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MADRES DEL DESIERTO (1ª Parte)
“Las fuentes de la espiritualidad
monástica" (Capadocia)
INTRODUCCIÓN
Son mujeres que fueron al desierto para buscar mejor a Dios, descubrirle y amarle
más, para dedicarse a la ascesis y a la contemplación de los Misterios divinos, por eso y
merecen la misma atención que reciben los Padres del Desierto.
Sus vidas, sus experiencias donde encontramos su doctrina espiritual son de gran valor
y en nada son menores a la de los Padres.
Las Madres, vivían en el desierto, una vida ascética y dura, hace muchos siglos,
pero que una vida que nunca pierde su frescura y actualidad. Ellas nos muestran el
Rostro de Dios y su amor que les hace dejarlo todo por él es un gran ejemplo para
nuestras vidas tan inundadas de egoísmos y de ruidos ensordecedores que nos impiden
escuchar la Voz de Dios.
Deseo mostrar el papel de las mujeres a lo largo de la historia, que ha sido muy
importante y muy valioso si se tiene en cuenta las dificultades que han tenido las mujeres
para hacerse valer en un medio donde los hombres no nos han dejado sobresalir. Sin
embargo, han luchado y han demostrado que la contemplación y la vida espiritual y
ascética, no es sólo patrimonio de los hombres y que nosotras, las mujeres, tenemos una
especial y fina sensibilidad para captar las resonancias del Amor.
Hacer este trabajo para mi, significa conocer mejor este campo todavía muy
desconocido, adentrarme y profundizar en esta riqueza que nos tiene mucho que
enseñar, y también es mi pequeña contribución y mi humilde homenaje a aquellas que,
superando todas las barreras y obstáculos, saltaron sin miedo al mundo desconocido del
desierto para mejor buscar a Dios sin que nada las pudiese hacer volver atrás en su firme
resolución y como S. Pablo decían: "¿Quién me separar del amor de Cristo? ¿La espada,
el hambre, la desnudez?...Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de
aquel que nos amó. Porque estoy persuadido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles
ni los principados ni las potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura
podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro
Señor"[1].
Enseñanza que nos proporcionan más vivida que escrita (aunque también escrita
en muchas ocasiones, pero que son avaladas por la vida), tendente a la unión con Dios
aquí abajo, en el Cielo más tarde.
El alma de la mujer posee una intuición y una ternura que hace descubrir el
Rostro más verdadero de Dios, los latidos más profundos de Su Corazón; ella, como
nadie, se acerca. Las fuentes del monacato son un estímulo para redescubrir el papel de
la maternidad espiritual y sus posibilidades actuales. Es necesario hacerlo pues se trata
de prestar un servicio al monacato y también a la Iglesia, y como no, a la mujer[4].
Esto mismo también corresponde a las Madres, maestras según el Espíritu que
roturaron caminos de virtud y santidad en la vida cristiana, primero con el ejemplo de
su vida santa y doctrina ortodoxa. Las diferencias existentes entre Patrología y
Matrología, son de tipo cultural: ellas, en general, no escribieron nada (aunque tenemos
algunas mujeres, no obstante poquísimas, que escribieron: Perpetua; Faltonia; Egeria),
pero vivieron hasta las últimas consecuencias su fe; la tradición oral recogió su valioso
legado, que transmitieron los hombres por escrito. Más tarde, las Madres benedictina y
cistercienses plasmaron por escrito sus experiencias y vivencias espirituales y hoy
constituyen verdaderos tratados místicos.
Si la palabra Abba significa “padre espiritual”, es decir: el que está lleno del
Espíritu Santo; la palabra Amma, expresa Madre espiritual, llena del Espíritu Santo. Nos
lo dice Paladio en su “Historia Lusiaca”[7].
Desde los inicios de las migraciones al desierto, ellas están presentes. Las
diásporas espirituales comenzaron hacia el 250 d.C.; fue un movimiento renovador,
inspirado sin duda alguna, por el Espíritu. Estos grupos de solitarios y solitarias, se
caracterizaron, por su radicalidad de vida a través de la oración y la ascesis[8].
