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Comúnmente, esta obligación exige en particular el accionar del aparato estatal, de forma tal
que las instituciones de los Estados puedan actuar de forma libre en el desarrollo de las
investigaciones que deban realizarse. Sin embargo, cual el acto se comete
extraterritorialmente, existen ciertos aspectos que deberían considerarse.
1º. Si el acto ha sido cometido por un agente estatal fuera de su territorio, lo que en otras
palabras, sería el modelo personal de jurisdicción, la implementación de medidas que
permitan investigar, juzgar o sancionar a este agente no resulta desde ningún punto de vista
desproporcionada, por lo que cualquier clase de discusión al respecto debe ser considerada
como viable.
2º. Si el acto ha sido cometido por un tercero u actor no estatal fuera de su territorio, sucede
con ciertas empresas transnacionales, la situación ya no es tan sencilla, no solo los Estados
no se muestran propensos a juzgar esta clase de situaciones, sino que además su capacidad
de actuación es mucho más limitada, aunque ello no signifique que no existen ciertas
acciones que el Estado si esté en posición de realizar.
Por ejemplo, si un particular que habita en un país extranjero, comete un determinado acto y
el Estado en el cual la situación sucedió no investiga lo cometido, parecería razonable
sostener que el Estado primigenio, es decir el de la nacionalidad del particular, no se
encontraría obligado a investigar esta situación, por varias razones, entre las cuales podrían
argumentarse la cercanía con la evidencia, la existencia de un foro conveniente, las
dificultades logísticas, entre otras.
Sostener una posición contraría, como bien podría hacerse, argumentando que la capacidad
no puede ser un límite para el accionar de los Estados implicaría desconocer el razonamiento
de la Corte IDH respecto a la prohibición de imponer cargas desproporcionadas a los
Estados por el acto de particulares, lo que en cierta forma, lleva al segundo punto, esto es la
obligación de prevenir o de debida diligencia.
Como reconoce la jurisprudencia del Sistema Interamericano, la obligación que tienen los
Estados de prevenir las violaciones de los derechos cometidas por particulares, exige el
conocimiento de un riesgo real e inmediato, pero que además, debe tratarse de un riesgo
específico y no una amenaza general que haya puesto al Estado en capacidad de adoptar
medidas que impidiesen la materialización de dicho riesgo. Determinar si este razonamiento
puede ser aplicado extraterritorialmente fue una de las interrogantes que la investigación
buscó contestar.
La forma de responder a esta interrogante puede partir de varias posiciones, podría asumirse
que el Estado de origen estaba en posición de conocer que existía un riesgo respecto a un
grupo de personas relacionadas a los actos de la empresa particular y que en consecuencia
la aplicación de esta noción de la teoría resulta válida.
Por otro lado, ya la Corte ha conocido de situaciones en las que existían contextos de
violaciones de derechos humanos respecto a un grupo en particular, y pese a ello, ante la
inexistencia de elementos probatorios que puedan probar la existe de un riesgo real e
inmediato respecto a la víctima en particular ha declarado que el Estado no faltaba a su
deber de garantía.
En consecuencia, el conocimiento de un riesgo real e inmediato es un concepto de difícil
formulación extraterritorial, pero que no por ello, es imposible, de esta forma podría
concluirse la posibilidad, en especial si se trata de empresas que reciben apoyo económico o
político, si existiesen elementos probatorios en relación a un individuo en particular, que no
dejase duda de la inminencia, lo que lleva al siguiente elemento.
https://leyderecho.org/significado-extraterritorial-de-la-jurisdiccion/
Quienes redactan las leyes deben tener en cuenta que el enjuiciamiento de los delitos
relativos al matrimonio forzado puede hacer que los perpetradores trasladen a las mujeres y
las niñas a un tercer país para obligarlas a contraer matrimonio. Si deciden tipificar el
matrimonio forzado como delito, los legisladores deben prever la aplicación extraterritorial de
la ley. Del mismo modo, los gobiernos han cambiado sus leyes para otorgar jurisdicción con
respecto a los delitos de mutilación genital femenina cometidos por sus ciudadanos o
residentes permanentes en otros países. (Véase: la mutilación genital femenina) Las leyes
deben permitir el procesamiento de todo ciudadano o residente permanente que contraiga o
ayude a que se celebre un matrimonio forzado en otro país, o que ayude a otra persona para
que la víctima, ciudadana de ese país, contraiga matrimonio forzado en el extranjero.
