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LOS ENEMIGOS DEL

APRENDIZAJE
Por Julio Olalla. Colaboración José Luis Varela.

“A través de la historia, los cambios fundamentales en las


sociedades no han provenido de lo que han dictado los
gobiernos ni el resultado de las guerras, sino que se han
dado a través del vasto número de personas que han
cambiado su mentalidad, muchas veces tan solo un
poco”.

Willis Harman

Cada sociedad desarrolla una manera de aprender, y esa


manera genera a su vez prácticas que, involuntariamente,
terminan impidiendo o limitando el aprendizaje. Esas
barreras son las que llamamos Enemigos del
Aprendizaje. Así sucede hoy en día, y ha sido en
cualquier otro momento de la historia. Identificar esos
enemigos del aprendizaje es parte de una liberación, de
un salto adelante, porque una vez identificados, se
pueden trascender. Al contrario, cuando no los
identificamos, nos convertimos en esclavos de ellos.

En el camino del aprendizaje nos encontramos con ciertos


obstáculos. Pueden ser de índole económica (no puedo
pagar los estudios con los que sueño); o social (crecí sin
las oportunidades que otros tuvieron) o de condición física
(alguna enfermedad, por ejemplo), que no me permiten
practicar un deporte o tocar un instrumento musical. Y
existen otros. Pero no es de esos obstáculos que
hablaremos en este documento. Hay prácticas en cada
cultura que dificultan el aprendizaje y que se hacen
invisibles porque son compartidas colectivamente. Son
aquellas que solemos definir como “así son las cosas”. Es
a estas barreras, que producen espacios de ceguera
colectiva, a las que vamos a referirnos.

Si hay algo extraordinario es que nosotros sabemos, pero


no sabemos de qué forma sabemos. Es algo transparente
para la mayoría de las personas. Pero para los demás,
generalmente entender cómo sabemos o aprendemos no
es una preocupación; simplemente nos sumergimos en
la manera de aprender que nuestra cultura nos
permite.

A medida que la Humanidad se ha ido moviendo a través


de la historia, nuestro concepto de aprender y saber ha
ido cambiando. Para ponerlo en palabras precisas, en
distintos momentos de la historia nosotros adoptamos
distintas epistemologíasi. Cada cultura privilegia una
cierta epistemología, una manera particular de entender
lo que es el aprender y el saber, y eso

genera determinados espacios de aprendizaje. Cada


epistemología tiene sus luces y sus sombras. Al final de
este documento veremos varios enemigos específicos de
nuestro tiempo pero por ahora es importante entender
que estos enemigos son cegueras colectivas en que nos
metemos todos.

En la Edad Media, por ejemplo, había un saber


escolásticoii que se vio fuertemente sacudido por la teoría
heliocéntrica de Copérnico, que derribó la idea de que la
Tierra era el centro del Universo. Sostener que la Tierra
no era el centro del Universo —una verdad aceptada
hasta ese momento— sino que giraba alrededor del Sol,
removió los cimientos del conocimiento en la época de
una manera que es difícil de comprender en nuestros
tiempos, pues sacó al ser humano del centro de la
creación.

Imaginen ustedes esa revolución: el Universo tenía


sentido y propósito. Dios lo creó para los hombres, y los
hombres eran el centro de la creación. Todo
conocimiento, toda experiencia, se armonizaban con esa
visión de la religión, y eso se quebró violentamente con el
nuevo saber propuesto por Copérnico, rápidamente
seguido por otros que, desafiando el saber escolástico, se
abocaron a la tarea de explicar el mundo no desde el
dogma sino desde la experimentación.

Hasta la llegada de Copérnico, la verdad consistía en lo


que decían los maestros. Era impensable cuestionar o
discutir lo que estos decían. No cabía preguntar, por
ejemplo, “¿por qué lo dijo Aristóteles? o “¿por qué lo dijo
la Biblia?”, o “¿cómo probamos eso?”. No se podía poner
en duda lo que el Maestro decía. Aunque fuera
respetuosamente, eso era inconcebible. Las preguntas no
estaban permitidas o el pedir pruebas de alguna cosa no
correspondía. De hecho no estaba en el horizonte de las
posibilidades. Que el saber estuviera reservado a una
casta, era un enemigo del aprendizaje de la época.

