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1. Introducción
2. Estado como sujeto de Derecho Internacional Público
3. Estado y Nación en el contexto de la globalización neoliberal
4. La reducción de las funciones del Estado
5. La pérdida de soberanía y el reinado de las trasnacionales
6. El nuevo rol del Estado como generador de bienestar y transformaciones sociales
7. Conclusión
8. Bibliografía
Introducción
El estudio de este amplio contenido, nos permite comprender acerca del tema de la Globalización en General, y
su relación con cada Estado-Nación, es por ello, que será imprescindible, estudiar algunas cuestiones previas,
que faciliten el poder clarificar algunos conceptos, y además se podrá obtener una mejor perspectiva acerca del
papel de las Trasnacionales en este contexto.
Este tema de gran interés e importancia, por lo cual, se recomienda estudiar con especial interés el contenido
del mismo. Estaremos analizando detalladamente algunos aspectos relativos al tema, tales como; Concepto de
estado y de globalización, el Estado como sujeto de derecho internacional público, Estado y nación en el
contexto de la globalización neoliberal, La reducción de las funciones del estado, La pérdida de soberanía y el
reinado de las trasnacionales, y El nuevo rol del estado como generador de bienestar y Transformaciones
sociales.
CONCEPTO DE ESTADO
El Estado es un concepto político que se refiere a una forma de organización social,
económica, política soberana y coercitiva, formada por un conjunto de instituciones involuntarias, que tiene el
poder de regular la vida nacional en un territorio determinado.
CONCEPTO DE GLOBALIZACIÓN
La globalización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la
creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando
sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas
y políticas que les dan un carácter global.
Conclusión
Respecto al estudio realizado, se puede resumir algunos aspectos básicos, que a manera de reflexión podremos
condensar para concluir este tema:
El Estado es una forma de organización social, económica, política soberana y coercitiva, formada por un
conjunto de instituciones involuntarias, que tiene el poder de regular la vida nacional en un territorio
determinado.
La globalización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la
creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus mercados,
sociedades y culturas.
Los sujetos de Derecho internacional son los Estados, las organizaciones internacionales, la comunidad
beligerante, los movimientos de liberación nacional y el individuo.
La globalización, ha contribuido a la usurpación de funciones del Estado- nación, y la localización es una forma
de manifestación de la globalización.
El fortalecimiento de las nuevas instituciones que surgen en el marco de la globalización neoliberal, contrasta
con la crisis de otras instituciones ya consolidadas. La soberanía estatal es una de ellas.
La dimensión transnacionalizadora ha incidido en la soberanía de los Estados desde tres dimensiones: el nuevo
orden internacional y la crisis de la soberanía en el marco de las intervenciones humanitarias, el Derecho
Internacional y las relaciones con las empresas transnacionales.
La Globalización favorece una Jerarquización de Estados. a. Aquellos que ejercen un papel imperial, b. Otros
estados centrales, c. Los Estados periféricos o subordinados, y d. Por último, los Estados fracturados.
Las empresas transnacionales mantienen vinculaciones diferentes con cada uno de estos grupos de Estados.
Bibliografía
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http://revistas.luz.edu.ve/index.php/rcs/article/viewFile/1819/1763
http://www.eumed.net/libros/2007a/259/47.htm
1.- Población
2.- Territorio
2. Efectos
1. Estados exiguos:
1.2 - Mónaco
1.3 - Andorra
2. Estados neutralizados
Suele estar delimitado por las fronteras, pero no es imprescindible que estén
absolutamente delimitadas; por ejemplo: Estado de Israel.
Hacia el interior.
1.- Definición
Se trata de un acto declarativo, pues se limita a verificar una circunstancia que ya
existe.
“Acto libre por el cual uno o varios Estados constatan la existencia sobre un
territorio determinado de una sociedad humana, políticamente organizada,
independiente de cualquier otro Estado existente, capaz ade observar las
prescripciones de D.I.”
2.- Es un acto jurídico : sólo el autor del reconocimiento queda vinculado por él..
No existe un deber jurídico -internacional de reconocer. (Ejemplo: Estados árabes
respecto a Israel).
Colectivo
Expreso
Tácito
4.- Contenido
Reconocimiento de iure o definitivo, irrevocable.
Sin embargo, el nuevo gobierno puede encontrarse con ciertas dificultades para
ejercer sus funciones en el plano internacional, cuando tal gobierno ha surgido en
contradicción con el orden constitucional establecido, si no se ve respaldado por el
reconocimiento de los gobiernos de otros Estados.
Respecto a las clases de Sucesión de Estados, hay que decir que, junto a las
tradicionales figuras existentes, se han unido otras nuevas de reciente aparición que
no pueden ser encuadradas en ninguna de las anteriores.
1.- Anexión Parcial: Se da cuando parte del territorio de un Estado pasa a formar
parte del territorio de otro Estado. (por ejemplo: Alsacia y Lorena que eran
alemanas pasaron a Francia por el Tratado de Versalles)
2.- Anexión Total o Unificación de Estados: Tiene lugar cuando dos o más Estados
se unen extinguiéndose la personalidad de ambos y forman de este modo un nuevo
sujeto de D.I. : el Estado Sucesor. (por ejemplo: Confederación Alemana de 1871 ,
la unión de Tanganyca y Zanzíbar en 1964 para dar lugar a la República de
Tanzania).
3.- Separación de Estados o Escisión: tiene lugar cuando una parte o partes del
territorio de un Estado se separan, dando lugar a la formación de uno o varios
Estados sucesores, continúe o no existiendo el Estado predecesor. (por ejemplo : la
Escisión de la URSS).
4.- Disolución: cuando un Estado se disuelve y deja de existir, formando las partes
del territorio del Estado predecesor dos o más Estados sucesores. (por ejemplo:
Imperio Austro - Húngaro, República Checoslovaca, Yugoslavia).
3.- Supuesto de Sucesión Colonial. Se aplica la Regla de la Tabla rasa que consiste
en que el nuevo Estado de reciente independencia no estará obligado a mantener en
vigor un Tratado por el hecho de que en el momento de la sucesión de Estados tal
Tratado estuviera en vigor respecto a ese territorio.
Se trata de saber qué nacionalidad mantienen o adquieren los habitantes del Estado
sucesor. Se distinguen también tres supuestos:
1.2 Los bienes inmuebles y muebles que hayan pertenecido al territorio del Estado
sucesor que se encuentren fuera del mismo y que durante el período de
dependencia hubieran pasado a ser bienes del Estado predecesor, pasan de nuevo al
Estado sucesor.
1.3 Los bienes inmuebles y muebles a cuya creación hubiera contribuído el Estado
sucesor pasan a éste en proporción a su contribución.
El paso de los bienes del Estado se realizará mediante acuerdo entre el Estado
predecesor y el Estado sucesor. A falta de dicho acuerdo se realizará un reparto
equitativo de acuerdo con las normas establecidas en el Convenio.
DEUDAS
=======
Hay que añadir por último, que respecto a las deudas del Estado predecesor,
éstas pasarán siempre a los sucesores en caso de desaparición de aquél, o se
repartirán proporcionalmente en los demás supuestos. No se aplica esta regla a los
Estados sucesores de la descolonización que, salvo casos especiales, no asumirán
las deudas del Estado predecesor.
En los demás casos (salvo el de anexión parcial, en el que no hay nuevo Estado), es
necesaria la admisión de los Estados sucesores. Así se ha hecho con todos los
Estados surgidos de la descolonización, con los Estados surgidos de la escisión de
la URSS como Estnia, Letonia y Lituania que ingresaron en Septiembre de 1991,
con los Estados surgidos de la disolución de la antigua Yugoslavia .....
La República de la Federación Rusa no ha necesitado nueva admisión, ya que es la
continuadora (no sucesora) de la Unión Soviética en las N.U. (también por tanto en
el Consejo de Seguridad). No pasa lo mismo con la República Federal de
Yugoslavia (Serbia y Montenegro), ya que el Consejo de Seguridad y la Asamblea
General de Naciones Unidas han entendido que no es la continuadora de la antigua
República Federativa Socialista de Yugoslavia y que por tanto debe solicitar la
admisión en la ONU.
Son situaciones especiales en las que pueden encontrarse determinados Estados por
diversos motivos.
- el Coprincipado de Andorra.
1.- Tienen un carácter estatal en un sentido muy general, ya que tienen territorio,
población y organización política.
ANDORRA
Andorra tiene un tipo de gobierno único en el mundo. Su peculiar autonomía data
de los tiempos feudales. La soberanía es compartida por el Presidente de la
República Francesa y el Obispo español de Seo de Urgel, que son los copríncipes.
Éstos ejercen directamente o por medio de sus delegados los supremos poderes,
legislativo, judicial y administrativo.
2.- La Permanencia
Actualmente se puede decir que sólo son Estados neutralizados: Suiza, el Estado
Vaticano y el Reino de Laos.
2.- No tomar parte en acuerdos que puedan obligar al Estado Neutralizado a hacer
la guerra (Tratados de Alianza defensiva, O.I. que obliguen a tomar parte en
acciones colectivas para restablecer la paz, como la ONU, OTAN ....). Por
ejemplo: Suiza no es miembro de la ONU ni de la OTAN. Lo fue de la Sociedad de
Naciones en la que se le dispensó de la obligación de tomar parte en acciones
militares.
Figuras afines:
1. Concepto y fundamento
2 - al Gobierno
Durante la segunda revolución industrial, en el último tercio del Siglo XIX, se añade
nuevos modos de transporte terrestre y marítimo, los que contribuyen a otra expansión
del capitalismo. Y por ende, a un nuevo proceso de globalización.
Sin embargo, también creó pobreza, desempleo, migraciones recurrentes de las zonas
rurales a las áreas metropolitanas y criminalidad. El narcotráfico de México es un mal
endémico que tiene relación directa con el neoliberalismo y la ultima fase de la
globalización.
Introducción
La globalización y el neoliberalismo parecen ser lo mismo. Sin embargo, un análisis más
cuidadoso permite reconocerlos como fenómenos esencialmente distintos: en su caso, la
globalización resulta ser un fenómeno histórico consustancial al capitalismo[2]; mientras que,
el neoliberal, es un proyecto político impulsado por agentes sociales, ideólogos,
intelectuales y dirigentes políticos con identidad precisa, pertenecientes, o al servicio, de las
clases sociales propietarias del capital en sus diversas formas. La convergencia de ambos
procesos, forma la modalidad bajo la que se desarrolla el capitalismo en la época actual.[3]
A partir de esta propuesta teórica, las siguientes líneas tienen varios objetivos: uno que no
el primero, es ofrecer algunas reflexiones sobre los aspectos que permiten diferenciar a la
globalización del neoliberalismo; otro, es realizar el análisis de los rasgos que caracterizan
la convergencia de ambos procesos, que actualmente forman una modalidad histórica
concreta del capitalismo; y, finalmente, se pone de manifiesto la desigualdad mediante la
que transcurre el proceso de imposición del neoliberalismo a la globalización.
Globalización y neoliberalismo
La globalización,[4] concepto que hace referencia aun proceso económico, social, político y
cultural, como concepto abstracto expresa la nueva modalidad de la expansión del
capitalismo a partir del último cuarto del siglo XX.
De acuerdo con Elmar Alvater (2000: 1):
La globalización es el concepto que define las transformaciones económicas,
políticas y sociales ocurridas en todo el mundo a partir el éxito de la desregulación a
mitad de los años setenta, que posteriormente se intensificaron después del colapso
del socialismo real a finales de los años ochenta.
Desigualdad y polarización
Una de los aspectos que los abogados de la globalización utilizan con mayor frecuencia, de
manera apologética y sin ofrecer confirmación alguna de sus dichos, es que la globalización
en su modalidad neoliberal trae consigo una serie de oportunidades igualitarias.
Los hechos, sin embargo, indican todo lo contrario pues, hasta el momento, el proceso
globalizador neoliberal en ninguna parte ha acarreado beneficios compartidos, en todo caso
ha mantenido y reforzado los aspectos esenciales del capitalismo –la relación de
producción, por ejemplo, basada en la explotación del trabajo por el capital –, cuyo
desarrollo desigual significa mantener y profundizar las diferencias sociales y regionales que
él mismo crea.
En este sentido, el economista egipcio Samir Amin (1999: 30), advierte que: “La expansión
capitalista no implica ningún resultado que pueda identificarse en términos de desarrollo.
Por ejemplo, en modo alguno implica pleno empleo, o un grado predeterminado de igualdad
en la distribución de la renta.”
El propio Amin, encuentra la razón de la desigualdad en el hecho de que la expansión del
capitalismo se guía por la búsqueda de la máxima ganancia para las empresas, esto es, sin
mayor preocupación por las cuestiones relacionadas con la distribución de la riqueza, o la
de ofrecer empleo en mayor cantidad y calidad.
Por su parte, el sociólogo francés Alain Touraine (1994: 10), apelando a la historia del
desarrollo capitalista es, aún, más contundente cuando escribe:
La afirmación de que el progreso es la marcha hacia la abundancia, la libertad y la
felicidad, y de que estos tres objetivos están fuertemente ligados entre sí no es más
que una ideología constantemente desmentida por la historia […] Más aún, lo que se
llama el reinado de la razón, ¿no es acaso la creciente dominación del sistema sobre
los actores, no son la normalización y la estandarización las que, después de haber
destruido al economía de los trabajadores, se extiende al mundo del consumo y la
comunicación […] Y no es acaso en nombre de la razón y de su universalismo como
se extendió la dominación del hombre occidental, varón, adulto y educado sobre el
mundo entero.
Una “verdad” más, ésta impuesta tanto por el BM como por el FMI, es aquella que proclama
la entrega de los recursos naturales al capital extranjero como la única solución posible al
atraso de las economías emergentes.
La aceptación absoluta de estos postulados, es decir sin la menor reflexión, hace que lo
necio, inútil y premoderno sea investigar y discutir acerca de las contradicciones del
capitalismo y, peor aún, intentar reflexionar sobre la posibilidad de que estas
contradicciones pudieran llegar a ser de tal magnitud que significaran la posibilidad de su
transformación total.
En el mismo sentido, bajo el neoliberalismo se prohíbe dudar sobre la validez de su
propuesta civilizatoria sustentada en valores económicos y de mercado, donde lo social
resulta ser “una especie de resabio patético, cuyo peso sería causa de regresión y crisis”.
(Stefanía, 2000: 50.)
Ante este enorme poder, el sentido común neoliberal recomienda a los gobiernos de las
naciones dependientes, específicamente de América Latina, no pretender regular el
comportamiento de las megacorporaciones, por el contrario se sugiere permitirles la
propiedad absoluta de los recursos naturales a cambio de la creación de empleos, no
siempre bien remunerados y sin prestación social alguna pero, se dice, empleos al fin. De
esta manera, se vulnera y limita la voluntad de los gobiernos nacionales para control las
actividades de las megacorporaciones y se entrega la plaza sin condición alguna.
La insistencia del sentido común, abruma a nuestras naciones y se usa la razón y la
evidencia, diciendo y reafirmando en todo momento que para los gobiernos nacionales
resulta muy limitada la posibilidad de ejercer un control efectivo –pero además innecesario–
sobre las megacorporaciones. En este caso, los intelectuales y políticos “realistas”,
pragmáticos y neoliberales, no ponen en duda lo anterior y se preguntan terminantes:
¿Cuáles podrían ser los instrumentos con que puede contar un gobierno democrático, por
ejemplo en Guatemala, para negociar con una corporación como la General Motors, cuya
cifra de ventas anuales es veintiséis veces superior a la del producto interno guatemalteco?
¿Cómo podrían someter a las grandes empresas los países del África Subsahariana, si su
producto interno sumado es apenas similar a las ventas anuales de la General Motors y
la Exxon?
Para el sentido común neoliberal, la respuesta y conclusión es sencilla por obvia: no existe
otra opción más que rendirse e integrarse de manera individual y subordinada a los países
hegemónicos, como éstos quieran y su bondad acepte. Y si es preciso ceder la soberanía o
parte de ella, no importa si se cumple el fin último de la integración económica subordinada
al gran capital.
En este sentido, la búsqueda de opciones distintas –como la integración de naciones en el
libre ejercicio de su soberanía e independencia y, sobre todo, al margen de las grandes
economías y megacorporaciones–, resulta trabajo inútil. En todo caso, para el
neoliberalismo el capitalismo no tiene vías alternas y, mucho menos, propuestas
transformadoras y además ¿para qué, si la historia llegó a su fin?
Incluso, para muchos intelectuales modernos y modernizantes, la desproporción existente
entre las economías de los países dependientes respecto de los metropolitanos no es
amenaza, sino reto, que se resuelve en la medida que los países periféricos acepten su
condición dependiente y aprovechen la oportunidad de integrarse a la globalización
mediante la entrega de su economía y sus riquezas naturales al capital transnacional.
Sobre todo ahora, después de Afganistán e Irak, es decir, conociendo las
decisiones unilaterales para emprender “guerras preventivas”, la existencia de las naciones
emergentes –incluido su régimen político–, sólo es tolerada por el poder imperial si se ajusta
a los cánones establecidos por los centros financieros metropolitanos y si sus gobiernos son
capaces de servir dócilmente a los intereses del gran capital.
De otra forma, si esos países no se someten pacíficamente, o sus gobiernos no aceptan
rendirse incondicionalmente –y lo mismo da si aceptan, según se pudo constatar con la
agresión a Irak–, pueden pasar a engrosar la lista del “Eje del mal” –cuyos requisitos de
ingreso nadie conoce, aunque la prioridad la tienen los países que disponen de petróleo en
su territorio– y colocarse en situación de ser invadidos militarmente para establecer en ellos
la “democracia” liberal sostenida por ejércitos de ocupación.
Aún más, la realidad es que, hoy, nuestros países son mucho más dependientes que antes,
debido en mucho a los agobios provocados tanto por una deuda externa que no cesa de
crecer como por una “comunidad financiera internacional”, que pretende convertir la
soberanía en parte de los desechos provenientes del atraso político–social y del desvarío
nacionalista.
Pero mientras en los países dependientes el Estado se achica y debilita al ritmo impuesto
por los ajustes neoliberales de los finales del siglo XX, el rango y el volumen de operaciones
de las grandes compañías transnacionales y su valor se acrecienta de manera
extraordinaria y sin límite alguno a costa de una creciente pobreza social y regional en los
países dependientes.
Todavía más, ahora se proclama que al primer mundo sólo puede llegarse en la medida que
se acepte llevar adelante, diseñadas por los organismos financieros internacionales como el
FMI y el BM, políticas económicas cuyos resultados finalmente han provocado una mayor
polarización y dependencia hacia la economía norteamericana.
En efecto, a los países dependientes se les sugiere (tal y como se dice en el críptico
lenguaje del BM y el FMI), reforzar la estrategia de cambio estructural de orientación al
mercado que ha mostrado ser causante de, por lo menos, tres graves cuestiones para
nuestros pueblos: 1] Inestabilidad económica, acompañada de bajas tasas de crecimiento;
2] Aumento social y regional de la pobreza; y 3] Mayor dependencia y creciente pérdida de
soberanía nacional.
A lo anterior, debe agregarse que la dependencia intelectual (incluida la científica y
tecnológica), también se acentúa y a pesar de reconocerse que nuestros países son ahora
más dependientes de lo que lo eran en los años sesenta, por una de esas paradojas del
sentido común neoliberal las teorizaciones sobre el significado de la dependencia, o acerca
del imperialismo, son hoy desestimadas por buena parte de los intelectuales orgánicos del
capital, pero también incluso por académicos que las consideran anacronismos teóricos,
precisamente en estos momentos cuando ambas categorías adquieren una vigencia e
importancia que, a pesar de todo, no han perdido desde el tiempo de su creación.
Por eso, ahora es preciso reivindicar el estudio de la globalización neoliberal como la
expresión actual del Imperialismo en lo económico, lo político y cultural.
Conclusión
La más reciente reestructuración emprendida por el capitalismo a escala mundial, la
globalización misma, ha sido dominada y dirigida por la ideología neoliberal, convertida en
especie de sentido común de nuestro tiempo que no deja espacios para ninguna otra forma
de pensamiento.
