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MADRES DEL DESIERTO (1ª Parte)
“Las fuentes de la espiritualidad
monástica" (Capadocia)

INTRODUCCIÓN

Son mujeres que fueron al desierto para buscar mejor a Dios, descubrirle y amarle
más, para dedicarse a la ascesis y a la contemplación de los Misterios divinos, por eso y
merecen la misma atención que reciben los Padres del Desierto.

Sus vidas, sus experiencias donde encontramos su doctrina espiritual son de gran valor
y en nada son menores a la de los Padres.

Mujeres fuertes que ya desde antiguo, complementan la visión “masculina” de la


teología con una rica experiencia “femenina” tan llena de valores y matices nuevos. No
pueden ignorarse ni dejar encerradas sus palabras y vivencias que tanto pueden decir
hoy a nuestro mundo ardiendo de sed de Dios pero sin referentes y perdido en un mundo
secularizado que no le permite vislumbrar la Luz que le conduce a la Verdad a la
felicidad, en definitiva, a Dios.

Las Madres, vivían en el desierto, una vida ascética y dura, hace muchos siglos,
pero que una vida que nunca pierde su frescura y actualidad. Ellas nos muestran el
Rostro de Dios y su amor que les hace dejarlo todo por él es un gran ejemplo para
nuestras vidas tan inundadas de egoísmos y de ruidos ensordecedores que nos impiden
escuchar la Voz de Dios.

Deseo mostrar el papel de las mujeres a lo largo de la historia, que ha sido muy
importante y muy valioso si se tiene en cuenta las dificultades que han tenido las mujeres
para hacerse valer en un medio donde los hombres no nos han dejado sobresalir. Sin
embargo, han luchado y han demostrado que la contemplación y la vida espiritual y
ascética, no es sólo patrimonio de los hombres y que nosotras, las mujeres, tenemos una
especial y fina sensibilidad para captar las resonancias del Amor.

Hacer este trabajo para mi, significa conocer mejor este campo todavía muy
desconocido, adentrarme y profundizar en esta riqueza que nos tiene mucho que
enseñar, y también es mi pequeña contribución y mi humilde homenaje a aquellas que,
superando todas las barreras y obstáculos, saltaron sin miedo al mundo desconocido del
desierto para mejor buscar a Dios sin que nada las pudiese hacer volver atrás en su firme
resolución y como S. Pablo decían: "¿Quién me separar del amor de Cristo? ¿La espada,
el hambre, la desnudez?...Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de
aquel que nos amó. Porque estoy persuadido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles
ni los principados ni las potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra criatura
podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro
Señor"[1].

Es en este espacio donde estas valerosas y enamoradas mujeres encuentran al


Dios que se les revela; el desierto es lugar de la revelación de Dios pues es ahí donde se
escucha a Dios que habla al corazón: “la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” [2];
aunque se necesita alcanzar la pureza de corazón para que se dé el Encuentro:
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”[3].
Estas mujeres que viven en el desierto, son un don de Dios, una gracia personal
en la mujer para enseñar, y en los que la escuchan o la ven actuar. El que enseña es dios
fundamentalmente; por tanto, es a Él a quien hay que orar para recibir este don
inmerecido de Su gracia. Ella que practican la ascesis, llegan a la experiencia de la
suavidad de Dios. El libro del Cantar de los Cantares es la expresión de un deseo y de
una posesión; es un canto de amor que se escucha poniendo en ello todo el ser,
cantándolo uno mismo. Sostiene y acompaña los progresos de la fe de gracia en gracia,
de la vocación, hasta la entrada en la vida feliz de la bienaventuranza celeste. Existen las
luchas cotidianas, la misma ascesis, más también la alegría de esperar los bienes
prometidos, las recompensas futuras, otras tantas palabras que dicen: Dios. Porque el
Señor está en el punto de partida, en todas las etapas del camino y en el final porque Él
mismo es el Fin.

Enseñanza que nos proporcionan más vivida que escrita (aunque también escrita
en muchas ocasiones, pero que son avaladas por la vida), tendente a la unión con Dios
aquí abajo, en el Cielo más tarde.

Vamos a adentrarnos en estas soledades tan llenas de la Presenciade Dios y que


las vidas de estas solitarias ascetas sean un aldabonazo en nuestras, muchas veces
dormidas, conciencias.

