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Tensiones y diversidad en nociones básicas de la Psicología

Comunitaria

Jaime Alfaro Inzunza1

Alfaro, J. (2007) Tensiones y diversidad en nociones básicas de la Psicología Comunitaria. En:


Zambrano, A., Rozas, G., Magaña, I. & Asún, D. (Eds.) Psicología Comunitaria en Chile: evolución,
perspectivas y proyecciones (pp 227-260). Chile: LOM.

1. Presentación

El propósito básico de este artículo es reflexionar sobre el carácter homogéneo, singular y


unitario de la Psicología Comunitaria, analizando la diversidad de concepciones que definen el objeto
de intervención, la noción de problema y la estrategia de trabajo propios de ella.

Se cuestiona la tendencia a presentar y definir la Psicología Comunitaria sin reconocer la


diversidad y tensión básica que presenta respecto de la definición del espacio o ámbito desde donde se
analizan los fenómenos abordados y las estrategias utilizadas en sus intervenciones.

Específicamente y a ese efecto se revisan los antecedentes que avalan la propuesta según la
cual en la Psicología Comunitaria se articulan, posibilitan y desarrollan aproximaciones distintas
en relación a las dimensiones y categorías que delimitan y definen su campo de trabajo (objeto de
intervención); respecto de la concepción para definir el carácter problemático y /o desviado de los
fenómenos que interviene (noción de problema); y finalmente, acerca de la estrategia, técnica y/o
vía por medio de la que se busca generar el cambio en el abordaje de los fenómenos intervenidos
(estrategia de intervención).

Se expone que a pesar de que la Psicología Comunitaria se define, consensual y unitariamente,


como un campo profesional y / o disciplinar de la Psicología, que analiza (comprende o explica) e
interviene en fenómenos sociales desde las dinámicas sociales y relacionales propias del contexto de
acción de los sujetos intervenidos, utilizando estrategias participativas y promocionales–preventivas; a
la vez, debe ser concebida y reconocida también como un campo heterogéneo y plural, al igual que
aquellos otros ámbitos profesionales de desarrollo de la Psicología.

De esta manera, se cuestiona la habitual forma de presentar y exponer los diversos modelos
teóricos desarrollados en la Psicología Comunitaria 2, tal cual lo hacen los clásicos manuales de la
especialidad (Musitu, Herrero, Cantera y Montenegro; 2004, Sánchez Vidal; 1988, Montero; 2005, por
nombrar algunos), sin reconocer explícitamente y debatir respecto de la diversidad paradigmática de
estos modelos y sus implicancias en la conformación de la pluralidad y heterogeneidad de la Psicología
Comunitaria. Es por ello necesario más bien hablar de pluralidad de psicologías comunitarias que de
una Psicología Comunitaria en particular.

A esos efectos revisaremos las delimitaciones, tanto conceptuales como operativas, de estos
1
Profesor Universidad de Valparaíso. E-mail : jalfaroi@vtr.net
2
Me refiero a los Modelos de Ecología Social, Enfoque de Redes, Amplificación Sociocultural, Empoderamiento, Investigación Acción
Participativa, Psicología Social Comunitaria, Enfoque de Competencias, etc.
distintos modelos, constatando que en su base se encuentran implícitas distancias referenciales, tanto a
nivel paradigmático como técnico-operativo, de implicancias tales que, desde nuestro punto de vista,
conforman la Psicología Comunitaria como un campo básicamente tensionado y plural, conceptual y
operativamente, necesario de ser reconocido como tal.

Dicho de otra manera, el planteamiento de este texto es que la noción o definición misma de
cada aspecto del andamiaje conceptual, técnico y operativo de la Psicología Comunitaria
presenta diversidad en sus dimensiones centrales, las cuales cobran sentido y estructura en
relación a la heterogeneidad de sus referencias y pertenencias paradigmáticas, acreditando
vincularse más bien a una pluralidad de Psicologías Comunitarias, más que a un único cuerpo.

2. Noción de objeto, problema y estrategia de intervención en la Psicología Social


Comunitaria Latinoamericana

La Psicología Social Comunitaria Latinoamericana se ha desarrollado en diversos contextos


geográficos y políticos regionales. Se concibe vinculada con las tradiciones de trabajo de la
Amplificación Sociocultural y la Educación Popular y con una pertenencia paradigmática al
Socioconstruccionismo, tal cual lo plantea Serrano-García (Serrano-García, López; 1991) o Montero
(1994; 2005).

Sus principales referentes teóricos deben situarse en la “pedagogía del oprimido” de Paulo
Freire, los escritos de Orlando Fals Borda sobre investigación-acción, y los trabajos de Martín-Baro
(Montero; 2005. Musitu; 2004).

En las definiciones conceptuales y técnicas, así como en la conformación de su identidad como


corriente de la Psicología Comunitaria, el concepto de Desarrollo Comunitario ocupa un papel
primordial en el dispositivo interventivo y en la estrategia de trabajo, los que son fundamentales para
alcanzar el desarrollo y la transformación social pretendida (Alfaro; 1993).

Tomando como influencia la Investigación Acción Participativa y la obra de Fals Borda, como
referente conceptual básico de esta corriente, según Montenegro (2004), el centro es la participación
comunitaria, resaltando, a nivel de principios y premisas básicas, la presencia activa de la comunidad
en todo el proceso de la intervención, incluyendo el conjunto de decisiones sobre acciones que haya
que tomar en cada etapa de trabajo para la solución de los problemas abordados.

Se promueve de este modo la inserción, movilización organizada y consciente, en todas las


etapas del diseño, ejecución y evaluación de la intervención. Ello apunta a conformar un trabajo
conjunto entre agentes externos y personas de la comunidad para la solución de los propios problemas,
tras el propósito central de generar, por esta vía, la transformación de sus condiciones de vida y,
principalmente, de las relaciones de poder presentes en las estructuras sociales.

Coherente con lo anterior Montero (1984) define la Psicología Social Comunitaria como una
vía para lograr la autogestión a efectos de que los individuos produzcan y controlen los cambios en su
ambiente inmediato. Corresponde al psicólogo el rol de agente de cambio, que actúa sobre los
individuos a través de la inducción de la toma de conciencia, la identificación de problemas y
necesidades, la elección de vías de acción y el cambio en las relaciones individuo-ambiente, con la
consiguiente transformación de este último. El centro de la toma de decisiones es la comunidad, en
donde el control, participación y decisión son planteados como conductas fundamentales para lograr las
transformaciones deseadas.

Se asume, como consideración primordial de la lógica de trabajo de esta corriente, que las
expresiones asimétricas del uso del poder (aquellas en las cuales un polo de la relación de poder
concentra la mayoría o la totalidad de los recursos deseados) son el núcleo básico generador de
situaciones de desequilibrio que producen efectos patológicos sobre las personas, las relaciones
familiares e institucionales, afectando, en general, todas las expresiones de la intersubjetividad
(Montero; 1984).

Sería, tanto el abuso como la ausencia de poder; es decir, por exceso y/o por defecto, la causa
de los procesos psicológicos que conforman los problemas consecuentes abordados en el campo
psicosocial.

De esta manera, uno de los principios esenciales de la Psicología Social Comunitaria, es que el
control y el poder deben estar centrados en la comunidad, siendo su objetivo catalizar la organización y
las acciones necesarias para que la misma use sus recursos, reconozca y emplee el poder que tiene, o
bien busque otros medios y desarrolle nuevas capacidades, generando así el proceso desde sí misma.

