Vous êtes sur la page 1sur 53

UNIDAD I

DEMOCRACIA, REPRESENTACIÓN y ELECCIONES

1- Democracia
Concepto. Evolución:

La democracia en la antigüedad

Una acepción primaria del termino deriva de su traducción literal del griego: poder
(kratos) del pueblo (demos). Empleador por primera vez en la época de Pericles (siglo
V, a.C.), sirvió para definir el régimen ateniense de la asamblea de ciudadanos, que
decidía directamente sobre los asuntos públicos. Era una democracia en la cual un
cuerpo de ciudadanos expresaba su voluntad directamente, sin intermediarios; su
número nunca sobrepasó las dos mil personas, en consecuencia, solo constituía una
minoría de la población.

Las democracias griegas, al no distinguir entre titularidad y ejercicio de poder,


desconocían el principio de soberanía popular, que es una elaboración posterior del
derecho público Romano. La homonimia aristotélica, tampoco dio cabida en la asamblea
griega al principio de que las mayorías prevalecen sobre las minorías. Por eso las técnicas
electorales nos vienen de las comunas religiosas del medioevo, y no de los griegos que,
por lo general, adjudicaban los cargos por sorteo.

Los ciudadanos al servicio de la polis eran individuos dependientes de la sociedad y el


estado. La ciudad prevalecía sobre todo, y se admiraba el sacrificio del individuo en pro
de los intereses de ella. La democracia era simplemente un principio de legitimidad, que
arbitraba las dificultades propuse la titularidad del poder.

En Grecia el poder derivado del demos, del pueblo, no admitía la usurpación ni la auto
investidura; en las democracias modernas, el poder se basa en el consenso de los
ciudadanos, y se condiciona y revoca por elecciones libres y periódicas.

Constant considera la libertad de los “modernos” como el derecho de no estar sometido


sino a las leyes, no poder ser detenido, eso ni muerto de ninguna manera por voluntad
arbitraria de otro individuos; es el derecho a opinar ,circular sin permiso etc. Y se refiere
a la libertad de los “antiguos” como ejercer colectivo, pero directamente muchas partes
de la soberanía entera, en deliberar en la plaza públicas obre la guerra y la paz.

Las técnicas electorales nos vienen de las comunas religiosas del medioevo y no de los
griegos que por lo general adjudicaban los cargos por sorteo.
De la democracia griega a la contemporánea

La institucionalización de la democracia, remonta sus orígenes a la antigua Grecia, no


tuvo expresión política concreta durante la Edad Media ni en la Moderna, dominada por
el absolutismo monárquico.

Este prolongado eclipse democrático se quebró, entre los siglos XVIII y XIX, cuando se
generaron las democracias contemporáneas, primero en Inglaterra y las colonias de
América, y posteriormente en otros países europeos y latinoamericanos.

En las sociedades occidentales son el resultado de un largo periodo de evolución


histórica denominado modernidad occidental.

1- Con la Carta Magna del rey Juan Sin Tierra, de 1215, se inició un proceso que se
formuló intelectualmente más tarde, en la metodología racionalista del hombre
moderno, a partir de Descartes. Luego, la conceptualización, por parte de los filósofos
ilustrados del sistema Estado-Nación, originado en el pacto social y y objetivado en la
constitución- suministró las herramientas teóricas para desarmar la pretensión del
origen divino del poder y los privilegios feudales, oponiéndoles la soberanía popular y el
orden jurídico general jerarquizado fundado en la nacionalidad y la ciudadanía.

2- La primera Revolución Industrial, las llamadas revoluciones democráticas del siglo y


los discursos filosóficos, político y jurídico, coadyuvaron a la legitimación del capitalismo
del capitalismo industrial. A esos discursos corresponden los derechos liberales civiles y
políticos, que cristalizan en la institucionalización de formas de estado y gobierno
orientadas al progreso y la emancipación del hombre.

3- El movimiento socialista opuso a la ideología de la Revolución Francesa un nuevo


proyecto revolucionario. A los ojos del conservadurismo se trataba de una amenaza de
iguales proporciones que la francesa, pretendía reemplazar el orden tradicional
espontáneo por otro modelo racional, ya que no planteaba la sustitución del aristócrata
por el arribista burgués, sino la de ambos por la masa de trabajadores, entronizada en
la dictadura del proletariado en su versión más extremista.

En el mundo contemporáneo, la democracia es un principio que legitima el poder dentro


de cualquier tipo de gobierno; por eso en los hombres que llegan a los puestos dirigentes
de un estado parece existir una tendencia: proclamar inmediatamente la forma
democrática para conquistar simpatías y apoyos, porque consideran que es la que más
arraigada está en la conciencia de los pueblos.
El concepto de democracia en permanente evolución

La democracia es y debe ser un sistema dinámico: no es perfecta sino perfectible.

Macpherson sostiene que se puede reconocer por lo menos cuatro etapas o modelos de
democracia:

1) la democracia es la protección de los individuos y su propiedad. Mill señala que el


sistema representativo como la doctrina que limita al poder gubernamental, al proteger
al pueblo de la opresión, tutelar los derechos de propiedad y la economía del mercado.

2) la democracia es el progreso de la humanidad. Mill considera injusto que los intereses


de la mayoría deben prevalecer sobre toda la sociedad, sin tomar en consideración a las
minorías disidentes. Se busca preservar la diversidad ideológica necesaria para el
progreso de la humanidad, favorece la dinámica y dialéctica del sistema democrático.

3) la democracia es el equilibrio de fuerzas que debe regir la organización del gobierno


y de la sociedad. Schumpeter, reconoce que la democracia es un mecanismo para elegir
y autorizar gobiernos; por tanto debe estar formada por elites que compitan -
organizadas en partidos políticos- en la contienda por los votos del pueblo que los
legitiman a tomar las decisiones políticas.

4) La democracia es la participación de toda la sociedad en el poder político.


Macpherson sugiere aumentar y multiplicar la participación de todos, en lugar de
engrandecer el equilibrio de las elites contendientes.

La democracia del consenso:

En la actualidad, se impone el modelo de democracia de consenso, el cual puede ser


descripto de acuerdo con ocho elementos:

1- participación en el poder ejecutivo: permitir a todos los partidos importantes


compartir, en una amplia coalición, el ejercicio de funciones dentro del poder ejecutivo.

2- separación formal e informal de los poderes ejecutivo y legislativo.

3- Bicameralismo equilibrado y representación de la minoría. Otorgar especial


representatividad a ciertas minorías en la segunda cámara o cámara alta.

4- sistemas pluripartidistas.

5- sistemas de partido multidimensional que recepte las distintas manifestaciones


religiosas, sociales, lingüísticas y étnicas que existen en la comunidad.
6- representación proporcional, con el objeto de distribuir los escaños parlamentarios
entre los partidos de manera proporcional a los votos que reciben.

7- descentralización y federalismo territorial y no territorial.

8- constitución escrita y veto de la minoría.

2- Democracia y Participación

Participar del poder político directa o indirectamente es la principal característica de una


democracia. Puede ser directa la cual se identifica con la antigüedad en la cual
encontramos una participación directa de pueblo o indirecta por medio de sus
representantes como sucede en la actualidad. Ambos sistemas reconocen que el pueblo
está facultado para tomar decisiones colectivas y beneficiarse con el ejercicio de dicha
potestad.

- Sociedad civil y participación

El despertar de la sociedad civil hacia la participación, organizada en instituciones


autónomas que brindan espacios políticos para el ejercicio del reclamo justo y la
búsqueda equilibrada de soluciones, está haciendo resurgir el espíritu de solidaridad y
responsabilidad ciudadanas, El compromiso que cada uno debe tener con su comunidad,
Sin esperar que la resolución de dificultades comunes este exclusivamente en manos de
profesionales y del gobierno.

La importancia de una eficaz articulación, entre la sociedad política y la sociedad civil. La


colaboración y la complementación son las nuevas formas de hacer política.

La política no puede ni se debe restringir a los procesos políticos en los cuales se disputa
la toma del poder gubernamental, sino que está íntimamente relacionada con todas
aquellas acciones que de manera deliberada y directa, inciden en la promoción del bien
común de la sociedad en sus diversas dimensiones. Esto hace de toda la sociedad un
agente político, un actor de la política, y por tanto un factor de la democracia. Es
necesario contar con estructuras sociales que faciliten la participación efectiva y
generen una verdadera corresponsabilidad con el destino de la patria.

La preponderancia mundial que están adquiriendo estas entidades, conocidas como


organizaciones no gubernamentales (ONGs), tiene especial fuerza en América latina.

Las ONGs están promoviendo el compromiso cívico para crear un sentido de comunidad
profundo y permitiendo la resolución de muchos de los inconvenientes que se deben
enfrentar.
Comparten valores fundamentales y la voluntad de servir estos valores. Están llamadas
a cubrir espacios que deja vacíos la clase política.

En la democracia la participación implica consenso pero también involucra al disenso.


Ambos consenso y disenso, enriquecen y nutren a la democracia si son fruto de un
verdadero diálogo o de liberación, entre las diferentes fuerzas, intereses opciones que
buscan el bien común que ha de inspirar a la democracia.

El pluralismo reconoce la complejidad y la diversidad de los individuos y las


comunidades, así como de los medios y los fines de la democracia.

A la mayoría se le debe exigir el respeto a la opinión de la minoría derrotada y, a la


minoría la aceptación de la decisión adoptada por la mayoría, deben ser tolerantes.

La participación democrática

La participación democrática, tanto en una democracia directa como en una democracia


representativa, exige que se cumplan tres principios fundamentales:

1- el voto universal.

2- la igualdad política.

3- la regla de la mayoría.

El primero estriba en que, al ejercitar su derecho al voto, todos están facultados para
ser parte de la toma de decisiones. El segundo reside en que todos los votos, en el
proceso político, cuentan por igual, bajo la máxima: una persona un voto. El tercero
fundamenta que la decisión del grupo debe reflejar las preferencias del mayor número
de votos.

El pueblo delega el poder de ahí la importancia de las elecciones. Pero las elecciones no
resuelven dificultades sólo deciden quien habrá de resolverlas, cualquiera sea el origen
social del grupo que gobierna una vez en el poder se convierte en la clase gobernante.

En términos generales, la regla de la mayoría se forma con el cincuenta por ciento más
uno del total de los votos emitidos, se conoce como mayoría absoluta y se identifica con
el modelo mayoritario de democracia; en otras ocasiones ante la imposibilidad de lograr
una mayoría absoluta puede ser suficiente con una mayoría relativa formada por la
voluntad de la mayor parte de los participantes y que se relaciona con el modelo
pluralista de democracia.
LA CLASE POLITICA (Gaetano Mosca)

Existen dos clases de personas, una de los gobernantes y la otra de los gobernados.
La primera, que es siempre la menos numerosa, realiza todas las funciones políticas,
monopoliza el poder y goza de las ventajas que ello trae consigo; mientras que la
segunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera, de un modo más o menos
legal, ya más o menos arbitrario y violento, y ella la provee, al menos aparentemente,
de los medios materiales de subsistencia y de aquellos que para la vitalidad del
organismo político son necesarios.

En nuestro país la dirección de la cosa pública está en manos de una minoría de


personas influyentes, a la cual la mayoría concede, voluntaria o involuntariamente
la dirección, y que lo mismo sucede en los países vecinos; y no sabemos de un mundo
organizado en forma diferente. Existen dos fenómenos sociales: El primero de estos
fenómenos consiste en el hecho que en cada organismo político hay siempre una
persona que es la cabeza de la jerarquía de toda clase política y que dirige aquello que
se llama el timón del Estado. Esta persona no siempre es aquella que empuña
legalmente el poder supremo; a veces, junto del rey o del emperador hereditarios,
hay un primer ministro o mayordomo más poderoso; otras veces, en lugar del
presidente electo, gobernará el hombre político más influyente que procuró su elección.

El segundo fenómeno se explica con un hecho que es de fácil percepción: cualquiera que
sea el tipo de organización social, las presiones provenientes del descontento de
las masas que son gobernadas, de las pasiones con las que son agitadas, ejercen una
cierta influencia sobre la acción de la clase política.

Pero el hombre que está a la cabeza del Estado ciertamente no podrá gobernar sin el
apoyo de una clase numerosa para que sus órdenes sean seguidas y respetadas, y si él
puede hacer sentir el peso de su potencia en uno o, al parecer, varios individuos de esa
clase, no puede en verdad desplazarlo por completo o destruir otra clase, sin la cual su
acción estada completamente paralizada.

Aceptando que el descontento de las masas lograra deponer a la clase dirigente,


deberá necesariamente formarse, como más tarde mostraremos, en el seno de las
masas mismas, otra minoría organizada que desempeñe el oficio de clase dirigente.
Por el contrario, cualquier organización o cualquier estructura social, será destruida.

PREVALENCIA DE LA MINORÍA ORGANIZADA SOBRE LA MAYORÍA

Si es fácil comprender que un solo individuo no puede mandar a una masa, sin tener
una minoría que lo sostenga, es mucho más difícil negar, como un hecho constante
y natural, que las minorías gobiernan a las mayorías y no éstas a aquellas.
La fuerza de esta minoría es irresistible frente a cada individuo de la mayoría, el
cual se encuentra aislado ante la totalidad de la minoría organizada; al mismo tiempo
se puede decir que ella se encuentra organizada por la razón de ser minoría.

Pero, además de la gran ventaja, que proviene de la organización, las minorías


gobernantes generalmente están constituidas de manera que los individuos, que las
forman, se distinguen de la masa de los gobernados por ciertas cualidades, que les
dan superioridad material, intelectual y hasta moral; son también herederos de los
individuos que poseyeron tales cualidades. En otras palabras, deben tener cualquier
atributo, verdadero o aparente, que sea fuertemente apreciado y de mucho valor en la
sociedad en la que viven.

LAS FUERZAS POLÍTICAS Y EL VALOR MILITAR

En la sociedad primitiva, que está en el primer estado de su organización, el valor


militar es la cualidad que más fácilmente abre el acceso a la clase política dirigente.
La guerra, que en las sociedades de civilización avanzada es un estado excepcional,
puede ser considerada como normal en aquellas que están en el inicio de su desarrollo
y en las cuales los individuos que muestran las mejores aptitudes en la guerra con
facilidad obtienen supremacía sobre sus compañeros: los más valientes se convierten
en jefes. El hecho es constante, pero las formas que puede asumir, en cada caso, son
muy diversas.

Normalmente el dominio de la clase guerrera sobre una multitud pacífica se suele


atribuir a una superposición de razas, a la conquista que un pueblo belicoso hace
de otro relativamente no belicoso.

En todos los pueblos que han entrado recientemente al estadio agrícola y relativamente
civilizado, encontramos constante el hecho que la clase por excelencia militar
corresponde a la política dominante.

En ocasiones el uso de las armas está reservado exclusivamente a esta clase, como
sucedió en la India y en Polonia. Más comúnmente sucede que los miembros de la
clase gobernada pueden ser eventualmente enrolados, pero siempre como soldados
rasos y en cuerpos de menor respeto; así, en Grecia en la época de las guerras médicas,
los ciudadanos pertenecientes a las clases más ricas e influyentes constituyeron el
cuerpo selecto de caballería y de los hospitales y los menos ricos combatían como
operadores de catapultas o como honderos, en tanto que los esclavos, o sea las
masas de los trabajadores, fueron casi completamente exentados del manejo de
las armas.
LA RIQUEZA

La clase guerrera dominante adquiere casi en exclusividad la propiedad de la tierra,


que en los países no muy civilizados es la principal fuente de la producción y la riqueza.
A medida que la civilización va progresando, el valor de las tierras va aumentando.

Se crean grandes centros de consumo que son o fueron constituidos en las capitales y
otras grandes ciudades antiguas y modernas. Eventualmente, puede devenir una
transformación social muy importante; la cualidad más característica de la clase
dominante, más que el valor militar, viene a ser la riqueza: los gobernantes son los ricos,
no los fuertes.

La principal condición necesaria para que esta transformación se produzca, es la


siguiente: ocurre que la organización social se perfecciona y se concentra, de modo
que la protección de la fuerza pública es considerablemente más eficaz que aquella
de la fuerza privada.

Como el poder político ha producido la riqueza, también la riqueza produce el


poder. En una sociedad ya un tanto madura, en la cual la fuerza individual es tenida
bajo freno por la de la colectividad si los poderosos son ordinariamente los ricos, de otra
parte, basta ser rico para convertirse en poderoso.

LAS CREENCIAS RELIGIOSAS Y LA CULTURA CIENTÍFICA

En las sociedades en las cuales las creencias religiosas son muy fuertes y los
ministros del culto forman una clase especial, se constituye casi siempre una
aristocracia sacerdotal, que obtiene casi siempre una parte más o menos grande de
la riqueza y del poder político. Las jerarquías sacerdotales con frecuencia
manifiestan una tendencia a monopolizar el conocimiento y obstaculizan la difusión
de los métodos y los procedimientos que hacen posible y fácil el aprendizaje.

Los druidas en Galia conocían el alfabeto griego, pero no permitían que el copioso
caudal de su literatura fuera escrito, obligando a sus alumnos al aprendizaje de
memoria. Al mismo punto de vista puede ser atribuido el tenaz y frecuente uso de las
lenguas muertas; en caso en la India, las clases más bajas han sido explícitamente
prohibidas de adquirir los conocimientos de los libros sagrados.

La noción sagrada y la cultura verdaderamente científica, exentas de cualquier


aureola sagrada o religiosa se convierten en fuerzas políticas importantes sólo en
un estado muy avanzado de civilización y, sólo entonces se abre el acceso a la clase
gobernante para aquellos que lo poseen.

En la Europa del presente y en América, la clase que aplica los avances de la ciencia
moderna a la guerra, a la administración pública, a las obras y a la sanidad pública,
ocupa una posición políticamente relevante.
LA INFLUENCIA DE LA HERENCIA EN LA CLASE POLÍTICA

En ciertos países encontramos castas hereditarias; la clase gobernante está


definitivamente restringida a un cierto número de familias y el nacimiento es el
único criterio que determina la entrada a la clase o la exclusión de la misma. Los
ejemplos de estas castas hereditarias son muy comunes y no hay prácticamente
ningún país de antigua civilización que, en una época determinada de su historia, no las
haya tenido.