El alma de la mujer posee una intuición y una ternura que hace descubrir el
Rostro más verdadero de Dios, los latidos más profundos de Su Corazón; ella, como
nadie, se acerca. Las fuentes del monacato son un estímulo para redescubrir el papel de
la maternidad espiritual y sus posibilidades actuales. Es necesario hacerlo pues se trata
de prestar un servicio al monacato y también a la Iglesia, y como no, a la mujer[4].

MADRES DEL DESIERTO

Tanto la Patrología como la Matrología, contienen idéntica apreciación en lo


esencial: santidad de vida de sus protagonistas, irradiación benéfica de su pedagogía
espiritual en su entorno, testimonio martirial o confesional de la fe, que incluye la
fidelidad heroica al Magisterio de la Iglesia, a la Revelación divina en definitiva, que se
expresa en el apasionado amor a la persona de Jesucristo, Dios-Hombre.

La raíz del término “patrología”, viene de “padre”, y este apelativo ha forjado el


término “patrología” y más tarde el de “patrística”. Así, la Patrología es la parte de la
historia de la literatura cristiana que trata de los autores de la antigüedad que
escribieron sobre temas de teología. Comprende tanto a los escritores ortodoxos como a
los heterodoxos, aun cuando se ocupe preferentemente de los que representan la
doctrina eclesiástica tradicional, es decir, de los Padres y Doctores de la Iglesia. Incluyen
a todos los autores cristianos hasta Gregorio Magno (+ 604) o Isidoro de Sevilla (+ 636)
en Occidente, mientras que en Oriente llega generalmente hasta Juan Damasceno
(+749). Resumiendo, podemos aclarar que “el estudio de los padres viene hoy
contemplado por tres ciencias que, con las debidas interferencias, lo hacen objeto de su
investigación: Patrología (vida-obras-doctrina), Patrística (teología) y Literatura
cristiana antigua (aspectos estilísticos y filológicos)”[5]. San Clemente de Alejandría nos
dice que el “Padre” es el maestro en la fe.

Esto mismo también corresponde a las Madres, maestras según el Espíritu que
roturaron caminos de virtud y santidad en la vida cristiana, primero con el ejemplo de
su vida santa y doctrina ortodoxa. Las diferencias existentes entre Patrología y
Matrología, son de tipo cultural: ellas, en general, no escribieron nada (aunque tenemos
algunas mujeres, no obstante poquísimas, que escribieron: Perpetua; Faltonia; Egeria),
pero vivieron hasta las últimas consecuencias su fe; la tradición oral recogió su valioso
legado, que transmitieron los hombres por escrito. Más tarde, las Madres benedictina y
cistercienses plasmaron por escrito sus experiencias y vivencias espirituales y hoy
constituyen verdaderos tratados místicos.

Las vidas y sentencias de muchas Madres, fueron célebres en su tiempo debido a


la tradición oral. Más tarde, sus apotegmas fueron recogidos en manuscritos.
Estadísticamente, son más las Madres que los Padres, pero son pocas aquellas de las que
nos han llegado datos biográficos y doctrina, debido a razones socio-culturales de la
época[6].

Si la palabra Abba significa “padre espiritual”, es decir: el que está lleno del
Espíritu Santo; la palabra Amma, expresa Madre espiritual, llena del Espíritu Santo. Nos
lo dice Paladio en su “Historia Lusiaca”[7].

Desde los inicios de las migraciones al desierto, ellas están presentes. Las
diásporas espirituales comenzaron hacia el 250 d.C.; fue un movimiento renovador,
inspirado sin duda alguna, por el Espíritu. Estos grupos de solitarios y solitarias, se
caracterizaron, por su radicalidad de vida a través de la oración y la ascesis[8].
Estos grupos se incrementaron a partir del Edicto de Milán en el 313 cuando el
Emperador Constantino convirtió al cristianismo en religión oficial del imperio romano.
Muchos cristianos, ante la desaparición del martirio y queriendo vivir una vida cristiana
auténtica y añorando el martirio, se decidieron vivir un martirio incruento y marcharon
al desierto[9].

Existen sentencias atribuidas a los espirituales de los desiertos que dicen que el
ser monje (monja), no es cuestión de cambiar de vestido, de abrazar un especial estilo
de vida, sino llevar a cabo esta empresa ardua y sublime que solo se puede llegar a través
de caídas y tropiezos para siempre levantarse de nuevo confiando en la misericordia
infinita de Dios y en Su perdón.