No obstante y aunque mucho se habla de los avances del neoliberalismo, su penetración e
importancia se distribuye de manera desigual en el mundo y si bien puede observarse que
buena parte de los dirigentes políticos y líderes empresariales en muchas partes del mundo
han asumido plenamente la ideología neoliberal, la implantación de la economía de
mercado no ha sido tan rápida y expedita como muchos pretenden o quisieran. En realidad,
el desarrollo de la economía de mercado ha sido, en buena parte del mundo, menos intenso
y veloz que el de los principios ideológicos y culturales en los cuales se sustenta.
Tal y como ocurría en el pasado, cuando los gobernantes más despóticos y autoritarios
exaltaban el valor de la democracia e insistían en asegurar que sus gobiernos eran
expresión auténtica de la democracia; en los años recientes, el discurso cambió y los
gobernantes del “mundo libre” entraron en una tenaz competencia para ver quien declaraba,
con más fuerza y frecuencia, su adhesión a los principios y valores del libre mercado,
convertido en paradigma inamovible, aceptado y proclamado como la única vía de
crecimiento de las economías sin importar su nivel de desarrollo.
Pero antes, como ahora, esos discursos tienen poco que ver con la realidad y en el caso
específico de mercados funcionando libremente su existencia concreta es excedida con
creces por la retórica neoliberal sobre sus bondades. Es decir, hay mucho menos mercado
libre de lo que se proclama y los gobiernos de las naciones desarrolladas no parecen estar
preocupados por la evidente distancia entre su discurso neoliberal conque aturden a los
países dependientes, exigiéndoles la implantación del mercado (y, además libre), con una
intensidad que ni siquiera existe en sus propias naciones, que en mayor o menor grado
siguen siendo intervenidas, subsidiadas, reguladas y protegidas.
En otras palabras, pese a las proclamas en favor de la propuesta neoliberal, los
capitalismos desarrollados continúan teniendo gobiernos grandes, interventores,
reguladores y protectores, que organizan el funcionamiento de los mercados, otorgan
enormes subsidios a los productores y aplican sutiles, cuando no burdas, formas de
proteccionismo, conviviendo con enormes déficit fiscales provocados más por los apoyos a
la reproducción del capital, que por los gastos sociales requeridos para mejorar las
condiciones de vida de la población.
En síntesis, los países del capitalismo desarrollado son todo aquello que exigen dejen de
ser las naciones dependientes, la mayor parte de ellas sus ex colonias, donde los gobiernos
nacionales pierden peso en la orientación del desarrollo de la sociedad y su economía,
donde crecen –no sin lamentarlo los mismos gobiernos que nada hacen para evitarlo– los
niveles de pobreza social y regional, además de imponérseles un conjunto de políticas
tendientes a desregular la actividad económica bajo la consideración de que el libre
mercado permite alcanzar precios más bajos, mejorar la calidad de los bienes y servicios.
De la misma manera, a nuestros países se les exige abrir su economía, sin restricción
alguna, al flujo de mercancías y capitales extranjeros; además de privatizar las empresas
públicas, los recursos nacionales y, con el argumento de evitar presiones inflacionarias,
procurar dogmáticamente la reducción del déficit fiscal, lo que lleva a reducir el gasto
público en el renglón social y, finalmente, flexibilizar las relaciones laborales, además de
privatizar todos los bienes y servicios públicos, pues “todos deben ser privados y
mercantiles.”
La experiencia de los países “reformados” siguiendo las pautas establecidas por el BM y el
FMI, tal como es el caso de México, muestra que las contradicciones propias del
capitalismo, sus crisis recurrentes y la creciente polarización social, han obstaculizado la
expansión del neoliberalismo económico, aunque no su difusión e imposición ideológica y
cultural, especialmente entre los sectores dirigentes políticos e intelectuales.
En todo caso no sólo en los países del capitalismo desarrollado, sino también en los
dependientes, la reestructuración neoliberal se ha hecho a expensas de los pobres y de las
clases explotadas; las desigualdades económicas y sociales se acentuaron y la prosperidad
no alcanzó a derramarse hacia abajo, como aseguraba la reconfortante “teoría del
derrame”, que plantea primero crear la riqueza para luego distribuirla, lo cual en los hechos
ha significado anular toda política de desarrollo por impulsar el crecimiento de la economía
en beneficio exclusivo del capital.
Por decirlo de manera breve y concreta: las sociedades que el neoliberalismo construyó a
las dos últimas décadas, son peores que sus precedentes, más divididas, polarizadas e
injustas. Los hombres y mujeres del mundo viven hoy bajo renovadas amenazas bélicas,
económicas, laborales, sociales y ecológicas. De hecho, la humanidad sobrevive hoy en un
mundo lleno de temores, zozobra y desesperanza.
Finalmente, de las vicisitudes históricas de la imposición del neoliberalismo como ideología
hegemónica en la mayor parte del planeta es posible extraer algunas experiencias. Sin duda
alguna, las fuerzas y movimientos sociales que aspiran al cambio y que se expresan en
contra de la globalización neoliberal, existen y crecen a contracorriente del consenso
político de la era neoliberal. Sin embargo, desde el poder se trata a los portadores de las
propuestas alternativas como excéntricos, o románticos incurables y fuera de lugar en la
sociedad actual.
Pero asumir el cambio como opción, significa empezar dejar de aceptar a la sociedad
capitalista y sus instituciones como inmutables y eternas. Es más, la historia demuestra que
lo que parecía una locura en los años cincuenta, por ejemplo la creación de millones de
desocupados, la reconcentración del ingreso, el desmantelamiento de los programas
sociales, la privatización del petróleo, el agua y la electricidad, la educación, la salud y hasta
las cárceles, sólo pudo ser posible, incluso con un bajísimo costo político para los gobiernos
que las aplicaron, una vez que el neoliberalismo alcanzó su “victoria ideológica” sobre la
sociedad y las otras opciones políticas, tanto capitalistas como anticapitalistas.
En consecuencia, debe tenerse la seguridad de que es posible un proyecto no capitalista
pensado de cara al siglo XXI, que reivindique la posibilidad de establecer un sistema
economía y social, capaz de unir armónicamente la igualdad social con la democracia.
Alguna vez, Max Weber escribió que “en este mundo no se consigue nunca lo posible si no
se intenta lo imposible una y otra vez”, y exhortaba al mismo tiempo a soportar con audacia
y lucidez la destrucción de todas las esperanzas porque, de lo contrario, seríamos
incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible.
Esas palabras sugieren una actitud fundamental, que no deberán abandonar quienes ya no
se resignan ante un orden social intrínsecamente injusto como el capitalismo, y que pese al
hostigamiento intelectual, la exclusión, la incomprensión, cuando no la persecución, siguen
creyendo que una sociedad diferente es posible.
Bibliografía
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Introducción
La globalización y el neoliberalismo parecen ser lo mismo. Sin embargo, un análisis más
cuidadoso permite reconocerlos como fenómenos esencialmente distintos: en su caso, la
globalización resulta ser un fenómeno histórico consustancial al capitalismo[2]; mientras que,
el neoliberal, es un proyecto político impulsado por agentes sociales, ideólogos,
intelectuales y dirigentes políticos con identidad precisa, pertenecientes, o al servicio, de las
clases sociales propietarias del capital en sus diversas formas. La convergencia de ambos
procesos, forma la modalidad bajo la que se desarrolla el capitalismo en la época actual.[3]
A partir de esta propuesta teórica, las siguientes líneas tienen varios objetivos: uno que no
el primero, es ofrecer algunas reflexiones sobre los aspectos que permiten diferenciar a la
globalización del neoliberalismo; otro, es realizar el análisis de los rasgos que caracterizan
la convergencia de ambos procesos, que actualmente forman una modalidad histórica
concreta del capitalismo; y, finalmente, se pone de manifiesto la desigualdad mediante la
que transcurre el proceso de imposición del neoliberalismo a la globalización.
Globalización y neoliberalismo
La globalización,[4] concepto que hace referencia aun proceso económico, social, político y
cultural, como concepto abstracto expresa la nueva modalidad de la expansión del
capitalismo a partir del último cuarto del siglo XX.
De acuerdo con Elmar Alvater (2000: 1):
La globalización es el concepto que define las transformaciones económicas,
políticas y sociales ocurridas en todo el mundo a partir el éxito de la desregulación a
mitad de los años setenta, que posteriormente se intensificaron después del colapso
del socialismo real a finales de los años ochenta.
Desigualdad y polarización
Una de los aspectos que los abogados de la globalización utilizan con mayor frecuencia, de
manera apologética y sin ofrecer confirmación alguna de sus dichos, es que la globalización
en su modalidad neoliberal trae consigo una serie de oportunidades igualitarias.
Los hechos, sin embargo, indican todo lo contrario pues, hasta el momento, el proceso
globalizador neoliberal en ninguna parte ha acarreado beneficios compartidos, en todo caso
ha mantenido y reforzado los aspectos esenciales del capitalismo –la relación de
producción, por ejemplo, basada en la explotación del trabajo por el capital –, cuyo
desarrollo desigual significa mantener y profundizar las diferencias sociales y regionales que
él mismo crea.
En este sentido, el economista egipcio Samir Amin (1999: 30), advierte que: “La expansión
capitalista no implica ningún resultado que pueda identificarse en términos de desarrollo.
Por ejemplo, en modo alguno implica pleno empleo, o un grado predeterminado de igualdad
en la distribución de la renta.”
El propio Amin, encuentra la razón de la desigualdad en el hecho de que la expansión del
capitalismo se guía por la búsqueda de la máxima ganancia para las empresas, esto es, sin
mayor preocupación por las cuestiones relacionadas con la distribución de la riqueza, o la
de ofrecer empleo en mayor cantidad y calidad.
Por su parte, el sociólogo francés Alain Touraine (1994: 10), apelando a la historia del
desarrollo capitalista es, aún, más contundente cuando escribe:
La afirmación de que el progreso es la marcha hacia la abundancia, la libertad y la
felicidad, y de que estos tres objetivos están fuertemente ligados entre sí no es más
que una ideología constantemente desmentida por la historia […] Más aún, lo que se
llama el reinado de la razón, ¿no es acaso la creciente dominación del sistema sobre
los actores, no son la normalización y la estandarización las que, después de haber
destruido al economía de los trabajadores, se extiende al mundo del consumo y la
comunicación […] Y no es acaso en nombre de la razón y de su universalismo como
se extendió la dominación del hombre occidental, varón, adulto y educado sobre el
mundo entero.
Una “verdad” más, ésta impuesta tanto por el BM como por el FMI, es aquella que proclama
la entrega de los recursos naturales al capital extranjero como la única solución posible al
atraso de las economías emergentes.
La aceptación absoluta de estos postulados, es decir sin la menor reflexión, hace que lo
necio, inútil y premoderno sea investigar y discutir acerca de las contradicciones del
capitalismo y, peor aún, intentar reflexionar sobre la posibilidad de que estas
contradicciones pudieran llegar a ser de tal magnitud que significaran la posibilidad de su
transformación total.
En el mismo sentido, bajo el neoliberalismo se prohíbe dudar sobre la validez de su
propuesta civilizatoria sustentada en valores económicos y de mercado, donde lo social
resulta ser “una especie de resabio patético, cuyo peso sería causa de regresión y crisis”.
(Stefanía, 2000: 50.)
Ante este enorme poder, el sentido común neoliberal recomienda a los gobiernos de las
naciones dependientes, específicamente de América Latina, no pretender regular el
comportamiento de las megacorporaciones, por el contrario se sugiere permitirles la
propiedad absoluta de los recursos naturales a cambio de la creación de empleos, no
siempre bien remunerados y sin prestación social alguna pero, se dice, empleos al fin. De
esta manera, se vulnera y limita la voluntad de los gobiernos nacionales para control las
actividades de las megacorporaciones y se entrega la plaza sin condición alguna.
La insistencia del sentido común, abruma a nuestras naciones y se usa la razón y la
evidencia, diciendo y reafirmando en todo momento que para los gobiernos nacionales
resulta muy limitada la posibilidad de ejercer un control efectivo –pero además innecesario–
sobre las megacorporaciones. En este caso, los intelectuales y políticos “realistas”,
pragmáticos y neoliberales, no ponen en duda lo anterior y se preguntan terminantes:
¿Cuáles podrían ser los instrumentos con que puede contar un gobierno democrático, por
ejemplo en Guatemala, para negociar con una corporación como la General Motors, cuya
cifra de ventas anuales es veintiséis veces superior a la del producto interno guatemalteco?
¿Cómo podrían someter a las grandes empresas los países del África Subsahariana, si su
producto interno sumado es apenas similar a las ventas anuales de la General Motors y
la Exxon?
Para el sentido común neoliberal, la respuesta y conclusión es sencilla por obvia: no existe
otra opción más que rendirse e integrarse de manera individual y subordinada a los países
hegemónicos, como éstos quieran y su bondad acepte. Y si es preciso ceder la soberanía o
parte de ella, no importa si se cumple el fin último de la integración económica subordinada
al gran capital.
En este sentido, la búsqueda de opciones distintas –como la integración de naciones en el
libre ejercicio de su soberanía e independencia y, sobre todo, al margen de las grandes
economías y megacorporaciones–, resulta trabajo inútil. En todo caso, para el
neoliberalismo el capitalismo no tiene vías alternas y, mucho menos, propuestas
transformadoras y además ¿para qué, si la historia llegó a su fin?
Incluso, para muchos intelectuales modernos y modernizantes, la desproporción existente
entre las economías de los países dependientes respecto de los metropolitanos no es
amenaza, sino reto, que se resuelve en la medida que los países periféricos acepten su
condición dependiente y aprovechen la oportunidad de integrarse a la globalización
mediante la entrega de su economía y sus riquezas naturales al capital transnacional.
Sobre todo ahora, después de Afganistán e Irak, es decir, conociendo las
decisiones unilaterales para emprender “guerras preventivas”, la existencia de las naciones
emergentes –incluido su régimen político–, sólo es tolerada por el poder imperial si se ajusta
a los cánones establecidos por los centros financieros metropolitanos y si sus gobiernos son
capaces de servir dócilmente a los intereses del gran capital.
De otra forma, si esos países no se someten pacíficamente, o sus gobiernos no aceptan
rendirse incondicionalmente –y lo mismo da si aceptan, según se pudo constatar con la
agresión a Irak–, pueden pasar a engrosar la lista del “Eje del mal” –cuyos requisitos de
ingreso nadie conoce, aunque la prioridad la tienen los países que disponen de petróleo en
su territorio– y colocarse en situación de ser invadidos militarmente para establecer en ellos
la “democracia” liberal sostenida por ejércitos de ocupación.
Aún más, la realidad es que, hoy, nuestros países son mucho más dependientes que antes,
debido en mucho a los agobios provocados tanto por una deuda externa que no cesa de
crecer como por una “comunidad financiera internacional”, que pretende convertir la
soberanía en parte de los desechos provenientes del atraso político–social y del desvarío
nacionalista.
Pero mientras en los países dependientes el Estado se achica y debilita al ritmo impuesto
por los ajustes neoliberales de los finales del siglo XX, el rango y el volumen de operaciones
de las grandes compañías transnacionales y su valor se acrecienta de manera
extraordinaria y sin límite alguno a costa de una creciente pobreza social y regional en los
países dependientes.
Todavía más, ahora se proclama que al primer mundo sólo puede llegarse en la medida que
se acepte llevar adelante, diseñadas por los organismos financieros internacionales como el
FMI y el BM, políticas económicas cuyos resultados finalmente han provocado una mayor
polarización y dependencia hacia la economía norteamericana.
En efecto, a los países dependientes se les sugiere (tal y como se dice en el críptico
lenguaje del BM y el FMI), reforzar la estrategia de cambio estructural de orientación al
mercado que ha mostrado ser causante de, por lo menos, tres graves cuestiones para
nuestros pueblos: 1] Inestabilidad económica, acompañada de bajas tasas de crecimiento;
2] Aumento social y regional de la pobreza; y 3] Mayor dependencia y creciente pérdida de
soberanía nacional.
A lo anterior, debe agregarse que la dependencia intelectual (incluida la científica y
tecnológica), también se acentúa y a pesar de reconocerse que nuestros países son ahora
más dependientes de lo que lo eran en los años sesenta, por una de esas paradojas del
sentido común neoliberal las teorizaciones sobre el significado de la dependencia, o acerca
del imperialismo, son hoy desestimadas por buena parte de los intelectuales orgánicos del
capital, pero también incluso por académicos que las consideran anacronismos teóricos,
precisamente en estos momentos cuando ambas categorías adquieren una vigencia e
importancia que, a pesar de todo, no han perdido desde el tiempo de su creación.
Por eso, ahora es preciso reivindicar el estudio de la globalización neoliberal como la
expresión actual del Imperialismo en lo económico, lo político y cultural.
Conclusión
La más reciente reestructuración emprendida por el capitalismo a escala mundial, la
globalización misma, ha sido dominada y dirigida por la ideología neoliberal, convertida en
especie de sentido común de nuestro tiempo que no deja espacios para ninguna otra forma
de pensamiento.
No obstante y aunque mucho se habla de los avances del neoliberalismo, su penetración e
importancia se distribuye de manera desigual en el mundo y si bien puede observarse que
buena parte de los dirigentes políticos y líderes empresariales en muchas partes del mundo
han asumido plenamente la ideología neoliberal, la implantación de la economía de
mercado no ha sido tan rápida y expedita como muchos pretenden o quisieran. En realidad,
el desarrollo de la economía de mercado ha sido, en buena parte del mundo, menos intenso
y veloz que el de los principios ideológicos y culturales en los cuales se sustenta.
Tal y como ocurría en el pasado, cuando los gobernantes más despóticos y autoritarios
exaltaban el valor de la democracia e insistían en asegurar que sus gobiernos eran
expresión auténtica de la democracia; en los años recientes, el discurso cambió y los
gobernantes del “mundo libre” entraron en una tenaz competencia para ver quien declaraba,
con más fuerza y frecuencia, su adhesión a los principios y valores del libre mercado,
convertido en paradigma inamovible, aceptado y proclamado como la única vía de
crecimiento de las economías sin importar su nivel de desarrollo.
Pero antes, como ahora, esos discursos tienen poco que ver con la realidad y en el caso
específico de mercados funcionando libremente su existencia concreta es excedida con
creces por la retórica neoliberal sobre sus bondades. Es decir, hay mucho menos mercado
libre de lo que se proclama y los gobiernos de las naciones desarrolladas no parecen estar
preocupados por la evidente distancia entre su discurso neoliberal conque aturden a los
países dependientes, exigiéndoles la implantación del mercado (y, además libre), con una
intensidad que ni siquiera existe en sus propias naciones, que en mayor o menor grado
siguen siendo intervenidas, subsidiadas, reguladas y protegidas.
En otras palabras, pese a las proclamas en favor de la propuesta neoliberal, los
capitalismos desarrollados continúan teniendo gobiernos grandes, interventores,
reguladores y protectores, que organizan el funcionamiento de los mercados, otorgan
enormes subsidios a los productores y aplican sutiles, cuando no burdas, formas de
proteccionismo, conviviendo con enormes déficit fiscales provocados más por los apoyos a
la reproducción del capital, que por los gastos sociales requeridos para mejorar las
condiciones de vida de la población.
En síntesis, los países del capitalismo desarrollado son todo aquello que exigen dejen de
ser las naciones dependientes, la mayor parte de ellas sus ex colonias, donde los gobiernos
nacionales pierden peso en la orientación del desarrollo de la sociedad y su economía,
donde crecen –no sin lamentarlo los mismos gobiernos que nada hacen para evitarlo– los
niveles de pobreza social y regional, además de imponérseles un conjunto de políticas
tendientes a desregular la actividad económica bajo la consideración de que el libre
mercado permite alcanzar precios más bajos, mejorar la calidad de los bienes y servicios.
De la misma manera, a nuestros países se les exige abrir su economía, sin restricción
alguna, al flujo de mercancías y capitales extranjeros; además de privatizar las empresas
públicas, los recursos nacionales y, con el argumento de evitar presiones inflacionarias,
procurar dogmáticamente la reducción del déficit fiscal, lo que lleva a reducir el gasto
público en el renglón social y, finalmente, flexibilizar las relaciones laborales, además de
privatizar todos los bienes y servicios públicos, pues “todos deben ser privados y
mercantiles.”
La experiencia de los países “reformados” siguiendo las pautas establecidas por el BM y el
FMI, tal como es el caso de México, muestra que las contradicciones propias del
capitalismo, sus crisis recurrentes y la creciente polarización social, han obstaculizado la
expansión del neoliberalismo económico, aunque no su difusión e imposición ideológica y
cultural, especialmente entre los sectores dirigentes políticos e intelectuales.