Todas las clases políticas tienden a convertirse de hecho en hereditarias: Todas las
fuerzas políticas poseen como cualidad, lo que en física se llama la fuerza de inercia, la
tendencia a permanecer en un punto y en el estado en el cual se encuentran. El valor
militar y la riqueza fácilmente, por tradición moral y material, se mantienen en
ciertas familias; la práctica de los grandes cargos, los hábitos y la aptitud al tratar los
asuntos de importancia se adquieren más fácilmente cuando desde pequeño se
tiene con ello familiaridad. Aun cuando los grados académicos, la cultura científica,
las aptitudes especiales probadas por medio de exámenes y de concursos, abren
al camino a los cargos públicos, no se destruye la ventaja especial a favor de algunos,
a quienes los franceses definen como la ventaja de positions déjà prises, y en realidad,
aunque los exámenes y concursos sean teóricamente abiertos a todos, la mayoría nunca
tiene los recursos para poder sufragar los gastos de una larga preparación y otros
muchos se encuentran sin las relaciones y los parentescos por los cuales un
individuo es puesto de súbito en la via buona y se evita los titubeos y los tropiezos que
son inevitables cuando se entra a un ambiente desconocido, en el cual no se tiene guía
ni apoyo.

Pero cabe observar que los candidatos tienen éxito en las elecciones democráticas
casi siempre son aquellos que las fuerzas políticas que hemos ya enunciado y que con
mucha frecuencia son hereditarias.

La segunda observación consiste en esto: que, cuando vemos en un país


establecerse una casta hereditaria que monopoliza el poder político, se puede estar
seguro que un status de jure fue precedido por un status de facto. Antes de proclamar
su derecho exclusivo y hereditario al poder, las familias o castas poderosas debieron
tener bien sólido en sus manos el bastón del mando, debiendo monopolizar
absolutamente todas las fuerzas políticas de la época y del pueblo en el cual se
afirmaron; de otra forma una pretensión de éste género hubiera suscitado protestas y
luchas sangrientas.

Es muy notorio en la historia, cómo las cualidades, lo mismo que los defectos especiales,
unos y los otros muy acentuados, han mostrado que las aristocracias han permanecido
perfectamente cerradas y normalmente han tenido, por tanto, un espíritu muy
exclusivo.
PERIODOS DE ESTABILIDAD Y RENOVACIÓN DE LA CLASE POLÍTICA

Finalmente, estando adheridos a la idea de aquellos que sostienen la fuerza exclusiva


del principio hereditario en la formación de la clase política, deberíamos ser llevados a
una conclusión similar a la que habíamos anotado en la primera parte de nuestro
trabajo: la historia política de la humanidad debería ser mucho más simple de lo que es.
Si verdaderamente la clase política perteneciera a una raza diferente o si sus cualidades
de dominación se transmitieran principalmente por medio de la herencia orgánica, no
se entenderla por qué, una vez formada esta clase, ella podría decaer o perder el poder.
Las cualidades peculiares de la raza son sumamente tenaces y, adhiriéndonos a la teoría
de la evolución, las aptitudes adquiridas por los padres son innatas en sus hijos y con la
sucesión de generaciones se va siempre afinando.

Nosotros vemos que apenas se desajustan las fuerzas políticas, si nuevas fuerzas
nacen, si las antiguas pierden importancia o si se produce un cambio en su
distribución, cambia también la manera como la clase política está formada. Si una
nueva fuente de la riqueza se desarrolla en una sociedad, si la importancia práctica de
los conocimientos crece, si la antigua religión decae o nace una nueva, si una nueva
corriente de ideas se difunde, simultáneamente ocurren fuertes dislocaciones en la
clase gobernante. Se puede decir así, que toda la humanidad civilizada se resume en la
lucha entre la tendencia que tienen los elementos dominantes que monopolizan
el poder político y transmiten hereditariamente la posesión a sus sucesores, y la
tendencia que existe contra la dislocación de estas fuerzas.

(sartori_elementos_de_teoria_politica_cap2_democracia.pdf)

Elementos de la teoría política, Sartori, Giovanni.


DEMOCRACIA

El termino democracia aparece por primera vez en Herodoto y significa literalmente del griego
poder (kratos) del pueblo (demos). La experiencia de las democracias antiguas fue breve y tuvo
un recorrido degenerativo. Aristóteles clasifico a la democracia entre las formas malas de
gobierno, y la palabra democracia se convirtió durante dos mil años en una palabra negativa.
Durante milenios el régimen político óptimo fue la Republica (res pública: cosa de todos). Para
Kant la democracia es necesariamente un despotismo. Incluso la Revolución Francesa se
refiere al ideal republicano y solo Robespierre utilizo <democracia> en sentido elogioso.

Hoy la <democracia> es una abreviación que significa liberal-democracia. Se distinguen tres


aspectos:

1-En primer lugar, la democracia es un principio de legitimidad.

2-En segundo lugar, la democracia es un sistema político llamado a resolver problemas de


ejercicio del poder.

3-En tercer lugar, la democracia es un ideal.

1-La democracia como principio de legitimidad es también el elemento de continuidad que


vincula el nombre griego con la realidad del siglo XX. La legitimidad democrática postula que el
poder deriva del pueblo. La democracia no acepta auto- investiduras, ni que el poder derive de
la fuerza. En las democracias el poder está legitimado por elecciones libres y periódicas. El
pueblo es el titular del poder. Y el problema del poder no es únicamente de titularidad; es
sobre todo de ejercicio.

2- En la medida en que una experiencia democrática se aplica a una colectividad concreta de


personas que interactúan, titularidad y ejercicio de poder pueden permanecer unidos. En
dicho caso, la democracia es verdaderamente autogobierno.

El problema replanteado es la democracia participativa. El ciudadano participante es el


ciudadano que ejerce en nombre propio el poder del que es titular. Para Joan Stuart Mill el
autogobierno no es el gobierno de cada uno sobre sí mismo, sino el gobierno sobre cada uno
por parte de todos los demás y afirma que el problema ya no era de autogobierno sino de
limitación y control sobre el gobierno. La democracia en <grande> ya no puede ser más que
una democracia representativa que separa la titularidad del ejercicio para después vincularla
por medio de los mecanismos representativos de la transmisión del poder. El que se añadan
algunas instituciones de democracia directa (referéndum y la iniciativa legislativa popular) no
obsta para que las nuestras sean democracias indirectas gobernadas por representantes.

3- Se puede responder a esta constatación que la democracia como es no es la democracia


como debería ser, y que la democracia es, ante todo y por encima de todo, un ideal. Así la
democracia es igualitaria. El elemento ideal o normativo es constitutivo de la democracia. La
democracia va contracorriente, contra las leyes de la inercia que gobierna a los agregados
humanos. Las monocracias, las autocracias, las dictaduras son fáciles, se derrumban por si
solas; las democracias son difíciles, deben ser promovidas y <creídas>.

Puesto que sin democracia ideal no existiría democracia real, el problema es: ¿Cómo es que los
ideales se vinculan con la realidad? ¿Cómo es que un deber ser se convierte en ser? Si se
realizara un ideal ya no sería tal. La experiencia histórica enseña que a ideales desmesurados
corresponden catástrofes prácticas. Sea como fuere, en ningún caso la democracia tal y como
es (definida en sentido descriptivo) coincide, ni coincidirá jamás con tal y como quisiéramos
que fuera (definida en sentido prescriptivo).

Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial todos aceptaban que la democracia moderna era
una sola pero después se ha mantenido que hay dos democracias. El autoestallido, entre 1989-
90, de los sistemas comunistas del Este europeo y del régimen soviético ha resuelto cuestión:
la democracia sustancial (comunista) no era tal. Pero sigue siendo importante demostrar cómo
se ha demostrado la tesis de las <dos democracias>. Un planeamiento correcto habría
requerido una comparación entre los dos casos en dos veces: primeros entre los ideales y
después entre los hechos. Pero los defensores de la democracia comunista han invertido los
términos, comparando los ideales del comunismo con los hechos de las democracias liberales.
De este modo, se gana siempre pero solo sobre el papel. La democracia alternativa del Este era
un ideal sin realidad. La única democracia que existe es la democracia liberal.

DEMOCRACIA POLITICA, SOCIAL, ECONOMICA

Desde siempre la palabra democracia ha indicado una entidad política, una forma de Estado y
gobiernos y esta sigue siendo la acepción primaria pero también hablamos, hoy en día, de
democracia social y de democracia económica.
La noción de democracia social se plantea con Tocqueville quien percibió la democracia
americana como una sociedad caracterizada por la igualdad de condiciones guiada
predominantemente por un <espíritu igualitario>. Dicho espíritu igualitario reflejaba la
ausencia de un pasado feudal; pero expresaba también una característica profunda del espíritu
americano.

Aquí la democracia no es lo contrario de régimen opresivo sino de aristocracia: una estructura


social horizontal en lugar de una estructura social vertical.

Bryce representa la democracia como un ethos, un modo de vivir y convivir, y, por lo tanto,
como una condición general de la sociedad. Para Bryce la democracia es, prioritariamente, un
concepto político, pero también está caracterizada por la <igualdad de consideración>, por un
ethos igualitario que se resumía en el valor igual que se reconocen las personas entre sí. Por lo
tanto, democracia social denota una democratización fundamental, una sociedad cuyo ethos
requiere a los propios miembros que se vean y se traten como socialmente iguales.

De esa acepción surge un segundo significado de democracia social: el conjunto de las


democracias primarias que estructuran y alimentan la democracia en el nivel de base, en el
ámbito de la sociedad civil. En este sentido un término fértil es el de <sociedad multi- grupo>,
estructurada en grupos voluntarios que se autogobiernan. Aquí, por lo tanto, la democracia
social significa la infraestructura de micro democracias que sirve de soporte a la macro
democracia de conjunto, a la superestructura política.

Para George Burdeau la democracia social busca la emancipación de los individuos de las
cadenas que los oprimen.

La democracia económica. El concepto se remonta a Sidney y Beatrice Webb, la democracia


económica es la democracia en el puesto de trabajo y en la organización- gestión del trabajo.
En la sociedad industrial el trabajo se concentra en las fábricas por lo cual es en la fábrica en la
que hay que introducir la democracia. En su forma acabada la democracia industrial se
configura como un autogobierno del trabajador en el propio lugar del trabajador; un
autogobierno local que debería estar integrado a nivel nacional por una democracia funcional,
de representación por oficios y competencias.

Por lo general la democracia industrial se refiere a fórmulas de participación obrera en la


gestión económica y a prácticas institucionalizadas de consultas entre las direcciones de la
Hacienda y los sindicatos.

La democracia económica ase entiende, de modo general, como la visión marxista de la


democracia, en función de la premisa de que la política y sus estructuras son únicamente
superestructuras que reflejan un subyacente Unterbau económico. Sin embargo, las <teorías
económicas de la democracia> no tienen ninguna referencia marxista: hacen uso de conceptos
y analogías de la ciencia económica para interpretar los procesos políticos.

Lenin llega a la conclusión de que el comunismo al abolir la política, abole al mismo tiempo la
democracia.

Lo claro es que la democracia económica y la teoría económica de la democracia son cosas


ajenas entre sí.

Ahora bien. ¿Cuál es la relación entre democracia y política, democracia social y democracia
económica? La relación es que la primera es la condición necesaria para las otras. La
democracia en sentido social y/o económico extienden y completan la democracia en sentido
político; son también democracias más auténticas, puesto que son microdemocracias,
democracias de grupos pequeños. Por otro lado, si no se da la democracia en el nivel del
sistema político las pequeñas democracias sociales y de fábrica corren el riesgo de ser
destruidas. Por ello democracia significa democracia política. Entre esta y las demás
democracias la diferencia reside en que la democracia política es determinante y
condicionante; las otras son subordinadas y condicionadas. Si falta la democracia mayor
fácilmente faltan las democracias menores. Lo que explica por qué la democracia ha sido
siempre un concepto desarrollado y teorizado principalmente en el nivel del sistema político.

LA DEMOCRACIA DE LOS GRIEGOS

¿Existe una continuidad entre la democracia de los antiguos y la democracia de los modernos?
Quien hoy reivindica el ideal clásico de la democracia supone que sí. La democracia griega
encarna la máxima aproximación al significado literal del término: el demos ateniense tuvo
más kratos, más poder que cualquier otro pueblo. En el ágora, en la plaza, los ciudadanos
escuchaban y después decidían por aclamación. La polis era efectivamente una entidad
relativamente simple.

El autogobierno de los ciudadanos constituía la parte más visible pero no la más eficiente de la
gestión de la ciudad. Existía también una BOULE, un consejo de 500 miembros; y su sustancia
residía en el hecho de <ser gobernado y gobernar alternativamente> es decir, en un ejercicio
del poder efectivo y ampliamente distribuido mediante una rápida rotación en los cargos
públicos. Resulta útil encuadrar la democracia de los antiguos en la clásica tripartición
aristotélica de las formas de gobierno; gobierno de uno, de pocos de muchos: y ello porque en
la democracia los pobres gobiernan en su propio interés. La democracia es definida como
<gobierno de los pobres en su propio beneficio>. Parecería que Aristóteles llega a los pobres
porque son la mayoría, pero él advierte que una democracia es así incluso si los pobres son los
menos. El hecho es que el argumento es lógico. Aristóteles construye su tipología global sobre
dos criterios: el número de gobernantes más el interés al que sirven (general o propio). De este
modo, el gobierno de uno se desdobla en monarquía (buena) y tiranía (mala); el gobierno de
pocos en aristocracia (buena) y oligarquía (mala porque es el gobierno de los ricos en su propio
beneficio), y el gobierno de muchos en política (buena) y democracia (mala). La de Aristóteles
no es una definición económica de la democracia, sino uno de los tres casos posibles del mal
gobierno, de gobierno en el interés propio.

Aristóteles aprendió la degeneración de la democracia en la experiencia griega. Al comienzo la


democracia era isonomia. Herodoto dijo que la democracia era la palabra más bella de todas,
iguales leyes para todos. Aristóteles decía que es preferible que mande la ley (nomos) antes
que cualquiera de los ciudadanos. Pero después de Herodoto el demos ya había distorsionado
el nomos, haciendo y deshaciendo leyes a su antojo desencadenando una ciudad con
conflictos entre pobres y ricos y, con ello, una lucha de clases.

De lo anterior se desprende que la democracia indirecta, es decir representativa, no es


únicamente una atenuación de la democracia directa; es también un correctivo.

Una primera ventaja del gobierno representativo es que un proceso político entretejido por
mediaciones permite escapar de los procesos directos. Y la segunda ventaja es que la
participación ya no es un sine qua non; incluso sin la participación total la democracia
representativa sigue subsistiendo como un sistema de control y limitación del poder. Lo que
permite a la sociedad civil desplegarse como tal.
En suma, el gobierno representativo libera con fines extra políticos el conjunto de energía que
la polis absorbía en la política.

ENTRE LOS ANTIGUOS Y LOS MODERNOS

A) LA SOBERBIA POPULAR
La diferencia entre la democracia directa de los griegos y la democracia representativa de los
modernos es una diferencia de distancia histórica. Para captar esta diferencia debe atenderse
a la teoría de la soberanía popular. La democracia directa de los griegos era el equivalente
exacto de un sistema inmerso en la soberanía popular.

En suma: su soberanía popular lo era todo y absorbía todo. Por otro lado, el populus de los
romanos no era el demos de los griegos. En la medida que el demos de Aristóteles y también el
de Platón se identificaba con los pobres, en la misma medida en que el demos no era el todo,
sino una parte del todo, mientras fuera de los muros de la ciudad, a medida que el populus se
convertía en un concepto jurídico, extra moenia. De este modo mientras que el demos se
acababa donde terminaba la ciudad, el populus se podía ampliar tanto como se extendiera el
espacio de las res públicas.

La doctrina de la soberanía popular plantea la distinción entre titularidad y ejercicio del poder
en donde encuentra su caracterización y razón de ser.

La doctrina de la soberanía popular emerge en el contexto de un dominio despótico. Por un


lado, debía ser legitimado; por otro lado, podía ser limitado. En el Digesto Ulpiano había
establecido que QUOD PRINCIPI PLACUIT, LEGIS HABET VIGOREM, lo que en un principio se
acepta se convierte en ley y es el príncipe quien tiene esa potestad porque el pueblo se ha
conferido. Para unos, entre el pueblo y el príncipe había tenido lugar una TRANSLATIO IMPERII,
es decir, una transferencia no revocable del poder del pueblo al príncipe. Para otros (minoría),
no había TRNSLATIO, sino solo CONCESSIO IMPERII: la transmisión era solo de ejercicio, no de
titularidad; y el titular (pueblo) concedía tal ejercicio manteniendo el derecho a revocarlo

B) EL PRINCIPIO DE LA MAYORIA
Los griegos desconocían el principio de mayoría y el principio de la soberanía popular. En la
EKKLESIA vencía el voto o la aclamación de la mayoría, pero este hecho era un expediente
práctico sin doctrina que lo mantuviese. Hasta LOCKE el principio mantenido por la doctrina
fue la unanimidad y no el derecho de la mayoría.

La unidad política de los griegos no era una ciudad- Estado, sino una ciudad- Comunidad en la
que los ciudadanos vivían en un estado de simbiosis con su ciudad, ligados por un destino
común de vida y muerte y un sistema de valores ético- políticos.

La ciudad griega se fundaba sobre un espíritu común que se basaba en la amistad. Reconocer
el principio de mayoría seria como validar el principio de desunión lo que llevaría a la ciudad al
desastre.

Por esto, las técnicas electorales que fueran puestas en las comunas medievales no llegan de
los griegos sino de las órdenes religiosas en donde los monjes debían elegir a sus superiores. Al
no poder recurrir al principio hereditario ni al de la fuerza debían elegir por medio del VOTO.
Por lo tanto, debemos a los monjes el voto secreto y la elaboración del voto mayoritario. Pero,
la MAIOR PARS debía seguir unida con la MELIOR PARS, con la parte mejor. Y, la elección debía
terminar por se unánime. Reglas mayoritarias sí, pero derecho de mayoría no. El principio
sancionador era y seguía siendo la unanimidad.

Con Locke el derecho de mayoría se inserta en un sistema constitucional que lo disciplina y


controla.

c) EL INDIVIDUO-PERSONA

Los regímenes democráticos son regímenes libres. Para Fustel de Coulanges <tener derechos
políticos, votar, nombrar magistrados, poder ser arconte, es lo que se llamaba libertad; pero
no por ello el hombre estaba menos sometido al Estado.

Al definir al hombre como animal político, Aristóteles declaraba su propia antropología; el


entendía que el hombre era totalmente hombre en cuanto vive en la polis y la polis vive en él.
Los griegos no veían una parte o un aspecto de la vida: veían su plenitud y su esencia por lo
cual el hombre no político era un ser incompleto y carente cuya insuficiencia residía en su
carencia de polis. En suma, para los griegos, el hombre era, por completo, el ciudadano, y la
ciudad precedía al ciudadano.

Para nosotros no es así. No mantenemos que los ciudadanos están al servicio del Estado, sino
que el Estado (democrático) está al servicio de los ciudadanos. Tampoco mantenemos que el
hombre se resuelve en la politicidad sino mantenemos que la persona humana, el individuo, es
un valor en sí mismo, independientemente de la sociedad y del Estado. Por lo cual vemos que
el mundo antiguo no conocía al individuo- persona, no consideraba lo privado como esfera
moral y jurídica liberadora y promotora de autonomía, de autorrealización. El mundo que no
reconoce valor al individuo es un mundo despiadado en el que matar es tan normal como
morir. Para nosotros matar está mal, porque la vida de otro ser humano cuenta, vale, es
sagrada.