La concepción de poder que utiliza la Psicología Social Comunitaria, tal cual lo plantea
Serrano-García y López-Sánchez (citados en Montero, 2003) -a partir de la perspectiva
construccionista social, desde donde es tomada- se sustenta en la consideración de que la asimetría
básica de las relaciones de poder se sitúa en la base material de las relaciones sociales. Vale decir, se
asienta y se produce en y desde relaciones históricas, preexistentes a la interacción, materialmente
definidas, con dos agentes en conflicto por el control, y la utilización exclusiva de un determinado
recurso, material o inmaterial, que uno de ellos domina y que al otro le interesa acceder.

Junto a esta concepción relacional del poder cobra también centralidad la mediación de la
conciencia. Es desde esta, desde donde se asienta la relación de poder, conformándose así una noción
de poder de carácter psicosocial, pues se integran a ella procesos de carácter psicológico relacionales,
donde se construyen modos de acción social y de ser actor social, que integra el contexto social como
parte de una red de relaciones amplias que participan en los fenómenos individuales y comunitarios
(Montero; 2004).

En vista de los antecedentes expuestos, podemos definir que para la Psicología Social
Comunitaria el foco desde donde se delimita y configura el objeto de intervención está constituido por
las relaciones sociales (o psicosociales) de poder. Dicho de otra forma, el núcleo desde donde se
comprende el origen, mantención y transformación de los fenómenos abordados interventivamente,
está situado en las relaciones de poder.

Dicho esto desde los desarrollos de la Educación Popular, siguiendo el planteamiento de Walter
(1987), el foco desde donde se define el objeto de intervención serían las prácticas e instituciones que
contribuyen a la producción, administración, renovación y reestructuración del sentido de las acciones
sociales, desde las cuales se producen las significaciones que los sujetos otorgan a su experiencia y a su
sentido de identidad.

En cuanto a la noción de problema con que trabaja la Psicología Social Comunitaria


Latinoamericana, se establece en relación a las dimensiones constitutivas del objeto interventivo, que
acabamos de presentar. Es decir, se concibe la noción de problema como una construcción desde
relaciones de poder ocurridas en la materialidad social, conformada esta como un sistema de fuerzas y
contrafuerzas de carácter psicosocial, en cuanto incluye la conciencia como plano significante y
articulador del sentido de realidad e identidad y como expresión y productor de relaciones sociales.

En esa medida la noción de problema utilizada considera como un plano básico la materialidad
social en que el fenómeno ocurre, en el sentido de que, como indica Ibáñez (1994), todo fenómeno
social, como parte de la normalidad o de una situación problema, no puede sino verse en relación a un
tiempo, un espacio y una situación social particular, y como producto y productor de organización
social.

De manera tal que los llamados problemas sociales o conductas desviadas, definidos de manera
externa a la identidad y cultura de un colectivo, son concebidos desde esta perspectiva, como creación
de "normalidades” que dan cuenta de la necesidad y/o interés de una organización o sistema social de
expresar la visión de los grupos de poder, sin constituir en sí el verdadero problema, pudiendo
instaurarse como tal de manera secundaria, como efecto de la relación o respuesta social (Ibáñez;
1994).

Como nos señala Montero (2005), el verdadero problema propiamente dicho está definido por
los efectos que generan la invasión, dominación y “sujetamiento” que producen los sistemas de
control, conformándose, por tanto, como la insatisfacción de un proyecto vital o colectivo resultante de
relaciones sociales de tutela y exclusión.

De acuerdo a Escovar (1979), las diversas problemáticas sociales tienen origen en la


mantención de estructuras sociales injustas: “… los problemas sociales se deben fundamentalmente a la
falta de acceso de algunos grupos sociales a los recursos tanto materiales como psicológicos de la
sociedad. Este acceso limitado ocurre como consecuencia de una serie de instituciones sociales que, de
manera selectiva, controlan las oportunidades de adquirir poder o mayor ingreso económico dentro de
la sociedad” (p. 7).

Como lo expresa asimismo Montenegro (2004), para las perspectivas participativistas en


intervención social, como denomina al conjunto de lógicas interventivas vinculadas con la Psicología
Social Comunitaria, los problemas sociales no se conciben a partir de desequilibrios presentes en la
sociedad por mal funcionamiento de las estructuras sociales o como consecuencia del mismo proceso
de evolución social, como lo plantearían la visiones funcionalistas (p.e. la Ecología Social, que
revisaremos más adelante). Más bien se forjan como reflejo de las desigualdades en la distribución de
recursos y poder en una sociedad, siendo interpretados como producto de las relaciones de asimetría
presentes en la sociedad.

De tal forma que, desde aquí, un problema social no existe en sí mismo, sino que es producto de
procesos de construcción social ocurridos en la materialidad de las relaciones sociales, en donde
participan los valores e ideas existentes en un sistema social, en un contexto y momento histórico
dados. Así, situaciones que históricamente no habían sido conceptualizadas como problemáticas,
pueden llegar a serlo a partir de la definición de instituciones o actores sociales que entran en el
intercambio y negociación social (Montenegro; 2004).

Respecto de la estrategia de intervención formulada desde la Psicología Comunitaria


Latinoamericana, la vía del cambio social implica modificar los factores estructurales y/o actuar sobre
los sujetos de manera que los mismos adquieran mayor control sobre su medio ambiente y pasen a ser
gestores de su vida cotidiana, asumiendo la propia transformación y la de su ambiente.
El cambio social se busca por la vía de activar la capacidad de poder y control de los sujetos
mediante la creación de instituciones sociales paralelas a las oficiales y el fomento del cambio político
a través de la organización de la comunidad (Escovar; 1979).

En el decir de Montero (1984), la orientación básica de su estrategia es el desarrollo


comunitario, entendido como proceso de autogestión por medio de:

- individuos asumidos como agentes;


- toma de conciencia;
- identificación de problemas y necesidades;
- elección de vías de acción; y
- toma de decisiones.

Todo lo cual, orientado, finalmente, a lograr el cambio en las relaciones individuo-ambiente y la


transformación de este último.

Siendo el objetivo y vía principal de este abordaje interventivo la facilitación de la participación


comunitaria a través de la movilización de un grupo particular, para el enfrentamiento y solución de sus
problemas y como medio para el logro del cambio requerido.

Como plantea Escovar (1979) "… la solución de los problemas sociales no se da sobre la base
de la eliminación de déficit, sino sobre la base de la ampliación de los recursos potenciales de la
comunidad” (p. 9). La principal meta de la intervención comunitaria es que los individuos logren el
control sobre los refuerzos y las contingencias de la vida cotidiana para que sean autogestores de la
propia transformación y la de su ambiente.

Desde la perspectiva de la Educación Popular, la lógica interventiva es la que corresponde a la


Acción Cultural presentada por Walker (1987). Ella consiste en un proceso de acción–reflexión,
orientado a la transformación y cuestionamiento crítico de las significaciones existentes, y desarrollo
permanente de construcción y cambio cultural. La acción cultural buscaría actuar sobre las prácticas e
instituciones que contribuyen a la producción, administración, renovación y reestructuración del
sentido de las acciones sociales.

Asimismo, clarifica esta lógica de intervención, los planteamientos desarrollados por Freire
(1987. 1974) respecto de la conciencia y el diálogo, como dos núcleos centrales de intervención desde
donde se articula su estrategia educativa.

Para Freire, concienciación no es obtención de conocimiento o comprensión de una


determinada visión o teoría acerca del hombre y la sociedad. Es un proceso de descubrimiento y
reconocimiento de la propia situación existencial y una toma de posición frente a ella.

Es decir, se trata de la construcción de una manera de actuar, que ocurre a través de:

1) recuperación de la palabra, entendida como rescate de la capacidad de "decir” el mundo


cotidiano de manera que, por medio de esta actividad de significar, los hombres se apropien de su
realidad y la constituyan en problema;
2) desarrollo de una conciencia problematizadora, en cuanto busca que la intencionalidad de la
conciencia no solo se dirija hacia fuera, sino también sobre sí misma en pos de la criticidad, para con
ello poder problematizar constantemente la realidad constituida;
3) apropiación crítica de la realidad para transformarla, consistente en la búsqueda de la
creación de una nueva cultura por medio del diálogo entre los hombres y desde la unidad reflexión-
acción;
4) identidad–organización, en donde la reflexión o concienciación reclama la constitución de
una identidad social, una forma de unidad llamada identidad-organización, vinculada también a la
unidad reflexión-acción.