En todo caso no sólo en los países del capitalismo desarrollado, sino también en los
dependientes, la reestructuración neoliberal se ha hecho a expensas de los pobres y de las
clases explotadas; las desigualdades económicas y sociales se acentuaron y la prosperidad
no alcanzó a derramarse hacia abajo, como aseguraba la reconfortante “teoría del
derrame”, que plantea primero crear la riqueza para luego distribuirla, lo cual en los hechos
ha significado anular toda política de desarrollo por impulsar el crecimiento de la economía
en beneficio exclusivo del capital.
Por decirlo de manera breve y concreta: las sociedades que el neoliberalismo construyó a
las dos últimas décadas, son peores que sus precedentes, más divididas, polarizadas e
injustas. Los hombres y mujeres del mundo viven hoy bajo renovadas amenazas bélicas,
económicas, laborales, sociales y ecológicas. De hecho, la humanidad sobrevive hoy en un
mundo lleno de temores, zozobra y desesperanza.
Finalmente, de las vicisitudes históricas de la imposición del neoliberalismo como ideología
hegemónica en la mayor parte del planeta es posible extraer algunas experiencias. Sin duda
alguna, las fuerzas y movimientos sociales que aspiran al cambio y que se expresan en
contra de la globalización neoliberal, existen y crecen a contracorriente del consenso
político de la era neoliberal. Sin embargo, desde el poder se trata a los portadores de las
propuestas alternativas como excéntricos, o románticos incurables y fuera de lugar en la
sociedad actual.
Pero asumir el cambio como opción, significa empezar dejar de aceptar a la sociedad
capitalista y sus instituciones como inmutables y eternas. Es más, la historia demuestra que
lo que parecía una locura en los años cincuenta, por ejemplo la creación de millones de
desocupados, la reconcentración del ingreso, el desmantelamiento de los programas
sociales, la privatización del petróleo, el agua y la electricidad, la educación, la salud y hasta
las cárceles, sólo pudo ser posible, incluso con un bajísimo costo político para los gobiernos
que las aplicaron, una vez que el neoliberalismo alcanzó su “victoria ideológica” sobre la
sociedad y las otras opciones políticas, tanto capitalistas como anticapitalistas.
En consecuencia, debe tenerse la seguridad de que es posible un proyecto no capitalista
pensado de cara al siglo XXI, que reivindique la posibilidad de establecer un sistema
economía y social, capaz de unir armónicamente la igualdad social con la democracia.
Alguna vez, Max Weber escribió que “en este mundo no se consigue nunca lo posible si no
se intenta lo imposible una y otra vez”, y exhortaba al mismo tiempo a soportar con audacia
y lucidez la destrucción de todas las esperanzas porque, de lo contrario, seríamos
incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible.
Esas palabras sugieren una actitud fundamental, que no deberán abandonar quienes ya no
se resignan ante un orden social intrínsecamente injusto como el capitalismo, y que pese al
hostigamiento intelectual, la exclusión, la incomprensión, cuando no la persecución, siguen
creyendo que una sociedad diferente es posible.
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Hay empresas que abarcan varios ramos de actividad, y otras que poseen toda una
cadena productiva (producción, elaboración, distribución y comercialización).
Las ETNs adoptan diversas formas, pueden tener uno o varios dueños que pueden ser
conocidos magnates (Bill Gates, Mark Zuckerberg o Carlos Slim) o anónimos
accionistas, pueden tener consejos de administración y presidentes, operar en
la bolsa de valores y en algunos casos ser controladas por Estados (Petrobrás). Por el
hecho de operar en varios países, y por tener una escala de negocios enorme, en
general las ETNs son un conglomerado de empresas que conforman especies de
pirámides en las cuales unas poseen a otras hasta llegar a un reducido núcleo que
puede controlar decenas de otras empresas (si no más).
Antiguamente las empresas se dividían una matriz en el país de origen y sus filiales en
otros Estados. Las filiales operaban en terceros países y transferían sus ganancias a la
matriz, drenaban las riquezas de esos países para la gran metrópolis. O producían en la
matriz y se abastecían de materias primas en los países de la periferia, a los cuales
también vendían los productos industrializados. Hoy en día esa división es menos lineal.
La globalización, en primer lugar, alteró la distribución global de la producción. Los
países del norte en general pueden aún producir pero en general se han especializado
en el desarrollo de productos – tecnología– y en servicios y finanzas. Al mismo tiempo,
la aparición de los llamados “paraísos fiscales” (Bermudas, Islas Caimán, Panamá,
Uruguay) ha promovido el desplazamiento de las matrices para estados que les ofrecen
beneficios tales como el pago casi cero de impuestos. Esta estrategia es un claro
ejemplo de que, a pesar de que hasta no hace mucho las empresas en la mayoría de
los casos tenían lealtades nacionales, el contexto de globalización y competencia
salvaje, combinado con un tipo de gestión cada vez más despersonalizado, hace que
inclusive la lealtad a sus países de origen haya sido progresivamente abandonada.
Su carácter transnacional les ha permitido una movilidad y flexibilidad tal que les
posibilita aprovechar las distintas ventajas que los diversos lugares del mundo les dan
para obtener sus ganancias. Salvo excepciones, se aprovechan de los bajos salarios o
las normas laborales bajas para instalar sus plantas productoras, o de las condiciones
fiscales favorables que muchos estados les ofrecen, de estándares ambientales menos
exigentes o bien de lugares donde es más fácil “comprar” a los gobernantes, a los
legisladores o a la justicia. De más está decir que este tipo de “beneficios” está en el
origen de la pobreza, la exclusión, la fragilidad de derechos sociales, laborales y
ambientales y de la impunidad en materia de violaciones a los derechos humanos.
Gracias a la llamada “tercerización” las empresas no siempre tienen la propiedad de
toda la “cadena de valor”, o sea de todos aquellos que producen bienes y servicios, o
extraen materias primas para la producción de, a su vez, otros bienes y servicios finales
para el consumo. Por ejemplo, las grandes marcas de textiles, o de automóviles, que
además de sus filiales y fábricas contratan partes de sus procesos productivos en
pequeñas fábricas de piezas, o talleres textiles que producen atuendos que luego serán
vendidos con la etiqueta de una gran marca de ropa en la red de negocios de dicha
marca. En muchísimos casos, estos entramados las asocian a grupos económicos
locales con los cuales hacen negocios y que les facilitan sus operaciones y acceso a las
instituciones públicas, con el fin de obtener mejores condiciones para sus inversiones.
Lo más importante es que adoptando la forma que adopten (un banco, un fondo de
inversiones, una empresa farmacéutica, una gran cadena de supermercados, una
minera, una gran empresa de tecnología) las ETNs, debido a su gran tamaño y peso
económico, poseen un poder político y económico que supera a los de muchos países
del mundo. Este poder las transforma en actores políticos que, a través de diversos
mecanismos, presionan a los poderes públicos para que estos generen reglas, normas
y otras concesiones que los beneficien. Y son capaces de derrumbar gobiernos –
jueces, diputados, senadores, gobernadores– que se opongan. Si esto sucede con
Estados y figuras públicas, es fácil imaginar lo que sucede con las poblaciones y
personas más vulnerables o, simplemente, que no cuentan con los mismos recursos
económicos y políticos para defenderse en sus territorios.
Alta concentración de riquezas, alta concentración de empresas
Existe un círculo que es vicioso para la sociedad y virtuoso para las empresas. A
medida que las ETNs son más grandes económicamente, ejercen mayor poder político
sobre las instituciones públicas y los gobiernos, que por esa razón –mecanismos de
“captura corporativa” como el financiamiento de campañas, las llamadas “puertas
giratorias”, los lobbies, regalos y viajes, y corrupción mediante– comienzan a generar
leyes, normas y decisiones públicas que las benefician; ésto a la vez las tornas más
grandes y poderosas. Es la historia de la globalización neoliberal iniciada en los años 80
del siglo pasado y profundizada a partir de los 90, después del fin de la Guerra Fría. En
estos ya casi 30 años el proceso de concentración económica y de distribución de las
riquezas se ha profundizado de forma extrema.
En un reciente informe de Oxfam –que trabaja datos del Crédit Swiss– se afirma que “la
distancia entre ricos y pobres está llegando a nuevos extremos" [1] , siendo que “el 1%
más rico de la población mundial acumula más riquezas actualmente que todo el resto
del mundo junto”. La crisis económica iniciada en 2008 no hizo más que profundizar
este proceso. Según el mismo informe, la riqueza de las 62 personas más ricas del
mundo aumentó 45% –o más de medio billón de dólares (US$ 542 mil millones)– en los
cinco años posteriores a 2010. Al contrario, la riqueza de la mitad más pobre cayó en
ese mismo período un 38%.
Al mismo tiempo, son cada vez menos las empresas que controlan diversos sectores de
la producción de bienes y servicios a nivel mundial. A través de fusiones y
adquisiciones, las empresas van creciendo en su tamaño y dominando de forma
crecientemente monopólica diversas cadenas de valor, lo que las vuelve al mismo
tiempo mucho más poderosas en términos de la influencia política que ejercen sobre
países e instituciones internacionales. En un estudio del Instituto Federal Suizo de
Investigación Tecnológica [2] fueron seleccionados los 43 mil grupos empresariales más
importantes del mundo y se analizó la forma en que se entrelaza el control de estas
empresas. Los investigadores llegaron a una “cifra impresionante que cambió la visión
que tenemos del sistema económico mundial: sólo 737 grupos controlan el 80% del
mundo corporativo, siendo que, de estos, un núcleo de 147 controla el 40%. Y, de estos
147, 75% son esencialmente grupos financieros”. “Un grupo tan limitado no necesita
hacer conspiraciones misteriosas, son personas que se conocen en el campo de golf, o
el abierto de Tenis de Australia, hacen arreglos entre sí de forma muy simple y cómoda
para ellos”, afirma Dowbor. “Hablar de mecanismos de mercado en este club restringido
no tiene mucho sentido.” [3]
La concentración de las empresas conduce necesariamente a una distribución cada vez
más concentrada de las riquezas generada por una sociedad. Hay ejemplos muy
prácticos de cómo esto se produce en nuestros países. La llegada de un Wallmart o un
Carrefour a nuestras ciudades genera instantáneamente un shock en el comercio local,
y rápidamente los negocios locales, pequeños mercados y almacenes tienden a
desaparecer, o los que sobreviven lo hacen a costa de bajar sus márgenes de
ganancia: menos lucro para la familia y menos salarios –o peores condiciones de
trabajo– para ellos y sus empleados. Wallmart y otros grandes supermercados
extorsionan también a sus proveedores locales, que se ven obligados a bajar los
precios para poder venderles sus productos. En definitiva, los grandes tienen más
oportunidades de quedarse con las porciones mayores de la riqueza que una sociedad
genera. El precio de los productos baratos sale caro, pues estas dinámicas, como
vemos en el ejemplo y en los estudios globales, conducen a sociedades cada vez más
extremas, donde las mayorías son cada vez más pobres estructuralmente.
El mito de las inversiones de las empresas extranjeras
No hace falta decirlo, pero las empresas se mueven por el interés propio y sus lucros.
No hacen altruismo ni piensan estratégicamente en el bien de cualquier sociedad del
planeta, a no ser su “sociedad anónima”. Tenemos que tener esto siempre en cuenta al
analizar el interés de los inversionistas extranjeros. En primer lugar, debemos pensar
que las empresas extranjeras vienen a por ventajas que no tienen en otro lugar del
planeta: 1- menores salarios, 2- derechos sociales y laborales bajos, 3- impuestos y
obligaciones tributarias bajas o nulas, 4- acceso fácil y barato a recursos naturales y
energía, 5- normas ambientales, laborales y financieras permisivas o inexistentes, y 6-
Estados –y sobre todo sus sistemas judiciales– débiles y vulnerables. En segundo
lugar, acceso a nuevos mercados para sus productos y servicios. Detrás de cada una
de estas ventajas u “oportunidades” se esconde un problema para nuestras sociedades,
pues inclusive sociedades cuyos Estados son más poderosos y cuya gran ventaja es el
tamaño o el poder adquisitivo de su mercado interno, acaban siendo perjudicadas por la
concentración que estimula la entrada de grandes empresas, o el estímulo a la
generación de grandes empresas propias.
El resultado del ingreso de las empresas extranjeras no resulta generalmente en
grandes beneficios para los países anfitriones. Los casos más extremos reportan
explotación intensa de los recursos naturales con impactos ambientales altos para las
comunidades locales; movimiento económico reducido a nivel de la región, pues
funciona como enclave cerrado; y lucha constante por la apropiación de las ganancias,
que queda mayoritariamente en manos de la empresa en vez de los Estados. Se dice
generalmente que Estados pobres no podrían “explotar” sus recursos naturales si no es
a través de los inversionistas extranjeros. Nosotros sostenemos que se puede hacer de
forma distinta, respetando las condiciones de sustentabilidad social y ambiental al
mismo tiempo que fortaleciendo la capacidad pública de apropiarse de la renta
generada por la explotación extractiva.
El caso de las “maquilas” ilustra otra dimensión de este fenómeno. Trabajos de baja
calificación, salario y condiciones de forma transitoria no alteran estructuralmente las
condiciones de vida de una determinada sociedad. La gran movilidad de las empresas
globales, al mismo tiempo, les permite rápidamente desplazar su producción a un
destino más beneficioso –generalmente con salarios aún más bajos–, dejando un
legado de desempleo y desestructuración de la producción local que torna las
condiciones de las comunidades receptoras más precarias que antes de la llegada de la
“inversión”.
De todas formas, la sumatoria de los varios factores aquí mencionados producen en
general concentración económica y de riquezas, que son transferidas para fuera del
país anfitrión, muchas veces de forma fraudulenta y sin el pago de los impuestos
correspondientes. Producen también la desestructuración de la producción local, que al
mismo tiempo se transforma de forma gradual en consumidora de tecnologías y
productos importados, o dependiente de cadenas de valor internacionales, es decir,
cuya lógica de crecimiento no obedece a las necesidades de desarrollo del país
anfitrión.
Los servicios públicos son otro ejemplo. Se empeora el servicio cuando los gobiernos
los entregan a las transnacionales sea a través de las asociaciones público privadas o
de la privatización. La población se transforma en consumidora y sus derechos
fundamentales, como el agua potable, energía eléctrica, telecomunicaciones, salud,
educación, pasan a ser vendidos por estas empresas transformando ciudadanos en
consumidores.
La captura corporativa es otro tema que nos impone las transnacionales, en especial en
la vida de los trabajadores y sus sindicatos. Varios bufetes de abogados contratados
por empresas están actuando en la Organización Internacional del Trabajo (OIT),
vinculados a los gobiernos nacionales, para atacar y debilitar el sistema normativo
compuesto por normas y recomendaciones que son parámetros mínimos para la
defensa de trabajadores y trabajadoras.
En términos de tecnología, las empresas globalizadas desarrollan sus productos y
servicios en determinados lugares del planeta, en general los países del Norte, en
centros de tecnología como los existentes en California en Estados Unidos. Y detentan
las patentes que constituyen hoy en día una de las principales fuentes de lucro para las
empresas, en particular esto es relevante para la industria farmacéutica, dominada por
laboratorios europeos y norteamericanos. En esas condiciones la posibilidad de
desarrollo de tecnologías propias por parte de países en desarrollo se ve
extremadamente limitada. Con mejores condiciones y apoyos públicos en los países
desarrollados, las empresas que invierten en los Estados emergentes llevan sus propias
tecnologías, pagan royalties a sus matrices y en muy pocas ocasiones interactúan y
desarrollan sus productos en otros lugares. Se perpetúa así la relación de dependencia
de los países en desarrollo de las tecnologías importadas.
Las concesiones impositivas a los inversionistas, la evasión fiscal, la salida de riquezas,
no empoderan al sector público, que se torna dependiente de esas inversiones y por
ello más vulnerable a los chantajes que ellas puedan ejercer, es decir,
fundamentalmente a la amenaza de salir o quedarse en el país. Es un cuadro de
pérdida de soberanía y de las herramientas que un pueblo necesita para conducir su
destino en pos de un desarrollo autónomo, sustentable e inclusivo.
La “Arquitectura de la impunidad” versus el Acceso a la justicia para los
afectados por la operación de las ETNs
La asimetría de poder entre las empresas y las personas o comunidades afectadas por
sus operaciones –como en los casos de desplazamiento por impactos ambientales,
impactos en las condiciones de subsistencia económica, persecuciones a líderes o
defensores de las comunidades, abusos sobre los derechos humanos, perjuicios sobre
consumidores y usuarios por prácticas abusivas, u otros impactos socioecómicos–
redunda en una aplicación de la justicia “asimétrica”, en la cual los derechos de los
poderosos valen más que los de los afectados. El poder de chantaje sobre los
gobiernos, así como su poder para contratar los mejores abogados, son los métodos
“legales” que les posibilitan tener interpretaciones de la justicia que les favorecen. En el
peor de los casos, amenazas, violencia y corrupción complementan este panorama que
resulta en que los afectados tienden a ser “disuadidos” de iniciar o continuar los
procesos legales, o persuadidos para aceptar tratos rebajados que generalmente
eximen a las empresas de costos o penas mayores.
La concentración de riqueza y poder resulta en una creciente impunidad corporativa en
materia de violaciones a diversos derechos humanos, laborales, ambientales. Esta
impunidad se basa en un sistema de privilegios extraordinarios y “súper-derechos” para
las ETNs, establecidos a través de mecanismos de captura corporativa de las funciones
legislativas del Estado y frecuentemente con la complicidad activa de los gobiernos.
Esto permite a las transnacionales continuar actuando con impunidad al costo de
violaciones diseminadas de derechos humanos y de los pueblos, y de la destrucción
sostenida del planeta.
Según el Profesor Jeffrey Sachs, “(tenemos) una cultura de impunidad basada en la
expectativa bien comprobada de que los crímenes corporativos son rentables.” [4] Estas
informaciones resultan del estudio de las mayores transnacionales del mundo. Casi
todas en los últimos cinco años fueron acusadas o multadas por lavaje de dinero,
fraude, soborno, espionaje corporativo. Esto no tiene que ver con ser buena o mala
empresa: esto dice respecto a una estructura de poder e impunidad que significa que
los lucros corporativos pueden ignorar, esconder o deliberadamente disimular cualquier
coste social y ambiental de sus operaciones.
Una de las principales razones sistémicas para la impunidad corporativa generalizada
es lo que los movimientos sociales conceptualizamos como la “arquitectura de la
impunidad”: el marco normativo asimétrico que proporciona a las transnacionales “súper
derechos” a través de la Lex Mercatoria (el marco legal que protege los intereses de los
inversionistas), con los Tratados de Libre Comercio, los Tratados Bilaterales y
Plurilaterales de Inversiones, la mayoría de los cuales incluyen mecanismos de
resolución de controversias que permiten a las empresas transnacionales procesar a los
gobiernos. Mientras, por otro lado, todas las normas jurídicas diseñadas para proteger
los derechos humanos y patrones ambientales son minadas. Las prescripciones de
políticas de las Instituciones Financieras Internacionales (IFIs), tales como el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial, bien como la Organización Mundial del
Comercio (OMC), también tienen su rol en esta arquitectura de la impunidad.
Los instrumentos jurídicos de la Lex Mercatoria son vinculantes y tienen mecanismos de
aplicación. Como el Mecanismo de Solución de Diferencias de la OMC (mediante el que
gobiernos pueden procesarse entre si por incumplimiento del régimen de liberalización
comercial establecido bajo presión corporativa). O el Centro Internacional de Arreglo de
Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) del Banco Mundial, a través del cual
empresas pueden procesar gobiernos y son frecuentemente premiadas con mega
compensaciones. En 2013, el CIADI multó al gobierno de Ecuador con 2,3 mil millones
de dólares por finalizar el contrato con Occidental Petroleum Corporation (OPC),
aunque haya sido esa empresa la que primero rompió el contrato con la administración
ecuatoriana. La suma demandada contra Ecuador representa el 59% del presupuesto
del año de 2012 para educación y el 135% del presupuesto anual de salud en el país.