Los griegos gozaron de un espacio privado, pero no poseían aquel concepto de libertad del
individuo que se resume en la fórmula del respeto al individuo- persona. Cuando se niega que
los griegos fueran libres se quiere decir que en su ciudad el individuo estaba indefenso y en
poder de la colectividad. El individuo no tenía derechos y no gozaba de defensa jurídica. Su
libertad se resolvía totalmente en su participación en el poder y en el ejercicio colectivo del
poder. En las condiciones modernas tampoco los antiguos serian libres. La ciudad griega no se
constituía en Estado. Sin estado un ejercicio colectivo del poder puede ser un sustituto de la
libertad. Pero cuando aparece el Estado, cuando la pequeña ciudad se extiende en exceso, sin
límites de medida y titularidad y ejercicio del poder se diferencian entonces ya no es así. No es
solo que la democracia de los modernos tutela y promueve una libertad que no se resuelve en
la sumisión del individuo al poder del conjunto. También con la llegada del Estado los términos
se invierten. En la ciudad- comunidad de los antiguos la libertad política no se afirmaba en
contra del Estado ya que este no existía.

LA DEMOCRACIA LIBERAL

Entre la democracia de los antiguos y la de los modernos se interpone la disyunción entre


titularidad y ejercicio del poder, el principio de la mayoría y la concepción del individuo-
persona.

El liberalismo y su derivado liberalismo y su derivado <liberal> son relativamente recientes,


pero Locke, Montesquieu, Madison y Hamilton y Benjamín Constant pueden declararse
liberales, es decir, los autores que han concebido políticamente el Estado limitado, el Estado
controlado y, así, el Estado liberal – constitucional. Después de Constant llegamos al Estado
liberal – democrático, al cual le sigue el Estado democrático – liberal. Por lo tanto, hay tres
etapas: el Estado liberal que es únicamente el Estado constitucional que aprisiona el poder
absoluto; segundo el Estado liberal – democrático que es primero liberal (constitucional) y
después democrático; tercero, el Estado democrático – liberal. En el que el peso de los dos
componentes se invierte: el poder popular prevalece sobre el poder limitado.

La genealogía histórica completa es esta: la democracia pura y simple precede al liberalismo, y


el liberalismo precede a la democracia moderna. En la Asamblea Constituyente Tocqueville
declaro una nueva separación; La democracia y el socialismo están unidos solo por una
palabra, la igualdad, pero hay diferencias: La democracia quiere la igualdad en la libertad, y el
socialismo quiere la igualdad en la servidumbre. La nueva antítesis ya no se plantea entre
democracia y liberalismo, sino entre socialismo, por un lado y la liberal – democracia, por otro.

Durante todo el siglo XIX prevalece el conjunto liberal: el liberalismo como teoría y praxis de la
protección jurídica, mediante el Estado constitucional, de la libertad individual. Pero a medida
que el sufragio se extendía, se planteaba al mismo tiempo una liberal-democracia en la que la
<forma> del Estado recibía cada vez más <contenido> de voluntad popular. Finalmente, el
estado liberal-democrático se transforma en el estado democrático-liberal en el cual la balanza
entre libertad e igualdad se desequilibra favor de esta última.

Cabe aclarar que el estado justo, el estado social, el estado del bienestar, siguen siendo sus
premisas, el estado constitucional construido por el liberalismo. La doctrina liberal ha
mantenido desde siempre que la relación entre libertad e igualdad no es reversible, que el iter
procedimental que vincula los dos términos va desde la libertad a la igualdad y no a la inversa.
La superación de la democracia no ha existido. Fuera del Estado democrático-liberal no existe
ya libertad ni democracia.

EL ESTADO DE PARTIDOS

La democracia de los modernos es representativa y presupone, como condición necesaria, el


Estado liberal-constitucional, el control del poder. Ya en 1929 Kelsen afirmaba <solo la ilusión
o la hipocresía pueden creer que la democracia sea posible sin partidos políticos>. De vez en
cuando se vuelve a mantener que la democracia no solo puede operar sin partidos, sino que
de hecho funcionaria mejor.

La tipología histórica de los partidos distingue entre partidos de notables, partidos de opinión y
partidos de masas; o incluso, de forma paralela, entre partidos de orientación electoral y,
dentro de estos, en partidos de orientación electoral o bien partidos capaces de movilización
permanente.

Basta con que el partido <necesario> sea el partido de opinión. Cuando se afirma que la
democracia no puede realizarse sin la intermediación de los partidos se hace referencia al
sistema partidista como sistema de agregación y canalización del voto. De ahí que cada vez
que una dictadura cae y se vuelve a votar, vuelven a crecer los grupúsculos que se proponen
para ser votados. Los supervivientes, los votados, se convierten en partidos.es un proceso
espontaneo que atestigua la inevitabilidad de los partidos.

En los años cincuenta se afirmó la tesis de que las democracias que funcionaban eran
bipartidistas, o por lo general democracias con relativamente pocos partidos, mientras que los
sistemas demasiado fragmentados generaban gobiernos inestables, efímeros y en general,
incapaces de gobernar. Posteriormente esta tesis fue modificada. Es cierto que demasiados
partidos son excesivos; pero el número de partidos no es la variable decisiva lo es, por el
contrario, la polarización del sistema y la distancia ideológica o de todo tipo que separa a los
partidos y a sus electores.

El elemento discriminante es si las coaliciones de gobierno están separadas, entre partidos


distantes, como Italia o bien, como en los sistemas de baja polarización, si las coaliciones se
forman entre partidos próximos amalgamables. Con lo que se vuelve a decir que el factor
decisivo es la polarización: el espacio competitivo es extenso, entonces la competencia tiende
a ser centrípeta, la belicosidad bloqueante no compensa y el sistema permite la
gobernabilidad.

Lijphart divide las democracias en dos tipos: mayoristas y consociacional y mantiene que en las
sociedades conflictivas es necesaria una democracia consociacional, es decir, una gestión de la
cosa pública basada en minorías competitivas que repudian el principio mayoritario. El
consociacismo es recomendable y funciona para las sociedades segmentadas como Holanda,
Austria, Bélgica y Suiza. Pero las sociedades en cuestión están segmentadas, no están
polarizadas. Por lo tanto, no se ha afirmado que el consociacionismo sea también adecuado
para las sociedades altamente polarizadas y no parece aplicables a las religiones militantes. Lo
importante es que el consociacionismo se remite a nociones como la sociedad conflictiva, o
sociedad dividida, bastante menos precisas y precisables que la noción de sociedad polarizada
y que los sistemas de partidos se miden y comparan mejor en clave de polarización.

Con toda probabilidad el Estado de los partidos no es subrogable pero varía y puede ser
cambiado. El problema del sistema de partidos óptimo sigue estando abierto, los partidos
degeneran fácilmente en centros de exceso de poder, de colonización y de corrupción. Lo que
no obsta para que la teoría de la democracia deba incluir a los partidos.

LA TEORIA COMPETITIVA DE LA DEMOCRACIA

En principio la democracia ha de definirse como un sistema político basado sobre el poder


popular, en el sentido de que la titularidad del poder pertenece al demos, mientras que el
ejercicio del poder es confiado a los representantes periódicamente elegidos por el pueblo.
Por consiguiente, el poder popular se resuelve en gran medida en el poder electoral.

La democracia es un sistema pluripartidista en el que la mayoría expresada por las elecciones


gobierna en el respeto a los derechos de las minorías.

Rosseau mantenía que quien delega su propio poder lo pierde. Si dicha delegación fuera
permanente entonces seria cierto, pero es una delegación periódica y con una renovación
periódica y por lo general, una delegación a titulo representativo: se espera que el
representante actué según el interés de los representados en el ámbito de estructuras y
procedimientos que lo vinculan a esta intención.

En la teoría clásica de la democracia -argumenta Schumpeter- la elección del representante


resulta secundaria con respecto al objetivo principal de investir al electorado del poder de
decidir en cuestiones políticas; pero en realidad es que este poder es secundario en cuestiones
con respecto a la elección de las personas que decidirán después. De aquí su definición <El
método democrático es aquel mecanismo institucional para llegar a decisiones políticas en las
que algunas personas adquieren el poder de decidir mediante una lucha competitiva por el
voto popular.
Decimos entonces que, la democracia es el procedimiento y/o mecanismo que a) asegura una
poliarquía abierta cuya competición en el mercado electoral.; b) atribuye poder al pueblo, y c)
impone específicamente la capacidad de respuesta de los elegidos frente a los electores. Esta
definición es solo descriptiva es decir se limita a explicar porque funciona la macrodemocracia
(política).

LIBERTAD E IGUALDAD

A) LIBERTAD <DE> Y AUTONOMIA


La libertad que interesa en este nivel es la libertad política: la libertad del ciudadano en el
ámbito del Estado. Es una libertad específica e eminentemente práctica. Locke definía la
libertad como autodeterminación del yo, mientras que en su segundo tratado la define como
el no estar sujetos a la voluntad de otro hombre.

Para Locke la libertad política es, sustancialmente, la libertad frente al arbitrio de los
poderosos. Hobbes asignaba esta libertad al contexto de la libertad natural antes que al de
libertad civil; por otro lado, los impedimentos en cuestión se denominaban <impedimentos de
movimientos>.

Posteriormente se ha dicho que la libertad política es una libertad <frente> (frente al Estado),
no una libertad <para>. Y hoy se ha extendido el uso de declararla una libertad negativa y no
positiva.

La libertad para es la condición necesaria de todas las libertades <de>,

Entonces sería mejor llamar a la libertad política protectora, puesto que es la libertad de los
poderes menores, de los poderes de los ciudadanos particulares, necesitados de protección
porque son fáciles de oprimir. Cuando se despliega la libertad política se convierte también en
libertad DE (de votar, de participar, etc.); pero hay que caracterizarla como libertad para, como
no-impedimento, porque este es su aspecto primero.

El discurso de la libertad sobre la libertad política precede a Hobbes y a Locke y hasta la


construcción del Estado constitucional, la salvación de la libertad residía solo en la ley. Cicerón
decía <somos libres en cuanto que estamos sometidos a las leyes>. Rosseau: el hombre es libre
cuando no obedece a los demás hombres sino únicamente a ley.

La libertad <para> es una libertad menor superada por una libertad mayor: la autonomía.
Rosseau concibe la libertad como autonomía.

La autonomía, el otorgarse a sí mismos las propias leyes, es un conjunto kantiano que, sin
embargo, Kant refiere a la libertad moral, a la libertad interior (de querer). La libertad política
es, por el contrario, una libertad exterior (de hacer). Lo contrario de la primera es la
heteronomía; lo contrario de la segunda es la coerción.

b) IGUALES TRATAMIENTOS E IGUALES RESULTADOS

Aristóteles distinguía entre dos tipos de igualdad, una ARITMETICA y otra PROPORCIONAL. El
criterio de la primera es <lo mismo para todos> el criterio de la segunda es <lo mismo para los
mismos> y por lo tanto cosas iguales para los iguales, pero desiguales para los desiguales. En la
igualdad aritmética lo que es iguales idéntico. En la igualdad proporcional lo es, por el
contrario, la igualdad en la diversidad, o entre diversos, que asigna a cada uno lo suyo. Está
claro que a veces aplicamos la primera y a veces la segunda igualdad. Las leyes son iguales en
cuanto que son idénticas para todos, mientras que los impuestos directos son proporcionales,
en proporción a la riqueza, y por lo tanto iguales para iguales pero desiguales para desiguales.

Pero la igualdad proporcional plantea dos problemas: primero, cuanta proporción y segundo a
quien atañe esa proporción. Simplificando los criterios de igualdad proporcional pueden
reducirse a dos: 1) a cada uno en razón de sus méritos, capacidades o talentos, 2) a cada uno
en razón a sus necesidades.

La primera igualdad es la isonomia, nosotros la llamaremos igualdad jurídico-política: iguales


leyes, iguales libertades e iguales derechos. Existe después ´la igualdad social que no plantea
problemas desde el momento en que se despliega como un ethos. La tercera igualdad está
llena de problemas, la igualdad de oportunidades.

Aquí, a partir de un término común se ramifican y derivan dos igualdades 1) la oportunidad


como igual acceso 2) la oportunidad como igual punto de partida. Igual acceso quiere decir
igual reconocimiento e iguales capacidades y por lo tanto promueve una meritocracia: igual
carrera a igual talento.

La igualdad económica verdadera y propia es, por si sola, y, por el contrario, aritmética: iguales
haberes o igual ausencia de posesiones para todos. Marx enuncia tres criterios: 1) a cada uno
de sus necesidades, 2) a cada uno según su trabajo (el principio del valor-trabajo) y 3) a cada
uno según su capacidad. La igualdad económica de Marx también era aritmética: de igual
forma nada para nadie.

El núcleo del problema es que iguales tratamientos (leyes iguales) no producen resultados
iguales; de lo que se deriva que para convertirse en iguales se necesitan tratamientos
desiguales.

La generalidad de las leyes es importante porque somete a quien las fábricas al mismo daño
que pueden infligir a quien las sufre.

Así, entre libertad e igualdad se dan muchas soluciones de equilibrio, muchas posibles
compensaciones; pero sigue existiendo un punto de ruptura más allá del cual nos espera
únicamente <la igualdad en la servidumbre>. Entre la libertad y la igualdad puede existir una
feliz conjunción, pero también una peligrosa disyunción. En las democracias liberales la
libertad promueve, o al menos permite, políticas y resultados igualitarios. En los regímenes
comunistas la igualdad no ha producido la libertad.

MAYORIA Y MINORIA

A) MAYORIA LIMITADA
Mayoría significa <regla de la mayoría> o bien <el conjunto de los más>. En el primer caso la
noción de mayoría es procedimental, indica un método de resolución de conflictos y un criterio
decisional. En el segundo caso la noción de mayoría es sustantiva: indica la parte mayor de una
población.

La democracia es majority rule lo que significa que la democracia se decide por mayoría. Así el
principio de mayoría resulta absoluto, sin límites ni frenos, mientras que la democracia
requiere un principio de mayoría limitado. La regla en las democracias liberales es que la
mayoría gobierna en el respeto a los derechos de la minoría.

Respetar a las minorías y sus derechos es una parte integrante de los mecanismos
democráticos. La minoría se aplica a múltiples referentes. Entre estos encontramos las
minorías religiosas, lingüísticas, étnicas y de otro tipo, es decir, colectividades sustantivas que
mantienen su propia identidad y que se constituyen en torno a la propia lengua, religió o raza.
Estas minorías son tanto más reales y compactas cuanto más intensas son, cuanto más
fuertemente sienten el vínculo que las caracteriza. Y aquí el principio mayoritario se detiene
por fuerza mayor. Porque si no se les reconoce a las minorías intensas el derecho a su propia
identidad estas buscaran la secesión y rechazaran, en el interior, el propio principio
mayoritario.

B) OLIGARQUIA, ESTRATARQUIA Y POLIARQUIA


La expresión majority rule significa <manda la mayoría del pueblo>. La tesis de que en la
democracia quien decide es la parte mayor de una entidad denominada <pueblo soberano>
para muchos es falsa, para un grupo es falsa porque las nuestras son pseudo-democracias que
arrebatan al pueblo el poder que les compete; para otros es falsa porque la democracia
entendida como poder popular es imposible.

Según la teoría de la clase política de Mosca existen dos clases de personas: la de los
gobernantes y la de los gobernados. La primera es la de menos número y monopoliza el poder.
Lo esencial de la tesis de Mosca es que en el gobierno existe siempre una minoría organizada.
Para la ley de Mosca todos los gobiernos son, siempre y en todas partes, oligarquías.

Se ha objetado que la tesis de Mosca es muy genérica. Mosca podría ser desmentido solo por
la existencia de sistemas anárquicos carentes de todo gobierno y de toda verticalidad,
entonces tendremos siempre una estratarquia que tendrá siempre una forma piramidal.
Mosca descubre la pirámide y la declara oligárquica. Así vence siempre; pero una estratarquia
no es una oligarquía. Para pasar de la primera a la segunda es necesario una ley que postule y
produzca una minoría que tenga invariablemente características oligárquicas. N0o obstante al
último, Mosca admite que su teoría no convence y distingue entre clases políticas hereditarias
(aristocracias) y, por el contrario, otras formadas desde abajo, y paralelamente distingue entre
el poder que desciende desde arriba y el poder que proviene desde abajo.

De este modo Mosca divide en dos su clase política e invalida el significado minoritario-
oligárquico de su ley.

El argumento de Michels es distinto. Su ley de hierro de la oligarquía mantiene que la


organización es inevitable, a medida que crece la organización se desnaturaliza la democracia y
la transforma en oligarquía y, por consiguiente, que la existencia de líderes es un fenómeno
congénito a cualquier forma de vida social y que todo sistema que prevea lideres es
incompatible con los postulados esenciales de la democracia.

Dada una necesaria estructura piramidal y unos procesos reductivos igualmente necesarios.
Sucede que en todos los niveles del proceso encontramos una mayoría que, por un lado,
elimina a una minoría y que, por otro, se vuelve a plantear <en menos> como un menor
número. En nivel electoral es mayoría quien vence (elige), y minoría (eliminada), quien
malgasta el voto. En el nivel de los elegidos es mayoría quien ha votado al partido más votado,
y minoría, quien ha votado a los partidos menos votados.

C) EL PROBLEMA DE LA INTENSIDAD
Recordemos que la mayoría en sentido procedimental como regla de mayoría, como principio
mayoritario se remonta a Locke. La regla mayoritaria ignora la diversa intensidad de las
preferencias individuales. Al ignorarla, las iguala en la práctica: presupone que las preferencias
son de igual intensidad. Y ello explica por qué el principio mayoritario ya no es aceptado tanto,
y sobre todo porque es rechazado por las minorías intensas. Por lo que se concluye que las
minorías indiferentes (no intensas) no dominan, o bien ceden, o incluso pierden y las pequeñas
democracias directas, el asamblearismo de la contestación, son el terreno de acción ideal para
los grupos intensos dirigidos a vencer a toda costa a despecho tanto del principio mayoritario
como de las mayorías sustantivas.

La intensidad se refleja en el referendum, es decir, en el modo en que un elemento de


democracia directa puede insertarse en la democracia representativa.

Las técnicas decisionales pueden producir resultados de suma positiva, de suma cero y de
suma negativa. Suma positiva quiere decir que todos ganan algo; suma cero, que quien vence
gana exactamente lo que pierde la contraparte; suma negativa, que todos pierden y la suma
cero: o se gana o se pierde.