Al ser cuestionados los maestros sobre el lugar que la


Tierra ocupaba en el Universo, se produjo una duda en la
fuente del saber, y es ahí donde nace la idea de que para
saber algo tenemos que observarlo y así, a través de
nuestros sentidos, probarlo. A partir de ese momento, el
aprendizaje empieza a estructurarse desde la lógica y la
razón, y aparece la sospecha sobre aquello que no puede
ser probado por el método científico. Ahí nace la profunda
desconfianza hacia el universo interior como espacio de
aprendizaje, una desconfianza que llega hasta nuestros
días.
Este nuevo saber científico ha servido desde entonces
para predecir y controlar el mundo. Es un saber que nos
ha regalado una gran cantidad de cosas (procedimientos
médicos, tecnología, elementos materiales) pero también
nos ha generado un costo, al privilegiar
fundamentalmente el aprendizaje enfocado en lo
tecnológico-científico.

Básicamente eso es lo que la modernidad ha definido


como lo importante. Y dentro de ese espacio, un enemigo
muy a la mano es que

saber tiene que ver con tener información, o con que las
prácticas ‘útiles’ son aquellas vinculadas a producir
riqueza. Y, por el contrario, a otro tipo de saber —como el
filosófico o el espiritual— se le otorga otro nivel de
validez, llega a considerarse como inútil o de segunda
categoría. Mucho del conocimiento de carácter
espiritual está fuera de lo que la modernidad
considera como saber.

El aprendizaje de nuestro tiempo


Nuestra sociedad le presta mucha atención a la
educación. Sin embargo, rara vez miramos
profundamente al aprendizaje en sí mismo para
preguntarnos ¿qué es?, ¿cuáles son sus metas?, ¿qué
cambios se podrían realizar?, ¿qué es el aprendizaje en
relación al conocimiento, en relación a la sabiduría?

Pocas cosas en la vida son más importantes que


aprender. El tiempo empleado en aprender es
probablemente la inversión más valiosa que podemos
hacer porque tiene el poder de dar forma a todo lo que
decimos y hacemos, y afecta profundamente la calidad de
nuestras vidas.

Nuestro discurso actual sobre aprendizaje (textos,


instituciones, principios, teorías, prácticas) está centrado
mayoritariamente en la educación formal. Hasta hace
relativamente poco tiempo se asumió de una manera
general que la mayoría de nuestro aprendizaje se produce
entre la edad de 5 y 18 años, en otras palabras, entre el
kínder y el bachillerato, a lo cual se suman algunos años
para los que van a la universidad. Incluso hoy, cuando el
aprendizaje de toda la vida comienza a ser reconocido
como una necesidad para mantenernos vigentes en una
sociedad cada vez más acelerada, para la mayoría de la
gente sus años de colegio representan de lejos el período
más largo e intenso de aprendizaje.

Por debajo de las muchas ideas y principios que, tácita o


explícitamente, caracterizan la tradición occidental de
educación y aprendizaje, hay tres presunciones claves:
aprender es individual y no comunitario, la verdad
existe objetivamente y el aprendizaje es
fundamentalmente lingüístico y científico-racional.

Cuando hablamos de aprendizaje individual señalamos


que nuestra educación busca darle a cada individuo las
técnicas y herramientas que le permitan conseguir el
éxito personal en la vida, particularmente en el trabajo.
En ese modelo se pierden la habilidades relacionadas con
la interacción del grupo, especialmente las que tienen que
ver con las emociones. La consecuencia de un aprendizaje
individual es que estimula la competencia. Un aprendizaje
comunitario llevaría a pensar más en términos de
cooperación.
Cuando se impulsa la idea de que lo que se aprende es la
realidad, es “la forma en que las cosas son”, y, por tanto,
la verdad objetiva, el foco de atención está centrado en
qué aprendemos más que en cómo lo aprendemos. Eso
genera un modelo de aprendizaje donde se le da valor a
las respuestas y no a las preguntas.

Un aprendizaje fundamentalmente lingüístico y científico-


racional implica que los métodos de enseñanza se centran
en trasmitir información y conocimientos en la forma de
datos, ideas, conceptos, teorías, hechos, descripciones,
prácticas y procedimientos que se comunican a través del
lenguaje, y que dejan frecuentemente de lado, por
ejemplo, las habilidades kinestésicas requeridas para
aprender a tocar un instrumento musical, o las
habilidades emocionales necesarias para escuchar con
empatía. Ambas requieren tipos de aprendizaje muy
diferentes a los que se enseñan en la educación formal.
Además, bien sabemos que el aprendizaje de valores
como el respeto, la admiración, la lealtad, la honradez, la
perseverancia y muchos otros, es fundamentalmente
emocional.