Para Freire es a través del dialogo horizontal que se procura transformar la alienación y el
aislamiento del individuo, en otra condición: la de actor, siendo, de este modo, el diálogo jerarquizado
la principal acción transformadora, en tanto es en él donde se nuclea y radica tanto la acción
intersubjetiva como el proceso reflexivo de la conciencia.

El diálogo sería la vía desde donde surge la reflexividad que permite que el sistema de
significación se vuelva sobre sí mismo y genere sentidos y prácticas diferentes, transformando así lo
humano. Se lo concibe como un proceso de generación de conocimiento y de comunicación entre las
personas y que, además, transforma.

Dicho de otra manera, la lógica interventiva que se formula desde el planteamiento de Freire
apunta a un doble movimiento: la creación de una nueva cultura a través del diálogo entre las personas,
imbricada con una inserción praxis-crítica (Freire; 1987; 1974).

Así, en lo fundamental, la intervención que se formula desde la Psicología Social Comunitaria,


considerando las distintas referencias en materia de estrategia, busca generar cambio. Actuando en el
plano de lo que genéricamente podemos denominar significaciones o sistemas simbólicos o de
conciencia, por medio de la generación de prácticas de diálogo en las relaciones sociales de
intercambio, que transformen las relaciones de poder ocurridas en la “praxis” o situación histórica
específica. Utilizando, básicamente, el desarrollo de organización, participación y posicionamiento
crítico, para posibilitar el despliegue de capacidades propias y el fortalecimiento de los actores sociales.

En otras palabras, la estrategia de intervención presente en la Psicología Social Comunitaria,


puede ser definida como la superación de las condiciones de control social, invasión cultural o
“sujetamiento”, por medio de la potenciación, amplificación de capacidades o desarrollo de actores
sociales (actorización de colectivos), toma de conciencia o problematización de las conciencias
(reflexividad) a través de relaciones sociales participativas, horizontales o de diálogo.

De esta manera, esta lógica interventiva, por un lado, se centra principalmente en la acción
reflexiva, en cuanto actividad simbólica y praxis social, y por otro, en las relaciones sociales entendidas
como formas de diálogo.

Ello consiste en que los sujetos individuales y colectivos puedan ver, repensar y posicionarse
ante los discursos, relatos, o sistemas de conocimiento social de manera que en este acto emerja un otro
sujeto distinto al preexistente, que modifique sus relaciones sociales alienadas y de aislamiento y las
lleve a posiciones de actor social.

3. Noción de objeto, problema y estrategia de intervención en la Ecología Social

La propuesta de trabajo en Psicología Comunitaria denominada Ecología Social, es el resultado


del uso interventivo de la Teoría General de Sistemas. Específicamente, según indican Musitu y
Castillo (1992), Gydinas (1993) y Johansen (1988), la Ecología Social resulta ser una estrategia
interventiva basada conceptualmente en el uso de los principios derivados de la concepción de sistemas
"abiertos", que conforma una de las etapas de desarrollo de la Teoría General de Sistemas.
Según plantea Herrero (2004) el pensamiento ecológico, desde la lógica de sistemas, hace suyas
consideraciones teóricas según las cuales el análisis de los fenómenos se centra en conjuntos globales y
no en elementos individuales componentes de tales conjuntos. Entiende así al sistema social como un
agregado de personas que:

- interactúa en un contexto determinado al que atribuyen un significado compartido;


- no opera aisladamente, sino por pautas de interdependencia tanto en su interior como respecto
de otros sistemas sociales, a los que afecta y, a su vez, se ve afectado por ellos, en una dinámica de
doble dirección, con cambios tanto del sistema mismo (adaptación) como de su entorno
(transformación del entorno social).

A partir de esta lógica se comprenden e intervienen los fenómenos desde la dinámica relacional
del todo sistémico, considerando los principios de totalidad, interdependencia, circularidad, etc., así
como las vinculaciones con el entorno inmediato, distinguiéndose en estos planos niveles centrales,
tanto estructuras sistémicas como procesos sistémicos.

El objeto que la Ecología Social delimita como campo de intervención, estaría constituido por
aquellas colectividades con historia, las que han construido, como parte de su evolución, metas, valores
y formas organizadas de interdependencia compartidas, conformándose como unidades funcionales
regidas por normas propias e irrepetibles; en relación continua con otros sistemas mediante un
intercambio constante de informaciones y realimentaciones dentro del medio más vasto, en donde
caben, según García (1988), tanto la pequeña comunidad rural, como las grandes concentraciones
urbanas.

Dicho de otra forma, el objeto de intervención estaría conformado, por estos sistemas abiertos,
con interdependencia, circularidad, totalidad, etc., que distinguen tanto procesos como estructuras;
operan como sistemas humanos entrelazados, en donde el comportamiento de sus miembros está en
relación con el “nicho o nido” ecológico relacional, el cual opera como marco y escenario físico y
social, en donde se desarrolla el acontecer cotidiano, el cual, a su vez, condiciona todos los aspectos y
comportamientos de los seres humanos (riesgos y posibilidades de salud o bienestar).

El objeto de intervención, para la Ecología Social, estaría así definido en relación a la dinámica
sistémica, que incluye estructura y proceso como planos centrales, focalizándose en la interacción de
los sujetos entre sí, la comunidad y su entorno, y en la posibilidad de que ello genere los recursos y
capacidades necesarias para mantener el funcionamiento.

Siguiendo a Herrero (2004), las estructuras serían aquellos elementos del sistema social que, en
relación de interdependencia con los procesos, proporcionan oportunidades o contextos en los que un
miembro del sistema social interactúa con otros integrantes del mismo, que incluyen políticas,
procedimientos, situaciones y contextos en los que se producen tales situaciones.

Desde este punto de vista el potencial de los recursos personales sería función de la capacidad
del sistema para permitir la expresión de estos, la cual, con frecuencia, viene cifrada y materializada en
términos de los productos sistémicos de valores, normas y roles. Todo lo anterior, haciendo referencia a
las oportunidades que las personas tienen en un sistema social para compartir u ofrecer capacidades,
habilidades o información que promueva la competencia social de otros participantes del mismo.

A su vez, los recursos del sistema social serían los procedimientos o situaciones que influyen en
el desarrollo de la capacidad de sus miembros para acceder a recursos propios del sistema, y que están,
por tanto, más allá de los medios de sus componentes individuales (tradiciones, costumbres o leyes
operantes dentro de un sistema o contexto social particular).

Desde esta perspectiva de la dimensión procesos, la reciprocidad y la existencia de redes, en


cuanto patrón de intercambio, son también determinantes de las potencialidades o límites de acceso a
los recursos personales y sociales.

La ampliación de límites, referida al intercambio de recursos entre sistemas, que realizan


personas reconocidas por el propio sistema, es el medio formal por el cual el sistema es representado
por una o varias personas con el objeto de atender demandas o situaciones que así lo exigen.

Finalmente, la adaptación, en cuanto esfuerzo activo por influir en los procesos y las estructuras
de un sistema en respuesta a las demandas ambientales externas, generaría la posibilidad de que los
participantes de este respondieran, a partir de la reciprocidad, creación de redes o ampliación de
límites, a las demandas del sistema mismo, especialmente aquellas procedentes del exterior.

