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DICCIONARIO DE PSICOANALISIS

Redpsicología. Biblioteca de psicología y ciencias afines

Módulo 307
Diccionario de psicoanálisis
Por José Luis Valls y otros autores

Abasia (astasia-abasia) – Abreacción - Acción específica (o acorde a un fin) - Activo-pasivo -


Acto fallido – Afecto – Agorafobia – Aislamiento - Alianza Fraterna - Aloplástica, conducta -
Alteración del yo - Alteración interna - Alucinación - Amencia de Meynert (confusión
alucinatoria aguda) - Amnesia infantil – Amor - Amor de transferencia – Anna O - Analogía –
Angustia - Angustia, teoría de la - Angustia ante el superyo - Angustia automática - Angustia
de castración - Angustia de muerte - Angustia de pérdida de amor - Angustia de pérdida de
objeto - Angustia neurótica - Angustia realista - Angustia señal - Anulación de lo acontecido -
Añoranza, investidura de - Aparato psíquico - A posteriori - Apremio de la vida (ananke) -
Apronte angustiado - Apuntalamiento o apoyo – Arte – Asco - Asistente ajeno – Asociación -
Asociación libre - Ataque histérico – Atención - Atención libremente flotante - Autoerotismo -
Autoestima (sentimiento de sí) - Autoplástica, conducta – Autorreproches - Banquete
totémico - Barreras- contacto - Belle indifférence - Beneficio primario (de la enfermedad) -
Beneficio secundario (de la enfermedad) – Bisexualidad - Bordeline, personalidad - Cantidad
de excitación – Carácter - Carta 52 (a Fliess) - Castigo, necesidad de - Catarsis - Catarsis,
según Freud – Cecilia M - Celos – Censura - Ceremonial obsesivo – Chiste – Cloaca – Cómico -
Complejo de castración - Complejo de Edipo - Complejo del semejante - Complejo materno -
Complejo paterno – Comprensión – Compulsión - Compulsión a la repetición - Conciencia -
Conciencia moral – Condensación - Conflicto psíquico – Construcción - Contenido latente (del
sueño) - Contenido manifiesto (del sueño) – Contigüidad – Contrainvestidura –
Contratransferencia – Conversión - Cosa (del mundo) - Creencia (en la realidad) – Cualidad -
Culpa, conciencia de - Culpa primordial - Culpa, sentimiento de - Culpa, sentimiento
inconciente (o necesidad de castigo) - Cultura (humana) - Curación por el amor - Defensa -
Defensa, mecanismos de - Degradación del objeto erótico (o sexual) – Delirio – Depresión –
Deseo – Desesperación – Desestimación – Desexualización - Desinvestidura (sustracción de la
investidura) – Desmentida – Desplazamiento – Desvalimiento - Dinámica psíquica – Displacer –
Dolor - Domeñamiento pulsional – Duelo Economía psíquica - Elaboración secundaria -
Elección de objeto – Ello – Emma – Emma von N - Energía indiferente - Energía libremente
móvil - Energía ligada – Katharina – Lucy R - Masturbación – Mathilde H - Muerte,
representación de la – Neocatarsis - Neurastenia, según Freud - Psicoanálisis de control -
Psicoanálisis de niños - Psicoanálisis didáctico – Rosalía H

Actualizado Diciembre 2005. Más informes: pcazau@gmail.com

Aclaraciones
Ricardo Bruno y Pablo Cazau

Al final de casi todas las entradas el lector encontrará [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
porque unas pocas no fueron escritas por este psicoanalista argentino. Al comienzo, [freud.]
quiere recordar que el Dr. Valls se propuso escribir un diccionario “freudiano” y no “de
psicoanálisis”, como lo llamamos en esta edición, con una expresión más popular.
Ricardo Bruno
Ricardo Bruno fue entre 1978 y 1998 asesor literario de la Revista de Psicoanálisis de la APA (Asociación
Psicoanalítica Argentina), y ha dirigido el Diccionario de Psicología (Ed. Claridad, Buenos Aires, 2000). Actualmente
modera la lista de correos http://groups.yahoo.com/group/lenguasuelta/

Este Diccionario tiene registro de propiedad intelectual, y fue cedido gentilmente por el Dr.
José Luis Valls por la intermediación de Ricardo Bruno. Periódicamente se irán agregando
nuevas entradas.
Pablo Cazau

Abasia (astasia-abasia)
José Luis Valls
[freud.] Tipo de afección característico de la histeria de conversión*, aunque también se lo
encuentre en algunos trastornos neurológicos. Consiste en una fuerte dificultad de caminar,
la que puede llegar hasta la imposibilidad absoluta, sin tener el paciente parálisis en los
miembros inferiores y pudiendo realizar con éstos otro tipo de movimientos correctamente.
Es el síntoma* predominante de Elisabeth von R.*, una de las pacientes más famosas de la
primera época de Freud. “[La señorita Elisabeth von R.] padecía de dolores en las piernas y
caminaba mal [...] Caminaba con la parte superior del cuerpo inclinada hacia adelante, pero
sin apoyo; su andar no respondía a ninguna de las maneras de hacerlo conocidas por la
patología, y por otra parte ni siquiera era llamativamente torpe. Sólo que ella se quejaba de
grandes dolores al caminar, y de una fatiga que le sobrevenía muy rápido al hacerlo y al
estar de pie; al poco rato buscaba una postura de reposo en que los dolores eran menores,
pero en modo alguno estaban ausentes. El dolor era de naturaleza imprecisa; uno podía
sacar tal vez en limpio: era una fatiga dolorosa. Una zona bastante grande, mal deslindada,
de la cara anterior del muslo derecho era indicada como el foco de los dolores, de donde
ellos partían con la mayor frecuencia y alcanzaban su máxima intensidad. Empero, la piel y
la musculatura eran ahí particularmente sensibles a la presión y el pellizco; la punción con
agujas se recibía de manera más bien indiferente. Esta misma hiperalgesia de la piel y de los
músculos no se registraba sólo en ese lugar, sino en casi todo el ámbito de ambas piernas.
Quizá los músculos eran más sensibles que la piel al dolor; inequívocamente, las dos clases
de sensibilidad dolorosa se encontraban más acusadas en los muslos. No podía decirse que la
fuerza motriz de las piernas fuera escasa; los reflejos eran de mediana intensidad, y faltaba
cualquier otro síntoma, de suerte que no se ofrecía ningún asidero para suponer una afección
orgánica más seria. La dolencia se había desarrollado poco a poco desde hacía dos años, y
era de intensidad variable” (1893a, A. E. 2:. 151-2). En el historial de “Elisabeth von R.”
Freud logró hacer una reconstrucción bastante exhaustiva de cada uno de los elementos de
la conversión histérica correspondientes a su parte asociativa, vinculándolos con distintos
momentos en que a través de éstas, las zonas histerógenas*, se habían concretado cierto
tipo de vínculos con el marido de su hermana, todos los que participaban a su vez de una
fantasía global incestuosa en el vínculo con este cuñado y ante la cual la parálisis expresaba,
simbólicamente, el giro lingüístico de “No avanzar un paso” (A. E. 2:188). Durante el
tratamiento la cura del síntoma histérico se va produciendo a medida que vuelven a la
memoria consciente todos estos hechos traumáticos cargados de momentos de
hiperexcitación libidinal; como pruebas de su participación en la idea global incestuosa. El
significado del síntoma va entonces pasando al proceso secundario*, y se puede así expresar
ahora el deseo* con palabras y descargarlo por abreacción*. No se necesita más, por lo
tanto, de la expresión corporal sintomática. El significado del síntoma tiene aquí entonces
dos vertientes: como símbolo mnémico* de los sucesos que produjeron la excitación o las
contigüidades de ellos, dejando hiperalgesia o anestesia de esas zonas histerógenas. La otra
está en su globalidad impidiendo la acción, como contrainvestidura* del deseo* incestuoso,
del que es un retoño el amor al cuñado. A este último corresponde esencialmente la astasia-
abasia que es un trastorno motriz contrario al deseo reprimido. Sería una metáfora cuya
significación es la contraria a la satisfacción del deseo, a favor de la represión defensiva
yoica. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Abreacción
José Luis Valls

[freud.] Mecanismo principal de la cura de la psicoterapia propuesto por Breuer y Freud en la


“Comunicación preliminar”, de Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos
(1893a). La cura consistía básicamente en la expresión en palabras del suceso traumático
reprimido, acompañada de la liberación del afecto* retenido en oportunidad del trauma*,
ambas cosas no recordables en la vida normal de vigilia. Para la revivencia, la técnica más
utilizada era la hipnosis. “[...] los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y
sin retornar cuando se conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso
ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el
enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras
el afecto” (A. E. 2:32). La abreacción consistía en la descarga del afecto retenido junto a la
representación* responsable de él, la que había sido separada, al formarse el síntoma*, de
la consciencia* a una “consciencia segunda”. Se la retornaba de ésta por medio de la
hipnosis. Al ser entonces recordada y hablada la escena traumática, se “abreaccionaba” el
afecto correspondiente que no había sido descargado en su momento, por diferentes causas.
Derivado el afecto, la escena traumática perdía su valor patógeno, pasando a ser idéntico al
de una representación cualquiera, y cesando por lo tanto el síntoma. Definiríamos, entonces,
la abreacción como una descarga afectiva actual, producida durante la cura, del afecto
correspondiente a un trauma psíquico de otrora, que no se descargó en aquel momento,
quedando, mientras tanto, en una consciencia segunda alejada del comercio asociativo y
generando, desde ahí síntomas y ataques histéricos*. El esquema básico, a pesar de estar
principalmente centrad en la revivencia con descarga afectiva y el recuerdo* de la escena
traumática, y no en la reelaboración* de ella, y de no tener todavía claridad conceptual el
concepto de inconsciente* más que merced a lo que aquí llama “consciencia segunda”, es
muy similar al luego trabajado por Freud en la primera tópica e incluso en la segunda. Se
cumplen, en gran parte, reglas psicoanalíticas importantes como el hacer consciente lo
inconsciente (aquí “consciencia segunda”) y rellenar ciertas lagunas mnémicas. El centro de
la escena lo ocupa el alivio sintomático, lugar de que fue desplazado* con el tiempo, quizá
en demasía, volviéndose importante su recuerdo actualmente, en una nueva “vuelta de
tuerca”, para darle el lugar que le corresponde en el mecanismo de la cura. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Acción específica (o acorde a un fin)


José Luis Valls

[freud.] Acción adecuada realizada por el sujeto en el mundo exterior al que altera en algo.
Merced a ella produce una descarga duradera en la fuente de la pulsión*. Se contrapone, en
ese sentido, a la “alteración interna”* (expresión de emociones) y a la satisfacción
alucinatoria de deseos*, las que, justamente, no producen descarga en la fuente pulsional.
Freud la mencionó en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) y en La interpretación de los
sueños (1899-1900), pero está implícita en muchos de sus otros trabajos, desde el texto
sobre “la neurosis de angustia” (1894-1895), pasando por La represión (1915), hasta El
malestar en la cultura (1929-1930). Por ejemplo, en Pulsiones y destinos de pulsión (1915)
dice que la fisiología “[...] nos ha proporcionado el concepto de estímulo y el esquema del
reflejo, de acuerdo con el cual un estímulo aportado al tejido vivo (a la sustancia nerviosa)
desde afuera es descargado hacia afuera mediante una acción. Esta acción es “acorde al fin”,
por el hecho de que sustrae a la sustancia estimulada de la influencia del estímulo, la aleja
del radio en que éste opera”. Renglones más abajo dice que “la pulsión sería un estímulo
para lo psíquico [...] el estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior
del propio organismo”, además de que “no actúa como una fuerza de choque momentánea,
sino siempre como una fuerza constante”. [ ... ] “Será mejor que llamemos ‘necesidad’ al
estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la ‘satisfacción’. Ésta sólo puede
alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior
de estímulo” (1915, A. E. 14:. 114). Por lo tanto la acción específica debería ser el fin del
arco que comienza en el polo perceptual* del modo de una sensación displacentera que se
expresa como afecto* (alteración interna, expresión de emociones, llanto, inervación
vascular) y que se dirige a través del aparato psíquico* luego, ligándose con las
representaciones* que conducen a la acción específica. Esta debe realizarse en el polo
motor* y disminuirá, entonces, la sensación de tensión que se había producido al entrar el
estímulo en el aparato psíquico. El concepto de acción específica, referido originalmente a la
pulsión de autoconservación*, se complejiza muchísimo al referirlo a la pulsión sexual*, pues
es en los avatares de ésta donde existe básicamente el conflicto generador de las escisiones
y enfrentamientos entre partes del aparato psíquico. Y se complejiza aún más si agregamos
la pulsión de muerte* y su deflexión hacia el exterior del sujeto a través del aparato
muscular, o sea pulsión de destrucción*. Incluso la reintroducción de ésta vuelta contra el
yo* desde el superyó*, o la que queda flotando desde un principio en el aparato psíquico
como masoquismo* primario o erógeno. En todos estos casos la acción en que debe culminar
el esfuerzo (Drang) de la pulsión pierde especificidad o ésta se hace más relativa. Por
ejemplo: ¿Se puede considerar a la sublimación*, una acción específica? ¿Y a la perversión*?
La pulsión busca la descarga. En su enfrentamiento con la cultura* (en parte exterior, al
aparato psíquico, en parte interior a él como es el caso del superyó) puede “sucumbir” o se
desinvestida su representación (sepultamiento* o represión exitosa), o puede satisfacerse en
forma sustitutiva como en 1 sublimación (satisfacción parcial, pero satisfacción al fin).
También puede descargarse en parte a través de la alteración interna (expresión afectiva)
por ejemplo como angustia*; o por retorno de lo reprimido* por fallas de la represión que
generan síntomas (degradación de la pulsión, o satisfacción pulsional que no puede de ser
sentida como tal) neuróticos. La pulsión también puede descargarse en forma perversa.
Desde luego puede hacerlo e forma “normal”, como lo serían las acciones sexuales permitida
en general por la cultura. En términos generales la problemática hasta ahora expuesta
respecto de la pulsión sexual gira alrededor de la libido* objetal y sus conflictos. En cuanto a
la libido narcisista también ésta tiene su propia problemática cuando no consigue devenir en
libido objetal. En el caso de las perversiones, se consigue u espacio intermedio de
satisfacción libidinal entre objetal y narcisista (objetal por satisfacerse en un objeto y
narcisista por representar éste al yo). Si se satisface entonces la pulsión narcisista erotizada
se generarán conflictos con la cultura, en lo vínculos sociales, al no estar la pulsión
homosexual inhibida en su meta (pulsión social). Incluso puede haber conflictos con el
superyó y éstos generar los aspectos neuróticos (sentimiento de culpa*) de una perversión.
La libido narcisista se satisface en gran parte (en el adulto) complaciendo al ideal del yo*
que exige sublimación. Por lo tanto, las acciones que realizará el yo deberán apuntar en es
dirección; también la libido narcisista se satisface con el amor proveniente de los objetos*.
En las psicosis*, la libido es puramente (en términos generales) narcisista y la acción es
autoplástica*. No se necesita modificar el mundo exterior, se puede regresar al
autoerotismo*. La acción es pura o casi pura “compulsión de repetición”*, pierde así su
característica de acorde a un fin. En cuanto a las principales posibilidades que poseemos de
acción específica existen, entonces, los ya mencionados actos sexuales permitidos por la
cultura, y básicamente los vínculos de meta inhibida como la ternura, la amistad, las
actividades grupales y sociales, las actividades sublimatorias en general (libido homosexual).
Al irse inhibiendo la meta se va generando la necesidad de variación del tipo de acto, dado lo
parcial de su satisfacción, lo que a su vez da cabida y hasta impone la actividad creativa y
cambiante, característica de la cultura pero no de la pulsión. La creación resulta, entonces,
más bien un efecto cultural sobre la compulsión repetitiva pulsional. Resumiendo: la acción
específica o “acción acorde al fin”, es la descarga parcial o total de la fuente que realiza el yo
en forma adecuada (según la pulsión esté más o menos desexualizada*). Esta adecuación se
produce, en forma importante, al ser aceptada la acción de descarga por el superyó
(representante de la cultura y el narcisismo* en el aparato psíquico) y por la cultura (su no
adecuación a ésta le producirá “angustia social”). Las así diferentes y cambiantes formas de
descarga pulsional, aunque limitadas seriamente por todos estos procesos, producirán
bienestar. Implican una acción en el mundo exterior “que cambiará la faz de la tierra”, una
adecuación al principio de realidad*, pleno funcionamiento del proceso secundario*,
incluyendo probablemente cierta dosis de agresión* (odio* perteneciente en parte a la
pulsión de autoconservación, a la pulsión sexual y a la pulsión de destrucción), y tan
extrema complejidad se consigue contadas veces en la vida del sujeto, a merced de tantos
vasallajes opuestos constantemente. De todas maneras es una aspiración constante y debe
ser incluida en el concepto de salud. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Activo-pasivo
José Luis Valls

[freud.] Puede hablarse de varias polaridades en la vida anímica: sujeto (yo*)-objeto*


(mundo exterior), placer*-displacer*. Activo-pasivo es una de ellas. La actividad es una
característica universal de las pulsiones* que tiene que ver con el esfuerzo (Drang) o sea su
factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que representa. Toda
pulsión, en ese sentido, es un fragmento de actividad. Pero ¿hay pulsiones pasivas? Una
pulsión es activa en cuanto a su esfuerzo, su perentoriedad, su factor motor, pero puede ser
activa o pasiva en cuanto su meta. A esto último aluden los destinos de pulsión anteriores a
la represión*, como la vuelta contra la persona misma* y vuelta de la actividad a la
pasividad. Los ejemplos más claros son los pares sadismo-masoquismo y el mirar-ser
mirado, en los que de la meta activa (sadismo, mirar) se pasa a la pasiva (masoquismo*, ser
mirado). Pueden ocurrir en la vida del sujeto, en su prehistoria infantil sobre todo,
situaciones traumáticas* que fijen a la pulsión o a su meta, transformándola de activa en
pasiva y derivar luego esto en rasgo de carácter*. En el análisis del “Hombre de los lobos”,
Freud mostró cómo en la pulsión inicialmente ambivalente (activa y pasiva) predominaba al
principio la tendencia activa. Después de un hecho traumático (ser seducido por la
hermana), precedido por un amenaza de castración, la pulsión regresó de su incipiente y
adelantada genitalidad, a la fase sádico-anal con meta pasiva, 1 que hizo que cambiara su
carácter de bondadoso a díscolo buscando masoquistamente el castigo paterno. Esta
pasividad quedó fijada y. derivó en un rasgo de carácter distintivo de “Hombre de los lobos”
adulto. También apareció en uno de su síntomas* histéricos más rebeldes, como la
constipación. En el pequeño Hans aparecen algunos ejemplos de la dupla mirar-ser mirado
como alternativamente cambiantes, los que posteriori* son reprimidos y transformados en
ese dique pulsional que es la vergüenza*. Las pulsiones de meta activa o pasiva se
presentan tanto en el niño como en la niña. Lo más común es que las pasivas predominen en
la niña y las activas en el varón. A lo que por supuesto contribuyen de hecho las costumbres
culturales. Después de la pubertad, prácticamente tomarán el carácter de masculinas
(activas) o femeninas (pasivas). La pulsión de meta pasiva retiene el objeto narcisista (el
yo), a diferencia de la activa, cuya meta está en el objeto. De aquí podrán derivarse las
diferencias que posteriormente existirán entre las maneras del enamoramiento masculino (el
deseo* activo de amar al objeto) y el amor* femenino (el deseo pasivo de ser amada por el
objeto), como características masculinas y femeninas en general. Las pulsiones sexuales*
son, entonces y en cuanto a su meta, activas o pasivas (aunque pueda haber variaciones de
acuerdo a los hechos traumáticos que sucedan al sujeto) desde un principio. Con el
advenimiento de la etapa fálica, se les suma la diferenciación fálico-castrado, la que llega a
masculino-femenino en el momento del desarrollo puberal. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Acto fallido
José Luis Valls

[freud.] Acto aparentemente erróneo realizado por el yo* oficial (Prec. y Cc.), que posee un
significado de realización de deseos* reprimidos. En realidad no es un error sino un acto que
puede ser sumamente complejo de realizar, pero que es visto o juzgado por la consciencia*
o, mejor dicho, por el yo consciente, como fuera de sus intenciones. Las intenciones son las
del ello* inconsciente, las que a través de símbolos, de analogías* o de contigüidades* entre
las representaciones* consiguen por un momento comandar la acción y, en cierta manera,
producir la identidad de percepción*. Se da lugar así a una filtración del proceso primario*
en el proceso secundario* a través de un acto (el hablar también es un acto), esto lo
considera el yo consciente como un error, o acto fallido. Freud describe distintos tipos de
actos fallidos como el olvido*, en el habla o en la acción, de nombres propios, palabras
extranjeras, nombres y frases, impresiones y designios; el trastrabarse, deslices en la
lectura y en la escritura, el trastrocar las cosas confundido, acciones casuales y sintomáticas,
errores en general y operaciones fallidas combinadas. Serían, al igual que los sueños y los
síntomas, realizaciones de deseos reprimidos Inc., no reconocidos como propios por el yo
oficial. La explicación dada por Freud al fenómeno se sustenta solamente (como en el caso
de los sueños y los síntomas excepciones) en la primera tópica y primera teoría pero se
puede enriquecer con la teoría de la pulsión y la estructural (véase: aparato psíquico),
utilizando para ello explicaciones realizadas por él mismo con respecto a similares, es el caso
de los sueños punitorios* que como “[...] cumplimientos de deseos, pero no de las mociones
pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica”
(1933, A. E., 22:26), o del humor*. En esta misma línea Freud describe a las personas con
necesidad de castigo*, la que se infiere por su propensión a accidentes, enfermedades
autodestructivas, etcétera. Los castigos son atribuidos al destino, etcétera. En realidad
provienen del superyó* inconsciente o son buscados inconscientemente por el yo para expiar
el sentimiento inconsciente de culpa* que le produce el superyó. A diferencia del acto fallido
clásico, en éstos se satisfaría el autocastigo* producido por el sadismo del superyó Inc. o el
masoquismo* del yo. Se trata de actos involuntarios también vividos como error, que
producen fracaso, castigo, autodestrucción, a los que habría que ubicar dentro de las
desmezclas pulsionales*, por lo tanto acciones más allá del principio de placer*, regidas por
el principio de nirvana*, puras compulsiones de repetición*. Los actos fallidos también
pueden expresar la resistencia*, producto de la contrainvestidura* defensiva del yo Inc., por
lo tanto no satisfaciendo a la pulsión sino a la defensa* contra ella, sin necesidad de
pertenecer, por lo menos absolutamente, a la necesidad de castigo, pero sí a la parte Inc.
defensiva, la resistencia del yo. Ésta puede producir, por ejemplo: olvidarse de concurrir a
una sesión, el llegar tarde, o una equivocación de horario, etcétera, actos todos vividos como
errores por el yo Cc. del paciente y en realidad producidos por causas Inc. contrarias a las
satisfacciones de los deseos Inc. Mezclándose de todas maneras con las otras formas de
satisfacción, la pulsional y la necesidad de castigo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Afecto
José Luis Valls

[freud.] Sensación que es registrada por la consciencia* (PCc-polo percepción-consciencia*,


1915-17) correspondiente a los aumentos o disminuciones en la unidad de tiempo (el ritmo,
1924) de las cantidades de excitación* libidinal provenientes desde dentro de la superficie
corporal. Los aumentos, en términos generales, son registrados como displacer* y las
disminuciones como placer*; en las variaciones cualitativas (producidas por la forma o el
tiempo en que se producen estos mismos aumentos o disminuciones) existentes entre cada
uno de estos dos extremos, se sitúan los otros diferentes afectos placenteros o
displacenteros. Dentro de los displacenteros, uno es la moneda corriente a la que los demás
toman como referencia: la angustia*. En el Proyecto de psicología (1950a [1895]) Freud
habló explícitamente del afecto refiriéndose al recuerdo* de la vivencia de dolor*, la que
deja una elevación de la tensión cuantitativa Qη en Psi y con ello unos motivos compulsivos
a la descarga. Es decir: tras la vivencia de dolor, queda como secuela la aparición del afecto
(seguramente se refiere al miedo o angustia real) ante cualquier hecho que se asemeje al
que otrora produjo dolor. En el mismo texto, al hablar de “alteración interna”* -forma
corporal esencialmente vascular y respiratoria de expresión de los sentimientos, que
acompañan al grito prototípico-, esa válvula de escape previa al aprendizaje de la “acción
específica”*, estaba hablando también del origen del afecto o de la descarga afectiva como
sentimiento que anuncia el deseo del objeto*. En los escritos metapsicológicos de 1915
habla de un psiquismo compuesto por representaciones-cosa* y representaciones-palabra* y
un montante de energía libidinal (pulsión sexual*) que las inviste (representa éste la
perentoriedad, Drang, o esfuerzo de trabajo de la pulsión*, al mismo tiempo que “enciende”
a la representación* convirtiéndola en deseo*). A este montante de energía libidinal se lo
llama también monto o “quantum de afecto”*. Corresponde al factor cuantitativo de la
pulsión (invistiendo y siendo investido a su vez por la representación) y como tal es percibido
por el polo percepción consciencia (o PCc.). Mientras no hay descarga de la fuente pulsional,
a través de la “alteración interna” se lo percibe como afecto displacentero de diferentes
tipos. Cuando se produce la descarga total o parcialmente merced a la realización de la
acción específica, se sienten afectos esta vez placenteros, también de diversa índole. En el
inconsciente* existen representaciones. La mayor o menor investidura de éstas es registrada
directamente por la consciencia (PCc) como afecto. Por lo tanto, el afecto en rigor no es
inconsciente dado que es sentido en forma inmediata por la consciencia. La que puede ser
inconsciente es la representación que lo produce. Esto está siempre referido al afecto
producido por causas representacionales, por lo tanto psíquicas, por lo tanto históricas.
Algunos afectos son producidos por causas biológicas o mecánicas (como la angustia de las
neurosis actuales*, producida por la acumulación de cantidad de excitación sexual somática,
1894-1925), en los que la problemática no está referida a lo representacional, por lo menos
directamente. De todas maneras la angustia también en esta ocasión es consciente. Cuando
Freud describe en Inhibición, síntoma y angustia (1925-26) la “angustia señal”*, dice que la
angustia en ese caso no es producida como algo nuevo a raíz de la represión*, sino que lo es
como estado afectivo siguiendo una imagen preexistente, el recuerdo de las situaciones
traumáticas * de la infancia que ahora devinieron en situaciones de peligro*, señales de
peligro que obligan al yo* Inc. a utilizar mecanismos de defensa* (o represiones en sentido
amplio), automáticamente. Los estados afectivos además están incorporados en la vida
anímica como unas sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones
parecidas, despiertan como unos símbolos mnémicos*. En ese mismo sentido, el trauma* del
nacimiento prestaría el modelo que luego tomará el yo como símbolo mnémico de la
angustia, al que usará como señal para conducir al ello* adonde el yo quiere; en otras
palabras, le aplicará sus mecanismos de defensa inconscientes. A la angustia señal, en este
caso, no le cabe una explicación económica pues consiste en una reproducción, un recuerdo,
un símbolo mnémico, de una situación que fue traumática y ahora es peligrosa. No es más
que una señal, es más representación que quantum de afecto en sí, de éste resulta
solamente una pizca de lo que podría llegar a percibirse, en caso de persistir la pulsión del
ello en la dirección en que iba y llegar al yo Prec., y con ello al hecho de ser pensada o a la
posibilidad de la acción. Este tipo de angustia le da gran poder al yo, pues merced a ella
consigue dominar al ello, usando a su favor el omnipotente principio de placer-displacer, y
utilizando para esto los mecanismos de defensa inconscientes, que se rigen por el mismo. La
explicación sería: lo que en un momento formó parte de una acción específica puede
participar a posteriori* como símbolo afecto. Por ejemplo: lo que fue necesario para el bebé,
para su autoconservación (respirar intensamente, taquicardia), queda como símbolo
mnémico en la misma hiperpnea, taquicardia, hipersudoración, etcétera, componentes
corporales de la angustia que expresan unas sensaciones de displacer muy particular, cuyo
recuerdo será usado como señal por el yo Inc. para defenderse del ello. En un sentido más
amplio del concepto de afecto se podría incluir a los sentimientos en general, los que tienen
una explicación más compleja y más particular para cada caso (véanse: amor, odio,
agresión, dolor, etcétera). Todos tienen una base común corporal en la “alteración interna”
(expresión de las emociones, grito, inervación vascular), la que va tomando mayor
dimensión psicológica a medida que se suceden las vivencias de satisfacción* y dolor que se
viven con el objeto. Las huellas dejadas por estas vivencias forman los complejos
representacionales cosa, compuestos por la imagen de un objeto luego generadora del deseo
de él, y la de un movimiento a realizar con él para que se produzca una sensación (afecto)
que es la esencia de lo deseado. La representación-cosa, investida por el (e invistiendo al)
quantum afectivo, va a constituir la base del psiquismo inconsciente. La investidura es
mutua, es el punto de unión de la cantidad de excitación con el representante estrictamente
psíquico. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Agorafobia
José Luis Valls

[freud.] Tipo de fobia*, consistente en el temor a hallarse en espacio abiertos (miedo a salir
“afuera”, “a la calle”). Es más común en los adultos que en los niños. Freud lo atribuye al
temor del neurótico a la tentación de ceder a sus concupiscencias eróticas, lo que le haría
convocar como en la infancia, el peligro de la castración o uno análogo. Pone el ejemplo de
un joven que temía ceder a los atractivos de prostitutas y recibir como castigo la sífilis. La
agorafobia gana terreno paulatinamente, como toda fobia, y va imponiendo limitaciones al
yo* para sustraerlo de los peligros pulsionales. Puede conducir al encierro del sujeto y su
aislamiento social (introversión libidinal*), para evitar los peligros de “la calle”. Se produce,
a la vez, una “regresión* temporal” a la época infantil en que podía “salir a la calle” siempre
que fuera acompañado por alguien que lo cuidara. Ahora este acompañante lo cuidaría, más
que de los peligros reales, de sus propias tentaciones pulsionales que merced al
desplazamiento* y proyección son sentidos como peligros provenientes de “afuera”, “de la
calle”, lo que era de alguna manera “real” en la infancia. En esta misma formación
sintomática se hace evidente e influjo de los factores infantiles que gobiernan al adulto a
través de su neurosis*. En contraposición aparente a la agorafobia está la “fobia a la
soledad”, una forma de la claustrofobia, que Freud explica como el querer escapar a la
tentación del onanismo solitario. La agorafobia se instaura como enfermedad, por lo general,
después de haber vivenciado un ataque de angustia en alguna de la circunstancias
desencadenantes y luego temidas, a las que se dedicará a evitar. Cuando no lo logra,
reaparece el ataque angustioso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Aislamiento
José Luis Valls

[freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria*, producido por el yo*


Inc. ante la angustia señal* sentida por éste frente a una pulsión* que le ha sido prohibida
por el superyó*. La representación-cosa* pulsional, sin embargo, puede tener acceso a la
representación-palabra* (por lo tanto al yo Prec. y la Cc.), siempre que ésta permanezca
desafectivizada; para lo que se la aísla de todas sus conexiones posibles (asociaciones*,
ligaduras, etcétera) con las demás. Se logra así el efecto represivo sobre la pulsión por parte
del yo y el impedimento del acceso a la acción específica*; en este sentido el mecanismo es
eficaz. El paciente realiza acciones en las que están representadas la desconexión del vínculo
entre las representaciones*. Dice Freud: “Recae también sobre la esfera motriz, y consiste
en que tras un suceso desagradable, así como tras una actividad significativa realizada por el
propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en la que no está
permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna”
(1925, A. E. 20:115). Es como si se cortaran los puentes con aquello que se quiere aislar,
dejándolo exactamente así, como una isla. El sujeto realiza actos que representan este
hecho (como la “rayuela” secreta que va jugando el obsesivo con las baldosas, o la dificultad
de encontrar relaciones entre un tema y otro, o entre una sesión y otra, por ejemplo). Al
conseguirse el aislamiento, la representación queda desafectivizada (el quantum de afecto*
lo da, en estos casos, la investidura representacional y su posibilidad de asociación con otras
representaciones), y no es posible que partícipe del comercio asociativo, de la actividad de
pensamiento*. Por lo tanto queda fuera de la posibilidad de ser usada por el yo Prec. El
aislamiento es un mecanismo de defensa típico de la neurosis obsesiva*. Cae dentro de uno
de los mecanismos de la represión secundaría, la sustracción de investidura Prec., con la
salvedad de que -en vez de desinvestirse* la palabra o desplazarse* su investidura a otra o
a una inervación corporal- la palabra permanece en el preconsciente* pero desafectivizada y
cortados sus puentes de asociación con el resto de las palabras. Incluso puede mezclarse o
afianzarse con otros mecanismos como el desplazamiento a lo nimio, etcétera. El aislamiento
pertenece, en medidas moderadas y usado con plasticidad, al pensamiento normal, es parte
de la tendencia al orden, rasgo sublimatorio anal. En su contrapartida patológica, llevado a
su extremidad, constituirá el “defire de toucher” (delirio de ser tocado), que en parte
configura su esencia, el no ser tocado, lo que se extiende a que nada se “toque” entre sí.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Alianza fraterna
José Luis Valls

[freud.] En la hipótesis freudiana, expuesta en Tótem y tabú (1912-1913), consiste en los


vínculos de unión homosexual que se establecieron entre los hermanos echados de la horda
primitiva* por el padre primitivo. Así merced a la invención de un arma y a esos lazos de
unión que se generaron en el destierro, lograron consumar el parricidio y devorar al padre
omnipotente y cruel. Después del asesinato del padre, que descargó el odio* contra él,
quedó como resabio la añoranza* del mismo y la culpa* por lo realizado, amén de un deseo*
de mantener los vínculos conseguidos entre los hermanos en el destierro. Así fueron
naciendo, desde dentro de su propio psiquismo, las leyes básicas de prohibición del incesto y
del parricidio, leyes sobre las cuales se edificó la cultura*. El cambio de estructuras sociales
generado por la alianza fraterna y su consecuencia, el parricidio, posibilitó así el progreso a
un nivel más alto de nivel cultural, nuestra cultura actual en general, y configuró a su vez
una nueva estructura del aparato psíquico* humano, dejando como legado para siempre en
él al superyó*. Se pactó durante este período hipotético una suerte de contrato social:
“Nació la primera forma de organización social con renuncia de lo pulsional, reconocimiento
de obligaciones mutuas, erección de ciertas instituciones que se declararon inviolables
(sagradas), vale decir: los comienzos de la moral y el derecho. Cada quien renunciaba al
ideal de conquistar para sí la posición del padre, y a la posesión de madre y hermanas. Así
se establecieron el tabú del incesto y el mantenimiento de la exogamia. Buena parte de la
plenipotencia vacante por la eliminación del padre pasó a las mujeres; advino la época del
matriarcado. La memoria del padre pervivía en este período de la "liga de hermanos". Como
sustituto del padre hallaron un animal fuerte -al comienzo, acaso temido también-. Puede
que semejante elección nos parezca extraña, pero el abismo que el hombre estableció más
tarde entre él y los animales no existía entre los primitivos ni existe tampoco entre nuestros
niños, cuyas zoofobias hemos podido discernir como angustia frente al padre. En el vínculo
con el animal totémico se conservaba íntegra la originaria bi-escisión (ambivalencia) de la
relación de sentimientos con el padre. Por un lado, el tótem era considerado el ancestro
carnal y el espíritu protector del clan, se lo debía honrar y respetar; por otro lado, se
instituyó un día festivo en que le deparaban el destino que había hallado el padre primordial.
Era asesinado en común por todos los camaradas, y devorado (banquete totémico, según
Robertson Smith). Esta gran fiesta era en realidad una celebración del triunfo de los hijos
varones, coligados, sobre el padre” (1939, A. E. 23:79). Esta cita de Moisés y la religión
monoteísta es la mejor definición y subrayado de la importancia otorgada por Freud, hasta el
final de su obra, de sus hipótesis expuestas en 1913, dentro de las que se desarrolla el
concepto de alianza fraterna, liga entre hermanos unidos para realizar el parricidio,
consecuencia posterior de aquella. Germen de la cultura humana. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Aloplástica, conducta
José Luis Valls
[freud.] Es la que resulta adecuada a fines, la que a su vez se empeña en modificar la
realidad*, sin desmentirla (véase: desmentida), en un trabajo sobre el mundo exterior que
produce cambios en él. Dentro de ella podemos incluir todos los tipos de acción específica*,
o sea acciones que descarguen la fuente de la pulsión*, en la forma más completa posible.
Incluimos en ellas, por ejemplo, la producción o captura de alimentos, la posesión del
objeto* sexual, y todas las sublimaciones*, generadoras de y generadas, por la cultura*. La
aloplástica es un tipo de conducta que conduce a la descarga pulsional. Por el hecho de
funcionar dentro del principio de realidad*, produciendo cambios en el mundo exterior, como
por ejemplo los hechos de la cultura misma, podemos emparentarla con el concepto de
salud. Cuando son desexualizadas, fruto de identificaciones* con atributos de seres que
antes tuvieron investidura de objeto, constituyen las sublimaciones. Éstas son aquellas que
justamente pierden su capacidad de realizar los paranoicos al resexualizárseles los vínculos
homosexuales con los objetos, generando el yo* la defensa* paranoica contra éstos. La
libido* homosexual desexualizada es aquella de la que están compuestos los vínculos
sociales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Alteración del yo
José Luis Valls

[freud.] Concepto expuesto por Freud en Análisis terminable e interminable (1937) y el


Esquema del psicoanálisis (1938), donde expresa que el yo* cooperador del paciente es una
ficción ideal. El yo está “alterado” directamente en relación con las marcas que le dejaron las
experiencias vividas, especialmente las situaciones traumáticas* (cuanto más traumáticas y
menos formado el yo en el momento de su vivencia, más alterado o más defendido y con
defensas* más extremas quedará fijado el yo Inc.) y las situaciones de peligro* en las que
sus defensas le sirvieron. Estas últimas si bien pueden permanecer actualmente en acción,
en parte forman una infraestructura Inc. yoica, formándose sobre ellas una superestructura
Prec., también yoica, que desconoce la anterior pero cuyas acciones pueden estar más o
menos modeladas desde el yo Inc., en algunos casos de tal manera que el funcionamiento
yoico total queda alterado. Constituyendo, entonces, especialmente cuando las defensas
yoicas están muy consolidadas, una de las dificultades del progreso del tratamiento, pues en
lugar de cooperar surgen como verdaderos obstáculos para ello. “Cada persona normal lo es
sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado mayor
o menor, y el monto del distanciamiento respecto de un extremo de la serie y de la
aproximación al otro nos servirá provisionalmente como una medida de aquello que se ha
designado, de manera tan imprecisa, "alteración del yo"“ (1937, A. E. 23: 237). Está incluida
dentro de los factores que hacen prolongar el período de análisis creándole inconvenientes,
resistencias* o directamente generando imposibilidades de curación. La “alteración del yo”
está formada, entonces, principalmente por los diferentes mecanismos de defensa*
inconscientes del yo, los que pueden ser más o menos regresivos, más o menos
comprometedores de las investiduras yoicas. Los mecanismos de defensa yoicos Inc.
generan, amén de su función específica, y cuando la función defensiva contra lo pulsional
especialmente se rigidifica o resulta extrema, diversos tipos de trastornos alteradores del yo.
Ahí ubicamos los rasgos patológicos de carácter* (más o menos rígidos), la patología
narcisista en general, desde las perversiones* homosexuales (cuando las fijaciones*
producidas por las represiones primarias* se producen en el período del primer nivel de
reconocimiento de diferencias sexuales, en el período fálico, y la fijación se basa en la
desmentida de la diferencia, por ejemplo), hasta los fenómenos de restitución* psicótica. La
función que cumplen los mecanismos defensivos yoicos, a pesar de la alteración yoica que
puedan producir, es, entonces, la de defender al yo de los peligros generados a él por la
pulsión*. En líneas generales lo consiguen, desconociéndola, devolviéndola al ello*
inconsciente. Al proponerse justamente el analista como investigador y por consiguiente
alguien que busca conocer la pulsión, el mecanismo de defensa perteneciente al yo
inconsciente del paciente puede generar una resistencia del yo contra el progreso del
análisis. No olvidemos que el yo llama en su ayuda al “omnipotente principio de placer*”
para generar sus mecanismos de defensa inconscientes y que, por lo tanto, éstos se rigen
por aquel. Ubicándonos en esa tesitura vemos que el desconocimiento de la pulsión
resguarda al yo de la angustia*, por lo tanto, sería raro que de alguna manera no opusiera
resistencias contra el conocimiento de la historia de su pulsión, Cuando esto es lo
absolutamente predominante, dominando al yo, decimos que éste está alterado. El
mecanismo de defensa es, en parte, un sistema de desconocimiento de sí mismo, de la
pulsión, el deseo*, el “[...] núcleo de nuestro ser” (1900, A. E. 5: 593). Mecanismo que por
un lado protege al yo, formando la parte inconsciente de él y dándole cierto nivel de ligadura
que sofoca a la pulsión y le impide esencialmente el llegar a la acción, además de
desconocerla y transformarla en “[...] tierra extranjera interior” (1933, A. E. 22: 53). Por
otro lado, o por el mismo, empobrece al yo, pues todo lo que queda inconsciente pasa a no
ser sentido como algo propio, de él; verbigracia no lo puede pensar, sublimar*, gozar,
etcétera, en realidad deja de pertenecer al yo Prec. y pasa a engrosar las filas de lo
reprimido, presente en el temido ello. Por cierto también cumple su objetivo principal:
conseguir que la pulsión no acceda al yo y por lo tanto a la acción, constituyéndose así una
infraestructura yoica Inc. que permite el funcionamiento de la superestructura Prec., menos
apremiada por la pulsión, si bien en los casos en que la infraestructura defensiva es
demasiado importante se lleva la mayoría de la investidura energética, alterando así tanto al
yo, que éste resulta entonces muy difícil de modificar. La superación de las “alteraciones del
yo” y sus resistencias concomitantes, pasan así a ser una de las metas del psicoanálisis y
principalmente del análisis del yo, incluido su carácter. Un yo que funciona dominado por sus
mecanismos de defensa inconscientes, es un yo empobrecido, un yo alterado ante sus
capacidades de enfrentarse con las dificultades de la realidad, que es su esencia. , Este yo se
enriquecerá cuando conozca aquello interior de lo que se defiende automáticamente y
además sepa que se defiende. Entonces podrá elegir si defenderse o no, o sí vale la pena
defenderse, la defensa podrá pasar a integrar su comercio asociativo, su actividad de
pensamiento*, con lo que se logrará así un domeñamiento* en un nivel más alto de la
pulsión, enriqueciéndose. Es interesante recordar que en el manuscrito K,* de 1896, Freud
expone la alteración del yo como uno de los medios de formación de los síntomas* del yo,
los que lo van alterando. Esta alteración consiste en el delirio* que va formando el paciente,
a partir de los síntomas primarios (desconfianza) y de los síntomas de retorno de lo
reprimido* (las alucinaciones*). En esta conceptualización se toma al delirio como alteración
del yo. Lo que por otro lado resulta evidente: cualquier defensa altera aquello que está
defendiendo; si la defensa es extrema, dificulta el retornar las cosas a su punto original.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Alteración interna
José Luis Valls

[freud.] Fenómeno conceptualizado por Freud en relación con la forma de expresión


emocional, descrito en principio respecto del recién nacido, pero extensible a los adultos.
Freud lo expuso en el Proyecto de psicología (1950a [1895]), La interpretación de los sueños
(1900) y lo mencionó en otras obras, como Lo inconciente (1915), en donde dice: “La
afectividad se exterioriza esencialmente en una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que
provoca una alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con el mundo exterior; la
motilidad, en acciones destinadas a la alteración del mundo exterior” (A. E. 14:175. Nota al
pie). También la menciona en Inhibición, síntoma y angustia (1925), como formando parte
del síntoma* neurótico: “El proceso sustitutivo es mantenido lejos, en todo lo posible, de su
descarga por la motilidad; y si esto no se logra, se ve forzado a agotarse en la alteración del
cuerpo propio y no se le permite desbordar sobre el mundo exterior; le está prohibido
(verwehren) trasponerse en acción” (A. E. 20:91). Esencialmente la alteración interna
consistiría en la primera forma de descarga que tiene el cuerpo ante el Drang (esfuerzo,
fuerza de trabajo) de la pulsión* que en lugar de producir una alteración en el mundo
exterior (provisión de alimento, acercamiento del objeto* sexual), produce una alteración en
el interior del cuerpo mismo, expresándose ésta cualificada como emoción, a través del
llanto y la inervación vascular. La alteración interna va a ser entonces la forma de expresión
de las emociones (grito, inervación vascular), las que tendrán, así, una forma de expresión
corporal principalísima. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) describe para la angustia*
tres partes constituyentes: una pequeña descarga corporal, la percepción* de esa descarga y
por último la percepción de una sensación displacentera particular. Esta última es la
percepción cualitativa de la cantidad por la que deviene esencialmente sensación psíquica, La
forma de descarga corporal está principalmente compuesta por taquicardia e hiperpnea y
dice también que esta modalidad de descarga e.- adquirida durante el trauma* del
nacimiento. En ese momento, esta reacción corporal es la adecuada, la específica, dado que
es la forma de conseguir oxígeno, después del cambio de sistema respiratorio. Sin embargo
pareciera que el organismo quedara fijado a esta situación prototípica, y respondiera luego a
toda otra situación de peligro* con este tipo de respuesta. Pasa así esta vía a ser expresión
de angustia y expresión de las emociones en general. Al aumentar posteriormente la tensión
de necesidad* en el organismo, el bebé expresa su emoción a través del llanto y la
inervación vascular. Luego esta “alteración interna” es entendida por un “asistente ajeno”*,
generalmente la madre, encargado en ese momento de realizar la acción específica*. Ésta
hará descender la cantidad de estimulación en la fuente de la pulsión, produciéndole una
“vivencia de satisfacción”*. La expresión de la emoción, simple descarga corporal al
principio, se irá transformando paulatinamente en llamado, en el mismo vínculo que se irá
estableciendo entre madre e hijo, y ésta será una de las bases sobre las que irá naciendo el
lenguaje*. El concepto de “alteración interna” es, por lo tanto, un concepto dinámico, pues
se refiere a un proceso que por un lado se va transformando (de expresión de emoción,
deviene en llamado y de éste en lenguaje) y por otro persistirá siempre como forma de
expresión de la emoción, principalmente de la angustia. Una forma de respuesta biológica se
va transformando en vínculos sociales con las sensaciones que éstos producen, man-
teniéndose a su vez como respuesta corporal. Es interesante entonces volver a subrayar los
diferentes temas, que nos llevan a otros insospechados, provenientes todos de este
concepto: la expresión de las emociones (la angustia), el grito (el lenguaje), y la inervación
vascular (patología psicosomática. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Alucinación
José Luis Valls

[freud.] Percepción* de un deseo, un pensamiento*, un recuerdo*, incluso un castigo o una-


amenaza también provenientes del acervo mnémico, corno si provinieran del mundo
exterior, registrados -corno cualquier percepción y, por lo tanto dándole creencia* de real-
por el aparato perceptual (PCc.). Hay alucinaciones cuando el yo* se altera momentánea-
mente, como en los sueños*, o se pasa por un estado de privación por causas externas.
Otras veces la causa es tóxica (drogas alucinógenas). Puede deberse a una alteración del
yo* más o menos profunda, como en los casos de las alucinaciones de las psicosis*
histéricas y las psicosis alucinatorias agudas o amencia de Meynert*. En ellas la alteración
consiste en 'no poder discriminar el yo entre las fantasías de deseo y las percepciones
visuales reales. En el caso de la histeria*, más que deseos realizados, pueden ser alucinados
castigos derivados de ellos, o también deseos disfrazados que generan angustia*, a la
manera de los sueños de angustia, por ejemplo: la alucinación de las víboras en Anna 0. *
En la amencia o psicosis alucinatoria aguda las alucinaciones están más relacionadas con
procesos de desmentida* de duelos* ante la pérdida de un objeto, desmentida producida
junto a una regresión* del yo a la percepción, retirándole la investidura al PCc. (sistema de
percepción consciencia). Merced a esto el PCc., perteneciente al yo, confunde el recuerdo
deseante del objeto* con su percepción real. En los casos de esquizofrenia*, la esquizofrenia
paranoide y la paranoia*, la regresión yoica es mayor: se perciben los propios pensamientos
preconscientes* como proviniendo desde afuera, como si el yo ahora estuviera en máquinas
(símbolos* del cuerpo,) o en otras personas que lo manejan. También como percepción de la
parte crítica del yo (superyó*), que es sentida como percepción por el PCc., dándosele
creencia en la realidad*. Lo que debiera ser un simple pensamiento propio es sentido como
una voz exterior, lo que sucede por la regresión a la percepción, de la manera en que
originalmente lo fuera (las voces observadoras, críticas de los padres). En estas últimas
afecciones con retracción libidinal* narcisista, predominan las alucinaciones auditivas,
mientras que en la histeria y en la amencia predominan las visuales. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Amencia de Meynert (confusión alucinatoria aguda)


José Luis Valls

[freud.] Tipo de psicosis* mencionada por Freud varias veces en su obra y descrita por uno
de- sus maestros, el psiquiatra Meynert. Es un tipo de psicosis aguda que se produce como
reacción ante la pérdida de un ser querido (quizá con una previa discriminación incompleta
entre yo* y objeto*), al desmentirse la percepción* de este aspecto doloroso de la realidad*.
Freud trae el ejemplo de la madre que perdió su bebé y sigue acunando un leño, y el de la
novia abandonada que sigue esperando la llegada de su novio en cada llamada de la puerta.
Se desmiente* la pérdida del objeto*, al que se sigue percibiendo, o mejor dicho, se recibe
como percepción el recuerdo* de la imagen de aquel, Hay una alteración del yo* por la que
éste retira investidura del polo percepción consciencia* (PCc.) y pasa a funcionar regido por
el principio de placer* en vez de por el principio de realidad*, para el que es tan necesario el
aparato perceptual; confundiéndose, entonces, la fantasía de deseo* de la presencia del
objeto con la percepción real de su ausencia. La amencia de Meynert se diferencia de otro
tipo de psicosis. Por ejemplo en la psicosis histérica, las fantasías* que se perciben como
alucinación* son reprimidas (disfrazadas, angustiantes, retornan de lo reprimido*) mientras
que en la amencia no, todo lo contrario, son queridas por el yo. En la esquizofrenia*, la
investidura se retira de la representación-cosa* con lo que se pierde el deseo* inconsciente
del objeto, siendo que éste es el motor del aparato psíquico. Para que pueda suceder
semejante hecho, o como consecuencia de él, el yo queda prácticamente arrasado e incluso
se lo proyecta al mundo exterior, siendo percibido en forma alucinatoria retornando desde él
(sonorización del pensamiento*), también a través de órdenes enviadas por máquinas
(símbolos del cuerpo, origen del yo) u observaciones críticas (el superyó*, que también es
proyectado y percibido alucinatoriamente) de sus actos. En la amencia la alteración es menor
y mucho menos profunda, por lo tanto menos irreversible, aunque pueden existir cuadros
intermedios, o un cuadro puede devenir en el otro y esto dependerá del grado de alteración
y regresión* yoica que se produzca. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Amnesia infantil
José Luis Valls