Estos grupos se incrementaron a partir del Edicto de Milán en el 313 cuando el
Emperador Constantino convirtió al cristianismo en religión oficial del imperio romano.
Muchos cristianos, ante la desaparición del martirio y queriendo vivir una vida cristiana
auténtica y añorando el martirio, se decidieron vivir un martirio incruento y marcharon
al desierto[9].
Existen sentencias atribuidas a los espirituales de los desiertos que dicen que el
ser monje (monja), no es cuestión de cambiar de vestido, de abrazar un especial estilo
de vida, sino llevar a cabo esta empresa ardua y sublime que solo se puede llegar a través
de caídas y tropiezos para siempre levantarse de nuevo confiando en la misericordia
infinita de Dios y en Su perdón.
Y es que para ellos, el nombre tiene la misma importancia que en la Biblia donde el
nombre está unido al momento de la invocación de este nombre -desde el corazón- y a
la comunicación con él. Por ello, el nombre de Dios y Dios mismo, no puede ser
manipulado. Con la venida de Cristo, Dios revela Su Nombre propio.
Sin embargo, el desierto es también el lugar de los grandes combates espirituales,
son los que San Antonio llamaba: “los combates de los oídos, de la lengua, de los ojos”.
Es aquí donde estas tentaciones y luchas se sienten en toda su agudeza y atacan con
fuerza: son los pensamientos impuros, la soberbia y vanagloria, la tristeza, la rebelión,
melancolía, la crítica… (La lista varía según los padres. El elenco clásico es el que da
Evagrio Póntico: gula, lujuria, avaricia, tristeza, acedia, ira, vanagloria y orgullo). Pero
estos ascetas tienen soluciones como la oración, la lectio divina, la ascesis y la apertura
del corazón a la madre espiritual (en nuestro caso), y una confianza ilimitada en la
misericordia del Señor. Y también el relativizar, no dramatizar, saber reírse de uno
mismo.
Martyrius, autor monástico del siglo VII, recoge la tradición espiritual del
Desierto desde el siglo I, en su obra más conocida “Libro de la perfección”, en su Tratado
tercero, se explaya en la vida solitaria y dice que la verdadera Regla monástica, es la
renuncia absoluta a todo y una caridad perfecta; un desapego total y una caridad
perfecta, un amor sin reserva. La humildad, la confianza en Dios sin límites y la mente y
el corazón humilde son las armas siempre victorias contra el demonio. Termina así: “El
monje (la monja) debe estar como embriagado de la caridad de Cristo… unirse
únicamente al Dios único y supremo… Única y muy sublime es la regla de vida del retiro
solitario, a saber: el angélico estar ante Dios y el recogimiento de espíritu”[14].
Los teólogos cristianos afirmaban la igualdad de los dos sexos en relación con la
virtud, e incluso en algunos casos reconocen la superioridad de la mujer en este campo;
aunque no todos pensaban así, siempre hubo hombres y padres que opinaban
(equivocadamente) que la mujer era más débil que el hombre y que sólo podía llegar a
la altura del hombre, “volviéndose varón”. Los Padres de la Iglesia creen que la
verdadera diferencia entre los seres humanos no es cuestión de sexo sino de alma, y así
Gregorio de Nisa afirma: “Que la mujer no diga: ¡Soy débil! Porque la debilidad es cosa
de la carne, y en cambio es en el alma donde está el vigor”[15]. Y Gregorio de Nacianceno
exclama: “La naturaleza femenina ha ido más allá que la masculina en el común combate
por la salvación, probando con ello que entre los dos hay una diferencia de cuerpo, pero
no de alma”[16]. En la misma línea también vemos a Basilio y a Juan Crisóstomo.