Las elecciones eligen o no eligen un representante; pero así se origina un proceso que prosigue
en el parlamento y aun después en el gobierno, que no es, por lo general, de suma cero. Las
elecciones deciden quien tendrá que decidir; y los electos, cuando se encuentran cara a cara,
debaten, negocian y con frecuencia llegan a soluciones de compromiso, lo que significa una
suma positiva: nadie lo pierde todo y todos obtienen algo. Por consiguiente, las elecciones
ponen en marcha un proceso representativo continuo que tiende a producir resultados de
suma positiva. Lo que implica que aquel proceso permite congelar las demandas de las
minorías intensas.

No sucede así en el referedum. Aquí el voto no decide quien decidirá, sino que decide ipso
facto. El voto referendario es concluyente, y es necesariamente de suma cero: la mayoría
(referendaria) lo gana todo, y quien queda en minoría, incluyendo las minorías intensas, lo
pierde todo.

D) DEMOCRACIA CONSOCIACIONAL Y NEOCORPORATIVISMO


En relación al poder ejecutivo se distingue entre sistemas presidenciales y sistemas
parlamentarios; en relación al sistema partidista, entre sistemas pluripartidistas y bipartidistas,
polarizados o no; y con respecto al principio mayoritario, entre democracias mayoritarias y
consociacionales. Estas dicotomías admiten formas mixtas o medias. Asi, entre el
presidencialismo y el no presidencialismo se interponen sistemas semi-presidenciales y de
gobierno de gabinete; entre el pluripartidismo extremo y el bipartidismo se interponen
sistemas de pluripartidismo limitado y moderado.

La noción de democracia consociacional capta el caso de un recurso mínimo a decisiones


mayoritarias, el caso en que la mayoría es producida por minorías concurrentes a cada una de
las cuales se les reconoce un derecho de veto. De ello se desprende, según Lijphart, que el
consociacionismo está caracterizado por maxicoaliciones y por un proporcionalismo
generalizado. El consociacionismo requiere elites cooperativas, elites solidarias en la
neutralización de las tendencias disruptoras de las sociedades segmentadas. Una tesis más
convincente es que la democracia consociacional es un remedio para las sociedades difíciles
con una estructura segmentada.

El debate sobre el neocorporativismo es distinto, aunque puede vincularse con el debate sobre
el consociacionismo. La democracia neocorporativa no es tanto un tipo de democracia como
una transformación interna del modo de operar de los sistemas democráticos, sobre todo
frente a los conflictos del trabajo y la denominada política de redistribución. El
neocorporativismo tienen muchas variantes, pero la idea central es que los sindicatos, la
patronal y el Estado gestionan el sistema económico agrupados en una densa red de intereses
comunes gestionados por medio del contrato en lugar de a través de una lucha. El Estado deja
de ser un árbitro entre las partes para convertirse el mismo en parte.

LAS CONDICIONES DE LA DEMOCRACIA

A) FACTORES IMPULSORES
El liberalismo, un sistema político, no es el librecambismo, un sistema económico. La liberal-
democracia es un sistema político y no un sistema económico.

El constitucionalismo liberal surge entre los siglos XVII Y XVIII y tiende a vincularse con estados
económicos. El liberalismo da lugar al Estado limitado, al control del poder, y a la libertad para
(del ciudadano) pero no distribuye bienes, no atiende al bienestar. De hecho, el liberalismo
nació en sociedades pobres y antes de la revolución industrial. Pero el problema cambia
cuando el liberalismo se vincula a la democracia y se plantea en función del componente
democrático de la libertad-democracia. Es decir, cuando se plantea que la democracia
inevitablemente se encamina a distribuciones y redistribuciones de riqueza.

Que hoy en día la democracia y el bienestar están asociados frecuentemente es obvio. Si la


tesis se plantea como la formulaba Lipset <cuanto más próspero es un país, tanto más
probable es que se mantenga la democracia> el bienestar facilita la democracia. Sostener que
la democracia produce bienestar es una hipocresía porque las democracias no han perturbado
en demasía a los procesos económicos, es decir, han dejado hacer al mercado. Pero la
democracia en sí y por si, como sistema político, logra incluso empobrecer.

B) DEMOCRACIA Y MERCADO
En el mundo abundan los sistemas de mercados sin democracia. Por el contrario, todas las
liberal-democracias son sistemas de mercado. A partir de esta constatación se deriva la
certidumbre de que el mercado no es una condición suficiente para la democracia.

El discurso económico puede resumirse así: cuanto más cuenta una democracia sobre el
bienestar y está dirigida a distribuirlo, en la misma medida requiere una economía en
crecimiento. Es cierto que el mercado también puede fallar.

Pasemos al discurso político. En la medida en que el sistema político y el sistema económico


están interconectados, amabas cosas ya no son la misma, y el requisito político de la liberal-
democracia es la difusión del poder: una difusión- dispersión destinada a permitir espacio y
tutela a la libertad individual. Se trata de que cualquier concentración de todo el poder crea un
poder excesivo contra el cual al individuo no le queda posibilidad de defensa.

DEMOCRACIA Y NO DEMOCRACIA

El sustantivo democracia designa una determinada realidad. <Democrático> es, por el


contrario, un predicado que connota una propiedad o un atributo de algo. el sustantivo induce
a preguntar <que es y que no es la democracia>. El adjetivo, por el contrario, induce a graduar:
democrático en qué medida, cuánto.
ACCOUNTABILITY (pasquino.pdf)
Por Gianfranco Pasquino

No hay democracia si los funcionarios no son ni pueden mantenerse


accountable*** frente a y por los/as votantes. El concepto de accountability ha
gozado de una amplia popularidad y se lo ha utilizado con frecuencia. Pero mi
opinión es que aún hay más por decir desde una perspectiva teórica para
inspirar una mejor investigación empírica.
No obstante, todavía existen, aunque dispersos, fragmentos teóricos, analíticos
y empíricos en búsqueda de una síntesis. Más precisamente, voy a intentar
identificar y distinguir lo que considero los tres procesos fundamentales de la
accountability, y ofrecer algunas propuestas para operacionalizarlos, haciendo
especifica referencia a la complejidad de todo el proceso de accountability
electoral.
Los puntos de vista de los tres principales actores/agentes en el proceso, esto
es, los/as candidatos/as, los/as representantes electos/as, las coaliciones
gubernamentales y sus comportamientos vis a vis los/as votantes. Creo que
una serie de conceptos utilizados frecuentemente como, por ejemplo, mandato
y delegación, responsiveness y responsabilidad, no captan acabadamente lo
que la accountability quiere significar. El ciclo completo de la accountability está
compuesto por tres procesos que pueden y deben ser clara y útilmente
diferenciados. Durante la campaña electoral el/la candidato/a (conjuntamente
con su partido) intenta tomar en cuenta [take into account] los intereses, las
preferencias, los ideales, las necesidades de sus potenciales votantes.
Esto no significa negar que los candidatos (y los partidos) también intenten dar
forma a las preferencias de los votantes. Por lo tanto, en un alcance a ser
determinado a través de estudios empíricos, el proceso de “tomar en cuenta”
[taking into account] supone la interacción entre votantes y candidatos
(partidos). Una vez elegido/a, en su rol de representante, él o ella, tanto en sus
declaraciones, comportamientos y votos, tendrá en cuenta [keep into account]
las preferencias no sólo de sus votantes, sino también, dentro de ciertos
límites, de los votantes en general**. Finalmente, al terminar su mandato,
siempre y cuando los parlamentarios estén buscando la reelección, él/ella
tendrá que rendir cuentas [give account] a los votantes sobre lo que hizo o dejó
de hacer, por qué lo hizo o por qué no, y cómo lo hizo. Por supuesto que el
papel que juegan los votantes, y cómo se sienten y analizan sus impactos en
los tres distintos procesos, dependen de la naturaleza y estructura del sistema
político, y del rol y la importancia de los partidos políticos surgirán algunas
dificultades analíticas y políticas cuando existan gobiernos de coaliciones
multipartidarias y múltiples oposiciones.
Tomar en cuenta
Las campañas electorales son comúnmente interpretadas como
acontecimientos en donde candidatos, líderes, partidos y/o coaliciones
proponen políticas a los votantes. La enseñanza de Downs debemos recordar
que “los partidos formulan políticas para ganar elecciones, en vez de ganar
elecciones para formular políticas” resulta altamente probable que los partidos
al formular sus políticas intenten preventivamente por todos los medios tomar
en cuenta las preferencias de los votantes. Como consecuencia, los analistas
deberían también tener presente que los candidatos, líderes, partidos y
coaliciones no pierde la oportunidad para obtener información sobre lo que los
votantes quieren o puedan llegar querer, para escuchar sus reclamos y
expectativas. Obviamente, hay diferencias entre los candidatos y los líderes, y
los partidos y las coaliciones. Algunos querrán atraer a un sector específico del
electorado y capturarlo. Otros querrán mostrarse abiertos sólo a algunos
intereses y preferencias específicos. Algunas diferencias dependen, además,
de la estructura de la competencia electoral: multipolar versus bipolar. En
cuanto a las diferencias en función de la relación establecida entre los
candidatos y los votantes, se debería tener en cuenta la existencia (o no) de
subculturas políticas. Desafortunadamente, el análisis de las muchas
subculturas políticas, no ha sido llevado a cabo siguiendo los lineamientos
necesarios para identificar procesos y relaciones específicos de accountability.
El tipo de accountability propuesto por el voto de “appartenenza” (pertenencia)
está fuertemente mediado, difundido y en cierta medida, hecho menos
personal, por todas las organizaciones que forman parte de la red subcultural.
Contrariamente, el voto de “intercambio” requiere de la existencia de comités
electorales creados por los mismos candidatos/representantes o por una
“cadena” de candidatos pertenecientes a la misma facción partidaria. Por lo
tanto, frecuentemente, la accountability electoral que estamos discutiendo no
era personal sino faccional. Es sólo en el caso del voto de opinión que, al
menos en principio, vamos a encontrar una considerable cantidad de
accountability personal ya que el voto está dirigido a recompensar o castigar
las cualidades personales del/los/as candidato/a/s y los/as líderes partidarios.
Dicho esto, se debe agregar que, cuando se trata de representantes
individuales, el factor indispensable de este tipo de accountability es resultado
del sistema electoral. Sólo los sistemas mayoritarios en distritos uninominales
enfatizan el rol, la importancia y la práctica de la accountability personal. No
hay necesidad de repetir que la existencia de circunscripciones uninominales
es la variable más importante que afecta a la accountability electoral de los/as
representantes a todo nivel. Desde el comienzo, que existe una diferencia
estructural significativa entre Estados Unidos y Gran Bretaña cuando se trata
de las condiciones de sus respectivos representantes y parlamentarios. En
Estados Unidos todos y cada uno de los candidatos/representantes no sólo
están obligados a depender de sus propios recursos, sino que también son los
artífices de su propia estrategia política. En términos de accountability, esto
significa que él/ella va a tener que personalmente intentar reunir la información
respecto de las preferencias, los issues, las soluciones por las que aboga su
sostén electoral [constituency]*.
Esto lo realizarán tanto haciendo campaña como generando/reteniendo un
cargo en su distrito. En Gran Bretaña, los miembros del parlamento son
seleccionados y reseleccionados por los partidos en sus respectivos distritos, y
son todos miembros de un partido bastante bien disciplinado y organizado.
Ellos sí dirigen sus propias campañas electorales, pudiendo reunir información
adicional sobre los deseos de su distrito y de sus propios votantes. Sin
embargo, saben muy bien que tanto su plataforma partidaria nacional como el
liderazgo partidario tienen mucho peso a la hora de determinar las
posibilidades de ser (re)elegido. Finalmente, con toda seguridad hay un tercer
factor que puede explicar las diferencias entre los representantes y sus partidos
para tomar en cuenta las demandas de los votantes: la estructura de la
competencia política y electoral.
Si la competencia es bipolar, esto es, cuando se enfrentan dos partidos o
coaliciones, podría legítimamente hipotetizarse que el intento de los dos
actores colectivos de comprender una multiplicidad de preferencias va a ser
generalizado. Aún más, los dos actores van a intentar tanto dar forma a nuevas
preferencias, como mejorar su atractivo. En una situación de competencia
multipolar, muchos partidos van a estar relativamente satisfechos con lo que
obtuvieron en términos de votos y bancas. Por lo tanto, no van a poner en
peligro lo que consideran “su” electorado y se comportarán evitando todo
riesgo. Aún más en el caso del pluralismo polarizado (Sartori 1976), ya que es
probable que muchos votantes queden “congelados” en sus patrones
subculturales de vida y en su consecuente apoyo a partidos políticos
específicos. Sin embargo, si aceptan la situación y la estructura de
oportunidades políticas dadas, y se adaptan al statu quo, los líderes partidarios
y los representantes pueden perder contacto con las preferencias de sus
votantes. Por ende, va a herir su capacidad de mantenerse en contacto con las
demandas de los votantes. A ello seguirá una crisis, comúnmente definida
como de “representación”.
Es tiempo ahora de avanzar en el análisis para considerar qué hacen todos los
actores relevantes en el proceso de accountability (esto es, los/as
representantes, los grupos parlamentarios, los partidos, el gobierno y la
oposición) cuando están en sus cargos para tener en cuenta lo que han
aprendido a través de las campañas electorales y de la relación con sus
votantes, es decir, qué han prometido y qué le han comunicado los/as votantes.
Tener en cuenta
Una vez en sus cargos los funcionarios (voy a considerar dos tipos de cargos:
representativos y gubernamentales) tendrán, para ser o seguir siendo
accountable, que recordar sus promesas electorales y tener en cuenta las
preferencias de sus votantes. Esto puede hacerse brindando diferentes tipos de
representación, en términos del tipo de compromiso como así también del estilo
de representación.
Lo que es importante remarcar son las diferencias entre el delegado, que
va procurar representar a su distrito; el síndico o fiduciario, que va a intentar
representar principalmente lo que perciba como el interés del Estado; y el
político, que va intentar combinar todos estos intereses siguiendo la línea
partidaria. Eulau y Karps (1986: 460) identifican cuatro componentes de la
responsiveness:(i) “responsiveness en cuanto a políticas [policy
responsiveness], donde el objetivo son los grandes asuntos públicos que
inquietan al proceso político”; (ii) “responsiveness en cuanto a asistencia
[service responsiveness], que se relaciona con los esfuerzos de los/as
representantes para garantizar beneficios concretos individuales o grupales en
su distrito”; (iii) “responsiveness en cuanto a asignaciones [allocation
responsiveness], referida a los intentos de los representantes de obtener
beneficios para su distrito a través de intercambios de pork-barrel* en el
proceso de asignación o través de intervenciones administrativas”; y (iv)
“responsiveness simbólica [simbolice responsiveness], lo que implica gestos
públicos que generan un sentido de confianza y apoyo en la relación
representante-representado”. Caín, Ferejohn y Fiorina (1987: 50) abordan “la
naturaleza de la asistencia electoral” y afirman claramente que “los votantes
[constituents] le dan relativamente mayor importancia a la responsiveness en
cuanto a asistencia y a la responsiveness en cuanto a asignaciones que la
comunidad académica, se ha centrado en la responsiviness en cuanto a
políticas. No indica tanto que los votantes estén más interesados en la
responsiveness en cuanto a asistencia y a asignaciones, sino más bien que
esa es la percepción de los representantes. Por consiguiente, los
representantes se dedican de hecho a proveer este tipo específico de
responsiveness, lo que no significa que no estén preocupados por la
“responsiveness en cuanto a políticas”. No obstante, también es muy difícil
explicar porque el elemento faltante de este cuadro general es cuánto de lo que
los representantes hacen puede relacionarse con su intento/necesidad/voluntad
de tener en cuenta aquello que han aprendido y, en menor medida (véase
abajo), lo que han prometido en sus campañas electorales. Hay tres formas de
proceder para reunir la información necesaria. La primera consiste en una serie
de entrevistas con los mismos representantes. La forma en que los
representantes interpretan su rol mientras ocupan sus cargos seguramente
brindará una gratificante explicación de cómo tienen en cuenta las preferencias
de sus votantes. La segunda, por supuesto, es una encuesta a los votantes,
orientada específicamente a indagar sobre sus expectativas y su grado de
(in)satisfacción. Por último, una lectura detenida de lo escrito o presentado por
los medios de comunicación al momento de evaluar la performance
representativa de los parlamentarios, los partidos y los tomadores de
decisiones gubernamentales, promete brindar un buen e interesante material.
En cualquier caso, un análisis de las etapas/procesos/actividades destinadas a
tener en cuenta las preferencias de los votantes parece absolutamente
imperativo como para entender acabadamente la complejidad de este particular
componente del proceso de accountability.
Al analizar el proceso de “tener en cuenta” [keeping into account], lo que
merecería especial atención son los conflictos que ocasionalmente se generan
entre los parlamentarios y el liderazgo nacional de su partido, como así también
aquellos que surgen entre los parlamentarios y sus partidos en sus respectivos
distritos. De hecho, existe también la posibilidad de que un parlamentario
decida no tener en cuenta alguna de las preferencias de sus electores. Sería
entonces de sumo interés conocer sus explicaciones y justificaciones, así como
las consecuencias de este tipo de comportamiento, que serán analizadas, no
obstante, en la siguiente sección al abordar el proceso que he definido como
“rendir cuentas”. Obviamente, todo el proceso de “tener en cuenta”, sus
componentes y sus dinámicas, muestra dos tipos de instancias específicas:
una cuando se aplica a sistemas electorales de mayoría simple en CU; otra
cuando se trata de circunscripciones plurinominales donde se aplica un sistema
proporcional. Hay una dificultad extra, que surge a raíz de que muchos
gobiernos en sistemas multipartidarios son gobiernos de coalición. Por lo tanto,
no es para nada sencillo para cualquiera de los partidos gobernantes, y sus
parlamentarios, incluso para aquellos que están verdaderamente dispuestos a
tener en cuenta las preferencias de sus votantes, traducirlas en políticas
precisas y coherentes. Si bien la literatura sobre coaliciones es a menudo
esclarecedora en muchos aspectos relacionados con el proceso de formación
de gobierno, los juegos de negociación y los acuerdos a realizar, todavía no ha
afrontado acabadamente el problema de la accountability. Lo que resta por
hacer es un estudio en profundidad y una precisa evaluación de la cantidad y la
calidad del proceso de “tener en cuenta”, la variedad de demandas realizadas y
dirigidas a los parlamentarios y sus partidos.
Rendir cuentas
Al finalizar su mandato, la mayoría de los parlamentarios vuelven a competir
por un cargo. El gobierno en ejercicio busca otro mandato y la oposición está
esperando que se inviertan los roles. Hasta cierto punto, que debe ser
determinado y evaluado, todos los funcionarios vuelven a los votantes
acentuando sus propios logros y subrayando los defectos, errores,
comportamientos indebidos de los otros, esto es, de sus oponentes. Todos
ellos van a intentar presentar un balance de sus respectivas actividades. Por lo
tanto, van a rendir cuentas de su performance general y de sus logros
específicos. Distintos actores pueden, con mayor o menor utilidad y efectividad,
intervenir en este proceso que está en el mismo centro de la teoría y la práctica
de la democracia. En primer lugar, los medios de comunicación generalmente
intentan brindar una evaluación sobre qué ha realizado el gobierno y la
oposición, cuánto, por qué, y por qué no, y con qué consecuencias. La prensa
local seguramente se centrará en las actividades de los/as representantes en
sus respectivas comunidades. En términos generales, hay dos interpretaciones.
La primera apunta a remarcar la dificultad existente, incluso para los votantes
más interesados, para reunir por separado la información necesaria,
examinarla y evaluarla. Muchos votantes se sentirían desorientados al realizar
una actividad tan difícil. Alguno de ellos puede que todavía formule la famosa
pregunta: “¿qué ha hecho por mí últimamente?”, pero seguirán sin poder llegar
a una conclusión firme a partir de lo que le digan los parlamentarios y los
partidos. Llevar al extremo esta interpretación destruye cualquier posibilidad de
analizar el proceso de accountability y puede rozar peligrosamente la negación
de cualquier posibilidad de una democracia viable. siempre tienen algunos
indicios, por ejemplo, la “identificación partidaria” o la “pertenencia subcultural”,
aunque si su voto es pura y exclusivamente determinado por esos indicios,
entonces todo el proceso de accountability puede importar menos de lo que
uno esperaba y menos de lo que debería para satisfacer a los defensores de la
accountability como el verdadero mecanismo democrático. La segunda
interpretación sostiene que los/as votantes no son entidades aisladas.
Pertenecen a una multiplicidad de asociaciones. Por lo tanto, las tareas de
reunir información política e incluso de tomar las decisiones en cuanto al voto,
se vuelven más fáciles gracias a lo que se distribuye a través de los canales
asociativos. Esta interpretación sugiere que los votantes obtienen, tienen,
cuentan con suficiente información y son capaces, si ellos quieren, de reunir la
cantidad de información adicional que estimen necesaria para evaluar la
performance de los distintos actores políticos. Siempre que sea posible, los
votantes recurren al “voto retrospectivo”, incluso el voto retrospectivo
seguramente esté afectado en forma positiva por la existencia de una densa
red de asociaciones. La accountability, ya sea en términos de rendición de
cuentas de lo que se hizo, no se hizo o se hizo mal, o en términos de mostrar lo
que funciona o no, puede ser evaluada relativamente de modo fácil mediante
encuestas y entrevistas, y finalmente, analizando los resultados electorales.
Una vez que los votos son emitidos y contabilizados, de alguna manera el
proceso de accountability llega a su fin. Las elecciones democráticas son
juegos iterativos. Por lo tanto, el círculo no está del todo cerrado. De hecho, el
nuevo ciclo de accountability que comienza será alimentado por el feedback de
lo aprendido por los ganadores y los perdedores y, sobre todo, por los votantes.
No será, sin embargo, el mismo juego. Algunos de los viejos actores
abandonan la escena política y nuevos actores hacen su debut. Lo más
importante desde la perspectiva de la accountability, es que el juego político y
electoral comenzara a construirse sobre la creciente conciencia adquirida por
todos los actores, incluido los votantes. Siempre y cuando sea el caso, la
misma calidad de la democracia tendrá alguna oportunidad de mejorar.
III_ Democracia y Representación