[freud.] Proceso universal por el cual el ser humano no recuerda en general todos los
sucesos acaecidos en su vida antes de los cinco años, más o menos, a pesar de haber
poseído durante gran parte de ese período recursos, si bien incipientes, para recordar (len-
guaje*, pensamiento*, yo*, principio de realidad*, angustia de pérdida de objeto*,
reconocimiento de éste como fuente de placer*, etcétera). La amnesia se produce después
del sepultamiento* del complejo de Edipo* y la instauración definitiva del superyó* en el
aparato psíquico, el que actúa como una inmensa contrainvestidura* que engloba todas las
contrainvestiduras previas (represiones primarias*) produciendo la represión* (también
primaria, incluyendo todas las represiones primarias anteriores) y, por lo tanto, el olvido* de
toda la sexualidad infantil*. Ésta podrá luego ser reconstruida merced al psicoanálisis de
sueños*, síntomas*, recuerdos encubridores*, actos fallidos*, etcétera. Un interesante
ejemplo de amnesia infantil es el de Hans, primer paciente niño de la historia del
psicoanálisis, que se trató entre los tres y los cinco años. A sus diecinueve años, Hans no
recordaba casi nada de su proceso analítico y de todos los sucesos durante él acaecidos. El
producto de la amnesia infantil no es ni más ni menos que la sexualidad infantil comandada
ya por la zona erógena* fálica; con la unión bajo su supremacía de todas las zonas erógenas
generando un yo realidad definitivo*, que definitivamente reconoce al objeto* (centro de la
realidad*) como fuente de placer, ahora con características diferentes del yo (tiene otro
sexo, aunque la diferencia reconocida sea solamente la de posesión o no de falo), en fin,
toda la problemática edípica. Ésta se “hundirá” o pasará al estado de represión y, junto con
ella, toda la problemática anterior; así terminarán de constituirse la represión primaria, el
superyó y el aparato psíquico en general. Se hunde o reprime la sexualidad infantil y nace el
inconsciente* reprimido -descubrimiento crucial de Freud- conteniendo a toda esa sexualidad
infantil en su interior. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Amor
José Luis Valls

[freud.] En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud define el amor como “[...] la
relación del yo con sus fuentes de placer” (A. E. 14:130). Las fuentes de placer* del yo*
pueden estar en su propio cuerpo, en sí mismo o en el objeto*. Cuando las fuentes están en
el propio cuerpo, esto lleva el nombre de autoerotismo*. Una vez que el cuerpo se constituye
en yo y la libido* se ubica en él, hablamos de narcisismo*. La libido que encuentra placer en
el yo se llama narcisista. El narcisismo sería una forma del amor: el amor al yo. Cuando se
comienza a reconocer al objeto como la fuente principal de placer del yo, la libido que busca
complacerse en el vínculo con él se llama libido objetal*. Ésta constituirá el amor más
elevado, el amor por excelencia, el amor objetal, el que puede a su vez poseer diferentes
matices, clases o formas. La capacidad de amor objetal se va desarrollando junto con el yo
de una manera muy compleja. “Luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la
etapa del objeto, placer y displacer significan relaciones del yo con el objeto. Cuando el
objeto es fuente de sensaciones placenteras, se establece una tendencia motriz que quiere
acercarlo al yo, incorporarlo a él; entonces habíamos también de la “atracción” que ejerce el
objeto dispensador de placer y decimos que llamamos al objeto” (1915, A. E. 14:131). En las
primeras etapas infantiles el amor es ambivalente, no se distingue totalmente del odio*.
Tampoco se distingue el ser* y el tener*. De ahí que la forma primera del lazo afectivo sea la
identificación*. El modelo analógico es el del canibalismo, en el que la tendencia amorosa
hacia el objeto implica el incorporarlo, por lo tanto su desaparición y transformación en parte
del propio ser. Es un tipo de amor que lleva implícita la destrucción del objeto como tal. En el
apoderamiento de la etapa anal (véase: erotismo anal y pulsión de apoderamiento) la
ambivalencia* es menor aunque más evidente, y mayor la diferenciación entre las categorías
ser y tener. Cuando la síntesis de las pulsiones sexuales* se ha cumplido, estableciéndose la
etapa genital (véase: genital), el amor deviene el opuesto de] odio y coincide con la
aspiración sexual total. Existe toda una gradación de posibilidades dentro del fenómeno del
amor. Durante el periodo del complejo de Edipo* el niño encuentra un primer objeto de amor
en uno de sus progenitores; en él se reúnen todas sus pulsiones sexuales que piden
satisfacción. La represión que después sobreviene obliga a renunciar a la mayoría de estas
metas sexuales infantiles y deja como secuela una profunda modificación de las relaciones
con los padres. En lo sucesivo el niño permanece ligado a ellos, pero con pulsiones que es
preciso llamar de “meta inhibida”, Los sentimientos que en adelante alberga hacia esas
personas amadas reciben la designación de “tiernos”. Este amor de “meta inhibida” o ternura
es el que logra crear ligazones más duraderas entre los seres humanos, 1.0 que se explica
por el hecho de no ser susceptible de una satisfacción plena. El amor sensual está destinado
a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene que encontrarse mezclado desde el
comienzo con componentes puramente tiernos, vale decir, de meta inhibida, o sufrir un
cambio en ese sentido. El amor de meta inhibida es el que liga a los miembros de la masa* y
es factor esencial generador de cultura*. El amor sensual es antisocial, la pareja quiere
intimidad, no puede compartir su amor. También “[...] el niño (y el adolescente) elige sus
objetos sexuales tomándolos de sus vivencias de satisfacción. Las primeras satisfacciones
sexuales autoeróticas son vivenciadas a remolque de funciones vitales que sirven a la
autoconservación. Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las
pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas; ahora bien, ese apuntalamiento
sigue mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y
la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales; son, sobre todo, la madre o su
sustituto”. En otros casos no se elige el objeto siguiendo el modelo de la madre, sino el de la
persona propia: “Decimos que [el sujeto] tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo y
la mujer que lo crió” (1914, A. E. 14: 84). De ellos saldrán los modelos de la elección de
objeto* según el tipo de apuntalamiento* (más comúnmente masculino) y según el tipo
narcisista (más típicamente femenino). El amor, entonces, podríamos decir que deriva de
complejizaciones realizadas por el yo de los destinos de la pulsión sexual. Ésta produce a su
vez mezclas complejas con la tendencia a la vuelta a lo inorgánico, propia de la pulsión de
muerte*. El principal obstáculo -casi podríamos decir el único- que encuentra la pulsión de
muerte en su camino hacia lo inorgánico, es esta complicación que le surge con los
fenómenos de la vida, de los cuales el principal exponente es el amor. A medida que
aumenta la complejización, aparecen fenómenos diferentes. La pulsión sexual se mezcla*
con la pulsión de muerte y con eso consigue domeñarla. El acto sexual genital llevado a su
meta final, el amor sensual, resulta la principal forma de domeñamiento* de la pura cantidad
(véase: cantidad de excitación), de la no-cualidad, de la pulsión de muerte. La cultura está
edificada, básicamente, sobre la sofocación* de la pulsión sexual, específicamente del
incesto. La represión* hace cabeza de playa en la represión del incesto y luego se va
extendiendo hacia toda la sexualidad posible. También se sofoca la pulsión de destrucción*
que resulta de un primer nivel de mezcla con la pulsión sexual, en el que no se distinguen el
odio del amor, en cambio sí se perciben en la agresión* y el apoderamiento (en el primero se
ve quizá más claro el, dominio de la tendencia destructiva sobre la -.morosa, no así en el
segundo que retiene al objeto por amor, sin tener en cuenta que en esa retención está
implícito el daño al objeto). Las ligazones libidinales sobre las que se forman las masas
culturales, son de meta inhibida. Todas las creaciones culturales son fruto de esta libido que
podríamos llamar sublimada. El domeñamiento de la pulsión de muerte en ellas es menor.
Queda un plus de pulsión de muerte no mezclado. Así nace la paradoja de que esta
complicación que le surgió a lo inorgánico y que generó los fenómenos de la vida, de los que
a su vez nació la cultura, lleva incluida en su propio interior las pulsiones de muerte con
cierta libertad, no domeñadas, en la esencia de la creación del hecho cultural. Cultura en la
que entonces pareciera que por momentos predominaran las tendencias destructivas del ser
humano sobre las del amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sida]

Amor de transferencia
José Luis Valls

[freud.] Situación por la que pueden pasar algunos tratamientos psicoanalíticos. Consiste,
según el ejemplo freudiano, en el enamoramiento básicamente sensual de la paciente mujer
por su terapeuta hombre. Cabe que pueda enamorarse un paciente hombre de su terapeuta
mujer aunque Freud, por alguna causa que no podemos adjudicar simplemente a machismo,
no la menciona. También puede darse, obviamente, cuando paciente y terapeuta pertenecen
al mismo sexo, pero en esos casos tendríamos que pensar más detenidamente si entran
dentro de la categorización específica del fenómeno descrito, dada la libido* narcisista
puesta en juego en ellos. En el caso de que el enamoramiento provenga desde el terapeuta
se trata de un fenómeno de la contratransferencia*. El fenómeno descrito es considerado,
desde luego, un obstáculo para el análisis, parte de la “transferencia* negativa” y como tal
expresión de la resistencia* del yo* del paciente con serios riesgos para la continuidad del
tratamiento. Si bien en última instancia todo amor* es transferencial, en estas ocasiones lo
que suele estar en juego es más la transferencia inconsciente que el amor. Cada caso tendrá
su especificidad y cada terapeuta deberá recurrir a su creatividad para salvar la situación,
pero básicamente la actitud debería ser la de siempre, la actitud analítica, no rechazando al
paciente ni aceptándole sus propuestas. Simplemente a éstas se las tomará como un emer-
gente más del inconsciente* que se está repitiendo en la transferencia en forma vívida, por
lo que el correcto análisis y construcción* de los hechos que se repiten permitirán avanzar
más profundamente en el conocimiento del yo. Cierto grado de “enamoramiento” del
terapeuta hay en cualquier análisis, y como cualquier otro implica el fenómeno de la
idealización*, la que se va desvaneciendo con el progreso del tratamiento, pero este
“enamoramiento” por lo general es deserotizado y por lo tanto más manejable, menos
compulsivo, incluso puede tener momentos o cierto grado no desexualizado y participar de la
transferencia positiva por “amor al terapeuta” como otrora lo fuera con los padres de la
infancia. En ese caso las “mejorías” serán por amor a él. De todas maneras si no se debelara
durante el curso del tratamiento no se generarían cambios en el yo, habría simples
repeticiones, nada más. El tratamiento psicoanalítico busca conocer la verdad histórica* del
yo y de la historia pulsional del paciente y en esa tarea el analista debe encontrarse con
situaciones que ponen a prueba su propio yo, sus propios afectos*. De este y otros tipos de
situaciones nació la necesidad de la institucionalización del análisis didáctico en las
instituciones psicoanalíticas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Anna O.
José Luis Valls

[psicoan.] Nombre figurado de la primera paciente a la que se le aplicó el método que dio a
luz a lo que luego sería el psicoanálisis. El tratamiento fue realizado por J. Breuer entre 1880
y 1882. Es uno de los historiales publicados por Breuer y Freud en los Estudios sobre la
histeria (1895). Se trata de un caso de psicosis histérica de una joven de veintiún años
sumamente inteligente, razonadora, de una voluntad enérgica y tenaz, uno de cuyos rasgos
de carácter principales era su bondad compasiva. Sus síntomas principales eran: parafasia,
strabismus convergens, perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura, total en
la extremidad superior derecha (con cierta anestesia especialmente en el codo) y en las dos
inferiores, parcial en la extremidad superior izquierda, paresia de la musculatura cervical;
también alucinaciones visuales, sonambulismo, tussis nervosa, asco ante los alimentos,
imposibilidad de beber pese a tener sed, ataques de sueño a ciertas horas, etcétera. A
medida que avanzó el tratamiento aparecieron nuevos síntomas: alteraciones progresivas del
lenguaje, primero con pérdida de palabras, luego pérdida de gramática y sintaxis y
conjugación del verbo, utilización de un infinitivo creado a partir de formas débiles del
participio y el pretérito, sin artículo. Luego faltaron casi por completo las palabras,
rebuscándolas trabajosamente entre cuatro o cinco lenguas, entonces apenas si se le
entendía. Escribía también en este trabajoso dialecto. Hubo un período (dos semanas) en
que estuvo en total mutismo. Breuer entiende que algo la había afrentado mucho y ella se
había decidido a no decir nada. Al comunicarle esto a la paciente, ceden algunas
contracturas y comienza a hablar en inglés y a entender el alemán, sin darse cuenta de que
contesta en inglés. Esta sintomatología no era permanente, sino de algunas horas del día (a
la mañana, a la tarde). Después de hablar con Breuer de ella, se sentía alegre y jovial pero
no recordaba nada del episodio anterior, hecho al que Breuer llamaba “condición segunda”.
La enferma estaba fragmentada en dos personalidades: a ratos era psíquicamente normal y
a ratos entraba en “condición segunda”, alienada. Como desencadenantes de la enfermedad
coinciden el descubrimiento de una gran dolencia en el padre y la posterior muerte de éste.
Cuidaba a su padre en el lecho de enfermo cuando, al comenzar a presentar un cuadro de
debilidad con las contracturas, tos, espasmo de glotis, etcétera, se decidió separarla del
paciente, el que un tiempo después falleció. Breuer realizaba sesiones con ella en las que
reconstruía todos los hechos y fantasías que había tenido Anna 0. en relación con los
síntomas, llegando al motivo de su origen. Por ejemplo, la paciente recordó en estado
hipnótico, conducido por Breuer, que la contractura con parálisis y anestesia del brazo
derecho había comenzado cuando una noche en que cuidaba a su padre en su lecho de
enfermo, estando semidormida, tuvo una alucinación: “vio cómo desde la pared una
serpiente negra se acercaba al enfermo para morderlo” (en el parque de la casa solía haber
serpientes). “Quiso espantar al animal, pero estaba como paralizada; el brazo derecho,
pendiente sobre el respaldo, se le había "dormido", volviéndosele anestésico y parético, y
cuando lo observó, los dedos se mudaron en pequeñas serpientes rematadas en calaveras
(las uñas). Probablemente hizo intentos por ahuyentar a la serpiente con la mano derecha
paralizada, y por esa vía su anestesia y parálisis entró en asociación con la alucinación de la
serpiente. Cuando ésta hubo desaparecido, quiso en su angustia rezar, pero se le denegó
toda lengua, no pudo hablar en ninguna, hasta que por fin dio con un verso infantil en inglés
y entonces pudo seguir pensando y orar en esa lengua” (A. E. 2:62). Tras estas
reconstrucciones, la gravedad de los síntomas cedía. Luego podían surgir otros, hasta que se
realizaba el mismo tipo de cura y demás. En el período que pasaba hasta que se lograba
encontrar el recuerdo (hecho que al ser hablado con el terapeuta producía la mejoría), podía
haber un cierto reagravamiento de los síntomas, “estos entraban en la conversación”. Esta
talentosa paciente se curó, al cabo de dos años de tratamiento, de su psicosis histérica y de
todos los síntomas neuróticos que la acompañaban. A ella se debe el acertado nombre de
“talking cure” (cura de conversación) y el humorístico de “chimney-sweeping” (limpieza de
chimenea) para la tarea realizada por Breuer. En el historial los síntomas que surgían en la
condición segunda se comparan con los mecanismos del sueño. Además se habla del soñar
despierto o fantaseo diurno habitual de esta paciente como predisponente de la histeria y
generador de síntomas. La paciente llamaba a su fantaseo su “teatro privado”. Dice Breuer:
“Yo acudía al anochecer, cuando la sabía dentro de su hipnosis, y le quitaba todo el acopio
de fantasmas (Phantasme) que ella había acumulado desde mi última visita. Esto debía ser
exhaustivo si se quería obtener éxito. Entonces ella quedaba completamente tranquila, y, al
día siguiente, amable, dócil, laboriosa, hasta alegre” (A. E. 2:54-5) pero luego volvía al
estado anterior, insistentemente. También son mencionadas en este historial como
disparador de la “condición segunda” y aparición consecuente de los síntomas, las
asociaciones por analogía o contigüidad. Además se exponen otros múltiples síntomas e
interpretaciones teóricas dignas de ser reconsideradas y profundizadas. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano].
Aporte de Ricardo Bruno

“Joseph Breuer era un eminente médico vienés con el cual Freud trabó una estrecha amistad
en el Instituto de Brücke. El tratamiento de “Ana O” (y de manera específica su
comunicación a Freud de los detalles del caso) fue uno de los factores que llevaron al
desarrollo del psicoanálisis.
Breuer trató a “Ana O”. (Bertha Pappenheim) desde diciembre de 1880 a junio de 1882. La
paciente era una inteligente chica de 21 años que había desarrollado un conjunto de
síntomas histéricos en asociación con la enfermedad de su padre, al cual quería
apasionadamente. Estos síntomas comprendían parálisis de las piernas, contracturas,
anestesias, alteraciones de la visión y del habla, incapacidad para ingerir alimento y una tos
dolorosa de origen nervioso. Más adelante, su enfermedad se caracterizó por dos fases
distintas de conciencia. Durante una, ella era normal, durante la segunda, adquiría otra
personalidad. La transición entre estos estados de conciencia fue efectuada por auto-
hipnosis, que Breuer suplementó luego con hipnosis artificial. Anna había compartido con su
madre los deberes de cuidar a su padre hasta su muerte. Durante sus estados alterados de
conciencia podía relatar las vívidas fantasías e intensas emociones que había experimentado
cuando atendía a su padre, y ante el gran asombro de la paciente (y de Breuer) sus
síntomas podían hacerse desaparecer si lograba recordar con una expresión asociada de
afecto, las escenas de circunstancias en que habían aparecido. Cuando se dio cuenta del
valor de esta “cura de habla”, Anna empezó a ocuparse de cada uno de sus múltiples
síntomas, uno después de otro.
En el curso del tratamiento, Breuer se había ido preocupándose cada vez más por esta
paciente insólita, y su esposa se había ofendido y puesto progresivamente celosa. Cuando se
dio cuenta de esto, Breuer terminó bruscamente el tratamiento. Sin embargo al cabo de
unas pocas horas fue llamado urgentemente al lado de Anna. Encontró a la paciente, que
creía que estaba muy mejorada, en un estado de excitación aguda. Anna que nunca había
aludido al tema prohibido del sexo en el curso del tratamiento, estaba experimentado un
parto histérico (seudociesis) y el final lógico del embarazo fantasma que había desarrollado
en respuesta a los esfuerzos terapéuticos de Breuer, el desarrollo del cual éste desconocía
completamente. Breuer intentó calmarla mediante hipnosis. Sin embargo, la experiencia lo
acobardó y, en consecuencia, tuvo que restringir posteriormente su participación en las
investigaciones de Freud sobre el desconocido y, por tanto, impredecible y peligroso juego
de la mente” (página 69).
Kaplan H y Sadock B (1992) Compendio de psiquiatría. México: Salvat. 2ª edición.

Analogía
José Luis Valls

[freud.] Una de las leyes de la asociación, junto a la contigüidad*, la oposición* y la causa-


efecto. Ha sido descrita desde Aristóteles, pero tomó impulso con la escuela asociacionista de
la psicología, que explicaba todos los fenómenos psíquicos como formas de asociación* sin
nada que las rigiera más que la forma de asociación en sí. Esta escuela tuvo cierto
predicamento entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Entre sus miembros más
destacados figura John Stuart Mill, a quien Freud tradujo y a quien cita en su trabajo sobre
La concepción de las afasias (1891) (escrito en el que, entre otras cosas, expone ideas muy
interesantes sobre las representaciones-cosa* y representaciones-palabra*). Freud no
abrazó esta filosofía, aunque extrajo de ella algunos conceptos que le fueron útiles para sus
propios razonamientos y descubrimientos. Él concibe un psiquismo compuesto por
representaciones* y energía (libidinal básicamente). La energía que circula entre ellas
invistiéndolas (la energía adquiere el nombre de libido* en el momento que inviste a la
representación) en busca de la descarga. Las leyes por las cuales la libido pasa de la
investidura de una representación a otra, son las de la asociación. Una de ellas es la ley de
analogía*. El proceso primario* aprovecha las analogías para producir identidades más
fácilmente. Cuando hay un yo* con un proceso secundario*, esto se modera. Dicho de otro
modo, la actividad de pensamiento* permite distinguir la contigüidad de la identidad (véase:
identidad de percepción e identidad de pensamiento), la analogía de la identidad y hasta la
oposición, aproximándose más a la causa-efecto. La asociación por analogía además será la
principal generadora de los símbolos universales*, previos o probablemente simultáneos a la
aparición del lenguaje* (en la humanidad) y luego olvidados y pertenecientes al
inconsciente*. Símbolos que reaparecen en los sueños*, en los mitos* de los pueblos e
incluso en algunos síntomas* neuróticos. El mecanismo de la represión*, realizado por la
parte inconsciente del yo, elige su formación sustitutiva*, también por leyes analógicas (o
por contigüidad) con la representación reprimida, de manera que el parecido pueda escapar
a la consciencia*. El parecido o analogía se produce sobre una de las cualidades de la
representación. Al confundirse el atributo con el todo, la identidad lograda es aparentemente
total cuando en realidad es parcial. El proceso de discriminación tendrá que hacerlo el yo con
su proceso secundario, distinguiendo entre analogía e identidad, entre el atributo y la cosa*.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia
José Luis Valls

[freud.] Afecto*, o estado afectivo displacentero particular, que va acompañado de un tipo


de proceso de descarga corporal también típico, y la percepción* de este proceso de
descarga. El proceso corporal consiste predominantemente en hiperpnea, taquicardia,
aumento de la sudoración y secreciones en general. El modelo de la respuesta corporal es
tomado por un lado del primer tipo de reacción de la cría humana ante el trauma* del
nacimiento -trauma producido esencialmente, y entre otras cosas, por el aumento tremendo
de la cantidad de excitación* corporal que se produce al pasar de la oxigenación
onfalomesentérica a la respiración pulmonar- por otro lado es un relicto de lo que otrora, en
la prehistoria de la humanidad, fueran acciones acordes a un fin y ahora permanecen
simplemente como alteraciones internas*, expresiones afectivas. El bebé al nacer expresa la
alteración interna (expresión de emociones, grito, inervación vascular); esta forma de
respuesta es adecuada al principio ya que así el cuerpo recibe la oxigenación necesitada.
Pero después será adoptada por el yo* como el prototipo de la reacción contra el peligro. La
primera reacción en la vida posterior frente a una situación de peligro*, interior o exterior,
consistirá en la angustia. En algunos momentos de su obra -manuscritos a Fliess, los
trabajos sobre la neurosis de angustia- Freud considera otro modelo de la angustia: las
reacciones producidas durante el acto sexual. Ambos se complementan. El modelo de
reacción frente al peligro está más cercano en general al concepto de señal y el de
acumulación tóxica a la homologación con la excitación sexual. La angustia es el afecto
displacentero por excelencia y es la moneda común a la que remiten los otros afectos
displacenteros. El yo no quiere sentirla. Se defiende de ella. Así surgen las neurosis* [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia, teoría de la
José Luis Valls

[freud.] Suele decirse que Freud postuló dos teorías de la angustia*. Sin embargo
seguiremos la hipótesis de que hay una sola que se va complejizando a medida que se
profundiza el conocimiento del funcionamiento mental. En el fondo la angustia es una y la
misma, lo que puede variar son los motivos que la ocasionen o las diferentes explicaciones
que tengamos sobre ella. En sus trabajos sobre la neurosis de angustia*, la explica como
producto de la acumulación de tensión sexual somática (cantidad de excitación* no
transformada en libido*, en deseo* sexual, al no estar unida a representaciones*). Cuando
por alguna causa no psíquica (la causa no es la represión* de las representaciones psíquicas,
sino un efecto mecánico actual producido en el hecho mismo de la acción sexual, por
ejemplo: una incorrecta relación sexual, o una relación sexual insatisfactoria) se produce una
inadecuada descarga sexual, la cantidad de excitación acumulada, sin ligadura psíquica,
deviene automáticamente en angustia. Esta teoría implica la concepción de que no toda
acción va unida a representaciones, o tiene un correlato psíquico; o si así lo fuera, de que
cada acción tiene también un correlato mecánico ajeno a lo psíquico (en el sentido de
representación), o corre paralelamente a él por otra vía produciendo efectos corporales y,
por este lado, genera afectos* (angustia automática*). Estas sensaciones displacenteras, en
algunos casos muy intensas y en otros compuestas casi únicamente por afecciones
corporales, son percibidas por el polo percepción consciencia* (PCc.) donde adquieren
cualidad* displacer*, por lo que el yo* en segunda instancia busca encontrarle ligadura con
representaciones-palabra* preconscientes* y darle cualidad representacional, cosa que
difícilmente consigue. La conclusión es que la cantidad de excitación acumulada es percibida
automáticamente por el aparato perceptual* como angustia. Esta base teórica influirá hasta
1925 en la teoría de la represión y junto con ella, en la teoría de la angustia de la primera
tópica. En ese período, Freud dice que la represión genera la angustia, en tanto separa la
representación de su investidura, que se transforma en afecto y principalmente en angustia.
Al ir profundizando su conocimiento del yo y luego de describir su segunda tópica o teoría
estructural en 1923 en El yo y el ello, interrelacionará la explicación de la formación de los
síntomas* neuróticos con la de los mecanismos de defensa* contra la angustia, además de
diferenciar y vincular la angustia ante las pulsiones* con la angustia ante los peligros
exteriores. Entonces se enhebrarán todas estas teorías contradictorias hasta ese momento.
La síntesis brillante se expone en Inhibición, síntoma y angustia (1925). Mantiene la
primitiva explicación: “Vemos ahora que no necesitamos desvalorizar nuestras elucidaciones
anteriores, sino meramente ponerlas en conexión con las intelecciones más recientes” (A. E.
20: 133); sirve aún para explicar las neurosis actuales* o el factor actual neurótico de toda
psiconeurosis, incluso la angustia automática en el brote esquizofrénico, a lo que se podrían
agregar neurosis traumáticas* y alguna patología psicosomática. La acumulación de cantidad
de excitación explica el trauma* del nacimiento y aquella es la máxima sensación de
desvalimiento* temida. Ella, prácticamente, es la que se vuelve a producir cuando la
angustia automática es síntoma*. Para defenderse el yo va generando mediaciones, gracias
a las cuales va a poder dominar al ello*. El yo será “el almácigo de la angustia”. La cultivará
en él transformándola en señal y la insinuará a la pulsión proveniente del ello y a la parte
inconsciente del yo para que el mecanismo defensivo yoico, guiado por el principio de
placer*, reprima a la pulsión y se evite entonces el displacer al que podría conducir su
satisfacción. Este tipo de angustia es angustia señal*, es una señal que utiliza el yo para
manejar a la pulsión y reprimirla, para que no se descargue. Es la angustia señal la que
genera entonces la represión y no a la inversa. A esta angustia no se necesita explicarla
tampoco por acumulación cuantitativa, es una tramitación, un recuerdo* de lo que podría
pasar si.... que consigue que la pulsión retroceda y el proceso no siga adelante (cuando la
represión tiene éxito, obviamente, pues cuando falla resurge la angustia automática, que sí
requiere explicación económica). La angustia señal nace en íntima vinculación con la
realidad*, pues se basa en hechos reales o vividos como reales (véase: verdad histórica) en
determinados momentos de la vida, como lo son la pérdida del objeto, la amenaza de
castración o de pérdida de amor. Podemos decir que la angustia de castración* va a ser el
prototipo de las angustias señales y a ella van a remitir las otras angustias como la de
pérdida de objeto*, la de pérdida de amor*, la angustia ante el superyó* y la angustia
social*. Como ya vimos, todas estas angustias señales pueden fallar -por alguna causa
psíquica (esquizofrenia*), o no psíquica (neurosis actuales)- y entonces el aparato psíquico
es invadido por la cantidad de excitación y, por lo tanto, la angustia automática ocupa el
panorama. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia ante el Superyó


José Luis Valls

[freud.] Tipo de angustia señal* sentida por el yo*, debido al hecho de que éste produce
mecanismos defensivos frente a la moción pulsional, ante la amenaza de castigo recibida
desde el superyó*, cuando existe el peligro del avance pulsional proveniente desde el ello*.
Implica la formación del superyó, entonces, producida merced a la introyección de la figura
de los padres (principalmente el padre), corno identificaciones secundarias* prohibidoras y
castigadoras de la satisfacción pulsional. Así los sentía el sujeto en su infancia. Después del
hundimiento del complejo de Edipo* devinieron en identificaciones*. La sola presencia del
deseo* Inc. investido es pasible de sanción para el superyó. Esto refuerza, por un lado, la
necesidad de su desconocimiento con la utilización de los mecanismos de defensa* del yo,
los que producen el desconocimiento del deseo, de todas maneras insuficiente para el yo, ya
que al tener el superyó una parte inconsciente*, capta al deseo Inc. pulsional in statu
nascendi, produciendo el yo de todas maneras la señal de angustia, que luego toma el matiz
del sentimiento de culpa*. La angustia* ante el superyó remite a la angustia de castración*
en el varón y a la angustia de pérdida del amor* del objeto* en la mujer, que eran las
angustias más temidas durante el período del complejo de Edipo, cuyo sepultamiento* y
represión* originó la formación del superyó. Para evitar la angustia ante el superyó, también
se generan entonces mecanismos de defensa. Este tipo de angustia señal es el que
predomina en la neurosis obsesiva*, en la que son típicos el aislamiento* y la anulación de lo
acontecido*. En las fases más tardías de la neurosis obsesiva la angustia coincide con el
sentimiento de culpa, culpa del yo ante el superyó, independiente de los hechos de la
realidad* (por ejemplo las leyes sociales). Obviamente la angustia ante el superyó también
pareciera ser típica de la melancolía* aunque en esta afección el superyó ha tomado el poder
sobre el yo y lo castiga sin piedad. La angustia ante el superyó puede aparecer en los
tratamientos psicoanalíticos con la forma de angustia de muerte* o ante el destino
(representantes del castigo del superyó). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia automática
José Luis Valls

[freud.] Angustia* producida por la presencia en el aparato psíquico* de una hipercantidad


de excitación libidinal. Es como una repetición del trauma* del nacimiento, tal es la
indefensión o desvalimiento* del psiquismo ante la tensión de necesidad. Tiene diferentes
causas: es la única existente en las neurosis actuales*, como expresión de un monto de
excitación no ligado por el aparato psíquico; o como expresión neurótica actual de toda
neurosis de transferencia* en lo que concierne a la porción de excitación no ligada a
representaciones*. También aparece cuando, por alguna causa, la angustia señal* utilizada
por el yo* falla o los mecanismos de defensa* no han funcionado ante la angustia señal,
siendo arrasado el yo por la excitación, generando así ataques de angustia en las neurosis
históricas o transferenciales. En la psicosis* esquizofrénica, dados la grave alteración del yo
y el retiro de la investidura de las representaciones-cosa* Inc. con la pérdida del deseo*
objetal consiguiente, la cantidad de excitación* queda sin posibilidad de ser ligada y se
expresa automáticamente como angustia o, mejor dicho, como angustia automática. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia de castración
José Luis Valls

[freud.] Angustia* sentida por el niño varón cuando comprende la diferencia de los sexos en
términos de fálico-castrado. En este período (fálico) el niño comprende el genital femenino
confundiéndolo con la falta del masculino, merced a un juicio* basado en la percepción* (que
lo es de una falta), el que le acarrea la angustia realista* de que sea una posibilidad cierta el
que ese peligro le pueda ocurrir a él. A posterior¡* deviene en la angustia señal* por
excelencia (posteriormente al hundimiento o represión* del complejo de Edipo* e
instauración del superyó* en el aparato psíquico*). La angustia de castración aparece,
entonces, en la cumbre del complejo de Edipo y es generadora de las neurosis infantiles (el
pequeño Hans, el “hombre de los lobos”*), generalmente zoofobias*, relictos del
totemismo*; luego va tomando las características del símbolo mnémico* que cultiva en su
“almácigo” el yo* para producir sus mecanismos de defensa* ante lo que siente como el
peligro pulsional. La angustia de castración es también un nivel de angustia señal, más alto
en su complejidad que la angustia de pérdida de objeto*. Se la siente básicamente ante el
padre, rival edípico, y es resultado, en la hipótesis filogenética freudiana, de que en las
épocas de la horda primitiva*, éste castraba a sus hijos para poder poseer a todas las
mujeres de la horda, En Inhibición, síntoma y angustia (1925) dice Freud que la angustia de
castración remite a la angustia de pérdida de objeto, pues la posesión del pene sería la
condición para, en este nivel, poder tener* a éste. El reconocimiento definitivo de la diferen-
ciación sexual, con toda su conflictiva a cuestas, trae mayor complejidad al vínculo con el
objeto*. La carencia objetal remite, en última instancia, al peligro de volver a caer en la
tensión de necesidad, la angustia automática*. La angustia de castración sería una angustia
señal que llevará al yo a hacer efectivos, automáticamente, sus mecanismos de defensa,
generando así nuevas mediaciones que lo alejen de ese peligro. En el adulto la angustia de
castración es reemplazada por lo general por la angustia ante el superyó* y la angustia
social*, cuyo sustrato es en el fondo. Pero esas angustias implican un grado aún mayor de
mediación y complejidad. La angustia de castración será factor principalísimo en la creación
de síntomas neuróticos, en las así llamadas neurosis históricas o de transferencia*,
principalmente la histeria de angustia* y sus fobias*. Es interesante acotar que el yo
realidad definitivo* culmina su constitución en el período fálico, cuando el falo haciendo caer
bajo su supremacía al resto de las zonas erógenas* les da una unidad, la que va a ser
llamada yo. Esto es otra muestra de la importancia de la angustia de castración en la
constitución del aparato psíquico masculino (mayor imperativo categórico, mayor
dramaticidad en la formación del superyó, la que a su vez es más temprana, termina con el
complejo de Edipo y no en la pubertad, como en el caso femenino). Por lo demás, esta
angustia es realista en el niño durante el complejo de Edipo, luego deviene en angustia señal
cultivada por el yo y usada como símbolo mnémico ante las pulsiones* que pretenden
retornar desde lo reprimido* y satisfacer la sexualidad infantil* reprimida primariamente, y
de las cuales el yo se defiende con sus represiones secundarias* o mecanismos de defensa.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia de muerte
José Luis Valls

[freud.] Tipo de angustia realista* preconsciente*, que resulta una forma de elaboración
secundaria* de la angustia ante el superyó* inconsciente* (por ejemplo: como angustia*
ante el destino), y en ocasiones la angustia de castración*, también inconsciente (por
ejemplo: angustia ante los accidentes, enfermedades venéreas, etcétera). No hay
representación-cosa* inconsciente de la muerte propia, pues no pudo haber vivencia de ella.
Las representaciones* surgen de las vivencias, son huellas de éstas en última instancia. Para
tener una noción de la muerte propia e incluso de la ajena, hay que poseer representación-
palabra* que permita pensarlas preconsciente o conscientemente. A partir de ahí, entonces,
se vinculan la muerte ajena con la propia, pero apenas si se tienen teorías, fantasías y
representaciones exteriores básicamente creadas merced a las palabras (“el frío de los
sepulcros”) hablando de la muerte y no una representación cabal o vívida de lo que es. Por lo
tanto, la angustia de muerte resulta una elaboración preconsciente de la angustia. La
angustia señal* se produce ante el peligro. El peligro real durante el complejo de Edipo* es
la--- castración; antes lo había sido la pérdida del objeto, y después el castigo del superyó,
todos a su vez niveles de mediación ante la indefensión o desvalimiento* frente a la cantidad
de excitación* o tensión de necesidad, cuyo prototipo es el trauma* del nacimiento. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia de pérdida de amor


José Luis Valls

[freud.] Tipo de angustia señal* percibida principalmente por la niña al entrar en el período
fálico, por lo tanto, en el complejo de castración*. Al comprender la diferencia de su cuerpo
con el del niño, en fin, con lo que ella entiende como niño no castrado, comprende ésta como
si a ella le faltara el genital y no como sexo femenino (proceso al que deberá llegar
trabajosamente el yo*, tras un esfuerzo de actividad de pensamiento* complejo y al que
arribará en la pubertad, en el mejor de los casos). Por lo tanto, en la época de este crucial
descubrimiento, sucumbe a la envidia del pene*. Se agrega a la diferencia anatómica el
hecho de que aparece una desigualdad con respecto al niño en la constitución del yo, dado
que el falo no tendría en este caso la suficiente primacía (véase: primacía fálica) sobre el
resto de las zonas erógenas* (el falo es el clítoris en todo caso, de ahí la envidia). Lo que en
el período del complejo de castración en la niña es entendido como falta de genital,
paulatinamente es reemplazado por el cuerpo erógeno todo, y la vagina en particular
(pensemos en lo difuso y generalizado del orgasmo femenino). Por eso el narcisismo* de la
mujer no se constituye de un principio como “amor propio” sino que predomina en ella una
necesidad* de ser amada, lo que la hace más dependiente del objeto*. También esto puede
ser otro elemento que puede ayudar al hecho de que algunas mujeres constituyan su yo más
como objeto que como sujeto. En el período del complejo de castración, en la niña la
necesidad de ser amada (en un principio por la madre) se hace extrema; de ahí lo intenso de
la angustia de la pérdida de su amor. Posteriormente viene, por lo común, un tiempo en el
que culpa a la madre por su minusvalía, rompe con ella, y pasa a querer poseer un hijo,
símbolo del pene anhelado (a este pasaje se lo llama ecuación simbólica). Por este camino
conducente a su feminidad, encontrará al padre como objeto y pasará a sentir angustia ante
la pérdida de amor de éste, de quien ahora espera su hijo-pene. Más tarde, en la
adolescencia, hará su elección definitiva de objeto* exogámico*, elección que llevará incluida
la historia con sus objetos primarios y las angustias* correspondientes. El superyó*
femenino tarda más que el masculino en constituirse, asimismo es menos drástica su forma
de estructuración. La angustia de la pérdida de amor femenina se prolonga más en el tiempo
y probablemente esto influya incluso en la generación de diferencias respecto de las
angustias posteriores, frente al superyó* y la angustia social*. La angustia de pérdida de
amor “[...] desempeña en la histeria un papel semejante a la amenaza de castración en las.
fobias, y a la angustia frente al superyó en la neurosis obsesiva” (1925, A. E. 20:135), lo que
seguramente tiene alguna relación con que la histeria sea predominantemente femenina.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia de pérdida de objeto


José Luis Valls

[freud.] Angustia* sentida por el bebé cuando en su camino de salida del yo placer
purificado* (en el que el objeto* en la medida en que producía placer* era considerado yo*)
va reconociendo poco a poco a la madre como objeto de placer, como no-yo, por lo que pasa
a ser deseada (recordemos que en el yo placer se reconocía como no-yo todo lo odiado).
Comienza a pasar de la categoría ser*, a la categoría tener*, por lo tanto, a la posibilidad de
no tener; esta posibilidad generará angustia pues la presencia del objeto se ha mostrado
importantísima, hasta imprescindible, para no ser invadido por la tensión de necesidad*, la
cantidad de excitación*, en otras palabras, la angustia automática* del trauma* del
nacimiento. Esta angustia de pérdida de objeto es la primera angustia que actúa como señal,
generadora de mecanismos de defensa* del yo, inconscientes algunos, y de formas de
defensa que aunque no se las pueda considerar mecanismos quizá sean las más eficientes
que pueda tener el yo. Fruto de este tipo de angustia, irán surgiendo entonces los juegos
infantiles, el lenguaje*, etcétera, que harán las veces del objeto de placer al que, de esta
manera, se podrá tener. La angustia de pérdida de objeto se expresa en la clínica
básicamente como angustia ante la soledad, la oscuridad, la presencia de extraños, etcétera.
De todas maneras, también esta angustia tiene como trasfondo a la angustia de castración*.
La angustia de pérdida de objeto consiste en una señal que es producida en ínfima cantidad
por el yo, lo que hace que automáticamente y en forma inconsciente surja el mecanismo de
defensa que originará una formación sustitutiva*, una transacción, la que producirá el efecto
buscado de inconscientizar a la pulsión*, y en este sentido será eficaz. Esta forma de
angustia no necesita explicación económica, es producida por el yo (como todas las
angustias señales*) con ínfimas cantidades y basándose en el recuerdo*, la representación*
peligrosa. El resultado del mecanismo defensivo puede ser la generación de síntomas*,
rasgos de carácter*, etcétera. En el adulto se puede producir por regresión* yoica, pues es
más primitiva (la distinción yo-objeto de placer, en el período infantil en que este tipo de
angustia predomina, es menos clara) que la angustia de castración, la angustia ante el
superyó* y la angustia social*, aunque se pueden mezclar y ser difíciles de distinguir. Es el
tipo de angustia predominante en los mecanismos defensivos (desmentida*) de la amencia
de Meynert*. Si por alguna causa los mecanismos defensivos yoicos fallan, puede devenir el
ataque de angustia y producirse la angustia automática, la cual sí tiene explicación
económica, pues es producida por la cantidad de excitación, o lo que es lo mismo, la invasión
de la tensión de necesidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Angustia neurótica
José Luis Valls

[freud.] A diferencia de la angustia realista*, esta angustia* no se siente frente a la


percepción* de un peligro exterior sino frente a uno interno, aunque éste sea inconsciente*,
o mejor, a pesar de que el yo* lo desconozca. Es la angustia del yo frente a sus pulsiones*,
mejor dicho frente al peligro exterior que paulatinamente las pulsiones implican a medida
que se distingue al yo del objeto* de placer* (la pérdida, la castración), su satisfacción o el
deseo* de su satisfacción. En el niño, durante el período del complejo de Edipo*, la angustia
de castración* es realista, luego, en el adulto, es una señal recordatoria de aquella angustia;
pasa así a convertirse en angustia generadora en el yo de mecanismos de defensa*, los que
cuando fallan pueden ser origen de síntomas*. Entonces angustia neurótica es, a la vez,
producto de neurosis y generadora de neurosis. Otro capítulo es el de las neurosis actuales*
en que la angustia no está ligada a representaciones*, expresión automática de la cantidad
de excitación*. En la esquizofrenia*, la angustia se explica como en las neurosis actuales
pero las causas son diferentes. En este padecimiento psicótico narcisista, el arrasamiento del
aparato psíquico por la cantidad de excitación que se produce ante la desinvestidura* de sus
representaciones-cosa* Inc., deja a la cantidad de excitación sin ligadura, o con una ligadura
endeble porque la representación-palabra* no está sustentada por la representación-cosa,
ahora desinvestida o proyectada* (como, por ejemplo en los delirios* paranoides). [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

Angustia realista
José Luis Valls

[freud.] Estado afectivo displacentero particular que se siente frente a la percepción* de un


peligro exterior. Se asimila al miedo, afecto* que queda después de la vivencia de dolor*.
Dice Freud: “[...] la angustia realista aparece como algo muy racional y comprensible. De
ella diremos que es una reacción frente a la percepción de un peligro exterior, es decir, de un
daño esperado, previsto; va unida al reflejo de la huida, y es lícito ver en ella una
manifestación de la pulsión de autoconservación” (1917, A. E. 14:358). Renglones más abajo
pone en tela de juicio la adecuación de la respuesta angustia* ante el peligro, diciendo que la
respuesta adecuada sería enfrentarlo o huir. Entonces la angustia realista es adecuada si es
una simple señal que permite al yo* encontrar la acción adecuada, si la angustia por el
contrario paraliza al yo, éste pierde la posibilidad de autoconservarse. En Inhibición, síntoma
y angustia (1925) incluye como angustias realistas, las angustias sentidas por el niño en su
proceso de reconocimiento del objeto* como fuente de placer*: como son la angustia de
pérdida de objeto* y la angustia de castración*. Son angustias realistas desde que (en esa
época) el peligro proviene del exterior. Dejan de ser realistas cuando son usadas a
posteriori* por el yo, como señales basadas en recuerdos* para generar los mecanismos de
defensa* contra las pulsiones* provenientes del interior del cuerpo. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Angustia señal
José Luis Valls

[freud.] Señal producida y sentida por el yo*, el que la utiliza para lograr dominar a la
pulsión*. Esto lo hace mediante los mecanismos de defensa* ante ella. Utiliza para ello el
principio de placer* en contra de la satisfacción pulsional, paradójicamente, pues tras la
instalación de la represión primaria* la posibilidad de la satisfacción pulsional le generaría
displacer* (angustia*) al yo. Al enviar el ello* una investidura de deseo* pulsional Inc. (o lo
que es lo mismo, una representación-cosa* investida buscando representación-palabra* para
poder ser conocida por la consciencia* perteneciente al yo), el yo puede no aceptarla como
propia produciendo la angustia señal, para lo que utiliza el recuerdo* de momentos de
angustia que fueron reales en la infancia, por ejemplo: la visualización del genital femenino
en el caso de la angustia de castración*. La angustia señal está basada, entonces, en la
experiencia. Éste es el caso de la angustia de pérdida de objeto* cuando el bebé comienza a
reconocer al objeto* como tal. También el de la angustia de castración que surge en la etapa
fálica del varón, cuya contrapartida en la mujer es la angustia de la pérdida de amor* del
objeto. En el adulto no neurótico (a excepción del neurótico obsesivo en el que predomina la
angustia ante el superyó*, pero como amenaza de castigo inconsciente) las angustias
señales suelen ser las que se producen ante el superyó* y la angustia social*. La angustia
señal es para el yo un recurso sumamente eficaz para dominar a la pulsión, si bien muchas
veces costosísimo, los daños en su estructura son un efecto no buscado (por lo menos
dentro del principio de placer) que no puede atribuirse a la angustia señal sino a los
mecanismos defensivos que produce el yo gracias a ella. Así y todo es de subrayar la eficacia
defensiva; ante la señal automáticamente se desinviste* la representación* (de palabra o de
cosa según el caso, lo que también va a indicar niveles de gravedad en la patología o
alteración del yo) y la pulsión, “desactivada”, pierde su eficacia. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Anulación de lo acontecido
José Luis Valls

[freud.] Mecanismo de defensa* o forma de la represión secundaria* por la cual, utilizando el


pensamiento* mágico, se hace “desaparecer” algo sucedido, en la mayoría de los casos
realizado o fantaseado previamente por el mismo sujeto. La anulación de lo acontecido es un
mecanismo yoico inconsciente* típico de la neurosis obsesiva* y produce en general los
llamados “síntomas* en dos actos”, donde el segundo cancela al primero como si nada
hubiera ocurrido. También es generador de ceremoniales obsesivos*. Ambos actos son
compulsivos, a pesar de que el yo* del sujeto intenta explicarlos con racionalizaciones*. La
representación-cosa* de la pulsión* del ello* prohibida por el superyó*, recibe investidura
preconsciente* de palabra (aunque ligeramente desplazada* de la original, disfrazada) a
pesar de no haber sido nunca aceptada como propia por el yo. Tenemos entonces una
representación de deseo* preconsciente, aunque no aceptada como propia por el yo, al que
se le impone como pensamiento compulsivo, incluso puede llegar a acción compulsiva
(véase: compulsión). Ésta es la transacción a la que llega el yo con la pulsión al sentir la
angustia señal* frente al superyó. Como para justificarse ante éste debe realizar el segundo
acto, en el que consiste estrictamente la anulación; utilizando la magia*, el yo consigue
hacer “desaparecer” el hecho realizado, o la fantasía* no actuada, como si nada hubiera
sucedido. La anulación de lo acontecido es generadora de múltiples síntomas de la neurosis
obsesiva: a) los síntomas de dos tiempos: lavarse y ensuciarse las manos, abrir y cerrar las
llaves del gas (el famoso sacar y poner la piedra del “Hombre de las ratas”), etcétera, y b)
los síntomas de un solo tiempo, un solo tiempo de acción, cuando el “primero” se ha
quedado en fantasía. (Este último caso es el trasfondo de muchos ceremoniales obsesivos.)
El síntoma en dos tiempos es expresión a su vez de la ambivalencia* afectiva, la expresión
del amor*-odio* en dos momentos diferentes. Esta técnica cumple además un papel
destacado en las prácticas de los encantamientos, en los mitos* de los pueblos y los
ceremoniales religiosos, pues es tributaria de la primitiva actitud animista hacia el mundo
circundante. Podemos decir que la anulación tiene relativamente poco ,éxito en reprimir a la
pulsión, la que, especialmente en los síntomas de dos tiempos, puede llegar a la acción más
o menos simbolizada, aunque luego sea anulada. Además, suele necesitar extenderse a la
manera del parapeto fóbico*. En todo este lapso, hasta que se consigue la anulación, la
angustia* se hace presente. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Añoranza, investidura de
José Luis Valls

[freud.] Intensa investidura de la libido* objetal que se produce ante la realidad* irreparable
de una pérdida de objeto*. La añoranza es por la sobreinvestidura que al no poder
satisfacerse, no tiene posibilidad de salida, produciendo el dolor* psíquico durante el proceso
de duelo*. En el caso del dolor* físico hay para Freud una cantidad de excitación*
proveniente de las “masas en movimiento” del mundo exterior (Proyecto de psicología,
1950a [1895]) que penetró en el cuerpo por una solución de continuidad de su superficie.
También puede ser por una enfermedad de alguno de sus órganos, a la que se agrega un
monto de libido narcisista que se agolpa en el órgano dolorido (1925). Algo análogo ocurre
en el caso del dolor psíquico. Hay un agolpamiento muy intenso, pero ahora es de libido
objetal, investidura de añoranza. La realidad muestra que el deseo* del objeto perdido no se
satisfará nunca más como otrora, con lo que aquel se intensifica y choca ante la
imposibilidad real, situación que se repite en cada ocasión que remeda al objeto perdido. El
proceso de duelo consiste precisamente en el ir despegando de la realidad la investidura de
añoranza. Este proceso se podrá realizar en tanto la investidura predominante haya sido de
libido objetal, pues si la elección de objeto* previa fuera predominantemente narcisista* se
producirá seguramente retracción libidinal*, la que volverá al yo*, como en el caso de la
melancolía*. En esta última, el sentimiento de culpa* del yo ocupa el lugar de la añoranza
por el objeto. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Aparato psíquico
José Luis Valls