Es cierto que los Padres del desierto querían una separación efectiva entre
monjes y monjas, y de forma más global, entre hombres y mujeres. Cosa que también
deseaban las monjas con respecto a los monjes y los hombres en general. Pero nunca los
Padres infravaloraron la vida ascética y espiritual de estas mujeres. Y la razón no era de
orden físico porque experimentaban que el vigor masculino no bastaba para ello. La
razón estaba en la caridad, el amor a Dios y a Cristo. Y sabían que de este amor son tan
capaces las mujeres como los hombres. En la tradición monástica descubrimos que se
consideraba a las monjas capaces de dar dirección espiritual en las mismas condiciones
que los hombres.
Que las monjas puedan ser guías de otros, deriva del hecho que ellas también
pueden ser “espirituales”, portadoras del Espíritu. Y, en cuanto tales, pueden recibir el
Título de “Madre” o “Amma”.
Las monjas (aquellas que sabían leer) se servían como los monjes de la Sagrada
Escritura y de las vidas y dichos de los Padres, y las adaptaciones de las normas
monásticas a la naturaleza femenina eran hechas por una “Amma”. Las mujeres no
querían que se edulcorasen para ellas los principios de la vida monástica. La adaptación
a la condición femenina no era rebajar el ideal de perfección cristiana, sino vivirlo según
otras características. Y nadie mejor para traducir en la práctica las normas de vida
monástica para uso de mujeres que una mujer.
También veamos como muestra, este apotegma de Amma Teodora: “Uno de los
ancianos interrogó a Amma Teodora diciendo: ¿Cómo resucitaremos en la resurrección
de los muertos? Le respondió: Tenemos como prenda, ejemplo y primicias al que
resucitó por nosotros, Cristo nuestro Dios”[19]
BIBLIOGRAFÍA
Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y
ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de
estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio
histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949.
García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974.
Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943.
Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14.
Institutum Patristicum Agustinianum, a cargo de Angelo Di Berardino, Diccionario
Patrístico y de la Antigüedad Cristiana. T. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992.
Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1965.
Josep M. Soler, Las Madres del Desierto y la Maternidad Espiritual. Mujeres del
Absoluto, XX semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos 1986.
L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva,
Madrid 1995.
Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de
espiritualidad, Madrid 1992.
M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982), abadía de Santa Escolástica, Buenos
Aires.
Sagrada Biblia, Ediciones B.A.C., Madrid 1966.
Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo,
Burgos 2003.
Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto,
Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas,
Burgos 1999.
[1] Rm 8,35-39.
2 Os 2, 14.
3 Mt 5, 8.
[4] Cf. Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1965.
[5] Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid
1992, p. 14.
[6] La mujer, durante siglos, ha sido considerada, podríamos decir, como un ser de segunda categoría
con respecto a los hombres. Las mujeres vivían siempre sometidas al varón, primero permanecían bajo
la tutela de su padre, para seguidamente encontrarse ante el dominio del marido. Lo que ellas pensaban
no tenía ningún interés, la historia ha sido escrita por hombres y poco sabemos de la mirada femenina
de las mujeres sobre ella y de su contribución callada y silenciosa pero no menos importante. Lo que ellas
pensaban, sentían o vivían, no tenía relevancia social ninguna en un mundo de hombres, sólo se podían
dedicar a la casa y alcuidado de los hijos y el marido. Pero no debemos olvidar que en nuestro caso, hoy
no se hablaría de un San Basilio ni de su obra, ni de un San Gregorio de Nisa, sin la influencia de su
hermana Santa Macrina.
[7] Alrededor de los años 419, 420, Paladio escribió la Historia Lausiaca, dedicada a Lauso, chambelán
de Teodosio II. Está formada por una colección de apuntes sobre varios ascetas, hombres y mujeres,
sobre todo del ambiente egipcio y, en menor medida de Palestina. Paladio se refiere a ascetas conocidos
por él o de los que había oído a hablar. Quiere escribir sobre todo una obra de edificación; para ello pone
de relieve el valor espiritual de la vida del desierto que conocía bastante bien. Existen, desde el punto de
vista textual, tres recensiones: una breve que parece ser la original; otra larga que según E. Honigmann
habría sido compuesta por Heráclides de Nisa; y otra que es una combinación de las dos anteriores, unida
a la Historia monachorum in Aegypto. (Cf. Institutum Patristicum Agustinianum, a cargo de Angelo Di
Berardino, Diccionario Patrístico y de la AntigüedadCristiana. T. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992,
p. 1648-1649).