No hay duda de que el modelo de aprendizaje moderno sí


funciona, tanto en la teoría como en la práctica, hasta
cierto punto. Cumple un buen trabajo dándoles a los
individuos el conocimiento factual básico sobre la historia
y la cultura de la sociedad en la que crecen, e imparte
suficiente conocimiento conceptual y habilidades
analíticas para que los estudiantes tengan acceso a una
educación más alta y se embarquen en una carrera
profesional. Desde una perspectiva más amplia, ha sido el
motor del progreso de las artes y las ciencias en
Occidente por varios siglos, y es directamente
responsable de una gran parte del crecimiento económico
y el avance científico-tecnológico conseguido por nuestra
sociedad moderna.

Al mismo tiempo, ha producido quiebres tremendos en


nuestra sociedad. El más visible es la actitud negativa que
muchos niños y adolescentes demuestran hacia su
educación. Para muchos jóvenes, el colegio es aburrido o
directamente una actividad soporífera. Toda la alegría y el
interés han sido suprimidos, así que para muchas
personas sus días de colegio son simplemente una
pérdida de tiempo.

Menos obvio —pero no menos importante— son los varios


tipos de quiebres que este tipo de aprendizaje genera.
Estos quiebres incluyen la soledad, la ausencia de
significado, la falta de balance y un profundo sentido de
desconexión.

Por eso necesitamos un nuevo discurso en el


aprendizaje que incluya de forma genuina el
espectro completo de la experiencia humana, en
vez de privilegiar un segmento estrecho de ella. El
fenómeno humano, por su riqueza y profundidad,
requiere un rango amplio de enfoques para el
aprendizaje, que integre muchos otros aspectos: nuestras
experiencias estéticas, intuitivas, espirituales o místicas
deberían

ser una parte tan fundamental de nuestra educación


como los son nuestra lógica, análisis y experiencia
material.

Decimos entonces que el aprendizaje debe dirigirse no


sólo a nuestra mente, sino también al cuerpo, al alma y al
espíritu. Debe encontrar un balance entre lo lingüístico-
conceptual por un lado, y lo emocional y corporal por el
otro, para así comenzar a descubrir las coherencias
intrínsecas entre estos niveles de experiencia.

Hay una gran cantidad de peso muerto alrededor de


nuestra interpretación tradicional de educación y
aprendizaje. De hecho, a la escuela tradicional no le
interesa prepararnos para la vida, le interesa prepararnos
para ganarnos la vida, lo que es diferente. ¿No les parece
asombroso que a la educación solo le interese
prepararnos para el trabajo, dejando por fuera todo el
resto de posibilidades infinitas de aprendizaje en planos,
como el arte o el compartir con otros? Esas posibilidades
se han pospuesto, hemos dejado de aprender en espacios
profundos y necesarios para nuestra alma... porque
necesitamos prepararnos para el trabajo. Con esto hemos
perdido toda capacidad de asombro.

A mí esto me resulta dramático. ¿Cómo es posible que


hayamos reducido a ese espacio el saber humano, cuando
tenemos que hacernos cargo de gigantescos quiebres en
este momento que requieren del privilegio de pensar, de
hacernos preguntas, de recurrir a otros espacios del
saber? Y sin embargo en presencia de estos enormes
quiebres que la Humanidad enfrenta hoy en día, nuestra
educación nos prepara solamente para el trabajo.

Pienso que hay muy pocos espacios de reflexión entre


nosotros. Estamos tan orientados a la acción que
consideramos la reflexión como una pérdida de tiempo,
como si el reflexionar no fuera parte de un proceso de
vida sana y, además, de creatividad. Yo enseñaría a la
gente a tener ocio, que es lo contrario del negocio: la
negación del ocio es el negocio. No quiere decir que esté
mal estar ocupado. Es muy importante estar ocupado
pero también hay que tener el espacio para la
contemplación, para el tiempo libre, para mirar las
estrellas.

También considero importante el desarrollo de la gratitud.


Los seres humanos debemos mirar el mundo no como
aquello que nos debe, sino como aquello que nos regala
(la libertad, el aire, el mar). Mientras no cambiemos la
relación con el mundo, mientras no lo miremos desde la
gratitud, el aprendizaje ciertamente no será completo.
¿Por qué no pensar qué le puedo yo dar al mundo, en vez
de estar esperando siempre qué es lo que el mundo me
puede dar a mí? Mientras no cambiemos la relación
emocional con el mundo, no estamos aprendiendo a vivir.