Concepto de representación.

Representación es el ejercicio, por los gobernantes, de las funciones públicas jurídicamente


autorizadas según la voluntad de los ciudadanos que los han elegido mediante el sufragio
universal.
La teoría de la representación considera que el pueblo está ligado a sus representantes y éstos
vinculados con el electorado. Aun aquellos que no votaron por los electos están
representados, ya sea directamente por ellos o de manera virtual por otros, inclusive de
diferentes lugares y por los cuales ni siquiera pueden votar.
La democracia representativa se caracteriza por tratar de recoger las ventajas de la
democracia directa, prescindiendo de las desventajas del gobierno de la muchedumbre. Las
virtudes de la república como un sistema electivo y representativo pugnan por la defensa del
interés colectivo sobre el individual.

Para Przeworski, quien considera la democracia como una forma de norma, aun en la
democracia directa, las decisiones de una mayoría son obligatorias para todos, inclusive para la
minoría que piensa que estas decisiones son contrarias a sus opiniones o intereses.
Según este autor, en una democracia representativa estas decisiones son tomadas por
representantes electos e implementadas por funcionarios designados, en quienes los
representantes delegan algunas de las tareas de gobierno. Los representantes deciden qué
deben hacer y qué no pueden hacer los ciudadanos, y los coaccionan para que acaten esas
decisiones. Ellos imponen el cumplimiento de normas, aun contra la voluntad de algunos
individuos. En este sentido, ellos mandan.
La organización y la estructuración del Estado buscan diseñar instituciones que permitan a los
gobiernos hacer lo que deben y evitar que hagan lo que no deben hacer. En tanto somos
ciudadanos, queremos que los gobiernos gobiernen. Pero deseamos que lo hagan en beneficio
del interés del público: para representar los intereses de la sociedad, no los suyos propios ni
los de alguna minoría con la cual puedan estar vinculados o comprometidos.
Przeworski se formula diversas preguntas y da respuestas a cada una de ellas.
-Primera: ¿Qué instituciones permitirán a los gobiernos que gobiernen, al tiempo que habilitan
a los ciudadanos para controlar esos gobiernos?
Hace unos doscientos años se generó una nueva forma de instituciones políticas que se
denominó gobierno representativo.
La estructura básica de las instituciones:
1) Los mandatarios, aquellos que gobiernan, son electos por medio de elecciones.
2) Mientras que los ciudadanos son libres para discutir, criticar y demandar en cualquier
circunstancia, no están capacitados para ordenar al gobierno que hacer.
3) El gobierno se halla dividido en órganos separados que se pueden controlar recíprocamente,
y está limitado por una Constitución en cuanto a lo que puede hacer.
4) Los gobernantes están sometidos a elecciones periódicas.
Cada una de ellas surgió de escoger entre varias alternativas. Se optó por las elecciones en
lugar de las loterías a lo monarquía hereditaria. La libertad de opinión fue una alternativa para
los mandatos imperativos y la revocación. El constitucionalismo se adoptó como una limitación
a la regla de la mayoría simple. Las elecciones periódicas se escogieron sobre los términos
vitalicios.

-Segunda: ¿Por qué, entonces, se prefirieron estas instituciones sobre otras alternativas?
Estas instituciones son las que mejor combinan la autoridad necesaria para que los
representantes estén capacitados para gobernar con las precauciones que aseguren que lo
harán bien, en salvaguarda del interés de los representados. También garantizan a los
representantes autoridad para mandar, pero no confían en que posean la virtud de hacerlo
bien; a tal efecto, introducen varias precauciones verticales y horizontales.
La democracia moderna es, diría Manin, un sistema elitista o un sistema aristocrático. Según
Aristóteles es una oligarquía: gobierno de unos pocos. Pero es una oligarquía competitiva:
somos gobernados por otros pero los escogemos y los reemplazamos con nuestros votos. Esto
es lo distintivo de las democracias: los gobernantes son seleccionados mediante elecciones.
En todas las democracias modernas, diferentes funciones de gobierno son desempeñadas por
órganos separados, que se controlan y se equilibran siguiendo disposiciones constitucionales.
No se trata sólo de las tres funciones clásicas (legislativa, ejecutiva y judicial), sino también de
algunas nuevas funciones que caracterizan a los Estados modernos y que están asignadas en
algunos cuerpos específicos. En los países federales, esta estructura es aún más compleja,
dado que las provincias conservan poderes en estas materias que se han reservado para sí.
Está muy difundida la afirmación de que los gobiernos que son electos con poderes divididos
y limitados constitucionalmente actúan en forma representativa. Ejemplo: Dahl afirma que
"una clave característica de la democracia es la continua capacidad de respuesta del gobierno
a las preferencias de los ciudadanos "; Riker: "la democracia es una forma de gobierno en la
cual el gobierno es plenamente responsable antes los gobernados"; Schmitter y Karl: "la
moderna democracia política es un sistema de gobierno en el cual los gobernantes son hechos
responsables por sus acciones en el dominio público por los ciudadanos”. Estas afirmaciones
son hipótesis y deben ser examinadas como tales.
-Tercera: ¿Por qué los gobiernos han de ser representativos?
Existen cuatro respuestas genéricas:
1) Porque sólo aquellas personas que tienen espíritu público se proponen a sí mismas para
servir al pueblo y son incorruptibles por el poder mientras están en el cargo.
2) Porque mientras los individuos que se postulan a sí mismos para el servicio público difieren
en sus intereses, motivaciones y competencias, los ciudadanos utilizan efectivamente su voto
para escoger a los buenos candidatos.
3) Porque si bien quien ocupa un cargo puede querer perseguir intereses o valores particulares
y onerosos para el pueblo, los ciudadanos usan efectivamente su voto para amenazar a
aquellos que pudieran apartarse del camino virtuoso, con la posibilidad de expulsarlos de su
cargo.
4) Porque los poderes separados del gobierno se controlan y equilibran uno al otro de forma
tal que, juntos, terminan actuando de acuerdo con los mejores intereses del pueblo.
La primera hipótesis no se debería desestimar. Muchas personas buscan un cargo público
porque quieren servir al pueblo, y muchas otras permanecen dedicadas al servicio público
mientras están en el poder. No le prestamos mucha atención a esta posibilidad porque esta
forma de asegurar la representación no es distintiva de la democracia. Los dictadores también
pueden ser representativos: si ellos conocen lo que el pueblo quiere y deciden procurarlo,
nada impide que lo hagan.
Pero la conexión entre democracia y representación no se puede basar en el azar: quién
resulta circunstancialmente ser el dictador. Y ciertamente, una afirmación central de la teoría
democrática es que la democracia hace sistemáticamente que los gobiernos sean
representativos.
Los representantes deben ser responsables por los resultados de las medidas que adoptan.
"Un gobierno que simplemente cede ante las demandas, que simplemente se entrega, resulta
ser altamente irresponsable, resulta ser un gobierno que no está a la altura de sus
responsabilidades.
El problema central en las democracias modernas es el de cómo elegir buenos gobernantes y
cómo fortalecer las instituciones para que los malos gobernantes no lleguen al poder, o
quitarlos de manera pacífica.

(Representación Sartori.pdf)

EN DEFENSA DE LA REPRESENTACIÓN POLITICA

La representación está necesitada de defensa, y ésta es mi hipótesis. Todas las democracias


modernas son, sin duda y en la práctica, democracias representativas, es decir, sistemas
políticos democráticos que giran en torno a la transmisión representativa del poder. Y, no
obstante, hay una tendencia creciente de opinión que postula el “directismo” con la
consiguiente relegación de la representación a un papel menor o, incluso, secundario. Ante
ello, mi postura es que la representación es necesaria (no podemos prescindir de ella) y que las
críticas de los directistas son en gran parte fruto de una combinación de ignorancia y
primitivismo democrático.
La representación política ha tenido siempre detractores. Anteriormente, eran sobre todo los
juristas constitucionales quienes la ponían en cuestión, rechazando casi unánimemente la
posibilidad de extender los vínculos representativos del derecho privado al ámbito del derecho
público y afirmando, en consecuencia, la improcedencia del concepto de representación
política. Y aunque el cuestionamiento de la representación no ha tenido nunca éxito, forma
parte del ambiente de las últimas décadas. En la década de 1990, Toffler escribe:
“Con los burdos instrumentos políticos actuales de segunda generación, los legisladores no
pueden siquiera seguir la pista de los muchos pequeños grupos a los que nominalmente
representan, y mucho menos interceder o influir en su favor.”
“La parálisis cada vez mayor de las instituciones representativas supone… que muchas de las
decisiones actualmente tomadas por un reducido grupo de seudorrepresentantes han de
transferirse gradualmente al propio electorado.”
Es decir: si el cirujano es malo, operémonos nosotros mismos; si el profesor es malo,
prescindamos de él. Como dijo Mencken, “para todo problema humano puede encontrarse
una solución simple, clara y equivocada”. La postura de Toffler no representa la última palabra
de la doctrina. Pero es muy “representativa” de unos puntos de vista que invaden la opinión
pública de forma mayoritariamente no cuestionada. Las instituciones representativas nos
decepcionan, sin duda; pero estos fallos son en gran medida reflejo de nuestro propio
desconocimiento de lo que la representación debe y puede hacer y, en contraposición, no
puede hacer.
En primera instancia, el significado originario de la “representación” es la actuación en nombre
de otro en defensa de sus intereses. Las dos características definitorias de este concepto son,
por tanto, a) una sustitución en la que una persona habla y actúa en nombre de otra; b) bajo la
condición de hacerlo en interés del representado.
Esta definición es aplicable tanto al concepto de representación jurídica como al de
representación política. Pero existe también un uso sociológico (o existencial) del término que
no puede dejarse aparte sin más como una acepción diferente.
Cuando decimos que alguien o algo es
“representativo de algo” estamos expresando una idea de similitud, de identificación, de
características compartidas. La exigencia de que el Parlamento sea un reflejo del país y, en
sentido contrario, las quejas por su falta de “representatividad” se basa en este significado del
término “representación”.
La representatividad es también el punto de referencia para definir la sobrerrepresentación y
la infrarrepresentación.
Y el voto a “alguien como yo” (un trabajador para los trabajadores, un negro para los negros)
es la base del voto de clase, étnico, religioso y, en general, del voto por categorías. Por tanto,
aunque representación y representatividad aluden a cuestiones diferentes y son conceptos
distintos, la comprensión de la política representativa depende de ambos.
Otra distinción importante es la que proviene de la diferencia entre representación jurídica (de
derecho privado) y representación política (de derecho público). La representación se concibió
y desarrolló en el ámbito del derecho privado como una relación bipersonal (o de un grupo de
personas con otra persona) entre un cliente (o grupo de clientes concreto) y un agente
designado por éste (el principal o dominus de la relación) con unas instrucciones generales.
Dado que los actos del representante surten efecto para el principal, la sujeción de aquél a las
instrucciones dictadas por éste era un elemento esencial de la relación de representación. Si
este elemento se pone en primer plano, nos encontramos ante la teoría del mandato. Y suele
considerarse que en derecho privado los representantes son siempre, aunque en diversa
medida, delegados vinculados por las instrucciones (mandatos) de su dominus.
Pero las cosas no son siempre así, ni siquiera en el ámbito del derecho privado. Por tanto,
aunque la teoría de la representación de derecho privado gira en gran medida en torno a las
instrucciones vinculantes del representado, no puede identificarse con la teoría del mandato y
reducirse exclusivamente a ella. Claro está que tampoco puede desvincularse absolutamente
de ella, pues el dominus puede siempre retirar la representación en cualquier momento a su
representante.
En cualquier caso, en el derecho público desaparecen ambos elementos: las instrucciones
vinculantes y la revocabilidad inmediata. El principio de que los representantes no pueden
estar sujetos a “mandato imperativo” está firmemente arraigado en la teoría de la
representación política y el constitucionalismo al igual que el de la imposibilidad de su
sustitución hasta que expire el plazo de ejercicio de su función. Otra diferencia importante, de
tipo fáctico, es que la representación política implica inevitablemente una relación de muchos
con uno, en la cual los “muchos” suelen ser decenas de miles de personas, de modo que la
propia noción de dominus queda diluida por la magnitud de las cifras.
Se plantea, por tanto, la siguiente cuestión: en estas condiciones, ¿puede hablarse de una
verdadera representación? la mayoría de los juristas ha respondido negativamente. Pero
puede alegarse que, aunque la representación política es una versión debilitada de su
concepto originario, persisten aún suficientes analogías.
Aunque en el ámbito de la política el representante no tiene un principal concreto y
perfectamente identificable, la “representación electiva” trae ciertamente consigo:
a) receptividad, los parlamentarios escuchan a su electorado y ceden a sus demandas, b)
rendición de cuentas, los parlamentarios han de responder, aunque difusamente, de sus actos,
y c) posibilidad de destitución, si bien únicamente en momentos determinados.
A mi juicio, las analogías son suficientemente importantes para afirmar que la representación
política no es una farsa y que este concepto tiene sentido en el ámbito del derecho
constitucional. La cuestión fundamental es, en cualquier caso, si la prohibición del mandato o
instrucciones imperativas es una condición sine qua non de la representación moderna y, por
tanto, de la forma representativa de gobierno. Es una cuestión crucial, pues los directistas
están defendiendo, por el contrario, la incorporación del mandato a la representación como
una conquista y una necesidad democráticas.
La mayoría de los directistas ignoran cómo surgió la prohibición del mandato, y por qué
motivos. No debemos ignorarlos porque sean constitucionalmente analfabetos
(históricamente hablando). Tenemos que dar una explicación.
Burke expresó el rechazo a la teoría del mandato en la representación:
“Todo hombre tiene derecho a expresar su opinión.
La opinión de los votantes es importante y respetable, y el representante ha de apreciarla y
considerarla siempre con la máxima gravedad. Pero las instrucciones imperativas, los
mandatos que el parlamentario ha de obedecer y defender ciega e implícitamente y en virtud
de los cuales ha de elegir su voto, aunque sean contradictorios a la clara convicción de su juicio
y su conciencia, (…) son absolutamente ajenos a las leyes de esta tierra y consecuencia de un
equívoco fundamental con respecto al espíritu y la letra de nuestra Constitución. El
Parlamento no es una congreso de embajadores de diferentes y hostiles intereses que cada
uno ha de defender como agente y abogado frente a otros agentes y abogados, sino la
asamblea deliberante de una nación con un interés, el del conjunto, que no ha de guiarse por
intereses o prejuicios locales sino por el bien común resultante de la razón general del
conjunto.
En la Constitución francesa de 1791 leemos:
“Los representantes designados en los departamentos no serán representantes de un
determinado departamento, sino del conjunto de la nación y no se les puede imponer
mandato alguno”.
Georges Burdeau dice al respecto:
“los escritores revolucionarios concebían la representación no sólo como el acto del que
derivaba la legitimidad de los gobernantes, sino también como el instrumento para unificar la
voluntad nacional”
En consecuencia, tanto la vía inglesa como la francesa hacia el sistema de gobierno
representativo se construyeron sobre la premisa de que los representantes no eran y no
debían ser delegados vinculados por instrucciones imperativas. ¿Por qué? La respuesta directa
es que el Estado representativo no puede construirse ni ciertamente operar sobre la base de la
teoría medieval de la representación: es decir, concibiendo la representación en términos del
“mandato” de derecho privado.
La respuesta a la cuestión de si la prohibición del mandato es una condición necesaria y
ciertamente inherente a la democracia representativa es definitivamente afirmativa. Por
mucho que los votantes deseen disponer de representantes que operen como su chico de los
recados, como los ejecutores de sus instrucciones, es necesario resistirse a esta exigencia y
decirles que unos mandatarios al servicio estricto de sus concretos electores no harían sino
menoscabar la democracia representativa.
¿Qué es lo que falla o ha fallado en la representación actual? ¿Cuáles son sus inadecuaciones y
carencias y los posibles remedios?
El problema es que cuanto mayor es el número de personas que uno trata de representar en el
proceso legislativo y más numerosos son los asuntos en los que se ejerce tal representación,
más pierde este término su sentido con respecto a la voluntad de cada persona. Esta
observación parte de la constatación de dos factores: en primer lugar, las cifras demográficas
(población creciente) y, en segundo lugar, la sobrecarga de materias (demasiados asuntos).
Este último problema puede resolverse fácilmente, pues toda sobrecarga se remedia
descargando.
La otra cuestión es el extraordinario aumento del número de electores. Una circunscripción
electoral que hace un siglo reunía a 5.000 votantes, por ejemplo, puede contar ahora con
100.000. Y el problema no es tanto la insignificancia del votante individual sino la “distancia”
entre el representado y sus representantes. Todas estas “quejas por el distanciamiento”
conducen a la siguiente recomendación: los políticos han de “acercarse” a la gente. Sin negar
la importancia de los sentimientos de distancia o de cercanía, debe recalcarse que es
precisamente esto lo que son: sentimientos; y, como tales, no resisten con frecuencia el
análisis objetivo ni las comparaciones en el tiempo.
De hecho, los representantes “responden” hoy en mucha mayor medida que en el pasado a las
exigencias populares y de sus votantes.
Puede argumentarse, por tanto, que si la “distancia” es un problema objetivo derivado del
aumento poblacional, no puede hacerse nada al respecto. De hecho, estas grandes cifras
demográficas rebaten aún más la hipótesis del directismo. Si, por otra parte, la gente siente
que la política está
“alejada” de ellos, es en parte, o incluso principalmente, por un sentimiento subjetivo
suscitado por el bombardeo de opinión realizado en los últimos 30 años precisamente por los
enemigos de la democracia representativa. Y en la medida en que éste sea el caso, en la misma
medida, la teoría de la representación no debe ceder sino plantar batalla.
Otro problema es el de la calidad de las personas dedicadas a la política. ¿Qué pasa con la
calidad de los representantes? Burke retrató con acierto al mal líder popular.
“Cuando los líderes optan por convertirse en postores de la subasta de popularidad, su talento
no será de utilidad para la construcción del Estado. Se convertirán en aduladores, en lugar de
legisladores; en instrumentos del pueblo, en lugar de sus guías.”.
El autor clásico más preocupado por la calidad de los representantes electos es,
probablemente, John Stuart Mill. Aunque no creía que los “buenos representantes” pudieran
resolver por sí solos los problemas del Gobierno representativo, quería que las elecciones
tuvieran “valor selectivo” (en el sentido cualitativo de la expresión).
En toda la Edad Media y con posterioridad, se ha supuesto que la major pars, los muchos,
debía elegir (y, por tanto, seleccionar) la melior pars, la mejor, o (según Marsilio de Padua) la
valentior pars, la más capaz.
Y el ancient régime se derrumbó porque el orden social basado en los privilegios hereditarios
no era ya aceptado. Nuestro mundo liberal-democrático nación, por tanto, de la reivindicación
del principio de que el gobierno por derecho de herencia o por la fuerza debe sustituirse por el
gobierno del merecimiento. Por tanto, en nuestras democracias las elecciones se concibieron
inicialmente como un instrumento cuantitativo para elegir entre opciones de forma cualitativa:
así, en el nacimiento de nuestras democracias las elecciones eran concebidas como un
instrumento cuantitativo destinado a realizar elecciones cualitativas. Ernest Baker fue el último
gran autor que recalcó, en 1942, que “no podemos abandonar la idea del valor, no podemos
entronizar la mayoría por el simple hecho de que sea… superior en cantidad. Hemos de
encontrar alguna forma de conectar el valor con la cantidad”. En los 50 años siguientes, sólo ha
habido silencio.
Una cuestión relacionada con esta
“perversión” de la representación es que hemos llegado hasta el límite de la ruptura del
equilibrio entre los dos componentes de la transmisión representativa del poder: la
receptividad y la responsabilidad independiente.
Un Gobierno que cede simplemente a las demandas se convierte en un Gobierno altamente
irresponsable, que no está a la altura de sus responsabilidades. No obstante, en la mayor parte
de la literatura reciente se pone exclusivamente el énfasis en maximizar la receptividad. Se
olvida prácticamente un elemento de la ecuación: el representante no es sólo responsable
ante alguien, sino también responsable de algo.
En resumen, la representación es incuestionable y ha de configurarse normativamente, ha de
encontrar un equilibrio delicado entre receptividad y responsabilidad, entre rendición de
cuentas y comportamiento responsable, entre gobierno de y gobierno sobre los ciudadanos. Y
todo esto escapa, en su mayor parte, a los planteamientos (y, sin duda, a los conocimientos)
de los autores que atacan la representación y defienden su derogación.
Se nos dice sin descanso que la alternativa es más directismo, bajo dos formas que se
refuerzan mutuamente. En primer lugar, introducir “más democracia”, es decir, dar más peso
al demos en la propia representación mediante la introducción de rigideces y subordinación al
mandato en el nexo representativo.
En segundo lugar, conseguir una “democracia semidirecta” de carácter electrónico,
ciberdemocrático y otorgando poder creciente, como iguales, a las asambleas locales de base,
los referendos y la “orientación de las encuestas”. Este planteamiento es desastrosamente
disparatado. La primera vía sólo puede llevarnos a un sistema representativo altamente
disfuncional y localmente fragmentado que pierde de vista el interés general. La segunda vía
no puede sino hundir sin remedio el sistema representativo de gobierno, gobernándose a sí
misma. ¿Matará la democracia a la democracia? con el directismo, la respuesta es sí.
La diferencia básica entre una democracia directa y una democracia representativa es que en
esta última el ciudadano sólo decide quién decidirá por él (quién le representará), mientras
que en la primera es el propio ciudadano quien decide las cuestiones: no elige a quien decide
sino que es el decisor. Por tanto, la democracia representativa exige del ciudadano mucho
menos que la directa y puede operar aunque su electorado sea mayoritariamente analfabeto
(véase la India), incompetente o esté desinformado. Por el contrario, una democracia directa
en tales circunstancias está condenada a la autodestrucción. Un sistema en el que los
decisores no saben nada de las cuestiones sobre las que van a decidir equivale a colocar la
democracia en un campo de minas.
Los directistas no quieren saber si sus ciudadanos decisores saben algo. Si se insiste a los
directistas en la cuestión de que aunque la democracia representativa puede salir adelante
incluso con electorados poco cualificados mientras que la democracia directa no puede operar
sin “ciudadanos adecuados”, su única respuesta es que si una persona está capacitada para
elegir a su representante, del mismo modo lo estará para decidir sobre las cuestiones. Esto
supone decir que no hay diferencia entre elegir un abogado y defenderse a sí mismo en juicio,
entre elegir un libro y escribirlo, entre elegir un médico y curarse a sí mismo.
Sin embargo, la tendencia directista está ganando terreno, no sólo porque ofrece una solución
simplista fácil de aprehender por los simples, sino también porque no está encontrando
prácticamente ninguna oposición. Por este motivo, la representación debe volver a ponerse
bajo los focos y defenderse vivamente. La crisis de la representación es fruto, en buena
medida, del primitivismo constitucional y de nuestra expectativa de que la representación nos
dé lo que no puede o no debe darnos.