[freud.] Modelo para representar el funcionamiento psíquico. Probablemente Freud lo tomó


del materialismo mecanicista de fines del siglo pasado, principalmente a través de la escuela
de Helmholtz, también siguiendo el modelo anatómico y fisiológico (aparato circulatorio,
aparato respiratorio, etcétera). Al llevarlo hasta sus últimas consecuencias, muy rápidamente
lo deslindó de localizaciones anatómicas o neurofisioquímicas, sin por eso dejar de pensar
que de alguna manera éstas existieran, más bien lo enfocó desde otra óptica. Su terreno fue
la psicología, generando una nueva manera de entenderla. Si bien el modelo es mecanicista
predomina en la explicación de su funcionamiento la dinámica psíquica, su funcionalidad y su
sistematización. Está constituido por un intrincado mecanismo con distintos elementos que
se acoplan u oponen entre sí. Este aparato psíquico se “construye” paulatinamente y se hace
más complejo a medida que se van teniendo nuevas experiencias. Su descripción
corresponde a la metapsicología freudiana; por lo tanto tiene un sentido tópico, uno
dinámico y uno económico. La teoría del aparato psíquico tiene, a lo largo de la obra
freudiana, desarrollos, confirmaciones, agregados, rectificaciones y/o cambios. En el
manuscrito Proyecto de psicología (1895) -publicado póstumamente en 1950, que forma
parte de su correspondencia con Fliess y es contemporáneo a otros intentos similares de la
época como el de Sigmund Freud y el mismo Breuer en la parte teórica de los Estudios sobre
la histeria (1893-95)- expone un aparato psíquico con cierta raigambre anatómico-
histológica, de la que en el transcurrir del texto paulatinamente va desprendiéndose. Habla
ahí de neuronas * que alojan a las representaciones* primero y paulatinamente aquellas van
deviniendo en éstas, lo que se hará explícito en el capítulo VII de La interpretación de los
sueños (1900). Se observa en el “Proyecto” una metodología de pensamiento sumamente
rigurosa, como la de un fisiólogo que pondrá bajo el microscopio a los temas psicológicos. Se
vislumbran en esta obra ideas que serán desarrolladas muchos años después, y su lectura se
torna imprescindible para poder entender razonamientos muy posteriores. Postula ahí un
aparato psíquico compuesto por neuronas y cantidad de excitación*, una cantidad a la que
no toleran, y toda la compleja defensa* que la red neuronal debe desarrollar, entonces, para
no estar a merced de ella. Hay neuronas fi, neuronas psi y neuronas omega . Las neuronas fi
están en contacto con el mundo exterior y reciben las grandes excitaciones provenientes de
éste a las que atenúan, por medio de filtros o pantallas defensivas; la excitación atraviesa
estas neuronas sin dejar rastros, los que pasan a quedar registrados en otras que son las
encargadas de la memoria: las neuronas psi. Por último, la cualidad* perceptual es
registrada por las neuronas omega, las que no registran las cantidades, sino la temporalidad
de sus movimientos, el período*. El aparato psíquico se constituye en íntima relación con el
vínculo objetal, pues se pone en movimiento después de las vivencias de satisfacción* y
dolor* vividas con el objeto*. Estas vivencias dejan huellas mnémicas* en él, principalmente
del objeto, que al unirse con las cantidades de excitación que provienen de las vías de
conducción corporales configurarán los deseos* objetales. Al nacer el deseo queda
inaugurado el principio de placer*. Se explica también en el “Proyecto” la actividad de pensa-
miento*, la defensa primaria, la defensa normal y patológica, y todo su esquema se hace
más complejo paulatinamente. También Freud habla aquí de un yo*, sede del proceso
secundario*, forma de inhibición* de la alucinación* (esta última propia del proceso
primario*), para lo que se necesita instaurar el principio de realidad*, que de esta forma se
genera. Cinco años después, en La interpretación de los sueños (1900), se separa
definitivamente del modelo anatómico pasando a hablar de tópica y lugares psíquicos
virtuales (imaginarios). El aparato psíquico que describe en el capítulo VII de esta obra es
completado en 1915 en su célebre “Metapsicología”. Tiene el arco reflejo como base
dinámica del esquema, el que posee a su vez una puerta de entrada y una de salida de la
cantidad de excitación (libidinal en general). La cantidad de excitación penetra por el polo
perceptual*, deviene por un lado en quantum de afecto* y es percibida como displacer* en
aquel, genera además una tendencia, que al irse ligando a representaciones, toma el nombre
de deseo. Tales representaciones son de dos tipos: representación-cosa* primero y
representación-palabra* después, cuando el sujeto aprende el lenguaje*. Gracias a las
representaciones-palabra la consciencia* conocerá a las representaciones-cosa y por lo tanto
podrá pensarlas y eventualmente conducir la libido* al polo motor*, donde debe terminar el
circuito con una acción específica* que descargue la pulsión* en la fuente. Descarga que
será, entonces, sentida por el polo perceptual como placer*. Todo esto ocurre en el caso de
ser la pulsión aceptada por el preconsciente*, o sea una vez superadas las censuras*. En
cuanto a las censuras existen tópicamente dos: la de represión*, situada en el límite entre el
Inc. y el Prec., es la que va formando el Inc. reprimido con las pulsiones de la sexualidad
infantil* que culminó en el complejo de Edipo* y cuyos retoños (o sea deseos análogos o
contiguos a los reprimidos e identificados por eso con ellos) son a su vez reprimidos, lo que
genera los síntomas* neuróticos, la angustia*, los sueños*, los actos fallidos* en general,
etcétera. La segunda censura es consciente y refuerza a la primera. Está basada en la
sustracción de la investidura de atención* Cc., y es la que el analista le pide al paciente que
suprima para cumplir con la “regla fundamental”* de la técnica psicoanalítica*. Resumiendo:
este nuevo esquema está compuesto por inconsciente*, preconsciente* y consciencia*. Al
Inc., sede de los deseos infantiles reprimidos por la represión primaria* (originalmente, en la
infancia), posteriormente se le van agregando los retoños análogos o contiguos, incluso
opuestos y por eso identificados con aquellos, por lo que pasan a ser reprimidos por la
represión secundaria* o represión propiamente dicha. Ambas características (primaria y
secundaria) corresponden a la represión, primera forma Inc. de censura que escinde al
aparato psíquico en un Inc. y un Prec. A ella se agrega como refuerzo, la segunda censura,
consciente. En el inconsciente (Inc.) hay representaciones-cosa. Entre ellas la energía* fluye
libremente (proceso primario) siguiendo las leyes de la asociación*, buscando identidades de
percepción* y utilizando condensaciones* y desplazamientos*, para ello. Es el tipo de
funcionamiento mental propio, pero no exclusivo, de los sueños. Escindido del inconsciente
merced a la represión está el preconsciente (Prec.), compuesto principalmente de
representaciones-palabra, las que entre otras funciones representan a las representaciones-
cosa ante la consciencia, lo que les da el nivel más alto de ligadura, con fuerte investidura y
débil desplazamiento, característica del proceso secundario, de la actividad de pensamiento,
gracias a la cual también busca la identidad con lo deseado, pero ahora la identidad de
pensamiento*. Las representaciones-palabra pertenecen al lenguaje, forma creada por el
género humano para que lleguen los deseos a la consciencia (circunscribiendo ésta, como
hace Freud, a un mero aparato perceptual*), para lo que ésta lo único que debe agregarle a
ellas es una investidura de atención. Por lo tanto si la palabra es el medio más idóneo para
conocer los deseos, también será el medio elegido por la represión para su propio objetivo,
que es el de desconocer. Utilizará las leyes de la asociación para reemplazar las
representaciones -palabra originales por otras contiguas o análogas y así conseguir sustraer
la investidura Prec. alas representaciones que ahora pasarán al Inc. reprimido, o “al estado
de represión”. Esta sustracción de investidura Prec. será uno de los mecanismos de la
represión secundaria o propiamente dicha, que junto a la atracción de la compulsión de
repetición* del Inc. y a la contrainvestidura* (éste a su vez único mecanismo de la represión
primaria), son los otros mecanismos que forman parte de aquella, también traducida como
“a posterior¡* de la represión”. La representación Prec. debe a su vez también vencer una
censura consciente para poder ser hablada, expresada y regida más firmemente todavía por
el proceso secundario, al tener la palabra emitida, incluso escrita, un efecto real, social, de
comunicación. Si no vence esta censura consciente, puede permanecer más en el terreno de
la fantasía* y acercarse a las representaciones mestizas entre Prec. e Inc. regidas por el
principio de placer, pero con palabras y con cierta lógica del proceso secundario. Estas
fantasías o sueños diurnos se pueden convertir rápidamente en retoños del Inc. y generar
síntomas neuróticos, sueños, etcétera. En el último artículo correspondiente a la
metapsicología de 1915 al hablar del duelo* y la melancolía* aparece el tema de la
identificación*, que reaparece poco después como uno de los mecanismos generadores de la
masa* en Psicología de las masas y análisis del yo (1921). En estas dos obras (Duelo y
melancolía y Psicología de las masas y análisis del yo) reaparece, desplegándose más, el
tema de la identificación y también el del yo, el que es constituido básicamente por aquella.
En la segunda obra lo hace a través de la conceptualización del líder de la masa, así como
del ideal del yo* como una parte del yo diferenciada de él. En 1920 expuso su segunda
teoría pulsional, tratando de explicar fenómenos repetitivos en la conducta de los pacientes,
que pareciera funcionan no regidos por el principio del placer, sino más allá de él. Todos
estos factores, más la observación clínica de la resistencia* inconsciente a la curación, van
haciendo que el objetivo terapéutico se amplíe en adelante y sea importante no sólo hacer
consciente lo reprimido, sino también lo represor. Esto último, a pesar de ser desconocido
por el paciente, no puede pertenecer sino al yo. Lo que lleva a replantearse o a complejizar
el aparato psíquico, que ya no alcanza para explicar todos estos fenómenos. Por lo pronto se
hace imprescindible la descripción del yo como estructura y el hecho de que una parte
importante de él sea inconsciente; por lo demás hay que dar cuenta del ideal del yo y de la
consciencia moral*, tan sobresaliente en algunos cuadros clínicos como la neurosis obsesiva*
y la melancolía. En El yo y el ello (1923) se expone entonces la segunda tópica o teoría
estructural. Ahora el aparato psíquico posee un ello* inconsciente, con la salvedad de que no
todo lo inconsciente está en el ello. En el ello están todas las pulsiones provenientes del
cuerpo con sus representaciones-cosa, además de las tendencias heredadas
filogenéticamente. Las representaciones-cosa reprimidas son solamente una parte del ello. El
yo surge en la periferia del ello, en el contacto de éste con la realidad*. Se forma
esencialmente de identificaciones con atributos de los objetos (primarias, esencialmente). El
yo es la sede principal de las representaciones-palabra y del proceso secundario. Se rige, en
su parte Prec., por el principio de realidad, realiza entonces el examen de la realidad*, es
también la sede del pensamiento el que posee, entre otras más, una función sintética, ésta
debe hallar una síntesis entre amos opuestos a los que sirve permanentemente: las
pulsiones, el superyó* y la realidad. En esta difícil tarea se puede resquebrajar y producir las
escisiones del yo*. Tiene, hasta cierto punto, el control de la acción. Hemos anticipado que
una parte del yo es Inc. Dicha parte lo provee, merced a la ayuda del principio de placer por
el que pasa a regirse (reprime o se defiende de las pulsiones, pues el poder sentir a éstas
como propias lo angustia), de recursos defensivos ante la angustia señal* que él mismo
cultiva en su “almácigo” y emite como aviso del peligro que podría acarrear la satisfacción de
las pulsiones provenientes del ello. Otra parte del yo se escinde de él, lo observa, se le
enfrenta, lo critica, vigila y castiga al yo, si éste no es como lo quiere el ideal. Esta parte,
esta tercera instancia (superyó-ideal del yo) tiene un triple origen. Es la experiencia
heredada de la especie que se repite de alguna manera (simbólicamente) en la experiencia
individual. En esta hipótesis filogenética Freud incorpora muchos de sus pensamientos acerca
del origen de la comunidad humana (parricidio, prohibición del incesto, alianza fraterna*,
totemismo*, etcétera). Además de heredado, el superyó-ideal del yo resulta de la
transformación, en el adulto, del narcisismo* infantil, para el cual era yo todo lo placentero
(básicamente, esta transformación corresponde al ideal del yo, la segunda parte de la
expresión compuesta, “superyó-ideal del yo”). Por último, el superyó es de nuevo heredero,
esta vez no de la especie, sino de la propia prehistoria del individuo, de su complejo de
Edipo. En él quedarán como precipitado las identificaciones secundarias* con los
progenitores, ocupando el puesto principal el padre omnipotente de la infancia y sus
sustitutos posteriores (maestros, guías espirituales, líderes de todo tipo). Se constituye así la
consciencia moral. Podríamos decir que el superyó está hecho de aspiraciones y
prohibiciones. La conscíencia moral prohíbe, básicamente, el incesto y el parricidio y sus
derivados. El ideal del yo exige perfección, la perfección de la que gozaba el yo omnipotente
de la infancia. Tanto en forma filogenética como tópica el superyó enraíza en el ello. Se
genera así el “sentimiento inconsciente de culpa”*, también llamado por Freud “necesidad de
castigo”*, producto de la desmezcla pulsional* generada por la desexualización* de la
pulsión sexual* exigida por el ideal a través de la sublimación*. En aquella “resistencia del
superyó” (Inhibición, síntoma y angustia, 1925), el Destino con mayúscula pone a prueba
todos los recursos terapéuticos del psicoanálisis. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

A posteriori
José Luis Valls

[freud.] Característica particular de la pulsión sexual* por la cual se traslada en el tiempo


una situación de excitación por lo genera traumática (cantidad de excitación* ocurrida a
destiempo, cuando no hay posibilidades de ligadura psíquica), y por la que aquella sensación
(o la defensa* ante ella), se hace actual. Se corresponde con la necesidad* de investidura*
previa que poseen todos los órganos perceptuales, entre ellos las zonas erógenas*, para
captar las sensaciones producidas por los estímulos (los objetos*), relacionar éstos con
representaciones* de otras situaciones similares previas y encontrar cierto grado de
identidad -por lo menos en lo que concierne a la sensación y conseguir ligaduras de
pensamiento*, comprendiendo así sus experiencias. Este hecho (la necesidad de la
investidura perceptual previa al estímulo) es causante de que la estimulación de una zona
erógena, cuando ésta no está previamente investida (por ejemplo: una estimulación genital
en un niño en que todavía predomina el erotismo anal* o el erotismo oral*), se torne
traumática, y no precisamente cuando sucede el hecho traumático (aunque éste deje un
punto de fijación*), sino cuando el sujeto haga su entrada en la etapa erógena
correspondiente (o en su reedición en la pubertad). Sólo entonces estarán investidos el
órgano y las representaciones ligadas con las vivencias de placer* que a través de él se
produjeron, y estas vivencias retornarán desde lo reprimido*, y se tornarán traumáticas “a
posteriori”, lo que generará síntomas* neuróticos. Este concepto fue trabajado por Freud en
el Proyecto de psicología 1950a [1895] y retomado con todo su esplendor y brillantez en el
caso del “Hombre de los lobos” correspondiendo a una revitalización de la teoría del trauma*
sexual y a su vez una complejización de ella. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Apremio de la vida (ananke)


José Luis Valls

[freud.] También llamado necesidad*. Está referido al quebrantamiento del principio de


inercia* al que están sometidos los organismos complejos al recibir estímulos desde el
elemento corporal mismo, estímulos endógenos luego llamados pulsiones* que deben ser
descargados, pues pugnan por ello. Éstos provienen de células del cuerpo y dan por
resultado las grandes necesidades: hambre, respiración y sexualidad. El quebrantamiento del
principio de inercia se crea por el desfase entre la cantidad de estímulo que provee la
necesidad y la cantidad de energía necesaria que posee el organismo para satisfacerla. Al ser
esta última menor es imprescindible el pasaje a un nuevo nivel que guarde energía para
poder realizar la acción específica* en el momento oportuno. El organismo necesitará,
entonces, mantener un nivel de energía constante (principio de constancia*). Esta cantidad
de energía constante permanecerá ligada a representaciones*, dando origen al aparato
psíquico* en general y al yo* en particular. La energía proveniente del cuerpo que demanda
la acción acorde a un fin, se corresponde probablemente con lo que Freud en Pulsiones y
destinos de pulsión (1915) llama el esfuerzo (Drang) de la pulsión. O sea “[ ... ] su factor
motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que ella representa
(reprasentieren). Ese carácter esforzante es una propiedad universal de las pulsiones, y aun
su esencia misma” (1915, A. E. 14:117). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Apronte angustiado
José Luis Valls

[freud.] Estado de sobreinvestidura*, con energía quiescente* (ligada), del aparato


perceptual o sistema de percepción-consciencia (PCc.) del yo* (atención*), preparado ante
el peligro. Es en realidad el último bastión de la protección antiestímulo*. Freud piensa que
quizá haya sido el estado permanente del ser primitivo ante los peligros de la Naturaleza
(1915). Un hecho exterior resulta traumático si consigue superar la barrera protectora
antiestímulos; o si al no existir esta sobreinvestidura de atención en el momento del hecho,
se produjo la invasión de estímulos, por lo que el aparato psíquico no pudo ligarlos con
representaciones* del pasado, apareciendo la sensación de terror*. La secuela del suceso
traumático es la neurosis traumática*, con sus síntomas* típicos, como los sueños*
repetitivos del hecho traumático. Estas repeticiones no están, en forma directa al menos, al
servicio del cumplimiento de deseo*, “[...] buscan recuperar el dominio (Bewaltigung) sobre
el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis
traumática” (1920, A. E. 18: 3 l). Si se consigue cierta ligadura del estímulo, éste pasa a
pertenecer al principio de placer* y la búsqueda de cumplir con el deseo. Sucede que el polo
de percepción consciencia (PCc.) necesita estar investido para poder soportar mejor los
estímulos externos; una vez rebasado, el aparato psíquico repite el hecho (en sueños por lo
común y en ocasiones en acciones), por compulsión a repetir* por un lado, y por otro para
lograr la sobreinvestidura angustiada que podría ligar la cantidad de excitación* a las otras
representaciones de la historia previa del sujeto. Resulta interesante agregar que en el caso
de las neurosis actuales*, como la neurosis de angustia*, Freud describe un estado base de
la misma que llama “expectativa angustiada” y lo describe como un estar alerta permanente
ante el peligro, claro que el peligro (para el aparato psíquico) en este caso es la cantidad de
excitación sexual somática no descargada o mal descargada y no el mundo exterior. Pero el
estado expectante, con un polo perceptual sobreinvestido con hiperinvestidura de atención,
productora de angustia*, es similar. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Apuntalamiento o apoyo
José Luis Valls

[freud.] Camino facilitado por la pulsión de autoconservación del yo* a la pulsión sexual*
para escoger sus predominantes zonas erógenas* y sus elecciones de objeto*. “El quehacer
sexual se apuntala (anlehnen) primero en una de las funciones que sirven a la conservación
de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella” (Tres ensayos de teoría sexual, 1905,
agregado de 1915. A. E. 7:165). Formando parte primero de las sensaciones
correspondientes a la vivencia de satisfacción* realizada con la madre, va separándose un
plus de placer* que estaba unido en un principio a la pulsión de autoconservación, de la que
la pulsión sexual paulatinamente se va separando, en forma independiente del hecho de que
en las primeras épocas para la pulsión sexual predomine el yo-placer* que no distingue a la
madre como objeto*. En cambio, ya en las primeras épocas para la pulsión de
autoconservación es vigente el yo realidad inicial*. De ahí que en un sentido el objeto pueda
ser reconocido como tal y en otro no tanto y pase a predominar el autoerotismo*. Cuando el
incipiente yo* investido de pulsión sexual comienza o llega a reconocer al objeto como la
fuente de su placer, se decide a tenerlo*; por ello el primer objeto elegido es la madre, tanto
para la niña como para el niño. Después del complejo de Edipo*, una vez interiorizada la
prohibición del incesto a través del superyó*, pese a ello y justamente sin que el yo se
aperciba, se elegirá en general al objeto que posea atributos en algo semejantes a los
primeros objetos, satisfacientes de sus pulsiones de autoconservación. De esta manera, se
elegirá según los modelos de la madre nutricia o el padre protector. Si predominó más
absolutamente el autoerotismo o el “yo placer purificado”, y no se pudo aceptar en forma
importante la diferencia de los sexos, probablemente se haga elección de objeto de tipo más
o menos narcisista*. Sin embargo, podríamos decir que en ambos casos, la pulsión sexual
siempre se “apuntala” sobre la pulsión de autoconservación, sobre todo cuando lo hace sobre
los atributos de los primeros objetos; pero con más razón incluso en caso de hacerlo sobre
atributos del propio yo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Arte
José Luis Valls

[freud.] Una de las más elevadas creaciones de la cultura* humana, producto de la


sublimación* de las pulsiones sexuales* infantiles rechazadas por esa misma cultura. El arte
logra por un rodeo peculiar una reconciliación del principio de placer* con el principio de
realidad*. El artista originariamente rechaza la realidad* al no poder aceptar la renuncia a la
satisfacción pulsional que desde aquella se le impone. Se entrega entonces a sus fantasías*
objetales (eróticas y de ambición); hasta aquí no se distingue del neurótico común, pero a
diferencia de éste consigue retornar a la realidad, merced a dotes propias, transformando
sus fantasías en un nuevo tipo de realidades valoradas por los demás hombres, las obras de
arte. Consigue así en cierto modo ser el héroe*, el rey, el creador, el mimado de la fortuna
que querría ser (para lo cual debe tener éxito como artista), sin necesidad de alterar
profundamente el mundo exterior. Los espectadores o lectores u oyentes (todos los
consumidores de arte), insatisfechos con sus propias pulsiones*, se identifican con la nueva
realidad creada por el artista y participan a través de esta identificación* con su goce. El
arte, como el juego infantil, es una “fantasía actuada”, que implica una acción, una
escenificación (Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, 1911).
Probablemente el arte primitivo tuviera su origen en la magia*, técnica de la concepción
animista del universo incluida dentro de la omnipotencia del pensamiento*, y los primeros
objetos artísticos surgieran como expresión de la pulsión de apoderamiento* para poder
dominar a los enemigos, a los objetos de la Naturaleza, o realizar sus deseos* a través de
crear objetos análogos a los deseados o temidos (Tótem y tabú, 1913). También en el niño
existe este período animista y probablemente sus primeras creaciones tengan similares
significados para él. En ambos, tanto en el niño como en el artista, está presente la defensa*
ante la angustia de pérdida de objeto* cuando se empieza a reconocer el objeto* como
fuente de placer. En ese caso el niño busca poseer el objeto o ser querido por él, el artista
busca lo mismo en los retoños de aquellos padres de la infancia (sus admiradores). Pero
también el artista es el héroe, el que en la fantasía mítica mató al padre, es Edipo en la
encrucijada de Tebas, como cada niño durante el período que lleva su nombre. El niño juega
a ser grande, a hacer todas las acciones específicas* que supone que los grandes hacen, el
artista es un grande que puede volver a jugar como cuando era niño, sin saberlo, y sin dejar
de ser grande. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Asco
José Luis Valls

[freud.] Forma especial de la angustia* que funciona como dique represor (fijación*) de una
pulsión* relativa a determinada zona erógena* predominante en un período, y pasar este
predominio a otra más evolucionada, con problemáticas más complejas. Es producto de la
represión primaria* normal y constitutiva de la primera línea defensiva yoica (véase: yo), en
parte entonces contribuyente a la creación de su infraestructura Inc. El mecanismo
metapsicológico que constituye el asco es la contrainvestidura* y origina un punto de fijación
al que se recurrirá en el caso de regresiones* pulsionales ulteriores. Al pasar de] período*
oral al anal suele ser común en los niños el sentimiento de asco a la leche, al pecho o a la
nata de la leche (representación* del pezón); al superar el período de la satisfacción anal
como zona erógena predominante queda asco a las heces, principalmente de los demás, así
como a todo lo vinculado con ellas. En el caso de lo fálico, puede quedar cierto asco a lo
sexual si se permanece fijado a esta zona erógena, razón por la cual los objetos* deseados
inconscientemente son predominantemente incestuosos, o derivados próximos a ellos,
fenómeno típico de la histeria. Hay diversos grados de fijación, producidos por lo que resulta
ser uno de los diques pulsionales, el asco, y por el que se trastorna el afecto* ante la
posibilidad de la satisfacción pulsional (lo que era placentero, se vuelve asqueroso). Estos
grados de fijación dependen de cuáles hayan sido los montos de excitación que ocurrieron en
cada época. Por lo tanto también dependen de los hechos traumáticos transcurridos en ellas,
los que obligaron al yo* débil a aumentar la contrainvestidura (único mecanismo de la
represión primaria) para frenar a la pulsión, cambiándole el afecto, que en este caso sin
llegar a ser definitivamente angustia, es, no obstante, una forma especializada de ella. A
mayor contrainvestidura, mayor fijación, más asco. El asco lo siente el yo ante el peligro de
que la pulsión consiga su objetivo de descarga. El yo utiliza entonces sus mecanismos de
defensa*, de los que el asco resulta un detonante, una señal para que aquellos se
desplieguen (dando origen a conversiones* histéricas, por ejemplo). Situado en pleno frente
de batalla, puede continuar sintiéndose en forma consciente y egosintónica (y formar parte
también de ciertos rasgos de carácter*). Dentro de ciertos límites, controlados por el yo,
forma parte de la normalidad. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Asistente ajeno
José Luis Valls

[freud.] Nombre usado por Freud en el Proyecto de psicología (1950a [1895]) para señalar al
otro, al semejante, cuya presencia es vital para el niño desvalido, además de mostrarnos lo
importante de la presencia del objeto* en la estructuración misma del aparato psíquico*.
También lo menciona en La interpretación de los sueños (1900), Inhibición, síntoma y
angustia (1925), etcétera. En el momento del nacimiento, el bebé entra en estado de
desvalimiento* ante la cantidad de estímulos provenientes del interior de su cuerpo, de sus
pulsiones*. Esto mueve al proceso de descarga más primitivo, la alteración interna*
(expresión de emociones, grito, inervación vascular). A todo este complejo, centrado en la
invasión de la cantidad de excitación*, con un aparato psíquico demasiado incipiente para
ligarla por falta de experiencias de vida con qué relacionarla, se le llama también “trauma*
de nacimiento”. La alteración interna del bebé es una válvula de escape. Para que el bebé
sobreviva y se puedan constituir las bases de su aparato psíquico, la alteración interna debe
convertirse en una llamada que deberá ser comprendida por un “asistente ajeno” (la
atención de la madre, ni más ni menos, o alguien que cumpla sus funciones) que cubra las
necesidades* primitivas y de diversa índole del bebé, haciéndole disminuir las cantidades de
excitación: alimentándolo, limpiándolo, dándole calor, ternura, etcétera. Ésta implicará una
vivencia de satisfacción*, que dejará profundas huellas fundantes del funcionamiento de un
psiquismo cada vez más complejo. Las huellas principales serán las del objeto, sus
movimientos y la sensación de descarga producida en el contacto con él. En adelante, ante
las nuevas apariciones de la cantidad de excitación en el aparato psíquico ya en formación,
quedará facilitada* su ligazón con las huellas mnémicas* de la anterior vivencia. Así pasa a
constituirse una representación* de deseo* psíquico (representación de deseo del objeto y
los movimientos, para poder sentir la sensación buscada), de lo que era cantidad de
excitación somática. El razonamiento de Freud, aparentemente biológico, es esencialmente
social, o mejor dicho una excelente y dinámica ensambladura entre lo biológico, lo social y lo
psicológico. La representación del objeto (el asistente ajeno de la vivencia de satisfacción) es
inauguradora del psiquismo. El deseo surgirá cuando reaparezca la tensión de necesidad
somática, la que devendrá ahora en deseo del objeto, independientemente de que el objeto
sea al principio reconocido como tal por el narcisismo* reinante en el yo placer purificado*.
La representación-cosa* así fundada es principalmente representación del objeto, de las
cosas sentidas con él. Su presencia fundó el psiquismo de la desvalida cría humana. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Asociación
José Luis Valls

[freud.] Mecanismo de vinculación de una representación* con otra. Se produce por el


desplazamiento* de energía* libidinal (quantum de afecto*). Este desplazamiento puede ser
de dos maneras: a) Por libre desplazamiento, en que las cantidades pueden pasar de una a
otra representación regidas por las leyes de la asociación: las analogías*, contigüidades*,
etcétera. Éstas se confunden con identidades y por lo tanto las rige la identidad de
percepción* y el proceso primario*, y son representaciones/cosa* principalmente de tipo
visual. Corresponden al Inc.* y son las que se ven en los sueños*. b) Con más o menos
fuerte investidura y débil desplazamiento, pues un mayor nivel de ligadura hace más
complicado asociar una representación con otra, existen más trámites para ello. Se distingue
también entre los motivos de la asociación (la analogía, etcétera) y la identidad (no bastará
que algo tenga un atributo análogo a algo deseado para ser eso deseado). Pese a que busca
también la identidad con lo deseado, lo hace usando el pensamiento*, busca la “identidad de
pensamiento”*. Funciona con representaciones-palabra* y corresponde al yo* Prec., la
actividad de pensamiento y el proceso secundario*. El concepto de asociación proviene
predominantemente del “asociacionismo”, escuela dentro de la cual Freud se acercó a John
Stuart Mill y de la que tomó sus leyes de vinculación entre representaciones agregándoles
una direccionalidad, una tendencia, signada por el principio de placer* y el deseo* pulsional.
La asociación tomó así las características de medios de vinculación entre representaciones,
pero con un objetivo: la descarga pulsional. Las representaciones-palabra mestizas
propenden a cierta libertad de asociación que hace posible el fantaseo, el sueño diurno. En
ellas hay mayor desplazamiento que en la actividad de pensamiento. Las palabras están
regidas principalmente por el principio de placer e incluso cierto nivel de identidad de percep-
ción. En cambio en el pensamiento es más rigurosa la tramitación del pasaje del quantum de
afecto entre las representaciones, hay débil desplazamiento, rige el principio de realidad*, se
busca la identidad con lo deseado pero pensando, calibrando hasta dónde es así y hasta
dónde no, se estudian los atributos del percepto y de la representación comparándolos, se
realiza el examen de realidad*, etcétera. En general el libre fantaseo es rechazado por la
censura* Cc. En el caso de que las fantasías* se conviertan en retoños de las
representaciones reprimidas pueden ser a su vez reprimidas por la censura Inc., pudiendo
así ser base de actos fallidos*, síntomas* neuróticos, sueños, etcétera. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Asociación libre
José Luis Valls

[freud.] Regla técnica fundamental del psicoanálisis. Se le pide al paciente que diga todas
sus ocurrencias, que suprima su censura* consciente* e invista con atención las
representaciones-palabra* que se van vinculando por las leyes asociativas con un débil nivel
de ligadura y un cierto libre desplazamiento*. En otras palabras, se invita en forma activa al
paciente a que exprese en voz alta su libre fantaseo, su soñar diurno, que habitualmente es
censurado por la censura Cc. No todos los pacientes consiguen asociar en igual medida. La
asociación* es más libre cuando predomina la transferencia* positiva, hay pocas
resistencias*, no existen rasgos de carácter* demasiado rígidos, etcétera. En esas palabras
-que en otro contexto podrían parecer insensatas o absurdas- irán apareciendo indicios,
rastros dejados por el deseo* Inc.* reprimido en su huida, escondidos tras el síntoma*. El
analista podrá gracias a ellos ir armando las interpretaciones -construcciones* que van
haciendo consciente lo inconsciente. En realidad la asociación libre es un camino paulatino
hacia lo reprimido. En ese camino surgen las resistencias (al asociar, por ejemplo)
provenientes del yo*. El análisis de estas resistencias insumirá gran parte de la tarea
analítica. No serán sólo resistencias ante lo reprimido sino también ante lo represor,
inconsciente también pero perteneciente al yo. El análisis de las resistencias tomará
conocimiento, entonces, predominantemente de la parte Inc. del yo (los rnecanismos de
defensa*, por ejemplo), por lo tanto, de su carácter y de su grado de alteración*. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

Ataque histérico
José Luis Valls

[freud.] Forma aguda de la sintomatología de la “gran histeria” a la que Freud describe como
ataques convulsivos con un aura y tres fases (para Charcot eran cuatro las fases, pues
postulaba un delirio* terminal). El aura proviene de una sensación de las zonas
histerógenas*, lugares hipersensibles del cuerpo cuya estimulación desencadena el ataque.
La primera fase es la epileptoide y semeja un ataque epiléptico común; la segunda, de los
“mouvements”, muestra movimientos de gran envergadura, como los “movimientos de
saludo”, el “arc de cercle” y contorsiones. Los movimientos son desarrollados con elegancia y
coordinados y no torpes como los de los epilépticos. La tercera fase es alucinatoria, de las
“attitudes passionelles “. Se caracteriza por posturas correspondientes a escenas apasio-
nadas alucinadas. Lo más frecuente es que la consciencia* se mantenga durante casi todo el
ataque, salvo momentos, semejantes al clímax de la excitación sexual. En algunos casos
cualquier fase del ataque se puede presentar por sí sola y subrogarlo. Son importantes
también los ataques apopléticos llamados “attaques de sommeil”. El ataque histérico está
compuesto por fantasías* proyectadas sobre la motilidad, representadas pantomímicamente
y desfiguradas a la manera de los sueños*. Se expresan en dicho ataque múltiples fantasías
condensadas y con identificaciones* múltiples (representándose en este caso dos o más
personajes), a veces con actitudes opuestas entre sí, Asimismo tiene la facultad de invertir la
secuencia temporal de los hechos fantaseados. El ataque puede ser convocado asociativa u
orgánicamente y como tendencia primaria (consuelo) o beneficio secundario* (por ejemplo:
el ataque se produce ante determinadas personas) de la enfermedad. El ataque es el
sustituto de una satisfacción autoerótica anterior resignada (masturbación*), que retorna sin
ser registrada por la consciencia. La pérdida de consciencia, la “ausencia” del ataque
histérico, proviene de aquella pasajera pero inequívoca privación de consciencia que se
registra en la cima de toda satisfacción sexual intensa (incluso autoerótica). Lo que señala a
la libido* reprimida el camino hacia la descarga motriz en el ataque, es el mecanismo reflejo
de la acción del coito. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Atención
José Luis Valls

[freud.] Energía libidinal (en un sentido amplio, que incluye el interés* de la


autoconservación) del yo* (en realidad proveniente del ello*, pero ligada y almacenada por
el yo) que inviste el sistema de percepción-consciencia (PCc.); es imprescindible para que
algo sea registrado por la consciencia*. Funciona en dos niveles: uno libremente flotante,
con bajo nivel de investidura y que registra todas las percepciones* posibles por igual; y un
segundo copioso, con fuerte investidura; este último es el que otorga fuerte nitidez a la
percepción. Cuando es descubierta una percepción que se puede vincular con algo deseado o
temido, entonces en este segundo paso el sistema PCc. recibe una fuerte investidura de
atención, tomando nitidez de consciencia. La atención sirve, ciertamente, para percibir el
mundo exterior, pero también registra, a través de las representaciones* lingüísticas, la
actividad de pensamiento* proveniente del mundo interior. Para hacer consciente un
pensamiento se necesita de la representación-palabra* preconsciente* (Prec.) investida por
la atención que la hace consciente. Esta investidura es manejada por el yo consciente
principalmente desde la censura* consciente. Cuando a un paciente le pedimos que “asocie
libremente”, en realidad le estamos diciendo a su yo que invista de atención a sus
asociaciones* de palabra, que levante la censura crítica consciente que intenta desinvestirlas
para evitar conflictos que generen angustia*. Le estamos pidiendo que no siga reforzando
desde la censura consciente, la represión* inconsciente*, generadora de síntomas* y
neurosis*. La percepción no es pasiva. La investidura de atención incluye investidura de
deseo* inconsciente, mediada por el yo, que como antenas tentaleantes (Nota sobre la
“pizarra mágica”, 1924-25 y La negación, 1925) registran todas las percepciones posibles,
pues lo deseado o lo temido pueden estar entre las mismas. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Atención libremente flotante


José Luis Valls

[freud.] Actitud que Freud aconseja tener a los analistas durante la sesión psicoanalítica, por
lo menos en su iniciación. El analista tratará de inhibir sus representaciones meta* y de estar
parejamente dispuesto a percibir todas las percepciones*, sin buscar ninguna en especial. Es
la aplicación en la técnica del primer nivel de atención* con baja investidura y libre
desplazamiento, abierta tanto como se pueda a las percepciones, pues lo deseado puede
estar entre ellas. Las situaciones deseadas por el analista son indicios de situaciones
significativas que trae el paciente: recuerdos*, asociaciones*, sueños*, actos fallidos*, en
fin, vías de entrada hacia el Inc.* En este caso se pasa al segundo nivel de atención, la cual,
entonces, se hará más copiosa y con mayor nivel de ligadura, se pondrá mayor grado de
expectación. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
autocastigo (automartirio)
[freud.] Trastorno hacia lo contrario* (transformación de la actividad en pasividad) del
sadismo*. Hallamos la vuelta contra la persona misma* sin la pasividad hacia una nueva. Es
una etapa intermedia de la transformación del sadismo en masoquismo* para la que no se
necesitará la presencia de un objeto* que haga las veces de sujeto sádico. En el autocastigo
típico de la neurosis obsesiva*, aunque presente en la neurosis* en general, el verbo en voz
activa no se muda a la voz pasiva, sino a una voz intermedia reflexiva. El objeto es
resignado y sustituido por la persona misma. El autocastigo llega más lejos que el
autorreproche*, pues implica acción (el castigo) pero está antes del masoquismo, que
requiere la presencia de un sujeto sádico. El autocastigo permanece dentro del narcisismo*,
el masoquismo necesita por lo menos de una elección narcisista de objeto*, pero objeto al
fin. Este concepto lo expone Freud en Pulsiones y destinos de pulsión (1915). Agregando
elementos de obras posteriores, como Más allá del principio de placer (1920) y El yo y el ello
(1923), podemos decir que hay en él elementos de mezcla pulsional* entre Eros* y pulsión
de muerte*, cierto grado de mezcla que implica cierto grado de desmezcla* también. Por
cierto que si bien no es necesaria la presencia del objeto en lo real, existe una identificación*
del yo* con él, por lo que el superyó* castiga al yo, aprovechando la situación. En ocasiones
el yo se defiende (neurosis obsesiva), en otras se entrega dulcemente, como en la
melancolía*, esta última neurosis narcisista por excelencia. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Autoerotismo
José Luis Valls

[freud.] Característica o modalidad de satisfacción predominante de la libido* de la


sexualidad infantil*, por autoestimulación (tocamiento, frotación rítmica, compresión de
mucosas, visualización de zonas erógenas*, etcétera) del propio cuerpo, que produce placer*
de órgano. Aunque predomine -como se dijo- en las primeras épocas, en parte se extiende a
toda la vida. Por el hecho de predominar en la sexualidad infantil, se dice que ésta es
autoerótica. El autoerotismo es previo a la constitución del yo realidad definitivo*. Este yo*,
si bien tiene un origen corporal y se basa en parte en la imagen del cuerpo, paulatinamente
deviene en una entidad o estructura psíquica compleja, que parte del cuerpo pero que lo
supera en otro nivel, con funciones cada vez más sofisticadas. La libido que busca
satisfacerse en esta estructura psíquica llamada “yo”, va a constituir el narcisismo*. Una vez
instalado el narcisismo, el autoerotismo deviene una modalidad de satisfacción de la libido
narcisista; aunque esto es más complejo aun, pues en la masturbación* adolescente, por
ejemplo, se puede estar satisfaciendo libido objetal a través de las fantasías*
masturbatorias. En este caso, la masturbación puede ser un tipo de satisfacción autoerótica
que descarga, por la acción, libido narcisista y, por la fantasía, libido objetal (introvertida*
de la realidad* y refugiada en la fantasía). Esto se hace todavía más complejo, pues la
elección de objeto* narcisista consta a la vez de libido objetal y de libido narcisista, o de una
intermedia entre ellas denominada libido homosexual. En la esquizofrenia*, por otro lado, se
produce una retracción libidinal* total (respecto de sus objetos deseados o de desear los
objetos). No hay refugio en la fantasía del objeto, sino únicamente se sobrecarga de libido el
yo (lo que se expresa clínicamente como vivencia de fin de mundo*, por la retracción, e
hipocondría* o megalomanía*, por la sobreinvestidura* yoica). La regresión* libidinal puede
llegar, en la forma clínica de la esquizofrenia “simple”, al autoerotismo, la cual sería entonces
libido invistiendo al cuerpo sin que éste configure un yo, o haciéndolo con lo último que
queda de él (el cuerpo), destruido el yo como entidad psíquica. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Autoestima (sentimiento de sí)


José Luis Valls

[freud.] En general, forma de satisfacción de la libido* narcisista en el adulto. Produce una


sensación de bienestar indefinido, no relacionada en forma directa con descargas
pulsionales; es más bien un estado básico. Está relacionada de manera íntima con la
confianza en sí mismo, con el talante o estado anímico, con la autovaloración. En estos
sentidos es pilar básico de la salud y de la fortaleza yoica. Una parte del sentimiento de sí es
primaria, el residuo del narcisismo* infantil. Éste proviene del autoerotismo* y de las
relaciones objetales infantiles, las que son de manera esencial narcisistas (no se distingue en
un principio entre el yo* y el objeto* de placer*). Estas relaciones fueron más o menos
placenteras, más o menos traumáticas, dejando diferentes tipos de huellas en la
estructuración, del yo y del aparato psíquico*; de forma que un niño que se sintió de manera
predominante querido por sus padres, conseguirá primariamente un nivel de autoestima que
le dará fortaleza a su yo para alcanzar mejor los otros niveles de satisfacción de la
autoestima, o soportará mejor su posterior insatisfacción. Todo esto puede variar como
consecuencia del pasaje por el complejo de Edipo* principalmente, el que es posible que deje
severas heridas narcisistas constituyentes de posteriores “rocas de base”* en la
estructuración del aparato psíquico. En el caso femenino, del complejo de castración* queda
muchas veces una sensación de autodesvalorización que en muchas ocasiones llega a ser
básica en su carácter* y que fuerza entonces a la necesidad de aumentar la autoestima en
las formas posteriores, satisfaciendo al superyó-ideal del yo (por lo que la mujer resulta más
dócil, más adaptada a la realidad* social en general), o necesitando recibir en forma
importante satisfacción narcisista desde la libido de objeto (es más dependiente del objeto,
de su amor*). Recapitulando: una parte del sentimiento de sí o autoestima es primaria, el
residuo del narcisismo infantil. Hay otras dos partes. Una brota de las acciones realizadas por
el yo que cumplen con los mandatos del ideal del yo*, y que por lo general están referidos a
la sublimación*. Desde luego también son respecto de muchas otras cosas, como el tener
hijos, principalmente en la mujer, pero también en el hombre por el mandato de la descen-
dencia (recuérdese a Schreber). Todos los éxitos del yo en el cumplimiento con los mandatos
del superyó* elevan la autoestima y dejan una profunda sensación placentera, ligada con el
sentimiento de omnipotencia narcisista. La última parte proviene del amor de los objetos, el
ser querido, consiste en la forma de satisfacción narcisista correspondiente al vínculo objetal.
El enamoramiento es un desborde de libido narcisista en el objeto, que vacía al yo y por lo
tanto disminuye la autoestima. Ésta se recupera siendo amado. Un trastorno severo de la
autoestima retrae libido de los objetos y la ubica en el yo, como para restañar sus heridas,
transforma así la disminución de la valoración yoica en la situación contraria, lo que se
expresa como diversos rasgos de carácter* del tipo de la altanería y la arrogancia. En los
casos más graves se llega al delirio* de grandeza o megalornanía*. Es el caso de las
afecciones narcisistas en general y la manía* y la paranoia* en particular. En las neurosis de
transferencia* la autoestima suele estar disminuida, pues la libido inviste los deseos*
objetales de la fantasía*, los cuales son imposibles de satisfacer por haber sido reprimidos.
Esto vacía de investidura al yo, disminuyendo en consecuencia la autoestima. En el
tratamiento psicoanalítico de las neurosis transferenciales, cuando se consigue levantar
represiones* haciendo consciente* lo inconsciente*, se dejan libres investiduras libidinales
que refuerzan así al yo y aumentan su autoestima y por lo tanto su capacidad de amar. Un
caso especial de disminución de la autoestima lo constituye la melancolía*, en ella la pulsión
de muerte* se desmezcla. El objeto es confundido, por la identificación*, con el yo. Y enton-
ces el odio* al objeto se convierte en odio al yo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Autoplástica, conducta
José Luis Valls

[freud.] Se dice de un tipo de conducta, propio de las psicosis* y en parte de las neurosis*,
que en su empeño de modificar una realidad* inaceptable, se limita a alteraciones internas*,
que a lo sumo modifican la percepción* (alucinación*), la concepción de la realidad
(delirio*), o producen alteraciones del cuerpo propio (síntomas* neuróticos, algunos
equivalentes de angustia* y la angustia misma), pero no la realidad misma. Freud habla de
esta adjetivación de la conducta en su artículo de 1924: La pérdida de realidad en la neurosis
y la psicosis. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Autorreproches
José Luis Valls

[freud.] Reproches dirigidos al yo* por el superyó*. En el caso de la neurosis obsesiva* en


particular o de las neurosis* en general, por no acercarse el yo al ideal del yo* pretendido
por el superyó. En la neurosis obsesiva los autorreproches son particularmente sádicos, pues
la libido* ha regresado* a la etapa del erotismo sádico-anal* y arrastrado con ella al yo y el
superyó. La actitud del yo es la de sometimiento frente al superyó, pero bajo protesta y
esperando una distracción de éste para rebelarse. Esto producirá la queja (es la del yo ante
su superyó que lo somete), como rasgo de carácter* obsesivo. En el caso de la melancolía*,
los autorreproches son casi patognomónicos, y su presencia permite diferenciar a la melan-
colía del duelo*. Corresponden a una ruptura libidinal con el objeto*, la desinvestidura* de la
representación* inconsciente* (Inc.) de éste, y la identificación* del yo con el objeto, como
en la época del yo-placer*. Pero el vínculo de odio* que antes se tenía con el objeto ahora se
tiene con el yo y por eso se le “reprocha” desde el superyó. En este caso el yo no se rebela y
esto puede conducir al paciente al suicidio, que imaginariamente sería un asesinato del
objeto identificado con el yo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Banquete totémico
José Luis Valls

[freud.] Concepto desarrollado por William Robertson Smith, que Freud aprovechó como
parte de su construcción teórica, su por él llamado “mito científico”, sobre el origen de la
cultura* humana en general y del totemismo* en particular. Robertson Smith formuló “el
supuesto de que una peculiar ceremonia, el llamado banquete totémico, había formado parte
integrante del sistema totemista desde su mismo comienzo” (Tótem y tabú, 1912-13, A. E.
13:. 135). En este banquete se sacrificaban en determinadas fechas, animales cuya carne y
cuya sangre tomaban en común el dios y sus adoradores. Un sacrificio así era una ceremonia
pública, la fiesta de un clan entero. “El poder ético del banquete sacrificial público
descansaba en antiquísimas representaciones acerca del significado de comer y beber en
común. Comer y beber con otro era al mismo tiempo un símbolo y una corroboración de la
comunidad social, así como de la aceptación de las obligaciones recíprocas. [ ...] El animal
sacrificial era tratado como pariente del mismo linaje; la comunidad sacrificadora, su dios y
el animal sacrificial eran de una misma sangre, miembros de un mismo clan” (1912-13, id.
pág. 136-38). Robertson Smith identifica pues, sobre la base de abundantes pruebas, al
animal sacrificial con el antiguo animal totémico. Todos los animales sacrificiales eran
originariamente sagrados, y solamente en oportunidades festivas y con la participación de la
tribu era lícito comer su carne. “El clan, en ocasiones solemnes, mata cruelmente y devora
crudo a su animal totémico, su sangre, su carne y sus huesos; los miembros del linaje se
han disfrazado asemejándose al tótem, imitan sus gritos y movimientos como si quisieran
destacar la identidad entre él y ellos. [...] Consumada la muerte, el animal es llorado y
lamentado. El lamento totémico es compulsivo, arrancado por el miedo a una amenazadora
represalia, y su principal propósito es [...] sacarse de encima la responsabilidad por la
muerte”. A continuación prosigue la fiesta, la cual “[ ... ] es un exceso permitido, más bien
obligatorio, la violación solemne de una prohibición” (id. pág. 142). Para Freud el banquete
totémico, acaso la primera fiesta de la humanidad, sería la repetición y celebración
recordatoria del momento en que en la horda primitiva* darwiniana, se unieron todos los
hijos en el destierro y mataron al padre devorándolo. Este hecho generó y fue generado por
la “alianza fraterna”* que produjo luego los vínculos sociales. Apareció la prohibición del
incesto y el parricidio desde dentro de ellos, como producto de la añoranza* por el padre y la
culpa* por haberlo matado, generando el superyó*. Se repetiría en esa fiesta, ahora
desplazado al animal tótem, aquella hazaña memorable y criminal con la cual tuvieron co-
mienzo tantas cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Barreras-contacto
José Luis Valls

[freud.] En el Proyecto de psicología (1950a [1895]), forma de vinculación entre las


neuronas* psi que además actúa como barrera entre ellas para el pasaje de la cantidad de
estímulo. Merced a esta función de barrera, las neuronas psi consiguen mantener cierta
cantidad de energía almacenada, necesaria para posteriormente realizar la acción
específica*. Esta última necesita en general de mayor cantidad de energía que la proveniente
de los estímulos que buscan descarga, pues el individuo está expuesto al “apremio de la
vida”*. Las barreras-contacto corresponden, entonces, a la función secundaria, el aparato
psíquico pasa así del principio de inercia* al principio de constancia*, pues se cuenta con una
cantidad constante imprescindible para producir la descarga cuando llega el estímulo. En ese
sentido cumple con la función secundaria (principio de constancia) y la primaria (principio de
inercia), pues es necesaria la secundaria para poder realizar la primaria. Además las barreras
-contacto participan de cierta explicación sobre la memoria, que aquí es definida como la
aptitud de las neuronas para ser alteradas duraderamente (su manera posterior de
descargar, o la forma de ser atravesadas por el estímulo) por un proceso único. Al pasar el
estímulo de una neurona a otra, lo hace de una determinada manera, esta forma de pasaje
indicará (facilitará) el camino a ulteriores pasajes, que sin embargo en ocasiones, por otras
causas, tomarán otra dirección, dejando, desde luego, nuevas huellas y facilitaciones*. La
memoria estará constituida, entonces, por las facilitaciones existentes entre las neuronas
psi; o mejor dicho, lo estará por las diferencias de facilitación que se crean en los diferentes
pasajes entre las neuronas psi. Cuánto estímulo dejará pasar la barrera-contacto dependerá
de los siguientes factores: a) que el estímulo esté más o menos facilitado (la facilitación a su
vez la produjo la cantidad de estímulo que pasó y el número de repeticiones del proceso, a
mayor cantidad y mayor número de veces, mayor facilitación), b) la cantidad de estímulo
actual (la cantidad actual también facilita el pasaje), c) la presencia de cantidad en una
neurona contigua (aquí ya a la cantidad de excitación* deberíamos llamarla investidura*), la
que actúa como polo que atrae (éste es el mecanismo que va a usar el yo*, poniendo
investiduras colaterales que desvían la circulación de la energía, consiguiendo de esta
manera conducirla). Las barreras-contacto son un mecanismo pensado en el contexto de un
esquema neurológico y en ese sentido es mencionado por J. Lacan: “En 1895, la teoría de la
neurona no existía. Las ideas de Freud sobre la sinapsis son enteramente nuevas. Freud
toma partido por la sinapsis como tal, es decir, por la ruptura de continuidad entre una célula
nerviosa y la siguiente” (Seminario II). Para nosotros principalmente son válidas como
modelos psicológicos, en especial si sustituimos a las “neuronas” por “representaciones”*
(como, por otro lado, lo hace el mismo Freud a medida que transcurre el texto del
“Proyecto”) y a las barreras-con tacto como modelos de formas de vínculo entre ellas, como
las distintas formas de asociación*, o de relaciones lógicas, por ejemplo. ¿No se produce a
través de esas barreras el pasaje al proceso secundario*. ¿Éste no se construye con
relaciones lógicas entre las representaciones? Este tipo de relación entre representaciones
¿no necesita fuerte investidura y débil desplazamiento*? ¿A través de qué se producen los
desplazamientos? Se producen a través de estos puentes. Son los mismos “puentes”, estas
barreras -contacto, que trata de romper el obsesivo con su mecanismo de aislamiento*.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Belle indifférence
José Luis Valls

[freud.] Característica de los pacientes (en general mujeres, pues la histeria es más
típicamente femenina, de ahí lo de “belle”) histéricos de conversión* principalmente con
trastornos motores, pero también cuando los síntomas* mayores residen en el área
sensorial. Fue descrita por Charcot. En la histeria de conversión, la represión* de los retoños
de las representaciones* incestuosas es exitosa, en tanto consigue hacer desaparecer tanto
la representación como el monto de afecto*, mientras que en la histeria de angustia* y en la
neurosis obsesiva* la angustia* se hace presente. El contenido representacional de la
pulsión* se ha sustraído radicalmente de la consciencia*. En ella no queda ningún tipo de
representación-palabra* que pueda “hablar” de lo reprimido. Ha surgido en su reemplazo,
como formación sustitutiva* (al mismo tiempo como síntoma) una inervación hiperintensa
(somática), unas veces de naturaleza sensorial y otras motriz, ya sea como excitación o
como inhibición. Al ser exitosa la desaparición del monto de afecto, se hace notoria la
indiferencia de la paciente ante un síntoma corporal, como la parálisis de un miembro, que
en un caso de enfermedad orgánica debería despertar angustia realista*, cuando menos.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Beneficio primario (de la enfermedad)


José Luis Valls

[freud.] Tipo de solución a la que arriba el yo* frente a un conflicto psíquico*,


probablemente la económicamente más cómoda. El yo está sometido a exigencias muchas
veces contrastantes y conflictivas. Por un lado están las pulsiones* del ello*, que suelen
chocar con las aspiraciones provenientes del superyó/ideal del yo*. El yo debe hallar una
síntesis entre éstas, lo que implica un arduo trabajo de elaboración, y mientras tanto debe
defenderse de la angustia señal* con que lo amenaza el superyó* (angustia ante el
superyó*), de la realidad* (angustia realista*, angustia social*). No le queda, por lo común,
más que apelar al principio de placer* y automáticamente desplegar los mecanismos de
defensa* inconscientes*, que generen transacciones creando síntomas* neuróticos, rasgos
patológicos de carácter*, incluso escisiones del yo*. El yo evita así el conocimiento del
conflicto haciéndolo inconsciente. El beneficio primario va a resultar una fuerte resistencia*
yoica contra la cura. El tratamiento psicoanalítico tendrá que sacarlo a la luz y traerlo a la
consciencia*, al conocimiento del yo Prec. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Beneficio secundario (de la enfermedad)