La espiritualidad monástica es la misma de todo cristiano, pero desde la


radicalidad evangélica, siguiendo los Consejos Evangélicos y perseverando en el
desierto. Todo esto lo podemos ver en autores como Evagrio Póntico (De ieunio, 13).

I.1- ESPIRITUALIDAD DE LAS AMMAS

Son mujeres que siguiendo la llamada escuchada en su interior, se dirigen al


Desierto buscando a Jesús para experimentarlo en la soledad desde su condición de
mujeres. Eran teófobas, es decir, portadoras de su cultura femenina injertada en Cristo,
y es que la verdadera cultura, crea vida y la desarrolla.

Su espiritualidad nace de la experiencia de la Vida, bajo la inspiración del


Espíritu. La escucha a la llamada de Dios es lo principal y ante esta invitación al
seguimiento de Jesús según los Consejos Evangélicos, lo dejan todo (Mt 16, 24; 19, 21),
renuncian a todo y lo siguen. El concepto de renuncia (apótaxis) era fundamental en la
vida monástica y así, a los primeros monjes, se les llamo renunciantes (apótacticoi)[10].

El Abad Alonio decía: “Si no hubiera destruido todo, no podría edificarme a mí


mismo”[11]. Es la clásica renuncia monástica

1. Renuncia corporal, celibato. Desprecio de todo bien terreno.

2. Llamada a la conversión, renuncia al género de vida anterior con sus vicios,


desórdenes, pecados, inclinación al mal espíritu y a la carne.
3. Renuncia a cuanto endurezca el corazón: es necesaria la pureza de corazón, no
gustando nada sensible, sino fijando la mirada en los bienes eternos.

El desierto favorece una oración continua, afectiva, enamorada (como el camino


a través del desierto del pueblo de Israel, y en efecto, los profetas lo llaman “noviazgo”
del pueblo con su Dios), que es algo común en las Ammas y así, leemos en un apotegma
anónimo de una de ellas: “Quien ama, recuerda siempre lo que ama”. Es el recuerdo
amoroso de Dios alimentado con la meditación de Su Palabra. Este estado orante
determina la huida del mundo, vivir en soledad y silencio que permanezca siempre
atento a la escucha.

Otra característica, e la conciencia del estado de desemejanza con el Creador


desde el pecado original, entonces, se busca el Paraíso y el recobrar la semejanza perdida
por medio de la obediencia, ya que el que es obediente y mantiene a raya su voluntad,
recobra la belleza y la semejanza divina en su alma, porque la obediencia es expresión
de humildad. Las Ammas y Padres del desierto, tenían grabado en lo más hondo de sí
mismos: “Tomó la condición de esclavo”[12].

Esta espiritualidad lleva a la hesychia, es decir, a la paz, al silencio, a la dulzura


de la unión con Dios; y esto es así cuando se ora con el corazón. Este movimiento de
la hesychia, tiene su origen según la tradición primitiva, en la escena del evangelio
donde Juan reposa su cabeza en el pecho del Señor en la Última Cena, escuchando los
latidos del Corazón de Cristo. Los monjes y monjas de Egipto y Gaza del siglo IV, solían
recitar: “A los débiles solo nos queda refugiarnos en el Nombre de Jesús”. Se creían los
pobres (anawim) del Reino[13].

Y es que para ellos, el nombre tiene la misma importancia que en la Biblia donde el
nombre está unido al momento de la invocación de este nombre -desde el corazón- y a
la comunicación con él. Por ello, el nombre de Dios y Dios mismo, no puede ser
manipulado. Con la venida de Cristo, Dios revela Su Nombre propio.
Sin embargo, el desierto es también el lugar de los grandes combates espirituales,
son los que San Antonio llamaba: “los combates de los oídos, de la lengua, de los ojos”.
Es aquí donde estas tentaciones y luchas se sienten en toda su agudeza y atacan con
fuerza: son los pensamientos impuros, la soberbia y vanagloria, la tristeza, la rebelión,
melancolía, la crítica… (La lista varía según los padres. El elenco clásico es el que da
Evagrio Póntico: gula, lujuria, avaricia, tristeza, acedia, ira, vanagloria y orgullo). Pero
estos ascetas tienen soluciones como la oración, la lectio divina, la ascesis y la apertura
del corazón a la madre espiritual (en nuestro caso), y una confianza ilimitada en la
misericordia del Señor. Y también el relativizar, no dramatizar, saber reírse de uno
mismo.