Así es que prepararnos para la vida implica un


aprendizaje emocional, un aprendizaje reflexivo y
también un aprendizaje tecnológico. Un nuevo

discurso basado en estos objetivos puede restaurar algo


de alegría, gratitud y paz, y así comenzar a elevarnos del
predicamento en que nos encontramos entrampados en el
siglo XXI.

Rara vez reconocemos el hecho y mucho menos


cuestionamos las ventajas y desventajas inherentes de
nuestro actual enfoque sobre el aprendizaje. Parecemos
asumir que las formas de que disponemos en cuanto al
aprendizaje y el conocimiento, la forma cómo llegamos a
saber lo que ya sabemos y la cuestión de qué deberíamos
saber y aprender, son obvias y que no tiene mucho
sentido explorar estas materias más profundamente. Sin
embargo, esta falta de voluntad para mirar, examinar las
presunciones tácitas y explícitas de nuestro enfoque del
aprendizaje y considerar posibles alternativas, tiene un
gran costo para nosotros.

No podemos esperar resolver la multitud de quiebres que


ahora estamos enfrentando a menos que estemos
dispuestos a dar un paso atrás y revisar ciertos temas
fundamentales. La gran debilidad de nuestra visión actual
del aprendizaje es su relativa superficialidad y estrechez.

Como seres humanos, con seguridad necesitamos un


enfoque del aprendizaje mucho más amplio y profundo.
Lo que falta es un discurso capaz de contener la
plenitud, la variedad, la profundidad y la unidad de
la experiencia humana; de investigar nuestros
modos de aprender y de aspirar a engendrar
sabiduría, bienestar y capacidad de vivir en armonía
con otros.

No somos solamente criaturas dotadas de razón. También


somos seres emocionales que vivimos nuestras vidas con
una amplia gama de emociones y estados de ánimo. Y
somos seres físicos cuyos cuerpos son profundamente
coherentes con nuestras otras dimensiones del ser.
Incluso, más allá de esto somos seres espirituales
atraídos hacia la trascendencia, buscando estar
conectados y encontrar sentido en algo más grande que
nosotros para experimentar, a través de la estética, de la
intuición y de la práctica espiritual, un nuevo sentido de
unidad y totalidad con otros, con la Tierra, e incluso con
el Cosmos.

Les proponemos ver algunos enemigos del aprendizaje.


Unos les parecerán obvios, y otros más sutiles. No
pretendemos dar una lista completa; seguramente
ustedes se reconocerán en alguno o algunos de ellos y
eso les genere una reflexión. Los invitamos a convertir
ese espacio de reflexión en un aprendizaje para sus vidas.
Algunos Enemigos del Aprendizaje
1. El fenómeno de la ceguera cognitiva.

Los seres humanos debemos admitir que vivimos en


espacios en que no sabemos que no sabemos. A eso le
llamamos ceguera cognitiva. El hecho de no saber no es
un enemigo del aprendizaje, es una situación absoluta
que todo ser humano vive. El enemigo del aprendizaje es
no reconocer que existe la ceguera, y en ese caso la
ilusión de que nuestro conocimiento es, de alguna
manera, suficiente. Al ignorar el hecho de que no sé
muchas cosas, no me preparo para nuevos conocimientos
y tampoco me doy cuenta de los vacíos del conocimiento
que tengo. Aprender significa que cuestiono mis
conocimientos y estoy dispuesto a soltar supuestos con
los que he vivido y abriéndome a la posibilidad de que
puede haber algo nuevo que aprender. Pero la ceguera a
la ceguera me produce la ilusión de que sé, me siento
satisfecho con eso, y no me impulsa a ir más allá. La
admisión de la ceguera como fenómeno es fundamental.
De lo contrario, yo no puedo intentar aprender algo
que ni siquiera sé que es posible de ser aprendido.
Para poder aprender hace falta una declaración de
ignorancia.

2. Incapacidad de admitir que no sé.

Nos cuesta reconocer que hay cosas que no sabemos,


creyendo que deberíamos saber. Cuando decimos “yo ya
sé”, prácticamente no escuchamos lo que el otro está
diciendo. El "Yo ya lo sé" nos cierra un camino y la
oportunidad de aprender. Culturalmente, decir “no sé”, se
revela como algo extremadamente complicado, en
especial en el mundo del trabajo, donde juzgamos que
podemos ser castigados o censurados por reconocer que
hay algo que no sabemos. Muy posiblemente nuestra
resistencia a decir “no sé”, viene del colegio, donde nos
exigían conocer las respuestas. Al declarar “yo no sé”, lo
que viene después es “voy a aprender”. Por eso la
ignorancia no es lo opuesto al aprendizaje. Postulamos
más bien que la ignorancia está en el comienzo del
camino del aprendizaje.