Así, desde esta postura, un problema social se concibe como resultado de la dinámica sistémica
de interdependencia, en la que participan los componentes de estructura y proceso del sistema mismo,
tales como recursos sistémicos, contextos, escenarios, límites, redes de intercambio, herramientas
personales y sociales, etc., siendo estas dinámicas sistémicas las que constituyen y definen, de manera
nuclear, la situación problema, en cuanto ellas son concebidas como determinantes desde los cuales se
genera, mantiene, incrementa y / o reduce una situación problema (Musitu y Castillo; 1992).

De manera tal que lo que define una situación problema es la disfuncionalidad sistémica o, en
otras palabras, la incapacidad del todo sistémico para funcionar armónicamente, proveyendo los
recursos necesarios para ello.

Es así como desde la lógica interventiva para el enfrentamiento de una situación problema, las
modificaciones deben dirigirse a cualquiera de las partes o componentes del sistema, para optimizar su
congruencia, coherencia o integración. Las modificaciones pueden dirigirse a las personas,
incrementando los propios recursos adaptativos e interactivos; al sistema o entorno, disminuyendo o
flexibilizando los requerimientos funcionales o aumentando sus posibilidades y posiciones adaptativas
socialmente apropiadas (Sánchez Vidal; 1988).

De igual manera, y por consiguiente, en el análisis de la solución de un problema no se


consideran, desde esta visión, las características de los individuos o componentes del sistema sino que,
más bien, se realiza un análisis de la relación de interacción de los sujetos con la comunidad, a partir de
un diagnóstico de la situación y de las posibilidades o recursos que proporciona el entorno.

Los principios o características operativas esenciales derivados de esta perspectiva son, por
tanto, según indica Sánchez Vidal (1988), los siguientes:

- Las partes o subsistemas de un sistema social son interdependientes, al punto de que un input
o cambio que afecte una de las partes afectará la relación con el resto del sistema y otras partes con las
que tenga relación. La alteración de una relación intersubsitemas tocará todos los subsistemas ligados
por esa relación. Los efectos, en cada subsistema, dependerán de las características y contenido de la
relación con el subsistema afectado y de la posible sinergia e interacciones potenciadoras o
decrementales entre los diversos efectos.

- El cambio sistémico o social tiene efectos múltiples, (no solo los previstos o deseados), según
su estructura o composición y la relación interpartes que se establece. Como consecuencia, ciertas
transformaciones pueden requerir una intervención en dirección opuesta a la lógica o a lo esperable
para conseguir un efecto dado (por ejemplo: amplificar o escalar un conflicto para poder resolverlo).

- Las modificaciones pueden hacerse en cualquiera de las partes para optimizar su congruencia
o interacción: en la persona, incrementando sus recursos adaptativos e interactivos; en el sistema o
entorno, disminuyendo o flexibilizando sus requerimientos funcionales o aumentando sus posibilidades
y posiciones adaptativas (por ejemplo: los roles posibles y aceptados, no definidos como «desviados»).

- Por ultimo, dado que todo sistema tiene una evolución (o regresión) determinada e
interpretable como una sucesión dinámica de estados (o ajustes) cuasi-estacionarios de adaptación a su
entorno y a los estados -y cambios- precedentes, es necesario conocer y tener en cuenta la dirección y
tasa de cambio del sistema antes de intervenir, de tal manera que una intervención directamente opuesta
a la dinámica del sistema será probablemente baldía e ineficiente.

4. Noción de objeto, problema y estrategia de intervención en la Intervención en Redes

La propuesta de Intervención de Redes, tanto en la formulación de Práctica de Red de Elkaim


(1989) como en la del Modelo Red de Redes, formulado por Dabas (1993) tiene su fundamento
conceptual en la Teoría General de Sistemas, con énfasis particular de cada una en momentos
diferentes del desarrollo de esta teoría.

La etapa de los sistemas auto-organizados es la base conceptual de la aproximación práctica de


red, y la etapa sistémica de los sistemas autorreferenciales, es la base referencial para la aproximación
red de redes, estableciéndose así la pertenencia, en grados y formas distintos, aunque próximos, a una
perspectiva epistémica constructivista en el caso de ambos desarrollos de esta corriente interventiva.

El modelo de intervención práctica de red da cuenta de nociones surgidas básicamente de la


llamada segunda cibernética incluyendo, además, elementos de la tradición de la Psicología Social
sociológica, en especial del Interaccionismo Simbólico, tales como la noción de Self y de Acción Social
(Alfaro; 2000).

Por su parte, la intervención en red de redes aparece nítidamente fundada desde la noción
conceptual de sistemas autorreferenciales propuesta por Niklas Luhmann (1990).

La noción de sistemas auto-organizados, que corresponde a la llamada segunda cibernética,


concibe al sistema, como señalan Rodríguez y Arnold (1992), con énfasis en la causalidad circular y en
los mecanismos de retroalimentación que permiten que el sistema se autodirija, autorregule y mantenga
homeostáticamente algunas variables constantes, mientras pueden variar morfogénicamente otras,
integrando así los procesos causales morfostáticos.

Estos son entendidos como los procesos que reducen la desviación y buscan el mantenimiento
constante de la forma de un sistema dado. Dan cuenta del equilibrio y el mantenimiento de la identidad
y estabilidad, así como también son considerados procesos causales que aumentan la desviación,
producen la creación de nuevas formas, dando cuenta de la diferenciación, crecimiento y acumulación
(procesos calificados como "círculos viciosos”).

Estas nociones permiten, como plantea Buckeley (1977), observar y comprender el


funcionamiento de los sistemas complejos, en donde se incluyen los socioculturales, como procesos
adaptativos, de los que el sistema, enfrentado a una fuente de variedad, extrae elementos, por medio de
mecanismos selectivos que filtran y examinan esta variedad ambiental en relación con ciertos criterios
de viabilidad, logrando su organización por medio de la generación de conjuntos de alternativas y
constricciones.

Auto-organización sistémica que, siguiendo a Buckley (1977), adquiere un carácter


sociocultural a medida que se asciende desde los sistemas adaptativos biológicos inferiores a los
sociales complejos, a los procesos de mediación simbólica, pasando estos a desempeñar un papel
capital que igualan o desplazan la delineación del ambiente físico, colocando en el centro de la
delineación de las conductas, gestos e intenciones de los individuos que constituyen la organización
social.

En cuanto a la noción de sistemas autorreferenciales, según Luhmann (1990), se conciben estos


a partir de un proceso de diferenciación entre sistema y ambiente, en donde el entorno deja de ser un
factor condicionante en la construcción del sistema para convertirse en constituyente.

Es decir, desde esta perspectiva, los sistemas solo pueden constituirse por diferenciación, a
través de la distinción que hacen de su entorno, y desde esta surgen las estructuras y elementos básicos
que lo componen, en donde radica su carácter autorreferencial. Todo lo que le pasa a un sistema está
determinado, en cierta forma, por las características de su estructura y no por las del entorno,
excluyéndose de este modo toda continuidad entre uno y otro.

En el caso de los sistemas sociales, su identidad se encuentra en la estrategia de reducir la


complejidad a través del sentido, el cual opera como una forma de ordenamiento de las vivencias
humanas o como estrategia de comportamiento selectivo, que posibilita reducir la complejidad y, con
ello, constituir tanto sistema como entorno, a través de la diferencia de complejidad, que este sentido
posibilita (Luhmann; 1971).

De esta manera el sistema (social) adquiere un carácter autopoiético, en cuanto se conforma


como red de producción de elementos que, con sus interacciones, se constituye a sí mismo en red de
producción que los forja y especifica los límites de esta red, constituyéndola en unidad. De la misma
manera, el sentido intersubjetivo que marca los límites del sistema y conforma esta red autopoiética,
genera y es generado por las comunicaciones que le son parte.