Martyrius, autor monástico del siglo VII, recoge la tradición espiritual del
Desierto desde el siglo I, en su obra más conocida “Libro de la perfección”, en su Tratado
tercero, se explaya en la vida solitaria y dice que la verdadera Regla monástica, es la
renuncia absoluta a todo y una caridad perfecta; un desapego total y una caridad
perfecta, un amor sin reserva. La humildad, la confianza en Dios sin límites y la mente y
el corazón humilde son las armas siempre victorias contra el demonio. Termina así: “El
monje (la monja) debe estar como embriagado de la caridad de Cristo… unirse
únicamente al Dios único y supremo… Única y muy sublime es la regla de vida del retiro
solitario, a saber: el angélico estar ante Dios y el recogimiento de espíritu”[14].

Los teólogos cristianos afirmaban la igualdad de los dos sexos en relación con la
virtud, e incluso en algunos casos reconocen la superioridad de la mujer en este campo;
aunque no todos pensaban así, siempre hubo hombres y padres que opinaban
(equivocadamente) que la mujer era más débil que el hombre y que sólo podía llegar a
la altura del hombre, “volviéndose varón”. Los Padres de la Iglesia creen que la
verdadera diferencia entre los seres humanos no es cuestión de sexo sino de alma, y así
Gregorio de Nisa afirma: “Que la mujer no diga: ¡Soy débil! Porque la debilidad es cosa
de la carne, y en cambio es en el alma donde está el vigor”[15]. Y Gregorio de Nacianceno
exclama: “La naturaleza femenina ha ido más allá que la masculina en el común combate
por la salvación, probando con ello que entre los dos hay una diferencia de cuerpo, pero
no de alma”[16]. En la misma línea también vemos a Basilio y a Juan Crisóstomo.

Es cierto que los Padres del desierto querían una separación efectiva entre
monjes y monjas, y de forma más global, entre hombres y mujeres. Cosa que también
deseaban las monjas con respecto a los monjes y los hombres en general. Pero nunca los
Padres infravaloraron la vida ascética y espiritual de estas mujeres. Y la razón no era de
orden físico porque experimentaban que el vigor masculino no bastaba para ello. La
razón estaba en la caridad, el amor a Dios y a Cristo. Y sabían que de este amor son tan
capaces las mujeres como los hombres. En la tradición monástica descubrimos que se
consideraba a las monjas capaces de dar dirección espiritual en las mismas condiciones
que los hombres.
Que las monjas puedan ser guías de otros, deriva del hecho que ellas también
pueden ser “espirituales”, portadoras del Espíritu. Y, en cuanto tales, pueden recibir el
Título de “Madre” o “Amma”.

Las monjas (aquellas que sabían leer) se servían como los monjes de la Sagrada
Escritura y de las vidas y dichos de los Padres, y las adaptaciones de las normas
monásticas a la naturaleza femenina eran hechas por una “Amma”. Las mujeres no
querían que se edulcorasen para ellas los principios de la vida monástica. La adaptación
a la condición femenina no era rebajar el ideal de perfección cristiana, sino vivirlo según
otras características. Y nadie mejor para traducir en la práctica las normas de vida
monástica para uso de mujeres que una mujer.

En este contexto, no es de extrañar que la colección de Apotegmas nos ofrezca las


sentencias de las “ammas” del desierto intercaladas entre la de los “abbas” más famosos.
Y es que según los Padres, las mujeres también podían propagar la buena doctrina y dar
una enseñanza espiritual. Los Padres del desierto, y los que inmediatamente compilaron
sus sentencias, no solamente dejaron bien sentada la igualdad entre los dos sexos en las
cosas del espíritu, sino que consideraron que las mujeres pueden ejercer una maternidad
espiritual y transmitir una doctrina espiritual con el mismo derecho que cualquier
Padre.

