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LA SOCIEDAD CRISTIANA COMO RED DE PARENTESCO

ESPIRITUAL

· Parentesco bautismal, paternidad de Dios y maternidad de la Iglesia


Mediante el bautismo también se establece la filiación de los hombres
respecto a Dios. El bautizo es una adopción divina.
Por el bautismo, el cristiano también se hace hijo de la Madre-Iglesia. La
importancia de esta figura, que no desempeña esta función en el Nuevo
Testamento, aumenta en la medida en que se afirma la institución eclesial.
Agustín ya indica: “la Iglesia es para nosotros una madre. Es de ella y del
Padre que nacimos espiritualmente”.
Por último, la función maternal de la Iglesia deriva en numerosos temas
que la describen como una madre que prodiga cuidados y amores de sus
hijos. Según san Bernardo, por ejemplo. La Iglesia “cría” a los fieles y los
acoge en su regazo.

· La paternidad de los clérigos: un principio jerárquico

Los clérigos son hijos de Dios y la Iglesia, también son padres. Es por el
sacramento del bautismo que se manifiesta más claramente la condición
paternal del sacerdote.
Puesto que son los únicos que están habilitados para conferir los
sacramentos, los sacerdotes son, en la sociedad medieval, los mediadores
obligatorios del parentesco divino. Por medio de ellos, se instaura, para los
cristianos, la paternidad de Dios y la maternidad de la Iglesia.
La posición del clero también parece caracterizarse por otro rasgo
específico: una unión matrimonial espiritual. Así, las monjas son “esposas
de Cristo”, y el obispo contrae nupcias con su iglesia (es decir, su diócesis),
en un ritual marcado por la entrega del anillo.
Esta relación de alianza no parece por lo tanto desempeñar un papel
determinante en la definición del estatuto del clero, sino que constituye más
bien un carácter suplementario, propio de la cúspide de la jerarquía
eclesiástica.

· Hermandad de todos los cristianos y desarrollo de cofradías

Otra relación de parentesco espiritual concierne a todos los bautizados:


como hijos de Dios y de la Iglesia, los cristianos son hermanos entre sí.
Por último, el desarrollo de cofradías, a partir del siglo XII y sobre todo del
XIII, permite extender la conciencia práctica de esta fraternidad. Se trata de
un fenómeno de gran alcance, a escala de la cristiandad entera, tanto en el
campo como en las ciudades (y que habrá de prolongarse en el Mundo
Nuevo, con formas parcialmente originales).
Se trata de asociaciones libremente establecidas de devoción y de ayuda
mutua dedicadas a activar los lazos de amor fraternal entre sus miembros.
Las cofradías con frecuencia redoblan las estructuras parroquiales y se
fundan enteramente en las reglas del parentesco espiritual cuya elaboración
y control dependen de la Iglesia.

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