Abstención electoral, voto en blanco y voto no representado. Causas y consecuencias.


(Abstencionismo electoral.pdf)

ABSTENCIONISMO Y PARTICIPACIÓN ELECTORAL

1. INTRODUCCIÓN

La cuestión de la abstención en el ejercicio del voto y las motivaciones que la generan requiere
de aclaraciones, tanto en su sentido mismo como en las implicaciones que válida y
jurídicamente pueden asignársele.

2. CONCEPTO DE ABSTENCIONISMO

El Diccionario electoral define abstencionismo como “la no participación en el acto de votar de


quienes tienen derecho a ello […] es un indicador de la participación: muestra el porcentaje de
los no votantes sobre el total de los que tienen derecho de voto”.
Otros autores ven el abstencionismo más bien como la escogencia de un comportamiento
distinto del de sufragar por una de las opciones en un proceso determinado. En efecto, para
algunos existe lo que se denomina “abstención activa”, que se expresaría en los votos en
blanco—y aun en los votos nulos—, esto es, en la votación que, producida en las urnas, se
separa de las opciones, partidarias o individuales, abiertas al electorado. En esta concepción, la
no concurrencia a la mesa electoral se uniría a la votación expresada en las papeletas en
blanco o anuladas intencionalmente en la conformación de la categoría mayor, el
abstencionismo.
Para los efectos del presente documento, preferimos afiliarnos a la mayor parte de la doctrina
y excluir de la definición de abstencionismo aquellos casos en que el elector concurre a la
votación y ejerce su derecho a voto. En tal sentido, abstencionismo y ausentismo serían
conceptos paralelos.
En general, tiende a sugerirse que abstencionismo equivale al alejamiento voluntario de las
urnas, a disposición consciente —o relativamente consciente— de no ejercer el voto, de
mantenerse ausente de un proceso para el cual se está calificado para participar.
Si esto es lo que entendemos por abstencionismo entonces debemos destacar algunas
circunstancias que inciden en el ausentismo electoral, pero que no dependen enteramente de
la voluntad del sujeto que se “abstiene”.
En primer lugar, deberíamos distinguir los casos en que el abstencionismo se produce por
factores objetivamente ajenos a la voluntad del potencial elector. Entre ellos la “abstención
electoral” derivada de la estructura misma del proceso electoral. Probablemente, las
principales causas de este fenómeno se encuentran en el padrón electoral y en la ubicación de
los centros de votación.
En efecto, todo padrón electoral contiene un margen de electores que objetivamente no
pueden ejercer el voto. Aun sin considerar el margen de error que significan los difuntos
recientes, son numerosos los que han perdido su documento habilitante para el voto, los que
han emigrado al extranjero o se encuentran en él temporalmente, los que han trasladado su
domicilio después de cerrada la etapa para modificación del padrón electoral; son todos casos
en que el abstencionismo no es consecuencia de la decisión voluntaria de un elector potencial.
Lo mismo es cierto en los casos en que el elector es trasladado de recinto sin que se le informe
de la nueva ubicación y sin que funcionen oportunamente los mecanismos previstos para
comunicar el nuevo puesto de votación.
Dependiendo de la construcción del padrón electoral y de otros factores conexos, el
abstencionismo puede aparecer en cifras más reducido de lo que es, si se cambian los
elementos de cálculo.
Por su parte, conviene considerar la falta de votación derivada de la ubicación de las mesas de
votación, cuando ha sido decidida por la autoridad electoral. La distancia geográfica unida a
factores de la naturaleza, meteorológicos o de otro tipo, suele tornar imposible el acceso de
algunos electores que, así, son sumados al porcentaje de “abstencionismo”, aunque tampoco
en su caso impere una voluntad de no participar.
En un sentido parecido se ubica la falta de votación que se produce por razones individuales,
pero de carácter objetivo, fundamentalmente cuando no se concurre a las urnas por estado de
salud o condición física.
Un caso relacionado, pero más complejo, es el de las personas privadas de libertad por
disposición judicial. No hay uniformidad en los sistemas jurídicos latinoamericanos en punto a
la posibilidad de que los privados de libertad ejerzan el sufragio pero su presencia en el padrón
electoral, aumentará el porcentaje de abstencionismo, si es que no les es posible o viable
ejercer el voto.
En la gran mayoría de los casos expuestos el elector que no concurre a las urnas no lo hace por
una decisión consciente.
Por tanto, difícilmente pueden aplicarse a este segmento las consecuencias o implicaciones
que pretenden derivarse del abstencionismo para la democracia.
La imagen que viene a la mente cuando se habla de abstencionismo es la de una ciudadanía
que, por escogencia subjetiva, no concurre a las mesas de votación. Ello puede ser por un acto
de rechazo a las opciones abiertas o, peor aún, al sistema político como un todo, o bien
tratarse de una escogencia relativamente racional de uso del tiempo o del esfuerzo.
Tampoco distinguiremos por ahora el abstencionismo que es exclusivamente una decisión
individual o colectiva espontánea, de aquellos casos en que se constituye en un movimiento
organizado que pregona la no concurrencia a las urnas como una opción política. Es este el
tipo de abstencionismo, al que podemos denominar “abstencionismo en sentido estricto” o
“ausentismo electoral voluntario”, el que motiva las mayores preocupaciones y al que se
asignan distintas implicaciones, generalmente negativas. Es a su combate al que se dirigen los
intentos de promover la participación en los comicios.
3. LA NATURALEZA DEL VOTO COMO MEDIDA DEL ABSTENCIONISMO

El común denominador es que el sufragio es el ejercicio de un derecho cuya protección está


garantizada por diversas ramas del ordenamiento jurídico. Por ello, el sentido mismo del
derecho electoral gira en torno a las formas de garantía de este derecho y de las condiciones
que un proceso electoral debe reunir para que el voto adquiera su verdadera dimensión.
Si el voto es el ejercicio de un derecho, lo que importa es que existan las condiciones jurídicas,
estructurales y procesales para hacerlo viable y para asegurar que se contabilice y se respete
como expresión de la voluntad de la ciudadanía. Para algunos, más que tratarse de un
derecho, y sin negar su condición de tal, en el voto estamos en presencia de una función, esto
es, un papel asignado a la ciudadanía para determinar la continuidad de las instituciones por
medio de la escogencia de los respectivos representantes, esto es, un elemento en la
construcción de la mayoría como forma de designación de representantes. En esta concepción,
el voto es un deber, o puede ser percibido como tal. Y de esta concepción derivan otras
consecuencias, distintas de las de garantía que se desprenden del voto como un derecho. Si es
un deber, su incumplimiento podría acarrear responsabilidades diversas. Si no acarrea ninguna
consecuencia, hablaríamos del voto como deber sin sanción por no ejercicio. En este supuesto,
la abstención sería el incumplimiento de un deber sin consecuencias jurídicas.
Por otra parte, están los regímenes que ven el voto fundamentalmente como un deber y
asignan a su no ejercicio consecuencias negativas, a modo de sanciones. Es el caso de la
institución del “voto obligatorio”. Como bien se entiende, la abstención aquí es una conducta
negativa, que entraña consecuencias propias del derecho electoral (determinación de
antijuridicidad, imposición de sanciones, administración, etc.). En todo caso, lo que es
universal es la concepción del voto como mecanismo por excelencia de participación política,
aunque esta compleja noción implica una serie de elementos que no se agotan en el derecho a
elegir y a ser elegido.
Si adoptamos la posición de que el voto es el ejercicio de un derecho, el abstencionismo —en
sentido estricto más que en las otras connotaciones— no debe mover a mayor preocupación
que la estadística, de la misma manera que la libertad de expresión o la de movimiento
pueden ejercerse o no a voluntad del titular, pues es esta característica lo que define a los
derechos civiles y políticos. Lo que sería grave es que hubiera límites injustificables a su
ejercicio u obstáculos para su materialización concreta. En cambio, si nos afiliamos a la
posición de que el voto es, al menos parcialmente, un deber y no sólo un derecho, una función
necesaria para el funcionamiento del aparato político y no solamente la expresión de la
facultad de elegir, entonces el abstencionismo entrañaría otras implicaciones.
La óptica con que miremos el abstencionismo —en sentido estricto— dependerá de la
concepción con la que nos asociemos respecto de la naturaleza del voto y las posibles
respuestas que a él se den variarán considerablemente, ya que si lo vemos como un derecho,
la búsqueda de la reducción del ausentismo electoral voluntario deberá mantener respeto por
su existencia.
Una precisión final en este apartado es necesaria, una vez considerados los diversos regímenes
en materia de voto y su relación con la abstención: hay que observar con cautela el universo a
partir del cual se obtienen los datos y se establecen los porcentajes de participación y
abstención. En efecto, la base respecto de la cual se obtiene el porcentaje de abstencionismo
no es igual y ello puede interferir con la comparabilidad de los resultados.
En Costa Rica, por ejemplo, hay conexión necesaria entre registro civil y registro electoral, y el
abstencionismo es un porcentaje del padrón construido sobre esta conexión, en tanto que en
Chile el padrón se construye a partir de la inscripción, voluntaria por demás, de los ciudadanos,
y el porcentaje de abstencionismo se deriva de este padrón que no incluye, ni mucho menos, a
todos los que estarían en edad de sufragar. En otras palabras, el porcentaje de 9% de
abstencionismo en Chile podría ser sustancialmente mayor si el universo para la determinación
de votantes fuese el utilizado en Costa Rica. La vinculación entre estos tres temas: naturaleza
del voto, mecanismo de inscripción para construir el padrón electoral y porcentaje de
abstención se sintetiza en el cuadro 1.
4. LA EXTENSIÓN DEL ABSTENCIONISMO

La cuestión de la participación efectiva de la ciudadanía en las elecciones, en particular por


medio del sufragio, es uno de los temas más recurrentes en el análisis de los procesos
electorales. No es menor ni minoritaria la opinión que expresa preocupación por los grados de
abstencionismo que se dan en los distintos procesos electorales y que deriva de la extensión
del fenómeno en serias consecuencias para la vigencia, salud y solidez del régimen
democrático.
Varias reflexiones se imponen al analizar el cuadro anterior. En primer lugar, que las
variaciones son significativas entre los países en cuanto a tasas de abstención, incluso sin
considerar diferencias en cuanto a la base de cálculo, por lo cual es difícil hablar, de
“tendencias uniformes plenamente identificables”.
En segundo lugar, que si bien porcentajes superiores a 50% de abstención llaman la atención,
es imposible hallar un límite universalmente aceptable, pasado el cual el abstencionismo deba
ser considerado “preocupante” o “negativo”. De manera que es necesario profundizar en el
concepto y sus implicaciones, más allá de lo que los números indican.