Quienes redactan las leyes deben revisar las leyes civiles que reconocen los matrimonios
celebrados en el extranjero. Al otorgar el reconocimiento jurídico de un matrimonio celebrado
en otro país, las leyes deben exigir el libre y pleno consentimiento de los contrayentes.
La última década del siglo XX, pletórica de cambios y transformaciones, dio el adecuado final
para una centuria de profundas modificaciones en todas las áreas del desarrollo humano.
Pero también importó la conclusión del siglo más sangriento del que se tenga referencia en
toda la historia del hombre. Los medios de destrucción masiva y los desarrollos tecnológicos
hicieron pendular la historia moderna entre conflictos desgarradores y la búsqueda de
justicia, entre el genocidio y la exaltación de los derechos humanos. Estos escarceos
llevaron, a partir de la segunda mitad del siglo XX, a la convicción de caracterizar algunas
conductas claramente criminales, avaladas o amparadas por los Estados, como crímenes
contra el derecho internacional. La tipificación así obtenida exigía alguna forma de actividad
procesal punitoria contra sus autores. La realidad, sin embargo, enseñaba que, salvo
contadas excepciones, los autores de estos crímenes se habían refugiado tradicionalmente
en la protección del asilo y en la invocación de inmunidad, lo que había permitido crecer un
verdadero culto de la impunidad.
Pero como contrapartida de esa realidad, los últimos cincuenta años han dirigido la evolución
del derecho internacional por la vía de los derechos humanos. Esa vía demostró ser un
camino apto aunque complejo para combatir la impunidad, un sendero que obligó a
retrocesos dolorosos pero que también sorprendió con avances inesperados. En la última
década del siglo que concluye, la historia ha puesto el acento en el desarrollo del principio de
la jurisdicción universal como una forma apta para ponerle punto final a la impunidad. Para
evaluar este desarrollo desde la óptica del derecho, estimo necesario aceptar como
postulado previo la formación progresiva, aunque inevitable, de un definido derecho penal
internacional con contenidos mucho más abarcadores que las extradiciones o los delitos
transfronterizos, que participa parcialmente del carácter represivo de la legislación penal,
pero que se extiende en el marco más flexible del derecho internacional público. Querer ver
esta evolución desde uno sólo de esos dos ángulos impedirá sin remedio a quien lo intente,
advertir la aptitud jurídica del todo y su congruencia. Esto ha sido mostrado con gran claridad
por la prensa argentina cuando ha juzgado el devenir internacional desde la óptica
doméstica: ¿cómo puede esperarse desde el derecho interno, que se admita sin más la
competencia de un juez español para juzgar delitos cometidos aquí sin punto de conexión
que abra su competencia? Las posiciones a favor o en contra de la extraterritorialidad dividen
a sus partidarios como si fuera una justa deportiva, invocándose argumentaciones salpicadas
de folclore local para rechazarla sin miramientos o adoptando utópicas banderas para hacer
de la propuesta un credo. Mi tesis concluye que, a pesar de las discrepancias, el avance de
la llamada teoría de la extraterritorialidad para el juzgamiento de los crímenes contra el
derecho internacional es inevitable. La Corte Penal Internacional puede constituir el foro
adecuado para que el desarrollo de este tema en los años venideros sea en el marco jurídico
que corresponde. Los plazos de esta evolución deben medirse con los parámetros de la
propia dinámica del derecho internacional, que ha mostrado ser capaz de dar grandes pasos
en muy poco tiempo cuando logra desatarse de los tironeos del poder.
Según esta definición, a efectos legales estos lugares están exentos de cumplir la legislación
del Estado en cuyo territorio o aguas se encuentran, estando sólo obligados a cumplir aquella
legislación que sea o bien de su país de origen, o bien de aceptación internacional o
interterritorial.
Los tres casos más comunes y aceptados internacionalmente hacen referencia a las
personas y las propiedades de soberanías extranjeras, de los embajadores y algunos otros
agentes diplomáticos, y las naves oficiales en aguas extranjeras. A menudo se extienden
también a los militares aliados o amigos, particularmente en los casos de permisos para
atravesar el territorio propio.