3. “Dado quien soy, no puedo aprender”.

“Yo no puedo”, “Esto es muy complicado para mí”, “No


puedo porque soy así”; “soy pésimo para las
matemáticas”, “no tengo ninguna destreza para jugar al
fútbol”. O nos consideramos demasiado grandes o
demasiado chicos. O no tenemos la personalidad o la
edad adecuada... es decir, pensamos que determinado
aprendizaje no es para nosotros dado la

persona que somos. Frases como esta revelan juicios


personales que tenemos sobre nosotros mismos, que
convertimos en verdades y nos impiden lanzarnos a
aprender.

4. Querer tenerlo todo claro, todo el tiempo.

Evitamos a toda costa cualquier momento de confusión o


incertidumbre. No estamos abiertos a admitir que para
llegar a saber, pasamos por el no saber y que para llegar
a la luz hay trechos de oscuridad. Se muestra como una
adicción a tener siempre la respuesta (por acceder a la
gratificación inmediata). Cada iniciación de un
aprendizaje implica atreverse a entrar en un
espacio que no está claro. Si yo me hago nuevas
preguntas, va a haber un rato en que esté en la
oscuridad. Si yo te invito a mirar desde otra perspectiva,
puede que se produzca un temor al iniciarse este nuevo
espacio de preguntas. El espacio del “ya sé”, “lo tengo
claro, “las cosas son así” produce seguridad. Y pasa que
las grandes preguntas de la vida no nos llevan
necesariamente a la claridad sino a espacios llenos de
dudas, de confusión, de no entender. La búsqueda de la
claridad no es la búsqueda de aprender sino de un cierto
espacio de satisfacción. En cambio si no estamos
buscando la teoría sino que estamos buscando aprender,
tendremos que saber correr riesgos. Las grandes
preguntas de la vida no llevan precisamente a la claridad.

5. Saber es ser capaz de responder preguntas.

Generalmente aprendemos que saber es tener


respuestas. De hecho es una de las falacias más brutales
que enseña el colegio. No está entre los amigos del saber
el que pregunta. Las preguntas no se incentivan.
Proponemos enamorarnos nuevamente de las preguntas.
En la escuela nos hicieron adictos a tener la “respuesta”,
premiando la “correcta”. Debemos acostumbrarnos a
“quedarnos en las preguntas”, que abren caminos de
conocimiento. Las respuestas en general dan por
terminado un camino y no permiten ampliar un
conocimiento.

6. El no tener tiempo.

Soy víctima de lo urgente (como diría Mafalda, “lo


urgente no me deja tiempo para lo importante”) y el
mundo no me deja aprender. En algún punto el
aprendizaje por sí mismo dejó de ser prioritario en favor
del “estar muy ocupado” o incluso desde el ocio fácil del
entretenimiento, como la televisión por ejemplo. El no
tener tiempo, como enemigo del aprendizaje, tiene otro
componente, y es que cuando quiero aprender, quiero
hacerlo rápidamente. Entonces preguntamos “¿Por qué no
me dices cómo es la cosa y ya?” “Si tú sabes la
respuesta, dámela. ¿Para qué le das tantas vueltas? ”.

No aparece el aprendizaje como la experiencia sino


solamente como intercambio de información. Y acá nos
hacemos una pregunta; si no nos damos tiempo, ¿cómo
aprendemos? Tenemos que entender que para llegar a
cualquier grado de maestría en cualquier dominio,
dedicarle tiempo es esencial. En su libro Mastery, el
educador George Leonard, dice que para adquirir
maestría en un cualquier dominio se requiere de unas
10.000 horas de práctica.