En conclusión, la construcción de la “arquitectura de la impunidad” le ha dado más
derechos a los inversionistas: leyes de patentes farmacéuticas y de semillas, normas de
flexibilización laboral, desregulación y privatización de servicios que mercantilizan, por
ejemplo, el derecho a la educación y la salud, otras normas que protegen a las
empresas de la acción de los Estados para actuar en defensa del interés común, por
ejemplo, a través de regulaciones para cuidar el medio ambiente o la salud pública.
Violaciones a los derechos humanos y la acción de las empresas
Hay situaciones de violaciones a los derechos humanos derivadas de la acción directa o
indirecta de las ETNs; son situaciones de casos específicos, o sistémicas a nivel global,
como la responsabilidad de las ETN por el cambio climático, o del capital financiero
mundial concentrado en los bancos por la crisis financiera mundial y sus secuelas. Este
debate internacional, que ya posee unos 40 años, entró fuertemente en la agenda a
través de casos paradigmáticos y graves de violaciones que tenían como responsables
a ETNs. El caso que inicia este recuento es el de la injerencia política ejercida por la
estadounidense International Telephone and Telegraph Company (ITT) en los años 70
en Chile, y que acabara con el Golpe de Estado y la muerte del presidente Salvador
Allende. Luego casos como el de Bophal en la India en 1984, por la liberación de gases
tóxicos de la planta de pesticidas de la Union Carbide (adquirida luego por Dow
Chemicals), que mató a tres mil personas de forma directa y otras diez mil
indirectamente, impactando a más de ciento cincuenta mil que todavía hoy sufren los
efectos. O el crimen contra los indígenas Ogoni, en Nigeria. La presión de Shell y su
actividad petrolera generó situaciones de opresión sobre este pueblo, que concluyeron
con la muerte de varios de sus integrantes, y que hasta hoy día afectan gravemente el
medio ambiente en la zona del Delta del Níger. [5]
Más recientemente el asesinato de Berta Cáceres y otros dirigentes del Consejo Cívico
de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), que resiste al
proyecto hidroeléctrico Agua Zarca; o de Sikhosiphi “Bazooka” Radebe, activista contra
la minería en Mdatya, Amadiba, Sudáfrica; o los asesinatos de líderes sindicales en
Colombia y Guatemala; o el desastre en la localidad de Mariana en el estado brasileño
de Minas Gerais, que por negligencia criminal de las empresas mineras Vale, BHP y
Samarco, provocó la muerte de diecisiete personas y el mayor desastre ambiental que
Brasil haya visto en su historia.
Son estos los casos extremos de violaciones a los derechos humanos que tratamos en
la actualidad y que envuelven iniciativas de ETNs. A lo largo de estos 40 años el debate
ha cobrado relevancia a nivel internacional y en particular en el ámbito de Naciones
Unidas. Sin embargo, no se ha podido avanzar de forma tal que se pueda ofrecer
condiciones fiables y abarcativas de acceso a la justicia a las poblaciones como la
hondureña, sudafricana, india, guatemalteca, colombiana, y de tantos otros países
generalmente del Sur global, que sufren los impactos de la acción económica de las
empresas.
ETNs y Estados aliados se han opuesto de forma sistemática a la adopción de normas
vinculantes a nivel internacional, que las obliguen a pagar por los crímenes cometidos
por los diversos actores involucrados en sus operativas. Nos referimos también a las
empresas que forman sus “cadenas de valor”, las empresas tercerizadas, o los
proveedores que trabajan en la punta de la cadena para compañías internacionales que
pretenden no responsabilizarse por los crímenes cometidos en los diversos eslabones
de tales cadenas. Un caso reciente ha sido el del desastre de Rana Plaza, un edificio en
Bangladesh que albergaba talleres de costura donde trabajaban miles de personas para
grandes marcas globales (entre ellas Benetton), en condiciones deplorables. Pese a la
advertencia de que el edificio estaba a punto de colapsar el trabajo continuó, y al
derrumbarse la construcción produjo la muerte de más de mil ocupantes, incluyendo
muchísimas mujeres. Consideramos que la responsabilidad debe extenderse a toda la
cadena de valor, y por ello, Benetton también es responsable por las condiciones de
trabajo de las costureras del Rana Plaza, y tiene que asumir los costos derivados de
ello.
La negación de herramientas jurídicas para hacer valer los derechos humanos a nivel
internacional es combinada con medidas que pretenden maquillar la negativa actitud de
Estados y empresas. Se trata de la adopción de códigos y principios voluntarios que
tratan el tema –e incluso lo detallan bastante–, pero que en la práctica, dado su carácter
no obligatorio, no han sido eficientes para impedir que las violaciones ocurran. Por ello
los llamamos maquillaje, porque las empresas “hacen de cuenta” que se preocupan
para que su imagen no se vea dañada de forma directa, pero concretamente no
resuelven ningún problema. El Pacto Global [6] de la ONU lanzado por Koffi Annan en
1999, o los Principios Orientadores sobre Empresas y Derechos
Humanos [7] adoptados por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en 2011, se
encuentran entre los casos más importantes y actuales de este tipo de instrumentos
engañosos.
Afortunadamente, la movilización social continúa y la sensibilidad de algunos gobiernos
produjo una novedad en este cuadro. En junio de 2014, una votación apretada en la
ONU abrió mediante una resolución la negociación entre Estados de un instrumento
vinculante (Tratado) [8] internacional en materia de derechos humanos y empresas. Las
negociaciones ya han comenzado y, al mismo tiempo que han significado una victoria
para los pueblos, constituyen sin duda una esperanza para aquellos que sufren
directamente la violación de sus derechos y no encuentran justicia ni resarcimiento a
nivel nacional.
Los pueblos se movilizan y reivindican sus derechos y soberanía.
Una de las historias más recientes y paradigmáticas de oposición popular al avance del
poder corporativo y del neoliberalismo mundializado se remonta a los años 90 del siglo
pasado, con el surgimiento de las resistencias a las privatizaciones, al endeudamiento,
a la apertura y desregulación criminal de nuestras economías, al debilitamiento de
nuestros Estados y de las herramientas a su alcance para salir de la pobreza y caminar
hacia el desarrollo sustentable de nuestros países, en armonía con la naturaleza. Desde
los orígenes estuvo claro que la agenda de la globalización neoliberal, del libre
comercio y la libre inversión, era la agenda de las grandes ETNs y su apetito por
nuestros mercados, recursos naturales y, como ya mencionamos, innumerables
ventajas para ejercer la explotación de trabajadores, trabajadoras y el medio ambiente.
De todas formas, resistencias puntuales o localizadas a la instalación de empresas, o a
la privatización de servicios públicos, u otros tipos de intervención de las ETNs
quedaron en su especificidad local o contribuyeron con la oposición sistémica al
neoliberalismo junto con otros movimientos. El agravamiento de los impactos, sin
embargo, fue aglutinando nuevas alianzas en la resistencia. De particular importancia
han sido las resistencias a los proyectos mineros, al extractivismo y los llamados
megaproyectos de infraestructura, que en América Latina se fueron articulando a lo
largo de los últimos diez años. Campesinos actuando contra las empresas de
transgénicos y los pesticidas, mujeres contra la explotación en las maquilas y otros
lugares de trabajo, indígenas por la defensa de sus territorios, trabajadores y
trabajadoras en la defensa del trabajo decente, poblaciones HIV positivas luchando por
el derecho a los medicamentos, diezmado por las empresas detentoras de patentes,
entre otros grupos y organizaciones de afectados, comenzaron a focalizar su acción
sobre aquellos que están por detrás de las violaciones: las ETNs.
Al mismo tiempo, articulaciones de afectados, movimientos y organizaciones de Europa
y América Latina, acumularon trabajo y construcción conjunta a través de Tribunales
Permanentes de los Pueblos, cuyas sesiones dejaron en claro el tamaño del problema
derivado por la intervención de las empresas –en particular las europeas, pero no solo-
sobre los territorios de nuestra región. De ese trabajo surgió luego la “Campaña Global
para Desmantelar el Poder de las Corporaciones y detener la Impunidad” [9], un
espacio de alcance mundial para la articulación de campesinos, ambientalistas,
mujeres, indígenas, jóvenes, sindicalistas y activistas de todos los continentes,
afectados y/o movilizados por los abusos del poder de las corporaciones
transnacionales.
En este contexto es importante mencionar la experiencia de los sindicatos con los
Acuerdos Marcos Internacionales, un instrumento negociado entre una empresa
multinacional y una federación sindical mundial, con el fin de establecer una relación
entre las partes y garantizar que la compañía respete las mismas normas en todos los
países en los cuales opera ¿no hace referencia a uno en especial no?, porque si es así
mejor explicitarlo. La mayoría de esos Acuerdos hace referencia a convenios
internacionales: las normas de la OIT, la Declaración de la OIT relativa a los principios y
derechos fundamentales en el trabajo, la Declaración tripartita de principios sobre las
empresas multinacionales y la política social de la OIT, las líneas directrices de
la OCDE para empresas multinacionales y la Declaración Universal de Derechos
Humanos de las Naciones Unidas. La naturaleza voluntaria y no vinculante de estos
Acuerdos y la inexistencia de un marco jurídico mundial hacen que su aplicación
dependa en gran medida de la buena voluntad de las empresas, por lo que estas
experiencias son insuficientes, aunque válidas. La conciencia sobre la dimensión del
conflicto entre el derecho de los pueblos a su soberanía y las ETNs, pese a no ser
nueva, ha ganado en los últimos tiempos nitidez y se ha transformado en eje central de
las resistencias populares. Entre otras razones, porque ha quedado al desnudo la
influencia desmedida de los intereses particulares sobre el más común de nuestros
bienes, que es nuestra democracia, la forma que nuestros países tienen hoy de definir
el alcance de la soberanía popular. La privatización de la democracia, que la captura
corporativa produce, nos alerta y moviliza de forma urgente en nuestra región y el
mundo.
Referencias / Bibliografía
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urgente”, Nueva Sociedad, Nº264, Buenos Aires, Agosto de
2016 http://nuso.org/articulo/derechos-humanos-y-empresas-transnacionales/
Brennan, Brid “Reflexiones sobre el poder de las corporaciones”, TNI,
2014, https://www.tni.org/es/art%C3%ADculo/el-estado-del-poder-corporativo
Campaña Global para desmantelar el poder de las corporaciones y poner fin a la
impunidad. http://www.stopcorporateimpunity.org/?lang=es
Dowbor, Ladislau, “A rede do poder corporativo mundial”, São Paulo, 2012
– http://dowbor.org/2012/02/a-rede-do-poder-corporativo-mundial-7.html/
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1%”, https://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/file_attachments/bp210-economy-
one-percent-tax-havens-180116-es_0.pdf
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Global https://www.unglobalcompact.org/http://www.ohchr.org/Documents/Publications/
GuidingPrinciplesBusinessHR_SP.pdf
Resolución 26/9 de 2014 https://documents-dds-
ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/G14/082/52/PDF/G1408252.pdf
Vitali, Glattfelder e Battistoni, Zurich, “The network of global corporate control –
revisited”, Zurich, 2011, http://j-node.blogspot.com.br/2011/10/network-of-global-
corporate-control.html
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Currently, three elements can coexist in different proportions: the economic globalization, the
sovereignty of states and the social policies of the welfare state. The complex relationships and
tensions that exist between these three elements have been described, mainly from the economic
sciences, with the term “trilemma” of globalization. After clarifying the terms in which this “trilemma” is
presented, the purpose of this study is to reflect on the roles played by international law (as a basic
legal tool to govern the international society and seek to respond to its challenges) to maintain or
boost each element of the “trilemma”.
KEY WORDS
RESUMO
PALAVRAS CHAVE
El “trilema” de la globalización ha sido planteado, aunque con variantes en distintos autores, del
siguiente modo: hay tres elementos que coexisten en la práctica y que pueden convivir en distintas
proporciones, pero que difícilmente podrían darse de forma simultánea en su grado máximo o con
“plenitud”. Estos tres elementos son: la globalización económica, la soberanía de los Estados y las
políticas sociales propias del llamado “Estado del bienestar”. Así, por ejemplo, se argumenta que no
podrían darse simultáneamente una plena integración económica mundial y robustas políticas
sociales con unos Estados que siguiesen manteniendo, sobre el papel, una amplia soberanía
jurídico-formal. Según esto, uno de tres “ingredientes” debe ser sacrificado o “relajado” si se quieren
maximizar los otros dos.
La compleja interrelación que se da entre los tres elementos del “trilema” suele representarse
gráficamente como un triángulo equilátero: en el vértice superior se sitúa la globalización económica,
presentada como un fenómeno impulsado, en buena parte, por avances tecnológicos y en materia de
comunicaciones y que no es fácil que pueda revertir; en los dos vértices inferiores se colocan,
respectivamente, la soberanía nacional y el “Estado del bienestar”. Interesa, seguidamente, describir
de forma sucinta los principales caracteres de los tres indicados vértices del triángulo, para situar
mejor los términos del “trilema”.
Con respecto a la globalización económica, cumple reconocer que el término “globalización” es una
de las palabras de moda desde finales del siglo XX, siendo profusamente utilizada en todas las
ciencias sociales y los medios de comunicación, sin perjuicio de los contornos nebulosos de la
noción. El esclarecedor análisis de las múltiples acepciones del término trazado por García Segura
(1998) subraya, en cualquier caso, que aunque la globalización no se limita exclusivamente a
aspectos económicos, éstos son rasgos fundamentales de la misma. Así, según la definición
genérica de De la Dehesa (2000: 17), la globalización implicaría “un proceso dinámico de creciente
libertad e integración mundial de los mercados de trabajo, bienes, servicios, tecnología y capitales”.
En las últimas décadas se ha observado, efectivamente, un gran incremento de los flujos económicos
transfronterizos de bienes, servicios y, en especial, de capitales, mientras que la movilidad del factor
trabajo sigue estando muy limitada por las políticas migratorias de los Estados, que tienden a ser
restrictivas.
De acuerdo con la terminología, de origen marxista, de Vidal Villa (1998: 83), esta globalización
económica se sustenta en una “infraestructura” que la hace técnicamente posible (concretada, en
particular, en la mejora y el abaratamiento de los transportes, los incesantes avances en las
tecnologías de la información y la comunicación y en la posibilidad de desintegrar la producción) y
tiene como “estructura” al que el citado autor califica como el “capital transnacional” (liderado por las
grandes empresas transnacionales, que son quienes se benefician, en mayor medida, de la apertura
de los mercados nacionales, pudiendo adoptar una estrategia de inversiones a nivel mundial y
deslocalizar sus actividades allí donde les resulten más rentables).
Navarro (2000); Mascarilla Miró (2003), que se refiere en plural a los “trilemas” para distinguir más
claramente dos trilemas que plantea la globalización: el “trilema” económico y el “trilema” político-
social; y Steinberg (2007: 42-52).
En cuanto al segundo “ingrediente” del trilema, la soberanía de los Estados puede ser considerada
como una “superestructura”, en tanto que construcción político-jurídica básica para la organización
de las sociedades humanas desde el surgimiento y expansión del modelo del Estado-nación. Desde
que Bodin definiera el concepto moderno de soberanía, entendido como un poder político supremo,
ésta ha tenido una proyección esencialmente territorial y una de sus principales concreciones en la
potestad normativa del Estado, desde la que se configura un ordenamiento jurídico de alcance
nacional.
La soberanía del Estado, ejercida por sus instituciones públicas y concretada en la opción por unas u
otras políticas, no podrá dejar de estar condicionada por, en terminología de Merle (2000), múltiples
actores y factores. Entre los mismos, no se puede soslayar la influencia de los países más poderosos
de hecho, las empresas transnacionales, las empresas de capital eminentemente nacional que
buscan la protección de su propio Estado, los lobbies o el pensamiento político y económico
dominante en cada momento.
Por último, el tercer elemento del “trilema” son las políticas sociales propias de un “Estado del
bienestar”, con las que se procura “compensar las deficiencias e injusticias de la economía de
mercado con redistribuciones de renta y prestaciones sociales”.6 Este sistema de organización social
se pudo ir consolidando a lo largo del siglo XX particularmente en Europa occidental y otros países
desarrollados, aunque con notables variantes, que han llevado a hablar de diversos “modelos” de
“Estado del bienestar”.7 Particularmente en su formulación “socialdemócrata”, el “Estado del
bienestar” se ha diseñado en base a derechos sociales de la ciudadanía, siendo por ello de carácter
público y universal, fundado en un régimen de fiscalidad directa y progresiva y constituyendo un
régimen de protección social redistributivo.8
Estas políticas fiscales redistributivas y las políticas laborales tendientes a mejorar la situación de los
trabajadores (en términos salariales, de seguridad en el empleo y de otras condiciones laborales) se
ven afectadas por la globalización económica, dada la gran movilidad de las empresas y del capital a
nivel mundial, que favorece una competencia fiscal entre los distintos Estados, que tienden a rebajar
los impuestos sobre los factores más móviles, y propicia una desregulación y flexibilización de los
“mercados de trabajo”.9
Habida cuenta de las tensiones que se dan entre los tres ingredientes del “trilema” de la
globalización, se proponen diversas alternativas para combinarlos en distintas proporciones.
Una de estas alternativas, que es designada como la “opción neoliberal”, pasa por seguir impulsando
la globalización económica, de la que se valora su capacidad para generar riqueza, estimular la
competitividad y permitir una utilización más eficiente de los recursos mundiales. A su vez, se
mantendría una soberanía formal de los Estados, aunque en la práctica puedan verse forzados a
mantener políticas atractivas para el capital transnacional, sacrificando las tradicionales políticas
sociales del “Estado del bienestar”. Esta opción, tal como demuestra la experiencia de las últimas
décadas, conduce a una creciente polarización de la riqueza, observándose que, como porcentaje de
la renta nacional, las rentas del capital tienden a aumentar y las rentas del trabajo a disminuir.10
Otra alternativa, a la que se alude como “opción proteccionista” o “antiglobalizadora”, apostaría por
restringir el grado de apertura de las economías y primar la soberanía nacional y el “Estado del
bienestar”, sirviéndose de barreras típicas o novedosas, como sería la adopción de medidas contra el
llamado “dumping” social o ambiental, hoy de difícil encaje bajo el régimen de la Organización
Mundial del Comercio (OMC).
Una tercera vía, a la que Rodrik (1997; 2007) se refiere como la apuesta por un “federalismo global”,
pasaría por mantener los aspectos positivos de la globalización (salvaguardando, por tanto, los
beneficios económicos que ésta reporta en términos absolutos y el elevado crecimiento que han
venido experimentando algunas economías emergentes) y, a su vez, promover decididamente unas
políticas sociales a nivel mundial, que corrijan los fallos de un mercado de dimensión mundial y
favorezcan una mejor distribución de la riqueza y un desarrollo más sostenible. En esta tercera
alternativa, el elemento a “sacrificar” del “trilema” sería el de la soberanía nacional, pues los Estados
deberían renunciar a parte de su teórico poder de decisión individual (que de facto ya se ve
notablemente reducido por la acentuada interdependencia económica) para poder afrontar
efectivamente y de forma conjunta los retos globales.
Este tercer planteamiento puede ser visto como una cierta traslación a nivel mundial del enfoque que
se ha venido desarrollando en el proceso de integración europea, en el que la creación de un
mercado único se ha visto acompañada con la previsión de políticas comunes en materia de
agricultura, competencia, medio ambiente, monetaria o social, aunque esta última haya sido
calificada entre la doctrina como “un caparazón vacío” (Amin, 2005: 220)11 y actualmente pudiera
acabar suponiendo una rebaja, antes que una elevación, de los estándares sociales medios en los
países de la Unión Europea.12 Por descontado, si la integración europea se ha encontrado y se
encuentra con no pocas dificultades, la viabilidad y posible articulación del indicado “federalismo
global” suscita muchos interrogantes.
A la luz de las premisas indicadas, el objeto del presente estudio se concreta en reflexionar sobre
qué funciones cumple (o, en su caso, podría cumplir) el Derecho internacional ante este “trilema” de
la globalización, en tanto que herramienta jurídica básica para regir la sociedad internacional y tratar
de responder a sus retos.