5. CAUSAS DEL ABSTENCIONISMO

Desde los albores de la democracia representativa, ha existido la falta de, participación en la


toma de decisiones colectivas en la forma de elecciones, de la misma manera que ha generado
preocupación, aun cuando se tratara del ejercicio de un privilegio.
En los países que conforman lo que denominamos América Latina, el tema de la no
participación en los comicios, englobado en sus diversas formas bajo el concepto de
“abstención” o, más impropiamente, pero de manera más generalizada, “abstencionismo”, ha
dado lugar a abundantes notas de prensa, comentarios y artículos de opinión, orientados
principalmente a plantear intentos de interpretación acerca de la magnitud o las variaciones
en los porcentajes de la población que optan por abstenerse en los comicios, con frecuencia
basándose en esquemas comparativos estructurados de modo cronológico o por regiones
geográficas.
El abstencionismo como síntoma de un progresivo desencanto con la democracia como forma
de gobierno, como forma de protesta contra el sistema como consecuencia de esquemas
electorales que desestimulan la participación en los sufragios, como forma válida pero riesgosa
de expresar disconformidad con la clase política, como muestra de apatía que puede llegar a
transformarse en automarginación del sistema, son todas opiniones que abundan en los
análisis de los comicios latinoamericanos en los últimos años.
La mayor parte de las opiniones acerca del abstencionismo, sobre todo en los países en que
alcanza un porcentaje considerable en los recientes procesos electorales, le asignan
valoraciones negativas y buscan sus raíces en hechos e institutos relacionados con la
legislación, la doctrina o la práctica electorales.
Las reacciones propuestas en los comentarios y buena parte de la doctrina, más a modo de
remedio que de ninguna otra manera, tienen que ver con la aplicación de una serie de
modalidades, generalmente combinadas, que debieran atacar las fuentes del abstencionismo
por medio de la reforma de la normativa o la organización electoral, de la promoción de la
participación efectiva con un cambio en la percepción de lo que el voto significa o bien por la
aplicación de medidas que tornen obligatoria la emisión del voto en los comicios y asignen
consecuencias seudopunitivas a quien se abstiene en un proceso electoral determinado. En el
abanico de opiniones acerca de los orígenes, las implicaciones y las respuestas al
abstencionismo, hay un espacio para la organización electoral. En efecto, si para contrarrestar
la erosión de la legitimidad del régimen democrático representativo es precisa una reforma a
la legislación electoral, a la construcción del padrón electoral o a la estadística de quienes
votaron y quienes se abstuvieron, el organismo electoral tiene algo que decir y, por lo general,
mucho que ejecutar. Y el derecho electoral será el instrumento para la construcción, la
implantación o la puesta en ejecución de las respectivas respuestas.
Podemos, entonces, afirmar que el abstencionismo, su extensión e impacto relativo configuran
un conglomerado de temas que pueden y suelen incidir en la percepción que se tenga de la
vigencia y dinamismo de la democracia representativa y que las medidas a las que puede dar
lugar involucran frecuentemente a la organización electoral. Podemos también coincidir en
que éste es uno de los aspectos más inquietantes de la actual coyuntura política e institucional
de América Latina y que, como lo muestra el cuadro 1, encuentra expresión en todos los países
cuyos datos se han utilizado como referente para este análisis.

6. IMPLICACIONES DEL ABSTENCIONISMO

Hay una variedad de juicios relativos a la importancia y el significado del abstencionismo,


algunos de los cuales difieren en función del tipo de abstencionismo de que se hable. Los más
extremos varían desde interpretar un creciente o persistente abstencionismo como una
amenaza a la vigencia del régimen democrático hasta considerarlo una escogencia racional en
virtud del “costo asociado” con el acto de votar.
Probablemente ambas posiciones encierran una verdad parcial. Hay, seguramente, algunos
que se abstienen porque han perdido la fe en la democracia como sistema13 y hay,
ciertamente, otros que no concurren a las urnas porque en su forma de vida el voto es oneroso
frente a sus demás actividades y porque posiblemente no consideran indispensable su
participación particular en el proceso democrático o aun porque confían en el resultado sin
importarles una opción partidaria concreta.
En el fondo, existe una diferencia de concepción del voto y su ejercicio que no debe
desconocerse. En una posición “liberal” —vinculada con el régimen que preceptúa el voto
exclusivamente como un derecho— el ejercicio del voto es un acto potestativo y la abstención
una manifestación de esa potestad. En la posición contraria, “funcionalista”, el voto se ve
como un deber y una función y no ejercerlo es un incumplimiento. Pero hay variaciones entre
las posiciones. Por ejemplo, determinar cuál sea el costo del voto, en términos relativos y para
una persona determinada, teniendo en consideración el posible beneficio que derive del
triunfo de una opción política, por ejemplo, frente a la pérdida de una eventual ganancia
económica en el tiempo que se emplee para concurrir a las urnas, en un sistema en el cual las
elecciones se realizan en un día laboral. De la misma manera habrá quienes recurran al
abstencionismo como una forma de protesta. Puede argumentarse, mientras no se viole
ninguna disposición específica, que el abstencionismo es una forma de expresión, en tanto la
disconformidad es válida y sana en toda sociedad democrática.
Por otra parte, no podemos olvidar que hay una variedad de factores generadores de
abstencionismo y que, por consiguiente, es improbable que exista una explicación o
interpretación única de los respectivos índices. Entonces, si el abstencionismo es sólo
parcialmente un asunto de la cultura política imperante en un lugar y tiempo determinados, y
este segmento está sólo parcialmente constituido por individuos escépticos, desilusionados o
contrarios al régimen democrático, las implicaciones que se deriven del abstencionismo no
podrán ser absolutas y será necesario el estudio de los diversos factores motivantes, en primer
término, y de la distribución del abstencionismo por rangos en segundo lugar.
Lo anterior no quiere decir que la persistencia, alta magnitud o tendencia creciente no deba
motivar la preocupación de quienes se interesan por la solidez y la salud de los regímenes
democráticos, especialmente en el caso de sistemas que se han “recuperado” recientemente,
pero sí advierte acerca de los errores de un acercamiento simplista que pretenda hallar un solo
componente y una única explicación en los índices de abstencionismo. La falta de
homogeneidad en el abstencionismo es, precisamente, uno de los factores que deben
considerarse y por lo cual los datos desagregados son tan importantes.
Así, Lijphart (1997) ha argumentado que una de las consecuencias más negativas del
abstencionismo es que trae consigo una diferencia en la representación, puesto que son los
sectores de más bajos ingresos los que más tienden a abstenerse en las elecciones, y que un
incremento sostenido en el abstencionismo podría llevar a que los representantes perciban su
mandato como proveniente de los sectores más altos o con mayor escolaridad, lo cual sería
una discriminación inaceptable para un sistema democrático, al distinguir entre “clases” de
ciudadanos. Y si de legitimidad se trata, hay otro tema importante: el abstencionismo varía
también dependiendo del tipo de elección específica de que se trate, aun cuando se
mantuvieran iguales los factores objetivos que inciden en algunas de las categorías de
abstencionismo. En general, las segundas rondas generan mayor abstencionismo, y las
elecciones locales, menor votación que las elecciones presidenciales. Si éste es el resultado de
un juicio de valor que considera “menos importantes” unas elecciones que otras, debe ser
tenido en cuenta a la hora de definir posibles respuestas al abstencionismo.
En suma, la variedad de concepciones acerca del sentido del voto y la multiplicidad de factores
que puedan inducir a la abstención arroja una amplia diversidad de interpretaciones acerca de
las tasas de participación electoral, con implicaciones a veces contrarias asignadas a sus
variaciones en el tiempo o en el espacio.

7. RESPUESTAS AL ABSTENCIONISMO

Nos interesa abordar la cuestión de las medidas que pueden adoptarse para reducir la
incidencia, persistencia o tendencia ascendente del abstencionismo. Este tema está
mediatizado por los dos precedentes en esta contribución: el carácter del voto y el significado
e implicaciones que atribuyamos al abstencionismo. Por el primero, ya que algunas de las
propuestas no pueden ponerse en práctica si se dispone que el voto es exclusivamente un
derecho. Así, habría una contradicción entre este principio y la implantación del “voto
obligatorio”, puesto que se estaría estableciendo una consecuencia no derivada de las
características del derecho y que excede en mucho las necesidades de “garantía”.
Por el tema del significado y las implicaciones, porque si se adopta una posición afín a las que
consideran el abstencionismo una escogencia racional de cierta utilidad social, no sería válido
ni congruente propulsar programas que estimulen la participación por medio del voto y,
menos aún, medidas que sancionen el ausentismo electoral. En otras palabras, para aplicar
una amplia gama de medidas a favor del voto y en contra del abstencionismo debe
conceptualizarse el voto como algo más que un derecho y el abstencionismo como un
fenómeno que tiene consecuencias negativas para el sistema democrático. Y también hay una
clara relación entre las posibles respuestas y las categorías o tipos de abstencionismo, puesto
que hay un abanico de opciones que es posible aplicar, por lo cual las dividiremos en función
de este criterio:
a) Respuestas relacionadas con el sistema electoral (en sentido amplio).
Buena parte de la doctrina ha encontrado en la figura del “voto obligatorio” una medida
adecuada para reducir las tasas de abstencionismo. Su adopción, sin embargo, depende de las
características de los respectivos sistemas jurídicos y tiene consecuencias onerosas, ya que
debe cuantificarse el costo de la puesta en práctica de las sanciones que se establezcan. Tiene
consecuencias sobre la percepción que se tenga respecto de la propia participación, al punto
de que puede percibirse la democracia no como una construcción de la libertad, sino como
una imposición del sistema. Y no es la única en el cuadro del sistema electoral: una reubicación
de mesas electorales, una depuración del padrón, una ampliación del plazo para inscribir
traslados de residencia en el caso del voto domiciliario, la eliminación de mecanismos como el
“colegio cerrado”, el impulso a medidas que faciliten el voto de las personas con
discapacidades físicas, son todas soluciones parciales que pueden contribuir a reducir el índice
de abstención. Cuando se trata del tema de lo “oneroso” relativamente hablando, que el voto
puede ser, se han hecho propuestas para ubicar las elecciones en fin de semana, declarar el
día de celebración feriado laboral y hasta compensar temporal o materialmente el ejercicio
efectivo del voto a fin de inclinar la balanza hacia el lado del beneficio y reducir el costo
relativo.
b) Respuestas relacionadas con la cultura política19 y la valoración del voto. Una de las
propuestas más frecuentes para la reducción de los índices de abstencionismo es la que
propugna por la inducción de una valoración más positiva del voto, de la responsabilidad
ciudadana que significa su ejercicio y de la necesidad de disminuir el abstencionismo. Para ello,
se propician instrumentos como las campañas de motivación ciudadana, para un efecto a corto
plazo y con frecuencia para un proceso electoral determinado, o la utilización de la educación
para la conformación de valores afines a la participación que luego se transformen en
actitudes distantes del ausentismo electoral voluntario. En el primer caso, es necesario
considerar que, por las características del abstencionismo ya estudiadas, deben ser bien
“direccionadas”, esto es, hacia estratos o contra percepciones precisamente determinadas. En
el segundo tipo de instrumentos, la educación formal e informal, la implantación de programas
que revaloren el voto requiere del esfuerzo conjunto de una multiplicidad de agentes, puesto
que hoy en día es tan importante la formación de valores por la acción de los medios de
comunicación como lo es la que se realiza en la escuela de una imprescindible continuidad en
su práctica, de la mano con la actualización que el cambio de circunstancias históricas trae
consigo.
Cabe advertir que la adopción de “respuestas” a un alto porcentaje de abstención debe
considerar la complejidad de causas y motivaciones, respetando, ciertamente, la validez de
una conducta abstencionista y la imposibilidad de su erradicación completa. Y, claro está, que
cualquier medida que se adopte debe ser congruente con las bases del régimen electoral y con
sus instituciones fundamentales.
En primer término, la respuesta que demos dependerá del tipo de organismo electoral y
específicamente de las facultades de que goce.
Lo anterior es fundamental desde el análisis del primer grupo de respuestas recién esbozadas.
La participación de un organismo electoral en la promoción de una reforma electoral en favor
del voto obligatorio o para la abolición de modalidades de votación poco favorables para la
participación electoral puede verse limitada por su incapacidad de iniciativa legislativa, lo que
obligaría a que ese esfuerzo estuviera mediatizado y no ejercido directamente.
Lo mismo puede decirse de la acción, en conjunto con otras entidades, en proyectos de
educación para promover la participación política. En pocas ocasiones podría afirmarse
contundentemente que hay un impedimento legal para que un organismo electoral tenga
presencia en estas iniciativas, pero hay un campo para la interpretación en ciertas instituciones
que limitaría la flexibilidad presupuestaria y funcional que se requiere.
Lo que sí resulta evidente es que hay un espacio válido para los organismos electorales en las
respuestas que se quiera practicar ante el abstencionismo.
En el primer bloque, porque no debería haber cambios en el sistema electoral sin que medie al
menos la opinión de los encargados de organizarlo y resolver sus conflictos. En el segundo,
porque la cuestión de la cultura política no puede estimarse ajena a la labor de un organismo,
salvo expresa prohibición, por las consecuencias directas que las situaciones relacionadas
tienen en el cumplimiento de su labor.
Conviene aquí recordar que muchos buscan asignar responsabilidad a la organización electoral
cuando crece el abstencionismo, sin tomarse el cuidado de analizar las raíces del fenómeno y
estudiar las posibles respuestas.
Y también parece correcto afirmar que hay medidas que un organismo electoral puede
adoptar, en el marco de su competencia, que contribuirían a estimular la participación política,
medidas que tienen que ver con la ubicación de las mesas o el sufragio de las personas con
discapacidades físicas y que pueden ser significativas cualitativa, si no cuantitativamente.

8. CONSIDERACIONES FINALES

El abstencionismo es un fenómeno complejo en su composición y en los factores que le dan


origen, vida y fortaleza. Aun en la doctrina más interesada en la promoción de la democracia,
la percepción que de él se tenga dista de ser universal o necesariamente negativa y está
directamente relacionada con la visión que se tenga acerca de la naturaleza del sufragio. Por
ello, las respuestas que se ensayen frente al abstencionismo deben ser estudiadas con base en
datos o estudios que permitan hacer una radiografía de su estructura o, de lo contrario,
resultarán en la adopción de medidas relativamente ineficaces o más bien extremas. El
ejemplo más claro es que el instrumento más mencionado cuando se habla de “combate al
abstencionismo” es el voto obligatorio, pero su implantación y práctica entraría en conflicto
con las prescripciones generales sobre el sufragio, resultaría extremadamente onerosa o
significaría una considerable modificación del aparato electoral sin que ataque la mayoría de
las causas generadoras del abstencionismo y, probablemente peor, sin que las distinga,
afectando en cambio la visión que la ciudadanía tiene del sistema democrático.
Por otra parte, es necesario subrayar que es falso que la totalidad de quienes se abstienen
terminen dañando con su conducta la legitimidad del régimen democrático, puesto que la
abstención es, también y esencialmente, una faceta válida de la libertad de expresión,
componente esencial de una democracia representativa. El padrón electoral, su construcción y
sus posibilidades de depuración son elementos esenciales para conocer bien el abstencionismo
y para adoptar medidas para estimular la participación política.
En este sentido, una variedad y combinación de respuestas frente al abstencionismo tiene
mayor potencial de acción que las propuestas únicas y aisladas. Conviene recordar que hay
que buscar incidir en el derecho electoral, pero también llegar a las corrientes que alimentan
la cultura política, sin olvidar el papel de primera línea que corresponde a la educación en una
respuesta integral.
Por último, el abstencionismo, como suele suceder con los temas de la democracia, tiene
raíces para cuyo estudio la información correcta, actualizada y desagregada, y el acercamiento
franco a los valores socialmente imperantes son de igual importancia. Cualquier reacción que
suscite la existencia, persistencia o el incremento en las tasas de quienes no concurren a las
urnas, si quiere ser sensata y medible, debe inevitablemente abarcar ambos campos.

IV_ Democracia y Elecciones

La conexión entre la democracia y la representación se basa en que en democracia los


gobiernos son representativos porque son electos: si las elecciones son libremente disputadas,
la participación es ilimitada y los ciudadanos gozan de libertades políticas, entonces los
gobiernos actuarán de acuerdo con el mejor interés del pueblo.

Elecciones-mandato y elecciones-responsabilidad

Para un sector de la doctrina, las elecciones imitan una asamblea de democracia directa y la
plataforma vencedora se convierte en el mandato que el gobierno debe cumplir. Los partidos o
los candidatos formulan propuestas políticas durante las campañas y explican cómo esas
políticas afectarán el bienestar de los ciudadanos; los ciudadanos deciden cuáles de estas
propuestas quieren que sean implementadas y quienes serán los políticos que se encargarán
de ello; por último, los gobiernos las implementan.
Para otro sector, en cambio, las elecciones sirven para hacer a los gobiernos responsables por
los resultados de las acciones realizadas. En razón de que pueden prever el juicio de los
electores, los gobiernos se ven inducidos a escoger políticas que, a su juicio, habrán de ser
evaluadas positivamente por los ciudadanos a la hora de la próxima elección.
Según Przeworski: las elecciones no obligan a los políticos a implementar las plataformas
preferidas por los votantes. Los ciudadanos no tienen suficiente información como para
evaluar a los gobiernos electos, y la amenaza de no ser reelectos no es suficiente para inducir a
los gobiernos a actuar en beneficio del interés del público.
Para quienes conciben la representación como mandato es necesario examinar: 1) si las
campañas electorales son informativas, es decir, si los votantes pueden esperar en forma
justificada que los partidos hagan lo que proponen, y 2) si el cumplimiento con lo pautado en
la plataforma vencedora, el mandato, significa actuar siempre de acuerdo con el interés de los
electores. Se puede decir que el mandato-representación tiene lugar si la respuesta a estas dos
interrogaciones es afirmativa, es decir, si los partidos informan confiablemente a los votantes
acerca de sus intenciones y si implementar estas intenciones es lo mejor para los electorales
en esas circunstancias; sin embargo, siempre cabe la posibilidad de que los candidatos
instrumenten políticas que mejoren el bienestar de los votantes, aunque se aparten del
mandato: y, también de que se adhieran al mandato aun pensando que su puesta en práctica
no será lo mejor para los electores.
Quienes conciben la representación como responsabilidad (accountability) entienden que si
bien los ciudadanos no están capacitados para controlar a los gobiernos obligándolos a seguir
sus mandatos, lo podrían hacer si lograran inducirlos a aceptar que tendrán que dar cuenta de
sus acciones pasadas. Los gobiernos son responsables si los votantes tienen oportunidad de
discernir de qué manera están actuando. De esta manera, aquellos gobernantes electos que
proceden a conformidad con el interés de los ciudadanos posibilitan su reelección, mientras
que quienes lo hacen en sentido contrario, la pierden. La responsabilidad-representación tiene
lugar cuando: 1) los electores votan para conservar en su cargo al gobernante sólo cuando éste
ha actuado de acuerdo con sus intereses, y 2) el gobernante electo implementa las políticas
necesarias para ser reelecto.