7. La incapacidad de desaprender.

Pensamos que si una práctica funcionó bien hasta ahora,


lo va a seguir haciendo. Y puede que en algunos casos
funcione pero en muchos casos se convierte en una
ilusión. Muchas empresas y muchas personas han
fracasado en sus emprendimientos por no adaptarse a
nuevas circunstancias. La incapacidad de aprender pasa,
generalmente, por no poder cuestionarnos lo aprendido,
por no poder tener otra mirada hacia lo que ya sabemos.
A lo que apunta eso es a esto: desaprender significa
que me desprendo de un mundo explicativo, de un
modo de hacer ciertas cosas y accedo a uno nuevo.
Por ejemplo, si empiezo a pintar con una nueva técnica,
para poder acceder a ella, me estoy desprendiendo de
otra. Toda reflexión implica estar dispuesto a dejar atrás
las explicaciones con las que he vivido o lo que yo vivía
como un saber hasta un tiempo atrás. Muchas personas
se aferran a su mundo explicativo, se resisten a dudar, a
poder considerar otras miradas, y se aferran a su
“verdad”. Una frase típica de este enemigo del
aprendizaje es “Siempre lo he hecho así”.

8. Excluir el dominio corporal del aprendizaje.

En todo aprendizaje participa nuestra biología. En


cualquier práctica que se repite se incorpora una
disposición al movimiento; nuestra flexibilidad para
escuchar ideas nuevas también vive en un cuerpo flexible,
por ejemplo.

Es fácil entender el rol del cuerpo en el aprendizaje


cuando quiero por ejemplo bailar o si quiero aprender una
técnica para hacer cerámicas; pero cuando quiero
aprender respeto o el valor de la cordialidad, o cuando he
vivido en la culpa, ¿qué tiene que ver el cuerpo en eso?
Aparentemente nada. Mas sin embargo, la experiencia de
salir de la culpa es una experiencia definitivamente
emocional y no se puede separar de la corporalidad.
Cuando una persona que vive en el miedo aprende a vivir
sin ese miedo, su cuerpo cambia. Cuando miramos eso,
no cabe ninguna duda de que nuestra corporalidad es
parte consistente de estos actos de aprendizaje, y en
formas que no necesariamente se revelan fácilmente.

Si una persona tiene miedo de hablar en público, por


ejemplo, podemos mostrarle varios tips para hacerla más
efectiva a la hora de enfrentar un auditorio. Pero si no
incluimos en su aprendizaje la corporalidad, muy
posiblemente no podrá aprender realmente la experiencia
de pararse a hablar frente a otras personas. No
solamente se trata de las palabras que salgan de su boca,
ese cuerpo debe aprender a sostener su presencia frente
a su auditorio.

Los grandes maestros, cuando meditan, no lo hacen


corriendo o escuchando samba. El meditar implica una
posición física, que ayuda, que colabora a esa conexión.
Hay distintos dominios en que podemos mirar el dominio
corporal como parte del aprendizaje. Yo diría que en todo
aprendizaje profundo, serio, duradero está implicado el
cuerpo. En la intuición, por ejemplo, el dominio físico está
implicado ya. Cualquier aprendizaje vive en nuestro
cuerpo, nuestra facilidad para escuchar cosas requiere de
un cuerpo flexible o en apertura. Nuestra emocionalidad
se traduce en prácticas somáticas.

9. Excluir el dominio emocional del aprendizaje

Nuestras emociones juegan un rol central como filtro o


potenciador del proceso de aprender. No debemos olvidar
que los estados emocionales son una predisposición a la
acción, y que algunos de ellos pueden facilitar el
aprendizaje y otros, dificultarlo. No hay duda de que un
contexto emocional de confianza, de cariño, permite un
aprendizaje que no se lograría desde el miedo. No es
igual para el momento del aprendizaje estar con liviandad
o alegría que con tristeza.

Cuando nosotros excluimos el contexto emocional en el


aprender, estamos ignorando que desde la culpa y la
vergüenza, por ejemplo, cualquier aprendizaje es
imposible. O si estoy en la emocionalidad del contradecir.
Eso no va a ayudarme a aprender. Un maestro sabe que
la empatía y la calidez son parte fundamental del
enseñar. Cuando aprendemos teoría, por ejemplo, y nos
olvidamos del mundo emocional ¿qué pasa si yo aprendo,
por ejemplo, botánica desde la rabia o desde el amor? Si
yo estudio sobre bosques desde la codicia, aprenderé
cómo destruirlos para lucrarme con ellos. Si estudio los
bosques desde el amor, aprendo cómo conservarlos: es la
misma materia pero estoy aprendiendo mundos
completamente distintos.

Pero el discurso dominante es que la emoción hay que


excluirla porque no ayuda al aprendizaje. Eso es
tremendo y ha sido parte del mensaje de la modernidad.
Para poder pensar claro y aprender hay que dejar de lado
las emociones. Para pensar hay que ser frío. Y en realidad
es imposible salirse. Ser frío es un estado emocional. Es
inescapable el estar en una emoción.