José Luis Valls

[freud.] Tipo de resistencia* yoica a la cura, o sea al hacer consciente* lo inconsciente*, por
lo tanto rellenar las lagunas mnémicas e integrarlas al yo* después de un trabajo de
reelaboración*. Se basa en una cierta integración del síntoma* en el yo, merced a la cual se
consigue, por ejemplo, cuidados o atención* de parte de los objetos* que quizá de otra
manera no se hubieran conseguido (según lo siente el paciente). No está en la base de la
enfermedad ni es causa de ella, pero aparece secundariamente y contribuye a sostenerla y
hasta actúa como motivo para no abandonarla, o como resistencia a hacerlo. Dice Freud:
“Cuando una organización psíquica como la de la enfermedad ha subsistido por largo tiempo,
al final se comporta como un ser autónomo; manifiesta algo así como una pulsión de
autoconservación y se crea una especie de modus vivendi entre ella y otras secciones de la
vida anímica, aun las que en el fondo le son hostiles. Y no faltarán entonces oportunidades
en que vuelva a revelarse útil y aprovechable, en que se granjee, digamos, una función
secundaria que vigorice de nuevo su subsistencia. [ ... ] Lo que en el caso de la neurosis
corresponde a esa clase de aprovechamiento secundario de la enfermedad podemos ad-
juntarlo, como ganancia secundaria, a la primaria que ella proporciona” (Conferencias de
introducción al psicoanálisis, 1915-17, A. E. 16: 349-50). En Inhibición, síntoma y angustia
(1925) Freud la incluye como una de las tres resistencias yoicas, junto a la de represión* y
la de transferencia*; además de las del ello* y el superyó*. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Bisexualidad
Juan Carlos Kusnetzoff

[freud.] Disposición originaria y universal de la sexualidad* humana. Su base es biológica y


fue esbozada por W. Fliess desde el punto de vista psicológico. Según Fliess, en el hombre y
la mujer están los dos sexos en potencia. Uno va reprimiendo* al otro hasta ser el
predominante. Una persona del sexo masculino tendría reprimido todo lo relacionado con lo
femenino y viceversa. En cambio, según A. Adler, todo individuo se resiste a permanecer en
la línea femenina de desarrollo, inferior, y se esfuerza hacia la masculina, la única
satisfactoria, en este caso lo reprimido es siempre lo femenino en ambos sexos. (De ahí la
adleriana “protesta masculina”.) La versión de Freud es distinta. Casi toda la sexualidad
infantil* es reprimida cuando llega el complejo de Edipo* y las pulsiones sexuales* chocan
con los ideales (entre otras cosas). La sexualidad es en su totalidad reprimida (las
representaciones* de los sucesos de la sexualidad infantil constituirán el inconsciente*
reprimido primariamente* y los retoños posteriores serán reprimidos secundariamente*),
tanto la masculina como la femenina. ¿Hay desvalorización de lo femenino? Sólo en el
período fálico*, cuando por analogía* se confunde el genital femenino con una castración y
entonces en realidad no habría represión de lo femenino sino de la pulsión sexual infantil,
pues ésta puede ocasionar el peligro de la castración. En El yo y el ello (1923) considera
importantísima a la bisexualidad en tanto responsable del tipo de salida y desenlace del
complejo de Edipo, el que normalmente sería en todo sujeto de dos tipos: positivo (haciendo
alusión al predominio de su propio sexo, identificándose* con el padre del mismo sexo) o
negativo (lo contrario). La bisexualidad sería parte causal de la ambivalencia* en la relación
con los padres (Edipo positivo y negativo), lo que complejiza la existencia de la rivalidad de
la etapa fálica hasta ahora expuesta en su obra. La rivalidad con el padre de sexo opuesto
que aparece en la etapa fálica y/o genital, ahora pasaría a ser exponente del complejo de
Edipo positivo únicamente. En el complejo de Edipo negativo el niño se identifica con la
madre y quiere tener un coito pasivo con el padre, como una manera de desmentir* la
castración, pero este mecanismo falla pues en la misma concepción de un coito pasivo se
está aceptando, como premisa, una diferenciación sexual y en este momento la diferencia
radica en fálico-castrado, por lo tanto, también se siente angustia de castración*. El ejecutor
de esta castración es el padre. Ante esta conflictiva insoluble se reprime o sepulta* el
complejo de Edipo y se instala el superyó*, como “monumento conmemorativo” de aquel. La
conflictiva resurge, con las marcas de su historia, en la adolescencia. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano] [sexolog.] Condición que tienen todos los seres vivos sexuados, de
poseer, en alguna proporción muy variable, características, tanto anatómicas como
fisiológicas, psicológicas y de conducta, del otro sexo al que les corresponde genéticamente.
Todos los varones tienen un pequeño porcentaje de condiciones orgánicas y psicológicas del
sexo opuesto. No confundir con hermafroditismo* . [Juan Carlos Kusnetzoff www.e-
sexologia.com]

Bordeline, personalidad
César Pelegrín

[freud.] El término borderline (en cast.: fronterizo o limítrofe) se utilizó ya en el siglo pasado
para designar un trastorno psíquico, pero sólo hacia 1950 comenzó a pretender una acepción
más rigurosa, a medida que el cuadro polifacético, evanescente, casi inasible iba siendo
aislado en la clínica, se reunía una casuística y se realizaban incluso estudios estadísticos.
Como el individuo bordeline presenta un collage de síntomas, ni siquiera constantes, algunos
terapeutas preferían seguir arreglándoselas con la anterior nosografía y negaban la
necesidad de agregar una entidad nueva. En general, el acuerdo era mayor en los hechos, o
por lo menos se compartía la misma perplejidad. ¿Por qué los comportamientos y las
fantasías de ciertas personas pasaban de neuróticos a psicóticos o psicopáticos, con algunos
períodos de normalidad aparente? Al investigar y sobre todo al encarar el tratamiento, el
terapeuta ¿tendría que apelar sucesivamente y por separado a las nociones de neurosis,
psicosis, psicopatía, etc.? También eran inestables en estos pacientes las relaciones de
objeto, las de trabajo, y los sistemas de creencias. Hacía falta una teoría explicativa, y ella
comenzó por ser, prudentemente, una teoría de la transición (entre las psicosis, las
caracteropatías, las psicopatías y las neurosis). Después se fueron dibujando líneas de
desarrollo, en los EE.UU., en Gran Bretaña y en la Argentina. 1) En los EE.UU., Otto
Kernberg, tratando de ceñirse al psicoanálisis, y Gunderson, recurriendo a estudios
estadísticos, partieron de definir el fenómeno borderline como desórdenes de la
personalidad. Desórdenes que Kernberg explica por una fijación a sistemas defensivos
arcaicos, una detención del desarrollo en la fase de separación-individuación, descripta y
estudiada por Margaret Mahler. Un concepto clave para entender la florida sintomatología del
borderline es el de escisión del yo. Sólo un yo escindido puede corresponder a
manifestaciones tan caóticas. ¿Y por qué se escindiría, quebraría el yo? Dicho brevemente:
para evitar un peligro mayor. 2) En Gran Bretaña, aplicando el modelo de Bion, consideraron
tales desórdenes una forma de psicosis: la “psicosis borderline. El yo tiene una parte
neurótica y otra psicótica. Está pues escindido. ¿Por qué o para qué? Para defender al
individuo evitando el incremento de la parte psicótica, función que está a cargo de la parte
neurótica. 3) En la Argentina se intenta sintetizar aspectos de ambas escuelas. César
Pelegrín propone un modelo de una escisión múltiple del self con detenciones escalonadas de
partes que terminan formando una personalidad múltiple. Explica los desórdenes borderline
como la restitución de una psicosis infantil, una restitución incompleta, en tanto partes de la
personalidad funcionan unas al modo neurótico, otras al caracterológico, otras al psicopático,
con un predominio transitorio de alguna de las tres modalidades. Los tres modelos tienen en
común basarse en la escisión del yo. [César Pelegrín]

Cantidad de excitación
José Luis Valls

[freud.] Monto de energía que penetra en el aparato y es percibido en el polo percepción


consciencia (PCc.), proveniente del mundo exterior (la naturaleza, los semejantes), del
propio cuerpo, o de ambos lugares en forma combinada. El PCc. está compuesto
esencialmente por los órganos de los sentidos, en los que se ubican también las diferentes
zonas erógenas*. Sea que provenga de la naturaleza, los semejantes o el propio cuerpo la
energía produce un primer tipo de respuesta: una “alteración interna”*, tipo de reacción
inespecífica, respuesta refleja, relicto de lo que en la filogenia pudo haber sido una acción
sujeta a un fin y ahora expresa una emoción, un afecto*. La cantidad, al ser percibida en el
PCc., se torna cualidad*: displacer*. La cantidad de estímulo proveniente del propio cuerpo,
una vez penetrada en el aparato psíquico, también se liga con una representación* (primero
representación-cosa* o sea Inc., luego representación -p al abra* si quiere llegar a la Ce. del
yo* y por lo tanto a la acción). Al ligarse con una representación se transforma en deseo* de
algo que ahora posee una meta, y por lo tanto toma cualidad representacional. Si el deseo
es sexual se llamará también “libido”*; si está relacionado con la autoconservación,
“interés”*. La denominación de “Eros”* abarca a los dos, si bien es verdad que el uso -em-
pezando por el de Freud- hizo de “libido” sinónimo de “Eros”. En realidad, este último es más
amplio, ocupa a las pulsiones de vida* en general, incluidas las pulsiones de autoconserva-
ción*. Eros es entonces pulsión de vida, en oposición a la pulsión de muerte*. La pulsión de
muerte no tiene representación inconsciente* (de cosa) de la muerte propia (las
representaciones-cosa son principalmente huellas de vivencias, verdades históricas*). Por lo
tanto no nos queda más que relacionarla con la representación de la muerte de otro, lo que
la transforma en pulsión de destrucción* (véase: angustia de muerte). Esta última se
muestra en distintos grados de mezcla*, incluso es llevada a la acción o no, o reprimida*,
como puede serlo el odio* o la pulsión de apoderamiento*. Sin embargo, en parte queda
libre en el aparato psíquico sin representación, como masoquismo* primario, tomando la
característica de una tendencia a la desligadura de la cantidad con la representación,
contraria al principio de placer*, una tendencia a volver a transformar la ya lograda cualidad
(representacional) en pura cantidad (lo inorgánico). En última instancia la pulsión de muerte
busca eso: volver a la cantidad, hacer desaparecer el mundo de la cualidad, mucho más
vinculado con las pulsiones de vida. La pulsión de muerte, cuando es deflexionada hacia el
mundo exterior, gracias al aparato muscular, lleva el nombre de “pulsión de destrucción” e
implica ya alguna mezcla con Eros. El aparato psíquico no soporta grandes cantidades de
excitación y se edifica como una gran complejización que tiende a moderarlas. Lo hace
transformándolas en complejidad o en cualidad. La cualidad para el aparato psíquico nace de
la percepción* consciente, y la representación es el recuerdo*, más o menos desfigurado, de
ella. Al ligarse la cantidad a representaciones toma cualidad representacional, cualidad
psíquica; ésta busca volver a tener cualidad perceptual o sea a “reencontrar”* (La negación,
1925) al objeto ahora deseado en el mundo exterior y poder, mediante una acción
específica* más o menos compleja, dar salida al nivel de cantidad de excitación que había
dado el “puntapié inicial”. La energía se liga con las representaciones de dos maneras: como
energía libremente móvil* y como energía ligada o energía quiescente*. Como energía libre
se desplaza* de una representación a otra utilizando las leyes de la asociación* como
identidades, típica del proceso primario* Inc. con representaciones-cosa. Como quiescente la
energía tiene fuerte investidura y débil desplazamiento, con representaciones-palabra típicas
del proceso secundario*, del pensamiento*, cuya sede es el preconsciente* perteneciente al
yo. La cualidad está dada aquí por la palabra, al ser ésta de por sí una percepción consciente
y por significar, simbolizar o representar a la representación de la cosa ante la consciencia*.
La cantidad de excitación, si excede cierta proporción, es traumática. La que proviene de la
naturaleza o de la pulsión de destrucción de los semejantes puede originar las neurosis
traumáticas*, con sus síntomas* típicos. La cantidad de excitación que proviene de las
pulsiones sexuales* de los semejantes, produciendo excitaciones en zonas erógenas no
despiertas todavía en la vida del niño, por lo tanto sin posibilidad de ser comprendidas por el
aparato psíquico, producirán traumas* sexuales y se generarán los puntos de fijación* de la
sexualidad infantil*, origen de ulteriores rasgos de carácter* o neurosis*, etcétera. Cuando a
aquella zona erógena le llega la época de su predominio, lo hace con el monto de excitación
que corresponde al hecho traumático, lo que hace que el yo tienda a defenderse con una
contrainvestidura* extrema. No en todas las épocas de la vida es igual la cantidad de
excitación proveniente del cuerpo. En el período del complejo de Edipo* y sus “reediciones”,
la pubertad, adolescencia y menopausia, el aflujo es mayor y por eso se suelen originar
momentos de descompensación o neurosis. En los escritos metapsicológicos de 1915 Freud
llama quantum de afecto* a esta cantidad de excitación que circula de distintas formas por el
diferente tipo de representaciones. Quantum y representación tienen a veces destinos
diferentes, en el caso de la represión por ejemplo, lo que se reprime es la representación,
esto produce disminución o no de la descarga afectiva pues ésta es independiente de
aquella. De todas formas cuanto más se disminuya o desaparezca el afecto (la angustia*)
más exitosa resulta la represión (es más exitosa en ese sentido en la histeria que en la
fobia* o la neurosis obsesiva*). El trauma del nacimiento consiste en una invasión masiva de
cantidad de excitación desde las necesidades corporales fundamentalmente, la que, en
condiciones normales, es calmada por un semejante, por alguien (objeto* psíquico) del
entorno del niño al que Freud llamó “asistente ajeno”*; por lo cual y de distintas maneras,
de su necesidad de objeto el individuo “no se desprenderá jamás”. Los distintos tipos de
angustia de que se defenderá el yo (angustia de pérdida de objeto*, angustia de castración*,
angustia ante el superyó* y angustia social*) serán mediaciones ante aquella fundamental
que es la invasión de cantidad sobre el aparato psíquico, la angustia automática*. El
esquizofrénico es víctima en los inicios de su enfermedad (cuando rompe con el deseo Inc.
del objeto desinvistiendo la representación-cosa de éste) de la invasión masiva de cantidad
de excitación o angustia automática (la cantidad de excitación después de determinada
magnitud automáticamente deviene en angustia), esto coincide con la vivencia de fin de
mundo*, producto de la desinvestidura* de la representación Inc. de los objetos, lo que deja
inerme al aparato psíquico para poder ligar a la cantidad de excitación y cualificarla,
complejizarla (Lo inconciente, 1915; Complemento metapsicológico a la doctrina de los
sueños, 1915-17). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Carácter
José Luis Valls

[freud.] El carácter de una persona es esencialmente la manera de funcionamiento de su


yo*, su manera de realizar sus acciones específicas* o de no hacerlas, sus puntos de
fijación*, sus mecanismos de defensa* más comunes ante sus pulsiones* y ante los peligros
del mundo exterior, sus actitudes, sus atributos, en suma las características principalmente
de su yo. Por lo tanto el carácter se va formando de la misma manera y a medida que se va
formando el yo de una persona. Freud describe al yo como formándose desde la “superficie”
del individuo (El yo y el ello, 1923), o sea en contacto con la realidad* exterior, como
produciéndose en el vínculo con ella. Y, ¿cómo penetra la realidad exterior en el aparato
psíquico* del individuo? Ciertamente, empieza penetrando por el polo perceptual* (PCc.).
Pero, ¿cuándo, cómo y por qué una percepción* se transforma en el yo de un individuo? Lo
hace porque el aparato psíquico busca la identidad. El yo introduce la realidad en sí mismo
volviéndose igual a ella, idéntica a ella, identificándose* con ella. Y ¿cuál es la realidad
exterior? Fundamentalmente aquella de la que provienen las vivencias de placer* y dolor*, o
sea la realidad de los objetos*, la realidad de que éstos son las fuentes deseadas de placer
(lo que en forma paulatina se reconoce, “casualmente” a medida que va formándose el yo).
La identificación es “[...] la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra
persona” (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921, A. E. 18: 99). El nombre completo
de esta identificación, primera en el tiempo, es “identificación primaria”* también porque es
anterior al reconocimiento del objeto de placer como ajeno al yo. Los atributos del objeto,
aunque no reconocido como tal, pasan a integrar el yo, pasan a ser sus propios atributos, su
manera de manejar la acción. También se incluyen, como tendencia, los puntos de fijación,
los mecanismos defensivos, etcétera. Estas identificaciones primarias se producen en un
aparato psíquico que funciona con la categoría del ser*. A medida que se reconocen los
objetos como fuente de placer, se van estableciendo con ellos distintos vínculos. Unos serán
“elecciones de objeto”* en los que predominará la categoría del tener*. Éstas se van
haciendo por apuntalamiento* de la pulsión sexual* sobre la pulsión de autoconservación*.
Con otros objetos habrá identificación, en la que se mantiene la categoría del ser. La elección
de objeto y la identificación con el mismo llegarán a ser opuestos, en especial tras el
reconocimiento definitivo de la diferencia de los sexos. Después del complejo de Edipo*
declina la atracción por los objetos que pertenecen a este período (pasan a ser sentidos
como incestuosos), gran parte de los atributos de ellos terminan de pasar al yo “reforzando
de ese modo la identificación primaria” (El yo y el ello, 1923, A. E. 19:33) y en especial van
a integrar, por identificación secundaria* entonces, una parte del yo que se llamará
superyó*. En el varón reforzará o dará origen oficial a su masculinidad, a su vez reforzará su
carácter*; le dará una modalidad más definitiva en la que se integrarán más firmemente los
mecanismos de defensa o represiones secundarias* que si son muy intensos y/o se
rigidifican, generarán una “alteración del yo”* o de su carácter, constituyéndose en
caracteropatía. El yo es una entidad eminentemente defensiva contra las pulsiones
provenientes del ello*, y las características propias de estos métodos defensivos van a
constituir también ciertas particularidades de diferentes tipos de carácter. Una de las
principales y más exitosas maneras de defenderse contra la pulsión es la sublimación*, o sea
la transformación de la pulsión en una acción aceptada socialmente y por lo tanto por el yo y
el superyó. La transformación de las pulsiones anales en tendencia al orden, al ahorro o la
tenacidad, es uno de los tantos ejemplos. También la de las pulsiones fálico-uretrales en
ambición. En estos casos las sublimaciones no son meros actos satisfactorios, sino que
toman el rasgo de una característica yoica, una manera de hacer, se transforman en rasgos
de carácter. En relación a los mecanismos de defensa, el paradigma de los generadores de
rasgos caracterológicos es la formación reactiva*, la que consigue la “salud aparente, pero,
en verdad, de la defensa lograda” (Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de
defensa, 1896, A. E. 3:170), típica del período de latencia* en general y del carácter
obsesivo en particular. Los mecanismos defensivos en la medida en que se rigidifican,
incluyendo en ellos la desmentida* de la diferencia de sexos perversa, generan rasgos de
carácter más o menos patológicos. En suma, el carácter no es una estructura en sí, sino los
atributos de una estructura que se llama el yo, en la que participa también el superyó, parte
especializada de aquel. Atributos defensivos, entonces, de una estructura yoica contra la
pulsión del ello, proveniente desde la realidad exterior y presionada a su vez por otra
estructura que surge en el aparato psíquico después del complejo de Edipo y que se va a
escindir del yo reforzando la constitución del carácter: el superyó. El carácter termina siendo,
por lo tanto, la manera de ser de una persona; precipitado de su historia, sus hechos
traumáticos, sus fijaciones, sus compulsiones repetitivas*, sus vínculos y elecciones de
objeto, sus mecanismos defensivos, todos éstos a su vez íntimamente vinculados con sus
distintos tipos de identificaciones. El carácter de una persona ayuda a mantener su
“normalidad”, no es necesariamente patológico. Tomará este rumbo cuando se torne rígido,
con pocas variables para enfrentar las frustraciones* de la realidad. Se constituirá así en
caracteropatía, la que puede resultar basamento de posteriores neurosis* o cualquier otro
cuadro patológico. El psicoanálisis puede producir cambios en el carácter, profundizando en
el análisis del yo, de sus defensas*; reconstruyendo también la historia de ellas que es en
gran parte la historia de la formación del yo. Historias que vuelven a ser presente, en forma
vívida, en el fenómeno de la transferencia*. El carácter es un triunfo del yo sobre la pulsión,
pulsión que pasa a estar integrada en él. En tanto hay carácter no hay retorno de lo
reprimido*, no hay síntomas*, no hay neurosis. Uno podría hasta decir que no hay conflicto
psíquico*. Ocurre que la pulsión está sofocada*, lo que da el aspecto de falta de conflicto.
Así y todo, cualquier aumento en la cantidad de excitación fácilmente genera
descompensaciones, con lo que retorna lo reprimido y reaparece la neurosis con su conflicto
subyacente. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Carta 52 (a Fliess)
José Luis Valls

[freud.] Una de las más famosas cartas de Freud a Fliess (véase: manuscritos a Fliess),
fechada en Viena el 6 de diciembre de 1896. En ella hace un esbozo de ordenamiento de las
representaciones* que le van acercando a definir su primera tópica, mientras formula otras
ideas importantes que van a perdurar en el resto de su obra. Habla ahí de que la
representación de los deseos* psíquicos se va generando por estratificación sucesiva, la que
sufre reordenamientos y retranscripciones. La memoria* no es simple sino múltiple. Se
registra en diversas variedades de signos. Estarían primero las neuronas* que registran las
percepciones*. La primera trascripción sería el signo perceptivo que se asocia por
simultaneidad. Luego se pasaría al inconsciente*, en donde intervendrían nexos tal vez
causales, las huellas aquí serán recuerdos* de conceptos. En este último sentido globalizador
se podría pensar su correspondencia con lo que más adelante llamará representaciones-
cosa*. Estas últimas pueden volver a la consciencia* a través de su traducción a un tercer
tipo de trascripción ligado a representaciones-palabra*, correspondiente al yo* oficial, aquí
llamado indistintamente preconsciente*. En la carta se detalla el camino que va desde la
percepción, su forma de inscripción en el aparato psíquico*, hasta la posibilidad de su
recuerdo merced a la palabra. También se explica el mecanismo de la represión*, relacio-
nando cada una de las trascripciones con distintas épocas de la vida. Para Freud, en la
traducción de una trascripción a otra una defensa* es normal si las trascripciones
corresponden a la misma fase psíquica. En cambio existe una defensa patológica contra una
huella mnémica* no traducida de una fase anterior, Esta defensa se llama represión y
sucede con la sexualidad* por la particularidad que tiene en su desarrollo evolutivo. Una
estimulación genital* sólo será comprendida o “sentida” en el período* que le corresponde;
en períodos previos no, sucederá el fenómeno del “a posteriori”* por el que aquella será
“recordada” en el período genital, con un monto de excitación proveniente del anterior
episodio excitatorio, por lo que éste se torna traumático y este displacer* generará la
defensa o represión. Volvamos un párrafo atrás para aclarar mejor algunas cosas. Freud dice
que una trascripción es traducida a otra. “Según mi mejor saber o conjeturar” se refiere aquí
al hecho de que las representaciones-cosa son traducidas a representación-palabra para
poder llegar a la consciencia. Si los sucesos que ocurrieron dejando representación-cosa, lo
fueron anteriores a la posibilidad de poseer representaciones-palabra que “comprendan”
(véase: comprensión) a las representaciones-cosa, corresponden a una zona erógena*
todavía no desarrollada, y por lo tanto a las situaciones traumáticas* que dichas
representaciones-cosa conmemoran. Se apela, entonces, a la represión, que en este caso es
sólo contrainvestidura* (represión primaria*), pues no hay palabra a la que desinvestir*. Si
la representación-cosa encuentra una sexualidad correspondiente al nivel de la zona erógena
en una forma convenientemente desarrollada, comprendida, “pasada por una investidura*
corporal”, por lo tanto con las representaciones-palabra con un cierto nivel de elaboración y
vinculación entre ellas, se puede establecer una defensa normal, si no es así deberá usarse
aquella que aquí llama patológica, pero que es la más común: la represión. En la misma
carta trata de relacionar los recuerdos de los hechos con la causa de la neurosis*, la
histeria*, la neurosis obsesiva* y la paranoia*. “[...] los recuerdos reprimidos fueron
actuales, en la histeria, a la edad de un año y medio a cuatro; en la neurosis obsesiva, a la
edad de cuatro a ocho años, y en la paranoia, a la edad de ocho a catorce años" (1896, A. E.
1: 277). Otra consecuencia de las vivencias prematuras es la perversión*, cuya condición
pareciera ser, a esta altura de la teoría, que la defensa no sobrevenga antes que el aparato
psíquico se haya completado, o que no se produzca defensa alguna. Posteriormente, a partir
de Pegan a un niño (1919) y del historial del “Hombre de los lobos” (1914), se comprende
que esta afección es producida por otro tipo de represión o defensa ante el reconocimiento
de la diferencia de sexos que aparece en la etapa fálica, durante el complejo de Edipo (fálico-
castrado), etapa y período a los que queda fijado, fijación* basada en una desmentida* de
aquella diferencia, a la que a partir de entonces se debe dedicar a sostener, produciendo
escisiones en su yo*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Castigo, necesidad de
José Luis Valls

[freud.] También llamada incorrectamente “sentimiento inconsciente de culpa”*. Es producto


de la pulsión de destrucción* (deflexión al exterior de la pulsión de muerte*), reintroducida
en el aparato psíquico merced a su ligadura por el superyó* inconsciente*. La necesidad de
castigo no es percibida por el sujeto como algo en especial, se infiere de su conducta, o de la
persistencia arraigada de su neurosis*. Ocasiona, cuando es predominante y crónica,
caracteres* patológicos como “los que fracasan al triunfar”*, o “los que delinquen por
sentimiento de culpa”*.Además es una de las resistencias* más fuertes a la cura,
generadora de la llamada “reacción terapéutica negativa”* consistente en el empeoramiento
de la enfermedad cuando se ha conseguido reconstruir o develar el sentido de un síntoma*,
de un sueño*, de una compulsión de repetición* o de un rasgo de carácter. Esta resistencia
corresponde al superyó. También se puede expresar como tendencia a los accidentes, incluso
a las enfermedades orgánicas. En estos casos suele llamársela “neurosis de destino”. No
olvidemos que el destino para el inconsciente corresponde al padre, en última instancia al
castigo paterno. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Catarsis
José Luis Valls

[freud.] Fenómeno de descarga de la cantidad de excitación*. La descarga puede ser


simultánea al hecho traumático y en ese caso el aparato psíquico* actúa casi meramente
como arco reflejo, por el principio de inercia*, volviendo inmediatamente al estado anterior
(del nivel de estímulo).Puede también ocurrir que se retenga el afecto*. Por ejemplo: cuando
una zona erógena* es estimulada en un momento de la vida en que todavía no esté
capacitada para la descarga. Cuando llega el momento de la vigencia de la zona erógena en
cuestión, el hecho traumático retorna “a posteriori”* produciendo las sensaciones que no
produjera otrora y de las que el yo* ahora se defiende con la represión* y su consecuente
generación de síntomas* (cuando no es exitosa y permite el retorno de lo reprimido*).El
psicoanálisis aquí busca reencontrar los recuerdos* traumáticos que retuvieron el afecto* en
su oportunidad, para abreaccionarlo* mediante la catarsis*, y descargarlo. La abreacción,
productora de la catarsis, fue el primer método que suplantó la orden hipnótica, de la que se
mostró como mucho más eficaz. Antecedente o primer nivel de psicoanálisis, el que nunca lo
dejó de lado, más bien lo incluyó como parte de sí. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Catarsis, según Freud


José Luis Valls

Escribe Freud en “Dos artículos para enciclopedia”: “De las investigaciones que constituían la
base de los estudios de Breuer y míos se deducían, ante todo, dos resultados: primero, que
los síntomas histéricos entrañan un sentido y una significación, siendo sustitutivos de actos
psíquicos normales; y segundo, que el descubrimiento de tal sentido incógnito coincide con
la supresión de los síntomas, confundiéndose así, en este sector, la investigación científica
con la terapia. Las observaciones habían sido hechas en una serie de enfermos tratados con
la primera paciente de Breuer, o sea por medio del hipnotismo, y los resultados parecían
excelentes hasta que más adelante se hizo patente su lado débil. Las hipótesis teóricas que
Breuer y yo edificamos por entonces estaban influidas por las teorías de Charcot sobre la
histeria traumática y podían apoyarse en los desarrollos de su discípulo P. Janet, los cuales,
aunque publicados antes que nuestros Estudios, eran cronológicamente posteriores al caso
primero de Breuer. En aquellas nuestras hipótesis apareció desde un principio, en primer
término, el factor afectivo; los síntomas histéricos deberían su génesis al hecho de que un
proceso psíquico cargado de intenso afecto viera impedida en algún modo su descarga por el
camino normal conducente a la conciencia y hasta la motilidad, a consecuencia de lo cual el
afecto así represado tomaba caminos indebidos y hallaba una derivación en la inervación
somática (conversión). A las ocasiones en las que nacían tales representaciones patógenas
les dimos Breuer y yo el nombre de traumas psíquicos, y como pertenecían muchas veces a
tiempos muy pretéritos, pudimos decir que los histéricos sufrían predominantemente de
reminiscencias. La catarsis era entonces llevada a cabo en el tratamiento por medio de la
apertura del camino conducente a la conciencia y a la descarga normal del afecto. La
hipótesis de la existencia de procesos psíquicos inconscientes era, como se ve, parte
imprescindible de nuestra teoría. También Janet había laborado con actos psíquicos
inconscientes; pero, según actuó en polémicas ulteriores contra el psicoanálisis, ello no era
para él más que una expresión auxiliar, une manière de parler, con la que no pretendía
indicar nuevos conocimientos. En una parte teórica de nuestros Estudios, Breuer comunicó
algunas ideas especulativas sobre los procesos de excitación en lo psíquico, que han
marcado una orientación a investigaciones futuras, aún no debidamente practicadas. Con
ellas puso fin a sus aportaciones a este sector científico, pues al poco tiempo abandonó
nuestra colaboración”.

Cäcilie m.
José Luis Valls

[psicoan.] Se trata de una paciente histérica mencionada muchas veces en Estudios sobre la
histeria (1893-95). Freud dice haberla conocido más a fondo que a las otras, pero que
razones personales le impiden comunicar con detalle su historial clínico. En una nota al pie
sobre los enlaces falsos pone el ejemplo de Cäcilie M., en aquella dice que “[...] el talante
perteneciente a una vivencia, así como su contenido, pueden entrar con toda regularidad en
una referencia desviante con la conciencia primaria” (1893, A. E. 11:90). Aparentemente
esta apreciación está dirigida a las racionalizaciones como una forma de enlaces falsos, pero
al hablar del talante y la representación como el pasaje de una escena a otra, no deja de
referirse al problema de la transferencia y al fenómeno de la represión. Dice que aparecían
reminiscencias, como si se repitieran escenas que eran precedidas por el talante
correspondiente. La paciente se volvía irritable, angustiada, desesperada, sin vislumbrar en
ningún caso que ese estado de ánimo no pertenecía al presente, sino al estado que estaba
por aquejarla. En ese período de transición establecía un “enlace falso”. En otra nota al pie,
trae ejemplos de comunicaciones del paciente que recuerda en determinado momento un
síntoma ya superado tiempo atrás y éste reaparece al ser recordado, como si fuera esto una
especie de vislumbre o presentimiento, cosa relativamente común en Cäcilie. “Era siempre
una vislumbre de lo que ya estaba listo y formado en lo inconsciente, y la conciencia "oficial"
(para emplear la designación de Charcot), sin sospechar nada, procesaba la representación
que afloraba como repentina ocurrencia dándole la forma de una exteriorización de
satisfacción, que en cada caso, con harta rapidez y puntualidad, recibía su mentís” (1893, A.
E. 2:96). Luego: “[...] uno sólo se gloria de la dicha cuando ya la desdicha acecha” (1893).
Este tema de los presentimientos o vislumbres, lo va a retomar, según mi entender, mucho
más adelante en la teoría, en una nota al pie del artículo La negación (1925), sin embargo,
es traducido ahí por Etcheverry como invocación. Por último Cäcilie M. es usada como
ejemplo de formación simbólica de síntoma. La paciente posee una violentísima neuralgia
facial que emerge de repente dos o tres veces por año. Cuando Freud intentó convocar la
escena traumática, “[...] la enferma se vio trasladada a una época de gran susceptibilidad
anímica hacía su marido; contó sobre una plática que tuvo con él, sobre una observación que
él le hizo y que ella concibió como grave afrenta (mortificación), luego se tomó de pronto la
mejilla, gritó de dolor y dijo: "Para mí eso fue como una bofetada"“ (A. E. 2:190-191). Con
ello tocaron a su fin el dolor y el ataque. Esa neuralgia había pasado a ser, por el habitual
camino de la conversión, “[...] el signo distintivo de una determinada excitación psíquica;
pero en lo sucesivo pudo ser despertada por eco asociativo desde la vida de los
pensamientos, por conversión simbolizadora” (id.). El síntoma, en este caso, se forma
originalmente por asociación por simultaneidad, merced al conflicto y defensa, y luego se lo
evoca por simbolización principalmente de palabra, o sea por analogía de la expresión
lingüística. En otra ocasión atormentaba a Cäcilie M. un violento dolor en el talón derecho,
punzadas a cada paso, que le impedían caminar. En el análisis se evocó una oportunidad de
una internación clínica en la que le había expresado al médico el miedo de “no andar
derecha” en esa reunión de personas que le eran extrañas. Freud dice que en ninguna otra
paciente ha podido hallar un empleo tan generoso de la simbolización, pero que ésta se debe
extender a la histeria en general y que el síntoma conversivo no hace más que animar las
sensaciones a que la expresión lingüística debe su justificación. Así por ejemplo, las frases:
“[...] me dejó clavada una espina en el corazón”, o el “tragarse algo” (id.192), son metáforas
de hechos concretos corporales que pueden expresar el dolor o cierto sometimiento. En estos
casos en vez de ser expresados como metáforas verbales vuelven a ser “sentidos”, o
realizados, en la histeria. Estas sensaciones o acciones corporales a su vez “simbolizan” a
aquellas metáforas verbales, sin que la consciencia, así, tome nota del significado. La
representación-palabra en la normalidad puede expresar en forma metafórica, como en esos
ejemplos, los afectos correspondientes a representaciones de deseo. En la histeria, al ser
estas representaciones-palabra desinvestidas por la represión, no le queda al deseo Inc. más
que la posibilidad de expresar la misma frase metafórica pero en forma corporal, utilizando el
cuerpo en un sentido simbólico de lo que alguna vez fue concreto, para poder saltear la
represión, y retornar así lo reprimido. Se apoya en que para Darwin la “expresión de las
emociones” consiste en operaciones que en su origen estaban provistas de sentido y eran
acordes a un fin, por más que hoy se encuentren en la mayoría de los casos debilitadas a
punto tal que su expresión lingüística nos parezca una transferencia figural. Es harto pro-
bable que todo eso se entendiera antaño literalmente, y la histeria acierta cuando restablece
para sus inervaciones más intensas el sentido originario de la palabra. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Aporte de Ricardo Bruno

Celos
José Luis Valls

[freud.] Estado afectivo normal, que está en directa relación con el aspecto de pulsión de
apoderamiento* perteneciente a la pulsión sexual*. Se vincula con la intimidad que busca la
pareja amorosa, pues la pulsión sexual es asocial en ese sentido. El amor* sexual no es
compartible, más que con la propia pareja. Freud describe tres niveles de celos: 1) los de
competencia o normales; 2) los proyectados y 3) los delirantes. Los primeros están
compuestos del duelo* por el objeto* de amor que se cree perdido y por la afrenta narcisista
sufrida. Pueden existir sentimientos de hostilidad hacia los rivales y un monto mayor o
menor de autocrítica. A pesar de ser normales, son irracionales.“[...] arraigan en lo profundo
del inconciente, retoman las más tempranas mociones de la afectividad infantil y brotan del
complejo de Edipo o del complejo de los hermanos del primer período sexual” (Sobre algunos
mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad, 1922, A. E. 18: 217).
En muchos casos incluso son vivenciados bisexualmente, por ejemplo los celos entre amigos,
etcétera. El segundo tipo, los celos proyectados, provienen de la propia infidelidad, sea
practicada, fantaseada, o reprimida y en segunda instancia proyectada como alivio del yo*
ante su consciencia moral* y ante los embates de lo reprimido*.“Los celos nacidos de una
proyección así tienen, es cierto, un carácter casi delirante, pero no ofrecen resistencia al
trabajo analítico, que descubre las fantasías inconcientes de la infidelidad propia” (1922, id.
218).Los celos del tercer tipo o estrato (Freud los considera diferentes tipos pero éstos
pueden coexistir) también provienen de anhelos de infidelidad reprimidos, pero en este caso
los objetos de fantasía* son del mismo sexo; las diferencias sexuales están previamente
desmentidas* y luego reprimidas de una manera muy particular, en la que intervienen la
desinvestidura* de la representación-cosa* y ulterior proyección* del deseo* inconsciente en
el objeto. Corresponden a una forma de la paranoia*, aquella que desmiente la moción
homosexual no aceptada por el yo, o sea su “protesta masculina”, la “roca de base”*, tan
poco profunda en la paranoia, por lo que se torna tan difícil su acceso terapéutico. La
paranoia de celos desmiente la moción homosexual que le retorna desde lo proyectado, con
la frase “No yo amo al varón - es ella quien lo ama” (en el varón) o “No yo amo a las
mujeres - sino que él las ama” (en la mujer) (Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso
de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente, 1911, A. E.12:60).“Frente
a un caso de delirio de celos, habrá que estar preparado para hallar celos de los tres
estratos, nunca del tercero solamente” (1922, A. E. 18:219). [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Censura
José Luis Valls

[freud.] Este concepto sufre una evolución particular en la obra freudiana. Es el proceso en
que a una representación -retoño (de otra representación reprimida primariamente) se le
impide el acceso a un nivel superior del psiquismo (a la palabra, al preconsciente*), o se le
permite siempre que esté bien disfrazada y no sea reconocida como propia por el yo*.Freud
define en primer término la censura onírica. Su función es desfigurar la representación*
intolerable para la consciencia*. En el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900)
y en los escritos metapsicológicos de 1915 llevará el nombre de “represión”*. Esta represión
escindirá el aparato psíquico en un Inc.* y un Prec. y a su vez tendrá dos tiempos: la
represión primaria*, que se producirá en los distintos momentos de la sexualidad infantil*
creando sus fijaciones* que culminan en el período del complejo de Edipo* y generan la
amnesia infantil* posterior; y la represión secundaria*, que da caza a los retoños de aquella
sexualidad infantil ya reprimida, la que intenta retornar de lo reprimido* a través de ellos,
generando, si lo consigue, entre otras cosas los síntomas* neuróticos.Freud describe
también una censura consciente que impide el pasaje de las representaciones-palabra* Prec.
a la consciencia (Cc.), restándoles valor, o por productoras de vergüenza*, etcétera. Esta
censura, cuya forma de acción es la de quitarle a la representación-palabra la
sobreinvestidura* de atención* que necesita para acceder a la consciencia*, es la que se le
pide al paciente que deponga, al entregarle la “regla fundamental”* de la “asociación
libre”*.En términos de la segunda tópica, la censura es en ese caso ejercida por el superyó*
hacia un yo que no accede al nivel del ideal del yo* exigido. Tomando la forma de
autorreproche* o autocensura, expresiones de sentimiento de culpa*. También el superyó
puede castigar al yo por permitir éste al ello* ciertas libertades no aceptadas por la
consciencia moral* (actuadas o fantaseadas). Es un resabio de la censura de los padres en el
momento de la educación; censura que remite entonces, en el inconsciente, a la amenaza de
castración*.El yo censura en forma automática a la moción pulsional cuando su
representación-cosa* busca representación-palabra en alguna forma asociada por el yo con
algo no aceptado por el superyó, pues si no le produce angustia señal* al yo. Éste se
defiende de la angustia aplicándole a la pulsión* los mecanismos de defensa* que al
sustraerle investidura Prec. (a la representación-palabra) impiden su conocimiento y acceso
al yo. Estos mecanismos de defensa son formas cada vez más sofisticadas de la censura.
[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Ceremonial obsesivo
José Luis Valls

[freud.] Compulsión* compleja a la que en ocasiones se ve sometido el paciente neurótico


obsesivo*. Le sirve para controlar la angustia*, la que se hace presente si alguna causa
impide su realización. Aunque el ceremonial suele ser molesto, el paciente no puede
impedirlo. Freud trae un ejemplo de un niño de once años:“No se dormía hasta no haberle
contado a su madre presente, con los mínimos pormenores, todas las vivencias del día;
sobre la alfombra del dormitorio no debía haber por la noche ni un papelito y ninguna otra
clase de basura; la cama tenía que arrimarse por completo a la pared, debía haber tres sillas
delante de ella y disponerse las almohadas de una manera precisa. Y él mismo, antes de
dormirse, tenía que entrechocar sus piernas cierto número de veces, y luego ponerse de
costado” (Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa, 1896, A. E. 3:173,
nota).El ceremonial tiene un fundamento aparentemente racional, siendo absolutamente
irracional. Tiene motivaciones inconscientes que en la mayoría de los casos pueden ser
reconstruidas*, y encontrarse así el significado y con él la posibilidad de la vuelta a la
racionalidad de la actividad de pensamiento*, propia del yo*. El caso de ese niño “[...] se
esclareció de la siguiente manera: Años antes había ocurrido que una sirvienta, encargada
de llevar a la cama al bello niño, aprovechó la oportunidad para acostársele encima y abusar
sexualmente de él. Después, cuando este recuerdo fue despertado por una vivencia reciente,
se anunció a la conciencia a través de la compulsión al ceremonial descrito, cuyo sentido era
fácil de colegir y fue establecido en detalle por el psicoanálisis: Sillas delante de la cama, y
ésta arrimada a la pared... para que nadie más pudiera tener acceso a la cama; almohadas
ordenadas de cierta manera... para q_ estuvieran ordenadas diversamente que aquella
noche; los movimientos con las piernas... echar fuera a la persona acostada sobre él; dormir
de costado... porque en la escena yacía de espaldas; detallada confesión ante la madre...
pues le había callado esa y otras vivencias sexuales, por prohibición de la seductora; por
último, mantener limpio el piso del dormitorio... porque el principal reproche que hasta
entonces había debido recibir de la madre era que no lo mantenía así” (1896, 3:173, nota).
El ceremonial obsesivo es expresión de mecanismos defensivos* del yo como la “anulación
de lo acontecido”* y el “aislamiento”*, cuya progresiva falla permiten cada vez más el
retorno de lo reprimido*; o sea es expresión de la neurosis obsesiva, aunque en algunos
caracteres* anales normales la tendencia al orden por momentos tome ciertas características
de ceremonial.“El ceremonial neurótico consiste en pequeñas prácticas, agregados,
restricciones, ordenamientos, que, para ciertas acciones de la vida cotidiana, se cumplen de
una manera idéntica o con variaciones que responden a leyes. Tales actividades nos hacen la
impresión de unas meras "formalidades", nos parecen carentes de significado. De igual
manera se le presentan al propio enfermo, pese a lo cual es incapaz de abandonarlas, pues
cualquier desvío respecto del ceremonial se castiga con una insoportable angustia que
enseguida fuerza a reparar lo omitido. Tan ínfimas como las acciones ceremoniales mismas
son las ocasiones y actividades adornadas, dificultadas y en todo caso sin duda retardadas
por el ceremonial; por ejemplo, vestirse y desvestirse, meterse en cama, la satisfacción de
las necesidades corporales. Puede describirse el ejercicio de un ceremonial sustituyéndolo de
algún modo por una serie de leyes no escritas” (1907, A. E.9:101-2).“En casos leves, el
ceremonial se asemeja bastante a la exageración de un orden habitual y justificado. Pero la
particular escrupulosidad de la ejecución y la angustia si es omitida singularizan al
ceremonial como una "acción sagrada". Los hechos que lo perturban se soportan mal, las
más de las veces, y casi siempre están excluidas la publicidad y la presencia de otras
personas mientras se lo consuma” (id.).Dejamos la palabra a Freud, tan clara resulta su
exposición. Solamente resaltaremos el carácter de acción sagrada del ceremonial obsesivo,
lo que lo vincula más con el ceremonial religioso. El hecho de que cuando es leve puede
pasar inadvertido o secreto, y entonces aparecer una crisis de angustia, al impedirlo alguna
causa externa. Por último la vinculación que suele tomar con actos normales cotidianos
relacionados con el tocamiento del cuerpo, las zonas erógenas*, su visualización,
embellecimiento, etcétera, por lo que éstos, entonces, se tornan tareas interminables,
tormentosas (asearse, cambiarse, acostarse, comer, etcétera). [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Chiste
José Luis Valls
[freud.] Procedimiento intelectual por medio del cual un rápido empleo de un proceso
primario* ahorra parte del gasto que demandaba la represión* de las pulsiones sexuales*
incestuosas, de las pulsiones destructivas* y de sus retoños. Se descarga, entonces, la
energía* así ahorrada, energía cuya descarga da origen al placer* de la risa, la que según la
clase de chiste (como en el chiste tendencioso) llega a ser risa franca, hasta carcajada. El
método que por un instante se utiliza es el de usar un proceso primario, en forma parecida al
sueño*, pero sin regresión* de palabra a imagen percibida, sino tratando a la palabra como
si fuera representación-cosa*, o aprovechando los diferentes significados que tienen las
palabras y también las varias cosas a las que aluden. A veces se cambia una letra o una
sílaba, o las palabras se descomponen en sílabas, gracias a condensaciones* y desplaza-
mientos* que aprovechan contigüidades*, analogías*, homofonías, oposiciones*. Son
asociaciones* superficiales de las palabras (analogías formales) que ocultan asociaciones
más profundas (de significados).En fin, se vuelve a jugar con las palabras como jugaba el
niño durante la época del aprendizaje del lenguaje*, para el que las palabras más que
representar a las cosas, son una más de éstas. Existen varios tipos de chistes: del juego
infantil con las palabras pasamos al chiste inocente o abstracto cuyo efecto nunca es
excesivamente reidero; en general nos produce una simple sonrisa. El chiste que produce
más placer suele ser el tendencioso, que nace de la pulla grosera o insulto sexual con
carácter alegre de los grupos con bajo grado de cultura o inhibición. En el chiste tendencioso,
en forma oculta, mediante condensaciones y desplazamientos, se busca agredir*
sexualmente (desnudar) a alguien o agredir simplemente (desacreditar, degradar a una
autoridad por ejemplo). Para esto se necesita de un tercero que escuche el chiste, éste es el
que principalmente, entonces, sentirá el placer al producirse la descarga con la risa. Por lo
tanto en el chiste tendencioso hay tres personajes: a) el creador que lo cuenta, b) la persona
de quien se cuenta algo (imaginaria o ausente por lo general, salvo en la pulla grosera) y c)
el tercero que es el que goza. En el autor o relator del chiste el placer empieza siendo ínfimo,
pero por contagio (identificación* con el que goza) llega a ser intenso. Este complejo meca-
nismo hace que el chiste tenga un efecto social buscado, necesita espectador, no se puede
disfrutar en soledad. Los mejores chistes equilibrarán el disfraz con lo entendible para un
tercero; si es muy complejo le demandarán a éste demasiado esfuerzo y perderá el efecto
placentero al demandar gasto. Si es excesivamente fácil necesita de un talante alegre previo
del tercero, en el que las inhibiciones* estén disminuidas y se convierta en pulla grosera, con
lo que el nivel cultural desciende. Si el tercero es el que más goza es porque la operación
intelectual creativa, el uso momentáneo del proceso primario insertado en un discurso en
proceso secundario* en forma repentina, le viene regalada por el autor, no le demanda el
gasto que exige la ocurrencia creativa. Consigue así, mediante la operación intelectual del
otro, dar cierto nivel de satisfacción a una pulsión* prohibida interiormente en su aparato
psíquico*. Pero el autor necesita del tercero para gozar, pues como hemos dicho el chiste en
soledad no produce placer, sólo al producir la risa en el tercero el autor puede sentir placer
al contagiarse, por identificación, de la risa de aquel. Esto transforma al chiste en un
fenómeno social por excelencia, diferenciándose así del humor* que es un tipo de placer
parecido, pero con libido* narcisista. En el humor el sujeto puede sonreírse de sí mismo, o
de los problemas de la realidad*, gastándoles una broma, disminuyéndoles con ésta el valor,
tornándose por un instante omnipotente el yo*. El humor no necesita de terceros, si bien
éstos pueden disfrutar de él, al sujeto no le son imprescindibles para gozar. El chiste es una
válvula de escape que en lo social permite desinhibición de pulsiones sin llegar a la acción.
Puede estar ayudado por una fachada cómica (véase: cómico), la que va preparando
previamente el ambiente para el placer chistoso. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Cloaca
José Luis Valls

[freud.] Segunda de las tres principales teorías sexuales infantiles*. La primera atribuye a
todos los seres humanos un pene y la tercera es la concepción sádica del coito. La teoría de
la cloaca surge de la ignorancia que tiene el niño sobre la existencia de la vagina como
genital, o si se quiere, de la desestimación* de la diferencia de los sexos que el niño realiza.
De ahí que atribuya el nacimiento no a un parto sino a una evacuación. Si los hijos nacen por
el ano, los varones pueden parir igual que la mujer (esto se corresponde con la primera
teoría que dice que las mujeres tienen pene). En realidad, según esta teoría no existirían dos
sexos más que por los caracteres sexuales secundarios, la función en la familia, el tipo de
preferencias, de manera de ser, etcétera, pero no por lo esencial. Una vez reconocida la
diferencia de los sexos, al menos en un primer nivel (la oposición* fálico-castrado), la teoría
cloacal es desechada. Sin embargo, puede permanecer en el inconsciente* reprimida o
incluso dentro del yo*, merced a mecanismos de escisión yoica* que en parte reconozcan la
castración y en parte no. Esto último sucede, en forma característica, en el caso de la
desmentida* de la diferencia de los sexos que se produce en la perversión sexual*. En el
historial del “Hombre de los lobos” (1918), Freud plantea esta problemática y la manera
compleja en que aparece en el caso. El paciente poseía en su yo tres actitudes diferentes
frente a la castración:1 ) Abominaba de ella desde su “protesta masculina”, lo que originaba
la angustia* de su fobia* (angustia de castración*).2) Tenía una segunda corriente que
aceptaba la castración y se consolaba con la feminidad como sustituto. Ésta originaba sus
síntomas* de constipación como conversión* histérica.3) Había una tercera más antigua y
profunda que podía todavía ser activable y que seguramente es la teoría de la cloaca
desestimadora de la castración, que momentáneamente podría resurgir durante un conflicto
agudo. Con la teoría cloacal se vincula íntimamente la trasmutación de las pulsiones* anales
a través de la ecuación simbólica: heces-pene-niño-regalo-dinero, todas identidades para el
inconsciente*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Cómico
José Luis Valls