1. Las funciones del Derecho internacional ante el “trilema”
Dentro de las funciones que desempeña el Derecho internacional interesa efectuar una primera
distinción: por un lado, las funciones técnico-jurídicas que debe desarrollar cualquier ordenamiento
jurídico, consistentes en la creación de normas, su adjudicación y la aplicación coactiva de las
mismas y que se concretan en las previsiones contenidas en las llamadas normas secundarias o
normas sobre normas, según la terminología de Hart y Bobbio; por otro lado, las funciones de
carácter sustantivo, que se concretan, de acuerdo con la indicada terminología, en normas primarias
estableciendo simples pautas de conducta, previendo los comportamientos que sus destinatarios
deben o no hacer.13
Ambas grandes funciones no podrán dejar de estar condicionadas por el singular medio social,
básicamente “interestatal”, en el que rige el ordenamiento internacional. Dada la aproximación del
presente estudio, cumple centrarse en las funciones sustantivas del Derecho internacional. Éstas,
según Carrillo Salcedo (1984), pueden sintetizarse en dos: regular la “coexistencia” de los Estados,
estableciendo las condiciones de respeto mutuo de la soberanía nacional; y regular su “cooperación”
para satisfacer necesidades e intereses comunes de la sociedad internacional.14
Tal como observara críticamente Chaumont (1970), algunos iusinternacionalistas han ten-dido a
focalizar la misión del Derecho internacional en la regulación de la cooperación internacional, que se
concreta en la imposición de límites a la soberanía de los Estados y han llegado a ver en la
soberanía un instituto “conservador” u “anacrónico”. Sin embargo, como bien señala dicho autor, no
puede obviarse que el Derecho internacional también cumple la función esencial de preservar la
soberanía de los Estados, tan vivamente invocada, por ejemplo, por los nuevos Estados que
surgieron de la descolonización.15
El Derecho internacional garantiza que cada Estado pueda ejercer, bajo los límites que aquél le
impone y con independencia de otros Estados, sus poderes legislativo, ejecutivo y judicial.16 Así,
Carrillo Salcedo (1976: 78) concluye que el Derecho internacional logra una síntesis entre la
soberanía y las exigencias de la interdependencia, porque la cooperación internacional “... se hace
con independencias nacionales, pues si éstas no existiesen no habría cooperación, sino dominación”.
El Derecho internacional actúa pues, simultáneamente, como garante y límite de la soberanía de los
Estados.
Por descontado, las dos indicadas funciones abstractas del Derecho internacional, consistentes en
preservar la soberanía de los Estados e impulsar la cooperación internacional imponiendo límites a
dicha soberanía, se van concretando de distinta forma en cada momento histórico.17
Para quienes ven la soberanía de los Estados y sus respectivos ordenamientos jurídicos nacionales
como “superestructuras”, el Derecho internacional, tal como lo conocemos desde la Paz de Westfalia
y en tanto que construcción jurídica resultante del sistema de Estados soberanos, también
compartiría esa misma naturaleza. Dado que las normas internacionales se generan, principalmente,
por el mutuo consentimiento entre los Estados, el Derecho internacional podría ser descrito,
gráficamente, como una “super-superestructura”. En tanto que tal, sus contenidos y las funciones que
en cada momento desempeñe no podrán dejar de estar condicionados: de forma inmediata, por las
posiciones de los distintos Estados, teniendo en cuenta el respectivo poder efectivo los mismos; y, de
forma mediata, por los múltiples actores y factores que influyen en las instituciones de cada Estado e
inciden en las relaciones internacionales.
De acuerdo con la visión transnacionalista de autores como Nye o Keohane, en la actual sociedad
internacional interactúan entre sí múltiples y diversos actores estatales y no estatales, estableciendo
unas complejas redes de relaciones.18 No se trata, en cualquier caso, de una red con una malla
homogénea, pues cada uno de los actores tiene un “peso” distinto, una capacidad diferente para
tratar de lograr sus intereses. De acuerdo con la creciente tendencia de expertos en relaciones
internacionales a tomar términos o imágenes propias de las ciencias físicas como metáforas
explicativas del actual devenir de la sociedad internacional, como la teoría del caos o la atracción que
ejercen las hiperpotencias sobre los llamados Estados-partícula, los múltiples actores de las
relaciones internacionales pueden ser descritos como astros o imanes que se atraen entre sí, con
distinta fuerza y cuyas posiciones van variando, de forma más o menos racional o aleatoria e
imprevisible.19 Las fuerzas “gravitatorias” o “electromagnéticas” que se dan entre los distintos ᆳ
nacional y las funciones que éste desempeñará prioritariamente en cada momento histórico, pues las
instituciones y normas internacionales no dejan de ser la “resultante” de múltiples “vectores”.
De este modo, las funciones el Derecho internacional ante el “trilema” de la globalización pueden
consistir en favorecer uno o más de los elementos del “trilema”, en detrimento, en su caso, del o los
restantes. La dirección o tendencia que tome preferentemente el Derecho internacional dependerá de
las complejas relaciones de fuerzas indicada entre los distintos actores estatales y no estatales,
pudiéndose plantear las tres siguientes hipótesis.
Una primera hipótesis consiste en un Derecho internacional que, ante el trilema de la globalización,
ponga una especial atención en tratar de preservar la soberanía económica de los Estados. Esta
orientación puede verse en ciertos instrumentos internacionales, como la “Declaración de principios”
aprobada por la resolución 2.625 (XXV) de la Asamblea General de la ONU, de 24 de octubre de
1970, en cuyo texto se pone un especial énfasis en la dimensión económica de la soberanía. Así, se
precisa que: todo Estado tiene el “derecho inalienable a elegir su sistema político, económico, social
y cultural, sin injerencia en ninguna forma por parte de ningún otro Estado”; y que la igualdad
soberana comprende, entre otros elementos, el derecho de cada Estado “a elegir y a llevar adelante
libremente su sistema político, social, económico y cultural”; o, incluso al referirse al principio de
cooperación, se puntualiza que los Estados tienen el deber de cooperar entre sí “independientemente
de las diferencias en sus sistemas políticos, económicos y sociales”.
También insiste en ello la “Carta de derechos y deberes económicos de los Estados” de 1974,20
entre cuyas previsiones se contempla: la necesidad de un “robustecimiento de la independencia
económica de los países en desarrollo”; que “todo Estado tiene el derecho soberano e inalienable de
elegir su sistema económico, así como su sistema político, social y cultural, de acuerdo con la
voluntad de su pueblo, sin injerencia, coacción ni amenaza externa de ninguna clase”; que “todo
Estado tiene y ejerce libremente soberanía plena y permanente, incluso posesión, uso y disposición,
sobre toda su riqueza, recursos naturales y actividades económicas”; que “todo Estado tiene derecho
a “reglamentar y ejercer autoridad sobre las inversiones extranjeras dentro de su jurisdicción
nacional, con arreglo a sus leyes y reglamentos y de conformidad con sus objetivos y prioridades
nacionales”; que “ningún Estado deberá ser obligado a otorgar un tratamiento preferencial a la
inversión extranjera”; o que todo Estado tiene derecho a “reglamentar y supervisar las actividades de
empresas transnacionales que operen dentro de su jurisdicción nacional, y adoptar medidas para
asegurarse de que esas actividades se ajusten a sus leyes, reglamentos y disposiciones y estén de
acuerdo con sus políticas económicas y sociales”.
En todas estas previsiones sobresale como una función fundamental del Derecho internacional la de
garantizar la soberanía económica de los Estados, tanto frente a otros Estados como frente a otros
actores no estatales, como las empresas transnacionales, insistiendo en el derecho de los Estados a
“regular” las actividades económicas, lo cual no deja de ser, a su vez, un síntoma de las presiones
que los Estados reciben en la práctica.
Esta función del Derecho internacional, como instrumento promotor de la liberalización de las
transacciones económicas transfronterizas y de la apertura de los mercados, se evidencia
claramente en las previsiones del sistema multilateral de comercio, en los acuerdos de integración
económica regional o en los tratados bilaterales sobre inversiones.
No deja de ser ilustrativo que algunas obras de referencia sobre Derecho internacional económico
del ámbito anglosajón insistan particularmente en esta función del Derecho internacional, partiendo,
en principio, del estudio de los distintos tipos de barreras económicas que pueden imponer
hipotéticamente los Estados y presentando, a continuación, la normativa internacional como dirigida,
esencialmente, a ir limitando esas barreras y a facilitar los flujos transfronterizos de bienes, servicios
y capitales (aludiendo, raramente, a los movimientos de personas, fundamental en el proceso de
integración europeo, pero ausente, en gran medida, en las previsiones de otros acuerdos
económicos de vocación regional o universal).21
De acuerdo con este planteamiento, la eliminación o reducción de las barreras económicas (o, al
menos, de algunas de ellas) sería la función propia y característica del Derecho internacional
económico, soslayando o dejando en la sombra otras funciones que el Derecho internacional puede
cumplir en la regulación de las relaciones económicas internacionales. Esta aproximación, aunque no
deje de estar impregnada por una determinada ideología liberal, también deja constancia, en
cualquier caso, del importante rol que, en la práctica, han venido desempeñando numerosas
instituciones y normas internacionales como promotores de la actual globalización económica.
La cooperación internacional también puede tener como fin la consecución de otros objetivos, de
indudable impacto económico y relevantes desde el punto de vista del “trilema” de la globalización,
como son la promoción de un desarrollo social y sostenible.
El propio Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas ya alude a ello, al menos parcialmente, al
referirse a la promoción del “progreso social y a elevar el nivel de vida” y al empleo de “un
mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos”. Idea
que se concreta en el propósito del artículo 1.3 de la Carta,22 así como en las previsiones sobre
“Cooperación económica y social” contempladas en el Capítulo IX de la Carta, donde se prevé, por
ejemplo, que la Organización promoverá: “niveles de vida más elevados, trabajo permanente para
todos, y condiciones de progreso y desarrollo económico y social”.23
Especialmente significativa fue, en tal sentido, la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de las
Naciones Unidas, celebrada en Copenhague del 6 al 12 de marzo de 1995. Así, en la “Declaración
de Copenhague sobre Desarrollo Social” se reconoció la “importancia del desarrollo social y el
bienestar de la humanidad”, dándole “máxima prioridad a esos objetivos en la hora actual y en el
siglo XXI” y se constató que “las transformaciones globales de la economía mundial están
modificando profundamente los parámetros del desarrollo social en todos los países” y que el desafío
actual “consiste en encontrar la forma de controlar esos procesos y amenazas para que aumenten
sus beneficios y se atenúen sus efectos negativos sobre las personas”. Entre los principios y
objetivos enunciados en la citada Declaración, que deberán ser perseguidos en el plano nacional y
en el plano internacional figuran, por ejemplo: “orientar la economía para satisfacer más eficazmente
las necesidades humanas”, “reconocer que las políticas económicas sólidas y de base amplia
constituyen una base necesaria para lograr el desarrollo social sostenido” o “promover la distribución
equitativa de los ingresos y un mayor acceso a los recursos mediante la equidad y la igualdad de
oportunidades para todos”.
Textos como los indicados evidencian que el Derecho internacional también es concebido como una
herramienta con la que tratar de impulsar políticas sociales y de bienestar a nivel mundial. Ahora
bien, la vaguedad de los compromisos alcanzados, el hecho de que se contengan, en gran medida,
en instrumentos de soft law y que su aplicación se confíe, fundamentalmente, al plano nacional y con
un limitado papel de la cooperación internacional, pone de relieve la escasa voluntad de los Estados
en limitar su soberanía en este punto. Se está lejos, pues, de aquel “federalismo global” de contenido
social al que se refiere Rodrik y las políticas sociales, de empleo, de redistribución de rentas…
siguen siendo ámbitos donde los Estados mantienen una amplia soberanía formal, que se resiente,
en cualquier caso, de fuertes presiones externas.
Aunque el término “globalización” se haya extendido a finales del siglo XX, cada vez se comparte
más entre la doctrina que este proceso de mundialización, principalmente en materia económica y de
comunicaciones, no es algo nuevo. Aunque en las últimas décadas dicho proceso se haya acelerado
considerablemente y adquiera unos rasgos específicos, hay claros antecedentes históricos de dicho
proceso.
Algunos autores, como Wallerstein (1979), se remontan a los siglos XV y XVI, cuando desde diversos
países de Europa occidental empezaron a establecerse colonias en América y otros continentes,
empezando a fraguar, aunque de forma muy rudimentaria en sus inicios, un sistema-mundo,
entendido como una compleja red de relaciones de intercambio y dependencias económicas a escala
mundial.24
Otros analistas se fijan particularmente en el período iniciado a mediados del siglo XIX, con el
desarrollo de la Revolución Industrial, la expansión del sistema capitalista y la intensificación de la
explotación colonial. Se destaca, por ejemplo, que hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX,
las cifras alcanzadas por el comercio internacional y por las inversiones extranjeras representaban un
alto porcentaje de la riqueza mundial, llegándose a considerar dicho período como una primera gran
fase del proceso de globalización. Tras la Primera Guerra Mundial, el crash bursátil de 1929 y la
“Gran Depresión” de los años treinta se asistiría, por el contrario, a una fase de retracción de la
mundialización de la economía… que sólo se retomó, de entrada tímidamente, tras el final de la
Segunda Guerra Mundial.
De este modo, el actual proceso de globalización tiene unos claros antecedentes históricos y su
progresión no ha sido uniforme, sino que vivió un profundo “bache” a mediados del siglo XX. Ante
esta “accidentada” evolución de la mundialización de la economía interesa reflexionar sobre cómo se
ha planteado el comentado “trilema” de la globalización desde una perspectiva histórica y qué papel
ha desempeñado, en cada momento, el Derecho internacional.
A mediados del siglo XIX, los avances tecnológicos impulsados por la Primera Revolución Industrial
sentaron las bases para que las grandes potencias europeas del momento, con un particular
protagonismo del Reino Unido, impulsaran la expansión del sistema capitalista y de una explotación
colonial sin precedentes. Teniendo en cuenta teorías como las formuladas por Adam Smith y David
Ricardo, el Reino Unido quiso impulsar una progresiva liberalización de las relaciones económicas
internacionales.
En esta época, el Derecho internacional económico era muy reducido, no existían grandes acuerdos
comerciales multilaterales y apenas había organizaciones internacionales. Además, las que se iban
creando se dedicaban a aspectos muy específicos y de carácter eminentemente técnico, como la
Unión Internacional de Telégrafos o la Unión Postal Universal.
Dejando al margen los territorios coloniales, los Estados que integraban aquella sociedad
internacional oligocrática mantenían pues, sobre el papel, una amplia soberanía. Ahora bien, entre
las burguesas clases dirigentes europeas predominaba claramente una ideología liberal, condensada
en la máxima laissez faire, laissez passer, que tendía a limitar notablemente el papel del Estado en la
economía, confinándolo a un papel de Estado gendarme, particularmente destinado a proteger la
propiedad privada.
Las políticas sociales son muy escasas en este período, aunque empiezan a ponerse en práctica
algunos primeros ejemplos de “Estado del bienestar”, como el que impulsó Otto von Bismark en la
Alemania unificada, no ajeno a su estrategia para contentar y desmovilizar al proletariado.
En esta época, el Derecho internacional fue muy escasamente sensible a temas sociales y son
iniciativas de carácter no gubernamental y transnacional, como la publicación del Manifiesto del
Partido Comunista de Marx y Engels en 1848 (donde ya se apunta que la gran industria tiende a
crear un “mercado mundial” y a la progresiva “concentración de los capitales”25 ) y la fundación de la
Primera Internacional, el 28 de septiembre de 1864, quienes inciden en esa agenda social.
La críticas que Marx y Engels hicieron a los gobiernos de la época, afirmando que aquel poder
público venía a ser, pura y simplemente, el “consejo de administración que rige los intereses
colectivos de la clase burguesa”,26 son sintomáticas de las funciones que dichos gobiernos tendieron
a asignar al Derecho internacional decimonónico, que no dejó de ser una herramienta útil para
promover la expansión del comercio internacional y la promoción y protección de las inversiones
extranjeras. Basten algunos ejemplos ilustrativos.
En 1860, el Reino Unido celebró un acuerdo comercial bilateral con la otra gran potencia económica
del momento, Francia, conocido como acuerdo Cobden-Chevalier. Siguiendo este modelo, se
multiplicaron los acuerdos comerciales bilaterales, que incluyeron, en muchas ocasiones, la cláusula
de la nación más favorecida, que propició una notable apertura de los mercados.
Tras la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, se asistió a un nuevo panorama internacional.
Con el conflicto estallaron las tensiones entre las grandes potencias europeas del momento, que
desde la crisis económica de 1873 ya habían retomado en algunos casos políticas de
neomercantilismo proteccionista (como durante la serie de “guerras de aranceles” que se dieron
entre 1880 y 1895) y que rivalizaban entre sí para mantener o expandir sus respectivas áreas de
influencia y acceder a recursos naturales. La Revolución de octubre de 1917 dejaba patente que
alternativas propuestas al sistema capitalista y liberal podían ser llevadas a la práctica. La crisis
social y política en los países contendientes fue profunda y crecieron las demandas de una mayor
democracia e igualación social.29 El esfuerzo bélico también impulsó una mayor intervención de los
Estados en la economía, los sindicatos y algunos partidos de origen obrero, como los laboristas
británicos, ganaron fuerza, cuestionando la anterior hegemonía de los partidos burgueses.
Desde el punto de vista del Derecho internacional, es muy significativo que en el propio Tratado de
Versalles no sólo se decidiera la creación de la Sociedad de Naciones, sino de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), centrada en temas socio-laborales. Sin perjuicio de los limitados
poderes conferidos a dicha organización, cumple destacar su composición no exclusivamente
interestatal, con el que se daba un notable protagonismo a actores no estatales en una organización
internacional, avanzándose a las actuales reivindicaciones de las organizaciones no
gubernamentales de superar el mero estatuto consultivo que se les suele conceder.
El crash bursátil de 1929 y la sucesiva “Gran Depresión” de los años treinta llevarían a una drástica
intensificación del proteccionismo, que se concretó principalmente en la imposición de altos
aranceles, como el elevadísimo arancel Smoot-Hawley establecido por los Estados Unidos en 1930,
estrictas restricciones cuantitativas, controles de cambios y devaluaciones competitivas.30 Se entró,
así, en una espiral de proteccionismo que contribuyó a una fase de notable contracción del comercio
internacional y de las inversiones extranjeras.
Los esfuerzos de la Sociedad de Naciones para tratar de afrontar la situación y tratar de impulsar una
mayor cooperación económica entre los Estados fueron vanos, tal como se evidenció en el rotundo
fracaso de la Conferencia Económica Internacional celebrada en Londres en 1933. Los Estados
Unidos, que bajo la presidencia de Roosevelt comenzaban a aplicar el programa económico del New
Deal, optaron por el aislacionismo, haciendo primar su soberanía y la implantación de políticas
sociales y de lucha contra el desempleo. El Reino Unido rompió su larga tradición librecambista y
trató de defenderse con una política de preferencias imperiales y en la Alemania nazi se impuso la
autarquía. Bajo la lógica del “sálvese quien pueda”, se asistió a un buen ejemplo de lo que la doctrina
ha calificado como un peligroso “capitalismo de bloques”.31 Según el planteamiento del “trilema” de
la globalización, el período de entreguerras se caracteriza, pues, por una retracción de la
mundialización de la economía, un marcado nacionalismo económico, el impulso de ciertas políticas
sociales (algunas de ellas llevadas a cabo por gobiernos totalitarios) y un notable “arrinconamiento”
del Derecho internacional en temas económicos.
Tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, se asiste a un nuevo contexto internacional, con un
mundo bipolar, dividido entre economías planificadas y economías de mercado. En estas últimas,
dada la experiencia de la “Gran Depresión”, la necesidad de recuperarse del conflicto y las
reivindicaciones sociales, se tenderá, aunque con distintos enfoques, a reconocer un notable peso
del Estado en la economía, emergiendo lo que se denominó “economía mixta”.
La obra del economista británico Keynes (1936), defendiendo una intensa intervención del Estado en
la economía, y la expansión, particularmente en Europa occidental, de los idearios de la
socialdemocracia y la democracia cristiana, permitieron desarrollar una nueva versión del
capitalismo, en el que el Estado controla en buena medida la demanda efectiva a través del manejo
de un creciente gasto público y la implementación de medidas fiscales. También se asistió, en
destacados países de Occidente, a la nacionalización de numerosas industrias básicas, a la creación
de organismos planificadores, al control de precios y salarios y a un decisivo impulso del “Estado de
bienestar”.32
Ahora bien, ¿qué papel jugó el Derecho internacional en estos primeros años de la postguerra?