Así, desde esta perspectiva de la Teoría General de Sistemas, la comunicación humana y los
medios que buscan superar la improbabilidad de éxito inherente al proceso comunicativo, es un factor y
un resultado de la construcción social y del proceso de evolución sociocultural característico de la
diferenciación sistémica, siendo este el factor constituyente de la dinámica sistémica, al punto que el
sistema desaparece con la última comunicación (Rodríguez y Arnold; 1992).

Desde esta referencia conceptual, el objeto de la intervención está definido de manera


característica y genérica para ambas perspectivas, como lógicas sistémicas conformadas como redes
singulares de interacción que, inscritas en el todo sistémico, operan autorreguladamente y / o
autorreferencialmente, organizando y conformando (constituyendo), en esta dinámica, el complejo de
intercambios simbólicos o comunicativos (significados, lenguaje), que constituyen lo social y la
delineación de las conductas, gestos e intenciones de los individuos que forman la organización social.

Específicamente, para la estrategia interventiva práctica de red, desde el punto de vista de


Elkaim (1989), el plano u objeto de intervención se define en relación a las dinámicas singulares de
interacción, conformadas (anudadas) como red. Entendida esta como sistemas adaptativos complejos,
compuestos por símbolos, vínculos de comunicación y sostenes materiales.

A la vez, en el modelo red de redes, desde el planteamiento de Dabas (1993), el objeto de


intervención se define como los espacios de interrelación, comunicación o ”zonas de anclaje-
acoplamiento” entre el interventor y el intervenido, conformadas como sistemas sociales, llamado
"sistema interviniente", que integran, en una dinámica relacional-comunicativa, los múltiples actores o
grupos de personas que hablan, se comunican o realizan intercambios simbólicos sobre el problema, sin
diferenciar los tradicionalmente llamados "intervenidos", y los interventores, como observadores
externos, todo ello desde las operaciones de distinción de un observador.

La red social, en esta corriente, conformada como objeto de intervención, queda así definida
como un proceso de construcción permanente, tanto singular como colectivo que acontece en múltiples
espacios, sincrónica y asincrónicamente. Constituido como un sistema abierto, multicéntrico y
heterárquico, mediante la interacción permanente, el intercambio dinámico y diverso entre los actores
de un colectivo (familia, equipo de trabajo, barrio, organización, hospital, escuela, asociación de
profesionales, centro comunitario, entre otros) e integrantes de otros colectivos, posibilita la
potenciación de los recursos que poseen y la creación de otros alternativos.

De esta manera la noción de problema derivada de estos modelos sistémicos en Psicología


Comunitaria, establece que la desviación de una persona, familia o comunidad debe ser por tanto,
necesariamente concebida siempre desde parámetros normativos temporales, provisionales y
dependientes de la construcción sistémica de sentido, organizadores de la subjetividad y de las
relaciones interpersonales, como proceso y producto, y no como una entidad a priori.

Es decir, como indica Dabas (1993), en esta perspectiva no hay diagnósticos a priori o con
exclusión de algunos de los agentes sociales involucrados, y no se concibe la existencia de problemas
sin considerar quien los distinga, y sin incluir la organización sistémica en donde los mismos se
designan y, por tanto, los modelos normativos organizadores de la experiencia prediseñados son
reemplazados por los sentidos y significados que, desde procesos locales, organizan prácticas y
experiencias.

La concepción de problema utilizada en este modelo, refiere por tanto a la noción de la


Amplificación de la Desviación, según la cual una conducta problema o una conducta desviada es una
forma de llamar (etiqueta) que no se refiere a una característica de la conducta en sí, sino más bien a un
registro normativo particular, que afecta la identidad del sujeto y abre un proceso que amplifica la
desviación, ocurrido siempre en el marco interaccional de una mentalidad pública (Baratta; 1986.
Buckley; 1977).

Por tanto, de esta manera se concibe que la desviación, la conducta problema, es un producto
sistémico que considera la estructura institucional y cultural, la matriz de transacciones comunicativas
y negociaciones interpersonales dentro de esta estructura, en virtud de la cual las tensiones derivadas
del desempeño cotidiano de roles genera adaptaciones.
Se concibe que las reacciones sociales puedan generar rotulaciones y la creación de subculturas
de desviados y rebeldes, en cuanto es el proceso de retroalimentación entre ellas y el sistema lo que
determina la integración y/o la marginación de sus componentes. Así, una premisa de análisis de la
desviación es que la misma es provocada por el proceso normalizador propio del control social
operante en un todo sistémico.

Como señala Mony Elkaim (1989) en el enfoque Práctica de Red, el problema de un individuo
aparece como el de un grupo atrapado en las mismas contradicciones, situaciones de exclusión, opresión,
mistificación, que la familia o la red reproducen en su seno, y refieren al contexto social, siendo así un
problema básicamente de carácter "sociocultural" y no "psicopatológico", vinculado, particularmente, con
los procesos de control social.

Estos problemas ocurren en el marco de los sistemas de interacción, o lo que estos autores
llaman las Redes Sociales. Por tanto, la comprensión y abordaje de los comportamientos desviados o
patológicos, desde esta práctica interventiva, son considerados nexo entre el “síntoma”, sus dinámicas
sistémicas comunitarias, de clase social, y la cultura.

Específicamente, se considera que los procesos de crisis y principalmente la exclusión social


(hospitalización, internación en hogares, y conductas desviadas, en general) están vinculados al
momento en que un problema, vivido hasta entonces en el nivel interpersonal, abandona ese campo
para entrar a un estadio "público” que conduce a la exclusión de una de las partes en conflicto.

En consecuencia, y entrando en el ámbito de la estrategia de intervención, en este modelo se


busca el cambio en estas dinámicas de reciprocidad. Específicamente, se procura crear un nuevo
contexto donde surja una reciprocidad distinta, entendida como redes que reorganicen las interacciones,
trabajando interacción por interacción. Se busca crear dinámicas de reciprocidad e intercambios entre la
familia, la comunidad (jóvenes, padres, amigos o vecinos), y los intermediarios sociales que
transformen los procesos de amplificación y exclusión.

La tarea del interventor es identificar las estructuras y procesos mediante los cuales los sistemas
construyen su existencia cotidiana, de manera de generar una nueva comprensión y un nuevo
significado, por medio de un descentramiento de las prácticas y sus contextos de acción-interpretación,
de manera que emerja la novedad en el patrón de conocimiento–construcción de la realidad (Dabas;
1993).

Se buscan espacios para la construcción de nuevos sentidos y para la reconstrucción de otros,


que hagan posible la expansión de territorios afectivos, cognitivos y de acción que permitan la
emergencia y puesta en acto de nuevas identidades. Se persigue que los problemas sean reconstruidos
integrando otras perspectivas, como posibles senderos de acción.

De este modo adquiriere relevancia considerar permanentemente como foco de atención las
distinciones (significados y sistemas referenciales) usadas por quienes intervienen, dado que un
operador, desde el momento en que interviene, deja de ser ajeno al sistema, incluyendo sus propias
limitaciones y determinantes (hace parte del sistema interveniente, que incluye a los “intervenidos”).

La función esencial del equipo consiste en la interpretación, en el sentido de enlazar lo que la


ideología dominante ha disociado en el análisis de los problemas, en donde la elección de una lectura de
los acontecimientos, se convertirá en referencia, por un tiempo, pero continuará siendo una hipótesis a
verificar mediante la acción.

5. Noción de objeto, problema y estrategia de intervención en el modelo Desarrollo de


Competencias

Llamamos Modelo Desarrollo de Competencias, a un conjunto de propuestas interventivas, que


comparten una lógica de trabajo fundada en nociones y teorías propias y características de la Psicología
Social Clásica y, en esa medida, portadora de una óptica epistémica objetivista.