[freud.] Operación anímica placentera, cuyo medio de descarga es la risa. Se origina como
un hallazgo de algo no necesariamente buscado en los vínculos sociales entre los seres
humanos, que también se puede extender a la apreciación de ciertos animales, objetos
inanimados o situaciones, que resultan con ciertos atributos exagerados, caricaturescos,
cómicos. La descripción corresponde, por lo general, a hechos cómicos acaecidos a personas
adultas o por lo menos con un aparato psíquico* terminado de establecer; con un ello*, un
yo* y un superyó*, y en el que está bien definida la frontera entre lo que es inconsciente* y
lo que es preconsciente* y consciente*. Lo cómico es una operación que corresponde al yo
en su parte preconsciente (Prec.), lo que pertenece ala actividad de pensamiento*, al juicio*,
al proceso secundario*. No interviene el inconsciente en su gestación, como en el caso del
chiste*. Lo cómico es algo que se halla en personas, en sus movimientos, formas, acciones y
rasgos de carácter*; originariamente es probable que sea sólo en sus cualidades corporales,
más tarde * también en las anímicas o bien en sus manifestaciones. Por otro lado, como
decíamos, se puede extender a animales, cosas o situaciones. Reímos de los movimientos
del clown porque, desmedidos y desacordes con un fin, nos recuerdan la torpeza infantil.
Reímos de un gasto de energía demasiado grande; desde la comicidad de los movimientos se
puede ramificar lo cómico a las formas del cuerpo y los rasgos del rostro.¿Por qué produce
efecto cómico lo desmedido y carente de fin del movimiento, que incluso luego deriva a otras
situaciones? Freud lo atribuye a la comparación entre el movimiento observado en el otro y
el que uno habría realizado en su lugar. Por el proceso de juicio y a través del “complejo del
semejante”* “Adquiero la representación de un movimiento de magnitud determinada
ejecutando o imitando ese movimiento, y a raíz de esta acción tengo noticia en mis
sensaciones de inervación de una medida para ese movimiento” (El chiste y su relación con
lo inconciente, 1905, A. E. 8:182). Comprendemos a un semejante realizando sus mismas
acciones; luego, una vez conocidas éstas, podemos pasar a compararlas con las nuestras. El
proceso se irá simplificando a medida que participe en él la memoria, lo que nos dispensará
de realizar el acto cada vez, sustituyéndolo por un gasto de investidura* de representación*.
Al ver a un prójimo realizando actos desmedidos o desacordes a un fin -en la comparación
que automáticamente hacemos, para comprender, con la acción que realizaríamos nosotros
en la misma situación- hay un ahorro de investidura de representación. Esa energía ahorrada
se descarga por el mecanismo placentero de la. risa. Así “[...] la génesis del placer por el
movimiento cómico sería un gasto de inervación que ha devenido inaplicable como excedente
a consecuencia de la comparación con el movimiento propio” (1905, id. 185). El placer de lo
cómico surge entonces de un gasto de investidura de representación que la desproporción
del movimiento realizado por el semejante, nos ahorra. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Complejo de castración
José Luis Valls
[freud.] Excitaciones y efectos relacionados con la pérdida del pene. El desarrollo sexual del
niño se realiza en dos tiempos. El primero dura hasta los cinco o seis años, la sexualidad
infantil* que cae bajo el manto de la represión*, luego es seguido por un período de
latencia*, y el segundo que resurge en forma definitiva en la pubertad y posterior
adolescencia. En la culminación del período sexual infantil la zona erógena* predominante es
la fálico-uretral*; al advenir el predominio de esta zona ocurren simultáneamente múltiples
cosas. Por lo pronto se abren distintos caminos en la evolución del niño y la niña. En el nivel
infantil de conocimiento se notan diferencias sexuales, las que son vividas como posesión o
no de genital (el que no lo posee es porque fue castrado, el que sí lo posee corre peligro de
serlo). Esta realidad difícil de enfrentar y resolver con el aparato psíquico* infantil, es
aceptada en parte, lo que originará angustia de castración* en el niño y envidia fálica en la
niña. También puede ser desmentida* en ambos casos y esto señalar el camino a las
perversiones sexuales*, las que se pueden extender a algún tipo de psicosis*. Tanto en la
niña como en el varón, en el nivel infantil de pensamiento* no se reconoce del todo la
existencia de la vagina femenina como órgano genital (no obstante, es de suponer que para
el yo* realidad todavía incompleto, en parte sí, además para las pulsiones sexuales*
objetales también, no hay más que fijarse en los símbolos universales* de ella que aparecen
en los sueños*, provenientes del inconsciente*), lo que en forma definitiva deberá lograrse
en ambos casos en el largo camino hasta la pubertad y adolescencia. La vagina y el clítoris
son vividos por ambos, en la etapa fálica, como la castración del único genital que en última
instancia es considerado como tal en este nivel infantil, el falo. Al miedo del varón ante la
posibilidad de la castración, comprobada entonces en la visión del genital femenino, se lo
llamará angustia de castración, y es aquella de la que se defenderá, principalmente, el yo del
neurótico adulto con los mecanismos de defensa* inconscientes, origen de rasgos de
carácter* y síntomas* neuróticos. En la niña la aceptación de la existencia de la castración
origina el complejo de castración por excelencia. Fundará su yo basado en esta (sentida por
ella) mutilación. Esta situación originará sensación de minusvalía, dependencia extrema, la
constitución de su superyó* será más lenta, no estará acuciada por la urgencia de la
angustia de castración. Respecto a este punto Freud señala que en la mujer hay tres
caminos principales en su evolución sexual:1 ) La represión de la sexualidad* en general.2)
La no aceptación de la castración, conducente a la masculinidad en el carácter, o a la
homosexualidad* como perversión.3) El pasaje a la feminidad aceptando la diferencia entre
los genitales femeninos y los masculinos, entre la masculinidad y la feminidad, con sus
características propias. No como una castración de la posesión de una única forma posible de
genital (el falo). Este último paso podrá ser logrado a partir de la pubertad y obviamente
será el camino normal, el que sin embargo incluye en parte, reprimidos, los anteriores. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Complejo de Edipo
José Luis Valls

[freud.] Período* culminante de la sexualidad infantil* en el que termina de desarrollarse la


pulsión sexual* objetal, la que va a tomar la característica de incestuosa, pues se ha
apuntalado en la pulsión de autoconservación* y por lo tanto elegirá como objeto*, al mismo
que satisfacía a esta pulsión*. Así, se originarán diferentes tipos de problemáticas, al ser
justamente la prohibición del incesto uno de los pilares básicos sobre los que se edificó la
cultura* humana. Transcurre durante un período de la evolución del infante, alrededor de los
cuatro a seis años. Luego el niño entra hasta la pubertad en un “período de latencia”* de la
sexualidad*, similar a las glaciaciones en el desarrollo de la humanidad. Es decir, la
evolución sexual humana se realiza en dos oleadas: desde el nacimiento hasta el período
culminante del complejo edípico, su posterior represión* o sepultamiento* junto con toda la
sexualidad infantil previa (lo que genera la amnesia infantil*) y una segunda y definitiva
oleada en la pubertad y adolescencia. En el intervalo, el período de latencia. La represión, o
el sepultamiento, del complejo de Edipo centrada en el incesto y el parricidio es condición
para el acceso a la cultura. En su lugar, como “monumento conmemorativo se establece una
estructura en el aparato psíquico* llamada superyó*. Es el “complejo nuclear de las
neurosis”, pues toda la patología psíquica representacional proviene de la defensa que realiza
el aparato psíquico ante la conflictiva que directa o indirectamente surge en ese período de la
vida. Durante la evolución sexual infantil, al entrar en el período en el que predomina la zona
erógena* fálica como punto principal de las sensaciones placenteras, suceden varias cosas.
Por lo pronto todas las zonas erógenas predominantes previas (oral, anal, etcétera), con
satisfacciones parciales y aisladas entre sí, caen bajo la supremacía fálica, lo que les da una
unidad a las distintas sensaciones corporales, y consolida la formación de un yo* cuyo origen
es básicamente corporal. Al mismo tiempo que concluye de formarse éste que será un yo
realidad definitivo*, también lo hace el objeto, que ya venía siendo reconocido como tal en
diferentes niveles a medida que progresaba el aparato muscular, con la realización de juegos
infantiles y el aprendizaje del lenguaje*, “comenzados” en la etapa anal. El objeto,
decíamos, termina de ser reconocido (o su reconocimiento tiene un primer nivel de
conclusión) como principal fuente de placer*, al mismo tiempo que se admite definitivamente
(suele haber avances y retrocesos) que no se lo es (como en el yo-placer*) y por lo tanto
que se desea tenerlo. La aparición de la categoría del tener* sobre la del ser* implica
reconocimiento de la oposición* yo-objeto y en parte comienza de entrada con el yo realidad
inicial*, se va afirmando en la etapa anal y se confirma en la fálica con el agregado en ésta
de la diferencia sexual que aparece, además de la presencia del rival. Hay un primer nivel de
elección de objeto* al ser reconocido éste como principal fuente de placer, apuntalado en
parte sobre las pulsiones de autoconservación y en parte desde el narcisismo* proveniente
de] objeto (objeto en ese momento no reconocido como tal, sino como yo en la medida en
que producía placer). Por lo tanto el primer objeto elegido tanto por la niña como por el
varón, más allá de que sea ésta una elección narcisista o por apuntalamiento, será la madre.
En la niña, el vínculo materno preedípico* es más firme y duradero que en el varón, desde
aquí parten distintos derroteros ya previamente vislumbrados en las metas activas y pasivas
de la pulsión (véase: activo-pasivo y meta pulsional), que luego se irán separando cada vez
más. El advenimiento definitivo del yo de realidad hará que el autoerotismo*, antes
predominante, dé paso al narcisismo; éste podrá ser desexualizado, devenir así en el amor*
sobre una abstracción surgida del propio cuerpo (donde tiene su sede principal) pero que no
es el cuerpo: el yo. ¿De qué cuerpo nace el yo? De uno con historia y con lenguaje, que
puede hablar de él, que puede pensarse, recordarse. Es una creación humana producto de su
historia y productora a su vez de historia, y también de las huellas dejadas por ella en ese
cuerpo. Llegada la etapa fálica, sucumben las teorías sexuales infantiles* previas, como la
teoría de la cloaca* y la madre fálica*. El niño y la niña se enfrentan a un primer nivel de
diferencia sexual, en que se valora narcisistamente el masculino como único genital. Esto
resulta traumático: la niña siente que no lo tiene y el varón que corre peligro de ser
despojado de él. La diferencia sexual, en este período, se plantea en términos de fálico--
castrado. El reconocimiento de la diferencia sexual, necesario para la evolución de la libido*
objetal, es una encrucijada para el narcisismo o, lo que es lo mismo, la libido que se
satisface en el yo. A este yo que termina de consolidarse con el predominio fálico no le
resultará nada fácil superar la posibilidad de perder eso que concentra el narcisismo, el amor
a sí mismo; además de que es el arma para amar, desde la libido objetal, al objeto y ser
amado por él. Como consecuencia, surge el complejo de castración*, que se acompaña en el
varón de la angustia de castración* y en la niña de envidia del pene*. En la niña la
castración parece consumada, mientras que en el niño se presenta como posible, por lo que
en 61 se va configurando un complejo de Edipo positivo: el objeto deseado es la madre y el
temido castrador es el padre (esto último, apoyado en la filogenia). Por lo tanto, en el niño
varón que va reconociendo a su madre como castrada y es atraído, desde la libido objetal,
por ella, comienza a hostilizarse la identificación* que principalmente había tomado hasta
ahora de su padre y teme a la castración como proveniente de él o de un sustituto, que
generalmente es un animal (relicto totémico), origen de las zoofobias* infantiles. El caso
hasta aquí expuesto en forma somera y típica es el del complejo de Edipo positivo en el
varón, con predominio de libido objetal sobre la narcisista. Pero, como todo ser humano,
posee una bisexualidad* constitucional y a veces los avatares dificultosos del vínculo con el
objeto hacen que predomine la libido narcisista. Se tiene entonces mayor necesidad* de la
pertenencia segura del pene en sí, y no sólo como medio para amar al objeto, como sostén
del narcisismo. En ese caso se recurrirá a defensas* más extremas al llegar el momento del
reconocimiento de la diferenciación sexual. La diferencia de los sexos será desmentida*. Si
así ocurre, ¿a dónde regresar sino a la teoría infantil de la cloaca? Por lo común la
desmentida se alcanza en forma parcial, lo que genera una escisión del yo*, por la que
simultáneamente se acepta y no se acepta la diferencia sexual. En estos casos, se buscará
como objeto al padre del mismo sexo, ello puede derivar en una ulterior fijación*
homosexual, la que a su vez puede ser causa de una ulterior perversión sexual*, o generarle
rechazo al yo desde la “protesta masculina” y producirle angustia señal* de castración,
siendo posible reprimirla por éste de diversas maneras. Esta angustia sería de castración,
pues el ubicarse en una posición femenina en el vínculo con el padre, en este nivel, de
psiquismo infantil, implica la aceptación de la castración propia. Ante este peligro se puede
reprimir todo esto (fijación homosexual con desmentida incluida), pasando a construirse,
sobre el complejo de Edipo negativo desplegado de esta manera, una fijación, motor
posteriormente de neurosis histéricas*, fobias* o neurosis obsesivas* (por ejemplo: “Dora” y
el “Hombre de los lobos”); y por supuesto, la paranoia*, psicosis* en la que además
intervienen otros mecanismos (Schreber). El complejo de Edipo positivo y el negativo se
superponen en diversas proporciones, configurando el llamado complejo de Edipo* completo.
Tanto en el positivo como en el negativo se teme que la castración provenga del padre, y en
la fijación neurótica, la angustia de castración es percibida como angustia realista* en el
período de la aparición del complejo edípico. El yo la usará, tiempo después, como señal
para poner en acción los mecanismos de defensa* ante la pulsión con libido más o menos
narcisista, más o menos objetal (con un yo desconocedor o reconocedor previamente de la
diferenciación sexual). Estos mecanismos de defensa generarán rasgos de carácter* a veces
patológicos que derivan en caracteropatías, o bien en neurosis*, cuando fallan en sus
objetivos. Es probable que surja la homosexualidad* o el fetichismo* estructurado más o
menos sólidamente, cuando la desmentida de la diferencia de los sexos predomine y consiga
su objetivo de que no se le produzca angustia de castración al yo; o cuando la necesidad del
reaseguro de la imposibilidad de la existencia de la castración, supere a la posibilidad de
tolerancia de la angustia de castración. Las vicisitudes de la niña son diferentes. Su vínculo
preedípico* con la madre es más largo y profundo (hasta los cuatro o cinco años), al punto
de que podríamos decir que el vínculo de la mujer con el objeto madre comienza siendo
preedípico y se va convirtiendo en edípico negativo, en todo ese período infantil primero
existe la desestimación* que luego va deviniendo en desmentida de la diferenciación sexual.
Cuando comienza a aceptar ésta, se va formando el puerto de arribo al complejo de Edipo
positivo. Al descubrir la niña la diferencia entre su clítoris -zona erógena rectora de la etapa
fálica en la mujer- y el pene, se siente objeto de una injusticia, de una minusvalía que en un
principio es sentida como un castigo propio, luego se extiende a otras niñas y más
tardíamente a la madre y a la mujer en general. La comparación del clítoris con el pene la
hace sentirse mutilada, y envidia ese órgano al niño, del que siente haber sido despojada;
esta envidia la impulsa a sofocar rápidamente la masturbación clitoridiana. El sentimiento de
menoscabo deja huellas profundas en el carácter femenino y ayuda, junto al predominio
previo de la pasividad como meta pulsional*, a que su aparato psíquico se forme
predominantemente como objeto más que como sujeto, a las dificultades en la constitución
de su yo. Si el sentimiento de menoscabo es reprimido y queda confundido en ella lo
femenino con lo castrado, no podrá superarlo justamente por estar reprimido, fuera del
alcance de la actividad de pensamiento*. Entonces lo femenino será sinónimo de desva-
lorizado (coincidiendo en esto con el niño), y ella tendrá un ideal masculino al que nunca
podrá acceder. Caerá presa, entonces, de la envidia fálica e intentará ser un varón o hacer
todo lo que se supone que hace un varón, como una forma de obtener el pene anhelado (el
juego de las muñecas también implica cierta forma activa de poseer un pene). Su narcisismo
sufre una herida fundamental en esta época de la formación definitiva de su yo, herida que,
como decíamos, genera marcas indelebles en el carácter femenino (su gran necesidad de ser
amada, mayor que en el varón, su menor autonomía y su mayor dependencia en
consecuencia). En el momento de reconocer la castración como característica universal
femenina, por lo tanto la no existencia de la madre fálica, la niña hace culpable precisamente
a su madre de su minusvalía y rompe agresivamente su vínculo preedifico y edifico negativo
con ella, el que pasa al estado de represión. Al mismo tiempo se acerca al padre en procura
de un pene. Por la ecuación simbólica heces-pene-niño, va derivándose este anhelo hacia el
deseo* de poseer un hijo del padre. Así entra en el período del complejo de Edipo positivo, el
que dura también más que en el varón ya que no hay angustia de castración que fuerce a la
represión urgente (la angustia de pérdida de amor* pasa a sentirse respecto del amor del
padre y la acerca a éste, más que alejarla). Paulatinamente, se irá instaurando un superyó
más laxo y más preconsciente* (Prec. ) que el del varón, más dependiente de las
circunstancias exteriores reales y más tardío. A lo largo del camino irá descubriendo las
sensaciones relacionadas con el resto del aparato genital femenino y desarrollando así su
feminidad adulta, una oportunidad para restaurar su narcisismo disminuido por el complejo
de castración. Éste será reprimido al inconsciente*, y desde allí podrá ser la causa de
ulteriores períodos depresivos, paranoides o neuróticos en general, cuando aumente la
cantidad de excitación* (como sucede en la adolescencia o la menopausia). Después del
período del complejo de Edipo, en el varón, víctima de la angustia de castración, toda la
sexualidad infantil será reprimida y se consolidarán todas las represiones primarias*,
contrainvestiduras* a las que había apelado el yo incipiente ante los hechos traumáticos
previos al complejo de Edipo y recomprendidos “a posteriori”*. Se termina de estructurar así
un aparato psíquico con un ello*, un yo y un superyó. El ello es inconsciente; los otros dos
tienen sectores inconscientes, preconscientes y conscientes*. La pulsión sexual incestuosa
en el caso “normal” o ideal, es sepultada y desaparece en parte; una parte pasa a integrar el
yo como energía libidinal desexualizada, integrando rasgos de su carácter. Otra parte se
sublima* a través de acciones yoicas. Si en cambio se reprime, genera rasgos patológicos de
carácter o, cuando retorna de lo reprimido*, neurosis. Como “monumento conmemorativo”
del complejo de Edipo -el período más traumático de la sexualidad infantil- se instalará en el
aparato psíquico el superyó, diferenciación del yo que le exige a éste ser corno el ideal del
yo*, el que surge de la aspiración narcisista de los padres sobre el bebé y del narcisismo
infantil previo. Este superyó se formó como una inmensa contra¡ n vestidura contra la
pulsión sexual infantil, mediante identificaciones secundarias* con los padres y con el
superyó-ideal del yo, de los padres. 1 La instauración de la identificación-secundaria
“superyó” se suma a la identificación primaria* previa (ubicada en el yo), reforzando su
carácter y en el varón también su masculinidad, la que, también podríamos decir, tiene su
“verdadero” origen aquí. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Complejo del semejante


José Luis Valls

[freud.] Concepto vertido en el Proyecto de psicología (1950a [1895]). Consiste en una


reflexión sobre el origen de la comprensión* de los actos expresivos ajenos. Freud plantea
que en el acto de la percepción* se clasifica el complejo perceptivo. Se lo divide en dos
partes básicamente: una central, que no cambia y que es esencialmente lo buscado, a la que
llama la cosa*, y otra cambiante y factible de relacionar con características propias, que
constituiría los atributos de la cosa. Freud extiende este mecanismo de juicio a los
semejantes. En éstos hay partes que les caracterizan y que no son pasibles de comprender,
simplemente son así y esto es lo central, lo no cambiante del objeto* (sus rasgos, por
ejemplo), la cosa del objeto. En los semejantes además hay atributos: el movimiento de sus
manos, sus gritos, sus actitudes en general. Los atributos son pasibles de ser comprendidos
siendo relacionados con noticias del propio cuerpo, moviendo por ejemplo uno mismo las
manos, gritando o recordando los propios gritos y lo que ellos significaban o a qué estaban
vinculados. Tal es la manera de comprender al semejante, haciendo pasar sus atributos por
el propio cuerpo, poniéndose “en su lugar”. Es el “valor imitativo” (1950a [1895])
identificatorio (véase: identificación y narcisismo), de toda percepción. El complejo del
semejante corresponde al proceso secundario*, a la actividad de pensamiento*, aunque
participa en él también el afecto* (los gritos, la risa). Las representaciones-palabra* no son
imprescindibles para este tipo de pensar, ya funciona en el bebé prácticamente sólo con el
pensamiento reproductor* basado en imágenes o representaciones-cosa*, y ciertos
movimientos corporales (véase: yo). Obviamente, el aprendizaje del lenguaje hablado, con
su representación-palabra, lo complejiza en forma geométrica. El “complejo del semejante”,
entonces, consiste en la emisión de un juicio de existencia* y de un juicio de atribución*
sobre el semejante. Es realizado por el yo realidad definitivo* en ciernes, y pertenece, en
parte, al “examen de realidad”*. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Complejo materno
José Luis Valls

[freud.] Tipo particular de relación de la hija con su madre. Ésta es la primera elección de
objeto* sexual para aquella, por apoyatura de la pulsión sexual* sobre las pulsiones de
autoconservación*. Es previa a la entrada en el período edípico (preedípica*) y luego
deviene edípico-negativa cuando ya pertenece a él, al tomar valor vivencial las diferencias
sexuales. En esta intensa relación, más prolongada que en el caso del varón, va creciendo
paulatinamente su ambivalencia*, especialmente al entrar en el período edípico. Es entonces
cuando debe abandonarla y reconocer la diferencia de sexos (en este nivel de zona erógena*
fálica, reconocerse castrada) cambiando de objeto*, pasar al padre, de quien podrá recibir el
pene-hijo anhelado. En todo este tiempo determinado, el vínculo con la madre se torna cada
vez más hostil, generándose a veces fijaciones* que dificultan el pasaje al padre (el vínculo
con el padre, de esta manera, de entrada es transferencial del anterior, materno), o este
pasaje se realiza con matices pertenecientes a aquel. La niña acepta de mala gana la nueva
situación. Debe pelearse con la madre (hasta entonces primera elección de objeto) y hacerla
responsable de su minusvalía, con lo que consigue a duras penas alejársele. Es un pasaje
muy doloroso que, si no se supera, retorna en la adolescencia y la torna tormentosa. Como
siempre, en su superación -siempre humanamente relativa- intervendrán las series
complementarias.“Cuando la madre inhibe o pone en suspenso la afirmación sexual de la
hija, cumple una función normal que está prefigurada por vínculos de la infancia, posee
poderosas motivaciones inconcientes y ha recibido la sanción de la sociedad. Es asunto de la
hija desasirse de esta influencia y decidirse, sobre la base de una motivación racional más
amplia, por cierto grado de permisión o de denegación del goce sexual. Si en el intento de
alcanzar esa liberación contrae una neurosis, ello se debe a la preexistencia de un complejo
materno por regla general hiperintenso, y ciertamente no dominado, cuyo conflicto con la
nueva corriente libidinosa se zanja, según sea la disposición aplicable, en la forma de tal o
cual neurosis. En todos los casos, las manifestaciones de la reacción neurótica no están
determinadas por el vínculo presente con la madre actual, sino por los vínculos infantiles con
la imagen materna del tiempo primordial”. (Un caso de paranoia que contradice la teoría
psicoanalítica, 1915, A. E. 14:267). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Complejo paterno
José Luis Valls

[freud.] Tipo de relación del hijo varón con su padre, en ésta hay una importante
coincidencia de sentimientos de amor* y odio* (ambivalencia*). Se origina durante el
período del complejo de Edipo*, positivo y negativo, pues en ambos casos siente que el
peligro de la castración proviene de él. En el adulto es inconsciente*, se apoya fuertemente
en la “roca de base”* y, retorna de lo reprimido* a través de las relaciones que se
establecen con las figuras correspondientes a la línea paterna (los maestros, el líder, Dios,
etcétera). Incluso con el psicoanalista, y en este caso constituirse en una de las resistencias*
más sustantivas a la cura. Fruto de esa fijación* a este tipo de vínculo ambivalente con la
figura paterna original, aparecerán entonces, de manera transferencial, el miedo, el desafío y
la desconfianza a cualquier posterior figura paterna sustitutiva. El complejo paterno juega
también un rol importante como base de la constitución de la masa*, en la que existe una
compulsión a la repetición* de la historia hipotetizada por Freud; los hijos varones de la
horda primitiva* asesinaron al padre (parricidio) y establecieron después la alianza
fraterna*, generadora de la cultura*. La masa crea al líder al que se somete, al mismo
tiempo que comienza a atacarle buscando ocupar su lugar. El complejo paterno puede estar
también en la base del delirio* paranoico de persecución. Donde más claramente se lo ve es
en la compulsión obsesiva, en la que hay una relación ambivalente del yo* con el superyó*,
a la manera que en la infancia lo era la del niño con su padre. En Las perspectivas futuras de
la terapia psicoanalítica (1910) dice Freud:“En pacientes del sexo masculino las resistencias
más sustantivas a la cura parecen provenir del complejo paterno y resolverse en el miedo al
padre, el desafío al padre y la incredulidad hacia él” (A. E. 11:136). [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Comprensión
José Luis Valls

[freud.] Actividad del pensamiento* por la cual una persona puede entender lo que le sucede
a otra, poniéndose en su lugar, sintiendo lo que ella siente o haciendo lo que ella hace,
pasando por una investidura* corporal propia (todo esto en forma mitigada y controlada por
el yo*, por supuesto). Forma parte del “complejo del semejante”* por el cual el bebé
comprende a su madre imitando sus actos. Si ella mueve una mano, comprende qué significa
esto al mover la mano propia; si ella llora, la comprende al llorar, si ríe al reír. En adelante
será una de las formas del aprendizaje humano. Corresponde, por lo tanto, al proceso
secundario*, a la actividad del pensamiento, por el cual los atributos del otro, del semejante,
se van haciendo yoicos. En esta forma de pensamiento se percibe el “valor imitativo de una
percepción” (Proyecto de psicología, 1950a [1895], A. E. 1:379).Es un mecanismo
consciente pero está íntimamente emparentado con la identificación* (incluso con la
identificación primaria directa, en tanto el bebé repite lo que hace la mamá, sin considerar a
ésta necesariamente un objeto* separado del yo). La comprensión implica no sólo lo
intelectual, sino los sentimientos (la identificación es también la primera forma de amar) y la
curiosidad, perteneciente a la pulsión sexual* infantil. Justamente la curiosidad sexual
infantil le permite al niño ir descubriendo, a medida que se acerca a la etapa fálica, la
diferencia de los sexos. Comprenderá entonces las “escenas primarias”* entre los padres y
los hechos traumáticos sufridos previamente. Los comprenderá “a posteriori”*, al poder
sentirlos ahora corporalmente. El niño descubre el genital femenino deseado por la libido*
objetal y no puede comprenderlo fácilmente, no puede ponerse en su lugar así como así,
pues esto implica para su narcisismo* la aceptación de la posibilidad de la pérdida de su
pene. Nada menos que la pérdida de la sede de todas las sensaciones placenteras que dieron
unidad a su yo. La curiosidad infantil sucumbe entonces a la represión*. Origínase así el
período de latencia* que se extiende triunfal hasta la pubertad, en que nuevamente será
abierto el expediente. Gracias al rebrote de la libido objetal podrá acercarse poco a poco a la
mujer y comprenderla como a un ser con genitales diferentes a los propios. Un proceso
activo que deberá realizar el yo Prec., con su actividad de pensamiento y su “examen de la
realidad”*, los que deben superar sus temores infantiles a la castración, reprimidos, por lo
tanto pasibles de hacerse nuevamente presentes y tornarse eficaces. La comprensión
también es usada por la persona adulta, si bien en ésta está mitigada su necesidad de acción
para poder comprender. Usa, entonces, por un lado los recuerdos* en imágenes, vinculando
sus atributos entre sí, utilizando también para ello el universo simbólico de las palabras o las
representaciones de ellas, en fin, piensa. Pero en este pensar está incluido el afecto* (la
expresión de las emociones), la comprensión, el “ponerse en el lugar del otro”, no es
indiferente, conmueve, como dice Freud: “es reconducido a una noticia del cuerpo propio”
(1950a [1895], A. E. 1:377). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Compulsión
José Luis Valls

[freud.] Característica irrefrenable propia de algunos actos, ocurrencias, fantasías*,


síntomas*, incluso rasgos de carácter* o limitaciones del yo*; a raíz de una gran intensidad
psíquica aunada a un intenso desplazamiento*. Es decir, representaciones* no inhibidas, no
ligadas por el proceso secundario* del yo Prec., quien las siente como algo extraño a él, algo
que se le impone desde dentro de sí mismo. Las compulsiones muestran además una amplia
independencia respecto de la organización de los otros procesos anímicos correspondientes
al yo Prec., estos últimos por lo común permanecen adaptados a los reclamos del mundo
exterior real y cumplen las leyes del pensar lógico. Compulsiva es una acción que tiene la
lógica del principio de placer*: la no existencia del tiempo y el espacio, de la contradicción,
en fin, del principio de realidad*. La compulsión proviene de las pulsiones* o de la defensa*
contra ellas, la contrainvestidura* superyoica; o lo que es más común, de ambas
simultáneamente. Alíes el caso de los síntomas obsesivos, como los ceremoniales y las
mismas obsesiones. El paciente suele no llevarse bien con sus compulsiones, las critica,
abjura de ellas, en tanto no vayan siendo englobadas por el yo dentro de su carácter y
perdiendo la egodistonía, lo que equivaldría a un triunfo del proceso primario* sobre el
proceso secundario, del principio de placer sobre el principio de realidad, del ello* o del
superyó* sobre el yo. Aunque esto también puede ser visto como lo contrario, como una
victoria a lo Pirro del yo, en la que éste se limita a desconocer como propio lo que se
satisface fuera de la razón, ya sea la satisfacción o el castigo, o una transacción entre
ambos. Otros ejemplos de actos compulsivos son: la masturbación* compulsiva de la
adolescencia, con su típico ciclo de autoprohibición-masturbación-culpa-autoprohibición y
vuelta a empezar. La cleptomanía, incluso algunas adicciones como la tendencia al juego, al
alcoholismo y drogadicciones, son, según Freud, derivados inconscientes del ciclo
masturbatorio compulsivo (Dostoievsky y el parricidio, 1928b). [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Compulsión a la repetición
José Luis Valls

[freud.] Característica universal de las pulsiones* que esfuerza a retornar a un estado


anterior. Es expresión del principio de inercia*, primera ley del movimiento de la física
clásica, aplicado aquí a la vida orgánica en general y a la psíquica en especial. Clínicamente
se expresa como tendencia a repetir determinado tipo de acciones complejas, recrear
situaciones en forma involuntaria, las que son más o menos dolorosas o frustrantes para el
sujeto, sin que éste pueda impedirlo.¿A qué estado anterior se quiere volver? A uno en el
que el organismo permanecía previo a la aparición de cierto estímulo (pulsiones de vida*,
Eros*), o bien a uno previo a la existencia misma del organismo (pulsión de muerte*). Entre
estos dos extremos existen todas las variaciones de repetición, o todas las proporciones de
mezcla o desmezcla pulsional* posibles. La compulsión repetitiva se presenta en el
tratamiento psicoanalítico como síntoma* neurótico (típicamente en la neurosis obsesiva*,
aunque también en la fobia* y en la histeria), como rasgo de carácter*, también como
perversión sexual*. Incluso es rastreable en los delirios* psicóticos. Cuando el hecho
traumático es actual da origen a las neurosis traumáticas* con sus sueños* repetitivos
típicos. En los “normales” puede aparecer como “neurosis de destino”.Además,
especialmente, y éste es el punto más importante para las posibilidades terapéuticas,
también se “repite” en la transferencia* que se establece con el psicoanalista. A veces el
paciente “actúa” en transferencia episodios de su infancia, generalmente hechos traumáticos
reprimidos y a lo que está por lo tanto “fijado”, sea que los pase de pasivo a activo o que los
repita tal cual. Aquella neurosis se transforma en esta neurosis, una neurosis transferencial*
con su analista; neurosis artificial, situación intermedia entre la enfermedad y la vida; sobre
la que el psicoanalista podrá ahora influir en vivo conociéndola y haciendo conocer al yo* del
paciente a su pulsión*, de la que se defiende, por qué lo hace y cómo lo hace. La compulsión
de repetición es un paradigma del tipo de funcionamiento del inconsciente* con sus
“facilitaciones”* y su búsqueda de la “identidad de percepción*”, unas veces queriendo
satisfacer el principio de placer*, otras más allá de él, y casi siempre con ambos fines en
diversas proporciones. Lo más característico es, entonces, ese buscar la identidad, una
situación idéntica, sea ésta una vivencia de placer o una vivencia traumática. Es también una
forma de “recordar” después del “olvido”* producido por la represión*. Se transforma por
ello en una de las fuertes resistencias* a la cura, la resistencia del ello*. El ello quiere repetir
(una forma del recuerdo*), no recordar (en el sentido de recordar con la actividad de
pensamiento*). El que quiere recordar con palabras es el yo Prec., el que busca la curación.
La meta terapéutica principal, en este caso, es la “reelaboración”* por el yo Prec. de la
situación repetida que se hizo actual en la transferencia, utilizando para ello esta elaboración
basada en las construcciones* de las historias de la sexualidad infantil* con sus situaciones
traumáticas*. Se consigue así que estos sucesos olvidados y disfrazados reaparezcan en sus
representaciones-palabra*, haciendo que las repeticiones se vuelvan pensables,
comprensibles, vinculables con otras representaciones por el yo Prec. y su actividad de
pensamiento. Recuperando así para la consciencia* del yo, el pasado “olvidado” que volvía
en la mera repetición. Freud menciona una “repetición demoníaca”, la más rebelde a la cura,
la más resistencial. Probablemente sea la que tenga en sus proporciones de mezcla, más
tendencia al retorno a lo inorgánico o a todo lo que se le acerque (pulsión de muerte). Se
atribuye a la repetición demoníaca que el paciente deje el tratamiento a mitad de camino,
que enferme, luego de curada su neurosis, con afecciones somáticas más o menos graves,
que comience a padecer accidentes. A veces es sinónimo de “reacción terapéutica
negativa”*, cuando el paciente, a pesar del progreso del tratamiento, empeora sus síntomas.
En estos últimos casos participa el sentimiento inconsciente de culpa* o necesidad de
castigo*, el que se compone de pulsión de destrucción* ligada por el superyó* y vuelta
contra el yo. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Conciencia
José Luis Valls

[freud.] Freud la define en La interpretación de los sueños (1900) como a “[. . . ] un órgano
sensorial para la percepción de cualidades psíquicas” (A. E. 5:603) . Se ubica en toda la
superficie corporal, por lo tanto es lo que limita al cuerpo con el mundo exterior.
Corresponde a los conceptos de: polo perceptual* (véase el esquema del capítulo VII de
aquella obra) y al polo percepción-consciencia (PCc. ) (del Complemento metapsicológico a la
doctrina de los sueños, 1915). La consciencia registra las cualidades* de los estímulos pro-
venientes del mundo exterior pero no tiene memoria, no guarda huella de aquellas, está
siempre disponible para registrar nuevas cualidades. Las huellas son “archivadas” en otros
“lugares psíquicos” (Prec, Inc. ). Además de registrar los estímulos exteriores como cualida-
des, la consciencia registra las sensaciones correspondientes al interior del cuerpo, en una
gama que va del displacer* al placer*. Por lo común los aumentos de cantidad de excitación*
interior son sentidos como cualidad “displacer” y las disminuciones como cualidad “placer”.
En un principio no hay otro tipo de registro cualitativo del mundo interior, a excepción de la
alucinación* que surge cuando la tensión de necesidad* en el bebé es muy grande y
probablemente tienda a percibir momentáneamente las condiciones de la satisfacción. Pero
la frustración*, real, le enseñará a inhibir* la satisfacción alucinatoria de deseos*, para lo
que irá naciendo un yo* inhibidor, antecedente o primera forma del yo realidad definitivo*.
Freud describe de varias maneras (no excluyentes) el aparato psíquico*. En la que dio en
llamarse la primera tópica, la consciencia es uno de los tres “lugares psíquicos”: inconscien-
te*, preconsciente* y consciente. En la llamada segunda tópica (1923) pasa a ser una parte
del yo, del que es su núcleo. En el Proyecto de psicología (1950a [1895]) había hablado,
quizá sea donde más lo hizo, de la consciencia. La describía, entonces, como compuesta por
dos tipos de neuronas* que perciben el mundo exterior: las neuronas fi que registran las
cantidades, y las neuronas omega que lo hacen respecto de la cualidad de las cantidades, el
período* de la cantidad. Estas últimas serían las propias de la consciencia. A partir del
Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños (1915-17) percepción* y
consciencia son una misma cosa, la que lleva el nombre de sistema percepción-consciencia
(Pcc. ). En Nota sobre la pizarra mágica (1924-25) el inconsciente, por medio del sistema
PCc. , envía al mundo exterior unas antenas para tomar muestras de éste y retirarlas
enseguida. Son inervaciones tentaleantes que muestran a una consciencia influida por el
resto del aparato psíquico, básicamente por sus deseos* inconscientes (aunque en un
artículo contemporáneo, La negación, 1925, dice que esas inervaciones le llegan a la
consciencia desde el yo). De todos modos, entonces, la consciencia no es un simple
registrador pasivo de percepciones*, sino que va a la búsqueda de determinadas
percepciones y huye de otras. Lo que está íntimamente vinculado con las diferentes
magnitudes de atención* que el yo envía a la consciencia. Esquemáticamente los niveles de
magnitud son dos: un bajo nivel de investidura* y otro con atención copiosa. Esta última da
la nitidez de consciencia y es el registro consciente por antonomasia. Si la consciencia
adquirió un nivel más alto en el ser humano es porque pudo registrar las huellas mnémicas*
como lo había hecho con el mundo exterior en general. Así pudo relacionar a las huellas
mnémicas, en formas complejas entre sí, gracias al lenguaje*. Las palabras son sentidas
nuevamente como cualidad perceptual (por la audición). Este nuevo tipo de representacio-
nes* (las representaciones -palabra*) representan a las representaciones de las cosas
concretas ante la consciencia. A medida que el aparato psíquico se va complejizando, las
representaciones-palabra significan a cadenas de otras representaciones-palabra, las que de
todas maneras tienen a las representaciones -cosa* como significados últimos. Apareció
entonces en la consciencia la posibilidad de conocer el pensamiento*. No sólo se perciben las
representaciones-palabra significantes de las representaciones-cosa, sino también las
diferentes formas de relaciones lógicas entre ellas (con representaciones -palabra asimismo),
lo que utilizado por el yo Prec. , le dio un medio eficientísimo para perfeccionar la acción que
cambió “la faz de la tierra”. La consciencia es una parte del yo que también se encarga de
realizar el “examen de realidad”*, por el que se distingue entre un deseo interior y una
percepción exterior. Al estar en contacto con el mundo exterior funciona como capa
protectora de estímulos*, los que así moderados pueden ser procesados por el aparato
psíquico. Resumiendo: el yo oficial se forma desde el exterior hacia el interior del aparato
psíquico y posee en su porción más externa al PCc. Éste busca ciertos registros por un lado y
registra todo lo que percibe por otro (pues lo deseado puede estar en cualquier percepción,
lo que muestra la influencia Inc. en las percepciones Cc. ), con un bajo nivel de investidura
general. Cuando algo atrae con más intensidad al yo, éste le envía al aparato perceptor (PCc.
) un mayor grado de investidura de atención, registrándose entonces cualidad consciente
perceptiva con mayor nitidez. Respecto a los pensamientos, para llegar a la consciencia se va
haciendo cada vez más imprescindible en determinado momento de la evolución que se
vehiculicen mediante palabras, las que deben estar investidas de atención. La
representación-palabra sin investidura de atención, o con una muy baja, permanece en el
preconsciente (Prec. ). Si a la representación-palabra, representante de la representación-
cosa ante la consciencia del yo, se le retira la investidura Prec. y se desplaza* la investidura
a otra palabra, de significado análogo u opuesto, por ejemplo, o a una investidura corporal,
etcétera, esta representación o inervación corporal funcionará como contrainvestidura*,
pasando aquellas al estado de represión*, dejando de pertenecer al yo, con lo que su acceso
a la consciencia se tornará imposible si no es levantada la represión. Para las
representaciones Prec. existe una censura* de la consciencia (la que funciona restándoles
valor, prohibiéndolas, ocultándolas por vergüenza*, etcétera). En realidad esta censura
pertenece al yo Prec. , por lo que es factible de hacerse fácilmente consciente con una simple
investidura de atención. Por eso el analista le pide a su paciente que la suprima en lo posible
(véase: asociación libre), buscando que los retoños de lo reprimido muestren el camino al
Inc. , a las representaciones reprimidas. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Conciencia moral
José Luis Valls

[freud.] Una de las partes o funciones del superyó*, aquella que realiza la función de juez.
La que en la prehistoria infantil y especialmente durante el desarrollo del complejo de Edipo*
estuvo a cargo de la figura del padre, otrora admirado como objeto de identificación*
anhelada y luego visto como rival en la posesión del objeto* que se ha tornado incestuoso
(en el complejo de Edipo positivo del varón; en el negativo, se forma por el complejo
paterno*; en la mujer en términos generales se va formando de manera diferente y más
lenta, culminando hacia la pubertad). La figura de ese padre ya reconocido claramente como
objeto con las características del rival (del odio* al rival, producto de la desmezcla* de
pulsión de muerte*, viene precisamente la fortaleza extrema que alcanza el superyó, lo
agresivo para con el yo* de su “imperativo categórico”) se entroniza en el aparato psíquico*
del hijo, generando la estructura superyoica encargada de mostrarle al yo cómo debe ser y
cómo no debe ser; por lo tanto, lo que está bien y lo que está mal, nada más y nada menos
que las limitaciones éticas. La consciencia moral, en términos generales, se dedica a las
prohibiciones, de las que la prohibición del incesto y la prohibición del parricidio son las
principales, las que originan todas las demás. La otra parte, subestructura o función del
superyó, es el ideal del yo*. Éste se genera desde otra vertiente proveniente del narcisismo*
infantil, exigente de omnipotencia, de perfección (como consecuencia de la indefensión
infantil, “fuente primordial de todos los motivos morales” (Proyecto de psicología,
1895~1950, A. E. 1:363). Al ser partes de una misma estructura -el superyó-, tanto la
consciencia moral como el ideal del yo trabajan juntos. La consciencia moral vigila que el yo
cumpla con los requisitos del ideal. Sí cumple, lo premia con un aumento de la autoestima*.
En caso contrario le castiga con la culpa*. La consciencia moral es heredera del complejo de
Edipo. Se instala en el aparato psíquico y resulta de una identificación secundaria* con el
padre castrador, la que pertenece al mismo complejo. En ese sentido es un destino de la
pulsión sexual* humana o una forma especial de contra¡ n vestidura* que se forma en el
aparato psíquico para impedir la satisfacción directa de la pulsión*. En otro sentido es una
forma de ligadura que tiene el aparato psíquico para la pulsión de destrucción* (deflexión de
la pulsión de muerte), usada por él para mantener a raya tanto a la pulsión sexual
anticultural, como a la misma agresión* producto de la deflexión de la pulsión de muerte. En
la primera infancia los padres observaban, daban órdenes, juzgaban y amenazaban con
castigos al niño, a partir de la instauración del superyó, éste cumplirá esas funciones con el
yo del adulto. Otra vertiente del superyó, decíamos, viene del narcisismo infantil. Es el ideal
del yo. La consciencia moral exige al yo ser perfecto como otrora lo era el yo ideal* infantil,
ahora ideal del yo, pues esa perfección la aspira el yo para sí. Si las acciones del yo se
acercan al ideal, se disipan las críticas de la consciencia moral y la autoestima crece. El yo se
siente estimado por su ideal del yo. Pero si la distancia entre el yo y el ideal del yo es
grande, crecen las críticas de la consciencia moral y la autoestima desciende, lo que produce
sentimiento de culpa. La consciencia moral está formada principalmente de palabras, las
recomendaciones, amenazas y reconvenciones de los padres. Se origina desde la
percepción* Cc. , una parte permanece en la memoria del Prec. y otra parte enraíza
fuertemente en el ello*, lo filogenético por lo pronto, y lo pulsional fruto de mezcla y
desmezcla de pulsiones de vida* y muerte, que la componen. Por lo tanto también hay una
parte Inc. de la consciencia moral y con ello representaciones-cosa* de ella (las representa-
ciones temidas). En el Inc. no sólo está lo más bajo; también lo más elevado forma parte de
él. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Condensación
José Luis Valls

[freud.] Una de las formas características de funcionamiento del proceso primario* respecto
de las representaciones-cosa*, aunque en ocasiones también respecto de las
representaciones-palabra*, propio del Inc. Se origina en la tendencia a la identidad de
percepción* con que funciona el inconsciente*. Es un tipo de mecanismo que se ve
clínicamente en los sueños*, en algunos síntomas*, actos fallidos*, mitos*, etcétera. Merced
a la condensación los distintos elementos se unen por sus atributos, que permiten
vinculaciones, sean de analogía*, sean de contigüidad*. Éstos son confundidos por el
proceso primario con identidades. De manera tal que un elemento, por el hecho de estar
cerca de otro, es éste y aquel, o por el hecho de tener un atributo similar, también ser los
dos. Existen diferentes tipos de condensaciones: a) Un solo elemento es varios a la vez
(elemento común intermedio de¡ sueño). b) Por el hecho de estar varios elementos unidos se
genera una figura nueva con diferentes atributos de cada uno de ellos (persona de
acumulación). e) Sumadas todas las características, los elementos comunes aparecen
resaltados y los diferentes borrosos persona mixta. La condensación forma parte del “trabajo
del sueño”* y sirve también a los fines de la censura* pues los elementos que aparecerán en
el sueño, condensados, serán inentendibles para la consciencia*. Por la condensación el
contenido manifiesto del sueño* es escueto, en comparación con su contenido latente* (las
asociaciones* que parten de aquel). Sufren condensación también los síntomas,
principalmente los histéricos y todos los productos del inconsciente, como el chiste*, los
actos fallidos, etcétera. La condensación se produce con energía libre*, con un nivel de
ligadura entre energía de investidura* y representación*, que permite un libre
desplazamiento* de la energía de una representación a otra. Por efecto de la condensación
una representación es muchas a la vez (lo que habla de sobredeterminación) y está entonces
sobreinvestida*, o muchas representaciones se mezclan entre sí. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Conflicto psíquico
José Luis Valls

[freud.] Un conflicto se produce cuando existen dos tendencias de sentido opuesto que
chocan. La noción de conflicto psíquico implica dinámica mental y pertenece a la esencia
misma del psicoanálisis. Por supuesto no siempre los conflictos son patológicos o
generadores de patología. Pero podríamos recordar que cualquier conflicto consciente puede
reactivar a conflictos inconscientes que le subyacen y, en ese caso, ayudar a la aparición de
neurosis*. Además, un yo* con un carácter* que en forma frecuente tiene tendencia al
conflicto, es fuente potencial de patología. Consideramos diferentes períodos de desarrollo
libidinal. En cada uno predomina una determinada zona erógena* sobre las demás. A través
de las zonas erógenas se suceden diversos tipos de conflicto: entre amor* y odio*, o entre
activo y pasivo* (ambivalencia* con el objeto*, en ambos casos), entre libido* objetal y
narcisista, o entre las pulsiones* libidinales y el yo que se angustia y defiende de ellas.
También el yo debe afrontar continuos conflictos con el ello*, el superyó* y la realidad*.
Debe mediar entre todos estos factores y lograr una síntesis. Cuando no lo consigue tendrá
que escindirse (véase: escisión del yo). El conflicto por excelencia -una especie de núcleo al
que los demás conflictos se van a referir- es el edípico, un complejo sumamente “complejo”.
En el varón, se origina el conflicto de amor y odio al padre por sentirlo rival de su deseo*
que se ha convertido en incestuoso (complejo de Edipo positivo); o un conflicto entre el
deseo homosexual al padre y la angustia de castración* que aquel implica (complejo de
Edipo negativo). También conflicto entre aceptar o no la existencia de la castración, y otros
más. Todos estos conflictos deberán ser superados por el yo mediante una síntesis
satisfactoria; de lo contrario se reactivarán cuando aparezcan situaciones semejantes en la
vida, o ante una intensificación pulsional se potencien con ella conflictos que en otras
circunstancias habían logrado cierto nivel de solución. En última instancia, todos los
conflictos neuróticos suceden entre las tendencias libidinales y las exigencias de la realidad
social, esta última ubicada dentro mismo del aparato psíquico (el superyó y el mismo yo, son
marcas de lo social dentro de aquel), agazapada, buscando conflictuar, está la pulsión de
muerte*. Sucede que las tendencias libidinales pertenecen a las pulsiones de vida* pero no
dejan de estar mezcladas con diversas proporciones de pulsión de muerte, de las que
probablemente provenga el diverso grado de ambivalencia y la mayor tendencia conflictiva.
Además, sabemos que el superyó es una contrainvestidura* libidinal que pide ayuda a la
pulsión de muerte para acabar con la libido. Esta “ayuda” puede tornarse excesiva, como en
la melancolía*. El superyó, entonces, resulta “una suerte de cultivo puro de las pulsiones de
muerte” (El yo y el ello, 1923, A. E. 19:54). De esta manera compleja e intrincada, en la que
la pulsión de muerte muda está representada por el grado de mezcla pulsional con la pulsión
de vida y sus representaciones*, podemos entonces hablar de conflicto entre pulsiones de
vida y pulsiones de muerte. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]
Construcción
José Luis Valls