Cumple reconocer que la implantación en numerosos países occidentales de políticas keynesianas o
intervencionistas se debió, en gran medida, a las propias dinámicas internas de dichos países y no
tanto a instrumentos de carácter internacional.
El diseño del orden económico internacional en los primeros años de la post-guerra entre los países
con economía de mercado, liderados claramente por los Estados Unidos, fue fragmentario y
accidentado. Si bien no se llegó a impulsar un modelo keynesiano o intervencionista a nivel
internacional, tampoco fue tan vigoroso, en un principio, el relanzamiento del librecambismo, que
interesaba, particularmente, a la entonces muy destacada economía estadounidense.
Pero, como es notorio, la Carta de La Habana nunca llegó a entrar en vigor. Los Estados Unidos se
negaron a ratificarla y le retiraron su decisivo apoyo, considerando excesivamente intervencionista el
modelo contemplado en la misma. Como sucedáneo muy parcial de la misma, se contó con el
Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de 1947, instrumento mucho más
limitado y que sólo recogía las previsiones de uno de los capítulos de la Carta de La Habana, las
relativas a las políticas comerciales, tratando de impedir el retorno a “guerras comerciales” como las
vividas en los años treinta y de promover, en adelante, una progresiva y multilateral liberalización del
comercio de mercancías, dejando aparcados el resto de temas sociales o de mayor interés para los
países en desarrollo.
Asimismo, en 1965 y bajo los auspicios del Banco Mundial, se establecía el Centro Internacional para
el Arreglo de Diferencias sobre Inversiones (CIADI), que se ha confirmado, con el pasar de los años,
como un instrumento de gran relevancia para la protección del inversor extranjero.
En fin, la profunda revisión del diseño inicial del Fondo Monetario Internacional (FMI) entre 1971 y
1975, con el fin de la convertibilidad del dólar en oro y el paso de un régimen de tipos de cambio
semi-fijos a uno de cambios flotantes, acabaría siendo decisiva en la configuración del vigente orden
económico internacional. Nótese que, con esta reforma del FMI, el Derecho internacional tendía a
“flexibilizarse” en materia monetaria, pues los Estados recuperaban una mayor soberanía formal en
cuestiones monetarias, pero a la vez éstos acabarían quedando más expuestos a los vaivenes de los
movimientos internacionales de capital, viendo limitada, por vía de facto, su soberanía monetaria.
De este modo, el paulatino fortalecimiento del GATT de 1947 y la revisión y flexibilización del FMI
marcan dos tendencias aparentemente opuestas,35 pero coincidentes en sus efectos. Ambas
contribuyeron al progresivo afianzamiento del liberalismo económico y a conferir un mayor poder a
los mercados.
Desde el punto de vista del Derecho internacional, interesa reseñar el eco que los planteamientos
“estructuralistas” tuvieron en ciertas instancias internacionales y, particularmente, en la ONU. Así, la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) centró sus recomendaciones en
superar el tradicional carácter periférico de tales países, volcados a la exportación de productos
básicos a los países centrales, promoviendo su industrialización, la sustitución de importaciones y
una primera generación de acuerdos comerciales regionales.36 La UNCTAD, creada en 1964, trató
de retomar algunos de los temas contemplados en la fallida Carta de La Habana (como el comercio
internacional de los productos básicos o las prácticas restrictivas de la competencia) e incorporó
otros nuevos (como la transferencia de tecnología). La Asamblea General promovió nuevas
estrategias para el desarrollo y, durante los años setenta, llegó a formular la ambiciosa propuesta de
un “Nuevo Orden Económico Internacional” (NOEI). En las correspondientes resoluciones aprobadas
en 1974, se afirma la necesidad de fundar un nuevo orden basado en la equidad, la igualdad
soberana, la interdependencia… y que corrija las desigualdades y rectifique las injusticias,
permitiendo la eliminación de la creciente brecha entre el Norte y el Sur.
De implantarse el NOEI, se estaría también, en muchos ámbitos, ante un Derecho internacional más
fuerte, en el que los países en desarrollo podrían hacer valer en mayor medida su mayoría numérica
(y demográfica) en la elaboración de las normas internacionales económicas.38
Sin embargo, el carácter de soft-law de los principales instrumentos con los que se quiso implantar el
NOEI, la posición contraria o abstencionista de la mayoría de países desarrollados y la evolución del
contexto político y económico en los años ochenta acabarían arrinconando la reivindicación de un
NOEI. Desde el punto de vista del Derecho internacional, es encomiable, en cualquier caso, el
esfuerzo realizado en aquel entonces para desentrañar las causas “estructurales” del subdesarrollo y
proponer todo un amplio “arsenal” de medidas jurídicas para tratar de revisar la situación.
La llamada crisis del petróleo iniciada en 1973 y agudizada en 1979 marcará notablemente el inicio
de la década de los años ochenta, caracterizado por la estanflación y la percepción de un
agotamiento del modelo económico keynesiano, censurado por una pujante doctrina neoliberal,
encabezada por Milton Friedman, reconocido exponente de la Escuela de Chicago y muy crítico con
el tamaño adquirido por el sector público en los países occidentales, censurando la distorsión que la
intervención estatal introduce en el funcionamiento de los mercados.
La llegada al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher llevaría a la aplicación práctica de estas
nuevas políticas liberales. Las restrictivas políticas monetarias impuestas por las dos indicadas
administraciones, presentadas como necesarias para controlar la inflación y lograr la estabilización
de sus economías, tendría graves repercusiones para los países en desarrollo más endeudados.
Muchos de ellos habían suscrito sus créditos con intereses referenciados en el Lonᆳdon Interbank
Offered Rate (LIBOR), que se disparó a principios de los años ochenta, incrementando enormemente
el servicio de la deuda a abonar y los flujos de capitales del Sur hacia el Norte.39 Los países
endeudados, empezando por México en 1982, se encontraron incapaces de servir sus deudas. Ante
esta crítica situación, que podría calificarse de “shock” según la reciente monografía de Klein (2007)
donde se examinan los “desastres” que han permitido avances del liberalismo económico, cobraron
un renovado protagonismo las instituciones de Bretton Woods y, particularmente, el FMI, que
condicionó la concesión de préstamos al cumplimiento de estrictos planes de ajuste estructural, con
políticas de estabilización y austeridad.
La caída del muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991 señalaron el fin de
un modelo de economía planificada que se había presentado como alternativo al capitalismo, dando
un nuevo empuje a los partidarios del neoliberalismo, que, como apuntó Fukuyama (1992) al
anunciar el “fin de la historia”, se enseñorea de las políticas nacionales y de buena parte de la
agenda internacional durante la década de los noventa.
Un hito muy destacable fue la conclusión de la Ronda Uruguay del GATT en 1994, que lleva a la
creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y a un notable fortalecimiento del sistema
multilateral de comercio, que condiciona cada vez más las regulaciones domésticas (sobre
obstáculos técnicos al comercio, medidas sanitarias y fitosanitarias, insumos nacionales,
subvenciones…), “normalizó” el sector textil con un período transitorio de 10 años, empieza a reducir,
aunque con limitaciones, el tradicional proteccionismo en el sector agrícola, se expande al comercio
de servicios, fortalece la protección de la propiedad intelectual, tendente a garantizar la apropiación
privada de los rendimientos de los avances tecnológicos, y se dota de un efectivo sistema de
solución de diferencias, que incluye la posibilidad de autorizar al Estado vencedor la aplicación de
una suerte de “contramedidas” comerciales contra el país demandado que se resista al cumplimiento.
Los avances del sistema multilateral de comercio han sido tan considerables que algunos autores
llegan a hablar de una “revolución” en dicho sector y enfatizan la necesidad de seguir reconociendo a
los Estados un “derecho a regular”40, atributo inherente, obviamente, a la soberanía, pero que los
Estados llegaron a sentir la necesidad de explicitar en el tenor del Acuerdo General sobre Comercio
de Servicios (AGCS).41
Asimismo, durante los años noventa se asiste a un relanzamiento de los procesos de integración
económica regional, en los que, a menor escala, también se plantea internamente algo parecido al
“trilema” de la globalización (en este caso, podría hablarse del “trilema” de la integración), al
interactuar también tres elementos: una mayor o menor apertura de las economías nacionales, que
comprenda una liberalización del comercio de mercancías y de los diversos factores de producción o
sólo de algunos de ellos; la soberanía de los Estados, que pueden estar más o menos dispuestos a
aceptar limitaciones de la misma o incluso a ceder el ejercicio de sus competencias soberanas a las
instituciones regionales; y las consecuencias sociales de la integración económica y sus
repercusiones en las políticas socio-laborales de los Estados.
Otra iniciativa, como el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (ALCAN-NAFTA) fundado
en 1994, se centra en la liberalización del comercio de mercancías y servicios, en la liberalización y
protección de las inversiones extranjeras, tema clave para los Estados Unidos al negociar con
México, descarta la libre circulación de trabajadores, incluye ciertas previsiones sociales y
ambientales, pero carece de una efectiva política de cohesión.43
Entre los países de América Latina también se relanzan ciertos procesos de integración regional,
como el Pacto Andino, que pasa a denominarse Comunidad Andina de Naciones (CAN) o se ponen
en marcha nuevas iniciativas, como el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) en 1991, que
entonces se presentaron en la línea, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), de un
regionalismo abierto o “nuevo regionalismo”.44
Otros numerosos acuerdos comerciales regionales celebrados desde los años noventa se acaban
concretando, mayoritariamente, en zonas de libre comercio, incluyendo también temas relativos a
inversiones o propiedad intelectual y prestando escasa atención a la circulación de personas o a
aspectos sociales.45
También se produjo en los años noventa un espectacular crecimiento de las inversiones extranjeras,
tanto directas como en cartera. Ello coincidió en el tiempo con la celebración de numerosos acuerdos
bilaterales para la promoción y protección recíproca de inversiones, generalmente suscritos por
países desarrollados con países en desarrollo, que competirán entre sí, en una especie de “subasta”
o “concurso de belleza”.46 Para tratar de atraer al capital extranjero, los países en desarrollo
asumieron en estos tratados grandes limitaciones a su soberanía y confirieron un trato preferencial e
incentivos al inversor extranjero, en un sentido diametralmente opuesto a las previsiones del NOEI y
retomando en algunos casos, como en materia de nacionalizaciones o expropiaciones, garantías
semejantes a las Derecho internacional clásico, ahora fortalecidas por un amplio recurso al efectivo
mecanismo arbitral del CIADI.47 Es más, en estos acuerdos se introdujo la noción de expropiación
“indirecta”, que se produce cuando el Estado receptor de la expropiación no se apropia del bien sino
que se limita a adoptar medidas legislativas o administrativas que hacen disminuir las expectativas
de ganancia del inversor extranjero, condicionando con ello las políticas internas de los Estados.48
Las instituciones financieras internacionales también tendrán un papel clave en el auge del
neoliberalismo, contándose entre los principales promotores del llamado “Consenso de Washington”,
término acuñado por John Williamson para referirse al “recetario” de políticas económicas compartido
en ese momento por el complejo político-económico-intelectual con sede en la capital
estadounidense, incluyendo el FMI, el Banco Mundial, la Reserva Federal de los Estados Unidos,
altos cargos de la Administración y diversos institutos de expertos (think tanks) económicos. Dicho
“recetario”, que fue pensado inicialmente para los países de América Latina pero tendió a
generalizarse, incluyó medidas destinadas a: mantener una estricta disciplina fiscal, reordenar las
prioridades del gasto público, reformar los sistemas impositivos, liberalizar las tasas de interés,
mantener una tasa de cambio competitiva, liberalizar el comercio y la entrada de inversiones
extranjeras directas, privatización, desregulación y protección de los derechos de propiedad.
Pese a no contar con un instrumento internacional que lo contemplase como tal, el “Consenso de
Washington” pudo irse implantando por vías diversas, incluyendo algunas vinculadas al Derecho
internacional, como las condiciones impuestas por el FMI o el Banco Mundial en sus préstamos,
diversas resoluciones y recomendaciones de la OCDE o ciertos instrumentos de soft-law o
“informales” pero de gran efectividad práctica, al responder a los intereses del capital transnacional.
Un buen ejemplo de instrumento “informal” es el llamado proyecto “Doing Business”, que sigue
impulsando hoy el Banco Mundial y que da un ranking de casi todos los países del mundo en función
de las facilidades y ventajas que confieren a los inversores, situando en las primeras posiciones a
aquellos países que, por ejemplo, impongan menores impuestos a las ganancias empresariales,
flexibilicen más su mercado laboral o procedan a privatizaciones, publicitando y celebrando los
cambios legislativos que vayan en tal sentido.49
No deja de ser llamativo que el proyecto “Doing Business” no se refiera a otros aspectos, como la
calidad de las infraestructuras de un país o la preparación de su “capital humano”, que también son
importantes para elegir el destino de ciertas inversiones y que dependen, en buena medida, de unas
adecuadas políticas públicas. De hecho, en los países más desarrollados de la OCDE se ha
observado un notable mantenimiento del gasto público, que ahora tiende a sufragarse en mayor
medida a través de impuestos indirectos y de los impuestos directos sobre las rentas de las personas
físicas (dada la reducción generalizada de la imposición a los beneficios del capital) y se reorienta su
destino hacia actividades “productivas” para el capital, como infraestructuras o la promoción de la I+D
o para una mejor “aceptación social” de la globalización.50
Se concluye, con todo ello, que algunas de las políticas económicas y sociales que están en el
corazón del Estado del bienestar, como las políticas fiscales o laborales, se han resentido
notablemente del actual proceso globalizador. Ciertamente, aunque los Estados mantengan en estos
ámbitos una amplia soberanía formal, la interacción entre las presiones del capital transnacional, del
pensamiento político y económico dominante y la contribución de ciertos instrumentos
internacionales, más o menos formalizados, acaban llevando a una notable “coordinación” o
“convergencia” de tales políticas de iure o más frecuentemente de facto, al servicio de la “estructura”
del sistema capitalista y de su lógica de acumulación.
Sin embargo, este crecimiento económico también ha venido acompañado de una acentuación de las
desigualdades, de desequilibrios sociales y ambientales. Como reacción a los mismos, la ONU
impulsó en los años noventa una ambiciosa agenda de conferencias internacionales, para tratar de
abordar los principales problemas o retos planteados a la sociedad internacional contemporánea.
Baste referirse, como ejemplos, a la Conferencia de Río de Janeiro de 1992 sobre medio ambiente y
desarrollo, donde se incorporó al Derecho internacional la noción de “desarrollo sostenible”, la
Conferencia de Viena de 1993 sobre derechos humanos o la ya citada Conferencia de Copenhague
de 1995 sobre desarrollo social, que han sido objeto de ulteriores conferencias de seguimiento.
Estas iniciativas no impidieron, en cualquier caso, que durante los años noventa la “economía de
mercado” se consolide como uno de los grandes valores del Derecho internacional contemporáneo,
que ha operado en conjunto, poniendo todo en la balanza, como un “facilitador de la liberalización”.52
3. El cambiante e incierto contexto del “trilema” en la actualidad y los retos del Derecho
internacional
ᆳrio internacional, que suscita dudas acerca de cuál podrá ser la evolución del sistema económico
internacional y las funciones a desempeñar, prioritariamente, por el Derecho internacional en los
años venideros.
Los procesos de liberalización y apertura de las economías, aunque bien consolidados, parecen
haber perdido ímpetu en los últimos años, tal como se ha evidenciado: al haberse descartado la
propuesta de alcanzar un acuerdo multilateral en materia de inversiones, promovida inicialmente por
la OCDE y después retomada sin éxito por la OMC; al no cuajar la iniciativa ᆳteradamente las
negociaciones de la Unión Europea con el MERCOSUR o con la CAN; o en las dificultades por las
que ha pasado la Ronda de Doha de la OMC, iniciada con una ambiciosa agenda en noviembre de
2001, cuando todavía estaban muy recientes los atentados del 11-S y se sentía la necesidad de
renovar la confianza en el sistema multilateral de comercio, pero que sucesivamente se ha visto
recortada y bloqueada.
Esta Ronda ha puesto de relieve, especialmente tras la Conferencia Ministerial de Cancún de 2003,
el nuevo rol de las economías emergentes, como Brasil, la India y China, que han articulado el
llamado G-20 como contrapeso a las tradicionales potencias hegemónicas. La negativa de los
Estados Unidos y de la Unión Europea a atender las pretensiones de liberalización del comercio
agrícola requeridas por algunas economías emergentes, la resistencia de los países en desarrollo a
facilitar más el acceso a sus mercados de productos manufacturados, apostando por seguir
manteniendo unos elevados aranceles para la protección de sus industrias o las escasas ofertas
presentadas para ampliar los compromisos en materia de servicios son síntomas de que la
liberalización del comercio internacional se ha aproximado, hoy por hoy, a su techo.
Como preludio de la actual crisis financiera mundial, a la que se hará referencia más adelante, a
finales de los noventa y en los primeros años 2000 ya se asistió a crisis financieras graves, aunque
centradas en economías periféricas, como la que afectó al sudeste asiático en 1997 o la de Argentina
en 2001-2002, que pusieron de manifiesto la volatilidad de las entradas de capitales especulativos,
que al amparo de la liberalización de las inversiones extranjeras y de las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación, van cambiando de destino como si de un “casino mundial” se
tratase.54
Algunos de los países afectados por tales crisis fueron, en su momento, “alumnos aventajados” del
comentado “Consenso de Washington”. Este “recetario” quedó pues notablemente desacreditado,
por su fundamentalismo en el libre mercado, rigidez y falta de adaptación a las circunstancias
particulares de cada país, que fue denunciado, entre otros, por Stiglitz (2002).
En un cierto retorno a planteamientos neokeynesianos, entre la doctrina se han revalorizado las
políticas económicas “nacionales”, más ajustadas a los intereses y necesidades de cada concreto
entorno.55 Las propias instituciones de Bretton Woods han tendido a reorientar parcialmente sus
estrategias, poniendo un especial énfasis en factores “internos” de gran importancia para el
desarrollo, como la buena gobernanza y la lucha contra la corrupción.56
Los primeros años del 2000 también se han caracterizado por un elevado crecimiento de las grandes
economías emergentes, especialmente de China e India. El caso chino es especialmente
significativo, pues en el mundo esencialmente agrario y artesanal del siglo XVIII y primera mitad del
XIX, era el país con el mayor producto interior bruto, pero al no subirse al tren de las primeras
revoluciones industriales, en parte por los devastadores efectos de las llamadas “Guerras del Opio”
orquestadas por las potencias europeas,57 empezó a perder peso en la economía mundial. Su
crecimiento sostenido en los últimos años le ha permitido escalar rápidamente posiciones,
destacando particularmente en la producción y exportación de bienes manufacturados. Dichas
exportaciones se han visto facilitadas desde su ingreso en la OMC en el año 2001, evidenciando una
reorientación de la división internacional del trabajo, que tiende a hacer de China una “fábrica” del
mundo y a confirmar la ruptura de la tradicional lógica entre un Norte industrializado y un Sur
exportador de productos básicos. Cumple reconocer que buena parte de las exportaciones chinas
corresponden a empresas transnacionales allí establecidas, beneficiando, en primera instancia, al
capital transnacional, que saca provecho de los bajos salarios y las laxas condiciones laborales y
ambientales chinas. Pero el capital autóctono chino también se está desarrollando enormemente y la
férrea autoridad y estrategia “nacional” que mantienen los gobernantes chinos parece asegurar a
China un “retorno” a la “centralidad” en el sistema económico mundial, con las implicaciones
“geoestratégicas” y de “reparto” del poder que ello implica.58
El crecimiento de China e India, debido al gran peso demográfico de ambos países, es invocado por
los defensores de una mayor globalización como ejemplos de que la liberalización de los flujos
económicos internacionales acaba siendo el principal motor para el desarrollo y la erradicación de la
pobreza, tratando de desmentir aquellas tesis estructuralistas según las cuales los países más ricos
perpetuarían su dominación impidiendo un mayor desarrollo de los países del Tercer Mundo.59
Ahora bien, hay que tener en cuenta que el crecimiento de China e India se está dando en dos
países que, aunque ahora se benefician de la globalización y la apertura de los mercados, tienen una
larga tradición de proteccionismo e intervención del Estado en la economía. Ello es evidente en un
país con tantas décadas de “economía planificada” a sus espaldas como China, pero en el caso de
India también destaca, por ejemplo, el elevado nivel de aranceles medios que sigue imponiendo a la
importación de productos manufacturados, que ronda el 30%.60 Así pues, no ha sido precisamente
la aplicación del “recetario” neoliberal del “Consenso de Washington” el que ha promovido el
desarrollo de estas economías emergentes, sino una combinación más “mercantilista” y “utilitarista”
de intervención y apertura.