Dicho en términos generales y utilizando la denominación de Moscovici (1985), la perspectiva


epistémica de estos modelos sería diádica, en cuanto sería común a ella atribuir centralidad a la
interrelación entre el sujeto y las dimensiones de su ambiente social, concebidas estas últimas como
planos independientes y solo en relación de influencia.

El comportamiento se conceptualiza como una función de variables ambientales y otras


relativas a estados y procesos que se dan en el sujeto, siendo la función de representar y reflejar el
mundo que realiza este sujeto por medio de sus procesos cognitivos, el principal desarrollo desde donde
se aborda la conducta, y los fenómenos en general.

Dentro de lo que llamamos Modelo de Competencias, son posibles de incluir diversas y


múltiples prácticas interventivas específicas, tales como la Psiquiatría Preventiva, formulada por
Caplan (1978); los modelos de competencia individual; de comportamiento prosocial y de redes de
intercambio de recursos, descritos por Tyler (1984); y los modelos de trabajo en habilidades sociales,
como los descritos en Méndez, Macia y Olivares (1993), Kelly (1987) y Roth (1986); el modelo de
competencia que formulan López y Costa (1986); el de Apoyo Social, propuesto por Gottlieb (Gracia;
1997); el de estrés psicosocial, planteado por Dohrenwend (Hombrados; 1996); y los llamados Grupos
de Auto Ayuda (Sánchez Vidal; 1988).

Específicamente, como rasgo distintivo de este modelo, se entienden los problemas sociales y
psicosociales, así como la normalidad (disfunciones psicológicas, bienestar psicosocial o la
adaptación–desadaptación de los sujetos) en relación al estado de equilibrio y coordinación del sujeto
individual con el medio social.

De esta manera, tanto la raíz de las disfunciones de salud mental, como las posibilidades de
salud y bienestar están en la relación entre individuo y entorno psicosocial. Es allí donde hay que
intervenir para prevenir, promocionar la salud, curar y rehabilitar.

En esta corriente, la relación sujeto-ambiente, que distingue de manera característica la


Psicología Social tradicional, sería, de este modo, el plano básico desde donde se delimita y conforma
el objeto de intervención.

Desde aquí, los fenómenos son analizados a partir de las dinámicas de relación de los planos
psicológicos y ambientales, los cuales son examinados genéricamente teniendo a la vista las dinámicas
de interacción de ambos, concebidos como independientes y en interacción.

En consecuencia, desde esta lógica analítica, la investigación y la acción se focalizan en


variables específicas según la ubicación en estos planos, tales como el medio social inmediato,
entendido como factor influyente, o bien en los sujetos individuales, básicamente respecto de las
características de vulnerabilidad.

Las dimensiones culturales, tales como significados, sistemas de creencias y valoraciones


relacionadas al fenómeno, en coherencia con esta lógica analítica, quedan reducidos a las dimensiones
esenciales que distingue el modelo. Es decir, son concebidas como variables psicológicas o
ambientales de contexto, que interactúan y predisponen (en el sentido de influenciar) a los individuos a
desarrollar conductas específicas, normalmente refiriéndose a ellos como sujetos en riesgo (Alfaro y
Monsalve; 2006).

Al conceptualizar como variables psicológicas los sistemas de significación que participan en


los fenómenos, se les da el carácter de procesos cognitivos definidos básicamente como fenómenos de
nivel individual, tales como creencias, información, percepción, actitud, etc.

Así también, al ser definidos como variables o factor del ambiente, se les da el carácter de
componentes del entorno, independientemente o solo en relación de influencia con otros planos, ya sea
del propio ambiente o los sujetos individuales (Alfaro y Monsalve; 2006).

Recurriendo a la noción de Estrés Psicosocial y Apoyo Social, que hace parte de la referencia
conceptual de esta corriente, se podría definir que el foco de intervención de estos modelos sería: por
una parte, las dinámicas relativas al surgimiento, mantención, disminución y prevención del Estrés
Psicosocial, dinámicas relativas a la provisión y mantenimiento de Apoyo Social y, por otra, las
dinámicas referidas a las competencias de los sujetos.

El estrés es definido como la experiencia sostenida de una persona que afronta demandas
ambientales que le resultan o parecen excesivas, con recursos a disposición que son, o consideran,
insuficientes para satisfacerlas. La excesiva frecuencia, intensidad o duración de la respuesta natural de
estrés comporta el riesgo de una repercusión negativa sobre el propio bienestar (físico y psicológico) y
el desencadenamiento de una crisis subsiguiente, de potenciales efectos patológicos (Cantera; 2004).

La fuente estresante puede ser una respuesta personal, un estímulo ambiental o una interacción
ambiente-persona que interviene en la situación. Entre los escenarios del estrés psicosocial se cuentan
las transiciones vitales (adolescencia, desempleo, divorcio, jubilación, cambio de escuela o residencia,
reconversión profesional, etc.) y los acontecimientos vitales (live events), hechos traumáticos por sí
mismos (tortura, violación, maltrato físico, etc.) y todo tipo de situaciones generales que aparezcan
como importantes y, al mismo tiempo, peligrosas y amenazadoras, al ser percibidas como
impredictibles y/o insuficientes (ante las que no cabe posibilidad de una respuesta funcional y
satisfactoria).

Los moderadores de la reacción de estrés son: los recursos materiales disponibles (dinero,
empleo, vivienda, etc.); valoración subjetiva de las demandas situacionales y de los medios personales
para satisfacerlas; rasgos psicológicos (competencias, habilidades y estrategias de afrontamiento),
funcionamiento fisiológico, cognitivo, emocional y motivacional (grado de activación, ansiedad, nivel
de aspiración, estilo atributivo, control percibido, tendencia al riesgo, lugar de control, autoeficacia,
asertividad, autoestima, miedo, depresión, culpabilidad, etc.); apoyo social (formal e informal), en sus
múltiples facetas (ayuda física, económica, afectiva o informativa), de consejo, interacción positiva,
ámbito conversacional, expresión emocional o solidaridad grupal. El apoyo social funciona como
mecanismo de prevención primaria y como factor paliativo de trastornos psicológicos (Cantera; 2004).
De este modo, para este modelo, visto desde la noción de estrés, el foco analítico central desde
el cual se entiende el origen de un problema y su posible intervención, tendría relación con los eventos
vitales estresantes, las dinámicas cognitivas mediadoras del estrés, y las dinámicas conductuales y
cognitivas de afrontamiento de un sujeto, así como de los recursos y características de las redes de
vínculos que conforman el Apoyo Social.

Se entendería de esta manera que los problemas sociales y psicosociales son una función de las
características del ambiente y de los individuos, siendo la normalidad un estado de equilibrio, ajuste y
coordinación del sujeto individual con el medio social. Por lo tanto, un problema se constituiría como
desajuste originado en el fracaso de la integración-inserción sujeto-ambiente, producto de la
incompetencia de uno u otro.

Los problemas de salud mental, las disfunciones psicológicas, el bienestar psicosocial o la


adaptación–desadaptación de los sujetos, serían el resultado de dinámicas psicológicas relativas a las
competencias de los individuos para interactuar y relacionarse con su entorno, concebido este último
como ambiente, y también de las dinámicas propias del entorno, relativas a satisfacción de necesidades
y logro de equilibrio en los sujetos.

La incidencia de los problemas sería una razón variable o una ecuación entre las causas
orgánicas, las circunstancias medioambientales estresantes, las necesidades, en general, y los recursos
disponibles para hacerles frente (recursos personales, sociales y económicos) (López y Costa; 1986).