10. La gravedad, la creencia de que aprender y


divertirse son opuestos.

Uno de los discursos tácitos importantes en la educación


de hoy en día es que el aprendizaje y la diversión van por
caminos separados. La risa es vista frecuentemente como
un distractor del aprendizaje, percibido como algo más
bien grave o serio. En algunos espacios, incluso, el reírse
no está bien visto porque “el aprendizaje es algo serio”.
¿En qué momento el aprendizaje dejó de ser divertido? La
gravedad también nos impide reírnos de nosotros
mismos, de nuestras torpezas, de nuestros sinsentidos,
de nuestra ignorancia...

11. La trivialidad.

También está la trivialidad, que es un espacio en que no


se puede aprender nada seriamente. Este enemigo del
aprendizaje puede generar grandes perturbaciones. Una
persona que viva en la trivialidad generalmente se refugia
en la broma fácil y desactiva las intenciones de las
personas a su alrededor que quieren aprender. El estar
permanentemente en la broma evita las conversaciones
necesarias, paraliza el aprendizaje y llega a generar un
clima de intimidación. Por ejemplo si alguien de su
entorno declara su propósito de aprender algo nuevo o de
innovar, el trivial dice: “Ya este se cree mejor que
nosotros”.

12. La resignación

La resignación como enemigo del aprendizaje viene


disfrazada de realismo: “ya, yo sé cómo son las cosas.
Nada va a cambiar, entonces mejor dejemos las cosas
así”. Es importante darnos cuenta cómo la resignación no
la vemos como resignación sino como “así son las cosas”
o “siempre ha sido así”. Crear un juicio definitivo de mi
incapacidad o de que el mundo siempre ha sido así, ni
siquiera me permite iniciar un proceso de aprendizaje.

13. Confundir saber con estar informado.

Yo puedo estar informado de muchas cosas. Ahora, hay


varias preguntas que hacerse al respecto. ¿La información
que tengo responde a una mirada particular, responde a
una forma de entender las cosas, responde a un
paradigma particular desde el cual se genera esa
información? Si esa información la transformo en un
hecho cierto, la información me clausura la expansión de
mi saber porque considero que ya la información
respondió a lo que necesitaba; no hay que hacer más
preguntas. La otra cosa es que yo puedo estar informado,
de la vida de los pájaros, por ejemplo, pero el estar

informado no significa que yo sepa en el sentido de que


tenga una capacidad de hacer en ese dominio.

El que yo esté informado de los pájaros significa que algo


sé sobre los pájaros, pero el estar informado no requiere
el involucramiento que el real saber implica, que es vivir
la experiencia. Yo puedo tener mucha información sobre
los pájaros y no haber visto un pájaro en mi vida. Puedo
leer un manual sobre cómo se monta en bicicleta pero si
no me he subido en una no puedo decir que sé montar
una bicicleta, así domine la teoría.

Tener información es un elemento del saber, sin


embargo, si esa información no se traduce en
capacidad de acción, se convierte en una mera
capacidad de repetir ciertas afirmaciones. En ese
caso, la información no me envuelve, no me trae la
experiencia. Yo puedo estar informado sobre el amor pero
no experimento ese amor; puedo estar informado sobre
la belleza y no la he experimentado nunca. En la
información hay algo ajeno a mi participación en lo que
sé. No participo en la experiencia.

14. No dar autoridad a otro para que me enseñe.

A partir de nuestra declaración de ignorancia y de querer


aprender, el siguiente paso implica encontrar un maestro.
Cuando declaramos a alguien como nuestro maestro, le
otorgamos confianza y autoridad reconociendo su mayor
capacidad de acción. Pero a veces nos posicionamos en
lugares donde nadie “nos alcanza” para enseñarnos.
Cuidado. Hay enemigos tan brutales como la desconfianza
que es cuando alguien nos enseña y estamos en la
sospecha sobre lo que nos está enseñando. Incluso
podemos entrar en la arrogancia cuando decimos “no
tengo nada que aprender de nadie”.

No todo aprendizaje ocurre porque alguien nos enseña,


pero cuando nos ponemos en la posición de aprender de
alguien, demos permiso, no entremos a pelear. Podemos
retirar el permiso en un momento determinado, si es que
lo consideramos, pero no partir de ahí. Confiar significa
que al concederle autoridad a alguien estamos dispuestos
a someternos a la dirección de esta persona, a sus
instrucciones y a aceptar sus exigencias. Aprender es
introducirse en un dominio de acción en que aceptamos
que no sabemos. La única forma de avanzar desde
ahí es confiando en el maestro, dejándonos guiar
por él. Hay quienes son reacios a dar autoridad y a
confiar en aquellos de quienes quieren aprender. Una
frase típica de este enemigo del aprendizaje es “Yo te diré
cómo debes enseñarme”.