[freud.] Una de las armas principales del arsenal terapéutico psicoanalítico. Consiste en el
rearmado lógico de las verdades históricas* vivenciadas por un sujeto, a través del análisis
minucioso y exhaustivo de un sueño*, un síntoma*, un acto fallido*, etcétera. En general el
término «construcción» se refiere a los hechos no recordables. Por lo tanto las
construcciones son hipótesis, pero hipótesis que surgen de pruebas valederas provenientes
de los datos surgidos del análisis, por ejemplo de un sueño. Una secuencia lógica que sirve
como explicación aclaratoria para una serie de conductas, hechos, síntomas, etcétera,
posteriores. Se les encuentra nuevas relaciones lógicas a contenidos representacionales que
el paciente posee en forma dispersa, no relacionados entre sí, o que están aparentemente
olvidados y reaparecen merced a un síntoma, recuerdo encubridor*, acto fallido, sueño,
etcétera. La construcción se hace, pues, sobre la historia y principalmente sobre la
prehistoria infantil, previa al complejo de Edipo*, e incluso al aprendizaje del lenguaje*. Sin
embargo, también se realizan construcciones de épocas posteriores olvidadas por lo
traumáticas (ciertos períodos de la adolescencia, por ejemplo). La construcción la hace el
analista gracias a los datos aportados por el paciente, en ocasiones es el paciente mismo el
que la esboza a partir de asociaciones* previas. Es una manera del levantamiento de la
represión*; de reencuentro con lo olvidado, víctima de aquella. La construcción suele
despertar recuerdos* y éstos a su vez generar nuevas construcciones, nuevas maneras de
comprensión* de la verdad histórica. Con la construcción lo reprimido es puesto en palabras
y las palabras pueden ser pensadas, ligadas. Lo que era reprimido pasa a ser integrante del
yo* Prec. , el que así se va fortaleciendo. No siempre una construcción despierta recuerdos.
Pero si el paciente la acepta, si la siente real y le abre un panorama sumamente novedoso en
la comprensión de sí mismo, a los fines de levantamiento de represión puede resultar algo
similar al recuerdo. Lo importante es que una buena construcción producida durante el
proceso analítico, puede hacer desaparecer síntomas, pero además puede modificar al yo,
sus rasgos de carácter*, y generar cambios profundos en él. Pero también puede sucederlo
contrario, por ejemplo luego de concluida una construcción, una persona con «reacción
terapéutica negativa»*, puede reagravar su sintomatología, pues el sentimiento inconsciente
de culpa* o necesidad de castigo* le obliga a permanecer aferrado a su enfermedad. En
estos casos suele suceder lo mismo con cualquier otra arma terapéutica, como la
interpretación*, el análisis de la transferencia*, etcétera. Otro elemento importantísimo en el
armado de una construcción es la compulsión de repetición* que se genera en el tratamiento
psicoanalítico. El paciente repite vivencias de su pasado olvidado transferidas a su analista.
Cuando se produce en grado moderado la «neurosis de transferencia»* con el analista, se
continúa con la construcción incluyendo la repetición transferencial en ella, pues el hecho de
ser repetición muestra que su origen está en la historia. La construcción así se va haciendo a
medida que aparecen asociaciones y recuerdos de escenas parecidas vividas con los objetos*
primarios, o sucesos posteriores pertenecientes al período de latencia*, o a la adolescencia y
que incluso ya habían surgido en otras ocasiones referidas a otras situaciones. Al hacerlo
ahora en el vínculo terapéutico, dan una impresión acabada de lo vivido entonces por el
paciente en su pasado olvidado, se encuentra así el significado de la repetición o nuevos
matices de significado que hasta ese momento no habían aparecido. Ese pasado olvidado
está presente en la transferencia y ahora es posible comprenderlo, pudiendo ser usado por el
yo, por su proceso secundario*. La construcción es entonces un arma terapéutica para hacer
consciente* lo inconsciente*, ella tiene connotaciones teóricas profundas, tornándose casi
sinónimo de proceso de pensamiento*; pensamiento ejercido en este caso sobre elementos
del proceso primario*, recuperando proceso primario y transformándolo en proceso
secundario, en yo, el objetivo del psicoanálisis. La palabra «construcción» tiene además un
sentido más laxo que la acerca al de interpretación. Por ejemplo: en el análisis de un
síntoma, al reconstruir muchos de los hechos pasados en conexión con él y que
contribuyeron a generarlo, se encuentra el significado reprimido del mismo. Estos hechos
pueden ser recordables, y no por eso deja de ser ésta una tarea de construcción. Ocurre que
prosiguiendo la tarea una vez develado el núcleo patógeno de un síntoma, se encuentran
otros núcleos patógenos que pueden vincularse con el anterior. Si se analiza de la misma
manera la historia de ciertas maneras de ser, características del yo del paciente, se van a
descubrir nuevos significados y aparecerán a la luz otros recuerdos e incluso rasgos de
carácter más o menos patológicos que hasta ahora no lo habían hecho, los que también
traerán nuevos significados. Y el análisis se irá complejizando cada vez más. Pero llegarán
momentos en que ya no se encontrarán más recuerdos, faltarán algunas piezas de]
«puzzle». Entonces se esbozarán hipótesis que «encajen» con todo el trabajo previo. Tales
hipótesis seguramente estarán más cerca de la verdad histórica cuando ensamblen en forma
lógica con más piezas del análisis previamente realizado y cuando éste haya sido lo más
completo posible. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Contenido latente (del sueño)


José Luis Valls

[freud.] Cantidad de asociaciones*, ocurrencias, recuerdos*, pensamientos*, que expresa el


paciente a partir del contenido manifiesto* de un sueño*. Está compuesto por restos
diurnos*, o sea por elementos tomados de hechos sucedidos el día anterior, aunque puede
haber también en él recuerdos mucho más antiguos. El contenido latente o pensamientos del
sueño tiene una extensión muchísimo mayor que la del contenido manifiesto. Es que éste ha
sido condensado* en el proceso de «trabajo del sueño»* hasta que resulta terminado el
contenido manifiesto. Del análisis y reelaboración* del contenido latente se llega al
significado del sueño, al conocimiento de qué deseo* ínconsciente* se realiza gracias a él.
Por extensión, a este significado que era inconsciente también puede llamárselo contenido
latente, pero en forma estricta lo latente corresponde a los pensamientos preconscientes*, a
partir de los cuales el analista puede llegar a los deseos inconscientes reprimidos. Se llegó al
contenido latente cumpliendo con la «regla fundamental»*. Por ésta se le solicita al paciente
que quite la investidura* de atención* a su censura* consciente* y se deje llevar por las
ocurrencias que surgen a partir del contenido manifiesto. Estas ocurrencias son
preconscientes y constituyen el contenido latente del sueño. A partir de ellas estará facilitado
el camino para encontrar el significado inconsciente del mismo. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Contenido manifiesto (del sueño)


José Luis Valls

[freud.] Es el sueño* tal cual es percibido por el paciente y, por extensión, como lo cuenta al
analista. En tanto percibido, el primer caso es un proceso mental que ha sufrido un trabajo
por el cual regresa* a imágenes, recibidas como percepciones* por la consciencia* del sujeto
durante el dormir. El sueño expresa un deseo* reprimido que se satisface en forma
disfrazada. Como relato, el sueño es el retorno a palabras de lo percibido como imagen.
Tanto en uno como en otro caso actúa la elaboración secundaria*. Obviamente al contar el
sueño el paciente vuelve a darle un manto de inteligibilidad al servicio de la censura* que
puede oscurecer más el significado ante la consciencia. Dice Freud en El interés por el
psicoanálisis (1913): «El sueño tal como lo recordamos tras el despertar debe llamarse
contenido manifiesto del sueño» (A. E. 13:174). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Contigüidad
José Luis Valls

[freud.] Una de las leyes de la asociación*, probablemente la más antigua en el aparato


psíquico*. Hay contigüidad en el espacio y contigüidad en el tiempo. A ésta se la llama
«simultaneidad». Un hecho se asocia a otro que ocurre simultáneamente o está al lado del
que ocurre. Así almacenados en la memoria, pueden ser recordados luego el uno por el otro.
Para el inconsciente* la contigüidad se transforma en identidad y entonces un hecho no es
recordado por haber estado al lado de otro significativo, sino que pasa a serlo. Así en el
«sueño de la inyección de Irma» de La interpretación de los sueños (1900) Irma es la amiga
(preferida como paciente por Freud por su docilidad), por el hecho de figurar en el sueño*
bajo la ventana contigua, donde había visto a la amiga de Irma. También en el fetichismo*
por las pieles o las ropas interiores femeninas Freud atribuye la elección del fetiche al
momento anterior (contiguo) al descubrimiento de la castración femenina; por lo que en este
sentido no constituirían símbolos genuinos del pene (como analogías* de él), sino que
lograrían una especie de retrotraimiento de las cosas a momentos previos al conocimiento de
la diferenciación sexual, cuando todavía era válida la teoría sexual infantil* de la madre
fálica*. El trabajo del pensamiento* preconsciente* está en distinguir entre contigüidad e
identidad, cada vez que el inconsciente se valga de una de ellas para acercar un retoño del
deseo reprimido. La contigüidad puede servir como medio para la instalación de otros
fenómenos como la transferencia* por ejemplo, o síntomas* neuróticos, incluso delirios*
paranoides. En todo delirio existen desplazamientos*, y una de las leyes por las que se
desplaza la libido* entre las representaciones* es la de la contigüidad. Lo mismo el
fenómeno de la transferencia, producto de «falsos enlaces», algunos establecidos por
analogía, otros por contigüidad. A veces el paciente queda en silencio. Si se le pregunta dice
que «no se le ocurre nada importante». Después suele admitir que su pensamiento versaba
sobre objetos del consultorio del psicoanalista, en sus muebles, etcétera, en todo lo contiguo
a él, lo que para su inconsciente es el psicoanalista. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Contrainvestidura
José Luis Valls

[freud.] Investidura* defensiva del yo* a una representación*, contraria por sus atributos, a
los de una cantidad de excitación* que penetra en el aparato psíquico* proveniente en
ocasiones del mundo exterior, rompiendo la protección antiestímulo* (vivencia de dolor*,
situación traumática* actual), o en ocasiones del interior (pulsiones sexuales*, las que
necesitan del «a posteriori»* para ser traumáticas). La formación de la contrainvestidura,
defensa* extrema, único mecanismo de la represión primaria* (esfuerzo de desalojo), deja
una fijación* y en algunos casos, como lo es el de la formación reactiva* -prototipo de
contrainvestidura- la inversión de la forma de satisfacción, o mejor dicho, el trastorno del
afecto*, respecto de la satisfacción pulsional original. La represión primaria (fijación) es el
corolario final de múltiples contrainvestiduras defensivas ante los hechos traumáticos
exteriores e interiores ocurridos durante la sexualidad infantil*. Se consolida definitivamente
con la represión* del complejo de Edipo* y el establecimiento del superyó*. Del superyó
podríamos decir también que es una enorme contrainvestidura, la que termina de instalar la
represión primaria, unificando así todas las contrainvestiduras previas, formadas durante el
predominio de cada zona erógena* (en unas se forman más contrainvestiduras que en otras,
depende esto de los sucesos vividos con los objetos*, dando origen así a los diferentes
puntos de fijación). Cada fijación previa -cuando se consolida la represión primaria edípica
originando la amnesia infantil* y la culminación de la escisión del aparato en un
inconsciente* y un preconsciente*- y toda la sexualidad infantil previamente reprimida es
resignificada «a posteriori»* a la luz del complejo edípico quedando en estado de represión.
Pugnará siempre por retornar desde lo reprimido, como deseo* Inc. ; a veces lo consigue,
siempre que encuentre puntos débiles en la represión. Después de la institución definitiva de
la represión primaria y la estructuración del superyó, la represión se realiza sobre los retoños
de la pulsión* -incestuosa y parricida- original. Se la denomina, entonces, «represión
secundaria»* o represión propiamente dicha. Ésa es la represión observable en la clínica, se
establece en un sujeto con un aparato psíquico terminado de constituir, con un ello*
inconsciente, y un yo y un superyó que tienen partes inconscientes, preconscientes y
conscientes*. La represión secundaria (esfuerzo de dar caza) tiene tres mecanismos: 1) la
sustracción de la investidura Prec. (de la representación -palabra*), 2) la atracción ejercida
desde la represión primaria hacia el Inc. , y 3) también la contrainvestidura. En la represión
secundaria la contrainvestidura es usada para reforzar a la desinvestidura* Prec. ; con el
monto de investidura libidinal proveniente de la sustracción se inviste a otra representación,
la que así desaloja al retoño de la reprimida, actuando como tapón e impidiéndole el acceso
al Prec. También esta contrainvestidura se instala en el sistema percepción -consciencia
(PCc. ). Se pueden percibir, en forma contrainvestida afectivamente, los estímulos exteriores
de la pulsión sexual reprimida (por ejemplo, el asco* ante los estímulos sexuales) y a veces
hasta no se los percibe (como en el caso de la ceguera histérica). La contrainvesfidura de la
represión secundaría es a su vez la fuerza contraria al avance del análisis que se muestra
clínicamente como una de las resistencias* del yo. Se define a la contrainvestidura
principalmente desde dos puntos de vista: económico y representacional. . Es la investidura
de otra representación diferente y hasta opuesta a la original. La original es desalojada al
inconsciente, del que no podrá volver. , mientras la nueva representación esté actuando
como contrainvestidura y el yo Inc. «tratando de dar caza» a toda otra representación
cercana o parecida. En el dolor* o los hechos traumáticos externos, se contrainviste
narcisistamente el órgano dolorido o dañado. Se percibe, entonces, un gran esfuerzo yoico.
Éste retira libido* del resto de los lugares psíquicos y la ubica ahí, en el lugar del cuerpo
dañado, luchando por evitar el dolor, restañando el cuerpo herido con el cariño narcisista, y
tratando de alejarse de lo traumático. Esta explicación muestra a la contrainvestidura
funcionando dentro del principio de placer*. En el caso de que en el hecho traumático la
cantidad de excitación sobrepase sus posibilidades, puede entrar a tallar el «más allá» de la
pulsión de muerte*, apuntando más, todo el fenómeno, hacia la tendencia a la repetición de
lo traumático, como marca la fijación. . Esta repetición será por la necesidad* de repetir la
situación traumática para reelaborarla* y recuperarla para el principio de placer, por un lado,
o por mera repetición, por otro. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Contratransferencia
José Luis Valls

[freud.] Sentir inconsciente* del psicoanalista vinculado con los contenidos inconscientes o
conscientes* del material expuesto por el paciente. Freud aconseja al psicoanalista
discernirlo y dominarlo en sí mismo (Puntualizaciones sobre el amor de trasferencia, 1914-
1915). Un ejemplo en el tratamiento psicoanalítico. Cuando se despliega el amor de
transferencia* de un paciente (dejo de lado de ex profeso la diferenciación de los sexos, a
ese respecto creo que se pueden dar todas las situaciones posibles) por el analista, deberá
ser discriminado por éste como. una compulsión repetitiva* en la transferencia* del paciente
y no como efecto de sus aptitudes o encantos personales. Afirma Freud que ningún
psicoanalista podría ir más lejos en el análisis de lo que le permiten sus propios, complejos-
Recomienda, entonces, profundización de sus psicoanálisis personales en los analistas,
principalmente en lo que hace a estos puntos. El tema de la contratransferencia fue
posteriormente tratado por S. Ferenczi y en especial se puso mucho énfasis a partir de los.
trabajos de Melanie Klein y sus discípulos (W. R. Bion, por ejemplo). En Argentina fue
especialmente estudiado por H. Racker. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Conversión
José Luis Valls

[freud.] Síntoma característico de la histeria, la que por ello lleva justamente el nombre de
«histeria de conversión»*. Fruto de la represión* de una fantasía* de deseo*, retoño, de
otro deseo perteneciente a la pulsión sexual* infantil y reprimido primariamente, luego
efecto del retorno de lo reprimido*. Genera como formación sustitutiva*, y al mismo tiempo
como síntoma*, una hiperintensa inervación somática, unas veces de naturaleza sensorial y
otras motriz, sea como excitación o como inhibición*. El lugar hiperinervado se revela como
una porción de la representación* reprimida que ha atraído hacia sí, por condensación*, la
investidura* íntegra. La conversión al condensar la realización de deseos pulsional con la
contrainvestidura*, constituye una formación de compromiso de la que resulta el síntoma
conversivo. La condensación predomina en la conversión histérica. En un mismo síntoma
están representadas diferentes fantasías que remiten a distintas escenas en las que se
vivieron situaciones vinculadas con las fantasías de deseo reprimidas. La conversión se
puede formar por mecanismos de asociación* (véase: Elisabeth von R.) (contigüidad*,
analogía*, etcétera), o lo hace como símbolo mnémico*, en este último caso no es necesario
recurrir a las asociaciones para su interpretación* (véase: Cäcilie M.). La conversión
consigue generalmente uno de los principales efectos buscados por la represión (producida
por el yo* utilizando la angustia señal* para conducir la energía): el no sentir displacer*. «Lo
sobresaliente en ella es que consigue hacer desaparecer por completo el monto de afecto. El
enfermo exhibe entonces hacia sus síntomas la conducta que Charcot ha llamado la "belle
índifférence* des histériques"» (La represión, 1915, A. E..14:150). El proceso represivo de la
histeria de conversión se clausura con la formación de síntomas*. En cambio, los de la
histeria de angustia* y la neurosis obsesiva* necesitan recomenzar en un segundo tiempo.
En la conversión también existe una importante regresión* yoica, regreso a una fase sin
separación de Prec. e Inc., por lo tanto sin lenguaje* y sin censura* (Manuscrito «Panorama
de las neurosis de transferencia» 1915). En esa fase el nivel posible de lenguaje era
corporal, a través de la mímica, tema éste también tratado por Freud en El chiste y su
relación con lo inconciente (1905), cuando describe el fenómeno de lo cómico*. También
existe cierto grado de regresión libidinal a la etapa fálíca* con sus objetos* incestuosos y su
problemática edípica relacionada con lo fálico-castrado, corno el nivel de diferenciación
sexual de ese momento. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Cosa (del mundo)


José Luis Valls

[freud.] La cosa del mundo es aquello referido al mundo exterior, a la realidad* externa, en
la que ocupa un lugar privilegiado el objeto*, el semejante, pero en la que ciertamente
participa la Naturaleza y el mismo cuerpo biológico. Freud en el Proyecto de psicología dice
que el mundo exterior está compuesto por «masas en movimiento, y nada más» (1895--
1950, A. E. 1:353). Nuestro aparato perceptual* les presta cualidad* al percibirlas,
haciéndolo con más precisión al describir que en realidad se percibe una característica
temporal de sus movimientos (el «período»*). La cosa del mundo, entonces, es la cosa
objetiva percibida a través de la subjetividad. La ciencia pretende conocer cada vez más esta
cosa objetiva, o quizá se conforme con una forma coherente y racional de subjetivizarla. Los
complejos perceptivos que se nos presentan entonces, entre los cuales el del objeto o el
semejante es el privilegiado pues es el que está más directamente relacionado con la
satisfacción de los deseos*, están compuestos de una parte central y de atributos. La parte
central se repite y es intrínseca a la cosa, no la podemos conocer, comprender*. Los
atributos son la otra parte. A éstos los podemos aprehender, hacer nuestros a través de
imitar sus movimientos, momento en el que los comprendemos. Sabemos lo que significa
mover la mano cuando lo hacemos, comprendemos el significado de la risa cuando nos
reímos, o del grito o el dolor (tanto es así que para poder sentir el placer sádico se debe
pasar por la experiencia masoquista primero: el sádico goza identificatoriamente el placer*
del masoquista). Comprendemos, entonces, al semejante cuando hacemos pasar por nuestro
cuerpo -por una investidura* de un determinado movimiento corporal- sus atributos.
Aquellas partes de él con las que no podemos hacerlo -sus rasgos, lo propio de él que no
responde a su manera de moverse- corresponden a su núcleo cosa, intrínseca a ellos,
incognoscible, inasible, por lo tanto, para nosotros. Esas cosas del mundo incomprensibles,
que no podemos comprender por no pasarlas por una investidura corporal, quedan entonces
como objetivas, cantidad de excitación* no ligable por el aparato psíquico*, quedando fuera
de él. Lo que al decir de Kant configuraría la «cosa en sí». Freud no agrega nada teórico a
este concepto kantiano; lo que hace es integrarlo a su teoría de la cura. Es más, las partes
no comprensibles, no ligables con una representación*, se pueden tornar traumáticas,
fácilmente se unen con el monto libre de pulsión de muerte* pugnando por una repetición
más allá del principio de placer*. El mundo interior al aparato psíquico empieza por tener
representaciones de las cosas, no las cosas en sí sino las huellas subjetivas de éstas.
Esencialmente son las huellas de los objetos, es más, podríamos decir que de la historia del
vínculo con ellos. Vínculo que se hizo a través del aparato perceptual (recordemos que las
zonas erógenas* son parte de éste) que las subjetívizó en el momento de su percepción* y
mucho más a posterior¡*. Aquellas que no pudo subjetivizar, quedaron como las «cosas del
mundo», «masas en movimiento», cantidades de excitación -traumáticas por lo tanto- que
pueden compulsar al aparato psíquico a su repetición en un intento de comprenderlas, o
aliarse con la pulsión de muerte y quedar en mera compulsión repetitiva*. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Creencia (en la realidad)


José Luis Valls

[freud.] Se dice que el yo* cree que algo es real cuando es percibido por los sentidos, cree
en ellos, en lo que le muestran de la realidad*. Para ello el yo sobreinviste* el aparato
percepción* consciencia (PCc.) con energía atentiva, e incluso puede realizar el examen de
realidad*, por lo que deberá realizar movimientos, estudiar lo percibido, etcétera. Cuando se
retira investidura* del aparato perceptual* (como en el sueño*, o en algunas psicosis* como
la amencia de Meynert*, incluso la psicosis histérica), se puede producir una regresión*
tópica de la actividad del pensamiento*. Se pasa, entonces, de representación-palabra* a
representación-cosa* (imagen), y al estar el polo perceptual* poco investido, se percibe el
deseo* -o la contra¡ n vestidura* defensiva contra él, como en la psicosis histérica- como
real, como alucinación* (en los casos descritos aquí, generalmente visual). El polo perceptual
(PCc.) registra en ese caso percepción* y el yo entonces le da creencia a esta percepción, la
siente como real, y sus afectos* se expresan en consecuencia. En el sueño, la inmovilidad
del aparato muscular hace que se saltee el examen de realidad, el que vuelve a surgir al
despertar. En las psicosis anteriormente mencionadas -amencia de Meynert y psicosis
histérica- la desinvestidura* del aparato perceptual por un lado, hace que se registre
percepción de lo que es una fantasía* realizadora de deseos, y la fuerza del deseo que se
realiza con la alucinación sumada a la momentánea debilidad yoica para inhibir la
alucinación; por el otro, hace que se deje de lado el «examen de realidad»*. En la
«esquizofrenia», en cambio, no hay regresión de palabra a cosa. Las alucinaciones son
predominantemente de palabras, las que son escuchadas como provenientes del exterior. En
esta afección el yo y el superyó* han sido proyectados al exterior, o sea devueltos a su lugar
de origen (la identificación* se había producido con los objetos* exteriores). Pero de allí
retornan como palabras escuchadas. En los grados avanzados de esquizofrenia el aparato
psíquico* está casi destruido, y aunque los restos del yo intenten realizar el examen de
realidad, éste no alcanzará para distinguir el adentro del afuera, dada la magnitud de la
alienación (el yo es más exterior que interior, como cuando se era bebé). Para el aparato
psíquico todo lo que es percibido por el sistema percepción consciencia es lo real. Él no se
mueve en busca de la realidad sino de la identidad con lo deseado. Mejor dicho, quiere
«reencontrar» a lo deseado en la realidad (Proyecto de psicología, 1895; La negación, 1925).
Por eso todo lo percibido es estudiado por el pensamiento, para lo que se realiza un juicio de
existencia* y un juicio de atribución*. Se puede entonces llegar a la conclusión de que el
objeto existe, y que tiene determinadas características. A través de estas características
justamente, el yo tratará de encontrar la identidad de pensamiento*. Buscará, utilizando el
pensamiento y estudiando en forma minuciosa sus atributos, hasta dónde se acerca el objeto
-ése en cuya existencia se creyó- al deseado. Así, con esta complejidad debida a que lo que
se busca encontrar es lo deseado (incluyendo que lo que no se busca es lo temido) podemos
hablar de un examen de realidad. Se complica más al incluirse la pulsión de muerte*, pues
los deseos, entonces, incluyen mezcla pulsional* con ella; de todas maneras el examen de
realidad no varía, lo que sí lo hace es aquello que se trata de hallar en la realidad. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

Cualidad
José Luis Valls

[freud.] Característica que adquiere un fenómeno cuando es percibido por un sujeto a través
de su sistema percepción consciencia (PCc.). La cualidad entonces es perceptual, es parte de
la subjetivización de las «cosas de] mundo»*, incluso una manera que tiene el aparato
psíquico de defenderse de las cantidades de excitación* exteriores. En el mundo real exterior
no existen mas que «masas en movimiento» (Proyecto de psicología, 1895-1950). El aparato
perceptual* las percibe como cualidades, lo hace hasta que llegan a un máximo más allá del
cual son registradas como dolor*, y con un mínimo, debajo del cual no se perciben. En el
medio todos los matices de las cualidades: los colores, las formas, los olores, en fin todo lo
percibible por los sentidos. El PCc. percibe como cualidades las masas del mundo exterior y
percibe también sus propios cambios energéticos, de manera que los aumentos de energía
son sentidos como displacer* y las disminuciones como placer*. Cuando aparece el
lenguaje*, la palabra puede ser percibida como una percepción* cualitativa exterior, pues ha
sido emitida con el habla y por lo tanto ha sido oída. En consecuencia el sistema de
percepción consciencia (PCc.) puede percibir de esta manera las relaciones entre sus
representaciones -cosa* gracias a las representaciones-palabra* que las simbolizan,
moderando merced a la acción inhibidora del yo* Prec., los pasajes entre ellas, característica
propia del proceso secundario*, cuya máxima expresión es la actividad de pensamiento*.
Luego, gracias a la memoria sobre las emisiones de las representaciones-palabra, este
proceso puede obviarse y percibirse el pensamiento sin necesidad de volver a ser emitido
como palabra, tornándose automático. Toda cantidad de excitación que proviene del cuerpo
al ligarse a representaciones* (por ejemplo: la pulsión* o el deseo*), toma entonces
cualidad representacional, la que no es cualidad perceptual, pero que nació de ella. Es el
recuerdo ahora deseado, buscado, de volver a encontrarse con la cualidad perceptual, con el
objeto* que la produjo. Para ello se requerirá realizar la acción específica*. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]
Culpa, conciencia de
José Luis Valls

[freud.] Tipo de culpa también llamada «angustia* social»* que se produce cuando el sujeto
realiza actos no bien vistos o prohibidos por la autoridad. Cuando en los niños todavía no se
ha instaurado el superyó*, es el único tipo de culpa posible. En el adulto, se suma la
angustia de la consciencia moral* o del superyó o sentimiento de culpa*, siempre que se
realizan actos contrarios a las leyes que rigen la comunidad social. Éste es, por ejemplo, el
caso de las perversiones*, como la homosexualidad*, que puede producir consciencia de
culpa o angustia social. El individuo se siente condenado por la comunidad, lo que aumenta
su aislamiento* narcisista; o intenta contrarrestarla buscando ser aceptado por ella, sea con
actitudes conciliatorias, sea con actitudes altaneras y desafiantes. También es el caso de las
personas que cometen delitos conscientes contra las leyes sociales, de los que luego se
arrepienten. La consciencia de culpa se expía con el arrepentimiento, merced al cual se
recuperan el amor* de la autoridad, en el niño, y la reinserción en la comunidad, en el
adulto, quien además deberá cumplir las penas impuestas por la comunidad humana para el
delito cometido. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Culpa primordial
José Luis Valls

[freud.] En la hipótesis freudiana culpa originaria de la cultura* humana sentida por los
hijos, hermanos aliados, que cometieron el asesinato del padre primordial de la horda
primitiva*. Como la relación con el padre incluía admiración, y por lo tanto amor*, al
descargarse el odio* quedan la añoranza* y la culpa por la cual se inhibe definitivamente la
pulsión* incestuosa y parricida, instaurándose el superyó*. Estos sucesos, deducidos según
la lógica freudiana, apoyada en los estudios antropológicos de la época -Darwin, Atkinson,
Robertson Smith- pero avanzando sobre ellos a partir del descubrimiento de las fantasías*
Inc. de sus pacientes, se deben haber producido en la prehistoria según la hipótesis
freudiana. Freud piensa que por un lado son heredados por cada sujeto, a través de las
«fantasías primordiales»* y los «símbolos universales»* y por otro vueltos a vivir por cada
sujeto «haciéndolos suyos», durante el período de su complejo de Edipo*. Entonces los
deseos de muerte hacia el padre suelen desplazarse a un animal (relicto totémico) y originar
las fobias* infantiles. La culpa primordial habría sido generada por aquellos actos que
hicieron posible la cultura. La humanidad deberá pagar esa conquista eternamente con esta
sensación displacentera, que se hará carne al revivir cada individuo una historia similar. Las
religiones hablan de «pecado original». En el cristianismo, religión del hijo, éste ofrece su
vida como redención para pagar una ofensa de la humanidad a Dios Padre. ¿Y cuál puede ser
la ofensa que se paga con la muerte si no la muerte misma (ley del talión)? La muerte del
padre de la horda primitiva, que deriva primero en Tótem, animal sagrado y luego recupera
la forma humana en el Dios Padre. Con esta culpa nacen la moral, las religiones, la ética, las
prohibiciones máximas de toda cultura: la del incesto y la de matar. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Culpa, sentimiento de
José Luis Valls

[freud.] Tipo especial de angustia* que siente el yo* ante el superyó* cuando sus atributos
se alejan del ideal del yo* exigido por aquel; también lleva el nombre de «angustia de la
consciencia moral»* o «angustia ante el superyó»*. Al ser ésta una angustia yoica que se
siente ante otra estructura interior al aparato psíquico, no cede con el arrepentimiento, pues
el superyó, que proviene en parte del ello* y es en sí una contrainvestidura* contra sus
pulsiones*, tiene noticias directas del deseo* inconsciente*, de la pulsión sexual*, que
aunque reprimida sigue existiendo. Por lo tanto el sentimiento de culpa se sigue sintiendo en
este caso independientemente de los actos y de las fantasías* conscientes o
preconscientes*, pues proviene de las pulsiones reprimidas inconscientes. Dándose el efecto
de que a mayor beatitud del yo -mayor contrainvestidura, formación reactiva* o incluso
sublimación*-, mayor sentimiento de culpa. Se podría decir que una consciencia de culpa
proveniente desde la autoridad exterior inicia la sofocación* de la pulsión. Luego,
posteriormente a los sucesos edípicos, se instala el superyó, con su sentimiento de culpa o
angustia ante la consciencia moral, consciencia moral que se dedica en adelante a sofocar
más y más a las pulsiones y a castigar al yo por no conseguirlo. El sentimiento de culpa es
inherente entonces -claro que en diferentes grados- a la estructura del aparato psíquico*
humano, es universal. Se lo observa en todas las neurosis y origina el frecuente sentimiento
de inferioridad, pero especialmente aparece en la neurosis obsesiva* y en una afección
narcisista como la melancolía*. En la neurosis obsesiva se expresa en los autorreproches*, la
escrupulosidad, en algunos síntomas* como ceremoniales*, etcétera, los que son producidos
por mecanismos de defensa* ante esta angustia de la consciencia moral, y que en la
neurosis obsesiva puede ser o no conocida por la consciencia*. En la melancolía, el
sentimiento de culpa ocupa todo el cuadro. Es culpa: consciente por lo tanto, lo que
desconoce el sujeto Y es la causa. El superyó se ensaña sádicamente con el yo identificado
con el objeto*, yo que masoquistamente se somete al superyó sádico. El sentimiento de
culpa es, paradójicamente, causa de delincuencia, como sí el yo buscara alivio teniendo una
causa real para esta displacentera sensación; ésta resulta una explicación interesante para
algunos casos de personalidades asociales (véase. «Los que delinquen por sentimiento de
culpa»). Un integrante bastante común de las fantasías Prec. o Ce. que generan sentimiento
de culpa es la masturbación* de la pubertad. A través de ella se esconde toda la sexualidad
infantil* reprimida, cuya actividad es casi exclusivamente autoerótica* y de la que su
segundo nivel de masturbación está cargado de fantasías incestuosas y parricidas,
precisamente las edípicas. Las fantasías perversas onanistas y masoquistas de algunos
adultos (como las fantasías de Pegan a un niño (1919) o fantasías de paliza), llevan
entrelazados entre sus motivaciones procesamientos del sentimiento de culpa. Por ejemplo el
masoquismo* femenino (presente más en el varón) y mucho más el masoquismo moral, en
que el sentimiento de culpa es parte principalísima, aunque inconsciente. Respecto a los
grados de mezcla* de las pulsiones Freud expone la hipótesis de que «cuando una aspiración
pulsional sucumbe a la represión, sus componentes libidinosos son traspuestos en síntomas,
y sus componentes agresivos, en sentimiento de culpa» (El malestar en la cultura, 1929-30,
A. E. 21:134). [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Culpa, sentimiento inconciente (o necesidad de castigo)


José Luis Valls

[freud.] Tipo especial de resistencia* a la cura de la enfermedad y al bienestar, generada por


el superyó*. Éste quiere penalizar al yo* (culpable según aquel), con la permanencia del
sufrimiento que le causa su enfermedad. Es probablemente la más difícil de superar de las
resistencias. Se suele manifestar en la clínica como «reacción terapéutica negativa»*, es
decir, cuando avanzado el tratamiento, al concluir una construcción* que devela el
significado inconsciente de un síntoma* o de un rasgo de carácter* del yo, en vez de
desaparecer el síntoma o producirse cambios en el yo, se agravan ambos, como si el
paciente se aferrara a la enfermedad, sin saberlo. La culpa no es sentida. Es la deuda que se
cobra el superyó con el sufrimiento del yo causado por la enfermedad. Se manifiesta también
en un tipo de personas a las que Freud llamó «los que fracasan al triunfar»*. Cada vez que
se les está por cumplir algo muy deseado, lo evitan o tratan por todos los medios de que no
suceda; o enferman somáticamente o comienzan a tener accidentes. En éstos, la culpa se
infiere de la conducta que denota la necesidad de ser castigado*. El término sentimiento
inconsciente de culpa es incorrecto entonces, pues no hay aquí ningún sentimiento. Se llega
a la conclusión de la existencia de la necesidad de castigo, por el aferramiento al sufrimiento
producido gracias a la permanencia de la enfermedad, en algunos casos, o a los diferentes
tipos de castigo sufridos, en otros. El grado de mezcla o desmezcla* de pulsión de vida* con
pulsión de muerte* (con cierto predominio de esta última), están en directa relación con este
tipo de fenómenos, prestos a agregarse en las causales en cuanto éstas se lo permitan. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Cultura (humana)
José Luis Valls
[freud.] Freud la define como a todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por
encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal. Se distinguen dos
aspectos: por un lado, todo el saber y poder hacer que los hombres han adquirido para
dominar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus necesidades; por
el otro, comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los
hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles. La cultura es, entonces,
una creación del hombre; está edificada sobre una compulsión* y una renuncia de lo
pulsional. Paradójicamente es una creación humana y el peor enemigo de la cultura es el
hombre mismo. Freud hipotetiza el origen de la cultura en el complejo de Edipo*, Tiene
antecedentes: la bipedestación, o sea el pasaje a la postura vertical que aleja al hombre de
los estímulos olfatorios, y la separación de los períodos menstruales como forma de atracción
del objeto* sexual. Pasan a tener mayor relevancia los estímulos visuales (ante la
visualización directa de los genitales) y posteriormente los auditivos. (La alteración interna*
como expresión de las emociones mediante el grito que deviene en llamado al objeto, los
ruidos de la escena primaria*, y por último la aparición del lenguaje* y con ello la posibilidad
del pensamiento* consciente y preconsciente merced a la palabra y su significado.) Otro
escalón en el acceso a la cultura es el aprendizaje del control de esfínteres, del que nace el
afán cultural por la limpieza (El malestar en la cultura, 1930). En Sobre la conquista del
fuego (1932) hipotetiza que la cultura se estructura también sobre la renuncia pulsional al
placer* de extinguir el fuego mediante el chorro de orina. La hipótesis freudiana expuesta en
Tótem y tabú (1913) explica el advenimiento definitivo a la cultura gracias a la represión* de
los deseos* sexuales y agresivos provenientes del complejo de Edipo. Los hijos no soportan
al padre omnímodo, jefe de la borda primitiva*. Se le rebelan. Le asesinan. Se establece la
prohibición del incesto.. Toda cultura se edificaría sobre estas dos básicas prohibiciones: la
del incesto y la de matar. El ser humano es apto para entrar en la cultura una vez que
reprimió su sexualidad infantil*, una vez que se instaló en su aparato psíquico un superyó*.
La historia de la humanidad desde sus orígenes es una lista interminable de matanzas y
luchas por el poder. Así y todo la cultura perdura. ¿Cómo hace la cultura para dominar las
pulsiones*? Les asigna un representante dentro del aparato psíquico* de cada individuo,
llamado superyó*, encargado de dominar las pulsiones sexuales* y destructivas, incluso
apelando a armas a su vez más destructivas, pues este superyó liga pulsión de destrucción*
y pulsión de muerte* en su interior para defenderse de la pulsión sexual, ¿con el objetivo de
adecuar ésta a la cultura? La masa* humana se vincula por pulsiones homosexuales de meta
inhibida (la ternura, la amistad), que son las que establecen los lazos culturales. Las grandes
creaciones de la cultura surgen también de la inhibición* de la meta de las pulsiones
sexuales para que éstas sean aceptadas socialmente. Este producto y este proceso llevan el
nombre de sublimación*. Tenga o no el hombre un «pecado original», la cultura tiene un
«problema original». Ha sido edificada sobre la sofocación* de las pulsiones. La sofocación
no puede sino generar un malestar, también la existencia de las neurosis y enfermedades
mentales en general, como formas del padecer humano, un alejamiento de la posibilidad de
felicidad. La sublimación desexualiza a la pulsión. Lo que implica desmezcla pulsional*, por lo
tanto liberación de pulsión de muerte o destrucción, con lo que la cultura tendería
radicalmente a la destrucción (El yo y el ello, 1923; El malestar en la cultura, 1929-30). En
esta contradicción dialéctica se mueve la cultura, creación humana que cambia la naturaleza,
que llena de prótesis al ser humano haciéndolo cada vez más poderoso, poder que puede
generar su propia destrucción. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Curación por el amor


José Luis Valls

[freud.] Fantasía* de curación del neurótico (opuesta por lo general a la analítica y utilizada
a menudo como resistencia* contra el tratamiento) que «busca, entonces, desde su derroche
de libido en los objetos, el camino de regreso al narcisismo, escogiendo de acuerdo con el
tipo narcisista un ideal sexual que posee los méritos inalcanzables para él» (1914, A.
E..14:97). Se ama en estos casos a lo que posee el mérito que falta al yo* para alcanzar el
ideal, característica del neurótico, quien inviste excesivamente sus representaciones* de
objeto* en detrimento de las del yo. A veces el paciente llega al tratamiento en busca de
esto, conseguir el amor* de un objeto. Si lo consigue, por algún levantamiento transitorio de
la represión*, piensa que ya está curado. A veces esto se concreta en la persona del
analista. Se genera en este último caso el amor de transferencia*, una de las resistencias
más fuertes al tratamiento. «Este plan de curación es estorbado, desde luego, por la
incapacidad para amar en que se encuentra el enfermo a consecuencia de sus extensas
represiones» (Introducción del narcisismo, 1914, id.). Durante el tratamiento, al levantarse
algunas represiones, el paciente suele elegir un objeto de amor idealizado. A la satisfacción
de este amor confía, entonces, su completo restablecimiento. Ésta no es la curación
psicoanalítica. Si no están levantadas la mayoría de las represiones, reconstruida toda la
época de la sexualidad infantil* y la constitución del yo, no están cumplidos los objetivos del
psicoanálisis. Éstos siguen siendo el levantamiento de las represiones, de todas ellas, por lo
menos las representaciones primarias*, y la posterior «reelaboración»* de lo reprimido, el
relleno de las lagunas mnémicas -las que eran producidas por las represiones- y el
advenimiento del yo sobre el ello* (el domeñamiento de la pulsión* del ello por parte del yo,
conociéndola y aceptándola como propia). Podríamos contentarnos con el desenlace de la
curación por el amor «[ ... 1 si no trajera consigo todos los peligros de la oprimente
dependencia respecto de ese salvador» (1914, id. 98). La curación psicoanalítica busca el
desarrollo del proceso secundario* a través del conocimiento del proceso primario*, busca
domeñar a las pulsiones merced a su conocimiento, a su ligadura. La posibilidad de vivenciar
y expresar el amor, distinto de esta «curación por el amor», es buscada por el tratamiento.
Una verdadera relajación de la represión de la sexualidad infantil con reelaboración de ésta,
permite al yo, por ejemplo, la posibilidad de amar al objeto sin necesidad de tener que
reprimir sus deseos* incestuosos inconscientes. De hecho el yo es fuerte, entre otras cosas,
por su capacidad de amar, y porque no necesita tanto del ser amado para mantener su
autoestima; es más libre del objeto aunque también necesite de amarlo y ser amado,
enriqueciéndose en ese amor. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Defensa
José Luis Valls

[freud.] Todo organismo vivo está expuesto a continuos estímulos, que en el caso de los
organismos complejos provienen del mundo exterior y del propio interior del cuerpo (las
pulsiones*). Los seres humanos poseen un aparato psíquico* que los defiende de los
continuos estímulos a que están sometidos, los que les generan un impulso a volver al
estado anterior, el previo a la llegada del estímulo. La defensa, en este sentido, es como la
razón de ser del psiquismo. Éste ante todo quiere defenderse de los estímulos. La• mejor
manera de hacerlo, entonces, es realizando las acciones específicas* que acaben con ellos.
Si son exteriores, huyendo de ellos o destruyéndolos. Si son estímulos interiores (es decir,
pulsiones), satisfaciéndolos. Para ello deberá incluir el principio de realidad* en su
funcionamiento y la instauración de un yo* que piense y maneje la acción en forma
adecuada. Surgen sin embargo durante la evolución del ser humano serios problemas en la
satisfacción de sus pulsiones (sexuales''` y destructivas*) pues éstas chocan con los ideales
culturales primero y luego con los que existen en el mismo aparato psíquico (ideal del yo*-
superyó*). Por esto se van formando otros tipos de defensa dirigidos a impedir la
satisfacción de la pulsión, o a desconocerla. A los mecanismos inconscientes encargados de
que el yo Prec. no conozca la existencia de pulsiones incompatibles con él, se los ha llamado
< mecanismos de defensa* del yo», los cuales pertenecen al yo Inc. Éste se encarga de
defender al yo Prec. , sin que él lo sepa, del acoso de las pulsiones. Esta defensa tiene, por
lo pronto, un precio: rasgos de carácter* y -cuando fallan- neurosis*. Hay algunas formas de
mecanismo defensivo que permiten ciertas formas de placer-, pulsional, por ejemplo los
mecanismos defensivos pertenecientes a las perversiones*. Este tipo de afección consigue
satisfacer pulsiones sexuales, parciales, infantiles, homosexuales y narcisistas. Lo hace
gracias a mantener relaciones sexuales reñidas con lo aceptado en el medio social (el sujeto
sufre por ello angustia social*, de la que a su vez se defiende). Llevan incluidas en el mismo
acto placentero ciertos mecanismos de defensa del yo contra los peligros que derivan del
complejo de Edipo*, tratan de ahorrarse la angustia de castración-, con la desmentida* de la
diferencia de los sexos. La desmentida comprueba la ausencia de la castración, entonces, en
cada acto sexual (fetichista, homosexual, exhibicionista, etcétera). No lo logran totalmente,
porque el yo se escinde*; en parte acepta la castración y en parte no, perdiendo el yo la
función sintética, pasando a ser dos yoes. Entonces, la manera más adecuada de defensa
ante el estímulo pulsional, tendría que ser la síntesis que tiene que lograr el yo ante las
presiones a que está sometido por el ello*, el superyó y la realidad*. Una vez conseguida esa
síntesis, ha de llevarla a la acción (véase: acción específica). Respecto de los estímulos del
mundo exterior, el organismo establece una barrera de protección antiestímulo* en el
sistema percepción consciencia (PCc. ), al cual pertenece la investidura* de atención* que es
en realidad (como apronte angustiado*), el último nivel de esta barrera. Si ésta es
sobrepasada, se siente dolor* orgánico, pudiendo llegar a instalarse una neurosis
traumática* si la cantidad de estímulo que penetra en el aparato psíquico va más allá de las
posibilidades de ligadura de éste. En las neurosis traumáticas queda una compulsión* a
repetir la escena, primero en los sueños* hasta llegar a los actos, en busca de que el aparato
psíquico pueda, merced a la repetición, sentir el apronte angustiado que no sintió en el
momento en que fue superada la barrera defensiva. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Defensa, mecanismos de
José Luis Valls

[freud.] Operaciones automáticas que realiza la parte inconsciente* del yo* para defenderse
de las pulsiones*, o mejor dicho de los posibles peligros que la satisfacción de éstas podría
generar. El yo Inc. , ante la aparición de la representación* de una pulsión incestuosa o
parricida, o retoños de ellas, apela a una señal, muestra de angustia en pequeña cantidad.
Esta angustia señal* hace que el camino asociativo, guiado por el principio de placer*,
cambie, huyendo de la angustia señal. Consigue así que la pulsión original o sus retoños
retornen al ello* inconsciente, pasando al estado de represión*. De esta manera la defensa*
yoica es eficaz en librarse de la pulsión, momentáneamente. Para que la pulsión se quede
allí, para que no pueda volver a introducirse en el yo, y por este medio llegar a la acción,
habrá que dejar como centinela, una contrainvestidura* permanente. El mecanismo de
defensa por excelencia es la represión. En algunos momentos de la teoría represión es
sinónimo de defensa, pero desde Inhibición, síntoma y angustia (1925) pasa a ser el
mecanismo específico de la histeria de conversión*. La represión, en cuya esencia está el
desconocimiento, tiene dos pasos. La represión primaria* consiste únicamente en la
contrainvestidura que es el origen del resto de los mecanismos defensivos ulteriores o
represiones secundarias*. En éstas se sustrae también investidura de la representación de la
palabra (Prec. ), con lo que no puede ser nombrada por el yo y vuelve al ello inconsciente. La
investidura retirada pasa a otra palabra o a una formación sustitutiva*, transacción entre el
yo y la pulsión, que actúa como contrainvestidura. La contrainvestidura se instala también en
el aparato perceptual* (PCc. ) -para evitar percibir en la realidad* todo lo que remita al
conflicto-, o se desplaza a otras representaciones poco importantes, que pasan a ser
obsesiones, por ejemplo. Además lo reprimido primariamente atrae al inconsciente a todo lo
que puede remitir a él. Otros mecanismos de defensa clásicamente descritos son: la
anulación de lo acontecido*, el aislamiento*, la formación reactiva*, la proyección*, la
identificación* (histérica y melancólica), la desmentida* de la diferencia sexual y de la
pérdida del objeto, la negación*, la escisión del yo*, etcétera. Lo común de todos ellos es la
inconcientización de la moción pulsional para evitar la angustia señal que sentiría el yo. Si el
mecanismo de defensa falla, la cantidad de excitación* puede arrasar con el yo y ocasionar
la angustia automática*, similar al trauma* del nacimiento. Esto último es una de las causas
por las que si bien los mecanismos de defensa producen alteraciones patológicas, en algún
momento se constituyan en un mal necesario que evita males mayores, como la angustia
automática, por ejemplo. Además no debemos olvidar que a partir de los mecanismos de
defensa inconscientes, el yo forma una infraestructura Inc. sobre la que se instala la
superestructura Prec. , la que entonces puede funcionar sin tener que estar acosada por la
pulsión, a la que ignora. Cuando el yo se apoya demasiado en sus mecanismos de defensa y
éstos comandan a su proceso secundario*, puede quedar una alteración del yo* más o
menos severa, la que será un fuerte obstáculo para la cura y que participa de la formación
de las caracteropatías, dependiendo muchas veces el tipo de ésta, del mecanismo de defensa
preferentemente usado, lo que a su vez tiene relación con los puntos de fijación*. Freud, en
el Proyecto de psicología (1895-1950) describe cómo se va formando el yo a través de
investiduras colaterales, cadenas de pensamientos* que le hacen crecer, aprender de la
experiencia, acumular representaciones para poder comparar con los nuevos perceptos,
etcétera. Cuando las cantidades de excitación exceden de cierto límite la investidura colateral
es insuficiente para conducirla, y debe recurrir a una defensa primaria consistente en una
contra-investidura, que ahora impedirá el pasaje de la investidura a nuevas
representaciones. Éstas, rechazadas por el yo, se acumularán en el inconsciente. La
investidura colateral enriquece al yo, modera a la pulsión haciéndola propia. La
contrainvestidura expulsa el estímulo pulsional al inconsciente. Una y otra van dando forma a
partes diferentes dentro del yo: a) el proceso secundario, el pensamiento, el yo con su
función sintética, su principio de realidad*; b)una parte que quedará inconsciente, funcionará
automáticamente, fuera de la voluntad* del yo Prec. y que será el yo de la defensa, o los
mecanismos de defensa del yo, el yo Inc. En la cura psicoanalítica se hacen patentes los
mecanismos de defensa, dando expresión a la resistencia* yoica. Debemos de habérnoslas
con ellos, entonces, para poder llegar al conocimiento del deseo* reprimido, beneficiándose
ahora el yo del deseo antes reprimido al colocarle investiduras colaterales. Haciendo que
participe del comercio asociativo, que vaya integrando el yo del pensamiento, del proceso
secundario, el yo Prec. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Degradación del objeto erótico (o sexual)


José Luis Valls

[freud.] Proceso que se produce por la bifurcación, en el desarrollo libidinal de un sujeto, de


las corrientes tierna y sensual. La corriente sensual, totalmente reprimida durante el período
del complejo de Edipo*, reaparece en la pubertad desplazada a w otros objetos*. Como
éstos tienen su fijación* inconsciente en objetos incestuosos, el yo* se defiende de ello,
limitando la elección de objeto*. La corriente sensual sólo busca objetos que no recuerden a
las personas incestuosas prohibidas. Se produce así una degradación psíquica del objeto
sexual al buscarse sexualmente un objeto opuesto al de la «madre pura» o madre nutricia.
«Tan pronto se cumple la condición de la degradación, la sensualidad puede exteriorizarse
con libertad, desarrollar operaciones sexuales sustantivas y elevado placer» (Sobre la más
generalizada degradación de la vida amorosa, 1912, A. E. T. XI, pág. 177), incluso buscar
metas sexuales perversas cuyo incumplimiento es sentido como una pérdida de placer* y
cuyo cumplimiento sólo es posible en el objeto sexual degradado, menospreciado. En
ocasiones la escisión de la vida amorosa es tal que si establecen una relación tierna son
impotentes sexuales y la potencia sexual sólo surge cuando el vínculo tierno es imposible.
Este tipo de trastorno es más común en el varón que en la mujer y además es más común
de lo que aparenta. Freud dice: « [. . .] sustentaré la tesis de que la impotencia psíquica está
mucho más difundida de lo que se cree, y que cierta medida de esa conducta caracteriza de
hecho la vida amorosa del hombre de cultura» (1912, id. 178). En la mujer se nota apenas
una necesidad de degradar al objeto sexual. En ella se produce una atracción mayor por lo
secreto, lo prohibido. Esta condición de lo prohibido en la vida amorosa femenina es
equiparable a la necesidad* de degradación del objeto sexual en el varón. Un sujeto que ha
logrado superar el complejo de Edipo con pocas fijaciones incestuosas tiene mejores
probabilidades de hacer coincidir ternura y sensualidad en la misma persona, soslayando la
degradación que quizá quede en algún lugar del psiquismo y pueda regresar en momentos
de frustración* o aumento libidinal interior (adolescencia y menopausia). [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Delirio
José Luis Valls