Un problema o disfunción emerge como función de:

- los eventos que obligan a la persona a construir una nueva adaptación a sus circunstancias,
- la mediación cognitiva y conductual (evaluación primaria, secundaria y afrontamiento)
mediante la cual el sujeto enfrenta o procesa psicológicamente estos eventos ,
- el apoyo emocional, informacional e instrumental que su medio o entorno sociocultural le
presten, y
- el tamaño, densidad, heterogeneidad, reciprocidad, etc. de la red de intercambio que
conforman sus diversas pertenencias grupales.

De esta manera, un problema sería un estado temporal de trastorno general, activado por algún
acontecimiento traumatizante, vivido como amenazador, desafiador, desbordante; que se caracteriza
por una múltiple desorganización fisiológica, cognitiva emocional, conductual y psicosocial, que
inhabilita a la persona para responder eficazmente, con sus actuales recursos disponibles y / o
percibidos, a las demandas de la situación (Cantera; 2004).

Por tanto, un individuo que enfrenta situaciones que exigen cambios en su estrategia de relación
habitual, debido a factores provenientes del ambiente o de sus propias características psicológicas, y sin
condiciones para encararlos (por factores ambientales o psicológicos), desarrolla respuestas que, por lo
general, son desadaptativas.

Los problemas de vida se transformarán en disfunción en la medida en que un individuo no


cuente con recursos propios, no tenga acceso a un sistema de apoyo natural con competencia para
ayudar, o no disponga de un sistema de apoyo profesional accesible y competente.

Entrando en la lógica o estrategia de intervención, para este modelo los esfuerzos para aliviar
los problemas personales y promocionar la salud deben partir por la modificación y mejora de las
situaciones y contextos del entorno y de los repertorios conductuales humanos.

El planteamiento de López y Costa (1986) señala que para que un individuo dé solución a sus
problemas de vida, debe disponer de recursos o competencias necesarias, provenientes de sus
habilidades individuales, de sus redes de apoyo, personales o informales, o bien de un sistema de apoyo
profesional.

Según estos autores, una estrategia de intervención adecuada debiera orientarse a optimizar las
destrezas, habilidades y recursos personales, con especial atención hacia aquellos sectores que ofrecen
mayor vulnerabilidad. La intervención debiera optimizar las redes y sistemas de apoyo natural en su
función de ayuda para el ajuste y el cuidado de la salud comunitaria e individual. Asimismo, también
debiera optimizar el sistema de apoyo profesional -en su función de ayuda- haciéndolo más accesible y
competente (López y Costa; 1986).

Gottlieb (citado en Gracia; 1997), al analizar la dinámica anterior, señala que cuando las
personas se enfrentan a sucesos y transiciones vitales que retan o desbordan sus habilidades, se debe
movilizar Apoyo Social a través de mejorar la calidad del apoyo que proporciona la Red Social,
promocionar la afiliación entre personas que tienen que enfrentar circunstancias estresantes similares,
intentar reintegrar a las personas en una red que responda más a sus necesidades personales, o
reorientarlas a sectores de su red que disponen de recursos psicológicos más apropiados.

Así, en estas intervenciones que incorporan el Apoyo Social, independientemente de la


estrategia específica que se adopte, el objetivo fundamental es siempre la creación de una interacción
con el entorno social, capaz de satisfacer las necesidades psicosociales de las personas.

Se busca crear una interacción que optimice el ajuste entre las necesidades psicosociales de la
persona (surgidas de las distintas demandas que enfrenta) y las provisiones sociales y emocionales que
recibe. Por lo general, implica la interacción directa con su entorno social. Los efectos posit ivos son el
resultado de los recursos intercambiados durante esta interacción. Estos recursos incluyen la
información acerca del self y del entorno, así como la ayuda tangible, el cuidado, la compañía y el
apoyo emocional (Gracia; 1997).

El rol del profesional es indirecto e involucra esfuerzos para ajustar los recursos del entorno
social a las necesidades psicosociales de la persona. Estas intervenciones pueden incluir, entre otras,
iniciativas para generar cambios en la estructura o composición del entorno social, modificaciones en la
conducta individual o las actitudes, o variaciones en la calidad y frecuencia en la interacción entre la
persona y uno o más miembros de su entorno social.

Desde este marco se utilizan estrategias interventivas, tales como:

Intervención en crisis: su actuación se centra en la reacción transitoria de estrés de forma


temprana para evitar la respuesta psicopatológica.

Prevención: la prevención se dirige hacia los mediadores psicológicos y situacionales. La


intervención sobre los mediadores psicológicos se centra en el entrenamiento de estrategias
individuales de afrontamiento para alcanzar un nivel óptimo de habilidad.

La intervención en los mediadores situacionales se encamina a incrementar o proporcionar


todos aquellos recursos necesarios para afrontar los problemas. Uno de los medios más conocidos para
alcanzar este objetivo es el Apoyo Social. La intervención supone la creación de redes de apoyo, el
fortalecimiento del sentimiento de comunidad y, en definitiva, la definición de todos aquellos recursos
emocionales, materiales e instrumentales que conlleven la mejor adaptación al medio.

6. Conclusiones

Normalmente no se pone suficiente atención a la diversidad presente en la Psicología


Comunitaria, de tal manera que ella es presentada implícitamente como un cuerpo homogéneo y
singular.

Efectivamente, en un cierto nivel, se conforma como un cuerpo distintivo y reconocible en


términos genéricos, con una lógica de análisis de los problemas y estructuración de una estrategia
interventiva frente a ellos, tal como se ha revisado en este texto, al ahondar en las definiciones que
desarrollan los distintos modelos reconocidos.

Se la concibe y delimita normalmente como una forma de abordaje de los problemas sociales
que valora los dinamismos contextuales, sociales, psicosociales (comunitarios) en el origen,
mantención y cambio de los problemas y que, por tanto, pone el foco interventivo en esos dinamismos
y desarrolla estrategias de abordaje de estos incorporando la propia comunidad, superando modelos de
trabajo centrados en la acción sobre los individuos que presentan el problema, en un nivel solo
curativo, apelando solo a recursos profesionales y técnicos.

Se la distingue de esta manera en relación a una óptica analítica que enfatiza la comprensión
y/o explicación del origen de los problemas sociales, poniendo el acento en las dinámicas comunitarias
contextuales que participan en ello.

Se la define, además, como caracterizada por una manera de abordar interventivamente estos
fenómenos, actuando sobre las dinámicas contextuales, utilizando, asimismo, una estrategia que
incorpora la comunidad en la generación de las soluciones o de los cambios necesarios.

Se la explica también en relación al nivel en que aborda los problemas, el cual es de tipo
promocional y /o preventivo.

Sin embargo, resulta clave para comprender la Psicología Comunitaria y sus implementaciones
concretas, precisar que ella, por sobre estos aspectos compartidos, contiene y sostiene diversas lógicas
para entender los fenómenos que interviene, coexistiendo en su interior técnicas, estrategias y modelos
analíticos con diferencias referenciales de gran magnitud, analizados en este texto.

De tal manera, aspectos que, en términos generales, diferencian y caracterizan la Psicología


Comunitaria, estructuran acepciones y énfasis particulares, diferenciados entre sí y de gran
heterogeneidad.

Específicamente, se consigna en este texto que las distintas tradiciones o corrientes de trabajo
comunitario se diferencian sustantivamente respecto de las nociones establecidas para delimitar el
objeto de intervención, la definición de “problema social” y la lógica que guía cada estrategia de
trabajo.

La Psicología Comunitaria es heterogénea en la forma en que define su objeto de intervención,


conteniendo aproximaciones en que este se fija o delimita como relaciones sociales de poder o diálogo,
como ocurre en la Psicología Social Comunitaria Latinoamericana; u otras en que es fijado en
referencia a dinámicas de interdependencia sistémicas, que incluyen procesos y estructuras de
organización, como en la Ecología Social; junto a planteamientos, como la denominada Intervención en
Redes, en la cual el objeto queda explicado por las lógicas sistémicas conformadas como redes de
intercambio y negociación simbólica (comunicación) que operarían según principios de
autorregulación y/o autoreferencialidad, constituyendo lo social y delineando la acción humana.
Existen asimismo, y siempre dentro de la Psicología Comunitaria, otras formas de delimitar el objeto
de intervención apelando a la relación de ajuste o desequilibrio entre sujeto y entorno social, entendidos
como dos planos independientes antológicamente, como en el Enfoque de Competencia.