Asimismo, el crecimiento de estas grandes economías emergentes tiene complejos efectos sociales,
pues aunque ha sacado a muchos millones de personas de la pobreza, también ha acentuando las
desigualdades sociales en dichos países, beneficiando especialmente a una minoría (aunque
numéricamente, por la cuantiosa población de esos países, sea elevada en cifras absolutas). Esta
polarización de la riqueza, tanto en los países desarrollados como en las economías emergentes y la
transnacionalización de la producción llevan a algunos analistas a plantear que la tradicional lógica
de “países” va quedando ensombrecida por una lógica de “clases”, en la que el capital transnacional
(tanto originario de las viejas potencias como de las economías emergentes) tiende a converger en
sus intereses, a fundirse, tal como ejemplifica el Foro Económico Mundial (FEM) celebrado
anualmente en Davos, en detrimento de amplias y atomizadas capas de la población, tanto de los
países en desarrollo como de los países desarrollados, que ven recortadas sus prestaciones sociales
y se ven forzadas a competir duramente por un puesto de trabajo, muchas veces escasamente
remunerado e inestable.61
Ese rápido aumento de los precios de productos agrícolas también ha estado vinculado al
encarecimiento de los fertilizantes, los combustibles y a la paralela promoción de la fabricación de
biocombustibles, que si bien puede contribuir, a la larga, a una rebaja del precio del petróleo, también
implica destinar parte de la producción agrícola (especialmente del maíz en los Estados Unidos o de
la caña de azúcar en Brasil) a la producción de combustibles menos contaminantes, con los que se
facilita la reducción de emisiones de dióxido de carbono y se reduce la dependencia de los
combustibles fósiles.62
El aumento de los precios de los productos básicos puede ser, en principio, positivo para los países
exportadores de petróleo y para aquellos países en desarrollo más ricos en recursos naturales y con
mayor potencial de exportación de productos agrícolas, como Brasil o Argentina. En efecto, la
liquidez de los países en desarrollo mejoró notablemente en los últimos años, gracias al aumento del
valor de sus exportaciones y a la llegada de nuevas inversiones extranjeras, como las que está
llevando a cabo China en América Latina y África, con las que trata de asegurarse el suministro de
las cuantiosas materias primas que su economía requiere.63
El aumento de los precios de los productos básicos experimentado hasta finales del 2008, cuando los
precios han tendido de nuevo a la baja al contraerse bruscamente la demanda en los países más
desarrollados, invitaba a reflexionar sobre si se estaría rompiendo la tendencia al empeoramiento de
los términos de intercambio del Sur con el Norte que denunciaron, como se ha apuntado, los
estructuralistas desde los años sesenta y setenta. En aquellos años, el crecimiento se concentraba
en gran medida en los países de la OCDE, que cuentan, relativamente, con escasa población y un
reducido crecimiento vegetativo y cuya demanda de alimentos podía ser bien garantizada gracias a
unas “exitosas” políticas de intervencionismo y proteccionismo agrícola, como la Política Agrícola
Común (PAC) impulsada en las Comunidades Europeas, destinando los aumentos de sus rentas al
consumo de otros bienes y servicios.
En cambio, el actual crecimiento de las grandes economías emergentes, con mucha mayor población
y expectativas de incremento demográfico y todavía con unas rentas personales medias muy bajas,
lleva a que los aumentos de esas rentas, aunque sean reducidos para gran parte de la población, se
dirijan a una mayor demanda de alimentos. La revalorización de los productos básicos durante los
años 2007 y buena parte del 2008 llevó incluso a que la Unión Europea rebajase transitoriamente sus
aranceles a productos agrícolas, a fin de propiciar un aumento de las importaciones, que
incrementase la oferta y permitiese contener la inflación.
El hipotético repunte de los precios de los productos básicos, que se dará cuando se vaya superando
la reciente contracción de la demanda, también ofrece nuevas posibilidades de desarrollo para los
países productores y exportadores de los mismos, aunque interesaría que ello no acarreara, de
nuevo, una focalización de sus economías en ser suministradores de materias primas y productos
con un escaso valor agregado. Además, también hay que tener en cuenta que grandes empresas
multinacionales también controlan parte de la producción agrícola mundial y su distribución, de modo
que el capital transnacional también se ha contado entre los primeros beneficiarios de esa escalada
de precios.
Las dinámicas del libre mercado se han concretado, en los dos últimos años, en la simultánea
concurrencia de tres graves crisis a escala mundial: una crisis alimentaria, una crisis energética y una
crisis financiera que, habiéndose iniciado en agosto de 2007 con el incremento de la morosidad
vinculada a las llamadas hipotecas subprime en los Estados Unidos y el pinchazo de la burbuja
inmobiliaria en dicho país, se ha agravado y difundido desde septiembre de 2008, sumiendo a buena
parte de los países más desarrollados en una recesión cuyo alcance y repercusiones todavía están
por ver.
Con respecto a la crisis alimentaria, el aumento de los precios de los productos básicos y, en
particular, de los productos agrícolas que ha tenido lugar hasta fechas recientes tuvo nefastas
consecuencias. Algunos países, temiendo problemas de suministro interno, impusieron restricciones
cuantitativas a las exportaciones de los mismos, reduciendo más la potencial oferta mundial. El
capital transnacional aprovechó la circunstancia y especuló en los mercados de futuros, como el de
Chicago. El encarecimiento de los productos agrícolas acabó perjudicando especialmente a los
países menos adelantados y a las capas de población más desfavorecidas de los países en
desarrollo y desarrollados, que dedican buena parte de su renta al consumo de alimentos. La
comunidad internacional ha respondido básicamente con medidas de asistencia puntuales y
modestas, más propias de un reducido “Estado de la beneficencia” que de un hipotético “Estado del
bienestar” mundial.64 Esta crisis alimentaria ha puesto de relieve cuán conveniente sería contar, tal
como se propuso en la Carta de La Habana o trató de lograr la UNCTAD, con unos acuerdos
internacionales sobre productos básicos que realmente funcionen, que cuenten con una financiación
suficiente para asegurar los suministros a unos precios estables y remuneratorios, que no sufran los
vaivenes de la azarosa ley de la oferta y la demanda o la especulación del capital transnacional.
La crisis energética se agudizó especialmente durante la primavera y el verano de 2008, cuando los
precios del petróleo experimentaron una espectacular escalada, confirmando que el crecimiento
económico sigue teniendo sus límites materiales y todavía depende de la disponibilidad de ciertos
recursos naturales. Así, el acceso a los hidrocarburos se ha vuelto a confirmar como una cuestión
clave en la geoestrategia de las grandes potencias, volviendo a ganar protagonismo Rusia y el
control de Oriente Medio, el Cáucaso y el Asia Central. Desde septiembre de 2008, la crisis
económica mundial ha determinado un rápido descenso de los precios del crudo, que parecen
moverse como en una especie de “montaña rusa”, pero la acción coordinada de la OPEP o nuevos
acontecimientos, como el conflicto en Gaza o la disputa entre Rusia y Ucrania por el suministro de
gas, pueden llevar a nuevas alzas.
La actual crisis financiera, a diferencia de otras anteriores que afectaban esencialmente a economías
periféricas, se ha generado en el propio centro del sistema y se la considera como la más grave
desde la vivida con el crash de 1929. La crisis ha tenido su origen en los Estados Unidos, desde
donde se ha propagado rápidamente al resto del mundo dada la gran integración de los mercados
financieros. Es común ver sus causas en unas malas prácticas llevadas a cabo durante el período de
fuerte crecimiento económico que, con carácter general, se vivió desde el año 2002, propiciado por:
una gran rebaja de los tipos de interés, que causó, durante años, un exceso de liquidez; la búsqueda
de altos rendimientos sin una valoración adecuada de los riesgos, como el de las llamadas hipotecas
subprime de muy dudoso cobro; una sobrevaloración especulativa de los inmuebles y otros activos; y
un inadecuado funcionamiento de los mecanismos de control, evidenciándose que “los responsables
políticos, los reguladores y los supervisores de algunos países avanzados no evaluaron ni abordaron
de forma adecuada los riesgos que se estaban acumulando en los mercados financieros”.65
Las respuestas políticas a la crisis, de entrada adoptadas unilateralmente y que, con posterioridad,
han tendido a coordinarse, han pasado por: tratar de devolver la confianza en los mercados
financieros, aprobando cuantiosos planes de rescate para recapitalizar el sistema bancario y
asegurar los depósitos y préstamos interbancarios, lo cual no ha dejado de ser una ejemplificación de
la actual tendencia a privatizar los beneficios y socializar las pérdidas, aunque, en destacados casos,
se haya procedido a una parcial renacionalización de la banca; reinyectar liquidez al sistema
financiero, bajando, en algunos casos drásticamente, los tipos de interés; y promover políticas
fiscales expansivas, retomando típicas recetas anticíclicas keynesianas, cuyos planteamientos
vuelven a estar en boga con autores como Paul Krugman, premiado con el Nobel de economía en
octubre de 2008, y que el nuevo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, puede
acentuar.66
Ante los múltiples problemas y retos que se plantean en la actualidad ligados a la globalización
económica, no es extraño que la llamada sociedad civil plantee sus críticas al vigente modelo de
globalización, tal como quedó patente en la Conferencia Ministerial de la OMC celebrada en Seattle
en 1999, donde se visibilizó la irrupción a escala mundial de los movimientos “antiglobalización” o
“alterglobalización”.
Desde el año 2001, estos movimientos se han articulado parcialmente alrededor del Foro Social
Mundial (FSM). Con referentes intelectuales como Noam Chomsky, Susan George, Ignacio Ramonet
o Alain Touraine, los movimientos por una globalización alternativa plantean propuestas concretas de
reforma, como la conocida “Tobin Tax”, formulada en 1971 por el economista James Tobin y que
consistiría en un hipotético impuesto sobre algunas de las transacciones monetarias y financieras
internacionales,68 o la universalización de una “renta básica”, formulada, entre otros, por Van Parijs
(2006).
Ante estas demandas, el Derecho internacional y las instituciones internacionales mantienen una
cierta inercia en sus estrategias de cooperación al desarrollo. La “Declaración del Milenio”, aprobada
por la Asamblea General de las Naciones Unidas con la resolución 55/2, de 8 de septiembre de
2000, precisó la necesidad de conseguir que el actual proceso de globalización económica redunde
en beneficio de todos los países y contribuya efectivamente a la erradicación de la pobreza, fijando
una serie de objetivos de desarrollo para el año 2015 que serán difíciles de alcanzar y que
situaciones imprevistas, como la indicada “crisis alimentaria”, ponen abruptamente en jaque.
La “Declaración del Milenio” no precisaba, en cualquier caso, cómo podrían alcanzarse sus metas,
cuestión que fue abordada en la ulterior Conferencia de Monterrey sobre la Financiación para el
Desarrollo, celebrada en marzo de 2002 y que acabó con la adopción de un “Consenso” donde se
contempla un amplio abanico de propuestas para mejorar las actuales relaciones económicas
internacionales. Ahora bien, dicho “Consenso”, que acaba de ser confirmado en la Conferencia
Internacional de Seguimiento sobre la Financiación para el Desarrollo, celebrada del 29 de
noviembre al 2 de diciembre de 2008,69 se caracteriza por su notable vaguedad, por el hecho de
depender, en la práctica, de las decisiones que se tomen en otros foros (como en la OMC y su
bloqueada Ronda de Doha) y por asumir ampliamente la “estructura” del sistema, reconociendo el
papel prioritario del comercio internacional, del capital privado y de los flujos de inversiones
extranjeras en la financiación del desarrollo; un sistema que, como se ha visto, responde más a la
lógica de la acumulación de riqueza que a la de su distribución.
Habrá que ver si las concurrentes crisis que se dan actualmente, mostrando las debilidades del
sistema, el reequilibrio entre las grandes potencias tradicionales y las economías emergentes, la
revalorización, al menos en algunos países, de los planteamientos económicos de corte keynesiano y
las reivindicaciones sociales serán un acicate suficiente para promover nuevas estrategias y un
Derecho internacional que procure, cuanto menos, un capitalismo menos “salvaje” y que responda
mejor a las necesidades de amplias capas de la población.
Tal como evidencia la evolución histórica del Derecho internacional, éste, en cuanto herramienta de
regulación, puede estar al servicio de los tres elementos del llamado “trilema” de la globalización:
preservar la soberanía económica de los Estados, impulsar la cooperación internacional para la
liberalización de los flujos económicos transfronterizos e impulsar la cooperación internacional para
promover un desarrollo social y sostenible.
En la actualidad, coexisten instituciones y normas internacionales que abundan en cada uno de esos
tres “ingredientes”. Ahora bien, resulta difícil que desde el Derecho internacional se dosifiquen dichos
tres ingredientes de forma coordinada y coherente para satisfacer un hipotético interés general de la
humanidad o, por lo menos, de la mayor parte de la población.
Así, el carácter sustancialmente inorgánico del Derecho internacional (dada la ausencia, a escala
mundial, de un legislador, un ejecutivo y un poder judicial propiamente dicho), su voluntarismo y
relativismo propician que las distintas instituciones y normas internacionales se desarrollen de forma
desequilibrada y, en gran medida, aisladas unas de otras y sin tener debidamente en cuenta sus
mutuas implicaciones y eventuales contradicciones. En los últimos años, el problema de la
sectorialización o eventual “fragmentación” del Derecho internacional ha preocupado especialmente
tanto a la doctrina como a las propias Naciones Unidas, cuya Comisión de Derecho Internacional
(CDI) ha analizado el tema.70
Pese a que el artículo 1.3 de la Carta de las Naciones Unidas llama a esta organización a ser el
“centro armonizador” de los esfuerzos que los Estados y otras instancias internacionales desarrollen
para alcanzar sus propósitos, son notorias las dificultades para lograr una efectiva coordinación entre
la ONU y las instituciones de Bretton Woods o una organización de tanto peso como la OMC, que ni
siquiera ha llegado a convertirse en organismo especializado.
Baste recordar algunos ejemplos de ello: mientras que desde Naciones Unidas se promovían los
derechos económicos, sociales y culturales, las instituciones de Bretton Woods imponían unos
planes de ajuste estructural que alejaban su consecución,71 mientras que la UNCTAD ha tratado de
favorecer la transferencia de tecnología hacia los países en desarrollo, en el sistema multilateral de
comercio se alcanzaba un acuerdo sobre propiedad intelectual destinado a proteger la apropiación
privada de los beneficios de las invenciones; mientras que la Declaración Universal de los Derechos
Humanos consagra el derecho a la alimentación y se ha llegado a formular un derecho humano al
desarrollo, el azaroso funcionamiento del libre mercado promovido internacionalmente y la
insuficiencia de los acuerdos sobre productos básicos agravaban los ya lacerantes datos del hambre
en el mundo con la reciente “crisis alimentaria”.
En muchos casos, estas incoherencias no se concretan en conflictos normativos, pues no se está
ante una antinomia entre normas propiamente dicha, que teóricamente podría resolverse según
normas de conflicto como las contenidas en el artículo 30 de la Convención de Viena de 1969 sobre
el Derecho de los Tratados,72 sino que se trata de meras “interacciones” entre nor-mas que atienden
a objetivos diferentes y que pueden tener, en la práctica, efectos o impactos adversos para la eficacia
de otras normas.73
Incluso en el caso de conflictos normativos en sentido estricto, el hecho de que jurídicamente ciertas
normas, como las normas sobre los derechos humanos más básicos, hayan alcanzado el rango
jerárquico superior de normas de ius cogens es escasamente útil cuando otras normas dispositivas y
puramente convencionales acaban siendo las determinantes en la práctica.74 Es más, el propio
Derecho internacional incurre en la paradoja de que algunas de sus normas dispositivas, como las
del sistema multilateral de comercio, cuentan con mecanismos de garantía mucho más contundentes
(sujetándose a una jurisdicción obligatoria y a la posible imposición de cuantiosas sanciones
económicas) que los disponibles para asegurar la observancia de las jurídicamente supremas
normas de ius cogens.
Como se ha subrayado a lo largo de esta contribución, buena parte de las instituciones y normas del
Derecho internacional han sido claramente favorecedoras del proceso de globalización económica,
promoviendo la liberalización de los flujos transfronterizos de bienes, servicios y capitales y
extendiendo la lógica del libre mercado. Sin duda, otras instituciones y normas internacionales
también han atendido a los restantes ingredientes del “trilema” de la globalización, pero, en conjunto,
la vertiente relativa a las políticas sociales ha sido más débil y ha tenido que ir, además, a
“contracorriente” de la lógica acumulativa del capital transnacional.
El fortalecimiento de la vertiente social del Derecho internacional, con una mayor extensión y
precisión de sus contenidos y mayores garantías para tratar de asegurar su observancia, es
defendida particularmente por aquellos autores que, como Habermas (2008), retoman la idea
kantiana de un “Gobierno Mundial” y un “Derecho Cosmopolita” y tratan de concretar la comentada
opción del “federalismo global”.
Sin embargo, el “historial” del Derecho internacional no parece invitar mucho al optimismo. Como se
ha visto, en dos momentos clave hubo apuestas claras por impulsar, desde el Derecho internacional,
modelos claramente alternativos al de la globalización económica dominante: la Carta de La Habana
de 1948 y el NOEI. Ambos son testigos de la posibilidad de diseñar normas internacionales con una
perspectiva “holística” de las múltiples interacciones entre lo económico y lo social y que traten de
“transformar” la estructura básica del sistema.
Ahora bien, el sustancial fracaso de ambas iniciativas hace comprensible que entre los movimientos
por una globalización alternativa se extienda un cierto escepticismo hacia la capacidad
transformadora del Derecho internacional y se inclinen por la reivindicación social directa, en la línea
del “transnacionalismo” de los movimientos obreros del siglo XIX.
Los actuales gobiernos de diversos países en desarrollo, particularmente en América Latina, también
tienden a apostar más por una recuperación de la capacidad de diseñar políticas económicas
nacionales que por un Derecho internacional, que tantas veces ha estado principalmente al servicio
de las potencias hegemónicas, o por esa nebulosa promesa de un “federalismo global”.
La propia estrategia de cooperación al desarrollo de las Naciones Unidas privilegia hoy una
aproximación al tema desde la perspectiva de la promoción de los derechos económicos, sociales y
culturales y de la sostenibilidad ambiental, fijando los objetivos cuantificados del Milenio, pero
dejando en la indefinición o la ambigüedad el “cómo” se alcanzarán dichos objetivos y en qué medida
deberían afectar a la “estructura” del sistema.
Tampoco los países más desarrollados parecen muy dispuestos a asumir más limitaciones jurídicas
en sus políticas impositivas o de mercado de trabajo. Así, el Comité Económico y Social Europeo
(2006: 6) constataba recientemente que, incluso en un ámbito de integración tan avanzada como el
de la Unión Europea, “para una serie de Estados miembros es especialmente importante que las
políticas del mercado de trabajo y las relacionadas con la renta sigan siendo una responsabilidad
nacional”. Es más, el presupuesto de la Unión, aunque muy alto en cifras absolutas, no puede
superar el 1 % del producto interior bruto de los Estados miembros, evidenciando la reluctancia de
los Estados a desprenderse del control directo de los recursos públicos. Esta reluctancia crece a
escala mundial, con unas organizaciones internacionales infradotadas de recursos y con endémicos
problemas de financiación, que debería mejorar mucho para fortalecer el Derecho internacional y
para aproximarse a ese “federalismo global” de contenidos sociales que algunos propugnan.
Asimismo, la actual crisis económica, que afecta en gran medida a los países más avanzados, y la
creciente competencia de las economías emergentes hacen reverdecer posturas proteccionistas
entre el mundo desarrollado, temeroso especialmente de las inversiones procedentes de ciertos
fondos soberanos o empresas del “Sur” en sectores estratégicos, haciéndolo poco proclive a asumir
nuevos compromisos internacionales.