Podemos encontrarnos en las sentencias de las ammas, la espiritualidad de éstas;


sus sentencias se caracterizan por su discreción, por su penetración psicológica, por su
delicadeza, y por no tener extravagancias como vemos en las sentencias de algunos
padres del desierto. En ellas, sus palabras están llenas de una gran madurez, fruto de un
don de Dios pero también fruto de una lucha, de una fidelidad y de una oración
personales. Sus mismas sentencias no narran de cómo tuvieron que luchar incluso
contra ellas mismas y contra la tentación de abandonar el camino emprendido. Es
significativo, además, que el centro de sus apotegmas sea siempre Dios, Jesucristo y las
palabras de la Escritura[17]. Tomemos como ejemplo este texto de Santa Sintétlica: “Los
que se entregan a Dios tienen que luchar y sufrir mucho al principio, pero después gozan
de una alegría inefable. Es lo mismo que los que quieren encender un fuego que
empiezan a ahumarse y a lagrimear, pero que al fin consiguen su objeto. La Escritura
dice: “Nuestro Dios es fuego devorador” (Hb 12, 28). Debemos encender en nosotros el
fuego divino con lágrimas y sufrimiento”[18].

También veamos como muestra, este apotegma de Amma Teodora: “Uno de los
ancianos interrogó a Amma Teodora diciendo: ¿Cómo resucitaremos en la resurrección
de los muertos? Le respondió: Tenemos como prenda, ejemplo y primicias al que
resucitó por nosotros, Cristo nuestro Dios”[19]

Marina Medina Postigo


Monaterio de la Santa Cruz

BIBLIOGRAFÍA
Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y
ascetismo femenino cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de
estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001), Mejico.
Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio
histórico y antología patrística, B.A.C, Madrid 1949.
García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974.
Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943.
Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14.
Institutum Patristicum Agustinianum, a cargo de Angelo Di Berardino, Diccionario
Patrístico y de la Antigüedad Cristiana. T. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992.
Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1965.
Josep M. Soler, Las Madres del Desierto y la Maternidad Espiritual. Mujeres del
Absoluto, XX semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos 1986.
L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva,
Madrid 1995.
Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de
espiritualidad, Madrid 1992.
M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982), abadía de Santa Escolástica, Buenos
Aires.
Sagrada Biblia, Ediciones B.A.C., Madrid 1966.
Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo,
Burgos 2003.
Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto,
Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas,
Burgos 1999.