De mismo modo la Psicología Comunitaria es heterogénea respecto de la noción de problema


que utiliza, permitiendo aproximaciones en el que este queda definido por las relaciones de poder,
control y sujetamiento social, producto, productor y reflejo del operar de relaciones sociales de
desigualdad en la distribución de recursos y poder en una sociedad; u otras en las que es explicado
como resultado de la dinámica sistémica de interdependencia, en la que participan los recursos
sistémicos, contextos, escenarios, limites, redes de intercambio, recursos personales y sociales, etc.,
operando estos el determinante que genera, mantiene, incrementa y / o reduce una situación problema,
de manera tal que lo que lo define es la disfuncionalidad, o incapacidad del todo sistémico para
funcionar armónicamente, proveyendo de los recursos necesarios. Existen también nociones de
problema en las que este es concebido como una conducta desviada, construida desde la relación
sistémica constituyéndose una “etiqueta” o forma simbólica, no referida a una característica de la
conducta en sí, sino más bien a un registro normativo particular, de carácter simbólico relacional, que
afecta la identidad del sujeto y abre un proceso que amplifica la desviación, siempre en el marco
interaccional de una “mentalidad” pública sistémica particular. Y, por último, concepciones de
problema en que este es considerado como una función de las características del ambiente y de los
individuos, siendo la normalidad un estado de equilibrio, ajuste y coordinación del sujeto individual
con el medio social, constituyéndose el desajuste en el fracaso de la integración-inserción sujeto-
ambiente, como producto de la incompetencia de uno u otro.

En última instancia, como se ha expuesto en este texto, la Psicología Comunitaria sería también
heterogénea y plural respecto de la estrategia que utiliza, fundada en los elementos anteriores,
conteniendo formas en que la misma varía según la corriente a la que adscriba. De esta manera, para la
Psicología Social Comunitaria, la misma se define por la superación de las condiciones de control
social e invasión cultural, a través de la potenciación, amplificación de capacidades tendientes a la
actorización de colectivos, toma de conciencia o problematización de las conciencias (reflexividad),
construyendo relaciones sociales participativas, horizontales o de diálogo. Para la Ecología Social, la
estrategia es utilizada mediante lógicas interventivas dirigidas a modificar las partes o componentes del
sistema de manera de optimizar su congruencia, coherencia o integración, de manera que las personas y
los diversos componentes sistémicos incrementen su flexibilidad y capacidad adaptativa. En el
Enfoque de Redes, la misma está definida por la construcción de redes de reciprocidad que ofrezcan
alternativas ante los procesos de amplificación de la desviación y exclusión, modificando, de manera
que las estructuras y procesos mediante los cuales los sistemas construyen su existencia cotidiana,
generen una nueva comprensión y un nuevo significado, que descentre las prácticas y sus contextos de
acción-interpretación, de forma tal que emerja la novedad en el patrón de conocimiento–construcción
de la “realidad”. Asimismo, en el Enfoque de Competencias hallamos estrategias, como aquellas
orientadas a optimizar, por una parte, las destrezas, habilidades y recursos personales, con especial
atención hacia aquellos sectores que ofrecen mayor vulnerabilidad, y por otra los soportes sociales
naturales en su función de ayuda para el ajuste y cuidado de la salud comunitaria e individual, así como
también el sistema de apoyo profesional en su función de ayuda, haciéndolo más accesible y
competente.

Se debe tener en cuenta, además, como extrapolación de este análisis, que otros conceptos
igualmente relevantes y claves para la definición de la Psicología Comunitaria, tales como los de
comunidad, participación, problema psicosocial o problema social, cobrarían sentidos y acepciones
enteramente diferentes para cada modelo. Todo lo cual funda la propuesta de no concebir la Psicología
Comunitaria como singular, sino más bien dentro de una pluralidad de Psicologías Comunitarias.

Así es como desde este análisis podríamos concluir que para algunos desarrollos, la comunidad
se entiende como entorno o ambiente, y se integra en relación a su actuación como factor de riesgo o
protección del equilibrio de los sujetos. En cambio, para otros, se la podría concebir como sistemas
simbólicos relacionales participantes y constituyentes de la situación problema; o bien como estructuras
de relaciones sociales, cruzadas por dinámicas de poder, administradoras de la conciencia colectiva.

De igual forma, esta pluralidad y heterogeneidad se presentaría respecto de otro concepto


central y determinante, como es el de participación comunitaria. Es decir, aunque sea característico de
la estrategia comunitaria genérica, reconocer la importancia de la población como agente activo y
participante, y no solo el destinatario pasivo de la acción profesional, las estrategias concretas de
incorporación de la comunidad derivadas de cada enfoque o modelo analizado varían
significativamente, de forma tal que en algunas es incluida como “recurso humano”, incorporándosela
solamente en la ejecución de los programas como complemento o apoyo en roles parciales y tareas que
normalmente ejercen los profesionales. En otras formas, es incluida como recurso anexo,
complementario o agregado que se suma a las capacidades de los profesionales, tal como en los
programas de auto-apoyo en que se incorpora con grados de integralidad mayor, como formas
alternativas de ayuda, basadas en la actualización y potenciación de las capacidades de auto sanarse que
la propia comunidad tiene. Así también, se encuentran modalidades, en otro polo de este continuo, en
las cuales la incorporación de la comunidad es de mayor relevancia, ya sea en cuanto la valoración
como sistema cultural participante activo en la conformación de la “realidad” social, ya sea respecto de
su “actoría” y de su rol de gestión (autogestión), como en la llamada Psicología Social Comunitaria, la
cual coloca la participación como eje central de su estrategia.

La relevancia de esta discusión, se relaciona con dos aspectos centrales.

1) Tiene que ver con la necesidad de asumir esta condición tensionada y multiparadigmática de
la Psicología Comunitaria y, por tanto, reconocer analíticamente que la misma se estructura
internamente no solo por una gama amplia de modelos equivalentes y equidistantes, de forma
homogénea o “plana”.

Además, es preciso reconocer agrupaciones de modelos según cercanías y distancias entre ellos,
conformando lógicas de trabajo de nivel general. Es lo que hemos llamado Tradiciones de Intervención
(Alfaro, 2000), articuladas según los vínculos o referencias compartidos en relación a las orientaciones
teóricas (meta teóricas) y epistemológicas, relativas a los planos de definición de la naturaleza de la
realidad (plano ontológico), de la naturaleza del conocimiento (plano epistemológico), y del vínculo
realidad social y conocimiento (plano metodológico). De esta manera, consideramos que la noción o
definición de Psicología Comunitaria, y cada aspecto de su andamiaje técnico y conceptual, no puede
ser visto al margen de su ubicación y pertenencia paradigmática (epistémicas y teóricas).

2) La relevancia de plantear este carácter tensionando y plural de las nociones básicas que
definen la Psicología Comunitaria, radica en la posibilidad de visualizar y asumir más cabalmente las
implicancias metateóricas entrelazadas con las opciones técnicas y operativas que se juegan en la
estructuración de las prácticas profesionales en que nos implicamos cotidianamente.

En virtud de ello, se propone concebir la Psicología Comunitaria como un área profesional y


académica, plural y tensionada, al igual que todos los campos profesionales de la Psicología, por la
diversidad paradigmática propia de todo el pensamiento social.
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