[freud.] Fenomenológicamente y en términos generales, trastorno del contenido del


pensamiento* que aparta al sujeto de la realidad*. Para ello el yo* debe estar severamente
alienado o con una alteración muy profunda. Freud extiende el término a algunas ideas y
actos obsesivos -algunos ceremoniales*, locura de duda- incluso a productos de la
omnipotencia del pensamiento* (la magia* y la superstición del obsesivo, etcétera), quizá
para remarcar el alejamiento de la realidad al que son sometidos los neuróticos obsesivos*
por sus síntomas* y en algunos casos por el carácter* del yo, pero en los que de todas
maneras nunca la alteración del yo* es tan significativa. Hay varios tipos de delirios en
diferente tipo de afecciones. Freud describe un delirio histérico apropósito de Norbert Hanold,
el personaje de la «Gradiva» de Jensen (El delirio y los sueños en la "Gradiva" de W. Jensen,
1906-07). En los delirios de Hanold -realizaciones de deseos diurnas, a la manera de los
sueños* y con mayor creencia que en las fantasías* o ensoñaciones diurnas- se mezclan sus
recuerdos* infantiles reactivados por el presente merced a sus sublimaciones*: cree ver un
personaje vinculado con sus estudios de arqueología en una jovencita, con la que había
tenido un vínculo afectivo en su niñez, reactivado en el presente. La represión* aparece en el
enmascaramiento del personaje amoroso (que alude a su sexualidad infantil*) a través de
una alucinación* a la que se le da creencia* y que transporta al sujeto en su arrobamiento a
la época correspondiente a sus estudios de arqueología, lo que es ayudado por el lugar en
que transcurre la acción, las ruinas de Pompeya. Freud describe otro delirio, propio de la
confusión alucinatoria aguda o amencia de Meynert*. En ella la pérdida de un objeto* amado
en la realidad, resulta tan insoportable para el yo del sujeto que la desmiente*. Cree ver al
objeto, o presiente que vuelve, o está en el cuarto contiguo, etcétera. Se produce en este
caso una desinvestidura* del sistema percepción consciencia (PCc.). Al quedar bloqueada la
percepción* de la realidad el sistema PCc. puede ser rellenado con la reactivación, por regre-
sión* tópica, de la percepción del objeto deseado en su estado bruto, igual que en el sueño.
Se percibe, entonces, la alucinación, se le da creencia y sobre ella se elabora el delirio de la
existencia del objeto perdido. El yo esquiva el examen de realidad* y a veces hasta se vale
de elementos de la misma para probar la existencia de lo deseado, que es consciente y no
reprimido. En la amencia probablemente la «alteración del yo» sea mayor que en la psicosis*
histérica, pero en ambas porfía el deseo del objeto. Quizá eso ayude a que sean cuadros
clínicos agudos, aunque en ocasiones den paso a otros trastornos duraderos, más
alteradores del yo. Examinemos ahora los principales tipos de delirio crónico, el delirio por
antonomasia, el paranoico y el correspondiente a la esquizofrenia* paranoide. Éstos también
son de diferentes tipos y se tramitan, en general, de la siguiente manera: primero la
investidura* Inc. se retira de la representación* de objeto y por lo tanto del objeto mismo;
luego la libido* se retrae al yo, de manera que la libido objetal deviene narcisista y desde el
inconsciente* desaparece el mundo objetal. Al quedar desinvestidas las representaciones-
cosa* o representaciones-objeto desinvestidas, la libido también en parte deviene pura
cantidad de excitación* sin representación. Esto último implica invasión de cantidad en el
aparato psíquico, lo que provoca angustia automática*, fruto del desajuste económico en
virtud de la desinvestidura de la ` representación-cosa. A todo este complejo que sucede al
desinvestir la representación-cosa, con lo que desaparece el deseo inconsciente del objeto,
más la angustia automática concomitante, se lo denomina «vivencia de fin de mundo» *.
Decíamos que la otra parte de la libido objetal deviene narcisista al ser retraída al yo, lo que
clínicamente se expresa como delirio de grandeza. Cuando se retrae hacia el cuerpo lleva el
nombre de «hipocondría» *. Con las investiduras que quedan en el aparato psíquico, en las
representaciones-palabra* (Prec.) se intentará reconstruir el mundo objetal. Estas palabras,
ahora, no significan a las cosas o a las representaciones de ellas: es como si las
representaciones desinvestidas no existieran. Entonces las representaciones-palabra pasan a
ser las representaciones-cosa y a ser tratadas como tal. Funcionarán en gran parte con
proceso primario* usando asociaciones* por contigüidad*, analogía* u oposición*, incluso
los símbolos universales*, para formar condensaciones* y desplazamientos*, que con una
buena elaboración secundaria* podrán tomar cierta apariencia lógica. Así se armará el delirio
paranoide, compuesto de libido homosexual, libido no reconocedora de la diferencia de
sexos, a horcajadas entre la libido narcisista y la objeta]. Esta libido perderá su socialización,
inhibición en su meta, o sublimación, pues será libido homosexual erotizada. He aquí un
nuevo problema intolerable para el yo y del que se va a defender, ya que por estar la libido
erotizada no puede sublimarla, relevará el amor* por odio -en especial en el delirio
persecutorio que está en la base de los otros, el erotomaníaco, el de celos* y el de grandeza-
y proyectará* el deseo Inc. El paranoico sentirá que lo que era deseo homosexual proviene
ahora del inconsciente del objeto, relevado por odio. 'De este modo se forma el delirio
persecutorio, que resulta así una manera de no aceptar el deseo homosexual. Hay otros: los
delirios de celos (véase: celos), el delirio erotomaníaco y el ya mencionado delirio de
grandeza. Todos contradicen la frase «yo lo amo a él», en el caso del varón, por supuesto.
Una «reconstrucción del mundo» muy penosa, por cierto, hasta que el delirio consiga
mediante el proceso primario un disfraz lo suficiente mente aceptable para el yo y éste
pueda tolerar, merced a ello, el deseo homosexual; en el delirio de Schreber éste llega a la
conclusión de que es el elegido por Dios para darle hijos. Se logra así una paz endeble pero
relativamente duradera, y hasta en algunos casos el yo, gracias a sus partes no alteradas,
logra un cierto reacomodo con la realidad. Existen otros tipos de delirios típicos de la
paranoia` y la esquizofrenia paranoide como el de ser observado, con alucinaciones auditivas
que señalan todos sus actos (sonorización del pensamiento) o sensación de ser mirado, en
ocasiones vinculado con persecución o erotomanía. La alucinación auditiva autoobservadora
se produce por una regresión a la percepción. La observación que en su infancia sus padres
realizaban sobre él y que luego devino en superyó* por identificación*, retorna ahora por la
regresión a la percepción, mostrando así sus orígenes. En el delirio de influencia, la regresión
es mayor. Todo el yo es proyectado al exterior, y el paciente siente que hay máquinas
(símbolo universal del cuerpo, lugar de origen del yo) que influencian todos sus actos. El
delirio, entonces, en la esquizofrenia paranoide y la paranoia, muestra la parte ruidosa de la
enfermedad; pero en realidad es el intento de curación que hace el paciente, intento de
reencontrar el mundo de los objetos. Que este logro sea más o menos apacible, tendrá cierta
relación con cómo se haya tramitado el complejo paterno* previo. El delirio hecho con
palabras, siguiendo el proceso primario, se funda en una verdad histórica* que está en el
fondo de todo delirio y que lo hace pasible de construcción* o interpretación* a la manera de
un sueño o un síntoma. Esto lo practica en buena parte Freud en el estudio realizado sobre la
autobiografía de Schreber, también lo intenta con algunas pacientes en los comienzos de su
carrera, como se puede ver, por ejemplo, en: Nuevas puntualizaciones sobre las
neuropsicosis de defensa (1896). En el momento agudo de la enfermedad esto es imposible,
pues la única posibilidad de transferencia* es negativa o predominantemente negativa, por
lo menos en el delirio persecutorio. Quizá el delirio erotomaníaco o celotípico se presten
mejor para intentar una reconstrucción del pasado que se revive a través del delirio. En el
«Hombre de las ratas» habla también de cuna suerte de delirio o formación delirante», en la
que el niño sentía que sus padres conocían sus pensamientos porque él los habría declarado
sin oírlos él mismo. «Declaro mis pensamientos sin oírlos. » Esto Freud lo explica como una
proyección del hecho de que él tiene pensamientos que no conoce, una percepción
endopsíquica de lo reprimido. Freud también llama delirios a cierto tipo de formaciones
obsesivas, como las series de pensamientos que ocupaban al paciente en el viaje de regreso
de las maniobras militares; o al disparatado accionar descrito en el que trabajando hasta
altas horas de la noche, abría las puertas al «espectro» del padre, miraba luego sus propios
genitales en el espejo, y trataba de rectificarse con la amonestación: « ¿Qué diría el padre si
realmente viviera todavía?». Esta fantasmagoría cesó después de que la hubo puesto en la
forma de una «amenaza deliciosa». Si volvía a perpetrar ese desatino, al padre le pasaría
algo malo en el más allá. Este tipo de «delirio obsesivo» se inscribe como formando parte de
la «omnipotencia del pensamiento» y sus consecutivas magia y superstición, típicas de la
neurosis obsesiva. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Depresión
José Luis Valls

[freud.]Estado afectivo doloroso, displacentero, provocado a veces por una pérdida de


objeto*, frustración*, fracaso, etcétera. En todas estas ocasiones el yo* Prec. está
realizando el trabajo de duelo*, en el que cualquier objeto que recuerde en algo al objeto
perdido reactiva la añoranza de él. Se incrementan, entonces, las investiduras de añoranza*,
junto al hecho de que la realidad* muestra la imposibilidad de satisfacción, produciéndose
así el dolor* psíquico. Y así se repite ante cada situación que recuerde al objeto perdido,
cada lugar en el que se estuvo con él, cada momento que se parezca a momentos vividos
con él. El talante es de tristeza y el yo está enfrascado en la tarea de ir desinvistiendo* uno
por uno los recuerdos* del objeto o ilusión perdidos. Mientras permanece en este doloroso
trabajo, el yo hace una introversión* de la libido* durante todo el período, apartándola de
los deseos* Prec. de los objetos que no son el que se perdió. El yo podrá de esta manera, en
forma paulatina, ir aceptando la realidad, tornándose ésta más soportable, lo que conseguirá
en forma definitiva cuando la libido pase a investir a otro nuevo objeto y aparezca un nuevo
deseo. Hasta aquí, la depresión* normal como respuesta a pérdidas exteriores que, por
decirlo así, la justifican. Distinta es la depresión endógena: no hay causas exteriores o las
causas exteriores aparentemente no explican la magnitud o lo prolongado de la misma.
Entonces se dice que la pérdida es inconsciente*. La inconscientización consiste en una
identificación* del objeto en el yo. Es en realidad odio* (recordemos que en las primeras
etapas se confunde con el amor*) al objeto, sin que el yo se aperciba de ello, ya que aparece
clínicamente como autorreproche*. Pero en el tratamiento psicoanalítico el autorreproche se
revela como un reproche al objeto, que está dentro del yo. El superyó*, ni corto ni perezoso,
aprovecha para sumarse a estos reproches y aplicarle severo castigo al yo por < todo lo que
se merece» al no ser como el ideal. Se agrega por otro lado una mayor retracción* libidinal,
se rompe con el mundo exterior, lo que había comenzado con el inaceptable odio al objeto,
desplazado al yo identificado con él. Esta descripción corresponde a la melancolía*. En un
lugar intermedio entre el duelo y la melancolía se ubicarían los cuadros depresivos neuróticos
con su sentimiento de inferioridad, con el sentimiento de culpa* inherente a la formación de
su aparato psíquico*, en el que el yo difícilmente pueda satisfacer a un superyó que le exige
lo ideal. Entonces el sentimiento de culpa casi es constante y por lo tanto el estado depresivo
es de base. Ante cada nuevo fracaso frente al ideal, el estado depresivo se agrava, así como
mejora cuando los éxitos lo acercan a lo pretendido por aquel. Salvo en el duelo, en el que el
dolor psíquico se produce por la imposibilidad de descarga de la libido objetal, en los otros
tipos de depresiones el trastorno es un destino de la libido narcisista. En la melancolía
conduce a una psicosis* narcisista y en otras depresiones a trastornos del narcisismo* o de
la autoestima*, producidos por no conformar el yo al superyó. En estos últimos no alcanzan
para apartar al sujeto de la realidad, a retraer la libido de las representaciones Inc. de los
objetos, de los deseos de éstos. En cambio, esto sí sucede en la melancolía. [José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Deseo
José Luis Valls

[freud.] El deseo, en la teoría freudiana, consiste en una propuesta psíquica que busca ser
complacida. Ésa podría ser una manera de presentación del tema. En rigor no hay una
definición del deseo dentro de la teoría que pudiéramos llamar demasiado rígida o estricta,
pese a que la teoría freudiana, en términos generales y en toda su tremenda extensión, sí lo
es. El concepto, sin embargo, es bastante claro y conciso. Freud lo usa en determinados mo-
mentos de su desarrollo teórico más que en otros, pero nunca lo deja de lado. Lo usa para
explicar más algunos fenómenos que otros, o algunos matices de éstos más que otros. Pero
en ningún momento desarrolló una teoría específica del deseo, como sí lo hizo respecto de
conceptos similares como el de pulsión* o de libido*. En términos vagos, podríamos decir
que el concepto de deseo se mueve más cómodamente dentro de la así llamada «primera
tópica» porque es en ella donde Freud desplegó toda su teoría representacional y el deseo
está, como veremos, íntimamente relacionado con la investidura* de la representación*.
Pero nadie dijo que en la llamada «teoría estructural», Freud haya dado de baja el tema de
la representación. Muy por el contrario, sigue siendo tema hasta en el «Moisés». Es que al
explicar algo nuevo, un nuevo nivel de un problema, el teórico no tiene por qué repetir cada
vez lo dicho antes. Por otro lado, si no es mediante la teoría representacional, ¿cómo se
explican los sueños*? Se sobreentiende que las estructuras de la «segunda tópica» son
estructuras representacionales. El ello*, el yo* y el superyó* son estructuras psíquicas, y lo
que da la característica de fenómeno psíquico a algo es justamente la representación. Por lo
tanto, explícita o implícitamente en la teoría freudiana el deseo «siempre está». Puede
ocurrir que aparezcan al surgir nuevos conceptos, diferentes matices, nuevas aristas, que
obliguen a aparecer nuevos conceptos o complejizaciones y en ese camino surjan confu-
siones, esto es verdad. No siempre es fácil diferenciar entre deseo y libido en algunos
aspectos, y especialmente entre deseo y pulsión. El deseo nace en los momentos de
formación del aparato psíquico*, luego de ocurridas las primeras vivencias de satisfacción*.
En adelante la necesidad corporal surgirá unida a las representaciones que habían dejado en
el aparato psíquico aquellas vivencias. La necesidad* logró, entonces, representación
psíquica. Ésta provino de la huella mnémica* que dejó la experiencia, deviniendo en deseo. A
esta moción cine apunta hacia esta representación, a la ligazón que se establece entre la
necesidad corporal y la representación, la llamamos «deseo». El surgimiento del deseo
inaugura el psiquismo y será el motor del aparato psíquico. La vivencia de satisfacción deja
en realidad un complejo representacional en el que se distinguen tres tipos de representa-
ciones: 1) la que primero se activa cuando se reanima el deseo: la representación investida
del objeto* satisfaciente: 2) la representación de los movimientos que se hicieron con éste y
que éste hizo, y 3) la representación de la sensación de descarga en el r núcleo del yo
(«Proyecto», 1895-1950). El deseo será, por lo tanto, un deseo del objeto con el que se
busca realizar actos y que el objeto realice otros, para poder volver a sentir la sensación de
satisfacción o placer* en el núcleo. «Sólo puede sobrevenir un cambio cuando, por algún
camino (en el caso del niño, por el cuidado ajeno), se hace la experiencia de la vivencia de
satisfacción que cancela el estímulo interno. Un componente esencial de esta vivencia es la
aparición de una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica
queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación
producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así
establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen
mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en
verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo
que llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el cumplimiento de deseo, y el
camino más corto para éste es el que lleva desde la excitación producida por la necesidad
hasta la investidura plena de la percepción» (La interpretación de los sueños, 1900, A.E.
5:557-8). Entonces, el deseo es el deseo de volver a repetir la vivencia de satisfacción,
aquella que se vivió en el vínculo con quien fuera el asistente ajeno* y ahora es el objeto
deseado. Cada vivencia de satisfacción irá dejando nuevos deseos; las pulsiones de
autoconservación* serán más repetitivas, el objeto será más fijo. Las pulsiones sexuales*,
en cambio, irán teniendo diferentes tipos de deseos según las zonas erógenas* de
predominancia, por lo menos hasta llegar la supremacía fálica cuando todas ellas se
organizan bajo su dirección y cuando se realiza una elección de objeto* que por tomar
características de incestuosa, será reprimida. El objeto de las pulsiones sexuales será mucho
más cambiante, característica que va disminuyendo a medida que se van produciendo
fijaciones*. Pueden también complacerse en el propio cuerpo. La elección de objeto sexual
exterior se apuntalará* en parte en las satisfacciones de las pulsiones de autoconservación y
en parte en el propio cuerpo, en cuyas sensaciones el objeto tendrá un factor determinante
de todas maneras, por lo que se irá eligiendo conforme a las fijaciones que irá dejando en el
cuerpo la historia con el objeto (la historia del cuerpo y su representación van deviniendo en
yo). En este período* preedípico*, el niño aprende a hablar, se ensaya con el lenguaje*. Los
deseos Inc. de los objetos podrán llegar al Prec. ligándose a las representaciones -palabra* y
generando así los deseos Prec. Después del complejo de Edipo* el aparato psíquico se
escindirá y múltiples deseos (los incestuosos, parricidas y con ellos gran parte de los deseos
infantiles) serán reprimidos, pasarán al estado de inconscientes* y a pertenecer al ello. No
serán considerados parte del yo, el que les negará su aquiescencia, les quitará la investidura
Prec., la investidura de la representación-palabra. Estos deseos reprimidos nunca cejarán en
su deseo de retorno, directo o por medio de retoños Prec. que los representen y eviten la
censura*. Ese retorno originará los sueños, los actos fallidos*, los síntomas* neuróticos,
etcétera. Los deseos Inc. pueden también en algunas ocasiones superar la censura
(desexualizándose*, por ejemplo) y transformarse en deseos Prec., por lo que en ese caso el
yo los sentirá propios y luchará por satisfacerlos. Aquí es importante, además de los factores
reales externos, su proximidad a los deseos incestuosos y parricidas prohibidos (a mayor
proximidad, menor posibilidad de satisfacción, por lo menos en el terreno de la «normalidad»
y la neurosis). Los deseos Prec. del yo que no han sido reprimidos por él son: los de su
autoconservación en parte (el deseo de dormir por ejemplo), otros configurarán deseos con
meta inhibida como la ternura o la amistad, o deseos desexualizados, podríamos decir. Otra
parte serán aquellos deseos sexuales que, provenientes del ello, son aceptados por el yo,
probablemente porque no le crean conflicto con el superyó o con la realidad*. Entonces
podrá fantasearlos o llevarlos a la acción (bajo el rectorado del principio de realidad*).
También podrán ser condenados por el juicio* cuando el yo así lo considere, aunque algunas
veces el yo simultáneamente los haga propios y los mantenga en el terreno de la fantasía*.
Cuando los lleva a la acción, a costa de cierto tipo de escisiones en el yo*, estamos ante las
«excentricidades de los normales», De todas maneras, el deseo será un deseo Prec. con
mayor grado, en general, de ligadura y pasaje al proceso secundario. Freud también
menciona deseos del superyó al atribuirle los deseos de los sueños punitorios*, de
autocastigo*, los que se explicarían como realización de deseos del superyó (Nuevas
conferencias de introducción. al psicoanálisis, 1933). De algún modo el sentimiento
inconsciente de culpa* o necesidad de castigo*, funciona en algunas personas a la manera
de un deseo, incluso reprimido en el sentido de desconocido por el yo, que se satisface
periódicamente con el sufrimiento de éste. Probablemente esto dependa de los diferentes
grados de mezcla* o desmezcla* de Eros* y pulsión de muerte* que estén en juego en esos
deseos (sadismo* del superyó y masoquismo* del yo). En términos generales, de cualquier
manera, hablar de deseo remite a deseo sexual (no se confunda con genital*), aunque la
posesión de representación (de cosa* y de palabra) le puede dar a la pulsión de
autoconservación característica descante, Pero cuando nos referimos a deseo inconsciente,
éste es sexual. ¿Puede haber un deseo correspondiente a la pulsión de muerte? Según Freud
no, porque no hay en el Inc. representación-cosa de ésta. Es un contrasentido hablar de una
«vivencia de muerte» que deje su huella en el aparato psíquico. En cambio, puede haber
necesidad inconsciente de castigo, pero ella proviene del superyó. El deseo agresivo para con
otro ya pertenece a la pulsión de autoconservación o a la sexual, merced al sadismo o
pulsión de apoderamiento* y hasta el odio* al rival. Paradójicamente sabemos que «existe»
una pulsión de muerte...«muda». Si «habla», es a través de las representaciones (de cosa y
de palabra) del deseo sexual, con el que se mezcla. Podemos decir que la vemos,
indirectamente, en los ejemplos ya mencionados de la agresión*, sadismo, apoderamiento,
etcétera. El concepto de deseo se superpone con el de pulsión y hasta con el de libido en el
deseo sexual. Por momentos parecen sinónimos, o distintos niveles del mismo fenómeno;
por momentos, cosas diferentes. El de pulsión, para Freud, es un concepto límite entre lo so-
mático y lo psíquico. Probablemente esté más del lado de lo somático y el esfuerzo (Drang)
hacia la acción y el deseo más del lado representacional. De ahí que Freud describa una
«satisfacción alucinatoria de deseos»*, no una «satisfacción alucinatoria de pulsiones», y
que hable de deseos cuando debe explicar los sueños, las fantasías, incluso los síntomas, es
decir cuando el énfasis está en el contenido representacional. En cambio, cuando debe
explicar los mecanismos de defensa* del yo ante las angustias señales* frente al peligro
pulsional, o cuando explica el ello, habla del apremio de la pulsión sobre el yo, también en la
búsqueda de su satisfacción, que en última instancia es la misma que la del deseo. Veamos
ahora qué diferencias hay entre deseo y libido. La energía sexual somática pasa a llamarse
«libido» cuando se liga a una representación, es la energía que la inviste, el deseo está más
ubicado en la representación (investida por libido), por lo tanto hay diferencias, pero un
fenómeno es muy cercano al otro como para poder distinguirlos muy claramente. En La
interpretación de los sueños (1900) habla de deseos, en Los tres ensayos de teoría sexual
(1905) menciona la pulsión, en los escritos metapsicológicos de 1915 predomina el concepto
de pulsión, aunque también habla de deseos, especialmente respecto de los sueños, en El yo
y el ello se refiere casi únicamente a las pulsiones del ello (1923), también en Inhibición,
síntoma y angustia (1925). El concepto de libido está en toda la obra. Sin embargo hay
diferencias importantes que hacen que sean cosas diferentes. Por ejemplo se puede hablar
de un deseo Prec., pero la pulsión por lo general está referida a un concepto Inc. También
existen una libido objetal y una narcisista; sí se puede hablar de un deseo objetal pero es
más difícil hablar de un deseo narcisista por lo menos puro, se puede hacerlo como extensión
del concepto de deseo homosexual, por lo tanto referido al objeto. Por ejemplo tal es la
dependencia del niño del amor* del objeto en el período de latencia* que puede hacer
propios los deseos del objeto. La educación en general se basa en estos principios: el niño
resigna sus pulsiones a cambio del amor materno, de una manera tan radical, a veces, que
se transforman en deseos Prec., a través de identificaciones* en el yo y principalmente en el
superyó, opuestos en general al deseo Inc., por lo tanto apoyando a la represión Inc. contra
la emergencia de los deseos reprimidos. Podríamos pensar, entonces, que la necesidad del
amor del objeto es narcisista y en alguna medida lo es, pero no en el sentido más estricto
del término (la libido proveniente del ello invistiendo al yo). Uno no puede desearse, se
tiene. Puede desear ser amado por el objeto, o desear ser el ideal, pero éste mismo está
constituido por huellas de objetos del pasado infantil o de la omnipotencia infantil perdida.
En ese sentido son deseos narcisistas, pero nunca falta el rastro del objeto en todas estas
complejizaciones del deseo que a veces confunden el pensamiento*. Quede claro que la
diferencia definitiva entre estos conceptos, de todos modos, no está totalmente clara, non
liquet, como diría en tantas ocasiones Freud. ¿Puede hablarse de una pulsión narcisista? A lo
sumo de una pulsión sexual con satisfacción autoerótica. Cuando se habla de. narcisismo en
sentido estricto, se habla de libido en el yo. Por último: nos apoyamos en lo expresado por
Freud en el capítulo VII de Lo inconciente (1915) respecto de la investidura de la
representación, para justificar un deseo preconscíente del objeto. Cuando está investida la
representación-cosa del Inc. más la representación-palabra Prec., esta última significa o
representa a aquella ante la Cc. Si se le retira la investidura Prec., el deseo pasa al estado de
represión y a pertenecer al inconsciente. En las neurosis de transferencia*, la investidura de
la representación-cosa Inc. está investida y quizá en demasía, pero no tiene la
representación-palabra Prec. para poder llegar a la Cc. Uno de los objetivos en el tratamiento
psicoanalítico es recuperar para la investidura de la representación-palabra Prec la energía
libidinal que mientras el deseo permanece en represión, pertenece únicamente a la
representación-cosa Inc. La investidura en estas neurosis se ha desplazado o transferido a
otras representaciones Prec. En la histeria de angustia* hasta constituir las fobias*. En la
neurosis obsesiva* se han aislado* sus conexiones asociativas y afectivas con el resto de las
representaciones Prec. o se ha recurrido a mecanismos mágicos para no sentirlas
pertenecientes al yo, en última instancia angustiándose ante estas obsesiones nunca
aceptadas como deseos del yo Prec., pese a estar ubicadas tópicamente en él. En la histeria
de conversión*, ha hallado expresión merced a investiduras corporales elegidas
asociativamente por leyes de contigüidad* o analogía*, convirtiéndose en el caso de las aso-
ciaciones* por analogía en símbolo mnémico* de las representaciones-cosa, ahora
reprimidas y que pugnan por retornar de ese estado. En las afecciones narcisistas (en
especial en las psicosis*, cuyo máximo exponente es la esquizofrenia* con sus distintas
formas clínicas), se desinviste* la representación-cosa del objeto y se desvía esa investidura
Inc. al yo. Este proceso consiste en el narcisismo* por excelencia, el deseo Inc. del objeto
está desinvestido. Repitamos: no hay deseo Inc. del objeto en estas afecciones, se retiró la
investidura de la representación-cosa Inc. (ésta configura el deseo Inc. del objeto, el motor
del aparato psíquico). Quedan, sin embargo, representaciones Prec. que no representan a las
Inc. sino que ocupan el lugar que dejaron aquellas al desinvestirse. Por lo tanto se rigen por
sus mismas leyes (el proceso primario*). Así se configuran los delirios* paranoides que,
quizá exagerando, hasta podríamos decir que son deseos Prec. del objeto sin sustento en un
deseo Inc. Intentos de reconstrucción* del deseo del mundo objetal, pero no desde lo
profundo del aparato psíquico, sino únicamente desde las palabras. Palabras que dejaron de
ser significantes, y ahora remedan el significado.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Desesperación
José Luis Valls

[freud.] Investidura de añoranza* a la que se agrega angustia de pérdida de objeto* o


viceversa; el afecto* correspondiente al duelo* (la ya ocurrida pérdida del objeto*), más la
angustia* de la posibilidad de su pérdida. Es probablemente, dice Freud, el afecto sentido
por el lactante (Inhibición, síntoma y angustia, 1925) al comenzar a notar la ausencia de su
madre, sin distinguir todavía si la ausencia es transitoria o definitiva. En tanto transitoria se
corre el peligro de que no vuelva cuando uno sienta la tensión de necesidad* (angustia). En
tanto definitiva produciría duelo, añoranza. La experiencia va separando el dolor* de la
angustia, aunque en determinadas circunstancias (por ejemplo, cuando no se encuentra el
cuerpo de una persona desaparecida, de la que la realidad muestra su ausencia definitiva)
vuelven a juntarse y retorna la desesperación, al unirse el duelo y su añoranza con la
angustia de pérdida de objeto. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Desestimación
José Luis Valls

[freud.] No aceptación, por parte del yo* consciente, de algún dato nuevo de la realidad*, al
que considera poco importante, quedándose con juicios* establecidos anteriormente. Este
rechazo, previo a un juicio de existencia*, es universal, < normal» en la infancia. Los niños
son renuentes a reconocer la diferencia de los sexos o de la castración que lleva implícita la
etapa fálica. La teoría de la cloaca* había explicado hasta entonces el nacimiento de los
niños de un modo mucho menos conflictivo. En general el niño ante la amenaza de
castración actúa como el pequeño Hans (Análisis de la fobia de un niño de cinco años, 1909),
si le amenazan con la pérdida del “pipí” , no le produce angustia*: total, tiene el «popó» (en
términos teóricos, la teoría de la cloaca). Aceptar como posible la existencia de la castración
es el próximo paso. Una aceptación paulatina y tal vez siempre incompleta. La teoría de la
cloaca en parte es superada al reconocerse la existencia de la castración correspondiente a la
etapa fálica, pero nunca absolutamente, y en parte permanece en el inconsciente* reprimida
como todo lo relativo a la sexualidad infantil*. Puede retornar desde ahí a través de un
síntoma* intestinal con fantasía* de embarazo, como en el caso del «Hombre de los lobos»
(1914-18), o como cualquier otro producto del inconsciente. Cuando el niño reconoce,
siquiera parcialmente, la existencia 1. de la castración-] o que se vuelve inevitable al percibir
el genital femenino y, por el complejo del semejante* comprende¡-* la diferencia- hace su
entrada en el complejo de castración*. Una multitud de excitaciones y afectos* se enlazan,
entonces, con la pérdida del pene; es el caso de la angustia de castración* en el niño y la
envidia del pene* en la niña. El famoso sueño del «Hombre de los lobos» es una de las
pruebas de que el niño había entrado, en el momento del sueño* al menos, en el complejo
de castración. Por lo tanto había superado en parte la primera desestimación* de la misma,
aunque la teoría de la cloaca sobre la cual se había instalado, podía retornar en cualquier
momento y hasta convivir con el reconocimiento de las diferencias sexuales que generaban
la angustia de castración. En un mismo síntoma conversivo convivían el reconocimiento de la
diferencia sexual (la angustia ante la disentería) con la teoría de la cloaca (la fantasía
inconsciente de embarazo intestinal). Ésta incluía un reconocimiento de diferencia sexual al
ser tomado el ano como si fuera una vagina, lo que volvía a generar angustia de castración,
creándose aparentemente contradicciones, las que como sabemos no tienen cabida en el
inconsciente. Estas representaciones contradictorias, entonces, seguían perteneciendo al
Inc., logrando gracias a estas formaciones sustitutivas* -embarazo intestinal simbolizado en
la constipación- tener acceso al Prec. en forma disfrazada. Se desestiman también mociones
pulsionales, siempre que sean conscientes o que tengan investidura* Prec. (representación-
palabra*, investida con atención* o sin ella). En ese caso el yo puede desestimarlas a través
de la emisión de un juicio, condenándolas. El «juicio de condenación o desestimación»* es
una de las últimas defensas* que tiene el yo ante la pulsión*, una vez superada la negación*
y siendo aceptada la pulsión por el yo como propia; quizá sea la más evolucionada, la más
relacionada con la ligadura, el domeñamiento pulsional. Freud llama «desmentida»* a la no
aceptación de datos de la realidad, en adultos, como la existencia de la diferencia de los
sexos (parcialmente en los casos de perversiones* sexuales), o de datos de la realidad
dolorosa (como la pérdida de un ser querido en la confusión alucinatoria aguda o amencia de
Meynert*). En ambos se produce un enérgico mentís sobre los datos de la realidad,
tapándolos con otra percepción*, el fetiche en el fetichismo*, el pene en la
homosexualidad*, la alucinación* del objeto perdido en la amencia.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Desexualización
José Luis Valls

[freud.] Inhibición* en la meta de la pulsión sexual*. La libido* desexualizada* une a la


masa* cultural, siendo base de la cultura* misma e iniciándose con ella; es la que le queda
al hijo, en el vínculo con sus padres y hermanos, después de la represión* y sepultamiento
del complejo de Edipo*. Es libido a su vez homosexual, dado que si tiene inhibida la meta
sexual no reconoce diferencias sexuales. La libido desexualizada forma los vínculos de
ternura y amistad, y la sublimación*. Como su descarga completa está inhibida, mantiene
los vínculos más perdurables. El yo* funciona con libido desexualizada normalmente. Tal
libido ha perdido algo de su perentoriedad (Drang) por haberse desplazado* su meta del
objeto* u objetivo original, gracias a lo cual es más manejable por el yo. Cuando la libido en
el yo se resexualiza, resultan las perversiones* narcisistas, como es el caso de la
homosexualidad*, o se generan distintas formas de defensa* contra aquella, como en la
paranoia*. Las patologías narcisistas tienen sexualizada la libido narcisista u homosexual.
Ésta se puede reprimir y originar neurosis* («Dora», 1901-05; el «Hombre de los lobos»,
1914-18). Las neurosis son, además de otras cosas, trastornos en la desexualización de la
libido objeta], lo que obliga a su represión. Por otro lado es por causa de la represión que la
libido objeta¡ no se desexualiza y «crece en las sombras». En tanto toda sublimación implica
una desexualización, implica una desmezcla* de pulsiones de vida* y pulsiones de muerte*,
y así la desexualización, necesaria para la culturalización, paradójicamente libera pulsión de
muerte. Los vínculos desexualizados, basados en una inhibición en la meta sexual, pueden
volver a resexualizarse por diferentes causas y también transformarse en amorosos.
Entonces se vuelven asociales nuevamente, pues la pareja busca exclusividad, cela* a su ser
amado, no quiere compartir su amor*.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Desinvestidura (sustracción de la investidura)


José Luis Valls

[freud.] Forma de funcionamiento común a todos los mecanismos de defensa*, por el cual se
le retira energía psíquica* (libido*): a representaciones-palabra* Prec. en las neurosis*; a
representaciones-cosa* Inc. en las psicosis* narcisistas; al aparato perceptual o sistema
percepción consciencia PCc. en las psicosis alucinatorias agudas, psicosis histéricas y, en
parte, en el fetichismo* y las otras perversiones sexuales*; o a todas las partes del aparato
psíquico*, en el caso del sueño*. La desinvestidura corresponde al segundo paso de la repre-
sión* o defensa*, o sea la represión propiamente dicha, complementaria de la represión
primaria* cuyo mecanismo único es la contrainvestidura*. Esta última también actúa en la
represión secundaria* reforzándola y sosteniéndola. Cuando la energía corporal inviste una
representación-cosa, se transforma en psíquica. Se la llama entonces «pulsión* Inc». Si es
sexual se la llama también «libido» (poniendo en este caso el énfasis en la energía
invistiente), principal representante de las pulsiones de vida*. Cuando además de la
representación-cosa inviste la representación-palabra correspondiente, crea la precondición
para el domeñamiento de la pulsión. Si se desinviste la representación-palabra, la
investidura*, permaneciendo en la representación-cosa en estado de represión, genera el
deseo* Inc. reprimido. En las psicosis narcisistas se retira la investidura de la
representación-cosa Inc--- lo que deja al aparato psíquico sin deseo Inc., sin pulsión de vida;
con cantidad de excitación* pura, sin poder ser ligada a una representación. Esto es
liberación de pulsión de muerte*, tendencia a la vuelta a lo inorgánico, a la pura cantidad.
Las representaciones-palabra están investidas entonces, como un puente sumamente
endeble tendido hacia un mundo objetal, delirante, pero mundo al fin. Se formarán así los
delirios*, las alteraciones sintácticas con tema hipocondríaco (lenguaje de órgano*). Se
habrá perdido la metáfora en estas representaciones-palabra, retornarán a su sentido de
representación-cosa original.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Desmentida
José Luis Valls

[freud.] Mecanismo utilizado por el yo* ante una realidad* que le resulta intolerable.
Retirando las investiduras* del polo perceptual* -también llamado sistema percepción
consciencia PCc.-consigue no percibir, no acusar recibo de su percepción*. Como dice Freud,
darle un «enérgico mentís» a su percepción. La desmentida no consigue ser absoluta, pues
siempre en parte la realidad, incluso la que específicamente se quiere desmentir, es en parte
percibida. Esto implica la formación de una escisión en el yo* Prec, El que acepta y no acepta
un mismo aspecto de la realidad al mismo tiempo. Acepta una contradicción que no molesta
a su proceso secundario*. Si el predominio de la desmentida sobre el reconocimiento de la
realidad es muy franco, se establece una confusión alucinatoria aguda o «amencia de
Meynert» *. Sobre el retiro de la investidura del PCc., éste registra alucinatoriamente, previa
regresión tópica (de palabra a imagen), la presencia del objeto* deseado y no reprimido (sin
disfraz). Objeto que en la realidad se perdió. Resulta así una defensa* psicótica ante el
duelo*, defensa poco duradera a la que a veces recurren personas no psicóticas, con escasa
o nula «alteración del yo» *, en situaciones en que la cantidad de excitación* resulta poco
común. Cuando la desmentida de la realidad es pareja con el reconocimiento de la misma, se
percibe claramente un yo escindido. Un yo que en su actividad de pensamiento* consciente
acepta contradicciones. Por ejemplo, en el fetichismo*, un tipo de perversión* sexual que
evita al sujeto la homosexualidad* efectiva. La 1 libido* con la que se vincula el fetichista
con el objeto es homosexual, o sea desmentidora de la diferencia sexual, y no
desexualizada. No obstante, consigue en la acción la heterosexualidad merced a la existencia
del fetiche, pues gracias a su presencia obtiene el refuerzo de la realidad, que sostiene el <
enérgico mentís» puesto al reconocimiento de la diferenciación sexual. Tanto en la psicosis*
alucinatoria aguda como en el fetichismo, la desmentida tiene dos pasos: 1) la no aceptación
de lo real (la pérdida del objeto y la aceptación de la existencia de la castración
respectivamente) y 2) el reemplazo activo de la realidad (la alucinación* y la presencia del
fetiche en la mujer, respectivamente). La escisión del yo en el fetichismo se observa
clínicamente en el hecho de que, pese a que se logra la erección en el acto sexual, siempre
que la mujer posea un fetiche (fetiche que se forma con representaciones* extraídas de las
vivencias de la sexualidad infantil* desplazadas* por lo común por contigüidad*, o por
simbolismo* del pene femenino), en otros momentos, sin embargo, se siente angustia de
castración*, lo que muestra que en parte el yo desmintió la castración y en parte la aceptó
(en tanto le angustia una asociación* que a ella remita). La escisión del yo en este caso es
intrasistémica, se produce en el mismo yo Prec. Es una falla de su poder sintético por laque
caben contradicciones en el proceso secundario, sin que el yo las considere un error.[José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Desplazamiento
José Luis Valls

[freud.] Tipo de mecanismo característico del proceso primario*, por el cual la energía
psíquica* (quantum de afecto*) pasa libremente de una representación* a otra,
desinvistiendo* a una e invistiendo* a otra según las leyes de la asociación*. Para lograr la
identidad de percepción* basta que una representación sea contigua a otra o análoga, u
opuesta, etcétera. Una representación es la otra por compartir atributos superficiales. La
tarea del proceso secundario* es precisamente inhibir* este mecanismo (que según la
hipótesis freudiana es el original). Solamente así una representación es distinguible de otra.
Entonces la investidura es fuerte y su desplazamiento débil. Características éstas del proceso
secundario, del proceso de pensamiento* realizado por el yo* Prec. El yo Inc. puede sin
embargo usar el desplazamiento con fines defensivos; lo hace mediante el libre movimiento
de la investidura entre las representaciones siguiendo las leyes de la asociación,
consiguiendo así un disfraz de la pulsión* o el deseo* prohibido. Así se observa el
desplazamiento a lo nimio en la neurosis obsesiva*, el que puede convertirse en rasgo de
carácter* del yo (la puntillosidad detallista). Además es el mecanismo característico de la
fobia*: el yo desplaza el miedo al padre castrador a un animal, o el temor a sus
concupiscencias eróticas en fobia a los lugares abiertos o cerrados, etcétera. Incluso la
misma transferencia* resulta una forma de desplazamiento, si bien intersistémica, del Inc. al
Prec. Los sueños* más complejos y más difíciles de entender son aquellos con más
desplazamiento, con más disfraces.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Desvalimiento
José Luis Valls

[freud.] Estado de indefensión del lactante invadido por la tensión de necesidad*. Se


produce una gran perturbación económica por el incremento de las magnitudes de estímulo
en espera de tramitación. Este factor es el núcleo genuino del peligro. Corresponde al
trauma* de nacimiento, cuando una tensión de necesidad invadió un aparato psíquico sin
ninguna capacidad de ligadura de esta cantidad de excitación*, por no poseer
representaciones:' suficientes, o sólo las filogenéticas. En adelante ésta será la temida
situación de peligro*. La experiencia va mostrando que el peligro se aleja con la presencia
del objeto*. De ahí la angustia de pérdida del objeto''`, primer escalón de todas aquellas
complejizaciones representacionales de la angustia*: la angustia de castración*, la angustia
ante el superyó* y la angustia social*, que pasarán a ser señales de peligro de que el
aparato psíquico puede entrar en la situación de desvalimiento* (angustia automática*
arrepresentacional). De varios modos puede ser invadido el aparato psíquico por la tensión
de necesidad: cuando fallan los mecanismos de defensa* (neuropsicosis de defensa*), o
cuando existe invasión de la cantidad de excitación externa (neurosis traumáticas*) o interna
proveniente de causas mecánicas por fallas en el mecanismo del acto sexual (neurosis
actuales*), o por desinvestidura* de las representaciones-cosa* (psicosis* narcisistas). Se
produce, entonces, el ataque de angustia automática, estado de desvalimiento psíquico ante
la invasión económica de la cantidad de excitación, repitiéndose así una situación similar al
«trauma de nacimiento». Cuando existe un peligro real externo, si la magnitud de las fuerzas
de éste son muy superiores a las propias, se produce una situación de desvalimiento
material, esta vez no frente al estímulo interno sino frente al exterior.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Dinámica psíquica
José Luis Valls

[freud.] El punto de vista dinámico sustenta -junto al tópico y al económico-la


metapsicología psicoanalítica. El dinámico muestra al aparato psíquico* como algo en acción
con cambios constantes, con fuerzas que buscan descarga* y con otras que se oponen a
ellas. Con progresiones y regresiones*. Con momentos de estabilidad y descompensaciones.
Con fuerzas y representaciones* en conflicto*. La energía* del aparato psíquico proviene de
las pulsiones*. Gracias a la ligadura de éstas con representaciones -cosa* primero y
palabra* después-las pulsiones van siendo domeñadas. La energía libre* ha pasado a ser
quiescente, ligada*. En general va a ser la utilizada por el yo*Prec., éste a su vez está
compuesto, en parte, por ella. El yo utiliza el proceso secundario*, el '^ pensamiento*,
forma mínima de acción con poco gasto, preparación de la acción específica*, esta última sí
demandará grandes cantidades de energía. Además el sujeto cuenta con una capa de
protección antiestímulo* que le protege de las cantidades exteriores. Si éstas penetran en el
aparato psíquico en cantidades tales que éste no pueda ligarlas a representaciones, originan
dolor físico y/o situaciones traumáticas*. El aparato psíquico en su esquema estructural está
compuesto por un ello*, un yo* y un superyó*. El yo tiene que conciliar las exigencias del
ello con las del superyó, generalmente opuestas, lograr una síntesis y no cualquier síntesis
sino una que sea adecuada a la realidad*. Éstos son los avatares dinámicos que suceden
ante cada moción pulsional o ante cada percepción* de la realidad que reactive una moción
pulsional. El yo debe procurar soluciones con poco gasto de energía y descarga suficiente de
todas las tendencias opuestas a las que se enfrenta.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Displacer
José Luis Valls

[freud.] Sensación desagradable percibida en el sistema de percepción consciencia (PCc.)


cuando se produce un aumento de la cantidad de excitación*. Tiene importancia el lapso en
que el aumento se manifiesta, cuanto más rápido mayor el displacer. También es importante
el ritmo. Por supuesto algunos aumentos de excitación son placenteros, por ejemplo el de la
excitación sexual. Aquí probablemente tengan bastante que ver las pequeñas descargas que
se van produciendo a través de cada zona erógena* (placer* preliminar*) y la recompensa
del placer final buscado. El displacer genera la tendencia a huir de él. Existen diferentes
formas del displacer. La forma común y de las que las demás se tiñen, es la angustia*. La
angustia se explica por el aumento de cantidad de excitación, excepto aquella angustia que
utiliza el yo* como angustia señal* para utilizar los mecanismos de defensa* ante las
pulsiones* que eviten aquella anterior angustia, displacer por excelencia, debida al aumento
de cantidad de excitación (angustia automática*). Otra sensación displacentera es el dolor*
físico que también es causado por la acumulación de excitación en el aparato psíquico debida
a una alteración de la barrera de protección antiestímulo*. En el dolor psíquico, el duelo*, la
investidura de añoranza* se sobreinviste ante cada comprobación en la realidad* de la
pérdida del objeto*, originando la sensación dolorosa. ¿Qué decir del masoquismo*?
Parecería-especialmente en el masoquismo moral, con la reacción terapéutica negativa* que
suele acompañarlo, proveniente del sadismo* del superyó* inconsciente y del masoquismo
del yo- como que el aparato psíquico buscara el displacer, el castigo, que satisficiera o
expiara una culpa* gracias al sufrimiento, preferentemente producido por la enfermedad
psíquica, pero también por afecciones psicosomáticas, e incluso por cierta tendencia a los
accidentes. Todas estas formas son las de las resistencias* mayores y más complejas a la
cura. En términos generales las reglas de funcionamiento del aparato psíquico seguirían el
principio de placer, o sea la búsqueda de placer y la huida del displacer, pero existiría, sin
embargo, un más allá de éste que lo atrae hacia lo inorgánico oponiéndose al anterior
principio; generado ahora por la pulsión de muerte*, que como resultado de esa oposición*
producida en la forma de mezcla y desmezcla pulsional*, hace que el sujeto pueda buscar el
displacer. Repitiendo compulsiva y hasta diabólicamente, situaciones que le conducen
directamente en esa dirección.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Dolor
José Luis Valls

[freud.] El dolor físico consiste en la irrupción de grandes cantidades de excitación* en el


aparato psíquico*. Cualquier excitación sensible, aun de los órganos sensoriales superiores,
cuando el estímulo supera determinada franja, produce dolor. También se siente dolor
cuando hay una solución de continuidad en el polo perceptual*; si se desborda la barrera de
protección antiestímulos*. Por último el estímulo doloroso también suele partir de un órgano
interno, entonces se reemplaza la periferia externa por la interna y la cantidad de excitación
generadora del dolor proviene del propio cuerpo. La causa del dolor en el aparato psíquico es
un gran acrecentamiento del nivel de cantidad de excitación, el que es, dentro de ciertos
márgenes, primero sentido como displacer* por el sistema percepción consciencia (PCc.) o
aparato perceptual*. Más allá del margen se siente dolor. El dolor deja una inclinación a la
descarga* y una facilitación* entre ésta y la huella mnémica* del objeto* excitador de dolor.
La huella entonces de la vivencia de dolor* es el afecto*, el miedo, origen a su vez de la
defensa* primaria, la tendencia a huir de cualquier situación que remita o se asemeje a la
vivencia dolorosa. Lo hasta ahora descrito corresponde al dolor físico, éste puede participar a
su vez de la excitación sexual. Por ejemplo en la etapa sádico anal*, a través de la pulsión
de apoderamiento*, el dolor físico toma parte importante de aquella excitación. Cuando
existen fijaciones* sádico-anales, por ejemplo en casos de perversiones* sádicas* o
masoquistas*, el dolor se convierte en un elemento primordial para la excitación; no porque
el dolor sea buscado como meta en sí, sino porque gracias a él el individuo se excita
sexualmente, logrando sentir placer*. Donde el dolor sí es buscado por sí mismo es en el
masoquismo moral, como una de las formas de mezcla* de la pulsión de vida* ligando a la
pulsión de muerte* y a la pulsión de destrucción, teniendo como otro de sus ingredientes la
culpa* a la que le sirve como mecanismo expiatorio. Veamos ahora el dolor psíquico, el que
se siente en el proceso de duelo*. Como en el dolor físico, hay una concentración de
investidura*, pero en el dolor físico la libido-1 es narcisista* yen el duelo es objeta]. Es la
investidura de añoranza* de la representación* del objeto deseado, cuya imposibilidad de
satisfacción indica el examen de realidad*. Esto se repite ante cada situación análoga a una
en que el objeto fuera investido intensamente. El yo* en cada una de estas situaciones
deberá tomarse el trabajo de realizar ese retiro libidinal de la representación del objeto,
momento en el que el dolor psíquico se hace otra vez presente, pues aumenta el nivel de
libido objetal de añoranza y la imposibilidad real de su satisfacción. Por último, también
existe el dolor por conversión histérica*, formación sustitutiva* de fantasías* reprimidas que
logran retornar como símbolo mnémico* o por asociación* histórica, como en el caso de la
neuralgia facial de Cácilie M.", que expresaba una fantasía de bofetada, o el dolor de la
astasiaabasia* de Elisabeth von R.* producto de asociaciones por contigüidad*, que todas
juntas expresan simbólicamente una fantasía incestuosa con el cuñado. En todas estas
fantasías participan tanto la satisfacción pulsional como el castigo por ella, merced a la
condensación*.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Domeñamiento pulsional
José Luis Valls

[freud.] Decimos que una pulsión* está domeñada por el yo*, cuando éste la puede
«manejar con sus riendas»; por lo pronto la reconoce como propia, la acepta como un
deseo*, ahora del yo, que le gustaría llevar a cabo, pero que puede resignarlo o postergarlo
en aras de otras variables que entren en su consideración, más o menos importantes para él
en ese momento. El domeñamiento implica representación-palabra* investida,
representando a la representación-cosa* (también investida) ante el Prec. del yo. Por lo
tanto la pulsión o su meta es conseguida como un deseo propio del yo y con esto también
inhibida (véase: inhibición) en su acción, momentáneamente, hasta la decisión final de si
convertirla en acción o no. El tema quizá más importante resida en la posibilidad de elegir
que el domeñamiento pulsional, merced a las relaciones de las representaciones-palabra
propias de la actividad de pensamiento* pertenecientes al yo Prec., le otorgan al yo. Éste
ahora conoce a la pulsión, puede hablar de ella, lograrle un lugar en la lógica de su
pensamiento, y entonces moderar su pasaje a la acción. En otras palabras, la
representación-cosa perteneciente al deseo Inc. que estaba en proceso primario* es lograda
pasar al proceso secundario* y éste es uno de los objetivos esenciales de la cura
psicoanalítica. Es absolutamente diferente a lo que produce el proceso de la represión*; éste
esencialmente origina un desconocimiento de la pulsión y transformación de ella en otra cosa
(síntoma*, acto fallido*) compulsivo e irrefrenable para el yo, con lo que logra el objetivo de
impedir su pasaje a la acción específica*, pero paga con su desconocimiento y consiguiente
empobrecimiento del yo. El que sí se enriquece al conocerla y domeñarla con la actividad de
pensamiento y desexualización* que esta última conlleva, a la vez que se libera del esfuerzo
de contrainvestidura* que le demandaba la represión. Dice Freud en Análisis terminable e
interminable: «Acaso no sea ocioso, para evitar malentendidos, puntualizar con más pre-
cisión lo que ha de entenderse por la frase "tramitación duradera de una exigencia
pulsionaV. No es, por cierto, que se la haga desaparecer de suerte que nunca más dé
noticias de ella. Esto es en general imposible, y tampoco sería deseable. No, queremos
significar otra cosa, que en términos aproximados se puede designar como el
"domeñamiento" de la pulsión: esto quiere decir que la pulsión es admitida en su totalidad
dentro de la armonía del yo, es asequible a toda clase de influjos por las otras aspiraciones
que hay dentro del yo, y ya no sigue más su camino propio hacia la satisfacción» (A. E. T.
XXIII, pág. 227).[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Duelo
José Luis Valls

