentando de forma bien documentada las diversas opiniones sobre
el hipnotismo y planteando abiertamente las diferencias entre Charcot y sus seguidores y
los de la escuela de Nancy. Se pregunta que hay de verdadero y de falso en el fenómeno
diferenciando entre los grados posibles (sonambulismo, inmovilidad, letargo profundo).
Luego clasifica los posibles fenómenos, algunos de los cuales le parecen claramente
explicables como el sueño hipnótico, los fenómenos vegetativos y los de orden motivo y
algunos cognoscitivos. "Tales fenómenos, comenta, parece que no se pueden poner en
duda; será su explicación la que se quiera pero la autenticidad de los hechos no da lugar a
vacilación sobre la realidad y existencia de tales fenómenos (p.3)" Dice que son todavía
inexplicables algunos cognoscitivos y los del ocultismo, pero veremos como al final del
trabajo expresa su recelo ante algunos de ellos.
En cualquier caso sea cual sea su naturaleza del hipnotismo -morbosa o normal- no cabe
pensar en nada oculto ni sobrenatural, ya que es "propio de la naturaleza del hombre". "Esta
es la opinión hoy reinante y verdaderamente científica" (p.13). Las opiniones de autores
como Figuiero el padre Franco que hacen referencias a fluidos nerviosos, magnético-
vitales o sobrenaturales le parecen decididamente anticuadas o extravagantes.
Las causas efectivas del fenómeno nerveo habría que buscarlas en la sugestión que el
hipnotizador ejerce sobre el hipnotizado. Se "rompe entonces el equilibrio nervioso de los
diversos centros ganglionarios y encefálicos que en el estado normal, por decirlo así,
distribuyen toda la facultad del espíritu entre las diversas potencias. El fenómeno se produce
debido al "equilibrio inestable entre los diferentes centros y a esa excitabilidad exaltada
en los centros inferiores, el hipnotismo no es más que el preludio obligado de la
sugestión (p17).
Concluye este trabajo señalando que hay fenómenos observables pero "la sugestión... el
prejuicio y el desequilibrio nervioso pueden todo eso y mucho más. Y yo me pregunto: en
todos eso fenómenos últimamente descritos, ¿no habrá algo de exageración? Sabido es
que cuando ocurre alguno de esos casos raros y extraños el afán natural de publicarlo
hace exagerar y aumentarla verdad. Quitando pues eso poco o mucho que puede haber de
hiperbólico, bien podemos fiarnos de los que competentes en la materia nos aseguran que
todo eso se explica naturalmente"(pp 20-21).
Referencias Bibliográficas
Ramón y Cajal, S. (1889). Dolores del parto considerablemente atenuados por la sugestión
hipnótica. Gaceta Médica Catalana, XII, 292, 485-486.
Ramón y Cajal, S. (1923), Recuerdos de mi vida, 3a ed., Madrid, p 192 (citado en Albarracín,
1987). Salcedo Ginestal, E. (1926) El Dr Simarro Lacabra. Madrid E. Teodoro, p 38
Campos Bueno, J.(2002) Simarro, Charcot y los orígenes de la práctica de la neuropsiquiatría
y neuropsicología en España: Informes médico-legales e ideas sobre la hipnosis. Revista de
Historia de la Psicología, 23, 85-102.