Representación Política de Mayorías y Minorías

La representación política es aquella en la cual el representante está vinculado con el titular


del poder político, de la soberanía. En una democracia, los representantes deben encarnar al
pueblo soberano y a la voluntad popular.
De ahí la estrecha vinculación que existe entre el derecho electoral y la propia democracia, es
decir, entre la noción de democracia y la de representación política, que se funden en la
moderna democracia representativa.
Los sistemas electorales mayoritarios originan ganadores que concentran todo el poder, en
lugar de compartirlo con los demás. La regla de la mayoría convierte la política en una batalla
por la victoria total. Por eso, el principio de la mayoría es injusto cuando ésta excluye a la
minoría o se rehúsa a reconocer las demandas.
Quienes justifican la regla de la mayoría consideran que las mayorías son cambiantes y que las
minorías se pueden convertir en el futuro, en parte de la mayoría; sin embargo, como la
mayoría o representa virtualmente los intereses de la minoría marginaliza o ignora sus
preocupaciones. Tarde o temprano, esto va a destruir la representación virtual y los
fundamentos de reciprocidad, al transformar el principio de la mayoría en tiranía de la
mayoría: “La injusticia y la violación de un principio no son menos flagrantes porque quienes la
sufren son una minoría; pues no hay igualdad de un sufragio donde un individuo particular no
cuenta igual que cualquier otro miembro de la comunidad. Pero no es sólo una minoría la que
sufre. La democracia, así constituida, ni siquiera llega a alcanzar su objetivo pretendido, el de
otorgar los poderes del gobierno en todos los casos a la mayoría numérica. Hace algo muy
diferente: se los da a una mayoría de la mayoría, que es, apenas una minoría del todo.
Cuando la mayoría tiene el poder absoluto y lo ejerce fuera de toda proporción puede perder
su legitimidad. Madison considera que uno de los objetivos del gobierno es evitar el dominio
de algún interés particular, y reconoce: “En una república no sólo es de gran importancia
asegurar a la sociedad contra la opresión de sus gobernantes, sino proteger a una parte de la
sociedad contra las injusticias de la otra parte”.
Burke denuncia a la democracia como la tiranía de la mayoría, como la tiranía de la
muchedumbre o la tiranía multiplicada: “Es comúnmente dicho que veinticuatro millones
deben prevalecer sobre doscientos mil”.
De Tocqueville reitera que la voluntad de la mayoría es la esencia del gobierno democrático:
“El imperio moral de la mayoría se funda, en parte, sobre la idea de que hay más luz y cordura
en muchos hombres reunidos que en uno solo, en el número de legisladores que en su
elección… El imperio moral de la mayoría se funda todavía en el principio de que los intereses
del mayor número deben ser preferidos a los del menor”. En cambio, advierte que el germen
de la tiranía se halla en la omnipotencia de la mayoría. La voluntad de ésta debe ser moderada
para controlar la posibilidad de que se convierta en una tiranía.
En la democracia, la regla de la mayoría está justificada; sin embargo, ésta no puede ni debe
ejercer legítimamente todo el poder por cuanto resulta posible que de esta manera oprima a
la minoría, al abandonar la protección de sus intereses e ignorar sus oportunidades de
progreso; asimismo, la puede dejar fuera del equilibrio de fuerzas en la sociedad y sin
participación efectiva en el proceso político. Para que los valores de la democracia estén
presentes, la mayoría aludida debe tener la mayor parte de los puestos de representación,
aunque no todos, porque algunos de ellos corresponden a las minorías.
Hamilton: “Si se le da todo el poder a la mayoría, éstos oprimirán a la minoría: y, si se le otorga
todo el poder a unos cuantos, éstos oprimirán a muchos. Por tanto, ambos deben tener poder
para defenderse los unos de los otros.
En una democracia el poder soberano no está en manos de la mayoría ni de la minoría, sino en
la de todos.
El ideal de una democracia representativa es que el cuerpo legislativo sea un microcosmos del
electorado donde cada grupo esté representado, tanto las mayorías como las minorías.
En resumen: el gobierno representativo puede minimizar su opresión sobre los gobernados al
protegerlos, maximizar su responsabilidad ante ellos para asegurar el progreso, reducir la falta
de equidad al acentuar el equilibrio de fuerzas entre los diferentes intereses que compiten en
la sociedad y expandir la participación en la toma de decisiones a todos los ciudadanos, para
evitar la tiranía de la mayoría sobre la minorías, y viceversa.

5 FUNCIONES DE LAS ELECCIONES


PRODUCIR REPRESENTACION
PRODUCIR GOBIERNO
PRODUCIR LEGITIMIDAD

La elección entendida como un medio para constituir una asamblea o determinar quién será el
titular de un cargo, es propia de las democracias indirectas o representativas. Si bien el
termino elección está conectado con el de representación, es importante advertir que también
hay actividad electoral en las democracias directas o semidirectas. En estas últimas hay
derecho al sufragio activo, aunque no pasivo. En todas ellas existe la condición de elector: para
elegir representantes, decidir acerca de una ley o una decisión política, en una democracia
directa, para optar por el SI o por el NO en un referéndum o una consulta popular, propios de
la democracia semidirecta.

Hay otras técnicas de designación. La designación por derecho de primogenitura. Por sorteo,
por nombramiento y por aclamación. La elección se diferencia únicamente en razón de su
procedimiento.

En una elección, un electorado previamente determinado emite votos individuales; estos se


computan y se convierten en cargos o bancas mediante un procedimiento de distribución.

En una democracia representativa, la elección tiene como principal función servir de medio
para formalizar la representación política y, cumple funciones de importancia básica.

1) GARANTIZAR JURIDICA Y PROCEDIMENTALMENTE LA REPRESENTACION POLITICA. La


democracia representativa solo es posible, como decía Kelsen, gracias a las votaciones
democráticas, es decir, al derecho al sufragio universal, libre, igual. Directo y secreto.

2) PRODUCIR GOBIERNOS. Mediante la elección, establecen y cambian gobiernos


pacíficamente, es decir, dan su apoyo o lo niegan a programas de gobiernos que se les
presenta en la oferta electoral, y lo hacen mediante el procedimiento indirecto de
elegir gobiernos, en los sistemas parlamentarios o por la forma directa de designar el
Poder Ejecutivo.

3) LOGRAR LA PARTICIPACION DE MAYORIAS Y MINORIAS. La democracia representativa


no consiste solo en que el gobierno sea representativo, sino también en que lo sea la
oposición: esto significa que no se designan solamente gobiernos, también se eligen
parlamentos, comprensivos de la mayoría y minorías. El Parlamento mediante el
sufragio representa a todos, en la medida en que todas las opciones que han obtenido
suficiente número de votos están presentes en la cámara, por eso, cabe hablar de
democracia pluralista.
4) LIMITAR EL PODER EN EL TIEMPO. No se concibe el sufragio democrático sino es
ejercitable periódicamente, es decir si la representación no está determinada por un
periodo determinado. Elecciones libres equivale a elecciones periódicas.

5) LEGITIMAR EL GOBIERNO QUE RESULTE DE LA ELECCION. La función de legitimación se


cumple no solo mediante la realización del acto formal de representación, sino.
También por medio de todo el proceso de sufragio y, en la campaña electoral en la
cual se produce una amplia comunicación entre representantes y representados, entre
partidos y sociedad, que refuerza la participación popular.
La elección es el método insustituible que produce la legitimación democrática, pero
no puede legitimarlo todo. Legitima el poder en cuanto a su forma, es decir, a su
carácter representativo, pero no a su contenido es decir su producto. El poder
emanado de la representación popular es limitado.
Una característica básica del Estado constitucional democrático es su inseparabilidad
del Estado de Derecho. Esto se consigue mediante la limitación material del poder, que
consiste en que lo poderes constituidos estén supeditados a las normas procesales y
materiales que la Constitución contiene y en que el Estado no pueda vulnerar los
derechos fundamentales los cuales deben operar como un límite infranqueable al
poder representativo.
La elección significa selección y libertad de poder elegir. Es decir, trae consigo la
posibilidad de decidir libremente entre varias ofertas o, al menos, entre dos. Si no se
dan estas condiciones no se puede hablar de elección. De ahí que se haya planteado
una discusión científica que formula una dicotomía entre elecciones competitivas. O
entre no competitivas, o entre elecciones y pseudo elecciones.

6-CONDICIONES
ELECCIONES COMPETITIVAS
ELECCIONES NO COMPETITIVAS

ELECCIONES COMPETITIVAS. CONDICIONES PARA SU EXISTENCIA. Los principios formales que


se consideran sus presupuestos esenciales son:

1) Libertad de candidatura electoral.


2) Competencia entre candidatos (en realidad entre opiniones y programas políticos
alternativos)
3) Igualdad de oportunidades (derivada del principio jurídico de igualdad), con especial
dimensión en el campo de la propaganda electoral
4) Libertad de elección (garantizada mediante la emisión del voto secreto).
Los principios señalados parten de la concepción liberal pluralista de las elecciones y de la
democracia. Cabe destacar que no todos los grupos ni las clases sociales disponen de las
mismas oportunidades están condicionados por sus respectivas posibilidades reales, como la
capacidad económica, la educación, etc. De ahí surge que sus caracteres sean esencialmente
formales y su vigencia efectiva no siempre aparezca.

ELECCIONES NO COMPETITIVAS. Son una categoría residual y que se diferencian de las


primeras porque no tienen las características de selección y libertad de elección.

No hay una teoría para explicar las elecciones no competitivas solo situaciones históricas
concretas (en regímenes sin pluralismo político) en las cuales se procede a restringir
considerablemente e inclusive a eliminar por completo las implicaciones de las elecciones en
un sentido ontológico, la determinación democrática de la dirección política y la imputación de
la responsabilidad.

¿Cuál es la relación entre las categorías de elecciones competitivas y no competitivas y los


sistemas electorales? En las competitivas las posibilidades de que un sistema electoral ejerza
influencia sobre la estructura y la representación política son sustancialmente mayores que en
las no competitivas, en las primeras, el sistema electoral tiene gran importancia en la
competencia entre fuerzas sociales y grupos políticos diferenciados por la consecución del
poder político.

(clase 1 unt 3 sept18.ppt)

TEXTO COMPLEMENTARIO
CLASE 1
DERECHO ELECTORAL
DEMOCRACIA

 El término Democracia proviene de los vocablos griegos demos que significa gente y
kratos que significa autoridad o poder.
 "... un gobierno conducido con el consentimiento libremente otorgado por el pueblo".

 "...un sistema de gobierno en el que la autoridad suprema recae en el pueblo."

 "Gobierno del pueblo ejercido directamente o por medio de representantes."

 "La forma de gobierno en el que el control político es ejercido por todo el pueblo,
directamente o a través de la elección de representantes."

 "La palabra democracia significa 'gobierno del pueblo". Una democracia es un sistema
en el cual el pueblo puede cambiar sus gobernantes de una manera pacífica y al
gobierno se le concede el derecho a gobernar porque así lo quiere el pueblo.

LA DEMOCRACIA HA SIDO DIVIDIDA EN TRES GRANDES MODELOS:

1) La Democracia Directa: el pueblo se reúne en asamblea, delibera, toma decisiones y


sanciona las leyes que le corresponden.

2) La Democracia Indirecta o Representativa: al pueblo solo se le permite elegir a sus


representantes para que estos formen parte del gobierno y tomen las decisiones por
ellos.

3) La Democracia Participativa: se aplica un modelo político que facilita a los ciudadanos


su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia
directa en las decisiones públicas.

CARACTERÍSTICAS DE LA DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEAS,


CONSTITUCIONALES Y REPRESENTATIVAS
 El control sobre las decisiones políticas del gobierno es otorgado constitucionalmente a
los representantes elegidos de manera legítima.

 Los representantes son elegidos a través de elecciones periódicas y justas

 Todos los adultos tienen derecho a votar


 Todos los adultos tienen derecho a competir por los cargos públicos.

 Los ciudadanos tienen derecho a expresarse libremente sobre todos los asuntos
políticos, sin riesgo de ser castigados por el Estado

 Lo ciudadanos tienen el derecho a buscar fuentes alternativas de información, tales


como los medios noticiosos, y esas fuentes están
protegidas por la ley

 Los ciudadanos tienen derecho a formar asociaciones y organizaciones independientes,


incluyendo partidos políticos y grupos de Interés.

LA DEMOCRACIA SE FUNDAMENTA EN LOS SIGUIENTES PRIONCIPIOS:

 Respeto

 Promoción y garantía de los derechos humanos

 Autodeterminación del pueblo

 Representación política democrática

LOS RETOS DE LA DEMOCRACIA HOY: LA INEQUIDAD


El problema de la desigualdad afecta nuestra valoración de la democracia.
América latina presenta una paradoja: es la única región del mundo que combina regímenes
democráticos en la casi totalidad de los países que la integran, con amplios sectores de su
población por debajo de la línea de pobreza con la distribución del ingreso más desigual del
planeta, con altos niveles de corrupción y con las tasas de homicidio más elevadas del mundo.
En ninguna otra región, la democracia tiene esta inédita combinación que repercute en su
calidad.

DESAFIOS

 ¿Cómo podemos pensarnos todos iguales si en efecto no lo somos?

 ¿Qué niveles de desigualdad pueden tolerarse?

 Cada vez esperamos más de la democracia no sólo como un asunto de reglas de política
y representación, sino como una manera para resolver necesidades básicas apremiantes.

 En todo el mundo, se cuestionan los regímenes democráticos por su incapacidad de


responder a estas demandas.

 Se da una extraña situación, donde mientras millones de personas han ido ganando el
derecho a elegir sus líderes, pareciera que sus decisiones se están volviendo
irrelevantes.

LOS RETOS DE LA DEMOCRACIA HOY: EL DESENCANTO CON LAS FORMAS


TRADICIONALES DE REP´RESENTACION.

Resulta paradójico que a pesar que la democracia se ha estado expandiendo en todo el mundo,
crece un profundo desencanto con los procedimientos de la democracia.
• En casi todas las democracias actuales, vota menos gente que antes, aumentan los niveles de
desconfianza en los políticos y son cada vez menos quienes se interesan en actividades
partidistas.

• Existe una crisis generalizada de representación. Los partidos políticos, agentes clásicos de
representación se encuentran en crisis o han desaparecido casi por completo en algunos casos.
•Aprovechando las nuevas tecnologías, la gente se organiza y busca hacerse escuchar
directamente.
La primavera árabe, los movimientos estudiantiles en Colombia y Chile, las multitudes
protestando en las calles desde Washington hasta Madrid, protestando por el excesivo poder de
los más ricos, son los ejemplos que cunden hoy en el mundo.

NUESTRAS DEMOCRACIAS EXHIBEN IMPORTANTES DEFICITS Y SINTOMAS


DE FRAGILIDAD, ASI COMO SERIOS DESAFIOS

Las asignaturas pendientes:

 los problemas institucionales que afectan la gobernabilidad y el Estado de Derecho,

 la independencia y la relación entre los poderes del Estado,

 el fenómeno de los hiperpresidencialismos y de las reelecciones,

 la corrupción,

 las limitaciones a la libertad de expresión,

 el funcionamiento deficiente de los sistemas electorales y del sistema de partidos


políticos,

 la falta de equidad de género,

 graves problemas de inseguridad ciudadana

DEMOCRACIA, A PESAR DE TODO…

El 56% de los ciudadanos apoya la democracia, pero únicamente el 39% está satisfecho con su
funcionamiento
(Latinobarómetro, 2013).

Las democracias parecen en crisis. Sin embargo, esta se relaciona más con los resultados
producidos por los gobiernos que por el sistema democrático mismo. Es una crisis “en” la
democracia más que “de” la democracia.

Los latinoamericanos están insatisfechos con la situación que rige en la actualidad y exigen cada
vez más de sus democracias, de sus instituciones y de sus gobiernos. Hay una demanda
creciente por mayor transparencia, mejor liderazgo y por políticas públicas que funcionen.

ABSTENCION ELECTORAL 2015

 En las PASO de agosto de 2015, en las que se elegían candidatos a presidente,


senadores, diputados y cargos provinciales, asistió el 74,9% a votar. Fueron 24.021.816
votantes sobre un padrón de 32.067.641 ciudadanos habilitados.
 En las elecciones generales de octubre, aumentó la participación: 81,23%. Asistieron a
las urnas 26.048.320 ciudadanos

 A nivel nacional, el porcentaje más alto de abstención desde 1946 fue en las legislativas
de 2001, en plena crisis, cuando alcanzó el 26% del padrón.

 En tanto, en una elección presidencial, el máximo fue en 2007 con el 24%.

2017
 Entre el 70 y el 73% del padrón electoral a nivel nacional votó en las Primarias Abiertas
Simultáneas y Obligatorias (PASO)

 Fueron las primarias que menor cantidad de personas atrajeron a las urnas.

 Según el sitio oficial de los resultados, las provincias con mayor participación fueron
Tucumán (78,79%), Neuquén (78,06%) y Mendoza (77,38%). Del otro lado, en los
distritos donde hubo menor concurrencia a las urnas fueron Catamarca (64,03%), La
Rioja (64, 85%) y Salta (65,59%).

EFECTOS DEL VOTO EN BLANCO


 El Código Electoral Nacional establece que en la Argentina habrá ballottage si ninguna
fórmula obtiene más del 45 por ciento de los votos o el 40 por ciento con una diferencia
superior a 10 puntos porcentuales sobre la fórmula que le sigue en número de votos.

 Los votos que se suman para llegar a ese porcentaje son los "afirmativos válidamente
emitidos". En ese sentido, los votos en blanco son "válidos", pero no son "afirmativos";
es decir, integran la torta del 100 por ciento de los votos, pero no se computan a la hora
de determinar qué porcentaje final obtuvo cada candidato.

EJEMPLO 1: GANA EL QUE OBTIENE MAS DEL 45% DE LOS VOTOS

Hay 1000 votos válidos con la siguiente distribución: 440 para el candidato A; 320 para el B;
191 para el C; y 49 votos en blanco.

 Si se tiene en cuenta ese universo, el candidato A sacó el 44%; B, el 32%; C, el 19,1%;


y votos en blanco, 4,9%.

 Pero como los votos en blanco no son afirmativos, el universo a tener en cuenta suma
951 votos. Así, el candidato A sacó el 46%; B, el 33%; y el C, el 20%. Es decir, el
candidato A gana en primera vuelta porque obtiene más del 45 por ciento de los votos.

EJEMPLO 2: GANA EL QUE OBTIENE EL 40% CON UNA DIFERENCIA SUPERIOR


A 10 PUNTOS

Hay 1000 votos válidos con la siguiente distribución: 400 para el candidato A; 301 para el B;
200 para el C; y 99 votos en blanco.

 Si se tiene en cuenta ese universo, el candidato A sacó el 40%; B, el 30,1%; C, el 20%;


y votos en blanco, 9,9%.

 Pero el universo de afirmativos a tener en cuenta suma 901 votos. Entonces, el


candidato A sacó el 44,4%; B, el 33,4%; y el C, el 22,2%. Es decir, el candidato A gana
en primera vuelta porque obtiene más de 40% -y menos de 45- con una diferencia
superior a 10 puntos porcentuales sobre la fórmula B.

Vous aimerez peut-être aussi