[freud.] Proceso doloroso normal que se produce ante la pérdida en la realidad* de un


objeto* deseado, amado, «o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la
libertad, un ideal, etcétera» (Duelo y melancolía, 1915-17, A.E. T.XIV, pág. 241). Se carac-
teriza por el talante dolido, la pérdida del interés por el mundo exterior -a menos que
recuerde lo perdido-, la pérdida de la capacidad de amar, de trabajar, etcétera. Esto muestra
el esfuerzo que tiene que hacer el yo* para realizar el proceso doloroso de despegue del
deseo* de la presencia del objeto amado, el que la realidad muestra que ya no está. Es un
proceso de la libido* objetal que no encuentra salida, pues el objeto no pertenece más a la
realidad, lo que produce a su vez un aumento de la añoranza* (perteneciente a la libido
objetal ) de él. - Por lo tanto el duelo es un proceso más o menos prolongado que necesita el
yo esencialmente para poder llegar a aceptar la pérdida definitiva en la realidad del objeto.
Debe despegar el deseo de él de cada uno de los momentos que lo recuerdan, aquellos en
los que dejó su rastro. A veces este proceso afectivo es largo, casi interminable. Pero por lo
general con el tiempo el dolor se va mitigando hasta casi desaparecer, dejando como
conmemoración un rasgo en el yo que pertenecía al objeto, una identificación*, una
regresión* a querer ser- el objeto, ya que no se lo puede tener* más. Hay, al mismo tiempo,
una introversión libidinal*, un retiro de la libido de todo lo que no corresponde al objeto
perdido y los recuerdos con él relacionados. En cada situación en la que el objeto tuvo una
sobrecarga de investidura*, se reproduce la situación de dolor* psíquico, al comprobar la
realidad la imposibilidad de satisfacción de los deseos así reactivados. A medida que la
investidura se va desprendiendo de la representación- del objeto perdido, va pasando a otro
objeto que lo reemplace junto a un proceso de identificación en el yo con atributos del objeto
perdido que facilita o posibilita la resignación del objeto. «Quizás esta identificación sea en
general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos» (El yo y el ello, 1923, A.E. T.
XIX, pág. 31). La pérdida de un ser amado puede desencadenar una neurosiso cualquier otro
tipo de patología, configurándose diferentes formas de duelos patológicos. Una forma grave
es la desmentida* psicótica de la pérdida del ser querido, alucinando-1 su presencia, como
es el caso de la confusión alucinatoria aguda o amencia de Meynert'k. Otra puede ser a
través de las diferentes formas de neurosis, éstas seguramente permanecían latentes y
asintomáticas, reapareciendo ahora en los síntomas*, como histerias*, neurosis obsesivas*,
etcétera. El duelo debe ser diferenciado del dolor físico, aunque éste, si es causado por la
pérdida de una parte corporal, secundariamente puede originar a su vez una situación de
duelo, duelo por la pérdida de una parte del yo, duelo narcisista entonces. El dolor psíquico
del duelo es causado por una sobreinvestidura* de la añoranza del objeto sumada a la
imposibilidad de satisfacerla, lo que genera el desvalimiento* característico del que está
pasando por este proceso. Es como si por el hecho de tomar consciencia de que no se va a
tener más al objeto, se pretendiera recuperar todos los momentos placenteros vividos con él,
incluso los que se hubiera podido fantasear, esto de una manera ideal regida por el principio
de placer*; por ello, entre otras cosas, de la persona fallecida sólo se recuerdan las virtudes.
Cuando la investidura de añoranza se mitiga y el deseo objeta] logra reemplazar al objeto
perdido, el dolor psíquico disminuye. La melancolía* no es necesariamente desencadenada
por un proceso de duelo. Es más bien un problema de la libido narcisista entre el superyó-
ideal del yo* y el yo, que origina el sufrimíento del yo. En tal lugar aparece la forma
inconsciente del vínculo de odio* con el objeto, pues este último está metido en el yo y en
general es un objeto perteneciente a la historia de la sexualidad infantil*, que se introdujo
de contrabando, merced a la identificación. El talante de la melancolía en general es
fenomenológicamente similar al del duelo, pero predornina en ella el auto rreproche'1 y no la
añoranza del objeto. El autorreproche es un reproche inconsciente al objeto que, sin éste
saberlo, está en el yo.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Economía psíquica
José Luis Valls

[freud.] El económico es uno de los tres puntos de vista de la metapsicología freudiana,


junto con el dinámico* y el tópico o estructural (véase: aparato psíquico). El punto de vista
económico surge de las primeras concepciones freudianas del psiquismo como algo sujeto a
las leyes generales del movimiento, por ejemplo al principio de inercia*. Éste es aplicado en
el «Proyecto» (1895-1950) a las neuronas* que procuran aliviarse de la cantidad de
excitación. El punto de vista económico de todos modos permanece a todo lo largo de la
teoría freudiana, con las complejizaciones y hasta aparentes contradicciones que eran de
esperar. La economía psíquica se refiere a todo lo que está relacionado con la cantidad de
excitación. En el esquema freudiano el psiquismo está compuesto de dos elementos
esenciales: las representaciones-' y la energía*. Las representaciones pueden ser de dos
clases, de cosa y de palabra. La energía circula entre las representaciones. En general
proviene de las pulsiones*, que cuando éstas son sexuales* lleva el nombre de libido*. Es
almacenada por el yo* como energía ligada* y desexualizada, la que va invistiendo* y
desinvistiendo* a las representaciones. «[...] en las funciones psíquicas cabe distinguir algo
(monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas las propiedades de una cantidad
-aunque no poseamos medio alguno para medirla-; algo que es susceptible de aumento,
disminución, desplazamiento y descarga, y se difunde por las huellas mnémicas de las
representaciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos» (Las
neuropsicosis de defensa, 1894, A.E. T.III, pág. 61). El aparato psíquico recibe entonces
cantidades de energía, energía que se liga a representaciones que vienen de procesamientos
de las huellas perceptivas directas (véase: «Carta 52») de las huellas mnémicas* de las
vivencias de satisfacción* y dolor*, o sea de la memoria* de hechos percibidos, que tuvieron
en algún momento cualidad* perceptual. Al ligarse la cantidad con la representación se
genera el deseo*, motor del aparato psíquico, el que ya es un cierto nivel de cualidad;
cualidad representacional que como vimos es la huella que dejó la cualidad perceptual y
quiere volver a ella. Es un deseo de volver a sentir lo que se sintió en la vivencia de
satisfacción, por lo que busca repetirla. Es cantidad que se va cualificando a medida que se
psicologiza y se psicologiza para convertirse en acción específica*. Esta acción culmina en
una descarga de la carga que originó el circuito. En última instancia es una tremenda
complejización del arco reflejo. Este arco reflejo es eje del punto de vista económico. El
organismo genera cantidades que buscan descarga. Estas cantidades se unen a
representaciones y toman los nombres de «deseos», « pulsiones», «libido», etcétera.
Algunas son aceptadas por el yo y otras rechazadas, reprimidas de diferentes maneras. En
los trabajos de la metapsicología de 1915 se denomina a la cantidad circulante entre las
representaciones «quantum de afecto»*, y todos los afectos* son explicados como distintas
formas de descarga. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) Freud menciona un tipo de
angustia* que no necesita explicación económica: la «angustia señal»*, angustia cultivada
en pequeña cantidad por el yo para generar sus mecanismos de defensa* inconscientes. No
la necesita, porque es un recuerdo*, una representación, de otra angustia (angustia
automática*) que sí necesita explicación económica, y a la que por esta angustia señal, los
mecanismos defensivos del yo, intentan evitar.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Elaboración secundaria
José Luis Valls

[freud.] Forma de reacción del sistema percepción consciencia (PCe.) perteneciente al yo*,
ante todas las imperfecciones, incongruencias, errores, etcétera, de las percepciones* y
hasta de las mismas actividades de pensamiento*. Tiende a rellenar, a tapar, no percibir las
imperfecciones, y a darle una forma coherente y lógica adecuada al proceso secundario*. En
La interpretación de los sueños (1900), Freud considera que la elaboración secundaria es el
cuarto factor del trabajo del sueño* junto con el trabajo de condensación*, el sometimiento
a una censura* del sueño y el miramiento por la figurabilidad. Sin embargo, en otros
artículos como Psicoanálisis (1922-23) y Un sueño corno pieza probatoria (1913) dice que
estrictamente no pertenece al trabajo del sueño, sino que es el trabajo del yo ante la
alucinación* del sueño, por lo tanto una percepción a la que se le da creencia* y a la que se
le trata de entender desde el mismo momento de la percepción y más aún, en el momento
de ser contado el contenido manifiesto*. El efecto logrado es el contrario al aparentemente
buscado por el yo consciente, pues con la elaboración secundaria el sueño se hace más
coherente formalmente pero menos entendible en lo que hace a su lógica. Ello sirve a los
fines de la censura, pues oculta el deseo* reprimido. A la elaboración secundaria recurren
también los síntomas* neuróticos, especialmente los de la fobia* y la neurosis obsesiva, en
las que se confunde con la racionalización. Es también parte importantísima de la elaboración
del delirio* paranoico.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Elección de objeto
José Luis Valls

[freud.] El reconocimiento por parte del niño de la importancia del objeto* para la obtención
de placer* no es un proceso simple, lineal. Parcialmente lo reconoce como tal desde un
principio (yo realidad inicial*, pulsiones de autoconservación*) aunque en forma
predominante (pulsiones sexuales*) lo confunde con su yo* en la medida en que le produce
placer (yo placer purificado*), y no lo distingue de las zonas del propio cuerpo que a su vez
le producen placer (autoerotismo*). A este primer estadio libidinal se lo llamará narcisismo*,
cuando el propio cuerpo unifique todas sus zonas erógenas y forme un yo. Reconocer un yo
es reconocer un no-yo, un objeto, principal fuente del placer y de la calma de la tensión de
necesidad. A este objeto se lo elige luego, apuntalándose* en aquel objeto reconocido por
las pulsiones de autoconservación. Éste es el primer nivel de elección de objeto* o elección
primaria de objeto, elección que recae, por lo tanto, en la madre nutricia. Cuando hay fallas
en el vínculo con ella puede el incipiente yo refugiarse en el autoerotismo, cuna del
narcisismo. Aún el autoerotismo necesita un mínimo de vínculo objetivo previo que lo
«inaugure», lo que no quita que a partir de ahí predominen las elecciones de objeto tipo
narcisista, buscando reforzar al yo, básicamente endeble, en el vínculo con el objeto, y
prevaleciendo este motivo en el tipo de elección. Como pronto llega el período del complejo
de Edipo* -con el reconocimiento de la diferencia de los sexos, angustia de castración* y
complejo de castración* concomitantes-, esta primera elección de objeto se torna
incestuosa. Sucumbe entonces a la represión* o subsiste pero inhibida en su meta, como
ternura. En la adolescencia al reforzarse el empuje pulsional se volverá a elegir objeto, una
elección ya secundaria que llevará las marcas de aquella primaria reprimida, inconsciente. El
otro tipo de elección de objeto que ya mencionamos es el que proviene del narcisismo. Se
elige entonces en el objeto atributos del yo, o del ideal del yo*; tal es la elección de objeto
narcisista. La elección de objeto por apuntalamiento y la narcisista suelen darse mezcladas,
pero una de ellas prevalece. La elección de objeto por apuntalamiento está más relacionada
con los avatares de la libido* objeta], la narcisista con la libido narcisista aunque con la
objetal también, en tanto resulta un refugio ante las dificultades de aquella e incluso surge
por identificaciones* con los objetos.[José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Ello
José Luis Valls

[freud.] Una de las provincias anímicas de la «segunda tópica»; es la sede de las pulsiones*,
de donde proviene la energía psíquica*. Al mismo tiempo pareciera ser una parte oscura,
inaccesible, de nuestra personalidad. Se lo describe por oposición respecto del yo*, el ello en
realidad corresponde a lo que en el Proyecto de psicología (1895-1950) Freud llamaba el
«núcleo del yo» (A.E. 1:373) o sea la parte del aparato psíquico* que estaba más en
contacto con los estímulos provenientes del cuerpo, estímulos que al investir* las
representaciones* toman el nombre de pulsiones, y en La interpretación de los sueños
(1900) mencionaba como el «núcleo del ser» (A.E. 5:593). El ello: « [...] en su extremo está
abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan
su expresión psíquica» (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, 1932, A.E.
22:68). El ello es inconsciente*, pero no es lo único inconsciente: partes del yo y del
superyó* también lo son. Lo inconsciente en el ello no es sinónimo de reprimido, lo reprimido
es sólo una parte del ello, éste tiene otras partes que no corresponden a lo reprimido. En el
ello hay representaciones-cosa* con mayor o menor grado de investidura, vinculadas entre
sí a través de asociaciones* por contigüidad* y analogía*. La energía* se desplaza*
libremente entre ellas (energía libre*), regida por el principio de placer*, por lo tanto
buscando la identidad de percepción*. «Las leyes del pensamiento, sobre todo el principio de
contradicción, no rigen para los procesos del ello. Mociones opuestas coexisten unas junto a
las otras sin cancelarse entre sí ni debilitarse» (1932, id. 69). Estas mociones opuestas
producen condensaciones. En el ello no hay negación*, tampoco hay noción de espacio ni de
tiempo. Las mociones de deseo* que nunca salieron del ello y las impresiones que fueron
hundidas en él por vía de represión, son virtualmente inmortales. «[...] el ello no conoce
valoraciones, ni el bien ni el mal, ni moral alguna. El factor económico o [...], cuantitativo,
íntimamente enlazado con el principio de placer, gobierna todos los procesos. Investiduras
pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el ello» (1932, id.). Rige el
proceso primario* con la condensación* y el desplazamiento propios de él, para sus vínculos
entre representaciones-cosa. El nombre de «ello» Freud lo tomó de Groddeck*. Lo eligió
principalmente por el significado de extraño al yo que éste tiene, metafóricamente “una
tierra extranjera interior”. Paradójicamente el ello, que sería lo más profundamente íntimo
de nuestra vida interior, «el núcleo del ser», no es sentido por nuestro yo sino como algo
ajeno a sí mismo, lo que ya nos muestra la «alienación» del yo en su misma estructura de
formación. Dentro del ello está incluido todo el bagaje fílogenético de lo vivido por las
generaciones anteriores, lo que queda resumido en las cinco fantasías primordiales* (escena
primaria*, seducción, castración, retorno al vientre materno y novela familiar*) que, como
las categorías kantianas del entendimiento (el tiempo y el espacio), funcionan dándole una
orientación al entendimiento del niño (luego al adulto de manera inconsciente) sobre los
fenómenos que se presentan a su percepción*, ubicándolos dentro de algunas de aquellas
«categorías» o fantasías primordiales (De la historia de una neurosis infantil, 1914). Son
como un lecho premoldeado, que deberá ser rellenado con la experiencia, e incluso con otras
huellas mnémicas heredadas (Moisés y la religión monoteísta, 1934-39), conduciendo así la
manera de entender los fenómenos actuales, una especie de «saber instintivo» como el de
los animales. Dentro de este haber filogenético, también pertenece al ello el simbolismo
universal*, que es familiar a todos los niños pese a la diversidad de lenguas.[José Luis Valls,
Diccionario freudiano]

Emma
José Luis Valls

[psicoan.] En el “Proyecto de psicología” (1895-1950) dice Freud que la compulsión histérica


proviene de una forma de desplazamiento de energía que es un proceso primario. La fuerza
que mueve este proceso es una defensa del yo, que rebasa lo normal. Pone entonces el
ejemplo de Emma, quien no puede ir sola a una tienda. Emma fundamenta esta actitud en
un recuerdo de los doce años (poco después del inicio de la pubertad). Había ido a una
tienda a comprar algo, vio a los dos empleados reírse entre ellos y salió corriendo, presa de
terror. Piensa que se reían de sus vestidos y que uno de los empleados le había gustado
sexualmente. Freud encuentra esta explicación incomprensible. Surge un segundo recuerdo:
a los ocho años había ido dos veces a la tienda de un pastelero y éste le pellizcó los genitales
a través del vestido. El pastelero tenía una risa sardónica. Emma se reprocha haber ido por
segunda vez, como si de ese modo hubiera querido provocar el atentado. Freud sostiene que
al vincular una escena con la otra se explica mejor el temor. La conexión asociativa entre
una y otra escena se hace por la risa (risa de los empleados y del pastelero). Una escena
evoca a la otra, pero entretanto ella se ha hecho púber. El recuerdo de la primera escena
despierta un desprendimiento sexual que se traspone en angustia. Es como si en la sen-
sación corporal actual se “comprendiera” la escena anterior, surgiendo la angustia como
defensa del yo. Muestra luego Freud una cadena representacional en la que algunas
representaciones (las más inocentes) llegan a la consciencia y otras quedan inconscientes.
Expone de una manera clara y didáctica el proceso de la represión patológica y el concepto
del hecho traumático sexual “a posteriori” que desplegará en el caso del “Hombre de los
lobos” (1917) muchos años después, con mayor profundidad, y en el que incluye la ya
descubierta sexualidad infantil, pero sin variar en demasía, salvo en su mayor nivel de
complejidad, las ideas básicas expuestas en este caso. [José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Aporte de Ricardo Bruno

Emmy von N.
José Luis Valls

[psicoan.] Primer paciente al que Freud aplicó el método de hipnosis catártica de Breuer.
Emmy tenía cuarenta años, era vivida y madre de dos hijas adolescentes. El cuadro clínico es
el de una neurosis mixta con síntomas de neurosis de angustia, de fobias y de histeria, entre
los que predominan los estados agudos de delirio, con alucinaciones, que no son recordados
después por la paciente, además de algunos síntomas permanentes como tics y
tartamudeos, con pocas conversiones. La interpretación que hace Freud del material es
bastante superficial comparándola con las posteriores. Nos interesa sobre todo para apreciar
el proceso de descubrimiento que va realizando Freud, ya que la evolución del tratamiento se
describe día a día. Además de aplicar la hipnosis catártica Freud analizaba el síntoma
durante la hipnosis, hasta llegar a la conclusión de que la mejoría es más franca y duradera
con este segundo sistema. Explica en esta ocasión los tics y tartamudeos como resultado de
representaciones contrastantes, expresión de una voluntad contraria. El tratamiento de
Emmy tuvo dos períodos y consiguió suprimir los síntomas de la paciente, aunque sin
producir los cambios estructurales que le hubieran dado a ésta las armas necesarias para no
necesitar enfermar ante nuevos sucesos traumáticos. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Aporte de Ricardo Bruno


Energía indiferente
José Luis Valls

[freud.] Tipo de energía neutra (ni erótica ni destructiva) desplazable, que si se agrega a una
moción erótica o destructiva cualitativamente diferenciada, eleva su cantidad de investidura*
total. Esta energía podría estar en el ello* o en el yo*. La proveniente del yo sería Eros*
desexualizado, o sea inhibido en su meta, que en general es el tipo de energía que inviste al
yo. « [...] esta libido desplazable trabaja al servicio del principio de placer a fin de evitar
estasis y facilitar descargas. En esto es innegable cierta indiferencia en cuanto al camino por
el cual acontezca la descarga, con tal que acontezca» (El yo y el ello, 1923, A.E. 19:45).
Mucho más difícil es explicar una energía indiferente en el ello, ya que para tener carácter de
psíquica, de cualidad psíquica, una energía debe ligarse a una representación*. Sin la
representación es mera cantidad. En todo caso se la podrá cualificar como displacer*, incluso
como angustia* (automática*). La indiferencia de la energía también se podría pensar si
incrementara mociones de amor* u odio*, que en el principio de la vida anímica son casi
indiferenciables entre sí y sólo lo logran claramente en la etapa fálica. De todas maneras el
odio en aquel momento indiferenciado forma parte de la pulsión* libidinal. Freud se plantea
en la primera teoría pulsional la existencia o no de una energía psíquica indiferente entre la
libido* sexual o la pulsión de autoconservación*. Aquí la problemática giraría en torno de si
el hecho o no de la existencia del carácter de la energía se definiera merced a la ligadura con
una determinada representación-cosa*, entonces dependería de los atributos de ella el
carácter de sexual o de autoconservación de esta energía.[José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Energía libremente móvil


José Luis Valls

[freud.] Dícese del estado de la energía en el ello* y en lo que entendemos globalmente


como inconsciente* (Inc.). Desde donde, regida por el principio de placer*, busca la
identidad de percepción*, por medio de la cual alucina las condiciones de la satisfacción, o
encuentra en pequeños atributos de las percepciones, identidades con la representación* de
objeto* deseada. Con esta energía trabajan los mecanismos de defensa* inconscientes del
yo*, los que también se rigen por el principio de placer, formando la infraestructura Inc. del
yo sobre la que se edifica la superestructura Prec. Esta energía, al desplazarse libremente
entre las representaciones-cosa*, origina desplazamientos* y condensaciones* per-
manentemente. En este estado la energía es ineficaz, necesita ser domeñada, por lo menos
en parte, para acercarse a la descarga. Cuando es sofocada*, la energía libre alcanza cierta
eficacia si retorna desde lo reprimido* a través de los síntomas*, actos fallidos*,
compulsiones*, etcétera. Cuando es ligada por la representación-palabra* y/o la actividad de
pensamiento* del yo Prec., pasa a convertirse en energía ligada*, menos libre pero con
mayores posibilidades de alcanzar la acción específica*.[José Luis Valls, Diccionario
freudiano]

Energía ligada
José Luis Valls

[freud.] Estado de la energía psíquica (proveniente originariamente de las necesidades


corporales), al ligarse con una representación-cosa* y una representación -palabra* que
represente a aqueIla. Puede así encontrarle un sinfín de relaciones con otras
representaciones-palabra, pertenecientes al mundo del pensamiento* y moderar mediante
esta tramitación inhibitoria* su pasaje a la acción. Es un tipo de energía merced a la cual
quedan íntimamente unidos el Inc. con el Prec., el ello* con el yo*. Es el estado de energía
que el analista busca que logre el paciente conociendo su inconsciente*, uniendo a éste con
la actividad de pensamiento del yo Prec., para así entonces domeñar la energía y lograr la
descarga específica en el momento adecuado a la realidad*. La energía ligada es el estado al
que debe llegar la energía para que sea posible la acción específica*; esto se consigue
relativa e indirectamente, pues en las sesiones no se accede a la energía sino a las
representaciones* a las que aquella se liga. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Katharina
José Luis Valls

[psicoan.] Estando Freud de vacaciones, Katharina, muchacha de unos dieciocho años, le


consulta por dificultades en la respiración. Freud diagnostica ataque histérico con contenido
angustioso. Katharina siente además opresión en los ojos, zumbidos, cabeza pesada,
mareos, opresión en el pecho, miedo a la muerte y al ser atacada por detrás. Además ve un
rostro horripilante que la amenaza y atemoriza. Freud atento, la deja hablar. En el estrecho
marco de una sola entrevista (hecha en esas condiciones especiales) Freud averigua el
origen del rostro atemorizador. Su relato enmascara hechos de la vida de la paciente por
razones éticas, algunos de los cuales son recuerdos conscientes y otros se volvieron
conscientes durante la “conversación” con Freud; en ningún caso de todos modos eran
reconocidos, previamente a ella, como que tuvieran relación con su sintomatología. Aparece
entonces una historia con un tío (mejor dicho, con el padre, como se aclara al final del
historial) con tendencia a realizar acciones incestuosas, incluso a tener relaciones sexuales
con su sobrina (hija). Se muestra claramente, en este pequeño historial, cómo los hechos
traumáticos son comprendidos “a posteriori”, y cómo lo “incompatible” de esta comprensión
para el yo, fuerza a éste a reprimir y derivar en síntoma conversivo la libido en juego. Al
poder ésta ser abreaccionada en la “conversación” con Freud, se produce el alivio
sintomático. Freud averigua que se habían sucedido una serie de hechos traumáticos
(insinuaciones incestuosas del padre) que no son cabalmente comprendidas por la paciente.
Ésta sí las comprende cuando presencia una escena sexual del padre con su prima, esta
escena calificada de auxiliar es a su vez traumática en sí y desencadenante de la neurosis
que se venía incubando desde las situaciones traumáticas anteriores. La angustia que
Katharina padecía no corresponde a una neurosis de angustia; es histérica, es decir, una
reproducción acentuada de aquella angustia que emergió en cada uno de los traumas
sexuales. [José Luis Valls, Diccionario freudiano]

Aporte de Ricardo Bruno

Lucy R
José Luis Valls

[psicoan.] El historial se puede leer en Estudios sobre la histeria. La de Lucy es una histeria
leve con pocos síntomas, arquetipo de histeria adquirida sin “lastre hereditario”. Lucy es una
inglesa de treinta años, que trabaja de gobernanta en la casa de un director de fábrica, con
dos niñas de éste a su cargo. (La madre de las niñas había fallecido hacía unos años.) Sus
síntomas son: desazón y fatiga, analgesia general, mucosa nasal sin reflejos y -su molestia
mayor- unas sensaciones subjetivas consistentes en “olor a pastelillos quemados”. Como la
paciente no respondía a la hipnosis, Freud renunció a ésta, lo que hizo que el análisis
transcurriera en un contexto apenas distinto de una conversación normal. Este hecho
provocaba una dificultad, pues la hipnosis producía un “ensanchamiento sonámbulo de la
memoria [...] y justamente los recuerdos patógenos [...] están “ausentes de la memoria de
los enfermos en su estado psíquico habitual” (A. E. 2:127). Este hecho se vuelve concreto
cuando el paciente corta sus ocurrencias y deja de asociar. Freud apela, entonces, a un
artificio: con la mano presiona la frente y la insta a continuar, lo que la mayoría de las veces
consigue. Freud considera a este artificio técnico una “[...] hipnosis momentánea reforzada”
(A. E. 2:277), que vence a la resistencia y deja libre el paso a las ocurrencias y recuerdos.
Utilizando este método, en este caso, llega al recuerdo de la situación traumática en la que
la paciente percibió de manera real el citado olor. Lucy recuerda una carta de la madre
pidiéndole que vuelva, una escena de ternura de las niñas y el fantasear culposamente que
debería abandonarlas a pesar de haberle prometido a la madre de aquellas el no hacerlo
nunca. No toleraba más el clima de la casa (estaba peleada con el resto del personal).
Simultáneo a esa escena, las niñas habían olvidado que cocinaban pastelillos y se percibía el
olor de su quemazón. ¿Ésa es la escena traumática: el olor tomó el lugar de símbolo
mnémico y es lo que se repite? Freud no queda satisfecho. Una condición indispensable para
adquirir una histeria es que una representación sea deliberadamente reprimida de la
consciencia, y eso falta. Freud arriesga una interpretación: Lucy está enamorada de su
patrón y teme que sus compañeros de trabajo se rían de ella. Lucy contesta: “Sí, creo que es
así, [...] yo no lo sabía o, mejor, no quería saberlo; quería quitármelo de la cabeza” (id.
134). En los días subsiguientes ese síntoma disminuye, y lo reemplaza otro, olor a tabaco.
Freud insiste. Surge el recuerdo de un visitante que besa a las niñas y, el padre que se lo
prohíbe enojado mientras miss Lucy siente que se le clava una espina en el corazón. Como
los señores estaban fumando, permanece en su memoria consciente el olor a cigarro. Esta
segunda escena en realidad sucede antes que la anterior, en la que leía la carta de la madre,
en su cronología real. El análisis prosigue. Aparece una tercera escena más antigua aún: el
director se había enojado con Lucy, y hasta había amenazado con despedirla. Esta escena
había pulverizado sus esperanzas amorosas y probablemente era el verdadero núcleo
patógeno, pues a partir de ese momento desaparecieron los síntomas, y miss Lucy se
resignó y aceptó su realidad. El olor a tabaco, símbolo mnérnico de la segunda escena, sirve
como contrainvestidura de la tercera escena (la verdadera escena traumática: el rechazo del
patrón). El tratamiento se realizó en forma irregular, aparentemente en el intervalo entre
pacientes, durante nueve semanas, lo que era mucho para esa época. Hubo remisión
absoluta de todos los síntomas, los que cuatro meses después no habían reaparecido. [José
Luis Valls, Diccionario freudiano]

Aporte de Ricardo Bruno

Masturbación
Juan Carlos Kusnetzoff

[freud.] Forma de satisfacción autoerótica de la pulsión sexual*. El placer* obtenido resulta


de la autoestimulación rítmica de las zonas erógenas* del propio cuerpo. Freud describe tres
períodos que derivan en tres niveles masturbatorios. El primero corresponde al
autoerotismo* del bebé y al placer de órgano. El siguiente período se origina cuando la zona
fálica toma la supremacía sobre el resto de las zonas erógenas a las que les da una unidad y
una significación «a posteriori». Mientras tanto se redondea la formación de la fuente
corporal del yo* al unirse todas sus zonas erógenas, se constituye el yo realidad definitivo, lo
que también implica el reconocimiento definitivo del objeto* como sede del placer. La
elección de objeto*, que también culmina en este momento, como se apuntala* en parte
sobre la satisfacción de las pulsiones de autoconservación*, recae sobre la madre. Ya el niño
posee el lenguaje*, se comienza a instaurar la represión*, se utiliza el juego como fórmula
mágica de la satisfacción pulsional y por lo tanto hay vida de fantasía*. La fantasía es una
producción mestiza entre proceso primario* y proceso secundario*; realización cuasi
alucinatoria de deseos*, construida en base al pensamiento* con palabras y con las
características que le son propias a éste. En este segundo período de la masturbación, el
placer de la estimulación de la zona erógena se une a la fantasía realizadora de deseos,
deseos que lo son del objeto por lo tanto provenientes de la libido* objetal, la que sin
embargo se satisface de manera autoerótica, pero ahora también a nivel psíquico realizando
una fantasía de deseo objetal. E1 problema es que este deseo objetal se ha vuelto
incestuoso al llegar al nivel fálico, y esto es peligroso. Aparece la angustia de castración* y
se despliega totalmente el drama edípico cuyo desenlace es la formación del superyó* y el
pasaje al período de latencia*. Todo el período infantil previo es olvidado, en especial las
fantasías incestuosas desplegadas en él, que quedan para siempre sepultadas*.Con el
advenimiento de la pubertad reaparece la cantidad de excitación* sexual congelada durante
la latencia y con ella lo que se entiende comúnmente como la masturbación propiamente
dicha. Entonces la fantasía vuelve, disfrazada. En las alusiones se pueden inferir retoños de
los deseos incestuosos y toda la sexualidad infantil* incluida en ellos, reprimidos.En la
construcción* de estas fantasías masturbatorias de la pubertad actúan también los destinos
previos de pulsión*, los puntos de fijación* generados por los pasajes de predominio de una
zona erógena a otra, las situaciones traumáticas* vividas con los objetos, que produjeron
hiperexcitaciones en determinadas zonas erógenas generadoras de fijaciones a la zona
erógena y a las características del objeto, actuando por ello también en la posterior elección
de objeto.La fantasía masturbatoria tiene otros destinos posteriores como la sublimación*, y
logra transformarse, cuando no está reprimida, por ejemplo en obras artísticas, creadoras de
nuevas realidades. Se alejarán entonces de lo autoerótico* para acercarse a lo social. El
pensamiento obsesivo en sí tiene características masturbatorias. Por ejemplo, en la manía*
de duda, el mismo acto de pensar está erotizado y por eso en vez de preparar la acción, la
reemplaza. La masturbación de los neuróticos desencadena sentimiento de culpa*. En el
adolescente la culpa es consciente y genera un ciclo de masturbación-culpa-firme propósito
de no repetir la masturbación-recaída en ella-nuevamente culpa. Es la «adicción primordial»
dice Freud, comparándola con la del alcoholismo, a que actualmente podríamos agregar la
drogadicción. El sentimiento de culpa aparentemente está ligado con el placer obtenido por
las fantasías realizadoras de deseos de lo objetos, que se fueron construyendo hasta llegar a
la adolescencia. En el tratamiento psicoanalítico se deben destejer, desarmar y reconstruir*,
como a un síntoma*, hasta llegar así a aquellas fantasías verdaderas, origen del sentimiento
de culpa: las relacionadas con el incesto, el descubrimiento de la diferencia de los sexos, la
angustia de castración, la formación del superyó, etcétera. Aquellas de la infancia, de la
época del conflicto edípico. [José Luis Valls, Diccionario freudiano] [sexolog.] Consiste en
excitar con la mano los genitales propios o de la pareja, obteniendo o no el orgasmo* .
Alrededor de la masturbación se han desarrollado, desde siempre, numerosos mitos*
carentes, por supuesto, de comprobación científica. La condena de la masturbación, su
reprobación o castigo, contribuyeron aun más a estos mitos y a perpetuar en la mente
humana la ignorancia referente a lo sexual. Si denomináramos autocaricias, por ejemplo, a
la masturbación, se terminarían algunos de los problemas creados por estos prejuicios..
[Juan Carlos Kusnetzoff www.e-sexologia.com] [sida]

Mathilde H.
José Luis Valls

[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en una nota al pie de los Estudios sobre la
histeria, a propósito de las “conmemoraciones solemnes”, o sea de la repetición de la
sintomatología en el aniversario del hecho traumático. Se pregunta Freud si en estas
conmemoraciones que retornan año tras año se repiten las mismas escenas o cada vez son
detalles diferentes los que se presentan para su abreacción, se decide por esto último. Pone
entonces el ejemplo de Mathilde, bella muchacha de diecinueve años, a la que trata en dos
ocasiones. Primero, por una parálisis parcial de las piernas y, unos meses más tarde, por una
alteración del carácter: desazonada hasta la desgana de vivir, se mostraba desconsiderada
con su madre, irritable y hosca. Mediante la hipnosis descubre la causa de su desazón: la
ruptura de su noviazgo, ocurrida varios meses antes. En la relación con su prometido habían
aparecido muchas cosas desagradables para ella y su madre, pero el enlace le traería
muchas ventajas económicas, lo que le generaba un estado de indecisión, con gran apatía.
Por fin su madre pronunció, en lugar de ella, el “No” decisivo. Tiempo después despertó
como de un sueño, pensó largamente la decisión ya tomada, haciendo pesar los pros y los
contras, etcétera. Fue un largo período de duda con animadversión hacia la madre fundada
en aquella ocasión de la decisión. Al lado de esta actividad de pensamiento, la vida se le
antojaba una pseudoexistencia, algo soñado. Un buen día, cercano al aniversario del
compromiso, todo el estado de desazón cesó. Lo que fue interpretado por Freud como un
estado de “abreacción reparadora”, como contenido de una neurosis de otro modo
enigmática, en la que la conmemoración solemne había tenido efecto reparador. [José Luis
Valls, Diccionario freudiano]

Aporte de Ricardo Bruno

Muerte, representación de la
Hanns Sachs

[freud.] La representación de la muerte ha sido desde siempre tan poco ajena a la religión
como a la poesía. Ésta nunca pudo prescindir de la liberadora de todos los enredos y nudos,
la que castiga y da felicidad al mismo tiempo, el punto de llegada desde el cual brilla un rayo
de luz incluso sobre la más pobre de las existencias. De todos modos, Thomas Mann* ha
hecho del motivo de la muerte, en su “nouvelle”. La muerte en Venecia [1914], un novedoso
uso que le da derecho a anteponer su nombre en el título, como si fuera ésta el héroe de su
narración. Lo nuevo aquí consiste en dos particularidades de la obra que se condicionan
recíprocamente. Por una lado, el hecho de que la muerte aparece no sólo como término
temático, llegado al cual el juego cromático de la vida se extingue, sino también como tema
mismo, que a la manera de otro tema cualquiera, ya al comienzo, luego de una breve
introducción, entra en escena para experimentar variaciones y desarrollos a través de todas
sus formas y posibilidades, para ser enlazado con un contratema y al final, para ser
aumentado a su más poderoso despliegue. Por otro, el hecho de que la muerte juegue un
papel y aparezca configurada en la obra. La muerte, no el morir. Esta no sólo da la nota de
afinación que se vierte sobre toda la obra sino también se corporiza en una serie de figuras
que, mitad a la sombra, mitad realmente, se deslizan a lo largo de la narración y con las
cuales el héroe va entrando en relación. Y el hecho de que la muerte no se encuentre vestida
con su tradicional modelo como esqueleto con guadaña y reloj de arena sino que sea
moldeada según la medida creadora del poeta, no puede merecer en otro lugar más atención
que entre los discípulos del psicoanálisis. También la cuestión de si el intento ha resultado o
no, no puede ser juzgada de manera más experta que por aquellos que se han puesto como
objetivo investigar las leyes de la representación simbólica en el vecino más próximo al
artista, esto es, en el soñante. En el caso que nos ocupa, además, fue voluntad consciente
del poeta transmitir a determinados episodios de la “nouvelle” el carácter de lo onírico.
Según los supuestos del psicoanálisis, sólo un camino puede conducir hasta allí; y éste no
consiste en reemplazar la técnica del pensamiento inconsciente -que se adhiere a la fantasía
creadora desde su surgimiento a partir del inconsciente- en tal manera por el pensamiento
consciente, cercano al principio de realidad, como lo requeriría la elaboración secundaria en
una obra de arte, sino dejar que la técnica del pensamiento inconsciente subsista en muchos
puntos y subordinarse a su capricho. Intentaremos observar si éste es el camino elegido por
Thomas Mann. La primera máscara con que la muerte rodea al escritor Aschenbach es la del
turista extranjero que aparece cerca del Cementerio del Norte en Munich. Aquí, el tema debe
sólo resonar, de modo que el lector intuya la cercanía de la muerte. El extranjero está
parado junto al portal del cementerio y según las reglas de la interpretación de los sueños la
contigüidad sirve para la representación de correspondencia interna; incluso para el ánimo
más despreocupado esta figura conserva un colorido ominoso. También el hecho de que el
paseante sea iluminado por el sol poniente, es un rasgo cuyo valor simbólico nadie puede
ocultar. Un par de alusiones traen el recuerdo de la figura de la vieja creencia popular, según
la cual la muerte es un muerto, un hombre de huesos. “Tenía la cabeza erguida, y en su
cuello flaco, saliendo de la camisa de sport abierta, se destacaba la nuez fuerte y desnuda.
Miraba a lo lejos con ojos inexpresivos, bajo las cenizas rojizas, entre las cuales había dos
arrugas verticales, enérgicas, que contrastaban singularmente con su nariz aplastada. [...]
sus labios parecían demasiado cortos, y no llegaban a cerrarse sobre los dientes, que se
destacaban blancos y largos, descubiertos hasta las encías”. Con esto concuerda también “la
mirada agresiva, cara a cara” del extranjero y su desaparición sin dejar huellas. Una
contigüidad significa siempre una correspondencia interna; enseguida después de ver al
extranjero, surgen en Aschenbach las ganas de viajar y, anudadas a éstas, la imagen
fantasiosa de la voluptuosa exuberancia de aquellas junglas indígenas en las que fue
incubado el germen del cólera. En caso de una interpretación de sueños concluiríamos que el
viaje, la muerte y el sofocante apetito de procreación son “complejos” derivados del tronco
de una misma representación base: ninguna otra cosa sino lo que el poeta intuitivamente
quiere hacer adivinar. El segundo disfraz es el anciano maquillado, con quien Aschenbach se
encuentra en la travesía desde Pola hasta Venecia. Aquí es tocado, de una manera especial y
retenida, un contratema, el único que puede sonar armónicamente con el de la muerte, el
amor. La pasión de Aschenbach es suficientemente singular, pues, ya en vías de envejecer,
este defensor de la más severa autodisciplina y de la limitación moral se enamora del
hermoso muchachito Tadzio. Ésta es, por cierto, la primera vez en la literatura alemana en
que un amor, cuyo objeto pertenece al mismo sexo que el amante, no es caracterizado como
perversión, deformidad o curiosidad psicológica, sino como excitación natural y evidente, que
no falta del todo a ningún alma, aun cuando ya no pueda caminar sin disimulo en nuestra
cotidianeidad. La pasión del artista, que solitario y sin hijos camina en descenso desde la
plenitud de la vida, crece desde el agrado inicial, aparentemente limitado a lo estético hasta
la monstruosa y exagerada pasión, y este proceso está representado tan magistralmente que
el libro significa para el psicoanálisis la más valiosa confirmación, pues aquí sus tesis sobre la
omnipresencia de la homosexualidad inconsciente y sobre las condiciones de su rebalse más
allá de la barrera de la consciencia se encuentran fundidas en poesía, esto es, en verdad
vital de jerarquía superior. El psicoanálisis se ha ganado la mayoría de sus adversarios
gracias a la afirmación de que también aquellas relaciones humanas consideradas
preferentemente por su “pureza” como dignas de honra reposan sobre una base que
conserva, a pesar de todas las ramificaciones de nuestra conciencia cultural, toda la fuerza y
pasión del instinto sexual. Quien sirviendo a la ciencia ha conocido los increíbles logros que
han sido realizados a través del uso social de las fuerzas de instintos eróticos, tanto en la
vida anímica del individuo como en el desarrollo de la humanidad, no puede suscribir el juicio
común, según el cual la amistad entre hombres o la relación entre padres e hijos sería
degradada por la intromisión de sentimientos eróticos. No se trata aquí del “de dónde” sino
del “hacia dónde”, y si la pasión caracterizada por Thomas Mann es digna de condena, no lo
es por tener su origen en la homosexualidad sino porque echando por tierra poco a poco
todos los refinamientos y las sublimaciones, hace descender el alma del que ha sucumbido
hasta el crudo nivel originario de los deseos primitivo-sexuales. Como preparación del nuevo
tema funciona el hecho de que el viejo borracho balbucee cosas con doble sentido sobre el
“amorcito” de Aschenbach. Más importante, sin embargo, es el conjunto de la figura y el
marco que la incluye, pues el desagradable anciano imita los gestos, la vestimenta y el
rostro de la juventud solo para poder vivir en íntima cercanía con los frescos jovencitos que
a su vez “respondían sin repugnancia a sus palmadas afectuosas”. De esta manera y sin que
haga mención alguna de ello, el anciano está recubierto por una atmósfera de amor
homosexual, consciente o inconsciente; del mismo modo Aschenbach, llevado por el amor a
Tadzio hacia lo sin medida, adopta la figura de éste. El ominoso gondolero tiene la nariz
aplastada y la dentadura desnuda del turista. Ojalá el viaje en la góndola, parecida a un
ataúd, dure para siempre, desea Aschenbach. “[...] aunque me mandes al Hades con un
golpe de remo por la cabeza, me habrás llevado bien” La muerte en tanto balsero despierta
como asociación obligada al Caronte de los griegos. Es un rasgo sutil aquí el hecho de que el
gondolero traslade gratis a su pasajero, sin recibir recompensa, mientras que, según la
creencia antigua, había que darle al muerto un óbolo en la tumba para pagar al barquero que
lo llevaría a través de la laguna Estigia. Esta representación por lo contrario, que sabe
recordara propósito el refrán “la muerte es gratis”, es un típico medio de expresión del
inconsciente, muy corriente en la interpretación de los sueños. [Hanns Sachs*, 1914]

Neocatarsis
Ricardo Bruno

[léxico] Son conocidas las quejas de Sándor Ferenczi acerca de haber sido analizado
insuficientemente por Freud. Quizá eso explique su dedicación constante por acortar los
tratamientos psicoanalíticos, aunque en su época fueran mucho más breves que en la
actualidad. Si por catarsis se entiende en medicina la expulsión de las sustancias nocivas, la
esperanza en una cura rápida, repentina, fue abandonada rápidamente por Freud, muchas
veces acusado de proponer una técnica lenta y/o costosa. En uno de los dos artículos que
escribió para la Enciclopedia Británica, Freud explica por qué el psicoanálisis debió ir más
lejos que el tratamiento catártico. [Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar]

Neurastenia, según Freud


Ricardo Bruno

Escribe Freud en 1895b: “Mientras se continúe dando a la palabra «neurastenia» todos los
significados en los que Beard hubo de emplearla, será difícil decir nada generalmente válido
sobre la enfermedad a la que califica. A mi juicio, ha de ser muy ventajoso para la
Neuropatología intentar separar de la neurastenia propiamente dicha todas aquellas
perturbaciones neuróticas, cuyos síntomas se hallan más firmemente enlazados entre sí que
con los síntomas neurasténicos típicos que por otra parte en su etiología y en su mecanismo
difieren esencialmente de la neurosis neurasténica típica. Esta labor clasificadora nos
proporcionará pronto una imagen relativamente uniforme de la neurastenia, y habrá de
permitirnos distinguir de la neurastenia auténtica, con mayor precisión que hasta ahora,
diversas seudoneurastenias, tales como el cuadro clínico de la neurosis refleja nasal,
orgánicamente provocada; las perturbaciones nerviosas de las caquexias y de la
arteriosclerosis y de los estadios iniciales de la parálisis progresiva y de algunas psicosis.
Además, se hará posible separar - siguiendo la propuesta de Moebius - algunos estados
nerviosos de los degenerados hereditarios, y se encontrarán razones para adscribir más bien
a la melancolía algunas neurosis de naturaleza intermitente o periódica, a las que hoy se da
el nombre de neurastenia”. [Ricardo Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar]
Psicoanálisis de control
Ricardo Bruno

[freud.] Uno de los requisitos exigidos por la Asociación Psicoanalítica Internacional para
acreditar a un psicoanalista. El estudiante (que en castellano suele ser llamado “candidato”),
mientras realiza su formación, relata a un psicoanalista más experto los pormenores del
tratamiento de uno de sus pacientes. [Ricardo Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar]

Psicoanálisis de niños
Eduardo Salas

[freud.] Es la aplicación de la teoría y la técnica psicoanalíticas al tratamiento psicológico de


los trastornos mentales, de comportamiento o somatopsíquicos que pueden llegar a
perturbar al ser humano desde su más tierna edad hasta la entrada en la latencia (5-6
años). Cuando el niño tiene más edad, a su tratamiento, si es psicoanalítico, se lo denomina
“psicoanálisis de niños en edad de latencia” o “psicoanálisis de la latencia”. Para los adultos,
la técnica del psicoanálisis es verbal. Para los niños, debe necesariamente ser adaptada a sus
diferentes, y no menores, posibilidades de expresión. Por eso se utilizan uno o más de estos
elementos: lúdicos, narrativos, dramáticos, de expresión plástica, corporal, artesanal o
artística. A veces se incluyen instrumentos musicales o aparatos que reproducen música o
imágenes (grabadores, video, TV, etc.). La elección varía según el esquema referencial del
terapeuta y, aun, según la inclinación del niño. En la Argentina predominan dos esquemas
referenciales: el de Ana Freud o el de Melanie Klein, ambas de la escuela inglesa. La primera
analista que aplicó en la Argentina tales métodos fue Arminda Aberastury, y su dedicación
pionera repercutió en toda América latina. Su orientación, especialmente en el uso de la
interpretación, era creativamente kleiniana. En la teoría y en la técnica fueron muchos sus
desarrollos personales. Ante todo, propone tomar muy en cuenta las primeras sesiones. En
ese lapso breve pero clínicamente importantísimo, el niño mostrar sus fantasías de
enfermedad y de curación, normales o patológicas. Aberastury adhirió al enfoque kleiniano
(véase más abajo) no sin preguntarse qué lugar debía dárseles a los padres del niño. En sus
publicaciones postula cierta abstinencia, la suficiente para conservar la privacidad del
pequeño paciente, pero a la vez diseñó una técnica grupal para madres y padres,
especialmente dedicada a resolver o atenuar las ansiedades inherentes a la crianza. (El
grupo de padres y madres está a cargo de otro analista.) En el caso de Ana Freud, la técnica
que prefirió evita el uso de la transferencia desde el primer momento, en tanto piensa que es
poca la distancia entre los objetos externos (en especial, los padres) y los internos, por lo
que difícilmente se establezca una neurosis de transferencia. De ahí que su técnica sea más
bien pedagógica. Recurre, sí, a los aspectos positivos de la transferencia, para vencer paso a
paso las resistencias al tratamiento y crear las condiciones para una alianza terapéutica con
el niño. (La norteamericana E. Zatzel desarrolló esa noción de alianza terapéutica, una
alianza que algunos analistas -entre ellos, quien firma este artículo- concertan también con
los padres.) Melanie Klein, en cambio, desde el primer momento del tratamiento utilizaba
tanto la transferencia negativa como la positiva y abordaba las ansiedades profundas del
niño toda vez que aparecían en sesión. “Valiéndome de técnicas grupales de orientación
psicoanalítica fui confirmando en distintos medios (privados, hospitalarios y educacionales)
que la inclusión de los padres, más que positiva, era imprescindible. Postura que se acerca a
la de los analistas norteamericanos (en general, annafreudianos) e intenta acrisolar las dos
tendencias.” (Salas) La alianza terapéutica ser concertada por un analista de experiencia (un
analista consultor, por así decirlo), quien elige cuidadosamente el analista adecuado para ese
niño singular. Asignado y aceptado el analista tratante, el consultor -responsable de las
alianzas terapéuticas- se hace cargo de las ansiedades e inquietudes parentales. Una
circunstancia muy común es que los avances del niño en tratamiento suelen producir
resistencias en su medio habitual y a veces rivalidades con el terapeuta. En estos casos, el
consultor se comunica con los padres y con el terapeuta. En la conferencia XXXIV de sus
Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, al referirse a la aplicación del
psicoanálisis a la pedagogía y a la educación, Freud decía que los primeros cinco años de la
vida del hombre entrañan especialísima significación, pues en ellos florece “la flor primera de
la sexualidad” , que incluye estímulos decisivos para la posterior vida sexual. Las
impresiones de esta época recaen sobre un yo” -para Freud- inmaduro y débil y no pueden
sino tener sobre él un efecto traumático. Esto lleva a la represión patológica, y el sujeto
adquiere así, en la edad infantil, todas las disposiciones a enfermedades y trastornos
funcionales posteriores. También afirmó Freud que en algunos individuos la neurosis no
espera el período de la madurez, sino que aparece ya en la infancia. Entonces la aplicación
de terapia psicoanalítica es de mucho provecho y tiene resultados fundamentales y
permanentes. Por este motivo, afirma, es imprescindible muchas veces influir analíticamente
en el medio familiar y social que rodea al niño. Freud desaconsejaba el psicoanálisis de niños
para los trastornos leves, por ser un método penoso y prolongado, aunque también el más
potente. Reconoció que todo el psicoanálisis se beneficiaba con la experiencia obtenida del
psicoanálisis de niños, que confirma o rectifica en el “objeto vivo” lo que en el adulto es
muchas veces especulación, deducida de “documentos históricos”. Hacia 1905 Freud trató a
Juanito, un niño de cinco años que padecía de una fobia a los caballos. (El padre de Juanito
estaba familiarizado con las ideas psicoanalíticas.) Al poner el caso por escrito y publicarlo
dio algún asidero a la posterior noción de “alianza terapéutica” : “únicamente la unión de la
autoridad paterna y la autoridad médica en una sola persona y la coincidencia del interés
familiar con el interés científico hicieron posible dar al método analítico un empleo que
hubiera sido inadecuado en otras condiciones”. Freud relató sus observaciones de niños, sus
actos sintomáticos, e interpretó sus asociaciones. Un día le llamó la atención el juego de un
niño con un carretel. El niño, de dieciocho meses, no sólo trataba de obtener placer con el
juego sino que simultánemente elaboraba, jugando, la ausencia de la madre, angustiante
-aunque transitoria- para su yo precozmente desarrollado por las circunstancias. “Comparto
con Freud la necesidad de tener en cuenta las causas constitucionales, así como también los
factores ambientales, a veces combinados genéticamente. Por eso, antes de recomendar un
tratamiento habr que pasar por una etapa diagnóstica, no sólo para decidir el tipo de
tratamiento y el terapeuta adecuado, sino incluso si el tratamiento es conveniente o no. Mi
modalidad de diagnóstico toma en cuenta, del “perfil psicológico” del niño, los aspectos de
respuestas más adecuadas a la realidad. Sólo después dirijo mi atención a las detenciones
presuntas en el desarrollo, a las defensas utilizadas, y a la relación entre estas defensas y el
contexto familiar. Estudiar el perfil de adecuación a la realidad brinda elementos seguros
para el diagnóstico, el pronóstico y la indicación de tratamiento. A veces lo que indico no es
el tratamiento individual del niño sino un previo estudio y tratamiento de sus vínculos con los
padres.” [Eduardo Salas]

Psicoanálisis didáctico
Ricardo Bruno

[freud.] La relación del psicoanalista con la problemática de su paciente (no necesariamente


“enfermo”) es distinta de la del médico con su paciente. Un cardiólogo no es siempre un
cardiópata, mientras que un psicoanalista es siempre un neurótico, en tanto no haya
alcanzado el mítico “final de análisis”, objetivo de máxima que llaman “atravesamiento del
fantasma” los autores lacanianos. Por eso las instituciones fundadas por Freud exigen desde
1910 el psicoanálisis personal del que -médico, psicólogo o lego- aspira a formarse como
psicoanalista. [Ricardo Bruno brunoricardo@ciudad.com.ar]

Rosalía H.
José Luis Valls

[psicoan.] Paciente mencionada por Freud en los Estudios sobre la histeria mientras se ocupa
de los síntomas que se generan con efecto retardado, “a posteriori” (Nachträglich). Es decir
que la conversión no es una respuesta a las impresiones frescas, sino al recuerdo de ellas.
Rosalia tiene veintitrés años, y aprende canto. Se queja de que su bella voz no le obedece en
ciertas escalas, también de sus sensaciones de ahogo y opresión en la garganta y de que las
notas suenen como estranguladas, por lo que todavía no ha podido cantar en público. La
imperfección, que sólo afecta su registro medio y que no es constante, no puede explicarse
por un defecto de las cuerdas vocales. A través de la hipnosis Freud averigua que era
huérfana desde niña y había sido recogida por una tía, madre de muchos hijos, casada con
un hombre que la maltrataba y maltrataba a los hijos de una manera brutal y que mantenía
descaradas relaciones sexuales con las muchachas de servicio. Falleció la tía y Rosalia fue la
protectora de sus primos. Se esforzaba en sofocar las exteriorizaciones de su odio y
desprecio hacia el tío. Fue en esa época cuando apareció la opresión en la garganta.
Posteriormente tuvo un maestro de canto que la alentó y con quien tomó lecciones en

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