Ante las crisis que hoy se ciernen sobre el sistema y los múltiples retos que tiene planteados la
sociedad internacional actual, serán las complejas relaciones de cooperación y conflicto entre los
distintos actores internacionales las que irán rediseñando el papel de esa herramienta jurídica que es
el Derecho internacional.
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INTRODUCCIÓN.
Según Hugo Grocio la soberanía está representada por un sujeto común, (el
Estado) y el sujeto especial, (una o más personas con derecho
constitucional). El soberano es por consiguiente el propio cuerpo político
(el Estado) o el gobierno.
El término “soberanía” aparece a fines del siglo XVI, justo con el “Estado”.
Para teóricos estudiosos del tema, como Bodino, Cardín Le Bret y Charles
Loysean, la soberanía es limitada donde la ley es un mando “justo”.
Pero Hobbes y Rousseau, son defensores de la soberanía ilimitada, donde
la ley es el capricho del más fuerte, aunque son partidarios de la soberanía
absoluta, donde prevalece un mando técnico y un mando intrínsecamente
universal.
Bodino sostuvo que los cuerpos y colegios que existieren dentro del Estado,
debían sus poderes y privilegios a la voluntad del soberano.
Por tal motivo es que el Estado requiere tomar previsiones soberanas, sin
afectar el desarrollo del país y la privacidad de las empresas.
III. CONCLUSIONES.
En éste siglo XXI hemos vistos los hechos ocurridos en Libia y las
pretensiones actuales sobre Siria, Estados que además de ser fuente del
recurso energético del petróleo y pertenecer a la OPEP, a uno le fue
anulada su soberanía y al otro se le está imponiendo el mismo modelo de
intervención en busca de lograr el objetivo político y geopolítico para
controlar todo el medio oriente y así dar una demostración de poder que
sirva de ejemplo para otros países – Estados que le son incómodos al
imperio de los EE.UU.
El imperio de los Estados Unidos, la casa blanca y el pentágono, conocidos
como los halcones de la guerra en el mundo, con sus aliados lacayos de
Europa, Medio Oriente y África, está aplicando descaradamente el
empoderamiento de la soberanía de los Estados, pasando por encima de
razonamientos y decisiones legales de la ONU, para eso ha aplicado y
sigue empleando instituciones del Estado como lo es la CIA, empresas
privadas de mercenarios, empresas transnacionales para ocupar y controlar
los medios energéticos de los países, y por último utilizan argumentos y
que democráticos para apoyar con dinero las ONG, que son afectas al
imperio y a las fuerzas de oposición apátridas de los países que le son
incómodos, para influir y vulnerar el sistema de gobierno que se ha dado el
Pueblo Soberano en estos países.
Me refiero a los miembros del Club Bilderberg, que se reúne una (1) vez al
año en alguna parte del mundo desde 1954, eso sí lo hacen muy
discretamente.
El Rol del Estado como vehículo para la transformación y el Desarrollo de los países de América
Latina Descripción del rol del estado y los distintos enfoques. Debate sobre el rol que debe tener el
Estado, analizando diferentes rubros: Promover la división de poderes, brindar salud, educación y
seguridad, buscar la justicia social, la búsqueda de equidad entre regiones y grupos sociales y la
sustentabilidad macroeconómica intergeneracional del país. La economía en la que debe intervenir
el Estado, no sólo es el mercado en sí mismo, también es sobre la producción y, por lo tanto, en las
fallas de mercado en las que debe actuar. Debe fomentar la generación y evolución de economías
regionales. Es fundamental la incidencia del Estado para crear condiciones adecuadas y propiciar una
dinámica de crecimiento estable, sustentable y sobre todo con bienestar social. La competencia
sanciona empresas con bajos niveles de productividad, por este motivo, el Estado debe promover la
investigación y el desarrollo tecnológico. Debe plantearse una política industrial explícita que incluya
la inversión en infraestructura, créditos accesibles, educación e investigación; que promueva la
creación de tecnología adecuada, generen valor agregado y fomenten la integración de las cadenas
productivas. Se deben establecer reglas claras, para asegurar que tanto el capital nacional como
extranjero promuevan el desarrollo nacional, y que este sea justo, sustentable y progresivo. Se
podría considerar la protección de ciertos sectores que se consideren estratégicos según el proyecto
nacional de mediano/largo plazo. Este nuevo y estratégico papel del Estado, en la dinámica
económica y social, implica una reforma fiscal integral con una lógica productora y redistributiva, a la
vez capaz de recaudar los recursos suficientes para evitar déficit fiscal que, por su magnitud, se
conviertan en un problema para el desarrollo Nacional. Descripción del escenario macroeconómico y
social Argentino, con la identificación y análisis de variables representativa. Por ejemplo: el
desempleo, pobreza, indigencia, inflación, cual es la situación social que atraviesa el país. A partir de
definir estas variables, deberíamos pensar qué rol debería adoptar el estado. El Estado democrático
debe ser un instrumento de la sociedad, para enfrentar los problemas económicos y sociales que el
mercado no puede resolver. El Estado es el responsable de conducir una estrategia económica
consensada, que lleve al bienestar social, y con el apoyo de políticas sociales que lo refuercen. No
debe escatimar esfuerzos en la promoción de la generación de empleos bien pagados, pues éstos
son la forma más digna de alcanzar el bienestar. Esta información fue proporcionada por los
organizadores de esta conferencia. El papel social del Estado requiere que brinde seguridad,
servicios públicos y, por ende, promueva el bienestar de todos los habitantes de un país. Ello implica
políticas específicas orientadas a los sectores más vulnerables de la población, las cuales deben
traducirse en legislaciones que establezcan derechos y no en políticas discrecionales o de
clientelismo. El objetivo central del Estado debe ser el desarrollo justo y sustentable para todos, sin
por ello excluir medidas asistenciales de emergencia o compensatorias para grupos específicos.
ESTADO Y GLOBALIZACIÒN
Introducción
Se pretende mediante este informe dar un panorama comparativo entre los sistemas socialistas
y capitalistas que implementan los estados para dominar o dirigir una nación, dependiendo del sistema
empleado, se plasma a un estado con sus limitaciones ante otros como sujeto de derecho internacional
público, se caracteriza al estado cuando adopta el sistema Globalizador-Neoliberal, se define las
funciones reducidas del estado cuando es organizado y enrumbado en el socialismo, también se define
como se pierde la soberanía cuando se privatiza las empresas de una nación y se les da a
transnacionales
Estos y otros temas relacionados son definidos en este informe para la comprensión de los
sistemas que nos rodea y que siempre están en conflicto.
De acuerdo a lo expuesto entiendo que los Estados para gobernar y el manejo de sus
relaciones se ven obligados a la creación de sujetos internacionales. Los Estados como sujetos
creadores de derecho internacional tienen el privilegio de dar existencia a nuevas personas
internacionales y la función específica de los Estados es la de elaborar las normas del derecho
internacional es compartida y delegada a estos nuevos sujetos, como por ejemplo, las organizaciones
internacionales, empresas transnacionales, fuerzas armadas en misiones internacionales.
Entre tantas teorías, escogí la más adecuada, en cuanto al individuo, si es un sujeto pasivo
del Derecho Internacional publicó pues, si ya que sólo recibe de él derechos y obligaciones. No puede
ser sujeto del Derecho Internacional porque carece de capacidad para celebrar tratados y no tiene
legitimación para acudir ante los Tribunales Internacionales para hacer valer sus derechos.
Otra importancia del individuo es que puede ser responsable internacionalmente cuando viola
normas fundamentales del Derecho Internacional. Son actos ilegales de violencia que pueden ser
cometidos en el mar o en el espacio aéreo.
Los únicos sujetos que pueden cometer estos actos son las personas físicas, los individuos,
pero los Estados están autorizados por el ordenamiento internacional a detener a los infractores de la
norma y someterlos a su jurisdicción; pero quien tipifica el delito es el Derecho Internacional.
Ahora bien, en los últimos años acerca del efecto que viene produciendo la globalización
neoliberal en ámbitos del Estado como garante del bienestar del ciudadano común. El paradigma del
Estado social de Derecho o Estado Bienestar, ha cedido sus espacios de actuación frente al progresivo
avance de la fórmula neoliberal–económica del Estado.
Cada vez es más acentuada la pérdida del vínculo con el ciudadano, toda vez que la tendencia
es dejar a la mano invisible la producción de los referentes simbólicos necesarios a toda acción social.
Ya no es la necesidad de regulaciones sociales las que impulsan al sujeto de esta modernidad tardía
latinoamericana; antes bien, la fórmula del libre mercado ha transformado al sujeto que produce
referentes, en objeto meramente referencial, al ser consideradas las empresas transnacionales y el
libre mercado que manejan, como creencia y como lógica suficiente para resolver los problemas
comunes de los ciudadanos, un ejemplo de ello es tal como ocurre en las mejores narraciones al estilo
de la ciencia–ficción norteamericana. Esto es, que la pérdida de los valores de una sociedad está
vinculada con la creciente y progresiva tendencia hacia el homo mercadología.
El proceso de globalización trae consigo la pérdida del poder de acción del Estado frente a las
exigencias del ciudadano, ya que es el libre mercado el ente capaz de regular todas las acciones
referenciales de los sujetos y al mismo tiempo producir la necesaria desregulación para su accionar,
libre de trabas. Por ello las prestaciones sociales que tradicionalmente se le dejaban al Estado, son
literalmente borradas de los ordenamientos jurídicos, para ir a un sistema de mercado total donde sea
éste el que satisfaga las necesidades ciudadanas. Y es allí donde se encuentra el dilema de las
sociedades modernas: ¿Es el libre mercado suficiente para satisfacer las necesidades ciudadanas, tal
como lo pretenden las corporaciones multilaterales provenientes del tratado Bretton–Woods (OMC,
BM, FMI, OCDE), o más bien, es necesario la re-simbolización de las democracias, derrotadas ante el
discurso de la posmodernidad occidental?
El Estado–Nación queda de este modo mal parado ante la paradoja del libre mercado: menos
Estado por más libertad comercial, propósito que es conseguido por la vía de los acuerdos económicos
que los entes mencionados realizan con los Estado del Sur, tradicionales usuarios de los préstamos
necesarios para salir de la crisis económica en la que históricamente se han encontrado, pero de la
cual nunca saldrán bajo esta lógica neoliberal. Este propósito es conseguido por la vía de las
desregulaciones o debilitamientos de los ordenamientos jurídicos (anulación de leyes que consagran
el cumplimiento de los fines del Estado), los cuales, al final, se verán totalmente abiertos a la intromisión
de los Entes Multilaterales. Éstos, en forma restringida, imponen una agenda para la posible inyección
de dinero fresco, en caso de habérsele otorgado el visto bueno a los Estados beneficiarios; si los
organismos financieros internacionales deciden realizar el desembolso de auxilios para sortear la crisis,
será a un alto costo social, económico y político, produciendo desestabilizaciones en el ámbito del
ejercicio del poder, al cual, a su vez, se le atribuyen los fracasos que el proceso de globalización no
puede evitar.
En este desordenado sistema global, nuestro país debe trazar su política económica y fortalecer
su libertad de maniobra, para no volver a quedar atrapados en la deuda y la subordinación a la
irracionalidad de los mercados.
La reducción de las funciones del Estado y el debilitamiento de la idea de nación, son asuntos
centrales dentro de las tendencias que están modificando el perfil de las sociedades contemporáneas.
En el ámbito económico la disminución del poder del Estado es evidente. Con la eliminación de
restricciones al flujo de capitales y mercancías, esta instancia pierde progresivamente capacidad para
controlar la economía de las naciones. Cada vez mas las decisiones importantes en materia económica
se toman fuera de su ámbito territorial, en grandes corporaciones, empresas transnacionales o
instancias multilaterales. Aspectos sustantivos de la política económica pasan a estar al margen de las
decisiones de las burocracias estatales."En un mundo donde el capital no tiene domicilio establecido y
los movimientos financieros en gran medida están fuera de control de los gobiernos nacionales,
muchas palancas de la política económica ya no funcionan". Esta perdida de peso evidentemente tiene
resonancia en otros ámbitos. El Estado era el espacio dotado de autonomía capaz de ordenar la
sociedad nacional de acuerdo con su historicidad, sus fuerzas económico sociales, en fin sus
contradicciones internas". Esto está cambiando actualmente. Tal autonomía esta siendo fuertemente
socavada, con lo cual la idea misma de política como espacio para estructurar la vida social en un
proyecto común, también pierde fuerza.
Tal debilitamiento, si bien marca cambios únicos en la forma en que se han venido organizando
nuestras sociedades, no puede interpretarse aún como la desaparición del Estado nación. Aunque
está claro que éste está perdiendo capacidades importantes, quizás sea apresurado (e
ideológicamente intencionado) decir que el Estado Nación está desvaneciéndose. Probablemente con
frecuencia se está emitiendo la partida de defunción del Estado de una forma apresurada.
En lo que respecta a sus funciones simbólicas, en muchos casos no es tan evidente que estén
desapareciendo. Como sabemos "....el Estado-nación no es solamente una entidad político-
administrativa, es una instancia de producción de sentido". Las identidades nacionales (a pesar de
todas las tensiones y exclusiones que producían internamente) eran fuente central de sentido en las
sociedades modernas. Sin embargo, con los procesos de mundialización de la cultura, esta función
comenzó a ser compartida por otros referentes creadores de afinidad y de pertenencia. Para muchos
se trata de un desplazamiento absoluto que marca el fin de las culturas nacionales. Sin embargo, es
pronto para hacer este tipo de afirmaciones, en especial en América Latina. Considero que la idea de
Nación sigue operando como productora de identidad, aunque ésta coexista ahora con construcciones
simbólicas mundializadas (como en el caso de las modas juveniles) o localizadas (por ejemplo, las
comunidades indígenas) que probablemente tiendan a carcomerlas. Evidentemente la Nación ya no
es la única o principal fuente de producción de sentido compartido; pero aún existen mecanismos a
través de los cuales ésta crea ataduras y formas de pertenencia que las personas alternan (de acuerdo
a argumentos y posiciones específicas) con otros referentes, ya sea locales, étnicos, generacionales,
mediáticos o trasnacionales.
La idea de descentramiento hace pensar en la dispersión total (casi democrática) del poder y
los recursos. En la ausencia de asimetrías, jerarquías o concentraciones en cuanto a capacidad y
poder para movilizar capitales, producir mercancías o información, adquirir bienes de consumo o
disfrutar de los beneficios de tales acciones. A nuestro, juicio, este tipo de planteamientos conlleva
muchos equívocos. Evidentemente en el contexto actual no estamos frente a una disolución mundial
de escalas e irregularidades. Lo que sucede no es que no existan grandes centros (de poder y control),
sino que éstos son cada vez menos las instancias de poder político, de gobierno y planificación con
ámbitos de acción nacionales. Existen nuevos y múltiples centros. Los Estados comparten ahora sus
antiguas funciones con grandes empresas y corporaciones transnacionales. Se trata entonces, de un
movimiento de reorganización del poder, un proceso de rearticulación de instancias económicas y
políticas para conformar nuevas formas de predominio.
Al mismo tiempo, los servicios públicos como la salud, la educación, la vivienda, la energía
eléctrica, el agua potable y, en general, todos los referidos a la seguridad social, al dejar de ser bienes
y servicios proporcionados por el Estado han empezado a perderse como parte de los componentes
inalienables de los derechos ciudadanos y se han convertido en meras mercancías intercambiadas
entre proveedores privados y clientes que actúan en el mercado al margen de cualquier consideración
social y, mucho menos, de la responsabilidad gubernamental de atender las necesidades de la
población, con el fin expreso de disminuir las desigualdades sociales y regionales.
Es evidente que el modelo de Estado Populista, paternalista, centralizado, asociado a los vicios
ya mencionados que afectan nuestro Sistema Político (partidocracia, clientelismo, etc.), no puede ser
una de las opciones que tiene el pueblo venezolano para continuar su proceso social.
Lamentablemente en épocas tan importantes para escoger los derroteros que el país debe proseguir,
no faltan los irresponsables que hacen ofertas electorales de corte populista, tratando de conquistar el
poder, aun a sabiendas de su imposibilidad de cumplir con tales promesas demagógicas. En nuestra
opinión, no es posible mantener ese modelo de Estado que lamentablemente se encuentra sembrado
en la cultura política nacional. Sabemos que modificar esta situación, implica un proceso lento de
reeducación tanto de los gobernantes como de los gobernados, pero no hay otra opción, ni otra
postergación. De lo contrario, nos sobrevendrá una crisis de pronóstico reservado, nunca vivida. Sin
embargo, no podemos concluir en la aceptación pura y simple del rol asignado al Estado por la corriente
neoliberal. El Estado no puede abandonar su presencia en la estructura social como ya lo analizamos
arriba, lo que debe ocurrir es una modificación de la manera como se articula con la sociedad. De allí
la importancia de definir con precisión las nuevas relaciones Estado-Sociedad.
Por otra parte, el apunte planteado por los neoliberales padece de numerosas fallas, que no
toman en cuenta la realidad socio-política. Como ya lo mencionamos, son elaboraciones hechas en el
contexto de la Ciencia Económica, y dentro de ella, de una inclinación teórica, pero cuya aplicación
genera, necesariamente, efectos en el ámbito político, social, cultural, etc.
Monismo
El monismo es una doctrina filosófica que sostiene que el universo está formado por un
único arjé, lo que quiere decir una única causa o sustancia primaria. De esta manera, los fieles
del monismo materialista insisten en que todo lo que nos rodea se reduce a materia, mientras
que, para los monistas del campo espiritual o idealistas, ese principio único se basa en el
espíritu, y para los panteístas es únicamente Dios. Para muchos filósofos el monismo es
la unión del alma y el cuerpo porque para ellos, éstos dos aspectos no tienen diferencia, sino
que, por el contrario, son una sustancia única que constituye la totalidad de las cosas, lo que se
¿Qué es el monismo?
El monismo es una doctrina filosófica que nos enseña que sostiene que nuestro universo está
formado por un único arjé, una sustancia única sin diferencias. Es la unión, para muchos
filósofos, del alma y el cuerpo, pues no tienen diferencia alguna al ser una sustancia única.
Tipos de monismo
Metafísico
Teológico
Psicológico
Epistemológico
Cosmológico
Ético
naturaleza ni sus acciones, las engloba en la unidad más amplia de una teleología.
término tiene una historia muy larga y se remonta a los filósofos de origen presocrático y que
buscaba dar un principio de unificación con el objetivo de explicar la diversidad que existía en el
mundo. Uno de sus principales seguidores fue Parménides, quien decía que la realidad era una
única unidad sin diferencia alguna. Fue grandemente aceptada por la religión hindú y
el budismo. Encontramos también el monismo neutro fue introducido en el siglo XVII por
medio del filósofo judío holandés Spinoza. Actualmente, una versión de esta teoría ha sido
Tipos de monismo
Metafísico
Fue establecido por los antiguos filósofos hindúes que establecieron como verdad fundamental
que el mundo es todo ilusión, y que la pluralidad y la causa no son reales, puesto que sólo hay
una realidad, y ésta es Dios. Este tipo de monismo tienen tendencia al misticismo. Consideran
que solo hay una realidad, que puede ser la materia o el espíritu u otra cosa que se encuentre
Teológico
Para los monoteístas teológicos el universo es una manifestación de Dios. Su principal opositor
es el teísmo, doctrina que tampoco niega la presencia de Dios, pero sí está en desacuerdo en
Psicológico
Este tipo de monismo busca la manera de eliminar las distinciones que se realizan entre
Monismo materialista: niega que haya una diferencia entre el alma y el cuerpo.
directa del alma en el cuerpo y, además, afirma que el cuerpo y el alma son fases de
algo diferente que evoluciona sus actividades por medio de líneas paralelas, físicas,
Epistemológico
el ser humano y los objetos son fases en una conciencia ilimitada llamada el absoluto y que, las
Cosmológico
Se centra principalmente en el origen que tuvo nuestro universo. Los primeros filósofos jónicos
creían que la causa principal o arché que formaba el universo era una substancia de la cual
estaba formada el universo. Creían que la naturaleza era muy activa debido a su naturaleza y
que está llena de vida. Fue la que provocó tiempo después de ser promulgada, una
Ético
No tiene muchos usos en cuánto a ética se refiere. En algunas ocasiones, este monismo puede
ser utilizado para designar una doctrina que explica cómo la ley moral es autónoma.