[1] Rm 8,35-39.
2 Os 2, 14.
3 Mt 5, 8.
[4] Cf. Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1965.
[5] Manuel Diego Sánchez, Historia de la espiritualidad patrística, Editorial de espiritualidad, Madrid
1992, p. 14.
[6] La mujer, durante siglos, ha sido considerada, podríamos decir, como un ser de segunda categoría
con respecto a los hombres. Las mujeres vivían siempre sometidas al varón, primero permanecían bajo
la tutela de su padre, para seguidamente encontrarse ante el dominio del marido. Lo que ellas pensaban
no tenía ningún interés, la historia ha sido escrita por hombres y poco sabemos de la mirada femenina
de las mujeres sobre ella y de su contribución callada y silenciosa pero no menos importante. Lo que ellas
pensaban, sentían o vivían, no tenía relevancia social ninguna en un mundo de hombres, sólo se podían
dedicar a la casa y alcuidado de los hijos y el marido. Pero no debemos olvidar que en nuestro caso, hoy
no se hablaría de un San Basilio ni de su obra, ni de un San Gregorio de Nisa, sin la influencia de su
hermana Santa Macrina.
[7] Alrededor de los años 419, 420, Paladio escribió la Historia Lausiaca, dedicada a Lauso, chambelán
de Teodosio II. Está formada por una colección de apuntes sobre varios ascetas, hombres y mujeres,
sobre todo del ambiente egipcio y, en menor medida de Palestina. Paladio se refiere a ascetas conocidos
por él o de los que había oído a hablar. Quiere escribir sobre todo una obra de edificación; para ello pone
de relieve el valor espiritual de la vida del desierto que conocía bastante bien. Existen, desde el punto de
vista textual, tres recensiones: una breve que parece ser la original; otra larga que según E. Honigmann
habría sido compuesta por Heráclides de Nisa; y otra que es una combinación de las dos anteriores, unida
a la Historia monachorum in Aegypto. (Cf. Institutum Patristicum Agustinianum, a cargo de Angelo Di
Berardino, Diccionario Patrístico y de la AntigüedadCristiana. T. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992,
p. 1648-1649).
[8] En los primeros siglos del cristianismo, a los cristianos que llevaban una vida más austera y
sacrificada, más desprendida de las cosas del mundo y más dedicada a la imitación del Señor, se les dieron
varios nombres, como el de vírgenes para las mujeres y el de continentes para los hombres. Estos
térmisnos señalan lo esencial de su estilo de vida: el celibato. Acabó prevaleciendo, sobre todo en la
Iglesia de Oriente, el nombre de asceta. Los solitarios de Egipto se reclutaban en su inmensa mayoría
entre las clases bajas de la sociedad copta; también procedían en menor medida, de las clases sociales
media y alta; lo importante para ellos era vivir, mejor que especular sobre la vida, avanzar por el camino
de la perfección, mejor que analizar sus etapas. La Sagrada Escritura no debía ser ovjeto de especulación
teológica, sino norma de vida y de arma en la lucha contra el demonio. El sacerdocio entre los anacoretas
coptos era algo excepcional, ern en general, laicos. Lo normal era que los solitarios vivieran cercanos los
unos a los otros, pues la vida en el desierto era duray difícil y muchos empezaron a congregarse y
organizarse, y muchos buscaban un maestro que fuera su guía espiritual. También hubo muchas mujeres
que hicieron vida solitaria en los desiertos de Egipto. Los Padres de la Iglesia las consideraron aptas para
transmitir doctrina epiritual y así, tuvieron una maternidad espiritual en nada envidiable a la paternidad
espiritual de los Padres. . vemos que los apotegmas de las Madres, han sido admitidos entre los
apotegmans de los padres. (Cf. García M. Colombás, El monacato primitivo I, B.A.C., Madrid 1974, p.31-
89).
[9] Orígenes, gran asceta y maestro de ascetas, nos recuerda que el apartamiento del mundo, no se
trataba de marchar al desierto, sino que era más bien, una separción moral. Marchar al desierto era
dejar Egipto, es decir, el mundo, pero dejarlo no como lugar, sino como modo de pensar.
[10] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 185-186.
[11] Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003, p.
186.
[12] Fl 2, 5ss
[13] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 187.
[14] Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 188.
[15] Esta sentencia pertenece a un discurso que se atribuye a San Gregorio de Nisa, In Faciamus
hominem…, Oratio II; p. 44, 276.
[16] Gregorio Nacianceno, In Gorgorian, Oratio VIII, 14, p. 35, 805.
[17] Josep M. Soler, Las Madres del Desierto y la Maternidad Espiritual. Mujeres del Absoluto, XX semana
de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos 1986, p. 61.
[18] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 445-448.
[19] M. De elizalde, Cuadernos Monásticos 17 (1982) 118-119.
[20] Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.
[21] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.
[22] Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col.
Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999. p. 150.
[23] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[24] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 358.
[25] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 509.
[25] Gregorio De Nisa, Vitae Sanctae Macrinae. Rutas de luz, Madrid 1943, p. 123-124.
[26] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 125.
[27] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512.
[28] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p.126.
[29] Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y antología
patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 512-513.
[30] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 74.
[31] No se puede decir que San Basilio fundase una Orden en sentido estricto de la palabra, ni se puede
afirmar que todos aquellos monasterios tuviesen un código legislativo inexorable salido de las manos de
Basilio. Fue más bien el conjunto de normas ascéticas, como núcleo substancial de los diversos estatutos
particulares de cada casa religiosa, el que sirvió de ocasión para el nombre de basilianos. Tal vez el
comienzo de una tal nomenclatura haya que buscarlo en la contraposición con San Benito, patriarca de
los monjes de Occidente, y en una fórmula de este último, en que alude a la “Regla de nuestro Padre San
Basilio (Regla de San Benito, c. 73, 6). El Papa Gregorio XIII reunió todos los monasterios italianos y
españoles inspirados en la Regla de San Basilio en una verdadera Orden basiliana.
[32] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 75.
[33]Cf. Sira Carrasquer Pedrós, Madres Orientales. (ss. I-VII), Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2003,
p. 130.
[34] L.F. Mateo-Seco, Vida de Macrina. Elogio de Basilio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1995, p. 130.
[35] Cf. Francisco de B. Vizmanos, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva. Estudio histórico y
antología patrística, B.A.C, Madrid 1949, p. 501-502.
[36] Hay autores que creen que murió en diciembre, pero J. R. Ponchet, en “Fecha de la elección episcopal
de San Basilio”, cree que murió el 19 de julio, fecha en que coincide su celebración en el Santoral.
[37] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.
[38] Cf. Adriana Zierer y Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino
cristiano en Asia MAenor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6
(2001), Mejico.

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