[8] En los primeros siglos del cristianismo, a los cristianos que llevaban una vida más austera y
sacrificada, más desprendida de las cosas del mundo y más dedicada a la imitación del Señor, se les dieron
varios nombres, como el de vírgenes para las mujeres y el de continentes para los hombres. Estos
térmisnos señalan lo esencial de su estilo de vida: el celibato. Acabó prevaleciendo, sobre todo en la
Iglesia de Oriente, el nombre de asceta. Los solitarios de Egipto se reclutaban en su inmensa mayoría
entre las clases bajas de la sociedad copta; también procedían en menor medida, de las clases sociales
media y alta; lo importante para ellos era vivir, mejor que especular sobre la vida, avanzar por el camino
de la perfección, mejor que analizar sus etapas. La Sagrada Escritura no debía ser ovjeto de especulación
teológica, sino norma de vida y de arma en la lucha contra el demonio. El sacerdocio entre los anacoretas
coptos era algo excepcional, ern en general, laicos. Lo normal era que los solitarios vivieran cercanos los
unos a los otros, pues la vida en el desierto era duray difícil y muchos empezaron a congregarse y
organizarse, y muchos buscaban un maestro que fuera su guía espiritual. También hubo muchas mujeres
que hicieron vida solitaria en los desiertos de Egipto. Los Padres de la Iglesia las consideraron aptas para
transmitir doctrina epiritual y así, tuvieron una maternidad espiritual en nada envidiable a la paternidad
espiritual de los Padres. . vemos que los apotegmas de las Madres, han sido admitidos entre los
apotegmans de los padres. (Cf. García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974, p.31-
89).
[9] Orígenes, gran asceta y maestro de ascetas, nos recuerda que el apartamiento del mundo, no se
trataba de marchar al desierto, sino que era más bien, una separción moral. Marchar al desierto era
dejar Egipto, es decir, el mundo, pero dejarlo no como lugar, sino como modo de pensar.
[10] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 185-186.
[11] Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p.
186.
[12] Fl 2, 5ss
[13] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 187.
[14] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 188.
[15] Esta sentencia pertenece a un discurso que se atribuye a San Gregorio de Nisa, In Faciamus
hominem…, Oratio II; p. 44, 276.
[16] Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14, p. 35, 805.
[17] Josep M. Soler, Las Madres del Desierto y la Maternidad Espiritual. Mujeres del Absoluto, XX semana
de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos 1986, p. 61.
[18] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 445-448.
[19] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 118-119.
[20] Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.
[21] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.
[22] Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col.
Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999. p. 150.
[23] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[24] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 358.
[25] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[25] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 123-124.
[26] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 125.
[27] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512.
[28] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p.126.
[29] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología
patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512-513.
[30] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 74.
[31] No se puede decir que San Basilio fundase una Orden en sentido estricto de la palabra, ni se puede
afirmar que todos aquellos monasterios tuviesen un código legislativo inexorable salido de las manos de
Basilio. Fue más bien el conjunto de normas ascéticas, como núcleo substancial de los diversos estatutos
particulares de cada casa religiosa, el que sirvió de ocasión para el nombre de basilianos. Tal vez el
comienzo de una tal nomenclatura haya que buscarlo en la contraposición con San Benito, patriarca de
los monjes de Occidente, y en una fórmula de este último, en que alude a la “Regla de nuestro Padre San
Basilio (Regla de San Benito, c. 73, 6). El Papa Gregorio XIII reunió todos los monasterios italianos y
españoles inspirados en la Regla de San Basilio en una verdadera Orden basiliana.
[32] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 75.
[33]Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 130.
[34] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 130.
[35] Cf. Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 501-502.
[36] Hay autores que creen que murió en diciembre, pero J. R. Ponchet, en “Fecha de la elección episcopal
de San Basilio”, cree que murió el 19 de julio, fecha en que coincide su celebración en el Santoral.
[37] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.
[38] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.