15. Creer que todo aprendizaje es acerca de ser


más productivo.

La idea del aprendizaje vinculado a lo laboral es la


esencia de la educación de nuestro tiempo: ir al colegio
para prepararse para el trabajo.

Lo que decimos es que eso es uno de los achatamientos


más brutales, es traducir todo aprendizaje en un
propósito laboral, entonces todo aprendizaje que tiene
que ver con el misterio de la vida, con el asombro, con el
arte, lo espiritual y una serie de otras cosas, está
descalificado porque no es “útil” para el trabajo.

***

Hay enemigos del aprendizaje más sofisticados, que


corresponden a la cultura dominante de nuestro tiempo:
Uno de ellos es creer que el único espacio en que los
seres humanos podemos encontrar la verdad es en la
ciencia, como lo dice el pensador inglés Richard Dawkins.
Esa presunción excluye muchos otros dominios y hechos
que la ciencia no puede explicar y por tanto los ignora o
los banaliza.

Otro enemigo de nuestro tiempo (y no solo de este


tiempo) es el desprecio a coherencias o mundos
explicativos que vienen de pueblos o culturas distintos.
Nosotros podemos diferir de otros conocimientos, y eso
podría ser un inicio de investigación o de aprender algo.
Pero si desprecias otros conocimientos, te cierras a
aprender algo nuevo. Por ejemplo los polinesios, que
fueron un pueblo que ocupó un inmenso espacio de la
Tierra. Tienen muy poca tierra pero un gigante océano.
Los polinesios tomaban sus botecitos y se iban a una isla
y otra, no tenían brújulas, ellos tenían que sentir el agua
para orientarse. Eso desde otra mirada puede ser un
conocimiento despreciable. Cuando nosotros
despreciamos todo un mundo explicativo que no resuena
con lo que consideramos es una explicación válida, lo
rechazamos o lo ridiculizamos. Todo paradigma excluye lo
que no se alinea con sus estándares. Cualquier
explicación que no tenemos en el paradigma, suena
extraña. Los fenómenos que no podemos explicar de
acuerdo a lo que el paradigma explica, lo negamos como
fenómeno. Conozco testimonios de personas sobre niños
que veían cosas inexplicables, y eran tratados de
mentirosos, y ellos se vivían ese momento con horror
porque ellos sabían que sí habían visto esas cosas y los
adultos no les creían. El hecho de negar una experiencia
porque no la podemos explicar es parte de un gran
enemigo del aprendizaje.

No podemos negar todo evento o experiencia así


contradiga una presente manera de ver o entender. La
CIA y distintas instituciones de investigación en Estados
Unidos, por ejemplo, utilizan o utilizaron personas con
capacidad de videntes pero no lo admiten, porque si lo
admiten la ‘ciencia dura’ va a criticarlos porque gastan
dinero en eso. Sin embargo sí lo emplean porque los
resultados se producen. Trabajan con gente con
capacidad de ver a distancia o capacidad de sentir cosas.
Pero una cosa es hacerlo, y otra

admitir que se hace. Es algo que está totalmente fuera


del paradigma racional que se maneja.

Esta reflexión sobre los enemigos del aprendizaje no


puede terminar aquí. Debemos estar constantemente
preguntándonos qué está en el camino. No solamente
para mí como individuo sino para que aprendamos como
Humanidad, como colectivo, como especie. Frente a los
enormes desafíos que tenemos, ¿cuáles son las grandes
cegueras que nos impiden que aparezca, que nazca un
nuevo saber? Y si la pregunta no está presente, vamos a
quedar atrapados otra vez en creer que lo que sabemos
es lo que hay que saber. Como el que dice “ahí se
terminó el asunto”. Por eso nuestra invitación es volver al
espacio del asombro, de la conciencia sobre la infinitud de
la existencia. A entender que yo puedo saber pero todo lo
que sé es poco frente a la magnificencia de la existencia.
i
La epistemología es la rama de la filosofía que estudia cómo se genera
el conocimiento. ii La escolástica fue la corriente teológico-filosófica
dominante del pensamiento medieval, y se basó en la coordinación entre
fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía una clara
subordinación de la razón a la fe.

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